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Anuario de investigaciones

On-line version ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.16  Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./Dec. 2009

 

PSICOANÁLISIS

La creencia en el padre: ¿un impasse freudiano en la dirección de la cura?

The belief in the father: a freudian impasse in the direction (address) gives he (she) treats it?

Domínguez, María Elena1

1 Domínguez, María Elena: Lic. en Psicología, Universidad de Buenos Aires, Jefe de Trabajos Prácticos en la Cátedra 1 de Psicología,Ética y Derechos Humanos, UBA. Becaria UBACyT, Maestría (2008-2010) en el Proyecto P431 Programación 2008-2010 "Variables jurídicas en la práctica psicológica: sistematización de cuestiones éticas, clínicas y deontológicas a través de un estudio exploratorio descriptivo". E-mail: mariaelenadominguez@psi.uba.ar

Resumen
Tomando como punto de partida la creencia en el padre, impasse freudiano del analista en la dirección de la cura, y en continuidad con la investigación que venimos realizando sobre el padre en la apropiación de niños en la última dictadura militar en la Argentina (1976-1983), Beca Maestría UBACyT (2008-2010), desplegaremos, en este trabajo, algunas perspectivas para pensar dicha creencia en estos casos. Se considerarán distintas versiones del padre para precisar una salida a este atolladero freudiano: la creencia en el padre y el analista como sustituto paterno y plantearemos la creencia en el padre real, su estatuto y su función justamente en esta época caracterizada por la declinación del amor al padre como aquella creencia que debe sostenerse en la dirección de la cura.

Palabras clave: Creencia; Función paterna; Deseo del analista; Apropiación

Abstract
Taking the belief in the father as a point of departure, impasse Freudian for the analyst in the direction of the cure, and in continuity with the research that we are realizing about the father in the children's appropriation in the last military dictatorship in the Argentina (1976-1983), Scholarship Mastery UBACyT (2008-2010), we will deploy, in this work, some perspectives to think that belief in these cases. We wil consider different versions of the father to solve this freudian problem: the belief in the father and the analyst as paternal substitute, and the belief in real father, its statute and function, exactly in this epoch characterized by the decline of the love to the father as that belief that must be supported in the direction of the cure.

Key words: Belief; Paternal function; Desire of the analyst; Appropriation

"... no se olvide que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad objetiva, y excluye toda ilusión y todo engaño"
Freud, s. (1937), Análisis terminable e interminable.

"El análisis no consiste en que uno esté liberado de sus "síntomas" ("sinthomes"), dado que es así como lo escribo "symptome" (sic). El análisis consiste en que se sepa por qué se está enredado en eso: eso se produce debido a que hay lo Simbólico"
Lacan, J (1978), el momento de concluir.

