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Revista argentina de cardiología

versión On-line ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. v.74 n.1 Buenos Aires ene./feb. 2006

 

Los navegantes de la sangre azul. El arte de Pedro Cossio

Jorge C. TraininiMTSAC, 1

MTSAC Miembro Titular de la Sociedad Argentina de Cardiología
1 Hospital Presidente Perón

Dirección para separatas:
Brandsen 1690 - 3º "A" 1287 - (1287) Buenos Aires
e-mail: jctrainini@hotmail.com

"El artista es menos instintivo en su defensa ante sus semejantes. Todo su brío, su esfuerzo, estriba en encontrarle intemporalidad al arte. El resto de los hombres, en cambio, busca una ilusión que no tiene futuro, la intemporalidad de su existencia." (1)

Deambulo por la plaza Bernardo Houssay, antaño emplazamiento del Hospital de Clínicas de Buenos Aires (Figura 1). En su centro queda disimulada la ofrenda de delirio gris que se desplaza por las calles, adláteres ofuscadas de su quietud. En esa traza con crónicas que olvida el sentido y atesoran las piedras, se percibe en el sosiego el aroma resguardado de la infinitud. Es allí, donde el arqueado ramaje con sus peldaños al vacío, tenuemente delata al tiempo en un leve balancear. En sus cimas, las brisas suelen entonar, al filtrarse entre las gigantescas cuerdas aladas que penden de los troncos. Traen viejas historias de navegantes del río que la ciudad ocultó y luego fue olvidando, con la misma celeridad que sus murallas se erigieron destronándolo de la vista.


Fig. 1. Hospital de Clínicas de Buenos Aires, habilitado en 1883 y demolido en 1974.

Eran otros tiempos, allá por 1930. Si bien al decir de Berdiaev, luego de la Primera Gran Guerra se había ingresado en una nueva Edad Media, todavía en esa década se percibía en la ciudad la saga de ese aire romántico del siglo anterior. Esa fragancia a puerto sin sal, que a despecho de no corroer la madera y las osamentas, sólo esparcía a su paso el sueño acumulado de los inmigrantes apiñados en los muelles.
En los anuncios de la época se auspiciaban medicinas, algunas provocativas. "Nucleodyne", zumo vital proveniente de la potencialidad del toro para las deficiencias glandulares. El té hepático "Vibaver". También la "Herculina", combatiente contra la falta de vigor masculino. Momentos en que la novela de Héctor P. Blomberg "La mulata del restaurador" prometía ser el éxito literario. Eran tiempos en que el precursor tango "orillero", mezcla de candombe, habanera, milonga y tango andaluz, invadía los arrabales incorporando letras sentimentales que describían las calles, los suburbios y el amor; atrayendo como un ábside los consuelos para la gran depresión económica que llevaba a los hombres a migrar desde el campo a la ciudad.
Eran situaciones donde el médico se debatía como un gladiador. Su pertrecho era el intelecto. Entre él y el enfermo sólo moraba la "tekhne iatriké" engalanada por la siempre virginidad del arte. Ni tecnologías ni demasiadas medicinas se interponían en su reflexión. Exploraban los cuerpos con la armadura de las sensibilidades. Y de la palabra como una diadema fundamental. Una brújula prodigiosa para conocer y aliviar el martirio del dolor.
Los hombres solemos no aceptar el testamento de la memoria. Viajamos por su imaginación. Nuestros fantasmas se perpetúan y el recuerdo se transforma en la sombra de la conciencia. El solo hecho de "haber sido" nos reitera irremediables. Por eso amamos la desmemoria. Únicamente ella nos restituye a la plenitud de vivir los nuevos hechos como si fueran originales. Esa mezquindad que tiene el olvido acostumbra a posesionarse de lo arcano y difuminar en la incertidumbre a los hacedores. A los detalles exaltados en la fiebre de la idea.

