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Comechingonia

versão On-line ISSN 1851-0027

Comechingonia vol.21 no.1 Córdoba jun. 2017

 

DOSSIER

OLLAS COMO URNAS, CASAS COMO TUMBAS: REFLEXIONES EN TORNO A LAS PRÁCTICAS DE ENTIERRO DE INFANTES Y NIÑOS PEQUEÑOS EN TIEMPOS TEMPRANOS (ANDALHUALA BANDA, SUR DE YOCAVIL).

POTS AS URNS, HOUSES AS TOMBS: REFLECTIONS REGARDING BURIAL PRACTICES OF INFANTS AND SMALL CHILDREN IN EARLY TIMES (ANDALHUALA BANDA, SOUTH OF YOCAVIL).

 

Alina Álvarez Larrain1, Romina Spano2 y M. Solange Grimoldi3

1Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental, Universidad Nacional Autónoma de México. IDECU-CONICET, Museo Etnográfico "Juan B. Ambrosetti", FFyL, UBA. Moreno 350, (1091) Buenos Aires, Argentina, alinaalvarezlarrain@gmail.com;
2 IDECU-CONICET, Museo Etnográfico "Juan B. Ambrosetti", FFyL, UBA. Moreno 350, (1091) Buenos Aires, Argentina, romina.spano@gmail.com;
3 IDECU-CONICET, Museo Etnográfico "Juan B. Ambrosetti", FFyL, UBA. Moreno 350, (1091) Buenos Aires, Argentina, solgrimoldi@gmail.com

Presentado: 22/12/2016 - Aceptado: 27/06/2017


Resumen

Los sitios de la Mesada de Andalhuala Banda (MAB), Soria 2 y Soria 3 (de inicios del primer milenio de la Era), comparten una configuración de la materialidad en la cual lo doméstico se imbrica con lo funerario; vasijas y locaciones que en un tiempo fueron ollas y casas, respectivamente, fueron redefinidas como urnas funerarias y tumbas en una trayectoria temporal contenida en el Temprano. Tomando como eje de estudio el entierro de infantes y niños pequeños en ollas ordinarias y en espacios domésticos, en esta presentación se plantean y analizan prácticas en torno al evento de la muerte temprana utilizando la investigación en curso en la MAB (valle de Yocavil, Catamarca) como una oportunidad para reflexionar acerca de ciertos aspectos del mundo temprano, ensayando una narración arqueológica centrada en los lugares y en los sujetos, transitando una escala espacial local y una escala temporal acotada a una o dos generaciones.

Palabras clave: muertes tempranas, ollas ordinarias, espacios domésticos, Noroeste Argentino

Abstract

The sites of Mesada de Andalhuala Banda (MAB), Soria 2 and Soria 3 (from the beginning of the first millennium of the era), share a configuration of materiality in which the domestic is imbued with the funerary; vessels and locations that at one time were pots and houses, respectively, were redefined as funeral urns and tombs in a temporal trajectory contained in the Early Period. Taking into account the burial of infants and children into ordinary pots and in domestic spaces, this paper presents and analyzes practices around the early death event using the ongoing research in the MAB (Yocavil Valley, Catamarca) as an opportunity to reflect on certain aspects of the Early Period, emphasizing an archaeological narrative centered on places and subjects, transiting a local spatial scale limited to one or two generations.

Keywords: early deaths, domestic pots, houses, Northwest Argentina


 

Introducción

Este escrito tiene como objetivo de base presentar los resultados de las excavaciones realizadas en el sitio Soria 3, en la Mesada de Andalhuala Banda -MAB- (valle de Yocavil, Catamarca), y a la vez, reflexionar sobre el entierro de infantes y niños pequeños en ollas ordinarias en casas abandonadas de tiempos tempranos en esa localidad, línea de investigación que venimos tratando en los últimos años (e.g. Grimoldi 2014; Spano et al. 2014; Spano et al. 2015), mediante el ensayo de un relato arqueológico centrado en los lugares y en los sujetos (Browne Ribeiro 2010; Tringham 1994).

En el análisis arqueológico de los rituales mortuorios mayormente se ha prestado atención a la importancia que los individuos inhumados tuvieron en vida en términos de rango social, riqueza o prestigio; sin embargo, pocos son los trabajos que indagaron cuál fue la significancia de las muertes tan tempranas, en parte debido a que en muchas sociedades presentes y pasadas los recién nacidos, los infantes y los niños pequeños no parecieron contar con una identidad social aceptada (Bloch y Parry 1982; Halcrow et al. 2008; Harris 1982; Quilter 1989).

En las últimas décadas la balanza se ha inclinado hacia los deudos y la significancia política y social que las prácticas funerarias tuvieron en sus vidas cotidianas (Buikstra 2005; Salomon 1995). En ese sentido, el propósito de este trabajo es intentar una narrativa centrada en la performance del entierro de los infantes, en tanto objetivación de acciones y concepciones sobre el mundo por parte de los vivos en el pasado (Dillehay 1995). La edad de los difuntos (infantes y niños pequeños) y el emplazamiento de sus entierros (ollas y casas) son los rasgos que nos interesa profundizar.

Hacia una narración arqueológica en Andalhuala Banda

La idea de una narración centrada en los sujetos fue inspirada por la lectura de autoras como Anna Browne Ribeiro o Ruth Tringham, quienes han abogado por no desestimar los intentos de acercarnos a la intencionalidad y los significados, y abordar el estudio de los lugares desde la perspectiva de las personas actuantes, en un rango de tiempo acotado a una o dos generaciones, en base a la evidencia arqueológica disponible.

Tringham (1994) elige una trama textual de tipo narrativa para presentar los resultados de sus trabajos en un sitio habitacional del Neolítico tardío serbio, desde la perspectiva de una eventual protagonista de los eventos del pasado, y a través de una mirada de género. Construye un relato en primera persona y tiempo presente de una mujer que cuenta situaciones por las que atraviesa, desde el abandono de su vivienda hasta la impresión causada por la visión del incendio de su aldea; la autora, de algún modo, lleva así al extremo la recreación de posibles sucesos situados. Por su parte, Browne Ribeiro (2010) se pone en la piel de una habitante de un poblado de la Amazonía de inicios del primer milenio de la Era, valiéndose de la interpretación de la evidencia arqueológica y de información etnográfica para situarse en determinados momentos de su existencia, a fin de indagar por cuestiones tales como su estado de salud, sus circuitos de desplazamiento habituales, el uso del espacio residencial, las formas de relacionarse con los lugares funerarios de su comunidad, o yendo incluso más lejos para formularse provocadores interrogantes atravesados por significados e intencionalidad (Browne Ribeiro 2010).

Propuestas como las mencionadas no implican abandonar la mirada de macro escala, sino integrar a la misma la escala de la acción individual y/o grupal de los actores sociales en momentos particulares de su historia y en determinados lugares, en tanto construcción de sentido. Estas disquisiciones requieren, tal como las autoras se encargan de resaltar, contar con un riguroso registro de campo que permita ensayar sobre un terreno firme los pasos hacia la construcción de una historia local en la que no se eviten las preguntas acerca de las intenciones, las percepciones y los significados subjetivos.

