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Comechingonia

versión On-line ISSN 1851-0027

Comechingonia vol.22 no.1 Córdoba jun. 2018

 

ARTICULO 

EL PAISAJE RUPESTRE DE CERRO COLORADO (PROVINCIA DE CÓRDOBA, ARGENTINA): DETECTANDO OTROS SENTIDOS, OTRAS CORPORALIDADES.

THE RUPESTRIAN LANDSCAPE OF CERRO COLORADO (CÓRDOBA PROVINCE, ARGENTINA): DETECTING OTHER SENSES, OTHER CORPORALITIES

 

Luis Tissera1

1 Reserva Cultural Natural Cerro Colorado, Agencia Córdoba Cultura. Calle Pública s/n, (5821) Cerro Colorado, Argentina, luistissera@gmail.com

Presentado: 21/02/2017 - Aceptado: 14/06/2018

Resumen

El análisis arqueológico de los sitios con arte rupestre genera distintas narrativas construidas a partir de los elementos que los definen, es decir las representaciones pintadas o grabadas que operan como referentes visuales. Aunque no se discute la potencia visual que incorporan los motivos y temas rupestres, en este trabajo se atienden otros aspectos sensoriales que permanecen relegados por la preeminencia de las imágenes, y que podrían ser incluidos como partes de aquellas narrativas. En este sentido, se intenta una aproximación desde una perspectiva que contenga aspectos no visuales de los rasgos arqueológicos, vinculados a un tipo particular de materialidad (rocas sedimentarias localizadas en lugares específicos) que posiblemente fue significada y vivenciada a través del tacto e incluida dentro de la multiplicidad de prácticas sociales llevadas a cabo en ciertos abrigos rocosos.

Palabras clave: gestualidad, materialidad, experiencia táctil, arte rupestre

Abstract

The archaeological analysis of sites with rock art generates different narratives constructed from elements that define them as such, that is painted or engraved firm operating as visual references representations. Although the visual potency incorporated in rock motifs and themes is not discussed, in this work other sensory aspects that remain relegated by the pre-eminence of the images and that could be included as parts of those narratives are discussed. In this sense, an approximation is attempted from a perspective that contains non-visual aspects of the archaeological features, linked to a particular type of materiality (sedimentary rocks located in specific places), that was possibly meaningfully and experienced through touch and included within the multiplicity of social practices carried out in certain rock shelters.

Keywords: gesturality, materiality, touch experience, rock-art

 

Introducción

 

En las últimas décadas, los estudios sensoriales han adquirido un relativo interés dentro de la disciplina arqueológica, en un intento por superar limitaciones metodológicas para detectar lo efímero de la experiencia sensorial. Estos aportes desplegaron algunas líneas de investigación que proponen indagar formas sensoriales y afectivas del pasado, las que necesitan de la materialidad del mundo para ser activadas (Houston y Taube 2000; Ouzman 2001; Boivin et al. 2007; King y Sánchez Santiago 2011; Kuijpers 2015).

 

Desde una perspectiva fenomenológica, nuestros cuerpos y sentidos juegan un rol clave en la construcción del mundo, ya que condicionan las prácticas sociales y viceversa, en un entramado material donde la experiencia sensorial y la percepción están mediadas por la cultura. En otras palabras, la percepción resulta influenciada por la significación cultural, de modo que las experiencias sensoriales según el contexto en el que ocurren, adquieren distintas valoraciones simbólicas. Los significados sensorios y valoraciones culturales, a través de los cuales una sociedad traduce los conceptos y percepciones, conforman un modelo sensorial que aporta una particular forma de ver el mundo. Dicho modelo prescribe el modo en que el cuerpo se relaciona con otras materialidades y se conforma por un número de sentidos, integrados en una jerarquía que los ordena en diferentes configuraciones (Classen 1977; Howes 2006a).

 

Es así como paisajes, artefactos y objetos del pasado fueron producidos, vivenciados y significados dentro de un modelo y jerarquía sensoriales,  posiblemente distintos al modelo pentasensorial y al ocularcentrismo, surgidos del positivismo científico, que caracterizan a la jerarquía de sentidos predominante en el mundo occidental. En términos sensoriales, esta diferencia que también es ontológica, de algún modo condiciona nuestra interpretación y abordaje de la cultura material, ya que los significados que atribuimos a estos paisajes, artefactos y objetos antiguos, en muchos casos serían diferentes a los significados que les atribuyeron sus productores.

 

En este aporte se realiza el análisis de determinados soportes de roca sedimentaria, situados en el interior de tres abrigos rocosos pertenecientes a la localidad arqueológica de Cerro Colorado (Sierras del Norte, provincia de Córdoba), vinculados al acceso a cuevas o recintos ocultos que conforman el fondo de esos abrigos (Figura 1).