De improviso me abstraigo de mis recovecos inquisidores. Veo ingresar por los fondos del viejo Hospital, los que dan a la calle Paraguay, a dos hombres de blanco con una camilla, tapada por un lienzo descolorido que en algún pasado instante alardeó de oscuro añil. El bulto denuncia un cuerpo pequeño. (2) Se conducen rápidamente. Pasan a mi lado sin advertirme, como si perteneciéramos a dos tiempos diferentes en un mismo espacio. Van con las barbillas inclinadas contra el pecho, espiando furtivamente a los alrededores, con el ansia de no ser descubiertos. Tratan de parapetarse en las sombras incipientes de la tarde que los muros dibujan contra el suelo. Alguien más, en el dintel de un pórtico, los ayuda a introducirse en el sigilo de una idea extemporánea. Desde las alturas que suelen custodiar las ignominias de la existencia, siento deslizar una sentencia que rumorea imperceptible a su paso, estar adelantado en el tiempo lleva la cruz de la incomprensión. Uno de esos hombres es Pedro Cossio. (*) A los treinta y dos años supo de ese juicio toda su vida (Figura 2).

Fig. 2. Retrato a lápiz de Pedro Cossio. Autor: Dr. Francisco de Pedro (2005).

Rescato ese aliento anónimo. La observación me devuelve a la luz del instante en que poseyeron la idea como a un camafeo, con la virtud exaltada por la pasión. Las sociedades con su progreso suelen olvidar a los hombres, pero intentan preservar el valor agregado de la recompensa. La crónica no resguarda al interior del forjador, al sufrimiento impuesto por la creación.
... Transcurrían otros tiempos, allá por 1930. El aliado del médico paradójicamente era el propio enfermo. Entre ambos se constituía el sentido justo e inalterable del "ars médica", donde la creatividad individual permitía avanzar en una acción inocente y diáfana. Donde el artista en cualquier oficio representaba la supremacía del alma, sin los atisbos de una sociedad que se fue invadiendo de ese delirio gris para robarle la frescura a las intenciones de ayudar al hombre frente a la muerte. Eran tiempos aletargados y de palabra, pero no idílicos. No dejaban de lado las sospechas y las intrigas por el ingenio de aquellos seres distintos. Los hacedores.

Un joven médico alemán, Werner Forssmann había tenido la osadía. Venía del Hospital Augusta-Viktoria-Heim de Eberswalde. En su mente estaba la idea madura; el lugar no era el adecuado. Como ayudante de E. F. Sauerbruch se trasladó al Hospital de la Caridad de Berlín, donde reinició sus investigaciones pero ahora fallaron las circunstancias. La jerarquía le espetó que "aquello era una clínica, no un circo". Emprendió con sus ideas un nuevo destierro, esta vez a una institución en las afueras de la ciudad. Un día de 1929 introdujo una sonda ureteral embebida en aceite de oliva unos 65 cm a través de la vena cefálica izquierda en su propio brazo. (**) Subió caminando tres pisos hasta la sala de rayos para comprobar la posición del extremo del catéter. Por primera vez una guía exploratoria humana se depositaba en el corazón. (3) En 1956, Werner Forssmann, André F. Cournand y Dickinson W. Richards recibían el Premio Nobel por el desarrollo del cateterismo cardíaco.
En relación con la historicidad del tema, hay una experiencia inédita de comunicación verbal. Unger, luego de la experiencia de Forssmann, le refirió a éste haber realizado un cateterismo similar al Dr. Bleichröder en el año 1912, sin control radiológico. (4)
En los avatares de las crónicas, el azar hiere sin memoria, despojado de tolerancia. Historias paralelas se vuelven asimétricas. Una permanece en la superficie del recuerdo, la otra en el linde con el olvido.
Al momento en que el desliz secreto de la camilla con la reducida prominencia correteaba por los aposentos del viejo hospital, me parecía contemplar el instinto de la creación batiéndose a duelo contra el desmerecimiento que suelen establecer las potestades. Las ráfagas de un viento brioso y repentino acicalaron mi rostro, en una comunión con el éxtasis que esos hombres debieron sentir esa tarde en la fragua de sus ideas.
Indiferentes a los transeúntes que descuidadamente cruzan este pasaje, vislumbro en el vacío inmutables testigos de la comparecencia del paso de la vida. Lentamente, al abrigo de los muros de la capilla que subsiste en la plaza desde los viejos tiempos, regresan a la equidad los navegantes de la sangre azul. Aquellos que hicieron la epopeya, pero no fueron anunciados.
Luego de Forssmann, en un lapso breve para un mundo más sosegado, en este mismo lugar que hoy es un paseo, Pedro Cossio, Tiburcio Padilla e Isaac Berconsky produjeron en 1932 una serie de investigaciones notables que dieron origen a cuatro publicaciones. (4-7) Ya no fue en ellos la simple curiosidad de introducir una sonda para que viajara hasta el centro del pulso, como una exploración de factibilidad. Navegaron como adelantados por la sangre oscura de las venas hasta arribar a la cavidad cardíaca más próxima, al atrio derecho. Pero fueron más lejos en dicha travesía. Esos catéteres ureterales perseguían otros fines. Implicaron como lo denominaron en sus escritos "Sondeos del Corazón", las primeras referencias del cateterismo cardíaco derecho. Pioneros en la conquista de la sangre azul, llevaban en sus alforjas otras pretensiones, las promesas de fármacos y la tentación de mediciones para desentrañar la inteligibilidad no revelada de ese órgano inabordable en aquellos tiempos. (***)
En la primera de sus publicaciones (4) se rescata un párrafo notable por lo creativo. Textualmente expresa: "preferimos la punción simple de la vena a través de la piel con una aguja... cuya luz sea suficiente para permitir el paso [de] la sonda". Este concepto vertido en 1932 fue desarrollado muchos años después. Las propias palabras de los autores eximen de comentarios afines en relación con la impronta histórica.

