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Revista argentina de cardiología

On-line version ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. vol.85 no.6 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2017

 

Ilustración

DANIEL ABIGADOR

(Fotógrafo argentino contemporáneo)

Daniel Abigador ejerce con la fotografía el arte de capturar con la percepción el momento justo. Observador implacable, lleva la emoción al espacio-tiempo de la imagen que se le presenta. Pero en ese estremecimiento que logra en Paisaje imaginario (foto de tapa) subyace un impacto que nos lleva inexorable al análisis filosófico sobre la voluntad de existir como primer mandato que acompaña por siempre a toda vida. Esta fotografía de Abigador es luz y sombra en el cielo. A la vez, es muerte y supervivencia en la tierra en esos árboles que encumbran sus ramas desnudas. "Como manos inquietantes/ elevadas... tensas.../ suben las ramas/ quietas/ Retorcidas en el aire/ estoicas... acechadas.../ una memoria desde siempre/ les llega". (1) Ellas son náufragos intentando huir del suelo desértico que las vuelve sed de permanencia.

Hay un impulso que da la existencia y que se halla presente en toda la vida de la naturaleza. ¿De dónde le llega? ¿Puede ser de la nada? ¿Cómo se explicaría que desde la nada pudiese llegar un impulso vital? En este punto de la existencia, la razón se abre la metafísica como un puente a lo ignorado. La más elevada condición viviente, la reflexión de la conciencia humana, no puede desentrañar estas preguntas que conducen al hombre, en la mejor de sus posibilidades sapientes, a cobijarse en un agnosticismo.

La sustancia que revela el impulso reflexiona sobre sí misma, sobre sus leyes. Constituido como un ser arrojado a la existencia para que lo devore el tiempo, el hombre es poseedor de una voluntad ciega, desconocida. Desde esta tragedia, se transforma en un mártir con una lucha desesperada ante una existencia condenada de antemano como único destino conocido, en esa libertad condicionada por el tiempo, en el que deberá cotejar su impulso (instinto) con la razón (conciencia) y esta con la espiritualidad (sentimiento). Esta situación del impulso (voluntad –wille, en Schopenhauer– en la evolución de la conciencia, se va a enfrentar en el hombre con la inteligencia (representación –vorsfellung, en Schopenhauer–) como un condimento esencial de su empeño y genio por evolucionar hacia esa metafísica, la que asoma siempre donde su impulso y conciencia necesitan de una explicación que le retire el drama.

El impulso es evolutivo, con más fuerza en cada escalón de la complejidad de las formas vivientes, hasta

Figura 1. Reina Sofía I, Fotografía, 2017.

Figura 2. Verticales, horizontales y diagonales, Fotografía, 2017.

empalmar con la conciencia humana. Las variedades orgánicas son grados de voluntad crecientes. Aquí se origina el inicio de la tragedia, cada ser es depredador y depredado. El pez más grande devora al más chico. El conflicto al nivel de la mayor voluntad en donde interviene claramente la conciencia por el conocimiento consecuente, ya no solo depreda al resto de la

naturaleza, sino con la mayor calidad de su sapiencia se apodera de sus congéneres, en un combate en donde el mal y el bien se mimetizan, mezclan y son difíciles a veces de discernir en el carácter de la acción humana.

Hay dos heridas aquí. La del cuerpo (impulso) y la del alma (conciencia, representación). Aquí hay una grieta en donde el hombre ejerce la libertad para elegir y manifestarse sin necesidad de sumergirse en el instinto. En la representación, el hombre ejerce una independencia: el criterio dado por su cultura.

En el hombre, debemos hablar de voluntad, porque este es consciente de ella. En el ser más primario, aparece el impulso, pero este se desarrolla como conciencia con una gradación constante hasta llegar al hombre y permitirle la representatividad del mundo en diferentes manifestaciones cuyo grado más elevado es el arte, el que expresa no solo una búsqueda, sino el más íntimo sentimiento de la explicación existencial, en una representación de lo metafísico sin ideología religiosa. De esta manera el ser-hombre llega a indagar por su presencia desde el agnosticismo.