 

En estos sitios, algunas rocas exponen una capa de textura muy suave y que presenta un brillo metálico o bruñido cuya causa se discute en este aporte. El análisis de estas materialidades y su posible etiología, permanecen excluidas de la narrativa rupestre, la que se  construye  a  partir  de  otros  referentes  visuales,  como  las  imágenes que interpelan al investigador y constituyen el rasgo más relevante del abrigo rocoso que las contiene. Esta primacía de las imágenes rupestres favorece la selección de determinados rasgos en detrimento de otros, y puede ocultar aspectos no visuales de importancia como las representaciones, pero menos evidentes (Ouzman 2001).

 

(1) Quebrada de la Trampa; (2) Cueva del Indio; (3) Casa del Sol

 

Figura 1. Ubicación geográfica del Cerro Colorado y de los sitios analizados

               

La localidad de Cerro Colorado cuenta con una extensa tradición en investigaciones arqueológicas, centradas mayormente en el análisis de las pinturas rupestres que la caracterizan. Los aportes de distintos autores se han enfocado sobre diversas variables de análisis para la descripción de las representaciones (Gardner 1931; Aparicio 1936; Pedersen 1961; Martín de Zurita 1997), la búsqueda de adscripciones culturales para sus productores a través del diseño comparativo (Berberián y Nielsen 1985; González 1963; Schobinger y Gradín 1985), hipótesis contextuales y funcionales (Gardner 1931; González 1977; Pérez Gollán 1968) o la problematización del deterioro natural y antrópico de las pinturas (Bolle 1987). Los últimos aportes, propuestos desde una Arqueología del Paisaje, ampliaron el campo analítico al considerar vínculos entre organización socio-política, aspectos económicos y producción de las imágenes rupestres (Recalde 2015; Recalde y López 2017).

 

La mayoría de estos trabajos construyeron sus narrativas en torno a los aspectos visuales propios del arte rupestre, su producción y prácticas desarrolladas por las personas involucradas en la observación de las imágenes. Resulta paradójico que la primacía visual, que constituye el marco tradicional de abordaje sensorial de los objetos arqueológicos, implique a la vez un distanciamiento de los mismos en términos corporales (Pellini 2010). La detección de las alteraciones antes mencionadas, cuyo origen se discute en este aporte y que conforman el objeto de este estudio, implica primordialmente incluir al tacto como vínculo no-visual entre las personas y la roca, e incorpora una variable que permite ampliar el conocimiento acerca de la multiplicidad de las prácticas indígenas en los sitios rupestres.

 

Descripción de los sitios analizados

 

La geología de la localidad rupestre se caracteriza por la presencia de una formación de areniscas y conglomerados rojizos estratificados, denominados sedimentitas de Cerro Colorado. Dicha formación, cuya edad aún es motivo de discusión (con una antigüedad estimada entre el período Cámbrico de la Era Paleozoica y el Triásico de la Era Mesozoica), se asienta discordantemente sobre el basamento granítico y se extiende de sur a norte, ocupando un área de ca. 24 km² (Painceyra y Martino 2004). La erosión pluvial y eólica provocó el desgaste de las rocas detríticas, así como la formación de oquedades irregulares que conforman aleros y cuevas de diversos tamaños, que en algunos casos incluyen paneles con pinturas rupestres. Las elevaciones principales del área, de sur a norte, son los cerros Condorhuasi, Intihuasi, La Conga, Veladero, Colorado y Vaca Errana.

 

En el interior de algunos aleros y cavidades, situados mayoritariamente en los cerros Intihuasi y Veladero, se presentan determinadas rocas sedimentarias cubiertas por una o más capas delgadas de textura sedosa, compatibles con un tipo de formación resultante de procesos posteriores a la diagénesis de estas rocas y denominado espeleotema. No contamos  con estudios geomorfológicos vinculados a su origen, sin embargo, la formación de estas capas suele asociarse a depósitos de carbonatos de calcio y otros componentes, producto  de la circulación de las aguas de escorrentías o infiltración, que dan lugar a procesos de disolución y precipitación de minerales.

 

Se detectaron cuatro abrigos rocosos, en cuyo interior la superficie de algunos espeleotemas expone una alteración caracterizada por la presencia de  un brillo metálico, cuya etiología se sugiere a partir de la evaluación de un conjunto de variables, que serán expuestas en la discusión.

 

El primer abrigo se sitúa sobre la ladera oriental del cerro Intihuasi, donde se emplaza un frente rocoso de ca. 40 m de largo rematado por una saliente a modo de alero, con un alto grado de meteorización en forma alveolar, del tipo "panal de abeja". Dicho frente expone una pared vertical donde se observan algunos motivos pintados en rojo y blanco, así como una cueva sin salida al exterior, angosta y profunda, orientada al este y denominada Casa del Sol (CS), que conforma el fondo del abrigo (Figura 2). El exterior de la cueva presenta algunos graffitis sub-actuales cercanos al acceso y sobre la pared interna derecha, próxima al ingreso, a través de la aplicación del software D-Stretch sobre fotografía digital, se relevaron motivos pintados prácticamente no visibles en la actualidad (figuras de camélidos alineadas). La cueva carece de sedimentos ya que el piso está conformado por la roca madre. Tampoco se observan otras evidencias arqueológicas a parte de las pinturas rupestres.

