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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.18 no.2 Olavarría ago. 2017

 

ARTÍCULOS

Intensificación económica y complejidad sociopolítica huarpe (centro-norte de Mendoza)

 

Alejandro García

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Centro de Investigaciones de la Geosfera y Biosfera (CIGEOBIO), Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Universidad Nacional de San Juan. Av. José Ignacio de la Roza Oeste 590 (J5402DCS), San Juan, Argentina. E-mail: alegarcia@unsj.edu.ar

Recibido 28 de junio 2016.
Aceptado 07 de diciembre 2016


RESUMEN

Los intentos de caracterizar la organización económica y sociopolítica de los huarpes del centro-norte de Mendoza han incluido la consideración del desarrollo intensivo de algunas actividades, de la presencia de procesos de intensificación económica y de la organización a nivel de aldeas, jefaturas y cacicazgos. Dadas las imprecisiones que subyacen a estas propuestas y la muy escasa discusión previa sobre el tema, este artículo procura contribuir al avance del conocimiento sobre este tópico por medio de la evaluación general y la discusión de la información arqueológica y documental disponible.

Palabras clave: Huarpes; Intensificación económica; Complejidad sociopolítica.

ABSTRACT

Huarpe economic intensification and sociopolitical organization in central-northern Mendoza

Attempts to characterize the economic and socio-political organization of the Huarpe of Mendoza have included consideration of intensive development of some activities, the presence of processes of economic intensification, and organization at the level of villages and chiefdoms. Given the uncertainties underlying these proposals, and the very little previous discussion on the issue, this article seeks to contribute to the advancement of knowledge on this topic through a general evaluation and discussion of the all the archaeological and documentary information available.

Keywords: Huarpe; Economic Intensification; Sociopolitical complexity.


 

INTRODUCCIÓN

Los estudios sobre las comunidades huarpes del centro-norte de Mendoza se han desarrollado discontinuamente durante casi un siglo. A pesar del tiempo transcurrido, aún se observa mucha imprecisión sobre algunos temas importantes. La reconstrucción de la economía de subsistencia huarpe ha involucrado opiniones diversas acerca de la intensidad de algunas actividades, que en tiempos recientes dieron lugar a propuestas de intensificación económica. De igual manera, la identificación de la organización sociopolítica local ha generado miradas diversas, cuyas diferencias radican fundamentalmente en las fuentes en que se apoyan (arqueológicas o documentales). La consideración global de la información disponible señala cierta contradicción entre ambas clases de fuentes y una débil vinculación entre las evidencias y algunas propuestas sobre intensificación y complejidad sociopolítica huarpe. A fin de contribuir a una mejor comprensión del tema, se analiza aquí dicha relación. Al respecto, se propone la falta de ajuste entre los datos y las propuestas de intensificación económica, y la aparición de organizaciones sociopolíticas afines a jefaturas recién en el período incaico, no a partir de la evolución del sistema tribal previo sino como una reorganización general impuesta por el Estado incaico.

INTENSIFICACIÓN ECONÓMICA

Propuestas sobre intensidad e intensificación económica
Varios investigadores locales han acudido al concepto de intensidad para dar cuenta del grado de realización de una actividad o de los cambios propuestos para entender el desarrollo de un determinado aspecto cultural (economía, sociedad, etc.). A mediados del siglo XX, Canals Frau (1946: 58-59) señalaba que los huarpes no “practicaron muy intensamente” el cultivo del suelo, lo que para él significaba que no lo hacían “en muy grande escala”. Medio siglo después, Bárcena (2001: 594-595) propuso la existencia, hacia fines del período 4000 AC-300 DC, de “cazadores y/o pescadores-recolectores intensivos” que a la vez eran “cultivadores incipientes” y presentaban “vestigios de sedentarización”. Asimismo, sugirió que durante la etapa Agroalfarera el manejo del agua del río Mendoza habría permitido el emprendimiento de “una agricultura intensiva, ciertamente más extendida” (Bárcena 2001: 603). Una idea similar expuso Prieto (1974- 1976, 2000: 59) a partir de estudios etnohistóricos: en el valle de Huentota (Figura 1), los huarpes realizaron actividades agrícolas intensivas que brindaban maíz, porotos, quínoa, calabazas y zapallos. Por el contrario, los estudios documentales de Michieli la llevaron a proponer, al igual que lo había hecho Canals Frau, que la agricultura “no era practicada en forma muy intensiva” (Michieli 1983: 183).