Los sitios tempranos de la MAB, Soria 2 y Soria 3, comparten una configuración de la materialidad en la cual lo doméstico se imbrica con lo funerario; vasijas y locaciones que en un tiempo fueron ollas y casas, respectivamente fueron redefinidas como urnas funerarias y tumbas para el entierro de infantes y niños pequeños, en una trayectoria temporal contenida en el Temprano (primer milenio d.C.). Estos sitios poseen potencial para esta clase de abordaje, en virtud de las características de la materialidad arqueológica y de la metodología aplicada para su estudio. Estos contextos tempranos, tal y como observamos a partir de las intervenciones sub-superficiales, poseen una alta integridad. El procedimiento de campo involucró una cuidadosa excavación de los depósitos, que en el caso de Soria 2 se desarrolló entre los años 2002 a 2011, así como un detallado registro escrito y visual de los hallazgos, fundamentales para dar cuenta de la compleja estratigrafía del sitio, que incluyó la presencia de diversas clases de rasgos y una cantidad abrumadora de material cultural (por ejemplo, se recuperaron más de 17 mil fragmentos cerámicos).

En este sentido se abordará el estudio de los eventos de entierro en tanto episodios acotados en tiempo y espacio, en un segmento temporal que involucra las muertes infantiles y los pasos llevados a cabo para concretar la disposición final de los restos, y en un rango espacial de micro escala correspondiente a la vecindad de dos espacios habitacionales penecontemporáneos.

El emplazamiento es un rasgo esencial de los contextos funerarios y nos revela un importante aspecto de las motivaciones de los deudos comprometidos en el ritual. A diferencia de lo que pudo ocurrir con lugares dedicados específicamente al depósito de difuntos, la colocación de los restos de estos pequeños implicó una intencionalidad manifiesta de inscribirlos en el ámbito de lo que fuera una casa. ¿Por qué su entierro dentro de una antigua casa? ¿Por qué el uso de vasijas? ¿Cuál fue la significancia de estas muertes para el grupo familiar? ¿Vivieron en esas casas quienes enterraron a los infantes? ¿Existió alguna forma de apego a estos hogares, y los entierros -en la situación de abandono- estarían marcando ese vínculo doméstico? ¿Hubo acontecimientos en esos espacios, que aún en la muerte, unieron a esos infantes con la casa? Éstas fueron algunas de las preguntas que motivaron nuestras reflexiones en un intento por capturar parte de la compleja trama de prácticas materializadas en los restos arqueológicos, atravesada por concepciones acerca de la vida y la muerte, la infancia y los ciclos vitales de la naturaleza.

El análisis será emprendido a través de tres ejes. En primer lugar, los actores sociales involucrados: principalmente las criaturas muertas y sus deudos. Las primeras forman parte de la evidencia arqueológica estudiada, es decir, son un componente tangible en virtud de su materialidad; los deudos, corresponden a los allegados a los individuos inhumados, esto es, las personas que llevaron a cabo la práctica inhumatoria, que constituyen actores cuya acción es inferida a partir de la interpretación de los entierros. En segundo lugar, los eventos: por un lado, el deceso de las criaturas y su consiguiente entierro, y los posibles rituales asociados al cese de la vida. Por último, los lugares; podemos considerar como escalas espaciales a las ollas, las casas y la aldea, las cuales constituyen tres instancias inclusivas de depositación de los muertos (Figura 1).

 

Figura 1. Esquema del abordaje interpretativo propuesto.

Espacio y tiempo

El área de estudio se encuentra ubicada en el sur del valle de Yocavil, al este del río Santa María y al pie de las sierras del Aconquija. En este sector se halla la Mesada de Andalhuala Banda, en la cual se emplazan los sitios tempranos de Soria 2 y Soria 3 (Figura 2). La MAB constituye un glacis o antiguo abanico aluvial de origen cuaternario labrado sobre areniscas terciarias por erosión laminar y linear. Con una superficie aproximada de 186 ha, se ubica entre las cotas de 2100 y 2300 msnm.

En este lugar venimos desarrollando investigaciones desde el año 2002, en el marco del Proyecto Arqueológico Yocavil, dirigido por la Dra. Myriam Tarragó. Se trata de un espacio en el cual se emplazan más de 300 estructuras arquitectónicas: unidades habitacionales dispersas, recintos, terrazas de siembra, montículos, implementos de molienda y posibles depósitos de almacenaje, entre otros (Álvarez Larrain 2016). La MAB resulta un caso paradigmático de la dificultad para dar con ocupaciones tempranas en el sur del valle de Yocavil, en virtud de la ausencia en superficie de estructuras arquitectónicas habitacionales asignables a alguno de los patrones de asentamiento conocidos para tiempos tempranos en el área, tales como el patrón "Tafí" (e.g. Berberián y Nielsen 1988; González y Núñez Regueiro 1960), y por la prolongada ocupación del lugar, que implicó remodelaciones constructivas en tiempos tardíos.

Las excavaciones permitieron descubrir el sitio Soria 2, una estructura habitacional compuesta por dos recintos subcuadrangulares adosados, más un tercer recinto del cual todavía no ha sido posible definir su forma. Se trata de una vivienda que fue empleada luego de su abandono en tanto espacio habitacional, como lugar funerario destinado a tres inhumaciones (Figura 3).

Figura 2. Mapa del valle de Yocavil con la ubicación de la MAB y algunos sitios tempranos conocidos.

Las particularidades de los contextos mortuorios de Soria 2 se han desarrollado en contribuciones previas (Spano et al. 2014; Spano et al. 2015), por lo cual en esta oportunidad nos referiremos a los mismos de manera resumida.

En el Recinto 1 se emplazaban dos entierros. Uno se encontraba en la esquina SE y correspondía a la inhumación secundaria de dos conjuntos esqueletales pertenecientes al menos a dos individuos, delimitado por una línea de piedras que conformaba un compartimento cerrado con el muro Este. Uno de los conjuntos consistía en partes de bóveda craneana y fragmentos de un maxilar con algunos dientes en posición anatómica de un niño de unos tres años de edad1, contenido en medio puco gris pulido por debajo de uno de los bloques de piedra (al que llamamos Entierro 1.a); y un segundo conjunto (entierro 1.b) compuesto por huesos desarticulados de un feto o neonato, tapados con media olla de tipo ordinario en el interior del compartimento y directo sobre tierra, junto a un instrumento lítico. Las piezas cerámicas asociadas a los entierros comparten características de estilo con aquellas que se encontraron en el piso de ocupación.

Figura 3. A. Topografía y aspecto en superficie del sitio Soria 2. A la izquierda se aprecia el panorama previo a las excavaciones, a la derecha, la exposición de muros post excavación.B. Área excavada con la ubicación de los tres entierros (E) y alfarería asociada: E1, fragmento de olla y puco asociados al Entierro 1. E2, contenedor del Entierro 2. E3, contenedor del Entierro 3. (Modificado de figura original elaborada por Valeria Palamarczuk).

También en el sur del Recinto 1 se efectuó el entierro primario de un perinato de entre 35 y 37 semanas de gestación en una olla ordinaria. El esqueleto yacía sobre su costado derecho, con las extremidades izquierdas extendidas, el miembro inferior derecho flexionado y el cráneo en dirección Sur mirando hacia el Este. Se trata de un individuo al límite de un parto prematuro; pudo haber muerto en el útero o inmediatamente después del nacimiento. La pieza no tenía tapa.