 

Figura 2. Acceso a la Casa del Sol y vista del recinto interior.

 

En las paredes interiores de la cueva, en repisas situadas a ambos flancos y en el piso, se despliegan coladas de espeleotema de espesor variable, con tonalidades que oscilan entre gris y marrón claro, con algunas áreas negras, que recubren a la roca sedimentaria. Dichas formaciones también han sido detectadas sobre el piso de otros dos aleros de baja altura, que se hallan a escasos metros a ambos lados de este sitio. En uno de estos aleros se registró la presencia de dos hoyuelos de factura antrópica, elaborados sobre esta capa y cercanos a motivos pintados. Al fondo de la cueva se sitúa un escalón de 1,5m que permite acceder a un pequeño recinto elevado, que resulta la continuación de la misma (Figura 3). Al interior de este recinto, también se observa sobre las paredes y el ingreso al mismo el desarrollo de espeleotemas. El mismo, al ser de dimensiones reducidas, puede ser transitado únicamente en cuclillas. Los espeleotemas, que ocupan gran parte de la cueva, presentan en ambas repisas laterales, el piso, la pared derecha y en ciertas áreas del recinto interior, la superficie con aspecto de brillo metálico mencionada anteriormente (Figura 4).

 

                           

Figura 3. Interior de la Casa del Sol.

 

Figura 4. Alteraciones sobre la superficie del espeleotema en la repisa derecha de Casa del Sol. Nótese el bruñido de los soportes.

 

El segundo abrigo se localiza a 400 m de CS, sobre la ladera oriental del cerro Veladero. Es un sitio de grandes dimensiones con pinturas rupestres, orientado al este y denominado Cueva del Indio (CI). Dicho refugio posee en su interior una cueva de ca. 30m² con salida al exterior, donde es posible ingresar erguido (Figura 5). Al interior del abrigo, sobre el piso se observan algunos bloques sueltos, en tres de los cuales se aprecian intervenciones de carácter cultural. El primero expone una serie de hoyuelos o cupuliformes de distintos tamaños agrupados en forma lineal, el segundo presenta un mortero profundo, otro playo, un hoyuelo y áreas de su superficie que han sido alisadas y acanaladas por desgaste con distintos instrumentos líticos. Un tercer bloque, posiblemente utilizado como yunque, expone  extracciones de material producidas por cortes y percusión. La variabilidad de artefactos y marcas registrados en estos bloques, sugieren que en este sitio se realizaron diversas prácticas vinculadas al procesamiento y preparación de sustancias y/o alimentos, entre otras actividades. Se observan escasos sedimentos con la ausencia de los estratos más superficiales,  tal vez producto de la excavación  realizada por Gardner (1931),  quien ofrece una somera descripción de los hallazgos conformados mayormente por desechos líticos y cerámicos.

Figura 5. Acceso a la Cueva del Indio en el fondo del abrigo homónimo.

 

Los espeleotemas, también están presentes sobre el piso de una cavidad localizada a la derecha del alero y parcialmente en las paredes internas de la cueva. Resulta de interés un bloque de 0,7 m de altura frente al acceso a la cueva, fragmentado en tres partes y situado en el área central del alero (Figura 6). En la cara superior de este bloque, a modo de mesada y desplegada en una superficie de ca. 1,60 m², también se observa una capa de espeleotema, que en este caso adquiere un brillo metálico de características similares a aquellas observadas en CS (Figura 7).

 

 

Figura 6. Bloque con alteraciones en la Cueva del Indio.

 

El tercer abrigo se sitúa a 3,1 km al norte de la CS y se localiza entre la ladera y el piedemonte oriental del cerro Vaca Errana, en el área denominada El Desmonte. Sobre una de las quebradas transversales al cerro, denominada La Trampa, se emplaza un refugio de dimensiones considerables con orientación norte (QLT). El mismo se caracteriza por una gran diversidad de figuras plasmadas sobre el techo, con predominio de motivos no figurativos, apelando frecuentemente a la bicromía (rojo y blanco).

 

Figura 7. Alteraciones sobre la superficie del espeleotema en el bloque de la Cueva del Indio. Nótese el bruñido de los soportes.

