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Comechingonia

versão On-line ISSN 1851-0027

Comechingonia vol.24 no.1 Córdoba abr. 2020

 

articulos

LOS "MODELOS DE SITUACIONES EXCEPCIONALES" Y EL ESTUDIO DE LAS SOCIEDADES DE CAZADORES Y RECOLECTORES

THE "MODELS OF EXCEPTIONAL SITUATIONS" AND THE STUDY OF THE HUNTER-GATHERERS SOCIETIES

 

Luis Borrero1

 

1IMHICIHU-CONICET. Saavedra 15, piso 5, (1083) Buenos Aires, Argentina, laborrero2003@yahoo.com

 

 

Sección 1. Introducción

 

1.1 Los problemas de la analogía

 

Arqueólogos y etnógrafos han dedicado recientemente considerable esfuerzo al estudio de las sociedades de cazadores y recolectores. Cuando se quiso aplicar el resultado de dichos trabajos a la arqueología se generaron una serie de discusiones muy útiles, las que se enfocaron principalmente sobre: (1) metodología de la inferencia, (2) límites mutuos entre la arqueología y etnografía, y (3) relevancia del presente para entender el pasado. Presentaré una discusión sobre los mismos. Estos tres temas están inextricablemente unidos entre sí, por lo que no los discutiré por separado, sino en conjunto. Se puede decir que hay un gran asunto general -el papel del argumento por analogía- que está presente en cada uno de los tres temas arriba mencionados. Por ello se puede decir que todas estas discusiones generadas alrededor de los cazadores y recolectores, tanto vivientes como extintos, dependen esencialmente del concepto de argumento por analogía.

 

El concepto de analogía en sí mismo ha sido muy discutido en la literatura (cf. Ascher 1961;Binford 1967;Gould y Watson 1982;Sabloffet al. 1987), y recientemente se ha llegado a decir que se lo debía abandonar (Gould 1980). Están en juego nada menos que los criterios para dar significado al registro arqueológico. Una cosa es decir que no podemos basar toda nuestra comprensión del pasado en la aplicación de analogías, y buscar niveles más altos de inferencia, a través de la construcción de "teoría intermedia" o de "medio-rango" (cf. Binford 1977a), y otra muy distinta es suspender definitivamente las tareas analógicas. La analogía sigue siendo, como mínimo, una fuente de ideas que no puede ser dejada de lado.

Por otra parte, no estoy convencido de que las dichas "teorías intermedias" puedan realmente considerarse no-analógicas (en este sentido ver Sabloffet al. 1987:208). Digo esto porque las aplicaciones de los principios derivados de tales teorías se rigen por su relevancia con respecto a los materiales arqueológicos bajo análisis, y dicha relevancia se establece por analogía (cf., analogía contextual, etc.).

 

Varios autores han definido dos tipos esenciales de analogía. La llamada histórica directa es la que compara casos etnográficos y arqueológicos cuando se puede demostrar una continuidad histórica entre ambos, la analogía general no tiene esa propiedad, y compara casos etnográficos y arqueológicos sin requerir continuidad. La analogía general ha sido muy criticada, en tanto que la histórica ha sido más utilizada. La principal razón para esta conducta es que los arqueólogos se sientes más confiados cuando se puede demostrar continuidad. Esta es una creencia equivocada (ver Borrero 1984), pues ambos tipos de analogías tienen el mismo sustento teórico. Pero por otra parte, no hay dudas con respecto a que el uso de analogías acarrea problemas. Es muy fácil reconocer cuales son los problemas esenciales de la analogía. Un ejemplo extremo lo encontramos cuando observamos la historia depositacional del Musteriense, donde hay decenas de miles de años sin que sea posible destacar cambios importantes en la tipología o tecnología líticas (Binford 1962). Al comparar estos datos con lo que conocemos de la historia humana decimos: "no puede ser". Nuestra experiencia nos dice que la "historia" es más compleja que eso, que se debería observar mayor variabilidad. Un Neandertal podría argüir de la misma manera, si estudiara nuestros cambiantes repertorios materiales. Su experiencia le mostraría que la "historia" es más simple que eso, sin tanta variabilidad. La cuestión es que, a pesar de que no podemos observar ningún caso de stasis comparable al que el registro arqueológico sugiere para el Musteriense, debemos aceptar que hay realidades pasadas que son diferentes a las de nuestra experiencia. Pero sería un error asumir que cada vez que nos encontramos una situación pasada que no conocemos, estamos autorizados para decir que el pasado fue distinto. Debemos distinguir las excepciones de la conducta normal. En el caso del Musteriense son criterios cruciales el tamaño grande de la muestra y la variedad de situaciones en las que la "anomalía" es detectada. Sin esas condiciones no podríamos sostener la conclusión mencionada.

 

Sección 2. Generalidades de nuestros modelos

 

2.1. Extremos y conducta normal

 

Richard Gould ha acuñado un significado arqueológico para la expresión "anomalía" (Gould 1980). Sostiene que cada vez que una situación arqueológica es ininteligible en términos ecológicos, significa que se ha aislado una "anomalía" que hay que explicar de otra manera. Si bien este concepto parece ser útil, como en el caso del Musteriense presentado arriba, alertándonos sobre posibles diferencias significativas entre el pasado y el presente, encierra complejidades que lo hacen poco deseable. Su principal problema radica en que está presentado dentro del contexto de reemplazar a la analogía. Más abajo daré las razones por las que discrepo con este uso de "anomalía", baste decir por ahora que no veo la forma de escapar al uso de analogías, dado que como arqueólogos estamos destinados a trabajar inferencialmente (Binford 1981;Wylie 1982). Otro problema, estrechamente asociado con este, es la tendencia a identificar una llamada "anomalía", y luego pasar a utilizarla normativamente. Por ejemplo, al tratar la caracterización "clásica" de los cazadores y recolectores, se han encontrado numerosas "anomalías" (Gould 1980). Me parece que utilizar algunos de estos casos para "explicar" la arqueología del Pleistoceno u Holoceno es un abuso. Eso es precisamente lo que ha hecho Gould al explicar la secuencia de Puntutjarpa (Australia) sobre la base de "principios ecológicos" derivados del estudio de anomalías (Gould 1980). En primer lugar está el problema de que Gould un sitio para generar explicaciones adaptativas para una región, lo que es hoy insostenible; pero más importante aún es que está ignorando que una supuesta "anomalía" puede ser simplemente una excepción, una manifestación de un extremo de un rango de variación. En otras palabras, no implica necesariamente una diferencia entre el pasado y el presente. Obviamente, esto último está relacionado con el problema del muestreo. Si no se han examinado numerosos sitios, simplemente no podemos saber si lo que observamos es conducta normal o excepcional. Puede ocurrir que estemos caracterizando al pasado a través del extremo de un rango, y si esto es así no hemos descubierto ninguna anomalía. Sólo la cuidadosa aplicación de técnicas de muestreo sistemático nos permitirá discutir esto.

