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Anuario de investigaciones

versión On-line ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.18  Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2011

 

PSICOANALISIS

 

Buridan en la clínica: elecciones del ser hablante

Buridan in the clinic: parlêtre's choices

 

Alomo, Martín1; Lombardi, Gabriel2

1 Licenciado en Psicología, Profesor de Nivel Medio y Superior en Psicología. Docente de "Clínica de Adultos", Cátedra I, Facultad de Psicología, UBA. Becario del Proyecto UBACyT P039 (Beca de Maestría). E-mail: martinalomo@hotmail.com

2 Médico. Doctor en Psicología, UBA Profesor Titular Regular de "Clínica de Adultos", Cátedra I, Facultad de Psicología, UBA. Director del Proyecto UBACyT P039. E-mail: gabriellombardi@ibertel.com.ar

 


Resumen
A partir de uno de los antecedentes filosóficos más importantes de la noción de elección, la objeción planteada al libre albedrío por la libertas indifferentiae, realizamos una lectura de algunos puntos problemáticos importantes de la clínica analítica con los que nos topamos en nuestra investigación1. ¿Cómo definir un momento electivo? ¿Cómo situarlo en la clínica? ¿Qué se elige? ¿Qué no se elige? Intentamos responder estos interrogantes a partir de un análisis de la paradoja de Buridan y de la lectura de un caso de Pearl King y de los comentarios de Lacan respecto del caso. El recorrido nos permite precisar distinciones de relevancia clínica sobre los momentos electivos en el curso del análisis.

Palabras clave:
Lacan; Buridan; Libertas indifferentiae; Botella de Klein; Momentos electivos

Abstract
From one of the most important philosophical precedents of the notion of choice, the objection raised to the free will by the libertas indifferentiae, we performed a reading of some problematic important points of the analytical clinic with which we ind us in our investigation. How to define an elective moment? How to place it in the clinical experience? What is chosen? What is not chosen? We try to answer these questions with an analysis of the paradox of Buridan and the reading of a case of Pearl King and Lacan's comments about the case. This work allows us to set distinctions of clinical relevancy about the elective moments in the course of the analysis.

Key words:
Lacan; Buridan; Libertas indifferentiae; Klein's bottle; Elective moments


 

SIC ITUR AD ASTRA. Was not this the martyr prison-speech of a Tailor sighing indeed in bonds, yet sighing towards deliverance, and prophetically appealing to a better day? A day of justice, when the worth of Breeches would be revealed to man, and the Scissors become forever venerable2.
(Thomas Carlyle, Sartor Resartus, III, XI)
El propio Carlyle menciona las anticipaciones de Swift que, en A tale of a Tub, escribió que determinadas pieles de armiño y una peluca, colocadas de cierto modo forman lo que se ha dado en llamar un juez, así como una justa combinación de raso negro y cambray se llama un obispo.
(Jorge Luis Borges, "Prólogo" a Sartor Resartus).

Partimos de dos señalamientos: lo electivo representa un problema siempre actual en la clínica analítica -entendiendo lo actual no solo como lo aggiornado, sino también como la potencia del acto-; y además, notamos que en la clínica, lo electivo se hace presente a través de la contingencia. En cada punto en que lo necesario ve tambalear su consistencia, donde la realidad parece que puede no ser la que es, que las cosas podrían ser de otro modo y no fatalmente predestinadas, allí aparecen opciones, alternativas frente a las cuales el sujeto deberá posicionarse. Lo electivo en la clínica psicoanalítica se presenta bajo la irrupción de lo contingente, es decir lo que puede ser y puede no ser, en términos de Tomás de Aquino (S XIII, q. LXXXVI, 3c).
Pasemos ahora al segundo paso de nuestro planteo del problema. Se trata de la cuestión de la preferencia, y podemos presentarla del siguiente modo: el hecho de que bajo la modalidad lógica de la contingencia se pongan de manifiesto varias opciones posibles desconsistiendo la necesidad de una versión única, si bien alcanza para una primera presentación del problema de lo electivo, no es suficiente. Para que lo electivo se conigure en una coordenada clínica determinada, es preciso que algo del deseo, del gusto, del querer, del vouloir, de la preferencia deina las cosas. En lo que respecta a los antecedentes filosóficos del problema, quien ha planteado la objeción tal vez canónica, es Jean de Buridan con su célebre paradoja del asno. Esta nos muestra a un animal hambriento, detenido a igual distancia de dos montones de heno exactamente iguales. ¿Por cuál de ellos comenzará el animal? La paradoja concluye que no podría mostrar preferencia por ninguno de los dos, por lo tanto moriría de hambre.
Pero ¿por qué el animal no puede elegir ninguno de los atados de heno? La respuesta del apólogo señala que por falta de discernimiento respecto de los objetos: al ser dos objetos entre los cuales no se puede establecer diferencia, no hay motivos para elegir uno u otro. En definitiva, la paradoja es utilizada para demostrar la imposibilidad del ejercicio del libre albedrío cuando se trata de un ejercicio de libertad indiferente (libertas indifferentiae). Colette Soler menciona el problema de la libertad indiferente, para referirse a alguna supuesta elección en lo que atañe a la diferencia de los sexos:

La elección es la del goce pero en sentido subjetivo, al punto que casi podríamos decir que es el goce el que elige...// No hay aquí el menor libre arbitrio, ninguna libertad de indiferencia, no se trata de elegir a ese íntimo tan éxtimo. Es él quien ya los ha elegido, y por más lejos que hable es él quien los hace hablar (Soler, 2009a, p.18).

