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Revista argentina de cardiología

versión On-line ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. v.76 n.2 Buenos Aires mar./abr. 2008

 

Elegía a Alceo Rafael Barrios

Sucede cuando la muerte acaece brutal, inesperada, maliciosa. Entonces ella establece un límite incierto con la existencia real. Esta geografía pequeña y de tiempo fantasmagórico... Alceo... es la que me permite hablar contigo. Encuentros que parecían fútiles y de cualquier momento, hoy creo imaginar que son una prolongación más de ellos. Aún rebelado de aceptar una última imagen tuya, puedo decirte estas palabras que nunca percibimos que estarían caladas de tristeza. Tú te repetías en eso de servir insaciable al destino. De seguir desgajando tu armadura a los sacrificios continuos ¿intranscendentes? de la vida. Te adentrabas a ese ímpetu avasallador e incansable en busca de ser y advertir de tu presencia. Ahora, con la distancia huyendo entre nosotros, quisiera despertarte. Y retirarte de la justa a que te sometías sin reservas. Eras un gladiador diario. Honesto, profundamente convencido en eso de honrar a la existencia. ¿Por qué nunca resignaste ser el caminante tenaz, ansioso de las ofrendas? No sabías huir del destino. De ese farsante que nos embauca y cautiva. De ese impostor atormentado por su propio final. El culpable de horadar el sentimiento, disipando nuestras instancias de ser sólo el presente.

¡Si no tuviésemos "yo"! ¡Si pudiésemos transcurrir como la materia más elemental o las criaturas sin conciencia predeterminada del destino! Entonces me entregaría a este sol y al delirio gris de los hombres y no tendría temor de ejecutar mis pasiones. No necesitaría soñar o escapar de la realidad. Sería capaz de transitar la historia sin lápidas y llegaría al futuro sin fraudes.

Huyo y este mundo me pertenece. Procede de mi visión y de mi piel. De la intransigencia de creerme único para soportarme. Este cosmos indefinido ve cursar a los hombres con sus emociones oscilando entre culpas y comprensiones. Sólo el orgullo nos mantiene incólumes sabiendo que somos seguros condenados a la indiferencia genuina del viejo ejecutor.

¡Cómo no poder prolongar la placidez de la inconsciencia hacia la turbulencia de lo mundano! Embriagados de esa quietud indiferente. Emancipados de toda atadura a lugares y personas. Ser desgarrados únicamente por el hálito a olvido que declina sobre nuestros cuerpos el tiempo al devolvernos a la luz. Permanecer liberados de la tierra y sus circunstancias para ser algo de esa nada fundacional. Aquella que debió tener el mundo antes de ser.

Sé que huimos de nuestro propio destino hacia tierras tan extrañas como éstas. La senda está llena de nosotros con las mismas emociones y sentimientos. Desprovistos de toda memoria, los hombres suceden imaginarios. Sólo es real la génesis y la muerte. Luego ilusionamos erróneamente en la vida para intentar perpetuarnos. Por eso la muerte conmueve hasta las lágrimas. Lo sabíamos. Lo habíamos hablado un mediodía con el sol vertical que volvía más prominentes a las cúspides de Luján. Bajo una esfera infinita y lúcida. Abismal. Una cúpula que encierra su significado en la intriga. También nos preguntamos por el sentido. Ahora sé que nunca pudiste renunciar a ser un guerrero astral. A trepar cada amanecer a ese sueño de conquistar el siguiente. Creo recordar que en aquel día bajaste tu tez morena y en un balbuceo de dos o tres palabras aceptaste la coincidencia. Luego te perdiste en las callejuelas que bordean la Basílica. Como siempre... salvo que no sabíamos que por ellas también se iba el tiempo, el verdugo que a veces se adelanta a nuestra propia sombra.

Jorge C. Trainini

Por el Comité Editor de la Revista Argentina de Cardiología

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