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Revista argentina de cardiología

On-line version ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. vol.84 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Apr. 2016

 

Ilustración

DANIEL CORVINO
(Artista plástico argentino contemporáneo)

 

Daniel Corvino nos habla de la actualidad urbana a través de una propuesta generosa y transparente, pero su temática nos lleva a la profundidad de tener que discurrir sobre la historia humana. Estas obras se hallan en la línea de los artistas que se subieron a la vocación de denunciar el sufrimiento plural de la sociedad bajo manejos de un poder que construye la verdad del régimen a su necesidad. A expensas del muestreo permanente que exhala la historia, estas consideraciones de clases sociales postergadas, abalanzadas a las urbes para subsistir, continúan acrecentado injusticias que son disfrazadas en su verdadero humanismo. El artista exhibe un uso del espacio en que la delación retroalimenta la visión de los escombros de la historia que se fueron haciendo inocultables e intolerables. Hay en su obra dos vertientes, las protestas que alertan de la necesidad de entender a estos procesos sociales como una responsabilidad ética, y las tareas precarias, insalubres, despreciadas, que obligan a una integración dentro de un marco de reconciliación entre los hombres. Esta presentación, de intensidad cromática y textura vibrante, no le va en zaga a la revelación social. En su pintura se halla la exaltación de lo masivo, de la ocupación de los espacios por las grandes masas humanas que el hombre vio crecer con este progreso histórico "inadecuado".

TODO LO QUE EXISTE TIENE UNA INTELIGENCIA PARA EXISTIR

El hombre ha construido la historia para beneficios de algunos y en perjuicio de un número incuestionable de postergados. A estos, el análisis histórico les advierte que están fuera del destino como posibilidad de beatitud. Solo transitan los intervalos del presente. El humano no aprende de su pasado. Al no poder excluir el instinto ni elevarse a una ética entendida como el valor de la existencia, la ha transformado en demoníaca. Hoy su ética es indolora, en la que "el daño no se ve". Un disfraz que oculta sus verdaderos propósitos desinteresados de lo plural.

La historia de los hombres sigue un paralelismo con la de los pueblos. Construyen el poder con el intelecto volcado a sus intereses. Los pueblos más frágiles se convierten en el uso del capital. Así se ha encadenado una historia execrable, en donde el hombre anónimo es el combustible de conquistas -a expensas de otros pueblos y otros hombres- que buscan riquezas y méritos, que incluyen tanto lo material como la voluntad del prójimo. La honra es el status social que retroalimenta el ansia de dominios. Cuando los pueblos pierden el fervor por seguir siendo conquistadores entran en decadencia. Y sus imperios serán vencidos por otros. Lo mismo sucede cuando el hombre siente que todo lo ha entregado en su lucha y pasa a ser invadido por el tedio -en donde el tiempo no corre- para ingresar en un cansancio existen-cial. Los pueblos suelen abandonar sus historias para pasar a otras. A veces el hombre decide no tener más historia, sucede cuando vive una fuerte introspección con un entorno difuminado en su vigencia. Al no tener nada más que decir, a veces los hombres no esperan el veredicto de sus actos. Prefieren apartarse del tiempo con el tedio antes que ser conquistados por el fracaso. Siempre superior al deseo se halla el fracaso como el gran regidor de las actitudes humanas.

En el tedio hay incomprensión en la ubicación del ser. Es el vacío en que el tiempo se ha detenido a contemplar la inutilidad existencial, la esencia que nos conmueve. Le sucedió a Alfred Seidel, alemán, que se suicida en 1927 luego de publicar "Bewusstsein als Verhängnis" ("La conciencia como fatalidad") y a Henry Roorda, quien lo hizo en 1927 al término de escribir "Mi suicidio". Ambos se quitaron la vida "esencialmente" por tedio.