El entierro restante se ubicaba en el Recinto 2, en la esquina SO, y combina características de los otros dos: se trata también de un entierro primario de un perinato o neonato a término de alrededor de 39 semanas de gestación en una olla ordinaria, dentro de un compartimento conformado por el muro y una línea de piedras adosada. El individuo también estaba apoyado sobre su lado derecho. La olla no poseía tapa. El acompañamiento incluía, por fuera, una lámina especular de mica apoyada en la olla, piezas dentales de camélido y una placa de armadillo. En el interior de la olla, se disponía otra lámina especular de mica, un rollo de arcilla cocida con huellas de manipulación humana, masas de arcilla cruda, un instrumento de hueso y una cuenta lítica, trozos de carbón vegetal y fragmentos de huesos de fauna, uno de ellos con marcas de corte.

El análisis crono-estratigráfico señala que los entierros fueron efectuados post abandono de la vivienda (Spano et al. 2014). Mientras que el piso de ocupación posee un fechado de 1940 + 80 (LP 1541) cuya edad calibrada en 2 sigma es de 53 a.C. a 342 d.C., la antigüedad de los restos humanos se encuentra comprendida en un rango de edad calibrada que se inicia entre los años 176 a 433 d.C. y que termina entre el 244 a 532 d.C. El tiempo de uso del espacio como vivienda y su tiempo de empleo como lugar funerario se encuentran comprendidos dentro del período Temprano, aunque pudo haber transcurrido algún tiempo, no demasiado prolongado, entre el abandono de la casa y la ejecución de los entierros (Figura 4).

Figura 4. Fechados radiocarbónicos de Soria 2; la sigla CEBO corresponde a Conjunto Esqueletal Bajo Olla, es decir, Entierro 1.a.

Abriendo otra ventana: el sitio Soria 3

La investigación desarrollada en Soria 2, además de permitirnos estudiar un contexto primario con fechados seguros, nos posibilitó acceder a uno de los pocos casos conocidos localmente de entierros tempranos de infantes en vasijas.

A los fines de abordar cuestiones referidas al uso de la MAB como espacio de residencia en tiempos tempranos, desde el año 2010 se realizaron nuevos relevamientos arquitectónicos en el glacis que posibilitaron identificar conjuntos compuestos exclusivamente por recintos circulares o subcirculares, patrón desconocido para tiempos tardíos por lo cual conjeturamos que los mismos podían ser tempranos (Álvarez Larrain 2016). A fin de obtener materiales fechables en capa se realizó un sondeo en la denominada Unidad Arquitectónica 11 ubicada en el sector oriental del glacis y a 300 m al NO de Soria 2.

Se trata de un recinto semicircular de 4 x 7 m de planta interna, con muros dobles sin relleno, de grandes mampuestos acomodados. Posiblemente exista un segundo recinto del cual sólo es visible un muro adosado. Asociadas al recinto se observaron líneas de muros, simples y dobles, cuya disposición no pertenece a la planta original de la estructura. La morfología de los muros y el tipo de mampuestos, más el hallazgo en superficie de cerámica, semejantes todos a los registrados en Soria 2, fueron los criterios considerados para su excavación, en la creencia de que se trataba de una unidad temprana.

La cuadrícula se ubicó en el interior del recinto; el sondeo alcanzó una profundidad de casi 90 cm, excavándose 12 niveles artificiales más una caja de 40 cm de lado, efectuada para confirmar la presencia del basamento pétreo natural del glacis. Uno de los mampuestos del muro observado en superficie se continuaba 60 cm por debajo del nivel actual. En sus laterales presentaba mampuestos más pequeños, acomodados con sus caras planas mirando hacia el interior (Figura 5).

Se definió un estrato de relleno de 38 cm de potencia promedio con abundante material cerámico, restos óseos y carbón disperso. Por debajo se definió un estrato de transición hacia el piso de ocupación de la unidad, de casi 6 cm de potencia, del cual se recuperó medio molino, un fragmento grande de cerámica ordinaria, un núcleo de andesita, huesos de camélido y varias piedras. Estos hallazgos parecen responder a la remoción de materiales de los niveles inferiores y al derrumbe de pequeñas piedras del muro. Por debajo, se registró un sedimento más compacto, en el que se recuperó cerámica temprana, líticos, restos óseos, carbones dispersos, semillas quemadas y pigmento blanco con marcas de manipulación; estos elementos considerados en conjunto nos llevan a interpretar esta capa, de una potencia acumulada de unos 20 cm, como el piso de ocupación de la vivienda. Atravesando este estrato y en el centro de la cuadrícula se presentó una olla ordinaria que se encontraba colmatada de sedimento y contenía restos humanos. Por debajo del piso se registró un sedimento con pedregullo suelto, de unos 10 cm de potencia, con una reducción notable de la frecuencia de hallazgos, e interpretado como la transición hacia el estéril. Éste último fue definido a partir de la continuidad del sedimento con pedregullo suelto y la escasez y reducido tamaño del material cultural.

Figura 5. Sondeo exploratorio en Soria 3: (A) Final de nivel 2, sedimento compacto; (B) nivel 5, se observa medio molino; (C) Final del nivel 10, máximo diámetro de la olla (con su contenido ya excavado); (D) Final del nivel 11 con impronta de olla.

La olla que funcionaba como contenedor funerario es de tipo ordinario, de forma sub-esferoidal y boca estrecha. Tiene dos asas horizontales ubicadas de manera asimétrica cerca de la parte media del cuerpo; la pasta posee una alta porosidad, razón por la cual se desagregaba fácilmente. En la superficie externa se observaban manchas negras que podían responder a una fina capa de hollín o a efectos de la cocción. La pieza se encontró casi completa; estaba dispuesta en el sedimento. No se observó dentro de la cuadrícula ningún compartimento que cerrara el espacio de inhumación ni objetos asignables a acompañamiento mortuorio (Figura 6).

Figura 6. Olla ordinaria usada como contenedor funerario en Soria 3. Nota: la fotografía ha sido modificada digitalmente para eliminar las cinchas que debieron utilizarse en el campo para evitar la fractura de la pieza.

La vasija contenía los restos de un perinato o neonato a término entre las 37 y 38 semanas de gestación2. Considerando que un nacimiento a término ocurre entre las 37 y 42 semanas de gestación, se deduce que este individuo no sobrevivió el parto o murió al poco tiempo de nacer. El esqueleto, al parecer articulado, debió estar sentado sobre el fondo de la vasija. El cráneo estaba desplazado hacia el fondo, pero por la disposición del cuerpo se infiere que el individuo estuvo mirando al N. A unos 25 cm de profundidad dentro de la olla se recuperaron dos piedras que pudieron ser las responsables del desplazamiento y fractura del cráneo.