1. Introducción: los impasses
Una de las profesiones imposibles junto con las de gobernar y educar es para Freud la de analizar. La aptitud del analista debe adquirirse. En Análisis terminable e interminable (1937) el problema queda planteado en los siguientes términos "¿dónde y cómo adquiriría el pobre diablo aquella aptitud que le hace falta en su profesión?" (Freud, 1937: 250) La respuesta no se deja esperar: "en el análisis propio, con el que comienza su preparación para su actividad futura" (ibídem) el cual cumple su función "si instila al aprendiz la firme convicción en la existencia de lo inconciente (...) y le enseña, en una primera muestra la técnica únicamente acreditada en la actividad analítica" (ibídem). Pero agrega que esto no basta como instrucción sino que hay que contar "con que las incitaciones recibidas en el análisis propio no finalizan terminado aquel, con que los procesos de la recomposición del yo continuarán de manera espontánea en el analizado y todas las ulteriores experiencias serán aprovechadas en el sentido que se acaba de adquirir" (ibídem). Y concluye diciendo: "en efecto ello acontece y en la medida que acontece otorga al analizado aptitud de analista" (ibídem).
Se siguen de aquí varias cuestiones. Una, la convicción no basta para lograr un saber-hacer. La otra, más compleja aún, se refiere a la noción misma de aptitud. Y es que para obtenerla Freud plantea una distinción no sólo temporal, sino la imperiosa necesidad de diferenciar esa empresa de dos tiempos con dos vocablos diferentes. Seguiremos en este punto el análisis realizado por Osvaldo Delgado (S/F, Inédito) sobre los dos términos del alemán, utilizados por Freud. Hallamos así que, cuando se interroga por ¿dónde adquiriría el pobre diablo la aptitud?, utiliza el término eignung sustantivo que señala idoneidad, disposición, dotes; mientras que cuando se refiere al tiempo posterior, el de la recomposición del yo, utiliza tauglich. Adjetivo que puede traducirse por capaz, o hábil para realizar algo, saber hacer algo. Ciertamente no son sinónimos y claramente el último queda ligado a la dimensión pulsional, en tanto, es en el tiempo posterior en el que se pone en juego la dimensión económica y la recomposición de las alteraciones del yo.
Así, la convicción, necesaria pero no suficiente, se corresponde con cierta idoneidad para el ejercicio de la técnica siendo el didacta el encargado de juzgar su adquisición admitiendo o no al candidato; mientras que las incitaciones del análisis propio, que perduran más allá de él, otorgan al analizado la aptitud concebida como un saber hacer.
De allí que, esta segunda cuestión -la de la distinción de los términos- nos introduzca de lleno en la problemática referida a la presencia del analista. Y es que el punto central en torno a la aptitud, es que ella no se reduce solamente al ejercicio de una técnica, al quehacer sino que, al incluir a la persona del analista, no es su técnica lo que se pone en juego sino su presencia. Se trata del saber-hacer-ahí-con {savoir y faire avec} (Lacan, 1976-77: inédito). Un saber que no se adquiere como conocimiento.
Pero lo lamentable de este punto es que, tal como lo indica Freud, "muchos analistas han aprendido a aplicar unos mecanismos de defensa que les permiten desviar de la persona propia ciertas consecuencias y exigencias del análisis" (Freud, 1937: 250) y acaso su labor lo llevará a despertar también en él "todas aquellas exigencias pulsionales que de ordinario él es capaz de mantener en sofocación" (ibídem). En este sentido, la noción misma de aptitud -en su segunda acepción- nos introduce en otra cuestión o problema: el del destino del saldo del análisis del analista. Saldo que Freud sitúa en aquellos mecanismos de defensa, propios del analista, que podrían conducir a la producción de "desvíos" en la dirección de la cura, en el modo de conducir las curas dado que, ese tiempo posterior señalado por Freud, puede coincidir con aquel en que el pobre diablo se dedique a atender pacientes.
Y es que los mecanismos de defensa, como manifestación de las resistencias estructurales, implican una dificultad no menor para la conclusión de la cura. Ellos no sólo retornan como resistencia al reestablecimiento lo cual implica que: "la cura misma es tratada por el yo como un nuevo peligro" (Freud, 1937: 240), sino que, y este es un punto central: "esos peligros «son peligros del análisis» que por cierto no amenazan al copartícipe pasivo sino al activo de la situación analítica, y no se debería dejar de salirles al paso" (Freud, 1937: 251). Son los desvíos propios de las exigencias del análisis del analista, vueltos sobre la cura del analizado.
Entonces, ¿cómo hacer para que los propios mecanismos de defensa puestos en juego en el análisis del analista no se desvíen hacia el análisis de los analizantes? El impasse del análisis del analista ya está planteado. El problema es que el modo en que se intenta resolverlo, las respuestas freudianas a dicho impasse conducen a producir otros impasses en las curas mismas, en la dirección de la cura.
La aptitud manifiesta así su conexión con ciertas resistencias estructurales, aquellos mecanismos de defensa que ahora se vuelven obstáculo para el ejercicio de la función si el analista no se encuentra advertido de ello y no sabe-hacer-allí, cada-vez. La aptitud del analista no se resuelve, entonces, por la vía del ejercicio de una técnica sino que ella apunta a la experiencia de lo real, aquello que opone resistencia para la cura, pero que a su vez la orienta.
En suma, si el problema de la aptitud incluye a la persona del analista, su aná ;lisis y su presencia, lo que de él se espera es que sepa hacer con ese saldo "lamentable", que esté advertido de ello para que el análisis mismo, aquel dirigido por él, no se transforme en una práctica sugestiva y los mecanismos no se erijan a contramano de la convicción de la existencia del inconciente.
Tomaremos a continuación, uno de los impasses freudianos del analista para la dirección de la cura: la creencia en el padre. Modo fantasmático que señala ya un tratamiento de la castración. Un tratamiento morigerado del encuentro siempre traumático del viviente con lalengua, lo que lo vuelve ser hablante.
Situaremos, entonces, esta creencia en un historial freudiano: el caso Dora, recortando el modo en que el dirige desde ese impasse la cura y las consecuencias de ello, el abandono del tratamiento por parte de la paciente ante el empeño de Freud en encaminarla hacia el Sr. K como sustituto del amor paterno. Propondremos como salida a este atolladero freudiano (la creencia en el padre y el analista como sustituto paterno) considerar distintas versiones del padre -antinómicas por cierto- para pasar de la creencia en el padre simbólico, el padre muerto a la orientación por lo real, la creencia en el padre real, el padre deseante, el padre síntoma. Creencia que proponemos debemos sostener en la dirección de la cura.
Finalmente, haremos una breve referencia a una viñeta del tratamiento analítico de una niña apropiada en la última dictadura militar en la Argentina (1976-1983), restituida por orden judicial, con el objetivo de articular algunas cuestiones propias de este impasse en el tratamiento de estos casos -de apropiación de niños- ahí dónde la figura del padre, su función, el lugar del padre se encuentra cuestionado. Justamente porque allí varias de las respuestas aportadas sobre estos casos procuraron restablecer, restituir al padre simbólico sin interrogarse por el estatuto del padre real1.