En ese Buenos Aires parisino, que aún albergaba intimidad de coloquios hasta las lunas más altas de la noche, la sordidez hacia aquellos que imaginaban con el trabajo fatigante la conquista del corazón enfermo, preparó la celada para que entre estos navegantes y el joven alemán Forssmann la simetría histórica se quebrara. Como una afrenta a la idea, a la creatividad y al esfuerzo alguien se interpuso. Este hecho los asemejó a Forssmann, pero los divorció del reconocimiento mundial. Y ya no fue posible, luego de las primeras experiencias, la continuidad. Lo imprescindible, el aparato de rayos, para consumar la epopeya les fue negado. Los fondos del hospital vieron desaparecer a esos hombres. A lo clandestino que ostentaba lo sublime se le arrebató la victoria con la desnudez de la ceguera. Ellos, que habían avanzado ya no como navegantes exploradores sino con el cincel del artista para esculpir una nueva posibilidad en el órgano batiente, se vieron detenidos por el poder que construye la ética a su mediocridad, lejos de la racionalidad y del respeto a los hombres que surcan ideologías.
Años después, uno de los premiados con el Nobel en 1956, André Cournand le manifestaba al mismo Pedro Cossio que él no hubiese ganado dicho premio si los argentinos no hubieran dejado de trabajar. (8) Un reconocimiento del que nadie se haría cargo. Ni culpa.

No se rindieron. Uno de ellos, Pedro Cossio, llevando su idea hacia el otro tronco del oficio médico, hasta la cirugía, regresó con una inspiración inmensa. Tuvo un aliado, el cirujano Isidro Perianes.
Corría 1949. Don Pedro, al decir afectuoso de sus discípulos y ya maestro de la cardiología argentina, pensaba ávidamente, desesperado por rescatar a pacientes con pulmón cardíaco. La falla ventricular izquierda reiteraba en esos enfermos el edema agudo de pulmón extenuante hasta llevarlos a la muerte. El corazón derecho con su válvula tricúspide continente representaba una muralla para la descompresión de la hipertensión pulmonar. Los enfermos ahogados se debatían, aprisionados sus pulmones entre los dos ventrículos. La observación del martirio de estos enfermos imantó a Cossio. De él surgió la idea diferente, porque los recursos utilizados hasta el momento no alcanzaban. Sangrías y ligaduras de miembros eran incapaces para solucionar el drama. El artista médico se enfrentaba a hechos terminales. Dolorosos.
Alguna vez, abstraído entre los pabellones que ocupaban esta plaza, la luz nacida de su mente tuvo el destello necesario para originar la proeza. ¡Volver insuficiente al ventrículo derecho hendiendo la válvula tricúspide! La imaginación tuvo la materialidad necesaria para acercar la idea a la estructura. Cossio y Perianes lo fraguaron. Un vástago que llegara a ella, la sujetara y la cortara cumpliría ese propósito. Un segmento de metal apenas curvado en su punta, con un mecanismo para amarrarla en forma de gancho, que protegiera a la cuchilla y que volviera insuficiente a la tricúspide al accionarlo en retroversa, eran las pautas.
El aparato precursor en un dibujo esquemático, histórico y hoy perdido, que incluía las dimensiones y calibres necesarios del prototipo, de acuerdo con las investigaciones realizadas, le fue entregado por Cossio a un fabricante local para su construcción. Incluía los imprescindibles detalles quirúrgicos observados por Perianes (Figura 3).