           

Sin necesariamente seguirlo a Gould, hay autores que han estudiado algunas "excepciones" interesantes. Se ha observado que entre los Agta (Luzón) las mujeres son buenas cazadoras, a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los cazadores y recolectores conocidos (Estioko-Griffin y Griffin 1981). Esta observación no debe llevarnos a concluir que las mujeres son la base de la evolución de los sistemas de caza (Fedigan 1986:48). Debe llevarnos a ver y estudiar bajo qué condiciones es esperable que disminuya la división sexual del trabajo. En el caso Agta, la explicación puede ser una drástica disminución de alimentos (Estioko-Griffin y Griffin 1981:128). Por cierto, cuando eso ocurría entre otros cazadores del mundo, por ejemplo entre los Selk'nam de Tierra del Fuego, las mujeres también cazaban (Gusinde 1982). Esto nos puede llevar a preguntarnos cuales son las relaciones entre el stress ambiental y la división sexual del trabajo (Haydenet al. 1986). Incidentalmente esto debería hacernos replantear el problema de la importancia de la recolección para la subsistencia de grupos humanos. Lee (1986) sostuvo que la recolección es la base de la subsistencia de las sociedades de cazadores y recolectores. La recolección, se ha dicho, es la tarea femenina por excelencia (Dahlberg 1981). El caso Agta muestra, al menos, que el problema es mucho más complejo. Foley ha destacado que un resultado principal del trabajo de Lee arriba mencionado fue el que llevó a un abandono del "modelo cazador" para las poblaciones del Paleolítico y Mesolítico (Clarke 1976). De manera que este es un ejemplo del error metodológico referido arriba. La investigación de Foley mostró que el área del estudio original, el desierto de Kalahari, se caracterizaba por una pobreza de animales, y que la muestra de pueblos etnográficos que Lee había utilizado para contrastar su idea estaba muy sesgada en favor de ambientes de baja biomasa animal (Foley 1982). El caso se define, entonces, en que (1) no se había detectado una anomalía en la definición de pueblos cazadores y recolectores, y (2) fue prematuro aplicar estos conocimientos al pasado.

Puedo dar otro ejemplo con implicaciones metodológicas de otro tipo. Si sabemos que los Hadza (Tanzania) pueden separar la carne de los huesos en el lugar de matanza (J. O´Connell com. pers.) o de carroñeo (O´Connellet al. 1987: Tabla 2), no debemos concluir que los criterios de asociación carne-hueso (medidas de utilidad económica) no sirven para describir conjuntos faunísticos arqueológicos. Nuevamente lo que se requiere es una investigación de las condiciones bajo las cuales es esperable que se transporte carne sin huesos. O sea, ¿cuándo esperamos que los huesos sean descartados en el lugar de matanza? El caso Hadza sugiere una respuesta: cuando el animal es lo suficientemente grande como para plantear problemas de transporte ((O´Connellet al. 1987;Woodburn 1968). La evidencia de otras sociedades de cazadores sugiere la misma explicación (Gusinde 1982;Savelle 1984; White 1953). Si ese es el caso, entonces se deben investigar los umbrales de peso por sobre y por debajo de los cuales se espera que sean aplicables lasmedidas de utilidad económica en el nivel del sitio. Al trabajar por encima de dichos umbrales, necesariamente, la utilidad económica deberá medirse regionalmente. Lógicamente se espera que estos valores (umbrales) varíen en relación con el nivel tecnológico y organizativo de los grupos involucrados. Por ejemplo, hay evidencias arqueológicas que sugiere que los cazadores Paleoindios de las Grandes Llanuras estaban por encima de dicho umbral en relación con bisontes (Frisonet al. 1987), mientras que en tiempos más recientes estaban claramente por debajo (Speth 1983). Nuevamente el caso Selk'nam es relevante, esta vez para plantear un ejemplo extremo. Cuando varaba una ballena en las costas de Tierra del Fuego los Selk´nam acudían y acampaban en las cercanías del varamiento (Bridges 1951;Gusinde 1982). Allí se procesaban la carne y la grasa que se utilizaban como alimento, e incidentalmente se separaban algunos huesos para confeccionar instrumentos, pero en lo esencial el esqueleto permanecía articulado. Obviamente, en este caso como en el de los Hadza, la cantidad de huesos de ballena que recuperamos en un sitio arqueológico no podrá ser nunca una medida de la cantidad de carne y grasa consumidas. La importancia de la ballena en la dieta deberá ser medida regionalmente, utilizando otros indicadores, tales como "marcadores alimenticios" en huesos humanos (De Niro 1987).

 

El caso de la relación observada entre el tamaño de la presa y la utilidad de los criterios de carne asociada es un buen ejemplo de la necesidad de no considerar normativamente a las anomalías. De hacerlo, dejaríamos de lado instrumentos esenciales para la comprensión del pasado arqueológico. Vemos que la pregunta adecuada fue: ¿bajo qué circunstancias se espera esa conducta? Contestada la pregunta, nos encontramos con que dicha conducta es interpretable en términos de costos de transporte. En otras palabras, es conducta normal.

