Me resulta increíble estar sentado escribiendo estas líneas acerca del fallecimiento del doctor Arnaldo Adrián Angelino. Es muy difícil aceptar la muerte de una persona en la plenitud de su vida, con tantos proyectos y trabajos en curso.

Nos conocimos hace más de 25 años y coincidimos en nuestra pasión por la cardiología y el ejercicio. Viene a mi memoria el Congreso Mundial de Rehabilitación Cardiovascular de Buenos Aires en 1996, presidido por el doctor Bernardo Boskis, en cuya organización transitamos juntos incontables veladas de trabajo

Compartimos luego la publicación, por la Fundación Favaloro, de nuestro libro Medicina, ejercicio y deportes.

Angelino ocupó el cargo de Director del Consejo de Ergometría y Rehabilitación Cardiovascular de la Sociedad Argentina de Cardiología en varias ocasiones, siempre con una gran productividad científica. Sus ideas novedosas quedaron volcadas en diferentes guías y publicaciones de la SAC. Había comenzado su carrera en esta subespecialidad en el viejo Sanatorio Antártida con los doctores Moisés y Fanny Aptecar. Allí dirigió el servicio de ergometría y rehabilitación, que hizo valiosos aportes a la comunidad médica.

En el año 2000, se incorporó al Centro de Vida de la Fundación Favaloro, desde donde surgieron múltiples investigaciones de la especialidad.

En ese año, fue miembro fundador y formó parte de la primera comisión directiva del Consejo Iberoamericano de Rehabilitación y Prevención Secundaria; organizó congresos del prestigioso Consejo (ahora Sociedad) en los años siguientes.

En el año 2020 se cumplió el vigésimo aniversario del Consejo Iberoamericano y Arnaldo fue designado Presidente del Congreso. Fue un excelente expositor y ofreció conferencias en ámbitos nacionales e internacionales que lo consagraron como un referente mundial de la rehabilitación y la prevención cardiovascular.

También se desempeñó como médico del Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento, y jefe de rehabilitación de la clínica Bazterrica.

Su presencia en el consultorio y en las sesiones de rehabilitación tenía un atractivo especial tanto para sus pacientes como para sus compañeros. Siempre lo recordaré con su sonrisa abierta y su amabilidad permanente.

Más allá de todos sus méritos científicos y académicos, Arnaldo fue un excelente compañero de la vida. Compartimos vivencias familiares emocionantes. Nos reuníamos con sus padres y conocimos a Guido desde la panza de su mamá, Marita. No dejaba de nombrarlos en todas nuestras conversaciones. Eran, realmente, la razón fundamental de su vida. Estaba orgulloso de su hermosa familia y ellos, como es lógico, de un esposo y padre como Arnaldo.

La última vez que nos vimos fue en un encuentro casual caminando por la avenida Corrientes. Cómo podría imaginarme lo que pasó al poco tiempo. Ese “nos vemos, dale” todavía me suena en los oídos y sigo sin poder racionalizar su destino final.

Arnaldo, compañero y amigo, dejaste una huella profunda en la cardiología argentina y en el corazón de todos los que tuvimos el placer de conocerte y compartir ese camino en esta querida profesión. Tu sonrisa seguirá en el recuerdo de todos nosotros. Que descanses en paz, querido amigo.