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Revista argentina de cardiología

versión On-line ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. vol.82 no.3 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2014

 

CRÍTICA BIBLIOGRÁFICA

Permiso para morir: cuando el fin no encuentra su final

Textos De E. Cross, D. Muzzio, A. Pradelli, A. Cerri, S. Olguín, R. Coler, A. Laurencich, M. Niro, V. Cosin, P. Kolesnicov, S. Budassi, A. Magnus, D. Flichtentrei. 1.ª ed. Olivos: Marketing & Research; 2014, 230 Páginas.

 

"Permiso para morir" aborda un tema trascendental del hombre: la muerte, precisas historias cotidianas se enhebran en negaciones de ella y de la dignidad humana en su aceptación. También nos alerta del iluminismo de la razón que asiste a la muerte con su habitual traje abstracto, frío y calculador, desconociendo que el hombre es un ser arrojado a la muerte, con el consuelo del afecto, el verdadero milagro que podemos hacer por el "otro".

CONCIENCIA Y MUERTE

La tragedia proviene de la conciencia humana cuya comprensión de la muerte es el tema fundamental del hombre. Solo ella advierte en el universo que morir es dejar de ser. La muerte no puede considerarse un problema al serle asignada la característica de irreversibilidad que la convierte en una resolución del ser, propia, intransferible, insoslayable y extrema. Con su connotación absoluta de inevitable premeditación la muerte no es de interpretación técnica, sino filosófica, en cuanto su pregunta ¿qué es el hombre? se halla más allá de todo racionalismo científico. Para la conciencia humana es el acto central. Sin ella la existencia sería absolutamente diferente. La muerte termina rigiendo todo el comportamiento humano y transmutando a la vida en imaginaria e infortunada. Ella ha motivado una acción ciclópea del "ser hombre" para sostener el destino del noser. Sobre esta realidad se han edificado corrientes, dogmas y sistemas con el solo fin de hallarle una explicación a la conciencia de la muerte que se encadenan desde la religión a la ciencia, fetiches de la historia. Otro componente esencial, el arte, fue el gesto más refinado en el intento de lograr una vigencia humana posterior a la muerte. Tan solo con la filosofía puede ser indagada desde la conciencia alta, custodiada de ética, estética y moral, los productos humanos más dignos, para lograr que la muerte individual, inmanente e intransferible, complete la autenticidad del ser y se abra a la libertad del no-ser. La muerte, con esta insinuación, no se agota en una interpretación técnica. La conciencia de ella hace trágico al hombre al acompañarlo por siempre, a pesar del comportamiento de sobreponerse a la muerte de los otros, porque nunca piensa en su propio final. El dominio de la tekné iatriké, los estoicos, los epicúreos y las religiones intentaron solazar la realidad incomprendida de la muerte, en la que hoy incurre la posmodernidad con su caída en la novedad fragmentaria y cambiante de una vida comunicacional y tecnocapitalista. La ciencia, transformada en la herramienta del poder, usurpa el maquillaje de la imaginación especulativa, cercenando a la realidad humana. Este grado de conciencia sobre el tiempo y la muerte, injusto y artero de la evolución, adolece de explicación porque desagua en el no-ser al mismo instante de su nacimiento. El hombre ya está anciano para la muerte al momento de su origen. El hombre es un ser para la muerte, al decir de Heidegger.

El eros y la muerte rigen el pulso de la vida humana, alquimia que junta al instinto en su acto, con la desesperación de la conciencia. Instinto que regresa con brío para poder sobreponerse al cansancio existencial, al pesimismo que declama por saber de la muerte como cierre del ser y poder soportar los conceptos determinantes en la vida del hombre, el origen y el fin, ambos dados por su estado de conciencia. Aparecido el ser, es arrojado a un proyecto de posibilidades de vida que desaguan en el único destino certero: la muerte, la que resuelve intransferible en cada hombre. Se debe aceptar el existencialismo con nuestra actual conciencia. El límite natural de esta no acepta ningún sesgo en la amplitud que va del optimismo al estado de escepticismo. Mientras tanto eros y muerte seguirán enardeciendo a los instintos y sojuzgando a la razón.

El paso del tiempo y la tragedia de la muerte estuvieron siempre presentes desde el primer acto de la adquisición de la conciencia. A medida que se intelectualizaba fue cambiando el ropaje, pero la esencia de la angustia que producen ambos conocimientos ha permanecido inveterada. Paradójicamente, a pesar del despertar racional, la conciencia no cesa de estar imbuida de lo metafísico, una máscara de aquella ignorancia de la cual había intentado escapar en sus tiempos de animal pleno. El hombre no desea sufrir. Se evade. Tampoco quiere desaparecer. La religión ya no le suprime esta sensación y la posibilidad se ha ido replegando. Las historias de los dioses han sido contadas por los propios hombres. Hoy estos contemplan su aventura, sin comprender el fundamento de tener que soportarse como seres lúcidos, inválidos de mayor clarividencia. De la muerte solo conocemos su suceso físico, lo cual sume al hombre en la contradicción de saber de su muerte y no cercenar al "yo" en su ilusión final.

Ante un hombre que se tolera con artificios, el cuerpo ya no puede sostener la existencia, la conciencia última puede dignificarlo en el acto final. La moral de las religiones al impedir ingresar a la muerte por la propia voluntad es extraña a este hombre que se ha sobrepuesto a toda la angustia que le acarrea su ignominia; que ha soportado lo infausto de convertirse en un "ser para la muerte", cuyo objetivo injustificado le ha sido vedado por el misterio y que pretende enajenarlo hasta sus últimas consecuencias con una fe dogmática.

"Permiso para morir" nos conduce al ser auténtico. Transparenta la realidad de la muerte que termina al ser existente, no a su libertad, aunque esta sea la última contradicción que nos depare nuestra propia conciencia en respuesta al origen, sueño y destino de los hombres.

La filosofía para los griegos era el arte de prepararse para morir. Ella se adentró en la tragedia y llegó al extremo de una sinceridad brutal al contemplar al hombre solo en un universo infinito sin explicación plausible, con la posesión de una conciencia limitada, sin justificación para semejante desatino. Sócrates al bajar la filosofía desde el mito a la tierra y entender a la razón como el patrimonio del hombre ha sido un gran irónico al dejarnos la tragedia del "ser auténtico", el hombre reflexivo de su realidad. Opuesto al que se abraza a lo inauténtico, con la vida tomada como una "feria de novedades"; al que ignora que es poseedor de una conciencia infortunada.

Jorge C. TraininiMTSAC

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