2.2. Extremos y analogías

 

Algunos autores muy influyentes, tales como Carmel Schrire, han recalcado la necesidad de agregar una perspectiva arqueológica a los estudios etnográficos de cazadores y recolectores (Schrire 1984a), pero al mismo tiempo están trabajando en una dirección que considero poco productiva. Consciente de viejos problemas interpretativos, generados por un uso poco crítico de analogías etnográficas (directas o generales), Schrire se plantea caminos alternativos, que no parecen ser mejores porque no dejan de ser analógicos (Schrire 1984b).

 

En algunos trabajos ya clásicos, Schrire había realizado interpretaciones simplistas, basadas sobre un par de sitios, para hablar de adaptaciones regionales en el Norte de Australia (White y Peterson 1969; White 1967). Estas interpretaciones se referían a la estacionalidad en el uso de sitios ubicados en distintos ambientes, los que se veían como complementarios y, de alguna manera, resumiendo un ciclo anual. Este modelo se aplicaba a los últimos 6000 años de utilización de ambos sitios. Un elemento esencial en la preparación de este modelo fue la analogía con el caso clásico de Cape York documentado por Thomson (Thomson 1939). El trabajo fue recientemente criticado (Gould 1980;Gould en Gould y Watson 1982) como un ejemplo poco deseable de analogía general. Aunque Schrire explica que también uso evidencia local (Schrire 1972:661), en general está de acuerdo con esa crítica (Schrire 1984b). Esta investigadora ha visto que posteriores excavaciones y prospecciones muestran una realidad mucho más compleja que la planteada por su modelo, incluyendo un ambiente variable a través del tiempo. Por ello lo ha cambiado, sobre la base de testimonios de indígenas. Ahora defienden un modelo más complejo, en el que la percepción que tenían los indígenas de los años 20 acerca de los sitios juega un papel crucial. En este modelo la gente se movía y se "adaptaba" a las materias primas locales. Usaban rocas en las sierras, pero cuando recorrían las planicies costeras las reemplazaban por valvas de moluscos (Schrire 1984:86).

 

Obviamente Schrire ha pasado de una analogía general a una analogía histórica directa. Con tal cambio no se ha ganado conocimiento, ni se ha mejorado la base lógica de la inferencia (Wylie 1982). Tan sólo se ha pasado a aplicar un modelo más complejo sobre una base igualmente endeble. ¿Cuál es el problema principal? En mi opinión que se ha dejado de lado la cuestión de la contrastación. De hecho algunos arqueólogos han recomendado recientemente no concentrarse en las contrastaciones, o aún despreocuparse de ellas (Bender 1985;Conkey 1984; Leone 1986). Piensan que es una limitación. Estoy de acuerdo en que lo es, pero es una limitación saludable. Lo contrario abre las puertas a la especulación desenfrenada (cf. la explicación de las pinturas rupestres como exhibición de trofeos de cazadores exitosos, Eaton 1978).

 

La explicación de Schrire para una "anomalía" arqueológica (sensuGould 1980) -el sitio Ngarradj, ubicado sobre la planicie costera, pero donde se fabricaban instrumentos de roca- implica: ".seeingthesite´sidentitychangingover time as people´sview of its use shifted" (Schrire 1984b:88). Es unaexplicación muy interesante, pero desgraciadamente incontrastable. ¿Bajo qué condiciones estaremos capacitados para confirmarla o refutarla? Schrire no lo especifica. Por esa razón es que creo que este tipo de "explicaciones" no lleva a ninguna parte, salvo al auto-engaño, a la creencia en una arqueología que "supera las limitaciones de los enfoques ecológicos". Los enfoques ecológicos tienen muchas limitaciones, pero ninguna tan grave como la de esta nueva generación de modelos sociales de los años 80: la falta de contrastabilidad (Schiffer 1987:72-75 para otros problemas de estos modelos). La explicación de Schrire es, en cambio, fácilmente parafraseable en términos "funcionales": "la función de los sitios cambia con el tiempo". Este es un tipo de "explicación" que Schrire encontraría muy poco deseable, pero que tiene varias ventajas, de las que sus viejos modelos disfrutaban (cf. Schrire 1972:667). Sobre todo la de que no dice más de lo que podemos discutir con los materiales disponibles. Es contrastable. Uno puede definir funciones de sitios, puede medir el registro arqueológico para asignar dichas funciones, puede discutirlas. Se pueden usar la densidad de hallazgos (totales o discriminados por categorías), la utilidad económica de los huesos asociados, las huellas de los instrumentos asociados, el tamaño del área ocupada, etc.  Es triste no poder decir nada sobre la percepción que los habitantes del pasado tenían sobre sus sitios; pero si se quiere llegar a una explicación de ese tipo habrá antes que cumplir con las tareas "ecológicas". No creo que podamos decir que los indígenas de la Tierra de Arnhem (Australia) asumían lo que Schrire llama la "identidad material" apropiada que la ocasión requería (1984:86), sobre todo cuando nuestra pequeña muestra de sitios ya incluye una "anomalía" (Ngarradj).

 

La función de dichas "anomalías", una vez detectadas en el registro arqueológico (es decir, cuando el tamaño de la muestra autoriza a sostener que no estamos trabajando con los extremos de un rango), no es la de servir de "explicaciones que confirman la regla". Por el contrario, nos están alertando con respecto a la falta de relevancia de nuestros esquemas interpretativos para comprender el pasado.

 

2.3. ¿Involución o fluctuaciones?

 

Ya he mencionado que la observación de "anomalías" (que muchas veces prueban ser solo los extremos de un rango de variación) en sociedades de cazadores y recolectores, llevó a algunos a contemplar la posibilidad de que sean generalizables. Ya he dado algunos ejemplos (Sección 2.1). Ahora mencionaré brevemente otros casos que tienen que ver con trayectorias evolutivas, y luego calificaré su generalidad. Estos casos consideran el pasado inmediato de algunas sociedades de cazadores y recolectores.