 

El abrigo conserva escasos sedimentos y se observan tres morteros de diferentes tamaños. En el fondo del mismo, a un metro del suelo se halla un pequeño recinto que permite la ocupación de dos personas sentadas en forma simultánea (Figura 8). Sobre una repisa situada en la pared izquierda del alero y que se extiende hasta el ingreso del recinto, se observa una capa de espeleotema de color marrón oscuro, con las alteraciones mencionadas en los casos anteriores (Figura 9).

 

Discusión

 

La primera hipótesis propuesta sugiere que el brillo en la superficie de los espeleotemas es producto de la fricción antrópica, y sería compatible con la marca que deja el contacto reiterado de manos u otras partes del cuerpo a lo largo del tiempo. La segunda hipótesis, propone   como   agente   de   alteración  a  la  acción  de  determinados  animales.   Resulta significativo que estas formaciones, que recubren las areniscas y que hemos detectado en diversos sitios, expongan brillo en aquellos con evidencias de ocupación humana o animal.

Figura 8. Pequeña cueva en la Quebrada de la Trampa.

 

Para contrastar esta primera hipótesis, primero se evaluó la posibilidad de excluir el factor antrópico o animal como agentes de alteración de los espeleotemas para definir su etiología. Respecto a un posible origen natural de este brillo, se relevaron muestras provenientes de CS y CI para ser analizadas en el laboratorio de Geología de la UNC. Se efectuaron cortes delgados en dos muestras de soporte con aporte de pátina brillante para microscopía de polarización. El primer corte se realizó paralelo a la pátina, donde se observó la presencia de minerales opacos y otros fibrosos intersticiales, que no pudieron ser identificados por la pérdida de la misma durante esta intervención. El segundo corte, de carácter transversal, permitió detectar la presencia de óxidos de hierro y/o manganeso y calcita intersticial. Estos resultados no descartan la presencia de yeso, el que junto a la calcita explicarían la apariencia sedosa del espeleotema, sin embargo, la opacidad de los elementos identificados contribuye  a  desestimar  el  origen  natural  del  brillo  que  presentan  estos minerales al ser depositados por precipitación química. El brillo podría ser aportado por la calcita, y eventualmente el yeso, componentes de baja dureza susceptibles de modificar su apariencia por la fricción. 

Figura 9. Alteraciones en el soporte próximo al ingreso de la cueva en la Quebrada de la Trampa.

 

En otro orden, las superficies de las capas que exponen un brillo metálico, en ambos sitios, fueron observadas in situ a través de una lupa de 60 X. En el caso de CS, el brillo coincide con los relieves y superficies en positivo, resultando ausente en las microdepresiones que no estarían comprometidas en el caso de una fricción. Esta inspección evidenció sobre algunas partes de la capa situada en el bloque de CI, marcas en forma de líneas delgadas, paralelas y multidireccionales, provocadas por el raspado con algún elemento de mayor dureza que la superficie, rasgos que sugieren la presencia de otro tipo de intervención más allá de la fricción causante del brillo. Una inspección a nivel macroscópico de la superficie del bloque de CI, permitió observar la composición laminar del espeleotema, donde la pérdida de algunos fragmentos correspondientes a la primera lámina,  exponen parcialmente la superficie  de la lámina inferior con  la ausencia del brillo.

 

Esta diferencia podría implicar que la pérdida de la primera lámina ocurrió posteriormente a las acciones que provocaron el bruñido de la misma, a la vez, que la superficie opaca de la segunda lámina pone en duda un origen natural para las alteraciones.

 

Finalmente, las áreas alteradas fueron comparadas con otro caso que expone similitudes significativas. En las inmediaciones del poblado se localiza un pasaje peatonal sobre un frente rocoso, que conforma la ladera norte del cerro Veladero, y que une el área de Las Galerías (abrigo de grandes dimensiones con evidencias arqueológicas) con la quebrada formada entre dicha elevación y el cerro Colorado, por donde discurre el arroyo Los Tártagos. En dicho pasaje, existe una repisa de arenisca que es utilizada como sostén para conservar el equilibrio por quienes cruzan de una parte hacia la otra, al sortear el curso de agua en la temporada estival. En este caso el uso de la repisa no depende de la destreza de la persona, ya que debido a lo inestable del paso, apoyar las manos sobre la misma resulta un gesto casi obligado. Dicha repisa, presenta en toda su extensión una cobertura de espeleotema, y en las partes que se utilizan como apoyo para las manos, se observan idénticas alteraciones a las registradas en los tres sitios: el característico bruñido o brillo metálico. Esta analogía permite una comparación válida para contrastar nuestra primera hipótesis, a la vez que sugiere un proceso de alteración muy veloz, en términos geológicos.

 

A modo de hipótesis alternativa, otro agente de alteración podría ser la presencia de ganado caprino, que producto de su comportamiento refriega su pelaje en las rocas, lo que permite explicar el bruñido de la pared derecha y de las repisas laterales de CS. También, el pisoteo de las cabras podría ser la causa del brillo del espeleotema que recubre el suelo del abrigo.