El estado de preservación del esqueleto es regular. Del cráneo se recuperó cerca del 30% de los elementos; muchos fragmentos no pudieron ser identificados con una parte esqueletal en particular, y en su mayoría pertenecen a las partes más frágiles de la bóveda craneana, como los parietales y las porciones escamosas del temporal y del occipital. Está presente un 54% de los elementos del esqueleto post-craneal; la mayoría de las partes está muy desgastada, rota en partes -como las costillas y las extremidades - o incompleta -como el caso de los omóplatos y los huesos de la cadera-. Los elementos más pequeños y frágiles, como los de las manos y de los pies, fueron los que menos se preservaron. El examen macroscópico reveló un puntillado poroso en un fragmento de la órbita ocular derecha, compatible con criba orbitalia, indicador no específico de anemia ferropénica (Lewis 2007). Esta lesión estaría indicando una situación de estrés fisiológico del feto en el útero, vinculada probablemente al estado de salud de la madre. Si bien no es posible afirmar que ésta haya sido la causa de muerte, podría haber contribuido a la misma (Figura 7).

Figura 7. Individuo inhumado en Soria 3: (A) Diagrama del esqueleto humano con las partes óseas recuperadas (sombreadas); (B) fragmento de órbita ocular derecha con evidencias de puntillado poroso.

Se obtuvieron dos fechados por AMS del individuo. Uno de ellos, efectuado sobre colágeno de ocho costillas del infante, arrojó una fecha de 1659 ± 46 años radiocarbónicos AP con un rango calibrado en 2 sigma de 340-573 d.C. El segundo, obtenido del húmero derecho arrojó una edad de 1575 ± 25 años radiocarbónicos AP, con un rango calibrado en 2 sigma de 438-592 d.C. Debido a que los resultados de estas muestras pertenecen a un mismo individuo pero fueron obtenidos en distintos laboratorios, corresponde utilizar la fecha promediada de ambos. Para ello empleamos el test de homogeneidad T de Ward y Wilson que señala valores estadísticamente indistinguibles, pudiendo promediarse en 1594 ± 22 AP, lo que da un rango de 432-575 d.C. Se obtuvo un fechado de carbón disperso proveniente del posible piso de ocupación de la unidad, que indicó una edad de 1675 ± 20 años radiocarbónicos AP con un rango calibrado a 2 sigma de 366-517 d.C. (Figura 8).

 

Figura 8. Fechados radiocarbónicos de Soria 3; la referencia MAB-UA 11- R1-UP 310 corresponde a la superficie estable de ocupación.

Todas las evidencias registradas en el sondeo de Soria 3 indican que se trataría de una casa temprana. En este sentido, Soria 2, merced a su proximidad y riqueza de información que ha provisto, es el modelo necesario para contrastar los hallazgos aquí mencionados.

Ambos sitios comparten una definición difusa de su forma de planta en superficie. Debe tenerse en cuenta que el trazado de los muros de los dos recintos de Soria 2 pudo ser descubierto recién a partir de las excavaciones. De manera semejante, no sabemos todavía si el muro que se adosa al recinto de planta semicircular de Soria 3 forma parte de un segundo recinto. Ambas unidades arquitectónicas se encuentran emplazadas en el sector con mayor densidad arquitectónica del glacis, producto de ocupaciones prolongadas a lo largo de los siglos que afectaron las plantas originales (Figura 9).

Los dos sitios poseen varios elementos en común. La modalidad constructiva consiste en grandes mampuestos verticales en los muros a manera de cimientos escoltados por mampuestos más pequeños, con las caras planas dispuestas hacia el interior de las unidades, conformando muros de paños simples o dobles que definen habitaciones de planta subcuadrangular o subcircular. Estos rasgos constructivos compartidos delinean un estilo arquitectónico de tiempos tempranos en la MAB.

Otra semejanza se da en cuanto a los hallazgos; se registró en las superficies estables de ocupación de los sitios, equipos domésticos con piezas restringidas de alfarería ordinaria de cocción oxidante y pucos de alfarerías plomizas con superficies pulidas. En relación a los materiales líticos, los mismos correspondieron a materias primas locales (como andesitas y cuarcitas) y responden a evidencias de eventos de manufactura de instrumentos con baja inversión de esfuerzo tecnológico en la talla. Se encontró también huesos de Camelidae y Artiodáctilo.

Figura 9. Transecta de relevamiento con Estación total de la MAB y planimetrías de Soria 2 y Soria 3. Las curvas de nivel están expresadas en metros respecto a la altura del datum.

La olla que contenía al individuo inhumado en Soria 3 tiene características morfológicas, técnicas y decorativas que la emparentan con las tres ollas recuperadas en los entierros de Soria 2. Sin embargo, la pieza de Soria 3 exhibe algunos elementos que la distinguen sutilmente: posee dos asas horizontales, a diferencia de las ollas completas de Soria 2 que poseían sólo una en posición oblicua; y la factura general de la pieza parece más tosca, en cuanto al alisado de la superficie externa, no tan prolijo como las de Soria 2, la porosidad de la pasta que la torna disgregable (a diferencia de las ollas de Soria 2, de pasta mucho más compacta), y a la forma conseguida por el alfarero, que no alcanza la simetría que poseen las demás (Figura 10).

 

Figura 10. Ollas-urnas: Soria 2 (a, b y c) y Soria 3 (d).

La modalidad de entierro también se comparte: hasta el momento, los tres entierros primarios registrados en Andalhuala Banda corresponden a infantes contenidos en ollas de tipo ordinario cuyas características estilísticas son a su vez indistinguibles de aquellas empleadas en contextos domésticos.

Otro rasgo clave resultan las inhumaciones post ocupación en viviendas, con poco margen de tiempo entre las dos modalidades de uso del espacio. Debemos resaltar la ausencia de cortes en el relleno depositado por encima de los pisos de ocupación que indicara la extracción de sedimento para generar los pozos destinados a los entierros, lo que nos permite inferir que la acumulación del relleno fue posterior a los mismos, y que éstos pudieron constituir un evento seguido al abandono de la vivienda.

Los individuos inhumados también poseen un factor en común: se trata de cinco muertes tempranas.

Por último, las edades radiocarbónicas obtenidas en ambos sitios colocan en un mismo bloque cronológico las historias de dos casas, sus tiempos sociales de vida y muerte.

Un ejercicio interpretativo

Habiendo desarrollado los elementos que, entendemos, inscriben a ambos sitios en un modo de hacer compartido para el ritual mortuorio, nos propusimos pensar estas configuraciones de la materialidad en tanto narrativa arqueológica centrada en los sujetos que estuvieron involucrados en estas prácticas. Para ello retomamos el esquema propuesto al inicio del artículo, abordando la interpretación desde tres ejes: los actores sociales, los eventos y los lugares (Figura 1).

Los actores sociales

¿Qué podemos decir acerca de los principales actores sociales involucrados en estos eventos de entierro? En primer lugar, pensaremos en los sujetos de los cuales persisten sus restos, las criaturas. Ellos comparten una condición: murieron muy pronto, con desarrollos que van, eventualmente, desde las 35 semanas de gestación hasta los tres años de vida.