Figura 1.
Mapa del área analizada y ubicación de las zonas y sitios mencionados: a) Valle de Uspallata; b) precordillera; c) Valle de Huentota; d) Valle de Uco; e) planicie oriental; 1) PA 14.1; 2) PA 13; 3) Agua de la Tinaja; 4) Vaquerías; 5) Rincón de los Helados; 6) Agua de la Cueva; 7) Cueva El Jagüelito; 8) Cueva del Toro; 9) Memorial de la Bandera; 10) Los Conitos; San Ignacio; 11) San Ignacio; 12) Paso de las Piedritas; 13) Agrelo; 14) Arboleda Norte.

Quien mayor énfasis puso en la utilización de la intensificación como agente de cambio de la economía indígena local fue Chiavazza (2001), que explicó la evolución de la ocupación humana en la planicie a través de “grupos recolectores de algarrobo y grupos pescadores” que comenzaron a radicarse residencialmente y dieron origen “a parcialidades que iniciarán un proceso de especialización económica”. Según este autor, “las poblaciones estructuraron sistemas pescadorescazadores- recolectores que protagonizaron procesos de intensificación en tierras bajas y […] en base a esto debería caracterizarse la emergencia de la complejidad en las sociedades locales”. Asimismo, las evidencias de la región podrían indicar “señales de intensificación, importantes indicadores de complejidad acompañados de conductas de almacenamiento, baja movilidad y creciente territorialidad” (Chiavazza 2013: 36). El autor distinguía dos períodos. En el primero (700-1300 DC) observaba un proceso de intensificación creciente, con una “fluctuante disponibilidad de recursos y la aún incipiente producción económica” (Chiavazza 2001: 147). En el segundo (1300-1550 DC) se habría dado un proceso de intensificación económica enriquecido “por el manejo de técnicas agrícolas y pastoriles”, y reflejado por una concentración demográfica. Además, en “el proceso de ocupación de tierras bajas” el autor percibía “una tendencia excedentaria y de acumulación (agricultura y acopio)” (Chiavazza 2001: 146). Finalmente, propuso que en realidad “los posibles procesos de intensificación en que se fundaron [los cacicazgos] […] tendrían en la pesca un origen más factible […] que en la agricultura y el pastoralismo” (Chiavazza 2013: 29). Esta propuesta se basaba en “la discontinuidad de la evidencia arqueobotánica y la continuidad de la potente presencia de ictiofauna” (Chiavazza 2013: 35) en los sitios estudiados por el autor en la planicie y el Valle de Huentota.

¿Hablamos de lo mismo?
¿Qué es la intensificación? Algo es intensivo cuando es “más intenso, enérgico o activo que de costumbre” (RAE 2016), lo que refleja un mayor esfuerzo o trabajo en igual tiempo. En este sentido, la intensificación de la producción se refiere a un aumento de la productividad por unidad de tierra o de trabajo, o en relación con otra variable fija (Morrison 1994: 115; Medina y Prates 2014). Los mecanismos causales para explicar la intensificación económica responden a dos perspectivas: una ve el origen en el desbalance de los recursos, generalmente originado por la presión demográfica; mientras que la otra se enfoca en el objetivo de crear excedentes que puedan orientarse al intercambio, al manejo del riesgo, a la especialización artesanal o al pago de tributos (Thurston y Fisher 2007: 14). Ya sea para aumentar la producción o para mantenerla (por ejemplo, en casos de productividad decreciente de la tierra), la intensificación implica una mayor inversión de trabajo (Thurston y Fisher 2007: 11). Pero lo importante es que “no one type of technology or practice can be taken as unequivocal evidence of intensification in the absence of information regarding the timeframe in which these technologies or practices were introduced” (Stump 2010: 259). En efecto, el reflejo de la intensificación puede ser diverso (una mayor cosecha, un mayor aprovechamiento de los animales cazados, una ampliación de la gama de productos explotados, etc.), pero en todos los casos debe existir un marco de referencia cronológico que permita constatar y ponderar los cambios a lo largo del tiempo. Por otra parte, el término “agricultura intensiva” se refiere a un mayor uso de los medios de producción (mano de obra, insumos o infraestructura) con la finalidad de aumentar la producción en espacios reducidos (Derruau 1964).
Evidentemente, esta no es la idea que refleja la utilización ocasional del término por parte de Canals Frau (1946), Michieli (1983), Prieto (2000) y Bárcena (2001), ya que no existe información alguna acerca del tamaño de los predios cultivados, de la inversión de trabajo, del uso de abonos, de la magnitud de la producción o de cualquier otro aspecto que permita sustentar la noción de cultivos intensivos. Por lo tanto, estos autores parecen haberle conferido un significado vinculado con sus suposiciones acerca de la cantidad de espacio cultivado o del volumen de producción obtenido (y de la consecuente incidencia en la alimentación). Quizás por eso, Canals Frau identificó “intensidad” con “escala” en lo relativo al trabajo agrícola. Algo similar ocurre con la relación que hace Bárcena entre agricultura intensiva y su mayor extensión (se entiende, espacial). En cambio, cuando este autor alude a “cazadores y/o pescadores-recolectores intensivos” parecería reflejarse una mayor inversión de trabajo para conseguir mayores rendimientos. De manera llamativa, el autor más identificado con propuestas vinculadas con intensificación económica (Chiavazza) tampoco ha definido su perspectiva sobre el término. Sin embargo, resulta evidente que para él se trata de procesos que acarrean consecuencias muy significativas, como los cambios en los sistemas de asentamiento y movilidad de los grupos de la planicie, el aumento de la demografía y de la complejidad de estas sociedades y la final emergencia de sistemas políticos jerarquizados (los curacazgos), aunque no quede claro en qué consisten esos procesos. ¿Puede aclarar esta situación el análisis de las evidencias presentadas para sustentar estas ideas?