Griffin mantiene que, sobre la base de su notable capacidad para adaptarse a situaciones ambientales cambiantes, los grupos pre-Agta (Luzón) fueron cultivadores (Griffin 1984). Este modelo es presentado en lugar del clásico, que ve a los pre-Agta como participantes de una relación simbiótica con pueblos sedentarios (Peterson 1981). Igual que Schrire, Griffin pasa de una analogía general (el caso observado por muchos autores de simbiosis entre cazadores y pueblos sedentarios), a una analogía histórica directa (la observación de que los Agta actuales pueden ser cultivadores cuando se dan las condiciones ambientales adecuadas). Griffin, al igual que otros, no se plantea el problema de la contrastación. Esta forma de razonar incluye, en este caso, una falsa superación de la paradoja que mantiene despiertos de noche a muchos arqueólogos interesados en el origen de la agricultura: ¿Por qué no ocurrió antes si las condiciones estaban dadas? Para Griffin los pre-Agta cultivaban en el pasado porque las condiciones estaban dadas, y porque la flexibilidad adaptativa de los cazadores así lo permitía (Griffin 1984:117).

 

Discusiones semejantes a las de Griffin pueden encontrarse en buena parte de la literatura contemporánea sobre pueblos cazadores y recolectores. Hoffman ha defendido un caso semejante para los pre-Punan (Borneo), y luego lo ha presentado como un ejemplo dentro de una situación generalizada. Habla de "cazadores secundarios" para los grupos que "claramente parecen derivar (.) de pueblos agricultores" (Hoffman 1986:101; ver también 1984:133, y Bellwood 1985:132 para una generalización semejante para Indonesia). La base del pensamiento de Carl Hoffman es, nuevamente, la aplicación de una analogía histórica directa (los Punan de hoy son cazadores porque necesitan comerciar) en lugar de una general (el caso observado por muchos investigadores de que las adaptaciones cazadoras son anteriores a las agrícolas). El siguiente paso que da Hoffman es generalizar la situación Punan, luego de buscar casos semejantes en la literatura sobre los Phi TongLuang, Kubu y "la mayoría de los pueblos cazadores y recolectores de las florestas tropicales de Sudamérica" (Hoffman 1986:101). Esta extensión inductiva del caso Punan a otros que, por ejemplo, para Sudamérica solo incluye referencias a un trabajo de Lathrap (1968), parece poco apropiada y constituye otro intento de generalizar una situación excepcional. En realidad existe para Sudamérica un trabajo pionero en ese sentido, el de Pierre Clastres (1972), quien veía a los Aché del Paraguay oriental como cultivadores que se habían vuelto cazadores ante las presiones de pueblos vecinos, A diferencia de otros modelos, en la argumentación de Clastres no se encuentran referencias a que los Aché podrían volver fácilmente a su supuesto estado cultivador (ver Clastres 1972:86,102). Es muy poco lo que se conoce sobre la historia de los Aché para coincidir con Calstres (Hill 1983). No digo que no sea un modelo interesante y que debe ser contrastado. Existen tantas variables importantes ocultas en este complejo juego de fluctuaciones entre cazadores y cultivadores, que más de una generalización debe ser posible. Pero para realizar una correcta contrastación es necesario generar implicaciones arqueológicas no ambiguas, que distingan ese caso de otras alternativas (por ejemplo de la "simbiosis", ver más abajo). De manera que el caso sudamericano mejor tratado, el de los Aché, está muy lejos de estar resuelto. El mismo status le cabe, por otra parte, al caso de los Punan. Luego, es importante recalcar que aún no se deben generalizar estos casos.

2.4. Conclusiones de la Sección 2

 

He revisado someramente las ideas de algunos autores influyentes, y en la mayoría de los casos identifiqué la misma tendencia. La de sustituir analogías generales por históricas directas, seguramente en la falsa creencia de que el sustento lógico ha aumentado. Esto simplemente no es cierto. Todas nuestras inferencias tienen el mismo peso hasta que son controladas con el registro arqueológico (Wylie 1982). Sobre esta base es que sostengo que ninguno de los casos revisados en la Sección 2 es generalizable. Las interesantes hipótesis revisadas, explícitas o implícitas, deben ser contrastadas arqueológicamente. Solamente un estudio arqueológico puede tener la profundidad temporal suficiente como para discutir seriamente esas ideas. Por otra parte la definición de una anomalía debe ser el resultado de una investigación que incluya técnicas de muestreo sistemáticas.

 

Sección 3. Los objetivos de la arqueología

 

3.1 El mito de las sociedades prístinas

 

Se ha dicho reiteradamente que ya no existen sociedades prístinas, y que por ende no se pueden estudiar los grupos vivientes de cazadores y recolectores como indicadores del pasado (Chang 1982;Leacodk y Lee 1982;Schrire 1984a, etc.) En tanto esto es cierto, a la vez incluye un elemento de falsedad. Este elemento está en la sugerencia de que ese problema (el cambio cultural propiciado por el contacto con pueblos vecinos) es un fenómeno reciente. Por el contrario, ese problema afecta prácticamente a todos los pueblos del pasado. En mayor o menor grado siempre ha habido vecinos, lejanos o cercanos, que afectaron positiva o negativamente el equilibrio "cultural" de cada pueblo. Es posible separar a los sistemas adaptativos en dependientes e independientes de la densidad, pero no en prístinos y no prístinos. Cualquier etnoarquólogo que esté trabajando con sociedades de cazadores y recolectores sabe perfectamente bien que no está estudiando un fósil viviente, basta leer los trabajos clásicos dentro de esa disciplina para confirmar esta cuestión. Binford destaca que sus primeros informantes Nunamiut usaban botas "Beatle" y gorras de baseball (Binford 1977b); Jarvenpa plantea su trabajo con cazadores que se mueven en avioneta (Jarvenpa 1980), y O´Connell mapea la distribución de latas de bebidas gaseosas en campamentos Alyawara (O´Connell 1987). De manera que todos ellos se pueden preguntar legítimamente: ¿a quién está dirigida esta crítica? Ya vimos que Schrire (1984a), una de las portavoces de la crítica, piensa que con cierta profundidad temporal (informantes viejos, o informes de 40 o 50 años atrás) se pueden superar los problemas de "contaminación". Ya vimos también que con esa metodología no lograba solucionar la cuestión. Que el verdadero problema nunca identificado como tal por Schrire y otros portavoces de dicha posición es el de la contrastación. 