Las expresiones perinato o neonato (Cunningham et al. 2000) no son aplicables a los restos de uno de los individuos del entierro secundario de Soria 2, de alrededor de tres años de edad. Por este motivo, se nos planteó la inquietud, dada la condición compartida aludida, de cómo englobar bajo una misma denominación a los individuos enterrados, ya que expresiones como subadulto resultan inespecíficas. Las categorizaciones con las que nos manejamos habitualmente desde la arqueología responden a un criterio de desarrollo biológico que es asequible a través del análisis osteológico (e.g. Buikstra y Ubelaker 1994). No obstante, la "infancia" no alude solamente a un hecho biológico universal sino que es una construcción sociohistórica situada. Cada sociedad siguiendo patrones culturales y socioeconómicos que le son propios, marca las etapas a través de las cuales un individuo se integra progresivamente en el mundo de los adultos (Chapa Brunet 2003; Lewis 2007). Un primer paso en el estudio de la infancia en sociedades del pasado es intentar una aproximación a las categorías culturales de edad significativas. El pasaje de una etapa a otra, por ejemplo de la niñez a la adolescencia, puede variar según el género u otros atributos sociales importantes, por lo cual no necesariamente exista un concepto de niñez único al interior de una sociedad determinada, que atraviese los segmentos etarios (Kamp 2001). Los estudios etnográficos, por otra parte, han demostrado ampliamente que los sentidos asignados a la infancia, así como las experiencias asociadas a la misma, difieren según el contexto en el que niños y niñas viven y crecen (Astuti 1995; Conklin y Morgan 1996; Fowler 2004). Por esa razón decidimos explorar en contextos afines categorías alternativas, que pudieran revelar rasgos compartidos por los individuos estudiados.

En la cosmovisión tradicional indígena andino-amazónica, niños y niñas se encuentran comprendidos en el concepto de wawa, vocablo de raigambre antigua empleado por comunidades hablantes quechua y aymara, del cual nos interesa resaltar algunas de sus dimensiones semánticas (Rengifo Vásquez 2005).

Para empezar, wawa traducido literalmente al castellano es "hijo" (Rengifo Vásquez 2005: 11). Sabemos muy poco de los individuos enterrados en estas viviendas, pero uno de los hechos que podemos afirmar es el de su condición de hijos o hijas de alguien; más aún, al tratarse de muertos tempranos, resulta inevitable en primera instancia pensarlos en relación a sus madres3 y en la separación física entre ellos que depara la muerte, en un momento del ciclo vital en el cual se torna imprescindible su interacción para la supervivencia. Resulta atractivo, entonces, pensarlos en ese sentido como wawas en tanto concepto, no con pretensiones de extrapolación a nuestros casos sino como una oportunidad para experimentar con su potencial explicativo de significados posibles.

Wawa alude a algo más que meramente el concepto de niño o niña en relación de filiación con adultos, sino que designa a un ser vinculado parental y afectivamente con la familia extensa andina, la cual incluye al mundo humano, pero también a las plantas, los animales, los cerros, los cuerpos celestes, etc. En quechua y en aymara las wawas no son sólo humanas, sino que toda colectividad tiene sus wawas. No refiere a un escalón en un desarrollo evolutivo de la persona, sino que apunta a la regeneración de la vida misma, al tratarse de un brote de vida que no se limita a una etapa en particular, sino que se da dentro de un ciclo o muyuy, es decir, algo que transcurre para retornar al principio, tal como sucede con el ciclo agrícola (Brondi Zavala 2001). En efecto, se les llama wawas a los tubérculos, como las papas, ya que se trata de seres a los cuales se cuida, limpia y "cría" (Arnold 1996).

Existen a su vez ciertas especificidades al interior del concepto wawa, las cuales se emplean para designar a los seres a medida que atraviesan el ciclo vital, y que varían según la comunidad de la cual se trate. Por ejemplo, en comunidades aymara hablantes de Tarapacá, Chile, tenemos asuwawa -recién nacido-, wawa -hasta cuando deja de ser transportado en la espalda de su madre y comienza a andar-, wawa yuqalla y wawa imilla -niño y niña, respectivamente, desde el momento en el que comienzan a caminar hasta los tres o cuatro años-, yisk'a yuqalla y disk'a imilla -pequeño wawa yuqalla y pequeña wawa imilla, respectivamente-, yuqalla-niño púber-, imilla -niña púber y también una variedad de papa- (Ministerio de Planificación del Gob. de Chile 2006). La distinción entre géneros se inicia entre los tres y cuatro años, al finalizar la dependencia directa con la madre en cuanto a la provisión de leche, pudiendo a la vez caminar solos y empezar a expresarse mediante palabras (Carrasco Gutiérrez 1998). Por otra parte, encontramos que sullu refiere a los fetos desde su concepción hasta que culmina su permanencia en el vientre materno, sin distinción de género; se considera que sullu no posee aún condición humana (Carrasco Gutiérrez 1998).

En comunidades quechua hablantes de Wawakay (Ayacucho, Perú) wawa se aplica en principio al recién nacido, al que brota al mundo, pero su uso se extiende a otras edades y a seres no humanos; también existen variantes, como tiyaq wawa -que ya se sienta- o lluqaq wawa -que gatea- (Brondi Zavala 2001), sin distinción de género.

Estos esquemas terminológicos y conceptuales, conocidos a partir de fuentes históricas y estudios en poblaciones actuales, invitan a pensar en otras maneras de abordar y comprender los primeros años de vida a partir de categorías posibles que no delimitan de manera tajante etapas en una concepción secuencial de la vida, sino que constituyen maneras de nombrar a un ser humano por sus comportamientos y su vínculo con las personas y los seres del mundo, más allá de su desarrollo biológico individual: el grado de dependencia con respecto a los adultos, en especial la madre, la adquisición de habilidades psicomotrices, y el aprendizaje de formas de comunicación con aquellos que lo rodean. Teniendo en mente estas reflexiones, se revela que todos los individuos de Soria 2 y Soria 3 se encontrarían comprendidos bajo el concepto de wawa; más aún, resulta sugestivo que se ubican dentro del rango de denominaciones aymara en el cual la asignación cultural del género no resulta un factor considerado; es decir, se trataría de seres no sexuados, y fuertemente dependientes en términos biológicos de su madre. Por otra parte, si tomamos en cuenta las edades biológicas estimadas de los individuos inhumados, encontramos que, con excepción de aquel del Entierro 1.a de Soria 2, todos, en tanto perinatos o neonatos a término (sensu Scheuer y Black 2000), podrían encontrarse aludidos por la expresión sullu, también de índole no sexuada y excluidos de la condición humana; es decir, personas no sociales. Si bien esta categoría excluiría al referido individuo, podríamos pensar que todos los entierros incluyen, ya sea de manera primaria o secundaria, un sullu.

En segundo lugar, ¿qué sabemos acerca de las personas vivas que intervinieron? Asumimos que pertenecieron a una comunidad de tipo aldeano y, obviamente, que fueron los protagonistas de las performances de entierro ya sea en calidad de ejecutores directos o de audiencia. Pudieron ser consanguíneos de las criaturas, o no serlo.

¿Cuáles pudieron ser las motivaciones que llevaron a los deudos a enterrar a sus "wawas" o "sullus" dentro del ámbito doméstico de antiguas casas? En comunidades aldeanas las muertes tempranas pudieron tener una trascendencia acotada a la esfera del grupo familiar, ya que las criaturas no alcanzaron a interactuar socialmente en la comunidad. En este sentido, Waterman y Thomas (2011) plantean en sus estudios sobre el Neolítico europeo, que los pequeños no habrían tenido un estatus ancestral en la medida en que no habría sido posible una conmemoración de su existencia basada en su descendencia. La muerte temprana pudo haber requerido una protección especial hacia el individuo infantil fallecido, quizás buscando integrarlo post mortem al grupo social. En este último caso, se trataría de un ritual funerario que pudo obedecer al entierro de muertos tempranos por causas naturales, motivo por el cual no habrían alcanzado socialmente el estatus de miembros de pleno derecho dentro de la comunidad.