En busca de evidencias de intensificación
¿Cuáles son las evidencias de un eventual proceso de intensificación económica desarrollado en las poblaciones del centro-norte de Mendoza durante los 1500 años previos a la llegada de los españoles?
La revisión de los trabajos arqueológicos de la región andina indica una marcada escasez de información sobre el tema. En las zonas pedemontana, de valles y planicie oriental fueron hallados varios sitios con numerosos restos de cerámica correspondientes aproximadamente al período 500-1450 DC (Canals Frau 1950, 1956; Canals Frau y Semper 1956), aunque sólo en dos (Agrelo-Patronato y Arboleda Norte) se encontraron “granos de maíz quemados, varias mazorcas enteras, carbonizadas de este cereal” y observaron “rastros de antiguos canales” (Canals Frau y Semper 1956: 175-176). Salvo un caso aislado en Paso de las Piedritas (Canals Frau 1956), en estos sitios no se hallaron evidencias de viviendas ni de otras construcciones. Por su parte, los restos alimenticios correspondientes a contextos datados se han hallado en escasa cantidad en ocho sitios del área montañosa (alero Agua de la Tinaja I, Cueva El Jagüelito, alero Agua de la Cueva, Cueva del Toro, Gruta Rincón de los Helados, aleros Los Conitos 01 y 02, San Ignacio), 1 del piedemonte (Vaquería Gruta 2), 1 del Valle de Huentota (Memorial de la Bandera) y 2 de la planicie (PA13 y PA 14.1) (Bárcena et al. 1985; García 1988, 1992, 2011; Sacchero et al. 1988; Durán y García 1989; Cortegoso 2006; Gasco et al. 2011; Chiavazza 2015) (Tabla 1). Además, 22 sitios de superficie o subsuperficiales en los que no aparecieron restos botánicos han brindado restos de peces (Chiavazza 2015). Para la época de la conquista española, las fuentes documentales dan cuenta de la siembra de maíz, poroto, calabaza y quínoa, de la recolección de raíces, chañar y algarrobo, y de la presencia de acequias (Rosales 1878 [1676]: 97; Suárez de Figueroa 1937 [1613]: 304; Bibar 1966 [1558]: 165;). Sin embargo, no ofrecen descripciones de los campos de cultivo, sistema de riego, cantidades producidas u otro elemento que contribuya a comprender el sistema de subsistencia huarpe.

Tabla 1. Registros prehispánicos de alimentos con algún control cronológico.

De lo anterior se desprende que ni el registro arqueológico ni los documentos tempranos del área brindan información que permita observar la evolución de la demografía, del sistema de asentamiento, de la arquitectura, del manejo de los componentes del sistema productivo (tamaño de los predios de cultivo, uso de abonos, inversión de trabajo, etc.), del aporte de cada fuente de alimentos a la composición de la dieta, etcétera. En forma adicional, aun cuando pudieran establecerse en el área extramontañosa cambios materiales eventualmente asociables a procesos de intensificación, debido a la falta de precisión cronológica (sólo cuatro registros datados) resultaría imposible manejar la variable tiempo y su asociación con aquellos cambios. Por lo tanto, no existen evidencias ni indicios que permitan sostener argumentos relacionados con el desarrollo de tal proceso en la región, y menos aún vincularlos con la supuesta incidencia de la pesca en la economía local. Cabe señalar que aun cuando se contemple el registro arqueológico de todos los sitios de superficie analizados por Chiavazza que han brindado restos de peces (2001, 2013), estos tampoco ofrecen información vinculable con un aumento de la inversión de trabajo, ni con el desarrollo de nuevas tecnologías vinculadas con un mejoramiento de la producción pesquera, ni con la construcción de depósitos asociables al manejo de excedentes, etc. Por lo tanto, no sólo carece de sustento empírico cualquier propuesta sobre el volumen de la producción agrícola o pesquera (base necesaria para reconstruir la evolución de la actividad), sino también la afirmación o negación de la existencia de una práctica intensiva de esas actividades.