A tal punto está viciado este problema de las "sociedades prístinas", que Brian Morris puede llegar a considerar como "tradicional" al comercio instaurado entre los Hill Pandaram y la sociedad Hindú (Morris 1982:62). Pues tiene bastante más de 100 años, u Hoffman ve de la misma forma al sistema de comercio entre chinos, Dayak y Punan (Hoffman 1986:85). ¿Quién está descuidando el problema de la "contaminación"? Es obvio que los arqueólogos no lo ignoran, a pesar de las cansadoras admoniciones de quienes simplemente creen que yendo un poco hacia atrás en el tiempo se supera el problema. Esta gente sostendría que si los arqueólogos estuviéramos capacitados para trabajar con cazadores de 5000 o 10000 años atrás, entonces obtendríamos materiales aplicables al Paleolítico. La respuesta de los arqueólogos sería que no, que tanto esos materiales, como los obtenidos en el Siglo XX, responden a situaciones particulares (factores históricos) que los hacen inaplicables como análogos directos del pasado en general. Claramente, entonces, los arqueólogos están buscando otra cosa al estudiar cazadores y recolectores actuales.

 

Aún debe explorarse una implicación adicional del planteo de la falta de sociedades "prístinas": ¿qué es lo que proponen que se haga? No hay ninguna respuesta en la literatura. ¿Qué se debe hacer? ¿Olvidarse de esos cazadores y recolectores porque toman café o tienen platos de aluminio?, ¿descuidar sus técnicas de caza porque utilizan cuchillos de metal? Obviamente no. Hay por lo menos tres usos principales para estos datos.

 

(a)   Esas adaptaciones son interesantes en sí mismas, y su análisis acarrea un estudio histórico, que muchas veces ha interesado a los arqueólogos (Binford 1968). Carl Hoffman ha reconocido esto al decir que una adaptación cazadora no es menos genuina, o instructiva con respecto a los modos de vida agrícola (Hoffman 1986:102; ver también Lee 1979). Subsidiariamente se puede decir que el estudio de adaptaciones "no prístinas" (las que yo llamaría "dependientes de la densidad") puede tener valor nomotético en sí mismo; si estamos de acuerdo en que las presiones producidas por la presencia (o ausencia) de vecinos propician ajustes, entonces es esperable que en algún nivel de análisis sea posible planear generalizaciones útiles sobre tipos de situaciones de contacto, tipos de interacciones, etc. (ver Secciones 3.2 y 3.3).

Nos podemos interesar en problemas de una escala diferente a la de la sociedad como un todo, que sean operativos para atacar más coherentemente una serie de situaciones que presumiblemente caracterizan a los sitios formados en el pasado (áreas de actividad, técnicas de descarte, etc.). Este es el campo de trabajo más característico del etnoarqueólogo.

(c)    Se pueden plantear el desarrollo y control de instrumentos intelectuales. En otras palabras, investigar las condiciones bajo las cuales se pueden justificar inferencias.

 

Los tres tipos de estudio deben ser realizados. La cuestión es que probablemente no sea posible que los arqueólogos estén normalmente a cargo del primero, pues no están bien preparados para acotar y estudiar factores históricos. Mi reflexión, entonces, es que en lugar de acusar a los arqueólogos por ignorar lo que no ignoran, esos críticos deberían comprender que los arqueólogos hacen lo que su objetivo y formación requieren. En cuanto a los estudios históricos, estos son claramente el dominio de otros especialistas, y a ellos les corresponde mayoritariamente esa tarea. El hecho de que alguna vez un arqueólogo se ocupe de un análisis histórico (cf. Binford 1968, 1983) no significa que ese sea su campo normal de acción.

 

Hay que destacar que entre los más importantes trabajos recientes sobre cazadores y recolectores existe un tipo, desarrollado por los ecólogos y etnólogos evolucionistas, que no está esencialmente interesado en la generalización de relaciones de necesidad entre conducta y productos materiales, como lo están generalmente los arqueólogos. Se trata de los enfoques centrados en el estudio del valor adaptativo de ciertas conductas o rasgos, tales como la habilidad de cazar o el hecho de compartir la comida (cf. Smith 1983). Para tales estudios es más importante la conexión de los cazadores y recolectores actuales con la cultura occidental, porque corren el riesgo de que factores distintos a los que les interesan estén actuando y moldeando la inclusividad de una conducta. Por ejemplo, la decisión de cazar o no cazar puede estar controlada no solamente por la expectativa de éxito, o por el retorno en proteínas, sino por las alternativas que le ofrece su inmersión en el sistema mundial (azúcar, alcohol, etc., Schrire 1984a). Esas condiciones deben ser cuidadosamente "filtradas" a fin de superar esa limitación (O´Connell y Hawkes 1984). Un etnoarqueólogo,

en cambio, puede preguntarse por el uso del fuego, independientemente del origen del generador del fuego. Puede estudiar el uso de fogones, su tamaño, la dispersión y visibilidad de las cenizas, etc., sin que sea importante si se usaron fósforos o palitos para encenderlos. Este es un tema de interés para otro análisis, pero es irrelevante para el cometido del etnoarqueólogo. Obviamente, esto se sigue del menor alcance pretendido por su análisis. A la inversa, las limitaciones impuestas a los ecólogos y etnólogos evolucionistas por la inmersión en el sistema mundial, surgen de sus objetivos más ambiciosos.