En nuestro planteo, consideramos retórica esta referencia de Colette Soler al "goce que elige", formulación del tipo "todos decididos por el goce". Notamos que ella escapa al modo en que estamos delimitando el uso del término "electivo". En este orden de cosas señalado por Soler, entendemos la formulación "el goce elige" como un modo igurado, tal vez poético, de decir que allí en lo que respecta al sujeto no se trata sino de determinación. Todos determinados por nuestros modos de goce, entonces3. Sin embargo, lo que nos interesa de este fragmento es la cuestión del libre arbitrio y la libertad de indiferencia. Las cosas bien pueden ser de un modo o bien de otro, pero si no hay una preferencia que incline la balanza, el suspenso no se decide. Y allí, solo si en este punto en que en la coyuntura contingente, frente a las opciones que se abren, aparece un ser en condiciones de preferir, de que le guste más a que b, solo entonces se constituye lo que llamamos momento electivo. Por lo tanto, y continuando el diálogo con la cita de Colette Soler, si el goce "es el que elige" (más bien determina, decimos nosotros), eso no impide que como respuesta a dicha "elección" advenga un sujeto al que pueda gustarle o no dicha opción, y de acuerdo a esta preferencia pueda posicionarse de un modo u otro al respecto.
Y no solo queda objetada la libertad indiferente en lo que atañe a la posición analizante, sino también en lo que respecta a la posicion del analista. No se trata de ser una especie de observador neutro o evaluador imparcial de sus objetos de estudio. Nada más alejado. Justamente, a propósito de la discusión sobre el problema de la neutralidad del analista, es Jacques Lacan quien se expide respecto de la inconveniencia del analista indiferente. Por un lado, reconoce que "la consigna de uso de una neutralidad benevolente no le aporta una indicación suficiente", y por eso mismo va a titular el apartado siguiente "Lo que el analista debe saber: ignorar lo que sabe"; por otro, deja explícitamente aclarado el punto respecto de que "la actitud del analista no podría sin embargo dejarse a la indeterminación de una libertad de indiferencia" (Lacan, 1953, p. 336).
El acto analítico se sostiene en un deseo: esta formulación prescribe una relación de exclusión mutua entre toda in
diferencia anestésica y las coordenadas correctas de un analista bien situado. Discutiremos el punto con Jacques Lacan, a propósito de un caso de la psicoanalista inglesa Pearl King. Pero antes, nos introduciremos con mayor detalle en la paradoja de Buridan.

Jean de Buridan: Paradoja del asno.
Libertas indefferentiae
En el planteo de la cuestión sobre la elección, en el lugar de una de las objeciones más trilladas a la libertad de elección del hombre4, Santo Tomás ubica que "si dos cosas son completamente iguales, el hombre no se mueve más hacia una que hacia otra, como el hambriento, que si tiene alimento igualmente apetecible en diversas partes y a igual distancia, no se mueve más hacia uno que hacia otro..." (Tomás de Aquino, S XIII, I-IIae, q. XIII, 6, tercera objeción). Luego, para poder elegir, debe haber alguna diferencia (¿algún tipo de Glanz?) que incline la balanza. Alguna de las opciones debe aparecer en el panorama como la mejor, y cuando eso ocurre ¿quién podría elegir otra cosa que la alternativa mejor, la más apetitosa o la más conveniente? Así las cosas, no habría elección sino de lo necesario. El aquinate da como respuesta a esta objeción, la que a esta altura es canónica -y repetida por muchos- para dicho problema: "Nada impide que si se presentan dos cosas iguales según una perspectiva, se piense de alguna de ellas una condición por la cual sobresalga, y la voluntad se pliegue más hacia una que hacia la otra". Dicho de otro modo, en los seres inteligentes, capaces de elección si seguimos a Aristóteles, la elección puede quedar ubicada en un punto diverso de los dos objetos fenoménicos que se ofrecen a la constitución de la escena aparentemente dilemática. ¡Son tantos los rasgos electivos que pueden ser recortados en un caso semejante! Seguramente incalculables, por lo menos desde una perspectiva humana5. Intentar dar una lista al respecto constituiría una especie de enciclopedia china, como la borgeana Emporio de catálogos de conocimientos benévolos (Borges, 1952, pp. 158-159).
Si en lugar de una persona se tratara de un animal, digamos un perro, hay quien diría que el perro hambriento que puesto ante dos manjares similares y equidistantes, no se mueve en un sentido ni en otro, en realidad está frente a la opción de alimentarse o morir por inanición, más que ante la encrucijada de comer este o aquel alimento6 . Y justamente se trataba de un perro el protagonista de la paradoja de Jean de Buridan7 , filósofo francés de la baja edad media, muy influyente no solo durante su vida universitaria -sucedió en el rectorado de la Universidad de Paris a su maestro, Guillermo de Occam- sino también póstumamente, ya que sus ideas marcaron tendencia en la filosofía parisina de los albores de la modernidad8. Aquella paradoja buscaba problematizar la cuestión del libre albedrío y la libertas indifferentiae, o libertad indiferente. Sin embargo, el perro ha sido trocado en asno y así conocemos hoy la paradoja asociada al apellido de este notable discípulo de Occam. Notable, aunque también sumido en la oscuridad durante años, tal vez debido a la inclusión de sus obras en el Index librorum prohibitorum a instancias de los seguidores de su maestro, de quien el discípulo tomara distancia a partir de 1340.
Un asno que tuviese ante sí, y exactamente a la misma distancia, dos haces de heno exactamente iguales, no estaría en condiciones de manifestar preferencia por uno más que por otro y, por lo tanto, moriría de hambre. De este modo, queda resaltada la diicultad del problema del libre albedrío cuando éste se ve reducido a un liberum arbitrium indifferentiae. Queda resaltado el punto, entonces, de que si no hay una preferencia, no puede haber elección.
Nicholas Rescher, filósofo contemporáneo, probablemente quien más se ha dedicado al estudio de la paradoja de Buridan, ha llevado sus desarrollos hasta la especialización en el azar y el cálculo probabilístico. Respecto de la paradoja del asno, comenta:

El famoso ejemplo de Jean Buridan es sin duda acertado: es concebible que un asno pueda morirse de hambre entre dos pilas de heno igualmente atractivas. Pero un agente humano libre no lo hará. En todo caso, en circunstancias adecuadas podemos "optar" por suspender nuestro libre albedrío y delegar la elección en un impredescible dispositivo aleatorio, por ejemplo, arrojar una moneda (Rescher, 1997, p. 64).

Respecto del dispositivo aleatorio mencionado por Rescher, notamos que lo que puede resultar impredescible allí, es la posición del agente que lo ponga en marcha. Se puede arrojar una moneda al aire, suspendiendo de su vuelo la decisión entre A y B opciones, para luego obedecer... ¿o desobedecer su designio? A propósito, una anécdota del general Granger:

-Su acelerada decisión de atacar -le dijo cierta vez el general Grant al general Gordon Granger- fue admirable. Usted tuvo solo cinco minutos para decidirse.
-Sí, señor -respondió el victorioso subordinado-, es imprescindible saber lo que debe hacerse en una emergencia. En el momento en que no sé si atacar o retirarme, jamás vacilo: tiro al aire una moneda.
-¿Quiere decir que eso es lo que acaba de hacer?
-Sí, mi general. Pero le ruego no reprenderme. Desobedecí a la moneda (Bierce, 1911, p. 60).

En cuanto a la mayor o menor obstinación respecto de la suspensión de las decisiones humanas, es interesante la consideración que añade Rescher al fragmento de su autoría citado anteriormente:

"Es menos la operación de nuestro libre albedrío que la obstinada y deliberada suspensión de sus operaciones lo que puede volver impredecibles los actos humanos. (Yo puedo delegar libremente mi elección en el resultado derivado del acto de arrojar una moneda). Pero, aun aquí, la responsabilidad por el funcionamiento de su propio destino corresponde al agente" (Rescher, loc. cit., cursivas nuestras).

Cuán porfiada puede ser una obstinación, eso es algo también difícil de calcular, y además es una pregunta que toca al problema del final de análisis. En este caso, también se trata de una elección que no puede saberse de antemano cuándo podrá ser preferida por el único que está en condiciones allí de decidirlo, es decir el analizante que esté a punto de devenir analista. En la traducción de Etcheverry de "Análisis terminable e interminable" leemos la posición del hombre, al final, como "sobrecompensación desaiante" frente al peligro de quedar situado en posición pasiva con respecto a otro hombre (Freud, 1937, p. 253, cursivas nuestras). Por su parte, en el contexto de una conferencia, Colette Soler traduce y comenta esa referencia incluyendo otros matices:

"Uno encuentra en la cura algo que es muy difícil de reducir, que se llama, cuando es un hombre, la sobrecompensación porfiada -me gusta este término 'porfiado' que aparece muy a menudo en las traducciones de Freud: el paciente porfiado, que no cede en su posición de neurótico- y cuando es una mujer, reivindicación" (Soler, 1988, pp. 117-118, cursivas nuestras).