2. Versiones del padre: del impasse de la creencia en el padre a su declinación

"No podemos asegurar que en un mundo transformado por la ciencia y por el discurso del capitalismo el padre conserve todavía un estatuto trágico. Es un padre que nos resulta conocido: el estatuto del padre moderno es el del padre humillado (...) al que se le pide únicamente que sea un trabajador aplicado"
E. Laurent (1991), Hay un fin de análisis para los niños

Pensar el impasse freudiano de la creencia en el padre nos conduce a retomar nuestro primer epígrafe del escrito allí donde Freud, tomado por el tema del amor a la verdad como fundamento de la posición del analista, del vínculo terapéutico, se topa con las resistencias estructurales, aquello que resiste al mejoramiento y a la cura misma. Es que, a partir de la formulación de la segunda tópica, como puede leerse en Análisis terminable e interminable (1937), puede entreverse los impasses a los que conduce el amor por la verdad, el amor al padre2.
Freud ha quedado embrollado en el amor al padre/verdad -ese es su propio impasse- de allí que la posición del analista quede soportada de ese ideal. No sólo en el nivel teórico, en el que a veces promueve al analista en esa posición -ideal de padre que, como sustituto de los progenitores se erige como un maestro, un educador que profiere indicaciones- (Freud, 1937: 249), sino especialmente en las curas que dirige. De ello testimonian alguno de sus historiales, entre ellos: Dora, el hombre de las ratas, Juanito, y por supuesto, el hombre de los lobos. En los dos niveles, y como corolario de ese empeño...terapéutico, afloran las resistencias: tanto en su estudio teórico, como en la práctica freudiana misma.
En Dora de entrada la demanda de su padre a Freud perseguía localizar en él la procuración de un padre: "procure usted ponerla en buen camino" (Freud, 1905 [1901]: 25) fueron los términos en que el padre de Dora requirió lo servicios de Freud, agreguemos dado que yo, su padre, no he podido. Un llamado a Freud a ocupar ese lugar de padre, lugar del amo y Freud presuroso allí va. Esa es su convicción.
Pero si bien Dora en su fantasía había consentido a esa demanda paterna y, transferencia mediante, situó a Freud como sustituto del padre, y esto fue prontamente advertido por él, no pudo Freud, sin embargo, sustraerse de su empeño en interpretar los síntomas de Dora como derivados de su amor por el Sr. K y finalmente fue "sorprendido por la transferencia y, [tal como él lo explica] a causa de esa x por la cual yo le recordaba al señor K., ella se vengó de mí como se vengara de él, y me abandonó, tal como se había creído engañada y abandonada por él. De tal modo, actuó {agieren} un fragmento esencial de sus recuerdos y fantasías, en lugar de reproducirlo en la cura" (ibídem: 104) De este modo, Dora abandona la cura. Dora resiste a ese empeño de Freud.
Encontramos allí claramente a Freud tomado por la idea del Edipo simétrico (aquel que encamina al niño a un acercamiento "natural" a su madre y a la niña al padre) que ha producido múltiples estragos en su clínica. La propia Dora se revela a ello interrumpiendo el tratamiento como consecuencia de la dirección en la que el clínico la orientaba.
Puede entreverse ahí uno de los nombres freudianos dados a la aplicación de los mecanismos de defensa, producto del desvío de las exigencias del análisis del analista: el sustituto paterno, en tanto el padre, en sentido neurótico, se presenta como castrador o prohibidor del goce haciendo de este un goce imposible... aquí al servicio de mantener el deseo insatisfecho. Y es que ella, con su neurosis, sostenía la impotencia del padre "porque el deseo de la histérica ¿qué es? Es sostener al padre, pero sostener al padre precisamente en tanto el padre planteado como Ideal. Sostenido en el ideal es un deseo un poco venido a menos, sería impotente además. Pero no porque sea impotente sino porque su deseo está caído. Y ese es el drama de la histérica tomar a un padre, con un deseo desfalleciente (...) Insistimos el deseo del analista no puede equivalerse a este deseo de sostener este padre como Ideal desfalleciente" (Aramburu, 2000: 73-74). Justamente sostener allí el sustituto paterno se erigiría así a contramano de suscitar la firme convicción de la existencia del inconsciente. Es más, ubicar al padre como castrador o prohibidor del goce, ya implica un tratamiento neurótico, un modo de defensa neurótica respecto de la castración.
Se desprenden de aquí varias cuestiones.
Por un lado, Freud hace girar su clínica en torno al Edipo3, procurando así un modo de sostener la función declinante del padre en nuestra cultura (Mazzuca, 2004: 378) -tal como sus neuróticos intentan sostenerlo con sus neurosis- por la vía de un tratamiento sustentado en la procuración de un padre. En el año 38 Lacan proponía que la declinación de la imago paterna constituye una crisis psicológica, y que las formas actuales de la neurosis se sostienen de alguna insuficiencia paterna "la personalidad del padre, carente siempre de algún modo, humillada, dividida o postiza" (Lacan, 1938: 93-4). Y agrega que "quizás la aparición misma del psicoanálisis debe relacionarse con esta crisis" (ibídem). ¿Cuál? la declinación de la imagen del padre.
Sin embargo, por el otro debemos decir que, si bien Freud quedó embrollado en torno al padre, nos proporcionó algunas herramientas para guiarnos: señalemoscomo una de ellas la regla de abstinencia. Una operación contra la creencia del otro, contra el padre como garante de sentido. En segundo lugar, articulemos ese concepto con el del deseo del analista. Un deseo que no se halla soportado en ningún ideal...moral, aún el del padre4.