 

3.2 Historia y huellas arqueológicas

 

Es posible realizar trabajos que consideren a un mismo tiempo, una tarea arqueológica y un análisis histórico (Parkington 1984;Schrire 1984a). En el norte de Tierra del Fuego, dentro de un proyecto concebido para estudiar arqueológicamente los sistemas adaptativos de los cazadores y recolectores que ocuparon esa región durante los últimos 1000 años, se observaron notables diferencias entre el tipo de adaptación sugerida por las fuentes etnográficas y lo que se observaba arqueológicamente. Como esa discrepancia no debe ser utilizada para impugnar el registro etnográfico, la tarea consistía en determinar qué razones llevaron a esos cambios. El resultado del análisis fue que se debían considerar una serie de circunstancias históricas que habían dejado su huella en el registro arqueológico. Esas circunstancias son genéricamente hablando, casos de contacto en las diferentes etapas de la colonización moderna del Norte de la isla. Dicha colonización seleccionó estrategias entre los Selk´nam, las que les sirvieron para "manejar" dicho contacto. Cuando se instalaron las primeras estancias, la estrategia se puede llamar de "evitar el contacto". Esta estrategia implica una mayor movilidad, con el uso de campamentos durante poco tiempo. Desde el punto de vista arqueológico tales campamentos tienen muy poca visibilidad, lo que es un corolario de su poca ocupación. Ya avanzado el Siglo XX, cambió la estrategia y, tal como está registrado en las principales fuentes etnográficas y etnohistóricas, los Selk´nam pasaron a establecer dos grandes campamentos base, desde los cuales explotaban logísticamente el ambiente. Dichas estrategias fueron propiciadas, entonces, por presiones sociales y de subsistencia (Borrero 1986). Estas son algunas de las estrategias posibles dentro de lo que permitían las condiciones ambientales. Su utilidad (es decir, la consideración de si son adaptativas o no) es difícil de decidir, aunque tiendo a pensar que no mostraron ser eficientes a largo plazo. ¿Bajo qué condiciones podemos esperar situaciones parecidas en otros lugares del mundo? Encontramos en la literatura que los últimos Yana, del centro-norte de California, utilizaban a principios de siglo una estrategia de "evitar el contacto", y que la misma tuvo precisamente las manifestaciones arqueológicas planteadas para el caso fueguino. Kroeber ha resumido la estrategia de los Yana: "fleeing at the approach of the white man, hidden away for more than forty years in the heart of one of the longest settled and more densely populated states of the west" (Kroeber 1979:80).Esta técnica de evitar el contacto fue tan exitosa durante un tiempo, que los habitantes del área, quienes vivían a unos 30 km de los campamentos Yana, negaban que estos existieran (Kroeber 1979:83). Hay otros grupos para los que también existen referencias a estrategias de "mantenerse fuera de la vista" (Hoffman 1984:124;Estioko-Griffin y Griffin 1981:133). Esta pudo haber sido también la estrategia de los Soaqua del Siglo XVII para evitar el contacto con pueblos pastores, a los que sin embargo robaban animales (Parkington 1984). Este último ejemplo ya marca alguna variabilidad, la que será interesante explorar en el futuro.

 

Hay quienes ven estas estrategias simplemente como medios de "asegurarse movilidad" (Belwood 1985:133), pero creo que esto no explica nada. Las cosas parecen ocurrir al revés, se mueven para evitar el contacto. Solo así la estrategia cobra sentido. El caso de los Aché quizá también puede incluirse dentro de esta generalización. Ellos también utilizaron una altísima movilidad, y probaron ser maestros en el arte de evitar el contacto (Vellard 1934). Pero ignoramos si esa situación constituyó un cambio con respecto a una adaptación menos móvil (como lo planteó Clastres 1972). Poco después de que se instaurara un contacto no armado con los Aché del Norte, estos se nuclearon   alrededor de una Misión, y se conformó un modelo de ocupación del espacio que se parece mucho a uno de explotación logística del ambiente (Borrero y Yacobaccio 1989) y que encaja dentro del modelo general descripto por Schrire (1972) (ver más abajo).

 

Un punto que he querido destacar, entonces, es que surgen interpretaciones útiles de la conjunción de análisis arqueológicos e históricos, algunas de las cuales pueden generalizarse. El ejemplo en que me concentré, el de la estrategia de "evitar el contacto", fue elegido por ser uno no muy tratado en la literatura. Pero existen otros casos de interés, que aquí solo revisaré sumariamente.

 

3.3 Estrategias alternativas

 

Tomo la posición de que el funcionamiento de las sociedades de cazadores y recolectores debe explicarse siempre teniendo en cuenta la presencia de presiones inter-culturales. En otras palabras, no son sociedades prístinas (ver Sección 3.1). Por ello se verá que todas las estrategias que presento aquí tienen que ver con dichas situaciones. Muchas de las estrategias que mencionaré han estado en la base de la crítica arriba mencionada, relacionada con la falta de "sociedades prístinas" contemporáneas. Repito que esos argumentos son legítimos, pero que no debe seguirse de ello que en el pasado pudieron existir tales sociedades. Mencionaré sucintamente algunas de las estrategias conocidas.

           

(a)   Estrategia de la base central: la respuesta es la concentración en determinados lugares, para explotar desde allí intensamente las escasas tierras disponibles. Es una estrategia generalmente relacionada con la instalación de puestos o misiones (ver Gusinde 1982; McCarthy y McArthur 1960;O´Connell 1979;Schrire 1972). Algunos autores la han generalizado como una estrategia casi universal (Scrire 1972), pero existen demasiadas excepciones como para sostenerlo (ver más abajo).

(b)   Estrategia de "evitar el contacto": ya referida extensamente más arriba (Sección 3.2).

(c)    Estrategia de manejar identidades separadas: Nicolaissen describió un caso así para algunos grupos Dayak y Punan de Sarawak, ante las expansiones de otros pueblos (en Bellwodd 1985:131). El uso de esta estrategia tiene que ver con el problema de la identidad de los Punan, quienes de acuerdo con ciertos autores (Cole 1945:199) no tenían categoría étnica, sino que eran simplemente Dayak que asumían mayor movilidad al entrar a la selva. Hoffman ha manejado, de una u otra manera, esa posibilidad, al destacar la absoluta falta de diferencias en el tipo físico entre Dayak y Punan, y la flexibilidad de estos últimos para adquirir y perder la agricultura (Hoffman 1986). No creo que este sea realmente el caso para los Punan, pero permanece como una alternativa válida hasta que se realice alguna investigación concreta al respecto que incluya indicadores derivados del análisis de muestras de sangre.