 

En este sentido, el cuarto abrigo, cercano a la cima del cerro Veladero, reúne evidencias de este tipo. Al interior del mismo se detecta la ocupación de ganado caprino en base a la gran acumulación de excrementos sobre el piso, donde los espeleotemas que cubren las partes rocosas del suelo carentes de sedimentos, presentan el característico brillo metálico y una coloración oscura o negra. Si bien, no descartamos la intervención de este agente para definir una etiología de las alteraciones en CS, especialmente en las partes de color oscuro o negro, la disposición que presentan las superficies con brillo no permite explicar las modificaciones en la totalidad de las áreas de la cueva, como por ejemplo en el interior del recinto elevado o en su acceso, donde deben apoyarse las manos para poder trepar e ingresar al mismo.

 

En CI y QLT no consideramos pertinente incluir a este agente como factor de alteración, ya que la acción de refregar el pelaje en las disposiciones que presentan ambos soportes no resulta compatible con la etología del animal.

 

Otras especies de animales pueden constituirse en agentes de alteración, ya que son capaces de friccionar por pisoteo los accesos a cuevas o madrigueras. Sin embargo en el caso del recinto de CS, este se encuentra demasiado elevado, mientras que en el recinto de QLT, el acceso al mismo se sitúa a la derecha de la repisa alterada. 

 

Para estos casos, la primera hipótesis implica ponderar la presencia de un agente antrópico como causa de la mayoría de las alteraciones de las pátinas. Esta posibilidad conlleva al problema de determinar si estas son producto de acciones recientes o antiguas, en otras palabras, si tienen o no algún vínculo con las sociedades productoras del arte rupestre o sus antecesores. En este caso, sugerir una cronología relativa para situar los eventos causantes de las alteraciones, resulta clave para distinguir entre rasgos arqueológicos y subactuales o contemporáneos.

 

En general, la trayectoria histórica de estos abrigos admite dos momentos donde la presencia humana registró una mayor actividad dentro de los mismos. Las ocupaciones prehispánicas de cronología tardía, sugeridas por los contextos de excavación de los aleros intervenidos y el flujo de visitantes turísticos y educativos iniciado a finales de la segunda mitad del siglo pasado.    

 

En CS, la presencia reiterada de visitantes recientes pudo haber alterado las superficies de la pared derecha por el roce de las manos, de las repisas al sentarse y del suelo, producto del pisoteo. Consultas con los vecinos más longevos que conocen el sitio, afirman que esta superficie brillante ya existía hace más de medio siglo. Si bien la cueva ha sido visitada desde tiempos anteriores, el mayor flujo de visitantes se inició durante el último cuarto del siglo pasado. De acuerdo a esto, si el aspecto bruñido de la pátina no se formó recientemente, estas alteraciones podrían haberse profundizado al replicarse las acciones que las conformaron en el pasado, es decir el rozamiento de las manos de los visitantes atraídos por la textura y el brillo de las áreas alteradas.

 

El sitio CI también expone un historial semejante (un caudal de visitantes con un incremento en el último cuarto de siglo y una superficie brillante pre-existente según testigos locales), sin embargo el bloque incluido en este análisis no interviene, por ejemplo, como apoyo de manos en la circulación de los visitantes que eventualmente observan las pinturas.

 

El abrigo QLT, a diferencia de los casos descritos anteriormente, debido a su discreto emplazamiento alejado del casco urbano, no ha tenido un acceso asiduo de público. Por otra parte, el área alterada está alejada de la posición que adoptan los visitantes del sitio, quienes  se  emplazan  bajo  la  línea  de  goteo  para observar las pinturas desplegadas bajo el techo.

 

Además el acceso al recinto, está situado a la derecha de la repisa alterada, de modo que puede ser descartada la fricción de eventuales visitantes que hayan ingresado al mismo.

 

En resumen, considerar la intervención humana como factor de fricción sobre los espeleotemas, en el marco de la primera hipótesis, implicaría discernir dentro de un palimpsesto construido por determinadas acciones, las lógicas gestuales que permitan asociar dichas acciones a diferentes contextos culturales.

 

¿Qué relaciones tienen estas superficies con las imágenes pintadas? ¿Existe tal vínculo?

 

Respecto a los casos involucrados en este análisis, el aspecto que cabe destacar en CS y QLT se refiere a la no participación (o relación indirecta) de las pinturas en las prácticas que involucrarían al tacto y que tuvieron lugar en ambos abrigos. Al menos no de manera simultánea, es decir, la observación de las imágenes solo resultó posible en instancias discontinuas respecto al contacto corporal con la roca. En este vínculo íntimo con la roca, las imágenes pierden protagonismo, quedan excluidas del campo visual y la textura parece guiar al cuerpo hacia la boca del recinto interior, en una experiencia táctil donde las imágenes rupestres no intervienen dentro de la percepción sensorial.