LA ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA HUARPE

Propuestas sobre los sistemas sociopolíticos huarpes
Los intentos por caracterizar la organización sociopolítica de las sociedades indígenas prehispánicas locales tardías (huarpes) son escasos, y provienen principalmente de la etnohistoria (Tabla 2).

Tabla 2. Propuestas sobre la organización sociopolítica del área huarpe.

Para Prieto (2000: 65), quien estima el asentamiento de los huarpes en la región hacia 500 DC, su organización política era “esencialmente tribal”. “Las ‘familias unidas’ constituidas por un número de individuos que fluctuaba entre 50 y 120, habitaban en pequeñas aldeas o ‘caseríos’, gobernadas por un jefe que es a su vez, dueño de la tierra cultivable y de los algarrobales”. En un trabajo anterior, la autora explicaba que estos caseríos eran “pequeños poblados de cuatro o cinco casas” que “no formaban aldeas” (Prieto 1974-1976: 245).
En un sentido similar, aunque restringiéndose temporalmente a la época de contacto hispano-indígena, Michieli (1983: 157-159) señala que “la sociedad huarpe se organizaba en grupos más o menos amplios”, a cuyo frente había un jefe o cacique que era dueño de las tierras donde cada grupo se asentaba, de la vegetación correspondiente y del “derecho al uso del sistema de irrigación”. Para esta autora, “resulta claro en las fuentes el ascendiente de un cacique sobre los demás en cada valle nuclear que era el que asumía la organización de toda la comunidad y su representación ante hechos significativos” (Michieli 1983: 160). Por su parte, en un intento de definir la organización sociopolítica de tiempos preincaicos, Parisii (2003: 107) observaba que “en el marco del ‘cambio social’ que creemos afecta a estos grupos humanos, es posible hallar pequeñas jefaturas que se están consolidando al menos en el valle de Huentotay que coexisten en parte con grupos gobernados por ‘cabecillas’”. Ese proceso de cambio habría estado dado por “una importante movilidad de individuos y grupos entre tierras de diversos recursos y calidad, y la complejización de algunas unidades sociopolíticas en relación a otras en base a un cambio de propiedad sobre las tierras cultivables” (Parisii 2003: 109; los resaltados son míos). Este proceso habría existido ya en época preincaica, dado que “se habría intensificado en el contacto con grupos inca o incaizados”, los que habrían logrado “el paso de algunos grupos complacientes al poder o al disfrute de recursos valiosos” de manera coercitiva (“validos de una amplia red de apoyo militar y de redistribución de bienes”). A su vez, grupos incas o incaizados se habrían insertado “en las redes de parentesco e intercambio local que permitían el acceso a tierras irrigadas” (Parisii 2003: 109). Frente a la idea de la existencia de cierta jerarquía política, dada por la subordinación de “principales” a los caciques (Prieto 2000: 65) y de estos a un “señor del valle” (Michieli 1983: 160), Parisii sostiene que los datos documentales correspondientes deben entenderse en el contexto de la junta de caciques celebrada el 1° de septiembre de 1574 para el otorgamiento de tierras a los españoles (de donde al parecer habría surgido esa jerarquía), y que “la alta movilidad de los sujetos entre tierras de diversos propietarios (jefes) nos otorga una primera prueba de la flexibilidad en el ejercicio del cargo de estos ‘caciques’”, a partir de la cual “es de suponer que un gobierno centralizado y jerárquico no puede existir en el marco de este tipo de procesos” (Parisii 2003: 107).
Entre los arqueólogos, la única referencia al tema corresponde a Chiavazza, quien acepta la presencia de “formaciones de tipo cacical” o cacicazgos, que se habrían formado como consecuencia del “desarrollo extensivo y consolidado de sistemas agrícolas” entre 1300 y 1480 DC (Chiavazza 2001: 144, el destacado es mío) o por “los posibles procesos de intensificación” que se habrían producido por la fuerte actividad pesquera (Chiavazza 2013: 29). Con respecto al período incaico, ninguno de los autores mencionados identifica cambios organizativos que alteren los sistemas propuestos para los tiempos previos.