Fig. 3. Valvulótomo intravascular tricuspídeo de Cossio (1949). Dibujo del Dr. Francisco de Pedro (2005) de acuerdo con la rememoración del Dr. Isidro Perianes correspondiente al año 1987.

Invierno de 1987 en el antiguo bar "Los Estudiantes", situado en una esquina de la calle Córdoba, pero ya frente al nuevo Hospital de Clínicas. Tarde de garúa para ese encuentro entre dos cirujanos, Francisco de Pedro e Isidro Perianes. El primero, un noble restaurador de pasados; Isidro, un participante de la hazaña. (2) Este último relata, invadido de nostalgia, la ocurrencia de Pedro Cossio, ya fallecido al momento de la entrevista. De los esfuerzos para rescatar a esos enfermos a través de su inteligencia en medio de tanta oscuridad. De la necesidad de escindir la válvula tricúspide para desagotar de presión a los pulmones.

Ambiente expectante de quirófano. Contra una pared de opacos mosaicos blancos, en un negatoscopio, radiografías de tórax del paciente indican a los artífices las distancias calculadas para la navegación del instrumento.
El cuerpo semisentado y jadeante refleja en la mirada desorbitada un ruego de misericordia y alivio. Perianes diseca en su cuello la vena yugular derecha con el fin de que le permita un acceso directo al objetivo y disimule de esta forma la falta de elasticidad del primitivo valvulótomo intravascular tricuspídeo de Cossio. Llegado a su destino, intenta enganchar la valva y arponearla para provocar la regurgitación. Mientras tanto, Pedro Cossio ausculta el foco tricuspídeo con todos los sentidos puestos en su sensibilidad de semiólogo.
Aún se pueden presentir en la oquedad del olvido los breves diálogos susurrantes entre ambos llenos de expectativas, pero inundados de emoción. La idea ya es acción. El hecho espera.

— ¡Isidro!, no se cortó la válvula. ¡Intentá de nuevo! Tengo auscultación normal.

El cirujano asiente con la cabeza. Desde el mango abre y cierra con un perno, repetitivamente, el mecanismo de corte dejando libre la cuchilla para lograr su cometido.

— ¡Éxito!, Isidro, ¡éxito! Siento soplo de regurgitación... Dum-Pffff... Dum-Pffff... Concluimos.

No hay tiempo para estrechar el entusiasmo, antes de la tensa espera en la vigilia de las complicaciones. Cossio preocupado en los signos del paciente, Perianes observando la mesa de instrumental preparada para la eventualidad de invadir el tórax en caso de una hemorragia. Unos minutos más y el matiz de los gestos de los dos navegantes recién transmutan satisfacción. El enfermo mejora, lentamente recupera su aire.
Poco tiempo después, en una revista extranjera se dio a conocer la experiencia argentina con este método en los cinco primeros pacientes. (9)
Vuelvo a vislumbrar raudamente la camilla con el bulto cubierto, los hombres de blanco y el cómplice de la acción -el gallego de fisiología-, que los espera para conducirlos a la sala de rayos. Todos trabajan en el cuerpo ahora descubierto, un perro adormilado, a quien se le inserta una herramienta por su sangre azul que busca ese corazón para llegar a la comprensión del humano. Eran pioneros y por tal los otros descreyeron de sus ideas, al ser esas investigaciones interrumpidas por el director del hospital por considerarlas "peligrosas e inconducentes". (2, 8) Allí se quebró el paralelismo con los otros navegantes, aquellos que llegaron al Nobel.