En este sentido, Lacan nos exhorta dejar alejar cada vez mas de nuestro horizonte, incluso a negar cada vez más en nuestra experiencia de analista el lugar del padre porque borra, porque nos hace perder el sentido y la dirección del deseo en nuestra acción que es dirigida a quienes confían en nosotros. En el Seminario 8: "La transferencia" lo dice en los siguientes términos: "sabemos perfectamente que tampoco podemos operar en nuestra posición de analistas como operaba F reud, quien adoptaba en el análisis la posición del padre. Y esto es lo que nos deja estupefactos de su forma de intervenir. Por eso no sabemos donde meternos -porque no hemos aprendido a articular a partir de ahí cual debe ser nuestra posición, la nuestra" (Lacan, 1960-61: 332). Y es que situar al padre como agente de la castración por la vía de la frustración es un nombre del obstáculo para la aptitud del analista. Esa creencia en el padre, en el analista como padre conduce a quedar entrampado en la dialéctica de la frustración en lugar de orientarse por lo real del síntoma. Entonces, así como la función del padre declina en la época, la creencia en ese padre, el que profiere indicaciones a los analizantes debe declinar en la dirección de la cura para dar lugar a la orientación por lo real.
De otro modo, tratar el impasse de la creencia en el padre y en la verdad, tal como lo señala Miller, puede conducir a sostener radicalmente la creciente "desvalorización de la verdad en beneficio de lo real" (Miller, 2003: 111). Pero de lo que allí se trata, realmente, es del pasaje a la orientación por lo real, agreguemos lo real del padre. Y es que si ello no ingresa en el terreno analítico nos vemos conducidos a girar en redondo. De allí el porqué de nuestro segundo epígrafe del escrito, como un modo de salida de ese atolladero: saber en que está uno enredado, embrollado para poder desembrollarse, cada vez.
Entonces, si en nuestra práctica incidimos en el caso, traumatizando el discurso (Laurent, 2002) común, el discurso corriente, el que hace común medida entre los cuerpos, para dar lugar a discurso del inconciente, discurso amo que comanda el goce del sujeto, el analista no podrá situarse allí como un "héroe hermenéutico" (ibídem), como un partenaire que aporta sentido, que repara el sentido, por el contrario situemos allí al analista traumático, que como el lenguaje mismo, sabe que el sentido puede tornarse peligroso para el sujeto. Así, "por la posición que el analista ocupa es el garante del surgimiento del inconciente que emerge siempre en su dimensión de ruptura con el sentido establecido" (ibídem).
En suma, la posición del analista, soportada en esa figura paterna, en el ideal, en los puntos de fijación propios del analista, se vuelve sugestiva, al conducir a los analizantes a suturar la brecha abierta, por el quiebre del sentido, por medio de la obtención de un nuevo saberhacer listo para usar, que reprograma los cuerpos por la vía de la procuración de un padre. Un viraje de la impotencia a la potencia del padre, sin toparse con su imposibilidad.
Se revela así la importancia de nuestro epígrafe del apartado ya que aquello que el discurso de la época le pide al padre, un padre humillado es que sea un trabajador aplicado, aplicado a ese discurso. Un discurso que no quiere saber nada de lo imposible.
Pareciera, entonces, tratarse de un predicar en el vacío. Sin embargo, más allá del mito, más allá del Edipo como guía en la dirección de la cura se sitúa como operador estructural el padre real, que si bien es un padre que no forma parte de la teoría freudiana, sin embargo puede leerse en su clínica. Así el padre de Dora más allá de su impotencia, aquella que la histérica recorta del padre, es un padre deseante y no un padre muerto.
En este sentido Lacan en el mito individual del neurótico sostiene esa disonancia entre el padre simbólico, el nombre del padre y el padre real. "¿De qué se trata pues en este mito cuaternario, si puede decirse así, que reencontramos tan profundamente en el carácter de las impasses, de las insolubilidades de la situación vital de los neuróticos? El padre no sólo sería el nombre del padre, sino realmente un padre que asume y representa en toda su plenitud esta función simbólica, encarnada, cristalizada en la función del padre. Pero resulta claro que ese recubrimiento de lo simbólico y lo real es completamente inasible, y que al menos en una estructura social similar a la nuestra el padre es siempre en algún aspecto un padre discordante en relación con su función, un padre carente, un padre humillado como diría Claudel, existiendo siempre una discordancia extremadamente neta entre lo percibido por el sujeto a nivel de lo real y esta función simbólica. En esa desviación reside ese algo que hace que el complejo de Edipo tenga su valor, de ningún modo normativizante, sino generalmente patógeno" (Lacan, 1953b): 56). Entonces, ir más allá del Edipo no implica un más allá del padre, por el contrario se trata de diferenciar, diversificar las distintas funciones del padre, a partir de la introducción de la diferencia entre los tres registros: simbólico, imaginario y real.
El padre real será entonces, tanto el padre dador del Seminario 5 (1957-1958), como el padre agente de la castración del Seminario 17 (1969-1970), el que en las fórmulas de la sexuación hace lugar a la excepción en el Seminario 20 (1972-1973), así como el que hace de una mujer la causa de su deseo en el Seminario 22 (1974-1975) para, finalmente, ser situado como padre-síntoma o padre-sinthome, cuarto anillo que anuda los tres registros en el Seminario 23 (1975-1976). Así Lacan pone en evidencia, a lo largo de su enseñanza y de modos diversos, que hay algo de la función paterna que no puede ser asimilada al significante. Y ese padre real, esa creencia en ese padre real, la posibilidad de hacerse incauto de ese padre real, es la que propongo debe operar en un análisis.
Se puede hallar, de este modo, un articulación posible con la problemática presentada por Freud en Análisis terminable e interminable (1937) respecto del la aptitud del analista, pero también del fin de los análisis ya sea en los terapéuticos como en los de carácter. La distinción de los sexos ya no debe ser pensada únicamente, en términos del Edipo sino en relación a los distintos padr es, a las distintas funciones del padre que allí pueden articularse.
¿Cómo pensar, entonces, el impasse de la creencia en el padre y las respuestas freudianas a dicho impasse si en la actualidad hay declinación de la función del padre? ¿Cómo pensar este impasse en los casos de apropiación de niños? ¿Cómo pensar la procuración de un padre en la cura justamente cuando aquello cuestionado allí es justamente el lugar del padre?