Contrastando ideas y evidencias
Los sistemas sociopolíticos preincaicos
El tratamiento de la complejidad social está vinculado con una serie de elementos, como la estratificación social, el sedentarismo, el tamaño de la sociedad, el crecimiento demográfico, la arquitectura de carácter no residencial, la producción de excedentes, la diversidad de roles especializados, la domesticación, los espacios públicos y la fijación de límites territoriales (Tainter 1988: 23; Dillehay 2006: 8). Es aceptable que el desarrollo desde los grupos cazadores-recolectores del Holoceno medio hasta las sociedades del período incaico conllevó un proceso de sedentarización, aumento de la población y cambios en el sistema de asentamiento-subsistencia. Sin embargo, no existen en el registro arqueológico local señales de especialización artesanal, de diferenciación de roles sociales, de almacenamiento y utilización de excedentes, arquitectura pública, etc., previas a la dominación incaica. Esto no significa que no existieran grupos totalmente sedentarios que hayan experimentado un aumento poblacional, integrado nuevas formas de producción de alimentos (como la domesticación de animales) y modificado sus pautas de organización social, económica y política, sino que no hay ninguna evidencia de que algunas de esas formaciones sociopolíticas puedan vincularse con lo que se conoce como “sociedad compleja”: no se han hallado poblados ni construcciones públicas, no hay tumbas elaboradas ni ofrendas o ajuares que puedan indicar diferenciación social (excepto una en el valle de Uspallata con elementos vinculables con grupos del Norte Chico chileno) (Schobinger 1974-1976), ni se observa una producción artesanal (cerámica, metalurgia, etc.) que permita suponer la presencia de especialistas en tiempos preincaicos. Por otra parte, existen datos documentales ya señalados sobre jerarquización de autoridades, propiedad de los recursos y herencia de los cacicazgos recogidos en la segunda mitad del siglo XVI que han sido extrapolados a tiempos preincaicos (Prieto 2000; Parisii 2003).
¿Pueden inferirse a partir de estos datos las características de las organizaciones políticas preincaicas de la región? Dados el escaso registro arqueológico regional y sus características, es comprensible que el tema haya sido tratado fundamentalmente por los etnohistoriadores. Como se ha mencionado, con respecto a los tiempos preincaicos, Prieto caracteriza la sociedad huarpe como
“esencialmente tribal”. Sin embargo, la falta de estratificación socioeconómica y la delegación de las funciones directivas en un liderazgo no hereditario propias de las organizaciones tribales (Kottak 2002; Chapman 2003) no son compatibles con el gran poder político y económico de los jefes huarpes, ni con la planteada jerarquización política regional, ni con la herencia del cargo de cacique dentro de la familia (Michieli 1963: 162-164). De hecho, ¿cómo se entiende que un grupo de 50 o 100 personas admita que todos los recursos son propiedad de sólo una de ellas? Parisii descree de esta presencia de gobiernos jerárquicos y centralizados, porque esta situación no sería compatible con la movilidad intergrupal de algunos individuos, registrada en un par de documentos. Pero esta posición contradice la propia propuesta de la autora (quien considera la presencia de pequeñas jefaturas en consolidación en el valle de Huentota coexistentes con sociedades lideradas por “cabecillas” o “grandes hombres”). Finalmente, Chiavazza acepta la organización de sistemas políticos complejos de tipo “cacical” a partir de 1300 DC, primero en función del “desarrollo extensivo y consolidado de sistemas agrícolas” (Chiavazza 2001: 144) y luego como resultado de procesos de intensificación basados en la pesca (Chiavazza 2013: 29); aunque en el primer caso no se presenta el sustento empírico de la propuesta, y en el segundo, las evidencias estarían dadas fundamentalmente por el registro de restos de peces y por la ausencia de restos arqueobotánicos en 22 sitios superficiales de la planicie en los que no existe control cronológico ni de procesos de formación (ver supra).
¿Qué sustento tienen los argumentos mencionados? Para los tiempos preincaicos no se observan las características generalmente asociadas a una organización de jefatura (organización regional multialdeana, estratificación social variable, jerarquía política, control centralizado de la producción, redistribución de bienes, capacidad de movilización de mano de obra a media o gran escala, etc.) (Earle 1997; Chapman 2003). El registro arqueológico preincaico no brinda indicios vinculables con estas características (especialización laboral, almacenamiento de bienes, arquitectura pública, etc.). Por lo tanto, no apoya la idea de la existencia de jefaturas en el área, y menos aún de cacicazgos. ¿Podría la presencia de un extenso sistema de acequias en el valle de Huentota (Ponte 2005) constituir una evidencia de la existencia de jefaturas preincaicas? Lamentablemente, este sistema hídrico ha sido reconstruido a partir de datos documentales coloniales y actualmente se encuentra cubierto por las calles y edificaciones modernas, y no se han identificado tramos que puedan ser analizados y datados arqueológicamente. Por lo tanto, no es posible verificar su antigüedad, sus características y alcance durante los tiempos preincaicos y los eventuales cambios operados en su diseño y funcionamiento durante el período incaico. Si se considera que los estudios isotópicos muestran un consumo importante de maíz en el valle de Huentota entre 200 y 500 DC, y muy alto hacia 1400 DC (Gil et al. 2014), y que posiblemente además de este cereal se cultivaran otras especies registradas en el área (calabaza, zapallo y porotos), parece muy probable que el sistema (cuya toma se encontraba sobre el río Mendoza, a más de 20 km de la actual ciudad de Mendoza) ya existiera antes de la anexión estatal y que, por lo tanto, no constituyera un aporte incaico, sino un medio indispensable para asegurar el aprovisionamiento de agua y la viabilidad de la ocupación humana en gran parte del valle. Por lo tanto, los canales observados por Bibar y los primeros conquistadores de la región pudieron ser resultado de trabajos agregados a lo largo de cientos de años, y no de una acción única. No obstante, cabe destacar que aun cuando este fuera el caso, en sí misma, la construcción de este tipo de obras no requiere necesariamente de la existencia de un poder regional jerarquizado, sino simplemente de la coordinación de tareas de distintos grupos (Hunt 1997).
Consecuentemente, es probable que, como indican algunas fuentes documentales (Canals Frau 1945: 88) y en concordancia con Prieto (y parcialmente con Parisii), se haya tratado en general de un sistema de vida aldeano disperso, con caseríos que reconocían un cierto liderazgo de uno de sus miembros. También es muy probable que ese patrón aldeano mostrara algunos casos de menor y otros de mayor concentración en los distintos sectores del área, aunque aún no haya pruebas arqueológicas de ello. ¿Y la evidente discordancia con los datos documentales? En mi opinión, tal conflicto es ficticio, ya que se origina en una equivocada extrapolación de información recogida por los españoles a situaciones previas a los grandes cambios ocasionados, en primer lugar, por la conquista incaica; y en forma posterior, por el reacomodamiento de los grupos locales (fundamentalmente de los sectores de poder, que aparentemente lograron conseguir imponiendo parte de sus privilegios).