 

En el caso de QLT, es inevitable observar las pinturas para acercarse al borde de la cueva, sin embargo, una vez que el cuerpo se pone en contacto con la roca, estas quedan fuera del campo visual inmediato. Para imitar la postura corporal de quienes dejaron su impronta sobre el soporte, es necesario colocarse de pie y a espaldas de las imágenes rupestres situadas en el techo del abrigo. Un panel de menores dimensiones con motivos pintados, localizado un poco más atrás a la izquierda, resulta visible desde esa posición sólo girando la cabeza en esa dirección.

 

En CS, las pinturas apenas distinguibles, se hallan cerca del ingreso a la cueva y quedan detrás de quien se desplazaba siguiendo la peculiar textura hacia el recinto interior. La participación disociada entre representaciones visuales y experiencias táctiles en ambos casos, complejizan la problemática en torno a la funcionalidad y significado otorgados en el pasado a algunos abrigos rocosos.

 

En CI, si bien no se cumple esta disociación, ya que es posible observar algunas pinturas desde la posición que permite apoyar las manos y el cuerpo sobre el bloque alterado, se repite el patrón asociativo entre rocas táctiles e ingreso a cuevas o recintos oscuros.

 

Un interrogante vinculado a las prácticas que habrían dado origen a las alteraciones, implica considerar si las causas del bruñido de las superficies de los espeleotemas resulta producto de acciones intencionales o del uso consuetudinario y no planificado de quienes ingresaban a estos sitios, aunque ambas posibilidades no son del todo excluyentes.

 

Así como en las repisas de CS o bien en el bloque situado al interior de CI, la fricción provocada por actos habituales y reiterados como sentarse permite explicar el bruñido de sus superficies, las alteraciones en QLT y aquellas detectadas al interior del recinto de CS, parecen corresponder a otro tipo de acciones, en este caso de carácter intencional.

 

Existe en CS y CI también un componente visual vinculado a las superficies alteradas. El brillo metálico puede ser apreciado en su mayor intensidad, únicamente desde el interior de los abrigos. La superficie alterada de las rocas vista desde la penumbra, refleja la luz exterior y parece encender los soportes con una luz propia.

 

En los tres sitios mencionados se detecta un patrón recurrente: el vínculo entre recintos ocultos o cuevas y rocas con evidencias de alteraciones táctiles. Posiblemente la existencia previa de la pátina sedosa aportó una textura particular, que constituyó la base para crear ese espacio táctil, otorgando un aspecto diferenciado a estos sitos.

 

Puede considerarse que en otro tiempo, otra gente habría ingresado al recinto y frotado sus manos (u otras partes del cuerpo) contra la roca, dando origen a las primeras alteraciones. ¿Qué tipo de significados activaban estas experiencias en las personas que habían dejado su marca en las paredes y en los bloques que indican el acceso a cuevas o recintos ocultos? Tal vez la penumbra y el tacto permiten establecer una comunión con la roca, una relación entre la materialidad corporal y aquella rupestre completamente diferente a la experiencia visual vinculada a la observación de las representaciones. Afirmaba Merleau-Ponty (1968) al hacer referencia a los límites imprecisos entre nuestro cuerpo y el mundo, que como seres de un mundo táctil, existe un "pacto" entre nosotros y las cosas, estamos íntimamente ligados a estas y nuestro parentesco nos unifica.

 

Estos rasgos permiten abordar aspectos de los sitios rupestres desde otra lógica, distinta a lo eminentemente visual. La presencia de pinturas diminutas, frecuentes en el área de Cerro Colorado, emplazadas en ubicaciones incómodas y en partes del soporte que dificultan su visualización, sugieren interrogantes respecto a si estas representaciones cumplen efectivamente la función de ser un referente visual para interpelar a un posible observador. Tal vez, su significado se plasmaba en el acto mismo de su ejecución y no en el resultado final, o sea la pintura concluida. La posición corporal que involucró el acto de pintar  al  colocarse  de  cuclillas,  acostado  de  espaldas  o  contra  el  suelo,  implican  una gestualidad particular. El tamaño diminuto de ciertas representaciones, que requieren para su ejecución establecer una distancia mínima con el soporte, sugieren un compromiso especial del ejecutor con el mismo. Un acto íntimo de comunión entre el cuerpo y la roca que prescinde de toda connotación escenográfica.

 

Algo similar ocurre con ciertos hoyuelos situados en rocas verticales u horizontales, extracciones de soporte poco profundas, de aspecto cupuliforme y generalmente pulidos interiormente, de diámetros que oscilan entre 2 y 3 cm. Estos rasgos rupestres distribuidos en una amplia área de las Sierras de Córdoba, conforman una expresión particular del arte rupestre (Rocchietti 2013), sin embargo su emplazamiento en algunos casos, en posiciones de baja visibilidad o semiocultos, y sus características morfológico-texturales podrían sugerir otras connotaciones vinculadas al universo táctil. Tal vez, a significados que deben buscarse en las prácticas mismas de su ejecución, dentro de la cadena operativa donde quedan, una vez concluida su elaboración, como un residuo visual.