Simbiosis: Hoffman considera que los Punan se hicieron nómades para poder comerciar, actividad que pudo observar durante su trabajo de campo. Esta actividad de intercambio de productos de la selva por otros bienes es presentada como simbiótica. Esa estrategia también fue observada entre los Hill Pandaram (Morris 1982a), lo mismo que en otros pueblos del S.E. de Asia. Los pigmeos del Ituri también han sido considerados como un ejemplo de simbiosis. Se ha llamado "adaptativas" a esas estrategias (Peterson 1981), pero esto es algo que, para algunos de los casos, puede ser discutido. Por otra parte Turnbull ha criticado la concepción de que los pigmeos de Ituri gozan de una "adaptación" que incluya una relación simbiótica con pueblos sedentarios (Turnbull 1986). Por el contrario, dice Turnbull, lo que los pigmeos hacen es mantener a esos pueblos sedentarios en sus asentamientos, no quieren que invadan la selva, que es su terreno. Para ello les proveen carne y así evitan su expansión. Por otra parte, evitan cuidadosamente permanecer mucho tiempo con las poblaciones sedentarias, porque saben bien que esa es la vía para la introducción de enfermedades mortales (Hewlett et al. 1986). Luego, la estrategia es política y no económica, por lo que no existe simbiosis.

El caso de los Agta incluye, de acuerdo con Peterson, una estrategia de "intensificación del intercambio tradicional" (el "intercambio tradicional" es lo que algunos autores llamaron "simbiosis"). Sostiene que dicha estrategia es adaptativa pues disminuye la incidencia de enfermedades durante la estación de lluvias

(Peterson 1981:43). Este autor no presenta ninguna evidencia en tal sentido, y además debe recalcarse que su descripción de la estrategia no difiere sustancialmente de la llamada "prestación de servicios" (Vanoverberg 1937-1938), y encaja bien dentro de la generalización de Schrire (1972). Por otra parte, como ya mostré para el caso del Ituri, al perder movilidad se plantea una vía de entrada para enfermedades, como ocurrió con una epidemia de cólera en 1975 que diezmó entre el 30 y el 50% de la población Agta (Peterson 1981:52). La estrategia normal ante situaciones de ese tipo es la dispersión -que era conocida entre los Agta a la que no pudieron acudir en esta desgraciada circunstancia, debido a que por sus nuevos lazos con sociedades sedentarias habían perdido su movilidad. Adaptativo significa, mínimamente, que permite mantener los niveles de la población. Claramente no es ese el caso entre los Agta, por lo que rechazo llamar adaptativas a las estrategias descriptas por Peterson. Para los otros casos, en general, falta información, pero debe tenerse bien en claro que ambas partes deben resultar beneficiadas si se quiere hablar de simbiosis (Cavalli-Sforza 1986).

Casos que se resisten a ser incluidos en una única categoría: son muy numerosos, pero no tengo espacio aquí para desarrollarlos, por lo que sólo daré un ejemplo. Las estrategias basadas sobre la explotación de pieles, comunes en los ambientes sub-árticos, que comparten características de (a) y de (d) (Jarvenpa 1980).

 

3.4. Conclusiones de la Sección 3

 

He presentado una serie de casos que, manteniendo una perspectiva histórica, ayudan a comprender la dinámica de las sociedades de cazadores y recolectores. Si a estos casos se les agrega un análisis arqueológico se los podrá considerar dentro de un marco temporal más importante. Mostré un panorama, entonces, en el que hay muchas respuestas, adaptativas o no, a los problemas de contacto. Este es un problema que necesita más investigación. Puede ocurrir que ciertas estrategias se caractericen por su bajísima visibilidad arqueológica, como la de "evitar el contacto". Otras, en cambio, como la de "Base Central", son altamente visibles arqueológicamente (Binford 1980). Pero lo importante es que ambas estrategias son diferenciables sobre la base del análisis de restos materiales. Eso supone que, bajo ciertas condiciones, podremos dar significado a ciertos tipos de registros arqueológicos. Insisto en que tal tipo de resultados requiere un trabajo interdisciplinario, que incluya a la vez análisis históricos y arqueológicos.

 

No debemos pensar, por otra parte, que estos esquemas plantean secuencias fijas de cambios de estrategias. Algunas de estas estrategias pueden enlazarse secuencialmente de distintas maneras. Es muy posible que en muchos de estos casos simplemente nos estemos enfrentando con fluctuaciones, sobre cuyo ritmo nada sabemos debido a la restringida escala de análisis temporal. Bajo esas condiciones será muy difícil decidir cuál es la situación original, cuando la sociedad analizada no estaba afectada por la densidad. Solo tenemos una gama de situaciones, todas las cuales son respuestas a presiones internas y externas, dentro de las que no es posible establecer jerarquías.

 

Este tipo de estudios debe separarse cuidadosamente de los que interesan primordialmente a los etnoarqueólogos que trabajan con sociedades de cazadores y recolectores (Sección 3.1), pues aquí nos enfrentamos con complejas trayectorias evolutivas. Los arqueólogos, munidos de los "argumentos-puente" que resulten de sus trabajos etnoarqueológicos, podrán estudiar dichas trayectorias. Algunos aspectos del estudio de estas trayectorias deberán ser tratados por otros especialistas, pero el desarrollo del proceso a través del tiempo es el campo de acción inequívoco del arqueólogo.

Sección 4. Conclusiones generales

 

4.1. "Modelos de situaciones excepcionales"

 

No creo que la generalización de los que se pueden llamar "modelos de situaciones excepcionales" signifique ninguna ventaja sobre otros modelos más mecánicos (cf. Williams 1974), pues no están dirigidos a comprender la conducta normal, sino la excepcional. La conducta excepcional nos interesa en tanto sepamos reconocerla como tal, pero debemos prepararnos para hacer ese reconocimiento, El estudio del registro arqueológico parece ser al menos parte de la respuesta. Pueden existir casos, como el que planteé al principio de este trabajo, sobre nuestras actitudes y las que podría experimentar un Neandertal, donde lo que parece excepción demuestra haber sido conducta normal, pero eso deberá ser probado arqueológicamente antes de usarlo en nuestros esquemas interpretativos.