La organización en el período incaico
Con respecto al período inca, los autores mencionados no establecen diferencias en los sistemas sociopolíticos huarpes. No obstante, se observan algunas modificaciones importantes en el registro arqueológico, entre las que se destacan la aparición de ajuares en las tumbas, la presencia de algunos objetos de metal que deben haber pertenecido a autoridades (como un hacha hallada en la zona lagunera y un conjunto de diademas descubierto en el valle de Uco (Rusconi 1940; Canals Frau 1950) y el cambio de la tecnología y el estilo cerámicos, que probablemente requirió la presencia de ceramistas especializados que pudieron ocupar un lugar importante en la sociedad local. Estos elementos coincidirían en cierta forma con los mencionados datos documentales, favorables a la existencia de jefaturas: a) la mencionada jerarquización política en ese valle; b) la estratificación social implicada por el gran poder político y económico de los caciques; c) la sucesión hereditaria del cacicazgo. ¿Son suficientes estos indicios para aceptar la existencia de jefaturas? ¿Por qué no hay señales arqueológicas de la evolución previa de las organizaciones sociales preincaicas y de su conversión en jefaturas? La clave parece estar en una evaluación general de la dominación incaica de la región.
La incidencia de la anexión incaica sobre los grupos huarpes ha sido generalmente subestimada. Por ejemplo, Parisii (2003: 89) argumenta que en este caso no hubo “tripartición de tierras” ni “grandes autoridades administrativas in situ, ni una gran influencia cultural, ni censos decimales de población”. En el mismo sentido, “la existencia de ‘acequias del inga’ y de tierras identificadas de igual manera, no implica mejoras reales en las técnicas de cultivo” (Parisii 2003: 100). Según Prieto (2000: 58), la dominación incaica tuvo “un carácter remoto y periférico”, pero introdujo algunas modificaciones, como “las mejoras técnicas de cultivo, el concepto de la tributación” y “la incorporación de la ganadería de la llama”. Por su parte, los arqueólogos desestimaron o subestimaron el control efectivo sobre las poblaciones ubicadas al oriente de la zona montañosa (Bárcena 1992; Cahiza y Ots 2005) y hasta tiempos muy recientes utilizaron un esquema organizativo (Lagiglia 1976) que asignaba a tiempos preincaicos (aproximadamente desde 1300 DC) el origen de la cerámica conocida localmente como Viluco, cuya producción comenzó en realidad en tiempos incaicos (lo que limitaba el efecto del período incaico a un simple refinamiento de su decoración y daba lugar a vincular esa fecha con el origen de los cacicazgos de los que da cuenta la documentación española) (Chiavazza 2001). La propuesta del origen incaico de esta cerámica (García 1996) trajo aparejada una visión más amplia de la dominación regional y de su extensión hacia las zonas bajas. En efecto, ya no se trataba de una mera “influencia” sobre el estilo alfarero local, sino de su reemplazo por uno completamente diferente. Otros reflejos de la dominación incaica son las palabras huarpes tomadas o derivadas del quechua, el cambio de forma de algunos artefactos (tembetás, puntas de proyectil, etc.), y la aparición de topus y otros elementos de metal (García 1999). La ausencia de evidencias vinculables con un poder centralizado (arquitectura pública, residencias que reflejen diferencias de estatus, depósitos, vialidad, etc.) admite una triple explicación: una falta (o escasez) de inversión en infraestructura acorde con la baja demografía y complejidad de la población local, la limitada extensión cronológica del dominio incaico local (quizás no mayor de 40 o 50 años) y la transformación o destrucción en los últimos 500 años de los pocos vestigios de aquella clase que pudieron haber existido.
Sin embargo, los cambios que más afectaron la vida de los huarpes seguramente fueron los relacionados con la organización territorial, social y política. Como ya ha sido señalado (García 2009), sólo dentro de un marco regulado por nuevas normas pueden comprenderse algunos datos documentales y las aparentes contradicciones con el registro arqueológico señaladas supra. Por ejemplo, la gran cantidad de caciques mencionada en los documentos locales parecería un resultado del reordenamiento de la población y de la necesidad de su control por medio de una jerarquía de jefes, mecanismos comúnmente utilizados en la expansión incaica (Rowe 1946). Cabe recordar que esta jerarquía incluía jefes de 10.000 personas (hunu curaca), de 5000 (pachca curaca), de 1000 (huaranga curaca), de 500 (pichca pachaca curaca) y de 100 (pachaca curaca), quienes solían transmitir sus cargos por herencia (Carrasco 1985: 140). Por otra parte, los curacas nombraban “capataces” para la organización del trabajo: pichca chunca camayoc (a cargo de 50 personas) y chunca camayoc (a cargo de diez). La creación de este aparato administrativo habría provocado una estratificación social impuesta por el nuevo poder político, no surgida de la evolución interna de las sociedades locales, que básicamente consistía en la separación entre una élite política y el resto de la población, y cuyo objetivo era optimizar la administración del trabajo y la producción por parte del Estado incaico. Considerando esta situación, es posible que la mención de numerosos caciques en los documentos se deba a la falta de diferenciación de esa jerarquía por parte de los españoles (todo curaca que hubiera retenido su cuota de poder tras la caída de los incas habría sido visto como “cacique”), quienes simplemente habrían distinguido entre los más poderosos (los “caciques de valle”), los comunes, jefes de un número variable de personas (“caciques”) y los de menor rango, subordinados a los caciques (“principales” o ayudantes, que probablemente fueran los antiguos camayoc organizadores del trabajo). Parte de este nuevo orden fue la apropiación de todos los recursos naturales y su pertenencia al jefe político (el Inca). De hecho, es esperable que, como medidas iniciales durante la anexión incaica, se haya procedido al censo de los grupos locales, a su relocalización (como se ha comprobado arqueológicamente en un caso cercano del sur de San Juan) (García 2007) y al reparto de tierras, decisiones básicas para garantizar el control de la producción económica y de la mano de obra local. La mención de tierras en las que se sembraba para el Inca (Espejo 1954 I: 18) constituye un reflejo de tal situación.
Con respecto a las “grandes autoridades administrativas” con radicación local, la mención de jefes de nivel regional (“caciques de valle”) parece ser una prueba válida de su existencia, aunque es probable que por encima se ubicara una autoridad mayor (que, según se ha propuesto previamente, podría tratarse de un funcionario diaguita chileno) (García 2009). Como es de esperar, dentro de la escasez de datos documentales sobre el dominio incaico local, es totalmente comprensible la ausencia de menciones a estas autoridades externas. Finalmente, en relación con la herencia familiar del cacicazgo, los datos son escasos y muestran una situación flexible (de padre a hijo, a otra persona si el hijo era menor, o a alguien de la línea hereditaria de un hermano si el cacique moría sin dejar descendencia) (Michieli 1983). La falta de información no permite saber si esta conducta hereditaria venía de tiempos preincaicos, pero teniendo en cuenta el escenario descripto, parecería simplemente deberse a la proliferación de caciques en época incaica y a la necesidad de asegurar el poder dentro de la familia como forma de facilitar el control de la jerarquía de jefes por parte de la organización estatal.