3. La versión del padre en el caso P.:

"mas preocupados pues en su ser que en la verdad de cada análisis, se encandilan en lo que debería ser nada más que apariencia y se ensordecen con su demanda de reconocimiento".
Aramburu, J. (2000), el deseo del analista.

"...sabemos efectivamente qué devastación [ravage], que llega hasta la disociación de la personalidad del sujeto puede ejercer una filiación falsificada cuando la constricción [contrainte] del medio se empeña en sostener la mentira"5
Lacan, J. (1953), Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis.

El caso P. no es cualquier caso, se trata de la primera niña restituida por orden judicial, en diciembre de 1984. Los análisis de histocompatibilidad genética hicieron viable su restitución, en lo jurídico, pero la incidencia de otro discurso: el analítico posibilita que la pequeña P. pueda anudar su nombre al de su abuela "la mamá de su mamá", expresión utilizada por el juez D´Alessio para su restitución, como al de su padre.
Señalaremos algunos momentos donde P. logra situar alguna traza del nombre del padre en su cuerpo, tomaré para ello cuatro tramos del análisis de la pequeña.

Primer tramo: la demanda "Decime: ¿tu profesora no querrá ser mi psicóloga?"
P. ya había asistido a unas pocas entrevistas con un terapeuta del equipo psicológico de Abuelas luego de la restitución en la que intervinieron representantes de ambos discursos jurídico y analítico tomados aún por la idea del trauma. No obstante P. se situó, de entrada, en un lugar diverso a lo programado y no sufrió ninguna crisis. Sin embrago, una tía materna preocupada por ella hace el pedido. La analista de entrada traumatiza el discurso común, el que bogaría por el auxilio a la víctima, diciendo que era necesario darle tiempo para que ella misma lo solicitara. Así ofertado el espacio...la demanda no tardó en aparecer. P. de 9 años y medio acepta ese lugar que, despojado de sentido, le permitirá crear el propio. Algo que ella siempre defendió, desde su nombre propio que logró conservar pese a la apropiación, pero también, el modo propio en que llamaba a su padre cuando era pequeña C. (deformación del nombre de su padre). Modo que recuperó y que marca un quiebre en ella para aceptar ir con su abuela. Y es que los nombres en la pequeña P. le permiten historizar(se) y a su vez enlazarse y reconocerse en un lazo filiatorio que la incluye en una serie...generacional.

