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Revista argentina de cardiología

On-line version ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. vol.86 no.4 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Aug. 2018

 

Ilustración

MARIELA MONGES ARÉJOLA (Artista plástica contemporánea)

Jorge C. Trainini* 

*Médico cirujano, jefe del servicio de Cardiocirugía del hospital “Presidente Perón” de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, Argentina

Ser discípula de Ponciano Cárdenas no representa únicamente la adherencia a lo técnico, matriz siempre presente en la obra del maestro, sino una profunda compenetración con la cultura americana. Entonces, aparece el hombre intentando refugiarse en la libertad de un continente verde y húmedo. Fecundo y diverso, con el bautismo perpetuo de sus ríos impenetrables regresando a los trazos del Génesis. La relación de las pinturas de Mariela Monges Aréjola, nacida en Paraguay, con la naturaleza exultante evidenciada en el color y la diversidad, muestra en el fondo una comunión esencial con el sentido metafísico de la presencia humana. Esto es la trascendencia. En última instancia el abismo que muestran sus obras es un puente de la inmanencia a la nada, la que es arrastrada en su temática hacia un después ignorado. En esta faceta de su creación también hay alquimia con el pensamiento creativo de Ponciano Cárdenas cuando el maestro expresa “América no es color, es dolor”.

La conciencia del ser, en su relación con el abismo, se yergue en el hombre con los ritos y las formas del arte para poder explicarse en su presencia. En este contexto las creaciones de la artista se elevan majestuosas, desafían a la prisión terrenal a que las somete el juicio del observador. Son alas que emergen desde un punto fijo, el dolor, el ojo que contempla al hombre en su dimensión real. Y esto lo acerca a la magnificencia de su presencia.

Mariela Monges Aréjola hace de los intentos del hombre un absurdo necesario. Desnuda el sin-sentido que delata creativamente a través del hombre y la naturaleza. Los temas son representaciones de una búsqueda. Por eso expresa “el arte me alivia” y luego se extiende: “desde hace tiempo, comienzo a ver el significado de mis expresiones artísticas, el significado... el verdadero sentido del arte... lo que desde hace tanto también vengo respirando junto a Ponciano Cárdenas. Hacía tiempo rondaba mi interior pero no lo podía hacer consciente. Y sí... inevitablemente desde lo más profundo de mí ser se evidencia esta realidad... que me duele... que me perturba... Ese absurdo sin mañana... esa pregunta que últimamente... me hago casi continuamente... cuál será el sentido de este absurdo... para qué... de qué sirve esta cadena continúa de nacer y morir… Me agobia a veces... Y mi pintura lo dice, lo grita desesperadamente... Esa búsqueda de respuestas me invade inconscientemente y es el motor de mis días. En cada obra surge esa búsqueda, esa necesidad, esa realidad que conozco y me acompañará hasta el final”. Hay en Mariela Monges Aréjola identidad e intento existencial americano, aunque considere que la vida se comporta en un absurdo que estamos obligados a transitar.

Figura 1. “Kangue I” Tinta sobre lienzo, 70 × 100 cm, 2017. (Kangue: hueso en guaraní)

Figura 2. “Buscando respuestas” Tinta sobre papel, 35 × 50 cm, 2018.

La esperanza nunca pudo ser retirada de la existencia. Es el impulso que nos deja vivos a pesar del absurdo que emana de la experiencia de la conciencia. Ha sido una necesidad que lleva a esperar un nuevo amanecer y a erigir dioses en la desesperación. Se trata de cobijarse ante la intemperie en que se encuentra el ser-hombre. El arte se constituyó en el grito más alto para denunciarse frágil y precario. También para emular en cada acto una réplica del Génesis.

Cada obra es única, al igual que cada hombre. Ante esto el artista es un descarriado, ejerce la omnipotencia de una creación. El arte es la suprema tentativa de lograr una trascendencia que no logra eludir el absurdo de un intento sin mañana. La fatalidad desprejuiciada vuelve más dolorosa su caída a la ignominia que ostenta todo lo que late. Al recorrer la historia se reconoce el absurdo más trágico: su aceptación de esta condición por parte de la conciencia. La esperanza no se detiene. Y aún más absurdo, amamos la desesperanza para mantener las utopías.

Toda nuestra mayor altura imaginativa y espiritual confluyen en esa desesperación necesaria por permanecer. No existe un aspecto en la existencia humana menos absurdo que otro. Tampoco el arte, por más elevado contenido creativo que posea. Lo que rige en la conciencia como trascendente es inapreciable a la mudez del abismo. No hay sentido de justicia o recompensa en la naturaleza, sólo una lucha por permanecer antes del olvido en la transformación.

