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Revista argentina de cardiología

versión On-line ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. vol.90 no.3 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ago. 2022  Epub 01-Jun-2022

http://dx.doi.org/10.7775/rac.es.v90.i3.20547 

ANÁLISIS HISTÓRICO DE LA EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS MÉDICAS

El rechazo al descubrimiento de Harvey

The rejection of Harvey’s discovery

JORGE C. TRAININI

A pesar del clima antidogmático y liberal del Renacimiento, la publicación de “De motu cordis” (1628), a la sazón cuando Harvey contaba 50 años, encendió vivas polémicas. No era sencillo que catorce siglos de hegemonía galénica, a pesar de los aportes parciales sobre la circulación debido a los estudios de Vesalio, Cesalpino, Valverde y Colombo, fueran derrumbados sin oposición alguna. Harvey debió seguramente prever esta contingencia, ya que desde sus primeros manuscritos para la “Lumleian Lectures” (1616) hasta la publicación del texto pasaron doce años.

“De motu cordis” tuvo impugnadores y partidarios. De estos últimos debemos citar a su íntimo amigo George Ent (Londres, 1604-1689); el famoso fisiólogo holandés Franz de le Boë Silvio (1614-1672); Francis Glisson (Londres, 1597-1677); el belga Vopisius Fortunatus Plemp (1601-1671), René Descartes (Egmond, 1596-1650); Anton Deusing (Groningen, 1612-1666); Werner Rolfink (Jena, 1599-1673) y Hermann Conring (Hellsmstadt, 1606-1681).

Entre sus críticos, los más célebres fueron Jacques Primrose (Londres, fallecido en 1659), Emilio Parisano (Roma, 1567-1643), Gaspar Hoffmann (Alemania, 1572-1648), Jean Riolano (París, 1580-1657), Guy Patín (1602-1672), Francisco Folli (Venecia, 1624-1685), Marco Severino (Nápoles, 1580-1656). Harvey no entró en polémicas con todos ellos, solamente contestó a Hoffmann y Riolano.

La impugnación que le hiciera el inglés Jacques Primrose, discípulo de Riolano, se llevó a cabo a través del texto “Exercitations animadversions in librium de Motu Cordis” (1630), pero la misma no revela ninguna calidad científica. Se basaba, en que desde la antigüedad los pacientes se habían curado sin necesidad de conocerse la pretendida teoría de la circulación.

Por su parte, desde Roma Emilio Parisano, con su texto “Nobilium exercitationum” (1653) sostenía que la existencia de las válvulas venosas no podía justificar el movimiento sanguíneo. Por otra parte, esta aseveración de Parisano, en el análisis del “De Motu Cordis”, nos da la pauta de que la enseñanza que recibió Harvey de su maestro Fabrizio d’Acquapendente con respecto a las valvas venosas, fue contribución importante para su descubrimiento. Este concepto lo certifica también el científico inglés Robert Boyle (1627-1691).

En 1636, en viaje hacia Viena, Harvey se enteró de que Gaspar Hoffmann le había hecho una crítica con las siguientes palabras por la suposición de “que la Naturaleza fuera tan torpe e ineficiente artífice, que tuviera que sufrir que la sangre se estuviese recrudeciendo y volviendo una y otra vez al corazón con el fin de volver a cocerse, tan sólo para luego volverse a gastar en el sistema arterial, echando a perder así la sangre perfeccionada, tan sólo por encontrarle algo que hacer”. Por tal motivo, se entrevista con Hoffmann en Altdorf, manteniendo un debate, en el cual recurrió al razonamiento trabajando sobre un cadáver. Ante la impertérrita negativa de su interlocutor, exasperado, clavó su daga en la mesa y se marcha inmediatamente. Posteriormente le envió una carta invitándolo a que relea “De Motu Cordis”.

Guy Patín, Decano de la Facultad de París, se declaró abiertamente “anticirculatorio”. De esta forma escribe: “La circulación es paradójica, inútil a la medicina, falsa, imposible, ininteligible, absurda, nociva para la vida del hombre”.

Con Jean Riolano mantuvo una discusión más prolongada. Profesor en París, Riolano escribió dos textos, en 1648 “Enchiridium anatomicum et pathologicum” (París), y en 1649 “Opuscula Anatomica Nova”, en los cuales mantenía una postura galenista a pesar de ciertas concesiones. Aceptaba la circulación mayor sólo en las grandes arterias y venas, no así en las de tamaño pequeño, las cuales tendrían una función nutricia. “La sangre -escribe Riolano- permanece en ellos para la nutrición y no refluye hacia los vasos mayores”. Si bien estaba de acuerdo, excepto las salvedades anteriores, con la circulación sistémica, negaba la menor. En su concepto la sangre existente en la arteria pulmonar servía exclusivamente para la alimentación pulmonar, mientras que el flujo sanguíneo, se vaciaba desde el ventrículo derecho a través de los poros del septum en el ventrículo izquierdo.

Harvey contesta con dos epístolas en 1649 publicadas en Rotterdam bajo el título de “Exercitations dual anatomicae de circulatione sanguinis ad J. Riolanum, filium”. En la primera se muestra cortés, pero en la segunda sus argumentos adquieren tono virulento. Presenta en ésta un resumen de la circulación. Dice estrictamente: “La sangre que está contenida en las venas y que se acumula especialmente en la parte de la vena cava, vecina de la base del corazón y de la aurícula derecha, se calienta allí por una facultad calórica a él inherente, borbotea en vapor y asciende a la manera de las substancias que fermentan; de esta forma la aurícula se llena. Se contrae por su propia contractilidad, expulsando inmediatamente la sangre en el ventrículo derecho del corazón, el cual, a su vez, una vez lleno, expulsa por su sístole la sangre que ha recibido. Ante el obstáculo que oponen a la salida de la sangre las válvulas tricúspides, el ventrículo la expulsa hacia la vena arteriosa, la cual abre su puerta. Una vez en la vena arteriosa, la sangre es en adelante obstaculizada por las válvulas sigmoideas, para regresar hacia atrás. Por el hecho de la inspiración y espiración, son movilizados los pulmones y con ellos sus vasos, ofreciendo así a esta sangre el camino y pasaje a la arteria venosa y de ésta a la aurícula izquierda, que tiene movimiento, ritmo, fin y funciones sincrónicas con la aurícula derecha, vertiendo su sangre en el ventrículo izquierdo. Inmediatamente el ventrículo izquierdo impulsa su sangre en la abertura de la aorta y de ésta por todos sus ramos”.

Hasta el siglo XVIII se extendieron las críticas a la circulación sanguínea, como la que hiciera el portugués Lima en 1761.

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