Estar dentro de la historia cuando no se la analiza es adormilarse en la rutina. Cuando observamos su recurrencia desde los primeros tiempos humanos vemos que carece de un sentido. No tiene un objetivo diferente a la destrucción de los sistemas por otros similares, a la de los hombres por su prójimo. Utilizar la conciencia para el conocimiento interesado introdujo al hombre dentro de sus instintos más primarios. No pudo elevarse hasta el límite en que comprendiese que su conciencia era un límite muy pequeño para aceptar o no a un dios, pero suficientemente amplio para amar al "otro". El hombre no asimila que está frente a una aporía. Cree que va a poder absorber este sentido fatal de la historia. Es su consuelo y su máscara. Algunos pueblos lo saben porque han sufrido desde siempre la postergación. Las grandes catástrofes no se han modificado: hambre, ignorancia, marginaciones, terrorismos, violencia, migraciones, agresiones ecológicas; han existido desde siempre. En este mundo posmoderno, cuya comunicación ha trascendido a todos los rincones, las desigualdades conocidas alentaron las violencias. Ya no de patrias contra otras, sino entre hombres anónimos sin saber de cartografías, soldados o batallas. Hoy en medio de la transitoriedad existencial el hombre muere ignoto por quienes defienden con el instinto más atroz sus intereses. A todos, la premonición de "ojo por ojo" nos dejará ciegos. La elevación del hombre a un ser espiritual no prejuzga sobre un acto religioso -situación íntima e individual-, sino en acceder a la tolerancia, la solidaridad y la comprensión para aceptar que no hay nada tan peligroso como la certeza de tener razón. Obviamente, si el hombre asume la precariedad del sentido existencial la historia, carece de objetivo y se transforma en tragedia. Su búsqueda se transfigura más en una desesperación que en una aporía. Esta última adscripción convierte a la conciencia en un infortunio. El hombre cree darle un sentido a su historia cotidiana, pero en realidad lo que consigue es un curso sin saber del objeto. Quizás la suspensión del tiempo en el tedio, dentro de la definición de la filosofía hindú, asimile que toda acción es insignificante para un sentido histórico, pero agregamos que es necesario para un curso humano cuyo estandarte debe llevar a esa santidad de lo posible el fervor por el prójimo. Todo en la historia ha tenido el progreso del conocimiento. Lo esencial –comportamiento humano– ha permanecido en su primitivismo y es lo que va a volver final a la presencia humana. No puede haber, sin embargo, una poshistoria con el hombre vigente. El acontecimiento es instituido por la misma presencia del hombre. Es su propio devenir el que lo acarrea, por eso no puede hablarse de un derrotero de elevación histórica, sino simplemente de una transcripción del comportamiento humano, el que también tiene su atenuante. Y este se basa en un cansancio existencial que funciona en forma oculta y fatal, inconsciente. Lo eleva a una conducta sin que se percate el hombre de que ella es desencadenada por un desliz entre su conciencia y la naturaleza, que se sedimenta en la mediocridad de su filosofía y la tragedia existencial, siempre tensionada entre dos límites, incomprendido uno, el origen; y fatal el otro, la muerte.


"Divergencia Urbana" Acrílico, 195 × 240 cm, 2015


"Carlitos Arroyo y los Reciclantes" Acrílico, 190 × 190 cm, 2015

El hombre no puede romper con el curso de la historia, puede denigrarla pero jamás negarla, porque la construye con su misma presencia, a su semejanza. Solamente concluirá con el último hombre. Aunque se viva en un presente, es inevitable pensar en el futuro, aunque este pertenezca a la amplitud de lo incierto y a la prosecución del esfuerzo. La índole catastrófica que conlleva es la impronta de su genio. Si se abocara a la posibilidad del prójimo se permitiría la interiorización. Aquietaría sus impulsos. Solo un animal enfermo de lujuria como es el hombre ha precipitado el tiempo hasta colisionar con él a cada paso. Los tormentos sucedidos en las generaciones humanas han sido insensibles para el aprendizaje de la historia; con sus restos el hombre no se recompone, incentiva los esfuerzos para replicarlos. Considera que la destrucción ejercida ha sido insuficiente. Busca un sistema con una singularidad que elimine lo plural. Sorpresivamente los hombres que entienden esto como un riesgo intentan refugiarse en un acto individual.

La mirada de la historia humana nos deja en la obra de Corvino también una señal, a pesar de que en ella encontraremos solo escombros como en el "Angelus Novus" de Paul Klee. Esta voluntad ha sustentado a los hombres desde sus inicios con el fervor por sobreponerse, ignorando de haber sido atravesados por el fracaso, el que se disfraza con el panegírico del conocimiento alcanzado.

Solo pudo construir esta civilización el hombre que ha dado vuelo a su imaginación. Que ha cerrado los ojos a la realidad. Que ha trabajado mucho y reflexionado menos. El que persigue la fe y lleva este estandarte como un cruzado, como un mandato superior derivado desde lo inexplicable. Este misterio de querer pertenecer a lo irrazonable es la suprema instancia que hace al hombre persistente en la vida para la muerte. La búsqueda de la nada, origen de todo, o la íntima comprensión de ella, de que todo es nada, ha guiado sus pasos desde que le fue dado tener conciencia de ello. Esta obra tan terrible como sublime tiene el significado del hombre, las características que le fueron otorgadas cuando se hizo necesario asumirlas. Y luego arrojado por haber sido siempre en esencia un ignorante. Si hubiese sido lo suficientemente astuto, se hubiese quedado con la eternidad, a desmedro del árbol de la ciencia.

Jorge C. Trainini

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