Los pensamientos no pueden ser catalogados de positivos o negativos, tan solo de intranscendentes. Sólo sirven de referencia al hombre para el juicio y la censura con los que intenta entregar un sentido ético al mundo que lo contiene en su dolor y frustración. Y esto representa el mayor absurdo que lo llevó al intento de trepar hacia alturas inconsistentes, en que la lujuria y la alienación ocuparon el único lugar posible que podía ocupar su clarividencia: la mirada al “otro”. Desde la emoción y la justicia que emana de su conciencia este hecho significaba el sentido posible, que si bien no lo sacaba del absurdo existencial, le entregaba el consuelo trasparente en el límite de la sabiduría adquirida.

El hombre hace arte de la misma manera que concurre a un rito, por necesidad espiritual. Sufre y se arrastra en la precariedad por darle luz a cada creación. Piensa y ejecuta su dolor hasta llegar a la forma y a un entendimiento. Evade considerar que su obra es parte del absurdo del todo humano. El arte está teñido de ese inmaculado y loable absurdo. Emerge en este concepto como la conciencia lo hace en el infortunio. En las obras el artista encadena su propia vida. Sus episodios se vuelcan a la tela, en la arcilla, en un pentagrama o en una hoja de papel. En la creación relata su experiencia en el intento desesperado de que lo trascienda en un tiempo superior a la materia. Es el grito desgarrado y loable de la conciencia ante la contemplación del abismo indolente que observa. La creación es un impulso, una voluntad para testificar el pensamiento que se sobrepone al fracaso existencial. No se la piensa como un absurdo, tal como es la vida, sino se la consume.

Esta voluntad de crear es el desgarro de una conciencia que nos alerta del tiempo y de la muerte. El hombre ciega sus ojos a esta realidad y se precipita al absurdo. ¿Podría vivir de otra manera? Imposible. Esta alienación le preserva la vida. Entonces, este impulso por el absurdo lo significa, le disimula las heridas y lo llena de pasión. Con esta alquimia se rebela a su condición de mortal. Hay perseverancia en esta prosecución del absurdo. Todo lleva a la nada y sin embargo el hombre de arte profundiza su esfuerzo hacia ella. Sabe que el abismo es un patíbulo sin verdugo a quien pueda denostar. En esta compulsa de ejecutar lo supera la vocación por no caer en la realidad de su conciencia, demostrando que es un absurdo dentro de uno mayor e ignoto, el vacío cósmico

El artista es un punto geográfico en la diversidad del arte. Está en soledad con su emoción primigenia y este efecto hace irrepetible a la obra que ejecuta. Esto representa su extrema libertad. En esta postura confluyen el impulso del ser y el callado absurdo de la existencia. Son las alas de un pájaro lanzado a la inutilidad de alcanzar el abismo. El pensamiento artístico erigido en una obra sólo es un tiempo de libertad. La única libertad aunque sea un absurdo. Es hallarle un destino al pensamiento que se abrevia en el mismo suceso. No hay un destino final plausible a la necesidad de la conciencia humana. Estamos sujetos a una transformación que es un paréntesis del olvido.

En este absurdo que lleva la obra debemos también hallar la libertad última, su grado mayor, la del destino desconocido. El exceso de emoción que conjeturó la obra encuentra en el absurdo su máxima libertad. En esta emoción sin mañana que parte del creador, y en el absurdo de un impulso visceral, la máxima libertad que le otorga a la obra es su desconocido destino, la superposición de pensamientos positivos y negativos ignorados sobre ella. Y esto otorga libertad a la conciencia desesperada del artista.

Uno de los personajes de Mariela Monges Aréjola avizoro que se evade de la quietud en el lienzo donde existe a la espera que se entienda su grito callado. Y entonces percibo: Todo en mi pudo haber sido antes del olvido, de la muerte, de la nada. Hay tristeza y no puedo evitarlo. Toda su hondura tiene dolor y no alcanza a traspasarlo. Ella continúa detrás de mis pasos con las hojas pálidas del otoño cayendo sin que nadie advierta que todo parece morirse y está resucitando. Y yo entre ellas quiebro sus frágiles espinazos y las vuelvo fragmentos ínfimos, ignorados. El viento se detiene para girarlos. Los lleva al polvo. A la ignominia. A los días cegados. Hay aliento en esta espera de mirar al dios que está regresando.

En las últimas palabras la artista recita una frase de Augusto Roa Bastos (1917-200) hermanada a ese americanismo que defiende con su creación junto a la Escuela de Ponciano Cárdenas: “sin resurrección de gloria como el otro, porque esos Cristos descalzos y oscuros morían de verdad irredentos, olvidados”.

1

Maldonado S, Lafuente M V, Benjamín M, Huanca Y, González Puche E, Dorme G, y cols. Remisión espontánea a largo plazo de forma congénita de la taquicardia ectópica de la unión. Rev Argent Cardiol 2018;86:251-5 [ Links ]

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