Por otro lado, siguiendo a Fernández Crespo (2008), y en consonancia con los planteos de Choque y Pizarro (2013), una posibilidad es que el entierro haya tenido como motivación la protección del grupo doméstico o el pedido por la fertilidad de la tierra a la que se daba a los pequeños como ofrenda. Arnold (1996) señala que en los cuentos andinos de origen agrícola, plantas comestibles, como la papa, se originan de las partes descarnadas de un antepasado muerto o de una deidad. El hombre come la "carne" y la "sangre" de la tierra, y la tierra hará lo propio con sus criaturas humanas. De esta manera la "wawa" o "sullu" depositado sería el equivalente a una semilla para fecundar el suelo y multiplicar a los seres vivos que la misma provee, garantizando la reproducción del grupo. La muerte no sería, entonces, un fin, sino la posibilidad de renacimiento de todo el grupo social (Duviols 1978; Vilca 2010) en un ciclo vital que nunca se interrumpe; su entierro en antiguas casas a la vez completa la parábola del difunto, en tanto vuelve a la tierra y al seno doméstico que le dio origen. El espectro de los actores involucrados podría entonces ampliarse, y pensar a las antiguas casas y a la tierra como entidades participantes con significancia social en estos contextos.

Los eventos

Sabemos que ocurrieron al menos cinco muertes muy tempranas. Y que, seguidamente, hubo dos clases de situaciones: una primera disposición de los cuerpos y un traslado de restos de al menos dos criaturas a su lugar de disposición final. Sabemos que las personas que intervinieron debieron caminar por las casas abandonadas y cavar fosas en el suelo, lo cual implicó la remoción del sedimento acumulado y el contacto visual y sensorial con fragmentos de objetos y huesos, restos de las antiguas actividades llevadas a cabo en las viviendas. Tuvieron que portar grandes ollas, vacías o ya con los restos de las criaturas en su interior. Y hubieron de generar espacios reservados para los entierros, en dos casos, mediante la construcción de pequeños muros que delimitaban las áreas exclusivamente funerarias; eso implicó el traslado de bloques de piedra y su cuidadosa colocación. Inferimos que estas tareas, así como el sostén manual de las vasijas, demandaron la intervención de más de una persona, con lo cual se trató de rituales compartidos, puestos en práctica en compañía (Figura 11).

Figura 11. Recreación posible de un evento de entierro de una muerte temprana en la Mesada de Andalhuala Banda (Dibujo: Jennifer Baigorria Di Scala).

La performance de los entierros implicó que un espacio abandonado en términos de uso como vivienda, pasara a albergar presencias físicas de manera permanente, y allí donde se erigieron demarcadores visuales de piedra, transformara en esos actos el espacio construido. También involucró la manipulación y arreglo de objetos según pautas semejantes entre los dos sitios, tales como el ya mencionado uso de alfarerías ordinarias en tanto contenedores de entierros primarios, y a la vez ciertas diferencias, como la manifiesta intención de colocar a los cuerpos de los neonatos en el interior de ollas completas (Entierros 2 y 3 de Soria 2, entierro de Soria 3) y de disponer cuerpos incompletos de individuos acompañados de partes de vasijas, también incompletas (Entierro 1 de Soria 2). Otro rasgo que se diferencia del resto es la cantidad de objetos colocados como acompañamiento en el Entierro 2 de Soria 2 (Spano et al. 2014): aquí encontramos que la intención de diferenciación de dicho contexto mortuorio se manifiesta en la inclusión y disposición de placas de mica, masas de arcilla y otros elementos. Esto no significa necesariamente que no hayan existido otros componentes de diferenciación en los rituales de entierro, sino que los mismos no resultan accesibles a partir de la interpretación del registro arqueológico4.

Los lugares

De algún modo podemos hablar de tres niveles de contención o albergue de los muertos: las ollas, las casas y la aldea.

Ollas como urnas. La olla que contenía los restos del neonato en Soria 3 se vincula estilísticamente con aquellas asociadas a los otros entierros. Si observamos en conjunto las cuatro ollas, percibimos un aire de familia que indica su pertenencia a un modo de hacer compartido en la MAB en los primeros siglos de la Era (Figura 10). A su vez, las vasijas usadas en todos los entierros registrados pertenecen a la misma clase de alfarería ordinaria utilizada en las prácticas cotidianas cuando las viviendas se encontraban plenas de actividad humana. En la vida diaria esta clase de ollas, debido al diámetro pequeño de sus bocas y a su alta capacidad potencial, eran adecuadas para contener cantidades importantes de líquidos, ya que las aberturas reducidas ayudan a evitar el derrame y la evaporación de los fluidos.

Desde una perspectiva funcional, en comparación con otros soportes materiales que las poblaciones tempranas tenían disponibles, estos recipientes resultaban apropiados para la protección del cuerpo del difunto, aislando el contenido de la matriz sedimentaria y manteniendo a los restos ordenados y articulados dentro de la olla (Alvarado 1997). Desde otro enfoque, autores como Ortega Palma y Cervantes Martínez (2009) proponen que el empleo de ollas globulares como urnas resulta una metáfora de regreso al vientre materno. En este sentido es sugerente que el uso de las ollas se reserva usualmente a fetos o neonatos que no sobrevivieron el parto o fallecieron al poco tiempo de nacer -¿sullus?-, habiendo sido el útero su única morada durante la gestación. En cualquier caso, estas vasijas mantuvieron su función de contención, pero fueron empleadas para otra clase de uso, ahora como urnas. Podríamos considerar entonces a las urnas como un primer nivel de espacio receptivo de las "wawas" o "sullus" muertos.

Casas como tumbas. Hodder (1990) propuso una aproximación arqueológica a las casas empleando el concepto de domus, con el que intentó capturar la complejidad de las mismas como fenómeno económico, material, social e ideológico. Domus significa hogar, o más precisamente, apego al hogar. En el marco de la adopción de la agricultura en el Viejo Mundo, la generación de un apego al hogar a través de ciertas actividades como la provisión, preparación y almacenamiento de alimentos en las casas, asociadas con el cuidado y la crianza familiar, se interrelaciona con la construcción de estructuras sociales y económicas a largo plazo y, en consecuencia, con un modo de vida estable. Este apego al domus se habría dado también en el plano simbólico ya que en el Neolítico temprano una modalidad funeraria muy común fueron los entierros debajo de los pisos de las casas, reforzando el vínculo de las familias con el pasado y con la tierra.

De acuerdo con Hodder, en el marco del proceso de domesticación de alimentos, los entierros en las casas permitieron controlar culturalmente y domesticar a la muerte en tanto fenómeno natural perteneciente al ámbito del agrios, de lo salvaje. Desde esta perspectiva, las evidencias encontradas en Soria 2 y 3 nos hacen pensar en las casas como domus; las actividades que allí se desarrollaron relacionadas con la producción doméstica y probablemente con la vida temprana de los niños que allí pudieron haber vivido, aluden a un sentido de hogar que posiblemente proveyó estructuras estables en el ámbito de una comunidad agropastoril. El entierro de criaturas en las casas abandonadas nos permite pensar estos sitios, en tanto domus, como locus de domesticación de la muerte. ¿Vivieron allí quienes enterraron a los infantes en las casas? ¿Existió alguna forma de apego a estos hogares, y en ese caso los entierros -en la situación de abandono- están marcando ese vínculo doméstico? ¿Hubo una historia familiar en esos espacios que, aún en la muerte, unió a esos infantes con la casa? Tal vez los cuerpos en las ollas refuerzan el vínculo con cada casa y dan cuenta a su vez de la creación de una historia familiar específica.