Se trata del adjetivo alemán trotzigen, que puede traducirse por desafiante, porfiado, terco u obstinado9. En este caso se trata de un obstinato que si era fondo en los inicios -obertura y primeros movimientos- cobra una presencia cada vez más notoria, hasta transformarse en motivo principal de la coda; incluso en la nota única, que no deja de sonar y que obliga entonces a preguntarse -por lo menos al analista10 - ¿qué hacemos con esto?
Volviendo ahora a la paradoja de Buridan, ¿por qué el animal no puede optar por ninguno de los atados de heno? La respuesta del apólogo señala que por falta de discernimiento respecto de los objetos: al ser dos objetos entre los cuales no se puede establecer diferencia, prácticamente podríamos pensar que no hay allí dos sino uno; pero Uno, además, extrañamente paralizante, un Uno que deja al sujeto perplejo. ¿Se tratará entonces de un Uno que tal vez englobe en su conjunto al mismo sujeto, con lo cual más que un Uno se trataría de un Todo indiferenciado? En deinitiva, la paradoja es utilizada para demostrar por medio de una reducción al absurdo, la imposibilidad del ejercicio del libre albedrío cuando se trata de un ejercicio de libertad indiferente. Consideremos una vez más el señalamiento de Colette Soler respecto de alguna supuesta elección en lo que atañe a la diferencia de los sexos: no se trata allí de ningún libre albedrío, pero tampoco de ninguna libertad indiferente, decía.
Interesante señalamiento, que viene a ilustrar el punto -aristotélico, por cierto- de que no puede haber elección sin preferencia: respecto de nuestras posiciones en relación a la sexuación, no se trata de libre albedrío, pero tampoco libertas indifferentiae; entonces preferencia. Sin embargo, se trataría aquí de un ejercicio de la proaíresis, finalmente una elección en acto, aunque no libre albedrío. De hecho, este es el sentido justo que el estagirita le da a la elección como preferencia: se maniiesta en acto, se infiere la preferencia a partir del acto consumado11 . A diferencia del libre albedrío, que más bien nombra una facultad intelectual de evaluar y sopesar opciones en juego. Volviendo al fragmento de Colette Soler, se trataría allí de elección en el sentido de preferencia, pero sin ningún tipo de arbitrio consciente que permitiera al agente calcular anticipadamente los resultados. Si pensamos el planteo desde una perspectiva aristotélico-tomista, estaríamos frente a una analítica de la elección distribuida en dos ejes: el intelecto y el acto. "No se trata de libre albedrío", dice Soler: no se trata de especular ni calcular anticipadamente. Pero tampoco se trata de "ninguna libertad de indiferencia", agrega: entonces elección como preferencia. Esto indica que podemos leer este comentario respecto de que no hay elección sobre el sexo, sino que más bien somos elegidos por el goce, como una refutación del ejercicio del libre albedrío en lo que atañe al asunto, excluido por una necesidad en juego -libero arbitrio y necesidad se excluyen- que resalta en este caso el carácter forzado de una toma de posición. Pero sin embargo, hay elección en el sentido de la preferencia. Ese goce que ya nos eligió, cuando alguien puede percatarse de ello -siempre tarde- es porque aun a nuestro pesar y sin anoticiarnos, hubimos de preferirlo... o no. Nos gustó o dis-gustó. Y en la misma serie problemática sobre qué se elige y qué no, y directamente vinculado con la cuestión de la obstinación mencionada anteriormente, nos encontramos con el problema freudiano fundamental de la elección de neurosis12. Apoyado en él y en la clínica también freudiana del autorreproche13 , uno de nosotros se ha ocupado de señalar tres tipos distintos de preferencia como respuesta a la irrupción de la sexualidad, siempre traumática: la pasividad pas-si-bête -no tan tonta- de la histérica, a la que tal vez poco -nunca lo suficiente- pero eso le gustó; la inocencia que ubica el reproche por haberle gustado eso como proveniente del Otro, en la paranoia; y la culpa del obsesivo, por el hecho de saber que le gustó y participó activamente en ello14.
Resumiendo lo dicho en este apartado, la paradoja de Buridan, por medio de lo absurdo de su planteo, resalta la importancia de la preferencia directamente implicada en el acto electivo. Y como podemos notar, su lectura nos invita a precisar disquisiciones en torno de cuestiones importantes de la clínica. Al respecto, retomaremos luego el análisis de la diferencia entre lo que se elige -en qué sentido es lícito decir que se lo hace- y en qué sentido no se elige ce que vous ne sauriez choisir (Soler, 2009b, p. 136). Pero antes recorreremos -de la mano de Jacques Lacan- el interesante análisis de un caso de la analista inglesa Pearl King15 , que nos permitirá llevar más lejos las implicaciones de la paradoja de Buridan en lo que atañe a la clínica psicoanalítica y, más específicamente, en relación a la localización de momentos electivos en los tratamientos. Pero aún antes de comentar el caso, nos interesa introducir una consideración topológica.

El buen golpe de tijeras16
En la misma clase de Problemas cruciales... en la que comenta el caso del que nos ocuparemos luego, Lacan introduce una nota topológica. Para evocarla, comentaremos un detalle de una "supervisión", tal como solemos llamar en nuestro medio a la consulta que un analista realiza con otro analista a propósito de un caso clínico que lo interroga.