 

¿Existen referentes iconográficos que permitan vincular estos rasgos con cierto tipo de prácticas?

 

Desde un criterio tipológico, el amplio repertorio de motivos rupestres de Cerro Colorado da cuenta de un predominio de referentes figurativos sobre aquellos no figurativos (Recalde 2015). Dentro del primer grupo, las representaciones de carácter antropomorfo, que ocupan cerca del 20 % de los motivos relevados, presentan un amplio despliegue visual que incluye a flecheros con adornos dorsales, figuras con apéndices cefálicos y/o vestimentas, conquistadores europeos, etc., en diversas situaciones de connotaciones bélicas, prácticas de caza o danzas, entre otras.

 

La figura del indígena se caracteriza por su pronunciado esquematismo, que contrasta con la exposición de sus adornos, tocados, armas y otros atributos. El cuerpo y las extremidades del subgrupo denominado flecheros, siempre es representado en posición lateral, generalmente insinuado con un simple trazo lineal. Las figuras frontales resultan algo más descriptivas corporalmente, sin embargo no alcanzan los detalles realistas con que son representados los conquistadores europeos (Serrano 1945; González 1963; Recalde y Berberián 2005). Dentro de este variado conjunto de motivos antropomorfos se observan cuatro figuras de resolución frontal con indicación de manos (Figuras 10 a 13). Estas figuras se asemejan al modelo iconográfico denominado adorant (Maringer 1979: 215), que asumen regularmente una postura corporal que expresa o enfatiza un deseo de cumplir una solicitud. Tal postura, constituida por el gesto de brazos levantados y las manos con los dedos abiertos se asocia a rogativas, suplicas, reverencias, sacrificio u oración en numerosas culturas prehistóricas y etnografías, y es una forma de expresar la especial y trascendental relación de la gente con sus deidades (Maringer 1979: 216-230).

 

En tres de estas figuras, se destacan vestimentas confeccionadas con pieles de jaguar (Pantera Onca) o felino moteado (Figuras 10, 11 y 12), uso que ha sido vinculado con el rol del hechicero o chamán (González 1977; Bornancini 2015; Pastor et al. 2015). Fuentes coloniales de principios del s. XVII vinculadas a las sierras del Norte, refieren la utilización de estas pieles por parte de mujeres ancianas en rituales colectivos. (Castro Olañeta 2006).

Figura 10. Chamán con vestimenta de piel felina del área La Quebrada (imagen trabajada con D-Strecht).

 

 

Figura 11. Chamán con vestimenta de piel felina en Cerro Colorado.

 

Más allá del rol al que son adscriptas estas figuras, nos interesa destacar aquí un rasgo anatómico: la representación de las manos. Según Howes (2006b), los artefactos producidos por una sociedad pueden considerarse como la extensión de los sentidos, de modo que incorporan el orden sensorial tanto en su elaboración, como en las cualidades que presentan, o en los significados que les son asignados culturalmente. A partir de estas observaciones, el análisis iconográfico de la cultura material a través de sus figuras y rasgos antropomorfos, permite una aproximación al modelo sensorial dominante, atendiendo los aspectos del cuerpo que son destacados, sub-representados o excluidos en las representaciones.

 

          

Figura 12. Chamán con vestimenta de piel felina en el área de La Quebrada.

 

 

Figura 13. Adorant en el área de Quebrada Norte (réplica de lámina de Pedersen, Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de Córdoba).

 

En las etnografías indígenas americanas, la palabra hablada, el aliento y el tacto, son instrumentos de los que se vale el brujo o hechicero para curar o enfermar (Parezco 1983; Buchillet 1990; Rodríguez Cuenca 2011). En otro plano, el contacto físico con las deidades a través del tacto, como así también del aliento o soplo, integra las elaboraciones culturales de los mitos creacionistas en numerosas culturas.

 

En este caso, la ejemplaridad de la figura de la mano opera como sinécdoque del sentido del tacto (Dérrida 2011), el cual en la función del chamán puede ser significado como una vía de conocimiento o carpatognosia, puente de contacto con otras realidades y vehículo de poder aplicado a curar o enfermar. En este caso la representación de manos antes que otros atributos corporales, indican una valoración sensorial que merece ser atendida.