La situación prehispánica posincaica
Si se considera que entre la caída incaica (1533) y el primer contacto con los españoles (1551) pasaron casi dos décadas, es importante tener en cuenta los cambios que la nueva situación pudo traer aparejados. A las dificultades de abordar arqueológicamente el análisis de este período se suma la escasez de información deducible de las fuentes documentales. Caído el Estado incaico, los jefes locales mantuvieron la ideología impuesta por los incas como argumento para justificar su posición social y pasaron a ser los dueños de la tierra y sus recursos (antes pertenecientes al Estado). Sin embargo, ya no existía un real poder centralizado que fuera capaz de imponer su presencia, de controlar la localización de la gente y su trabajo, de dirigir la producción hacia la generación de excedentes, etc., por lo que debe haberse experimentado un período de gran desorganización y reacomodamiento. No es extraño, entonces, que varios indígenas decidieran cambiar de lugar de residencia y que participaran de esta movilización grupos enteros relocalizados anteriormente por la dirigencia incaica. Tal sería el caso del cacique Goaymaye y sus indios, que habitaban unos arenales y algarrobales lejanos y luego se trasladaron a las tierras de Anancat, más tarde se extendieron hacia las de Peipolonta, y finalmente, en la época de la fundación de Mendoza, se movieron “más abajo”, hacia las de Tantayque, a cambio de una “oveja de la tierra” –llama– (Parisii 2003: 139-140). Esto no es reflejo de la “flexibilidad” del poder político de los caciques preincaicos (Parisii 2003), sino del menguado poder de los jefes posincaicos y del cese de funcionamiento del sistema administrativo impuesto por el Estado. Este es el cuadro que en definitiva observaron y transmitieron los españoles, uno muy diferente al de la época incaica y al de los tiempos previos a la anexión estatal.