"Me parece que el paciente lo está esperando a la vuelta" había sido la intervención acertada, verdadera, del analista de control, cuyo efecto sobre el analista que controlaba su clínica había sido potente. Lo suiciente para que éste, luego de ese encuentro, saliera de allí con la certeza de que había pasado algo importante en relación al caso en cuestión y a su implicación en él. Esta introducción vale para formular la siguiente pregunta: ¿a la vuelta de dónde esperaba el paciente al analista?¿Qué es lo vuelto o re-vuelto? ¿Qué es lo afectado por una torsión -al menos- en la clínica psicoanalítica?

En 1965, en su seminario, Lacan intentaba proponer una forma, "una topología esencial de la praxis psicoanalítica" 17. En su búsqueda, propuso la forma topológica conocida como botella de Klein. Se trata de una igura difícil de explicar, y también de imaginar. Es un cilindro vuelto sobre sí, algo así como una banda de Moebius hecha con un toro, aunque se inhiere en su recorrido de modo tal que la base es la boca de la botella, una "boca aculada" dirá Lacan.
Esta extraña supericie reviste la particularidad de que si quisiéramos producir en ella un corte desde un punto A hasta un punto B determinados, de modo tal de obtener como resultado dos bandas de Moebius, podríamos hacerlo (vg. figura de la izquierda). Aunque si diéramos "el golpe de tijeras" desviado de la línea del buen corte, solo obtendríamos dos bandas orientables, con dos superficies opuestas, anverso y reverso (vg. igura de la derecha). Nos interesa retener aquí lo siguiente: en una superficie tan extraña y compleja, tan difícil de imaginar, puede haber un buen corte que conserve sus propiedades. Pero pueden haber también intentos chapuceros, que obtengan por resultado productos que no muestren la verdadera naturaleza de la supericie, y en cambio la vanalicen produciendo dos supericies orientables, que presente propiedades diversas a la supericie de partida, productos ramplones. Este último corte habla mal del cortador como fons et origo de lo que se da a ver como resultados falsificados.
El cortador, el sastre en cuestión mencionado alegóricamente no es otro que el analista; él con su corte produce escansiones en el inconsciente estructurado como un lenguaje, comenta Lacan aludiendo al Sartor Resartus de Thomas Carlyle. En cuanto a la supericie topológica, ella representa la estructura del Otro, ese Otro del discurso inconsciente en el que el deseo es articulado, el ámbito especíico en el que se desarrolla la tarea analítica. Y con esta introducción, en la misma sesión del 3 de febrero de 1965, comenta un caso con el que va a ejemplificar "las dificultades del analista con su propia teoría". Dice allí que se trata de un trabajo entonces inédito, presentado en el Congreso de la IPA en Estocolmo, en 1963, por la psicoanalista inglesa Pearl King. A continuación, nos ocuparemos de él.