Una mirada alternativa y más próxima es posible a través del concepto aymara de uywaña o uyway, es decir, crianza. Este término, señalado en un estudio etnográfico en el altiplano chileno (Martínez 1976), y ya aplicado a casos arqueológicos (e.g. Haber 2007; Lema 2013), se refiere a las relaciones de crianza mutua, cariño y cuidado entre distintos seres en los Andes; padres e hijos, pastores y llamas, agricultores y sus cultivos, los cerros sagrados y la familia, los vivos y los antiguos. Son relaciones asimétricas en las que una parte es más fuerte y ejerce el dominio sobre la otra; y a la vez recíprocas, ya que siempre se espera del otro algo a cambio; no son armoniosas debido a que existe la eventualidad de algún desequilibrio bajo la forma de enfermedades, adversidades climáticas o incluso la muerte (Haber 2007; Vilca 2010). En el caso de los infantes de la MAB desconocemos las causas de sus muertes, más aún, no sabemos si se habría practicado infanticidio. En primera instancia podemos plantear que, si las hubo, las relaciones de crianza, de cuidado y cariño entre los infantes y sus padres fueron de muy corta duración; éstas se ciñeron al tiempo de los embarazos y al período acotado en que los pequeños vivieron. Siguiendo el marco referencial de uywaña, sin embargo, es posible pensar, a modo exploratorio, que las relaciones entre los infantes y sus progenitores trascendieron las muertes, y continuaron en el tiempo y en el espacio. Los adultos enterraron a sus hijos en las casas, antiguos ámbitos de crianza, y les brindaron protección y un hogar definitivo en la muerte. Ahora bien, en este caso, ¿qué podrían ofrecer en reciprocidad las criaturas enterradas?

Algunas pistas pueden obtenerse de estudios realizados sobre el Formativo temprano del norte chileno. Núñez y colaboradores (2006) plantean que los 29 neonatos enterrados en el templete de Tulán de la Puna de Atacama -una estructura ceremonial emplazada en el núcleo de un asentamiento aldeano-, tuvieron un rol fundamental tanto en el espacio inmediato, donde se encuentran depositados bajo piso, como en la comunidad, en virtud de tratarse de personas no sociales y, por esa condición, devenir en intermediarios entre los hombres y las fuerzas vitales sobrenaturales para invocar su protección. Esta propuesta nos hace pensar en que los pequeños, las "wawas" o "sullus", al ser enterrados en las casas tal vez pudieron "devolver" a sus deudos en reciprocidad, su ejercicio de intermediarios espirituales para garantizar la reproducción del grupo doméstico5.

La aldea. Sabemos que hubo dos casas muy cercanas que estuvieron habitadas en la misma época, de acuerdo con las edades calibradas de los fechados de los contextos domésticos, una ligeramente más tardía (Soria 3). Sabemos también que fueron erigidas bajo las mismas pautas constructivas, por lo cual inferimos que son representativas de un estilo arquitectónico local compartido. También que ambas se encuentran en el sector oriental del glacis, en el cual son más numerosas las unidades arquitectónicas presumiblemente tempranas.

Como ya mencionamos, la fecha obtenida para el piso de ocupación de Soria 3 es algo más antigua que el entierro. A su vez, todos los fechados de este sitio son ligeramente más tardíos que las dataciones de las inhumaciones de Soria 2. Esto nos hace pensar en la posible existencia de prácticas de desocupación de las casas y habitación y/o construcción de otras por parte de los integrantes de la misma comunidad dentro del ámbito de la aldea. Desconocemos los motivos que llevaron a dejar las casas. Tal vez sus moradores optaron por residir en otra vivienda y efectuaron los entierros seguidamente a la desocupación o al poco tiempo, como una suerte de clausura del hogar, ahora transformado en lugar de reposo final de los infantes. No obstante, de acuerdo con el planteo de Nelson (2000), si bien los abandonos definitivos suelen requerir de cierres rituales, por ejemplo incendios, los movimientos locales generalmente no los necesitan, dado que los sitios continúan siendo visitados u observados. Creemos que este último escenario representa el caso de las unidades domésticas tempranas de la MAB, desocupadas, sin evidencias de incendios de clausura u otros indicadores, y luego reutilizadas como ámbito funerario, donde esos antiguos lugares residenciales continuaron siendo parte de la vida cotidiana de las personas.

Casas de muertos

A diferencia de lo que pudo ocurrir con lugares dedicados de manera particular al depósito de difuntos, la colocación de estos restos en antiguos sitios domésticos de la MAB implicó la intencionalidad manifiesta de inscribirlos en el ámbito de la casa. Las prácticas funerarias registradas en otros asentamientos tempranos de los valles Calchaquíes incluyen dos maneras de inhumación: cámaras de piedra debajo del piso de los patios de manera contemporánea al uso doméstico (a veces sobresaliendo los accesos por encima del nivel del piso) y pequeñas necrópolis separadas de los sectores residenciales y de producción (Raffino 2007). En este sentido las ocupaciones tempranas de la MAB evidencian una modalidad de práctica funeraria distinta y poco conocida hasta el momento: el uso de casas deshabitadas para el entierro de infantes.

Más allá de los significados puntuales del ritual de entierro, a partir del análisis de la materialidad de estos eventos podemos plantear que, si algo marcan estas inhumaciones, es un hito en la biografía de las casas: transitadas por el tiempo social de vida y de abandono (Shanks y Tilley 1987), los entierros señalan su clausura como ámbito cotidiano de los vivos marcando así, de alguna manera, la muerte simbólica de las casas; y el ingreso de los restos de los pequeños, ahora sus ocupantes últimos y definitivos, convierte estos espacios en casas-tumbas, o lo que denominamos "casas de muertos"6. Una suerte de materialización de la muerte física y simbólica de seres y lugares.

Por el momento sólo hemos identificado estas dos "casas de muertos" en la MAB, separadas por 300 m. No podemos afirmar, que estas estructuras hayan estado extendidas en toda la porción de la mesada con ocupación temprana. No obstante, con la evidencia disponible es dable pensar que el espacio en el que se emplazan pudo ser reconocido socialmente e identificado como una zona con características propias, un área de habitáculos funerarios de "wawas" o "sullus" que operaban simbólicamente como intermediarios entre las personas y las fuerzas vitales supra-humanas. Creemos que esta idea de "casas de muertos" resulta un modo de articular, a través de significados posibles, los tres ejes conceptuales transitados a lo largo de este trabajo: actores sociales, eventos y lugares.