Segundo tramo: los nudos. "Juguemos a los nudos porque tengo que armarlos de otra manera"
P. pide jugar a un juego que jugaba con la terapeuta anterior a la restitución: los nudos. Se trata del "Juego de Garabatos" de Winnicott. Para este autor, el juego es heredero del Objeto transicional y del Espacio transicional y su desarrollo se da topológicamente en un área que no pertenece ni al mundo interno de la persona, ni al externo. Una zona tercera, que le posibilita crear(se) en ese encuentro entre terapeuta y paciente.
Este Juego tiene la función de comunicación, como el síntoma, porta un mensaje a ser descifrado o cifrado, propiciando que se comunique la falla del nudo, o su falta o el nudo a resolver, re-anudando. Mientras dure, en el momento de máxima confianza, el sujeto será encontrado si juega en presencia de un verdadero Self.
Piedra libre para P. ¡te encontré! Un encuentro en los nudos para aquella que se perdió y olvidó como regresar. Y es que cuando P. jugaba a ese juego con una psiquiatra antes de la restitución ella le decía que una señora que estaba loca se hacía pasar por su abuela y la quería robar. Ahora en este nuevo juego con esta analista P. puede reparar el nudo, así hace una cara y dice: "es una nena", la analista hace una más grande, la niña agrega un pañuelo y dice: "mí abuela sí que es importante, es más famosa que yo, ella me buscó y me encontró".
Otro juego hace su entrada aquí pero ahora con títeres de dedo en los que la pequeña pone gran empeño en construir para armar una familia: una gallina un gallo y varios pollitos Una historia, un relato en la que cuenta como una pollita salió a pasear con sus hermanos y su mamá y se olvida de volver. La mamá el papá y los hermanos pollito salen a buscarla pero no la encuentran. Luego de mucho tiempo cuando la pollita se da cuenta que se había quedado en una casa que no era la suya decide volver, pero ya no encuentra el camino. Finalmente logra encontrar su casa. Pero la pollita tenía miedo de que el papá gallo estuviera enojado, él primero la reta pero prontamente la perdona y la deja ir a jugar con sus hermanos a los que ella les cuenta todo lo sucedido durante su pérdida.
La analista allí no la interroga, no se trata de recuperar una verdad material, ni de recordar la escena traumática, sino que con su presencia, como partenaire, posibilita que lo familiar en ella se situé en la escena del consultorio mediante ficciones. De allí otro juego otro uso para la analista perdete que te encuentro"6 que actualiza el encuentro con su abuela, pero también de la emergencia de la angustia: "¿dónde estabas? yo fui y vos no estabas" Pregunta que devela el desencuentro, la angustia del desencuentro a partir de un error de la pequeña que confunde el día de la sesión y llama a su analista para reclamarle7.

Tercer tramo: "se fue la primavera, llegó el invierno y pasaron nueve meses y llegó el invierno y pasaron nueve meses y llegó el verano".
Ante la propuesta de dibujar, en forma alternada con la terapeuta, a partir de un punto cualquiera de la hoja. P luego de hacer unos pequeños dibujitos profiere la frase que nombra nuestro tercer tramo. P. comienza a hablar. Habla de dos embarazos y la mezcla que realiza de los tiempos...y finalmente habla de la doble inscripción del nacimiento. Y es que la pequeña, no solo fue inscripta por su apropiador L. como hija propia sino que la anotó como recién nacida cuando en realidad P. tenía 23 meses al momento de ser secuestrada junto con sus padres en mayo de 1978.
Agreguemos que, en este sentido, P. no escapa a ser tomada como un objeto de esa causalidad programada, siendo ofrendada como objeto de goce a la maquinaria capitalista que aspira a reprogramar sus cuerpos dejando de lado la castración y la transmisión de la ley por amor. Aunque logra retener su nombre de pila su cuerpo es tomado por ese programa e inscribe en él una segunda filiación, falsa por cierto, que es certificada en el retraso -de dos años- de su desarrollo óseo respecto de su edad cronológica. Señalamos que, luego de la restitución el desarrollo de la niña alcanzó los patrones normales esperables para su edad.

Cuarto tramo: "Le saqué la lengua"
Un llamado telefónico a la analista en un impasse del tratamiento para relatar un suceso: el apropiador la había esperado en la puerta de su casa y la llama por su nombre. P. sale corriendo, pero se da vuelta y le saca la lengua. Al respecto comenta: "le saque la lengua, era lo único que se me ocurrió". Si la lengua crea parentesco (Lo Giúdice, 2005: 80) quizás se pueda leer en ese acto una escritura/lectura de otras marcas de la lalengua, aquellas de las que la sujeto P. ahora decide prenderse.