El caso
La presentación de Pearl King en Estocolmo, en 1963, llevaba el título mencionado por Lacan en su seminario: "La explotación inconsciente del 'padre malo' para mantener la omnipotencia del pensamiento infantil". En el trabajo publicado en el libro Time present and time past, si bien el título ha cambiado, sin embargo la idea fuerza del artículo es la expresada en aquel título del '63 18.
Al momento de la comunicación, la analista relata que se trata de un joven de 30 años, que se muestra socialmente hábil, relajado y competente. Es el menor de tres hijos de una familia de clase media alta. Sus hermanos son varón y mujer; mayor ella, y el otro fallecido a causa de una neumonía cuando tenía apenas un mes de vida. La figura más estable de su infancia había sido la niñera.
Al parecer su padre era una persona malhumorada y distante, y muy severo a la hora de evaluarlo: no perdonaba errores ni excusas. El paciente percibía a su madre también distante, aunque interesada en él. Sufría mucho en los períodos en que sus padres se separaron, y -según narra King en clave kleiniana- "no estaba en condiciones de usar a su madre como tal, por temor a lastimarla con su propia infelicidad" (King, op. cit., p. 72).
Estos detalles en los que la autora abunda y con los que aquí ahorraremos distraernos demasiado, sirven a Lacan para señalar que no es sucumbiendo a la fascinación que su despliegue ofrece, el modo conveniente de trabajo para el analista. Más aún, tales detalles, las características de los padres y los supuestos "condicionamientos emocionales" considerados como fenómenos efectivamente ocurridos, no constituyen el campo propiamente analítico.
La analista continúa aportando datos variopintos de la vida del paciente. Aparentemente, un momento de quiebre importante estuvo marcado por la separación de sus padres, la venta de la casa de la infancia y el hecho de que su niñera se marchara. Allí el jovencito se prometió "nunca más volver a amar a alguien".
En cuanto al trayecto formal del tratamiento, se trata de un análisis en tres etapas, separadas por dos interrupciones. El motivo de consulta de la primera etapa estaba dado por los "fits", "ataques" que el paciente describía con la fenomenología de lo que conocemos como "ataques de pánico": ansiedad, sudoración y temblores; a estos "ataques" él también los llamaba "black outs", algo así como"apagones". Las presunciones diagnósticas de la analista hablaban de petit mal y síntomas ansiosos, aunque nos revela que luego él se mostraba más bien como un paciente esquizofrénico ambulatorio (Lacan habla de "un caso borderline", aunque también de psicosis). No podía establecer relaciones satisfactorias con otros y tuvo dos intentos de suicidio. Respecto de éstos, el texto no aporta detalles. En esas condiciones, a los 17 años de edad, comenzó la primera etapa de tratamiento.
Luego de tres años de análisis, el paciente había conseguido un buen trabajo, había superado "la necesidad de actuar compulsivamente como un beatnik", se casó y mantenía una buena relación con su esposa. Por otra parte, "sus estados de disociación psicótica o 'fits' habían cesado". La analista había logrado discernir que cada vez que se presentaban estos ataques, en el contexto de lo que un manual de psiquiatría podría llamar fobia social, ellos estaban relacionados con la presencia de un Otro: un hombre en posición paterna, con el que el paciente se relacionaba como con su padre malo de la infancia; de aquí el título de la ponencia de Estocolmo. La explotación de la necesidad de mantener padres malos es un modo de mantener la omnipotencia del pensamiento infantil, a expensas de lazos sociales verdaderos y satisfactorios, coordinados con el principio de realidad. A propósito, la analista ensaya una tesis respecto del "estrago paterno". Diez años de engaño y de "creerle" al paciente, resultan en una incomodidad insoportable para la analista: "Con este paciente me sentía bloqueada, y no disponía de mi espontaneidad y de mi fuente de creatividad para utilizarlas como herramientas de trabajo analítico". La lectura que ella hace, se refiere a que en la transferencia ha sido tratada por el paciente como el padre malo; y además, queél necesitaba sostener con ella, en el consultorio, y con otros padres de turno, afuera, ese lugar de Otro malvado como modo de sostener uno de sus selves infantiles. Justamente aquel que junto a vivencias de maltrato, conservaba intactos los pensamientos omnipotentes. Luego, la analista comenta que ha aprendido que "creerles a este tipo de pacientes" no es conveniente, y que justamente eso fue lo que, de su parte, contribuyó a dejar que él la fijara en un lugar sofocante.
En esos períodos en los que ella se siente bloqueada por la hostilidad del paciente, dice sentirse "fijada por él". Al respecto comenta Lacan que de ese modo, el objeto a sorprende en la clínica a esta analista: lo tiene dentro de ella misma. El sujeto ha constituido / depositado su objeto a en la analista. Pero a ella, contratransferencialmente, esto le resulta intolerable, y no concibe en modo alguno que se trate de algo favorable para la marcha del análisis. Sin embargo, no se trata tampoco -en los comentarios de Lacan- de prescribir la tolerancia absoluta de situaciones incómodas por parte de los analistas cuando se encuentran con pacientes que los hacen sentir como rehenes de sus mociones más hostiles y petriicantes. Al contrario, él más bien cuestiona la persistencia en esta posición anquilosada, croniicada, como un sesgo claramente iatrogénico: "Ella ha sostenido eso, de algún modo, durante diez años. No estoy en tren de ironizar sobre los análisis que duran diez años, hablo de los analistas que sostienen una situación semejante durante diez años" 19.
En cuanto a la transferencia, Lacan recuerda el estatuto de engaño que ella recubre, y deja remarcado quién puede llegar a ser el engañado en este juego: precisamente el analista. Y al respecto, procederá a ubicar cómo el objeto a se le presenta a la analista en la clínica.
Durante diez años, con algunas interrupciones, transcurre la "primera fase" del análisis, y durante ese período "el sujeto se presta al juego", señala Lacan. Concurre al consultorio, paga, se analiza, asocia, hace cambios en la realidad y refiere lo que podríamos llamar efectos terapéuticos. Un buen paciente (ironizamos, por supuesto). Aunque también, a propósito de la figura de un padre que se le presenta en la realidad (¿o en lo real?) y provoca desestabilizaciones esporádicas en el sujeto -detalle que la analista señalara como estrago paterno- Lacan se permite pensar que se trata del análisis de un psicótico.
La segunda fase del análisis -que dura cuatro años- comienza cuando el paciente en una situación en que se encontraba derribando un árbol, sufre "ataques de pánico de intensidad psicótica", nos dice la analista. Se asusta mucho y se da cuenta de que necesita ayuda. A medida que avanza esta nueva etapa de tratamiento, la analista
toma nota de "un nuevo pattern emergente": los fits ahora van también acompañados de alucinaciones y delirios -no conocemos los detalles- y generalmente surgen en respuesta a un subrogado del padre que se comporta hacia él de un modo inesperado. En este contexto, la analista se sorprende pensando: "Este paciente necesita conservar intacto su mito de padres insatisfactorios". Ese parece haber sido el rol de la analista, asegurar ese mantenimiento, pero engañada y forzada, sumisa a las hostilidades del paciente -concluye Lacan-. ¡Por qué sostener una relación así durante diez años! ¿Por qué "dejarse pegotear" 20 de ese modo?
Y la caída queda del lado del deseo del analista, un deseo que rehúye cuando la escucha atenta rueda por la pendiente de creer en el fenómeno. Y cuando el analista no ocupa su posición, que se sostiene de un deseo, puede ocurrir que los roles se inviertan y el paciente haga las veces de analista para aquel que ahora analiza su propia neurosis de transferencia -que según Lacan, es la neurosis del analista- donando palabras y construcciones y teorías y... "Y" multiplicada en una iteración al ininito, paradójicamente correlativa de la "fijeza" del bloqueo que percibía la psicoanalista inglesa. La paradoja es la siguiente: un bla bla infinito, pero siempre en el mismo lugar fijo, acotado, finito. Y si los roles se invierten porque hay una falla en la función "deseo del analista", entonces lo que queda fuera de juego es la posibilidad de que se desplieguen las contingencias en las que puede advenir el deseo del analizante. Al respecto, comenta Lacan:

El deseo del Otro se presenta en ese campo radical donde el deseo del sujeto le es irreductiblemente no anudado, sino precisamente en esa torsión que trato de representarles aquí con mi botella. Esto es insostenible y exige un intérprete. Aquél intérprete mayor con el cual no hay cuestión: esto es la Ley. La Ley soportada por eso que llamo el Nombre del Padre" (Lacan, loc. cit., traducción propia).

Y cuando de lo que se trata es del deseo, se trata del objeto a como agálmata, como alhaja atesorada en el interior del ágalma. "Aquel que sabe abrir con un par de tijeras el objeto a, de la buena manera, aquel es el amo del deseo" continúa Lacan en alusión al Sócrates de El Banquete y, elípticamente, a la función del analista.
Luego de finalizada la segunda fase del tratamiento, transcurren dieciocho meses y el paciente vuelve a contactar a su analista por tercera vez, para comentarle que nuevamente -la autora escribe again en itálicas- padece ataques de ansiedad, particularmente cuando las cosas andan bien, en situaciones favorables; al punto de que estos ataques se han transformado en una amenaza para su carrera. Él mismo reconoció perder, por momentos, el control sobre la "realidad externa", sudaba profusamente, y podía notar cómo la lengua se le volvía tiesa. Nombraba esto como "residuos" de los viejos fits. Con este cuadro solicita un par de entrevistas en esta tercera fase, y la analista accede al principio con frecuencia quincenal, y luego continúan semanalmente. La particularidad técnica de este período, que la analista llama "supervisión" del trabajo analítico realizado anteriormente, sería la de pedirle al paciente que se sentara en el sillón frente a frente, cara a cara con su analista. Ella creía que esto favorecería un nuevo pattern de trabajo para esta fase. En este punto, la analista reiere la emergencia de distintos selves del paciente, distintos aspectos del ego que pudieron comenzar a emerger e incluso a servirse de ella, la analista, como de una madre buena, sin temor a dañarla: "un 'diferente él' ha podido contactarse con una 'diferente mi'". Luego de un tiempo, la analista comenzó nuevamente a sentirse "fijada" y bloqueada por el paciente, pero esta vez comenzó a entender de qué se trataba, escribe. Y acto seguido, consigna una sesión, que representa el punto al que queríamos llegar para analizar con algún detalle. No nos referiremos a toda la sesión, que la analista consigna y analiza generosamente, sino solamente al punto que nos interesa.
El paciente comienza diciendo que hay tendencias hostiles, pendencieras, a las que percibe cada vez más y más activas. Estas tendencias pertenecen a su self negativo, que le dice que él no puede hacer cosas. Luego habla de un statu quo basado en la hegemonía de este self incapacitante, y de lo que aparentemente se presenta como un conflicto, una lucha de otro self supuestamente más sano, que intenta luchar con aquel (evidentemente, a esta altura, se trataba de un paciente muy bien instruido en la "selfmaquia" 21). Y eso no es lo único que tiene para decir: le están pasando cosas muy extrañas (odd) últimamente. Se ha sorprendido durante el desayuno -prosigue- "tratando de hacer dos cosas a la vez, tratando de tomar (pick up) la tostada y la manteca al mismo tiempo, y encuentro entonces mi mano yendo entre los dos objetos, incapaz de moverme hacia uno o hacia otro" (King, op. cit., p. 75).
Lo que sigue es la intervención de la analista:

La parte de Ud. que está esperando mejorar, y está en alianza conmigo, se satisface con su incapacidad de moverse hacia lo que Ud. desea. Este es el statu quo del que Ud. hablaba, y me muestra que la razón por la que no se puede mover y tomar alguno de los objetos que desea, es que Ud. ha puesto su boca hambrienta de bebé en ambos objetos, y como Ud. cree inconscientemente que hay solo una comida para una sola boca -esto es: Ud. puede hacer solo una cosa a la vez- la otra podría pasar hambre, y probablemente muera. Esta es una razón por la que Ud. ha tenido que preservar el statu quo, porque si éste desaparece, significaría que una parte de Ud., o uno de sus selves, podría ser abandonado para siempre y moriría de inanición (Ibíd.).