A otro nivel analítico, consideramos que el uso de viejas casas deshabitadas para la inhumación de infantes en ollas ordinarias pudo ser un componente de un patrón de asentamiento sedentario con movimientos a escala local por parte del grupo doméstico dentro de los límites de la mesada. En este esquema, el ritual mortuorio resulta un indicador arqueológico relevante al dar cuenta de que estas casas no fueron del todo abandonadas, sino que siguieron formando parte del espacio habitado. Esta condición preeminentemente funeraria de las casas abandonadas de Andalhuala Banda tiñe de significados particulares a la funcionalidad de estos espacios: las "casas de muertos", entonces, no encajan en una clasificación arqueológica de uso del espacio construido basada en la asignación de una funcionalidad predominante (área habitacional, área productiva, área funeraria y/o ceremonial, por ejemplo) sino que pueden pensarse como ámbitos que trascienden las categorías habitualmente utilizadas por nuestra disciplina, nacidas del pensamiento eurocéntrico moderno, permitiendo la apertura hacia modos alternativos de leer la evidencia (Hodder y Hutson 2003). En este sentido, la puesta en tensión de categorías construidas a partir de supuestos de pretendido alcance universal para clasificar los espacios habitados, así como de los tiempos vitales de las personas, puede resultar una fuente de ideas para la interpretación arqueológica de la MAB, puesta en juego con otras categorías como cuerpo, género, materialidad, etc. De ese modo, las criaturas podrían ser wawas o sullus, las ollas podrían ser urnas, las casas podrían morir, y una aldea temprana pudo estar compuesta por casas de vivos y casas de muertos.

Palabras finales

El relato que intentamos no alcanza el grado de compromiso deseado con los sujetos y los eventos estudiados a través del registro arqueológico. No obstante, quisimos dar un primer paso hacia la construcción de un bagaje de ideas que pudieran dar sentido a las manifestaciones materiales que conocimos en los sitios tempranos de la MAB, en una escala espacio-temporal centrada en los sujetos. Para ello recurrimos a la interpretación de los datos de campo -obtenidos bajo una cuidadosa metodología de trabajo- y a información provista por estudios históricos y etnográficos, junto con antecedentes de otros casos arqueológicos. Tomamos como principios ordenadores de la complejidad bajo estudio, los ejes actores sociales, eventos y lugares, lo cuales no resultaron componentes rígidos sino más bien categorías flexibles, en las que los límites entre uno y otro resultan difusos.

Se exploró la utilización de categorías nativas en cuanto a su potencial explicativo -con las reconocidas limitaciones que implica la puesta en juego de elementos separados por siglos y distancias- para intentar caminos hacia la comprensión de fenómenos de los cuales la materialidad en Soria 2 y 3 es expresión. Conceptos como wawa, sullu o uywaña fueron puestos en relación con configuraciones del registro arqueológico, en pos de vislumbrar fragmentos del significado que tuvieron las prácticas analizadas.

Poniendo el foco en las inhumaciones de infantes en casas abandonadas como fenómeno, las indagaciones acerca de objetos como ollas y de estructuras como los antiguos espacios residenciales derivaron en la tipificación de una modalidad particular de entierro, en la propuesta de identificación de un componente singular del patrón de asentamiento -las "casas de muertos"- y en una reflexión acerca del uso de categorías arqueológicas. Si bien se trata de un punto de partida, el cual deberá ser robustecido con la ampliación de las excavaciones en la MAB, esperamos haber contribuido, mediante el relato de una historia local posible, a acercarnos un poco más a la compleja trama de significados, seres y cosas que atravesaron el modo de vida de las comunidades agropastoriles tempranas, más allá de lo evidente.

Al cruzar el umbral de la antigua casa, los muros los ampararon. Al menos eso sintieron después de transitar el camino con aquella carga sobre los brazos. Una vez dentro, cerca de la pared que daba hacia el río cavaron un pozo, no muy profundo ni muy amplio, solo lo necesario para que cupiera la olla. Los montoncitos de tierra que se iban acumulando alrededor del círculo abierto en el piso contenían fragmentos del pasado familiar: cuencos rotos, huesos pelados, mucha basura. Cuando la fosa horadada en las entrañas de la casa resultó apropiada, colocaron el gran cuerpo de arcilla cocida que contenía el otro cuerpo, el de la criatura. Los brazos se libraron del peso de la carga. Se dijo lo que debía decirse. Se hizo lo que debía hacerse. La tierra removida y los restos del pasado capturados entre sus motas cubrieron la vasija con su "wawa", que allí quedaría, en casa.

Agradecimientos: a Jennifer Baigorria Di Scala y Jonathan Soria por su colaboración en la excavación de Soria 3. El análisis de los restos arqueofaunísticos y líticos fue realizado por Carlos Belotti y Juan Pablo Carbonelli, respectivamente. Agradecemos a Catriel Greco por la elaboración de las figuras 4 y 8. Y a los evaluadores, cuyas sugerencias y aportes bibliográficos enriquecieron la versión final; de todos modos, lo expresado es de nuestra entera responsabilidad.

Notas

1. La terminología usada para referir a las categorías etarias de los individuos de ambos sitios en las secciones Espacio y tiempo y Abriendo otra ventana: el sitio Soria 3 corresponde al análisis bioarqueológico; para una descripción detallada de los métodos y técnicas aplicados en el mismo remitimos a Spano et al. 2014.

2.  La estimación de la edad se efectuó considerando la longitud de los huesos largos (Scheuer y Black 2000).

3.  Aunque no debe dejar de tenerse en cuenta que podrían ser amamantados eventualmente por otras mujeres, por ejemplo en caso de fallecimiento de la madre.

4.  En comunidades aymara contemporáneas del norte de Chile, se acostumbra el uso de objetos brillantes como amuletos de protección durante los primeros meses de vida de las wawas, con el fin de protegerlas cuando su madre debe desplazarse a sectores de la casa alejados; esta clase de objetos, amarrados cerca de la cabeza, ropas o mantas del pequeño, incluyen espejos (Carrasco Gutiérrez 1998).

5. En relación a este punto, agregamos que en comunidades aymara de Arica se cree que los niños pertenecen al mundo ancestral, y que al morir en la gestación o de manera temprana, deben ser entregados ritualmente a los achachilas o antepasados míticos, a fin de restituir el equilibrio en la naturaleza (Choque y Pizarro 2013).

6.  Sumamos una interpretación propuesta por Gero (2015) para la presencia de conanas partidas colocadas en los ingresos de las unidades habitacionales y cerrando los accesos al interior, en la aldea de Yutopián, valle del Cajón. La autora interpreta este fenómeno como un acto de "cierre" de las casas cuando son abandonadas, en tanto las conanas como implemento de molienda eran elementos centrales de la vida cotidiana en las viviendas tempranas; la ubicación -cerrando los accesos- y su condición -rotas- señalaría que ya no están en uso, y que el alimento ya no será producido en su interior. En la superficie de la MAB hemos encontrado cantidad de conanas enteras y partidas asociadas a estructuras arquitectónicas, a veces formando parte de los muros. Unos centímetros por encima de la boca de la olla de Soria 3 se disponía un fragmento de conana. No podemos avanzar con la información de campo de la que disponemos por el momento, pero la propuesta de Gero nos hace conjeturar sobre la posibilidad de que estos entierros en ollas pudieron estar marcando "la muerte" de las casas, siendo, tal como las conanas, un símbolo de alimento, fertilidad y reproducción del grupo doméstico.

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