 

Pero esta no es la única gama de problemas implicados en el "estudio de las situaciones excepcionales". Hay situaciones en las que son nuestros instrumentos intelectuales los que son puestos a prueba. En casos como el del "tamaño de la presa" (Sección 2.1), nuestra investigación es la que provee el rango de aplicación del principio generado.

 

Lo que ambos casos tienen en común es la necesidad de análisis destinados a determinar los límites de su aplicación. No basta descubrir una regularidad interesante, hay que interpretar su significado. No debemos elevar automáticamente los casos excepcionales a conducta normal. Obviamente, nuestras investigaciones aspiran a desentrañar el rango completo de la conducta humana en el pasado, por poco realista que sea esta posición, y desde esa perspectiva la conducta excepcional nos interesa mucho. Pero necesitamos saber cuándo estamos trabajando con los extremos de un rango. Si no lo hiciéramos, nuestra imagen del pasado estaría absolutamente distorsionada. Investigando los casos excepcionales y estudiando las condiciones bajo las cuales son operativos, podremos reconocer arqueológicamente dicho rango de conducta.

 

Cuando digo que tenemos que tomar con precaución los que llamé "modelos de situaciones excepcionales", no planteo dejar de lado el análisis de alternativas interesantes. Por el contrario, deseo que se generen todas las que sean posibles, bajo el criterio de que sean relevantes y contrastables. Ninguna fuente de emisión de hipótesis debe dejar de ser explotada, y ese es probablemente el papel principal al que está destinada la analogía. Esas hipótesis deben ser relevantes para evitar multiplicar alternativas inútiles; que puedan detener antes de acelerar la marcha de la investigación. Una alternativa inútil es, por ejemplo, buscar sociedades prístinas.

 

4.2. Modelos generales y adaptaciones

 

Brian Morris ha sugerido que un modelo general de cazadores y recolectores debería incluir por lo menos los factores económicos, los inter-culturales y las estructuras de alianza (Morris 1982b). Los primeros fueron casi siempre el campo de acción de los arqueólogos. Sostengo aquí que debemos incorporar activamente los factores inter-culturales. Las estructuras de alianza, que incluyen temas como el desarrollo de las redes de intercambio de bienes, el estudio de la desigualdad social en los sistemas de asentamiento, etc., también son susceptibles de análisis arqueológico. De manera que debemos ser razonablemente optimistas acerca de la posibilidad de estudiar arqueológicamente el desarrollo y las transformaciones de las sociedades de cazadores y recolectores.

 

Sigo creyendo que la mayor conclusión de Simposio Manthe Hunter (Lee y DeVore 1968) fue que la flexibilidad es una característica observable entre los cazadores y recolectores contemporáneos. Por ello veo como un aparte esencial de la tarea de los arqueólogos la de observar si dicha flexibilidad (expresada materialmente en variabilidad) muestra tendencias: ¿es situacional?, ¿cambia a largo plazo?, etc. Si se pudiera resolver este problema, y hay líneas aparentemente bien encaminadas (Binford 1980; Gamble 1986; White 1982) entonces se puede atacar arqueológicamente el tema de la flexibilidad en cazadores y recolectores.

 

Finalmente debo decir algo en relación con el carácter de las "adaptaciones" de cazadores y recolectores. En general los estudios mencionados en este trabajo carecen de la profundidad temporal necesaria para poder discutir el proceso de adaptación, o aún el carácter de adaptado. En los casos en que la discusión es posible, es difícil mantener que las estrategias involucradas fueron o son adaptativas. Sería necesario investigar más profundamente la relación que existe entre las fluctuaciones percibidas en el uso de determinadas estrategias y la inmersión del grupo dentro del sistema mundial. Es obvio que algunas de esas estrategias son seleccionadas por dicha inmersión (cf. el caso presentado por Peterson 1981). Si esto es así, entonces las estrategias tenderán a ser no adaptativas, pues el sistema mundial no necesita sociedades de cazadores. Las interacciones de las sociedades actuales de cazadores con el sistema mundial son, entonces, asimétricas. Las estrategias revisadas aquí son, analizadas a largo plazo, seguramente maladaptativas. Si es que tienen algún valor adaptativo, este será sólo en el sentido secular, de la supervivencia inmediata (Little 1983;Hardesty 1986). Pero en la escala evolutiva, donde se plantean problemas de supervivencia a largo plazo, son estrategias que no funcionan, ni funcionaron nunca. La conclusión obligada es que las sociedades de cazadores y recolectores que podemos observar hoy probablemente no funcionan como sistemas adaptativos. Los casos que pueden ser defendidos como adaptativos se relacionan, en general, con un grado de aislamiento relativamente alto (cf. algunas sociedades esquimales). Dada la tasa de expansión del sistema mundial se puede decir que el significado de dichas adaptaciones es solo secular. Quizá tenga razón ColinTurnbull cuando dice que los únicos procesos de adaptación que les quedan a los Mbuti son los que implican dejar de ser cazadores y recolectores (Turnbull 1983:135-140). Lo mismo se puede decir para otros grupos. Esta es una fácil y triste generalización que ratifica la necesidad de dar prioridad a los estudios etnoarqueológicos.

Agradecimientos:

este trabajo fue preparado para el "Seminaronhunter gatherers in South America" que dicté en la Universidad de Utah en Mayo de 1987. Agradezco a James O´Connell, Kristen Hawkes, Duncan Metcalf y Kevin Jones por las interesantes discusiones sobre cazadores y recolectores mantenidas durante mi visita a Salt Lake City. A Gary Haynes y JanisKlimowicz, de la Universidad de Nevada-Reno, por toda su ayuda y apoyo durante la preparación de este trabajo. A Hugo Yacobaccio, José Luis Lanata y Gustavo Politis por las constantes discusiones sobre metodología. A Beatriz N. Ventura y Francisco Mena por haber leído y corregido el manuscrito. Este trabajo se realizó con el apoyo de una Beca Externa del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la República Argentina.

 

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