 

Si bien en las figuras antropomorfas del arte rupestre de Cerro Colorado, y en general del resto de Córdoba, la indicación anatómica externa de órganos sensoriales (boca, ojos, nariz u orejas) resulta casi inexistente, tampoco se han representado otras manos fuera de los casos mencionados. En el resto de las mismas no habría indicios icónicos de este tipo de valoraciones del tacto en las relaciones sociales habituales, inferidas a través de las escenas de caza, combate, danzas, etc. La indicación de manos sería así, casi exclusiva del hechicero o chamán, vínculo que sugiere una valoración mágico-religiosa del tacto, de modo que las evidencias táctiles halladas podrían entenderse en el marco de este tipo de significaciones. 

 

En resumen, el patrón recurrente detectado en los casos expuestos es la presencia de un recinto oculto o cueva vinculado a un espacio táctil, inferido por las alteraciones de los soportes comprometidos. La experiencia de las personas que interactuaron con estos sitios, no se limitó en términos sensoriales a la percepción visual. Lo táctil jugó aquí un rol importante en la experiencia corporal, donde el contacto, la espacialidad de lo cercano en oposición a la distancia de lo visual, potenciaron la percepción del tacto activo entendido como el gesto y la piel sobre otros sentidos. La construcción de significados en torno a estos sitios implicó de algún modo la relación de las personas con un espacio háptico, considerado como el sentido táctil del ojo (Deleuze 2007).

 

Los aspectos geológicos (recintos ocultos y texturas) que resultan el soporte de este espacio háptico son parte de la naturaleza, y como tal susceptibles de revelarse como una realidad sagrada, saturados de poder (Elíade 1983). Los sitios de connotaciones especiales, situados en lugares elevados o cuevas, al igual que posturas y gestos extraordinarios, participan en la construcción de formas rituales al provocar la ruptura con lo cotidiano (Rappaport 1999). Nos atrevemos a pensar estos recintos oscuros, cuevas y su entorno inmediato como espacios cúlticos o iniciáticos, vinculados de algún modo a una desconocida cosmogonía antigua, los que eran vivenciados corporalmente a través de experiencias que incluían el sentido del tacto.

 

Conclusión

 

En este análisis, se ponderaron diversas variables para sugerir una etiología vinculada al brillo metálico que exponen determinados espeleotemas, localizados en tres abrigos rupestres de Cerro Colorado. Si bien la discusión permanece abierta, se propone como los primeros agentes causantes de estas alteraciones, o parte de estas,  a los habitantes prehispánicos que frecuentaron dichos abrigos. Nuestra propuesta, si bien tiende a desestimar causas naturales, no descarta la intervención del ganado caprino y de visitantes recientes, como factores de alteración parcial de algunas superficies o como profundización de alteraciones preexistentes.  

 

La repetición de prácticas corporales a lo largo del tiempo, en este caso el contacto reiterado de distintas materialidades como son el propio cuerpo, la roca y una posición corporal determinada que acompaña la acción, fueron creando un micro-paisaje táctil, donde las personas modelaron la textura de la roca y la textura modeló la gestualidad de las personas. Gestualidad, que de algún modo condicionó la forma de moverse dentro de los abrigos, orientando el cuerpo hacia posturas distintas a las que implican el acto de observar las pinturas rupestres, como así también a aquellas vinculadas a otras prácticas consuetudinarias que tuvieron lugar en el interior de estos sitios rupestres.

 

Estas acciones, efectuadas en determinadas coordenadas espaciales, tal vez contribuyeron al fortalecimiento de la memoria colectiva y a la sacralización de estos lugares, que fueron vivenciados a través de sentidos situados. De este modo es que los lugares permiten construir sentidos y los sentidos construyen lugares (Feld 1986).

Somos conscientes de la imposibilidad de reconstruir las prácticas que tuvieron lugar en el entorno inmediato de las cuevas, apenas podemos replicar de forma relativa la gestualidad corporal que las asistió, sin embargo, resulta evidente la complejidad de la experiencia sensorial que acompañó a las mismas y que trasciende la dialéctica entre imágenes y personas, propia del arte rupestre.

 

Agradecimientos: al Dr. Jorge Strelin (CICTERRA) por facilitar los análisis de laboratorio, al Dr. Sebastián Pastor (CONICET) y evaluadores anónimos por su apoyo a esta riesgosa propuesta, al Dr. Carlos Bornancini (OAC) quien aportó algunas figuras para este trabajo, al Tec. Carlos Luna (CONICET) por sus oportunos comentarios para el análisis de las alteraciones y a Mario Mora (UNC), quien participó en los trabajos de campo. A los vecinos de Cerro Colorado Hugo Argañaraz, Fernando Recalde y Kiko Pérez por su valiosa información sobre la Casa del Sol y la Cueva del Indio, a Layo Quinteros, Beba Rodríguez, Carlos  Saavedra y  Ariel Bustos por permitir  el acceso a los sitios de su propiedad.  A José

Pellini por estimular el interés hacia otras "formas de ver" dentro de las prácticas disciplinarias.

 

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