Los sueños fueron interrumpidos. Pero la hazaña estaba consumada. La falta de una crónica acentuada no invalida la virtud. El derrotero que se había iniciado sería de caudal incesante. Estos navegantes de la sangre azul enarbolaron la pañoleta más alta, la de la consigna de que sin imaginación no hay ciencia. La acción de ese 1932, a pesar de ser fulgurante, tiene el carácter de prodigiosa. Impusieron la audacia artística al servicio de la necesidad de los enfermos. Todavía hubo tiempo para que en 1949 se profundizara la epopeya. Ya no fue un hecho exploratorio, ni siquiera una búsqueda adicional de conocimiento, sino una idea eminentemente precursora de la terapéutica sofisticada que hoy se ejecuta a diario. Esos canturreos que bajan de lo alto intentan regresar al mérito de la remembranza, soslayada injustamente por el progreso que olvida la imaginación y creatividad inicial que les dio principio. Ellos poseyeron el arte y la laboriosidad. La dignidad de "ser". La historia de las recompensas suelen ser escritas por el azar de las geografías y de otros hombres.
Hay antimemoria en este delirio alado y gris que ocupa nuestro tiempo. Es como si el único sentido posible de la existencia fuese el futuro. Me alejo de esta plazoleta Bernardo Houssay. Tengo el anhelo de que esta pausa en la meditación nos devuelva la fidelidad del recuerdo. A esa preocupación virginal y cristalina de aquel que lucha junto al enfermo, frente a la muerte.
De pronto, un estremecimiento me recorre. Una sombra disimulada un reflejo imperceptible se desliza dejando la estela de la intemporalidad del arte.

Agradecimientos
Al Dr. Pedro Ramón Cossio y al Comité Editorial de la Revista Argentina de Cardiología por el honor de esta responsabilidad. Al Dr. Francisco de Pedro por sus rememoraciones y dibujos entregados desinteresadamente.

Aclaración
En esta crónica lo único imaginario es el autor. Lo vertido es trabajo de investigación real.

Notas

(*) Pedro Cossio. Nació en Tucumán (1900), falleció en Buenos Aires (1986).

(**) Forssmann prefirió el aceite de oliva para que, en la eventualidad de una embolia de pulmón, los fermentos liposolubles pulmonares actuaran mejor. (4)

(***) En sus indicaciones incluían: a) administración intracardíaca de drogas (estrofanto, digital), b) sangría central, c) introducción de rivanol, violeta de genciana o mercurocromo para las endocarditis, d) obtención de sangre de la vena renal, e) análisis de gases en la aurícula derecha, f) introducción de yoduro de sodio para angiografía de los vasos pulmonares, g) determinación del volumen minuto, h) mediciones de presiones intracardíacas. (4)

BIBLIOGRAFÍA

1. Trainini JC. El pensamiento crucificado. Buenos Aires: Ed Magíster Eos; 2004. p. 51-2.

2. de Pedro F. Comunicación personal. Entrevista con el Dr. Isidro Perianes. Invierno de 1987 en la ciudad de Buenos Aires.

3. Forssmann W. Nachtrag zur der Arbeit. Klinische Wochenschrift 1929;42:2287.

4. Padilla T, Cossio P, Berconsky I. Sondeos del corazón I. Técnica. La Semana Médica 1932;2:79-82.

5. Padilla T, Cossio P, Berconsky I. Sondeos del corazón II. La vena cava superior y el borde derecho de la sombra de proyección de los grandes vasos de las bases. La Semana Médica 1932; 2:391-6.

6. Padilla T, Cossio P, Berconsky I. Sondeos del corazón III. Determinación del volumen minuto circulatorio. La Semana Médica 1932;2:445-8.

7. Padilla T, Cossio P, Berconsky I. Sondeos del corazón IV. Diversos tipos de circulación periférica. La Semana Médica 1932;2:645-7.

8. Cossio PR. Comunicación personal.

9. Cossio P, Perianes I. Surgical treatment of the cardiac lung. JAMA 1949;140:772-6.

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