4. Algunas conclusiones: otra procuración del padre, otra versión
Habiendo situado el impasse del análisis del analista, el impasse freudiano de la creencia en el padre y las consecuencias que de él se derivan en la dirección de la cura, en los modos en que se dirigen las curas. Habiéndonos interrogado por la aptitud del analista, por su adquisición. Hemos procurado en el desarrollo pasar de la creencia en el padre simbólico y su procuración en el análisis a pensar en la creencia en el padre real, su estatuto y su función justamente en esta época caracterizada por la declinación del amor al padre. Siendo así que ese cuarto es el que anuda los tres registros como el síntoma. En este sentido, podría hacerse una distinción más entre las versiones del padre: el padre como nombre ligado al significante del Nombre del padre, del padre que nombra, el padre real, el padre que la nombra, en este caso. De ello P. da testimonio.
En este contexto hemos situado un recorte de una pequeña viñeta del análisis de un caso de una niña apropiada y restituida -lo que denominamos un caso de apropiación de niños- justamente donde el lugar del padre se halla cuestionado y sería muy tentador procurar uno allí donde se supone una carencia. Sin embargo, señalemos que no se trata de restituir o al menos restituir solamente los atributos del padre ligados a la ley y a la autoridad sino lo real del padre, el padre real y no un sustituto que profiere indicaciones.
Recortados varios tramos del análisis dimos cuenta de:

1. como P. se sustrae del empeño terapéutico que intentó alojarla en el tratamiento del primer equipo de Abuelas aún tomado por la idea del trauma y la creencia en el padre dador de sentido.
2. como la presencia de la analista puede situarse en el centro de la demanda, demanda de análisis dado que ofertado el espacio el pedido de inicio no demora en llegar.
3. la no respuesta de la analista sobre el trauma, la no pregunta por la situación traumática, la abstinencia de la analista en el supuesto empeño por llegar a la verdad histórica, permite que surja el tema (sujet) del recuerdo que resiste a la eliminación. De allí que P. plantea la necesidad de volver a anudar aquello mal anudado en el análisis llevado a cabo antes de su restitución cuando su apropiador L. le decía que había una vieja loca que decía ser su abuela y la reclamaba. Y es que la abstinencia ya es un tratamiento contra la creencia en el padre, va contra el sentido. La terapeuta se abstiene de hacer jugar su partenaire posibilitando así la emergencia del partenaire de la pequeña sujeto permitiendo con su presencia que lo familiar se situé en la escena del consultorio mediante ficciones.
4. el no responder por parte del analista a la demanda debe situarse del lado de la imposibilidad y no de la impotencia neurótica.
5. el deseo del analista, de esa analista en particular, allí puesto en juego en juego su presencia o su ausencia permitiendo que surja la angustia y la pregunta por la causa. Una analista que no se deja tomar por su ser analista.
6. el deseo del analista no sustentado en ningún ideal, en ninguna respuesta desde el ideal ni siquiera el de los derechos humanos.
7. la versatilidad del objeto analista, permite ser tomada en su dimensión de objeto ya sea para aflojar identificaciones ideales que la asedian, para articular algún sentido bloqueado, para desbloquearlo o para introducir algún punto de detención en su discurso (Miller, 1997: 10).
8. de cómo se cuestionó en el momento de pensar la restitución la idea que proponía que si los lugares identificatorios parentales habían sido aportados por aquellos encomendados a su crianza, no debía innovarse por el "bien del menor". Al respecto la psicoanalista Francoise Doltó prevenía: "si se los arranca de la familia adoptiva se le puede estar repitiendo la experiencia que vivió con sus padres naturales" (Abuelas de Plaza Mayo: 1997; 90). Esta creencia señalaba a la restitución como un segundo trauma, equiparando la apropiación a la acogida que los campesinos franceses dieron a los niños judíos huérfanos por el nazismo, pero en realidad sólo se pensaba allí en un padre, el simbólico y no en sus versiones.
9. finalmente tauglich, la aptitud del analista en la versión que nos interesa la del saber-hacer pone en juego aquello que ella conlleva, al poseer el mismo origen etimológico que tyché, un encuentro fallido con lo real; la dimensión de la contingencia aquella que puede volverse una oportunidad.
En suma, los peligros que amenazan al analista en el caso de la apropiación de niños no son otros que los que amenazan a cualquier analista, los impasses que debe sortear en la dirección de la cura son los impasses que aparecen en los análisis que él conduce si no está advertido de la experiencia de lo real y si no se deja orientar por ella en su hacer. Así, el analista como padre, como defensa frente a la castración queda entrampado en la dialéctica de la frustración en lugar de orientarse por lo real del síntoma.
En este sentido, el analista debe saber que eso que le pide la transferencia no existe y no puede darlo el riesgo es que ese lugar quede cubierto por el ideal. Y es que, como anticipaba Lacan en la última cita "...sabemos efectivamente qué devastación [ravage], que llega hasta la disociación de la personalidad del sujeto puede ejercer una filiación falsificada cuando la constricción [contrainte] del medio se empeña en sostener la mentira". Aquí el lugar del analista es crucial, pues no se debe sostener, ni consentir la incompletud del relato de los apropiadores que se traduce en la falsedad del relato de esa filiación, ni la falsedad, propia del familiarismo delirante (Laurent: 2005) que se empeña en sostener la existencia de una familia allí donde no la hay. Ahí, el decir no funciona como límite que vuelve imprevisible, contingente, la marca aportada por el Otro y de la que el sujeto se ha prendido. Allí se quiebra el estrago en la instalación falsificada del parentesco, en esa supuesta filiación por adopción que deja al sujeto desorientado de un modo siniestro.
En este sentido, ella no busca la normalización del sujeto acorde a algún ideal... psicoterapéutico, ni se erige como un sustituto de los progenitores desaparecidos, profiriendo indicaciones para la pequeña, por el contrario permite que surja la demanda de la sujeto y con ello posibilita en ese presente temporal, en ese consultorio, con ese objeto analista y en la superficie misma del papel donde dibuja los garabatos, donde anuda y re-anuda, iniciar la cuenta de sus pérdidas. Y es que en ese plano, en esa puesta en plano (Lacan: 1977-78, inédito)8 podrá comenzar a contabilizar sus agujeros y sus encuentros, lo roto, lo olvidado y lo recordado. Y así, sustraerse del lugar de identidad sufriente, de víctima donde el discurso común la aloja o al que un nuevo discurso del amo podría conducirla.
Otra vez allí el impasse de la creencia nos sale al cruce y es que el saldo "lamentable" del análisis del analista, situado por Freud en los mecanismos de defensa -como defensa contra la castración, contra la imposibilidad estructural- conduce a una dirección de la cura centrada en la persona del analista, en su ser, no en su presencia lo cual introduciría la dimensión del objeto y la pregunta por la causa, cuya orientación se soporta en el ejercicio de un p oder, el de la transferencia. Entonces ¿qué-hacer? ¿Qué tratamiento para dicho impasse? Tratar la castración con la castración misma. Apostando a pensar nuevas ficciones para pasar de la creencia en el padre, a su uso, sirviéndose de él. Una apuesta al analista traumático (Laurent: 2002), aquel que como partenaire traumatiza el discurso común para dar lugar al del inconciente, con el fin de procurar un tratamiento para el sujeto que ponga en juego la porción de real que a cada uno le toca en suerte. Un saber-hacer-ahí-con {savoir y faire avec} (Lacan: 1976-77, inédito) las marcas que el trauma lenguajero nos ha dejado.