CONSIDERACIONES FINALES

El análisis integral de las interpretaciones sobre la economía y la organización sociopolítica huarpe a la luz de la información documental y arqueológica disponible ha permitido detectar algunos puntos de interés para el avance del conocimiento sobre el tema.
a) Si bien constituye un aspecto que frecuentemente forma parte de las interpretaciones arqueológicas económicas y sociales, no existen en el centro-norte de Mendoza indicios (y menos aún evidencias) de procesos de intensificación, tanto por la cantidad y calidad de los registros disponibles como por la ausencia de control cronológico de los cambios que pudieran utilizarse para argumentar tales procesos. En cambio, parecen haberse confundido con “intensificación” algunos cambios en el sistema de subsistencia, como el simple uso más extensivo de los recursos locales (Arnold et al. 2004).
b) En relación con la organización sociopolítica de las sociedades de la región, la información parece indicar que, si bien el aumento demográfico y los consecuentes ajustes organizativos que debieron existir en la Era Cristiana hasta la conquista española pudieron implicar de algún modo una mayor complejidad, no se observan las características propias de una “sociedad compleja”. Las evidencias parecen confluir en la existencia de una organización de tipo aldeano en la época preincaica, con diferencias de cantidad y concentración de las viviendas y la población según las distintas zonas.
c) Los datos que podrían utilizarse para argumentar a favor de la existencia de jefaturas (posesión de los recursos por parte de los jefes, herencia de los cargos de autoridad y jerarquización política en el Valle de Huentota) responderían en realidad a los cambios impuestos por la autoridad incaica para controlar el trabajo local, lo que habría dado como resultado la aparición forzada y en un corto plazo de jefaturas sui generis. Contra la opinión de Parisii, estas habrían sido gobiernos centralizados y jerárquicos, en los que además es posible que existiera una cierta estratificación social igualmente impuesta: autoridades de distinto rango, especialistas (ceramistas, encargados de registros, técnicos en obras hídricas, etc.). Sin embargo, una vez caído el Estado incaico habría ocurrido un reacomodamiento social, económico y territorial, luego del cual sólo habrían sobrevivido algunas de las transformaciones introducidas por los incas (fundamentalmente, la posesión de la tierra por parte de los jefes y una gran cantidad de “caciques” de distinto rango), que fueron transmitidas por la documentación colonial temprana.
d) La contradicción entre el registro arqueológico y las fuentes documentales es sólo aparente, ya que básicamente se debe a la forzada extrapolación a tiempos anteriores a la anexión incaica de información que parcialmente sólo podía retrotraerse al período incaico. En unas pocas generaciones (ca. 1480-1561), los huarpes atravesaron cuatro situaciones muy diferentes, marcadas por dos conquistas y una etapa intermedia. Aunque en la actualidad no podamos discriminar el registro arqueológico y documental correspondiente a cada una y obtener las precisiones cronológicas deseadas, es importante considerar este escenario como punto de partida para una mejor interpretación de los datos disponibles y para guiar la búsqueda y utilización de nuevas evidencias sobre el tema.

Agradecimientos

Este trabajo se realizó en el marco de proyectos financiados por CONICET, CICITCA (UNSJ) y SeCTyP (UNCuyo).

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