La aparición de la conciencia no es un hecho brusco. Es una elevación de aptitud gradual del cerebro hasta llegar al hombre con su mayor magnitud. Allí aparece la representatividad, el que nunca podría disociarse del impulso primitivo, de la voluntad en el hombre, a la espera de que la moral tenga tanta fuerza como el instinto vital de esa voluntad. Aquí, la razón es la astucia del hombre para acercarse al impulso, no hacer caso de la primera y sustituirla por una ética indolora (posmodernidad).

En esta representación del mundo que hace el hombre, al captar su realidad y la ilusión, también se entrega a las utopías para su subsistencia existencial, a pesar de que esta sea una imagen a su necesidad y no a la realidad que lo contiene.

La nada salvadora del budismo solo puede ampararse en la inconciencia que sucede luego de la muerte. Es una dádiva que otorga la propia conciencia luego del drama existencial. Una condena de muerte anunciada donde los días nos llenaron de miedo para acceder a esa nada. En la aniquilación de esa magnífica obra, tal cual es el hombre, se yergue la nada. Sin prestigio ni memoria, hundida en su propia indiferencia. El hombre no sabe que viene de esa nada, porque cuando tiene conciencia de la existencia, ya es; pero sabe que la nada –posconciencia entendida– es su aniquilación. Esa nada que el hombre no encuentra como refugio por miedo le condiciona la representación, es la tragedia que quizás sea la salvación al perder la conciencia. La última posibilidad de la conciencia es saber que el ser se entrega a la nada, la cual no tiene representación física en su conocer, pero sí en su sensación.

Hablar de una injusticia es irrelevante en cuanto el cosmos no tiene un valor moral o ético, solo el hombre alcanza el grado de esas aptitudes, las cuales lo vuelven pecaminoso y culpable ante un mundo que en sus conductas de impulsos no obedece a esos patrones. Ante esto, el hombre puede sobreelevarse a su propia ignominia con el arte y la espiritualidad (valor ético y moral en la representación del mundo). El conocimiento no ha sido partícipe de esta elevación Se usó con la hipocresía de una ética indolora.

El hombre busca soportarse. Así ha sido en todos los tiempos. Con sus lenitivos busca el placer que lo libere de la existencia real. Entonces asoman los dioses, las desviaciones del eros, las adicciones, las utópicas sicosis, las religiones, el arte. De todos estos, el arte es diferente. Es creación. Es lo más cercano a pensamiento y realidad. Los demás lenitivos son ilusorios de ese hombre utópico y fantasioso. No nos sintamos ajusticiados por un dios que rige el bien y el mal. Estos coexisten o son sucedáneos, obedecen a un patrón del impulso. La vida humana debe edificarse sobre una fortaleza. Y este es el afecto. Aquí el bien y el mal se aniquilan y dejan paso a la espiritualidad humana. Así que no podemos esperar redención o castigo, sino asumir la propia realidad racional. Esto nos evitará la hipocresía y los miedos; las injusticias y la malversación de la dignidad que podemos representar con nuestra conciencia como ningún animal lo puede conseguir.

Daniel Abigador es el observador que ve detrás de este mundo y puede denunciarlo con sus asombros artísticos, fotográficos, en un acercamiento al ascetismo estético de Gracián. Nos transparenta que la voluntad es la permanencia a ultranza. Frente a esta posición, surge la libertad del hombre a través del arte, donde puede ser libre y dueño de sus ideas. Si observamos con estas reflexiones Paisaje imaginario, comprenderemos que la existencia humana es un valor moral que se debe sobreponer a ese impulso-voluntad que no transige dejar su egoísmo por miedo o instinto. Este punto de la moralidad es crucial para entender al hombre como un proyecto de superación. Si no fuese así, su superpoblación, su progreso tecnológico y el deterioro ecológico significarán su apocalipsis.

No podemos dejar de ser libres ni aplacar la libertad para evitar el riesgo. Debemos crecer hacia una ética en que la libertad será responsable. Y este es el punto crucial del hombre en su porvenir. Nos lo dicen esos árboles fotografiados por Abigador al borde de sus muertes. "El árbol es gente de pie/ que solo una vez cae y deja/ su redonda integridad/ para la espera".(1)

(1). Trainini JC. El último estío, Ed. Dunken, Bs. As., 2012.

Jorge C. Trainini

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