Notas

1 La investigación que vengo realizando sobre "El padre en la apropiación" y que constituye mi tema de tesis de Maestría, Beca UBACyT (2008-2010), Director: J. J. Michel Fariña, aborda la función paterna -especialmente el distingo y anudamiento entre el padre imaginario, el padre simbólico y el padre real- con el objetivo de plantear soluciones a algunos de los problemas que presenta la apropiación de niños, referidos específicamente a la pregunta:¿qué es un padre? ¿quién es el padre?

2 Si situamos ese escrito como respuesta, punto por punto, a los reproches de Ferenczi podrá entreverse allí el reclamo al padre, un padre que frustra, un padre impotente que no permite pasar de él. Que no permite servirse de él para toparse con su imposibilidad y no su impotencia.

3 Es preciso señalar que a esta altura de su obra Freud no contaba con la conceptualización del Edipo invertido y ello, como ya lo hemos señalado ocasionó los estragos a los que codujo su empeño en la cura de Dora. Cf. Lacan, J. (1951).

4 En esta lista podríamos ubicar otras herramientas como ser: la teorización de las resistencias estructurales, la formulación de la segunda tópica, la segunda teoría de la angustia, los mecanismos de defensa y la paradoja que ellos mismos se transforman en un modo de satisfacción. Nos centraremos en la abstinencia como nombre freudiano del deseo del analista en Lacan, en tanto nos posibilitará una vía privilegiada para salir del atolladero en la creencia, dado que si el analista, como figura paterna, queda en el lugar mismo de la defensa difícilmente pueda reconducir a la pulsión.

5 Se agregan entre corchetes los términos en francés traducidos generalmente como "estrago" y "coerción" respectivamente.

6 P. solía jugar con la analista a un juego que ella había inventado: "perdete que te encuentro" y P. era la que buscaba a la analista.

7 Un dato importante, esto acontece luego del retorno de la pequeña de sus vacaciones en las que viajó al país donde fue secuestrada junto con su madre.

8 Lacan en clase del 11-4-78 dice: "poner en plano algo, sea lo que fuere, siempre sirve".

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Fecha de recepción: 20 de marzo de 2009
Fecha de aceptación: 19 de octubre de 2009

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