Al respecto, Lacan comenta que no resulta sorprendente que haya dos bocas en la demanda -una nutricia y otra invocante- finalmente oral, ya que se hace por la boca. Lo que sí sorprende es que lo que salga finalmente por esa boca sea el oriicio oral. Obviamente, la alusión aquí evoca la botella de Klein que ha sido mal cortada, obteniendo no un resultado de libertad electiva por parte del analizante, sino una duplicación repetitiva circunlocutiva, que incluso pasa por la boca de la analista. No es necesario caer por la pendiente de seguir la demanda articulada a la identificacion en la transferencia, para acabar llegando a la demanda oral como producto preigurado, recortado, troquelado por el saber del analista que hace obstáculo y tapona la emergencia del deseo. Y si el camino es circular, es decir que hay vueltas que se dan en el análisis, es preciso saber cuáles son esas vueltas y cómo recorrerlas. Estas son las consideraciones de Lacan en su seminario, a propósito de la intervención de la analista. Luego, agrega:

Todo eso es muy ingenioso pero pierde completamente lo esencial, a saber: que en un síntoma parecido, un síntoma largo tiempo señalado que es el enigma de los filósofos, el síntoma que yo llamaría de Buridan, a saber el desdobla- miento del objeto y no, como se dice, de la libertad de indiferencia; la alusión, la referencia esencial que es dada en el momento por el sujeto: es que se trata de muy otra cosa que la demanda, se trata de la dimensión del deseo y que ella no sabe dar allí el buen golpe de tijeras (Lacan, loc. cit., traducción propia).

Para concluir
Lacan da una nueva denominación a la paradoja de Buridan: síntoma del desdoblamiento del objeto. Desdoblamiento que equivale -ya que leemos ese "no" como retórico- a libertad de indifencia. Entendemos ese "...dédoublement de l'objet et non pas, comme on dit, de la liberté d'indifférence..." como una particular nominación lacaniana, producida ad hoc para la lectura del caso comentado en el seminario: una equivalencia entre libertad de indiferencia y desdoblamiento del objeto.
Como decíamos más arriba, a propósito del análisis de la paradoja de Buridan, en ella se trata de una objeción planteada al ejercicio de la libertad de elección. Y dicha objeción opera como tal si la elección como preferencia, como querer, no emerge en alguna contingencia, inesperadamente. El asno de Buridan representa la ausencia de deseo y la parálisis, between, como decía el paciente de Pearl King, entre dos. A la vez, esos dos no presentan diferencias; el sujeto infantilizado se encuentra paralizado y capturado en el dominio del Otro Omnipotente, del cual hace las veces la analista-Madre, que le llena la boca con papilla masticada, digerida y regurgitada. Sería deseable -si fuera al menos posible- que esos dos permitieran emerger de ellos, d'eux, la función del rasgo, del uno unario, el uno que posibilita la cuenta de los objetos de deseo no desdoblados en el espejo de la división inhibitoria y la confusión imaginaria de los cuerpos, sino recortados en el horizonte de un nuevo margen de libertad. Pero para ello, como señala Lacan con precisión -y porque dos (deux) no hacen uno- hace falta un intérprete: el Nombre del Padre.
A propósito de los momentos electivos en el análisis, consideramos que el síntoma aportado por el paciente, ese síntoma de quedarse suspendido entre la tostada y la manteca, su mano paralizada between, reedita el síntoma de Buridan, síntoma paradojal que invoca una objeción a la libertad de elección, es decir a la manifestación contingente del deseo. Luego, corresponde una pregunta: ¿qué le convendría al analista para hacer lugar a la contingencia? Tal vez ayude escuchar, callar, producir el corte en el buen lugar (saber utilizar las tijeras), pero fundamentalmente analizarse -lo cual implica dividirse- en otro lugar que no sea en el análisis de sus pacientes.
Retomemos ahora los interrogantes propuestos en el sumario inicial. ¿Cómo definir un momento electivo? ¿Cómo situarlo en la clínica? ¿Qué se elige? ¿Qué no se elige? En cuanto a la primera pregunta, definimos un momento electivo como el ejercicio de libertad electiva que emerge contingentemente, de un modo no programado y por eso mismo sorpresivo. Respecto de la segunda pregunta, ubicamos el momento electivo en la clínica como manifestación de la libertad electiva del analizante. El aspecto que resaltamos es el de elección como proaíresis, es decir como preferencia. Ello implica una manifestación dentro del margen de libertad -no necesariamente determinado- posibilitado por el vínculo transferencial, de las opciones que el analizante puede preferir en el ejercicio de esa libertad marginal. Por consiguiente, dado que cada vínculo transferencial es particular, elegimos responder las últimas dos preguntas en relación al caso que hemos comentado.
En este caso, el paciente ha podido elegir al menos tres veces continuar en un vínculo transferencial con su analista: es decir en cada inicio de cada una de las "tres fases" del análisis. Estas escansiones se presentan como momentos privilegiados en que el sujeto, atormentado y sometido por la coerción de la estructura, puesta de manifiesto en fenómenos desestabilizadores ostensiblemente crueles -incluso fenómenos elementales- sin embargo, ha podido solicitar ayuda. Luego, ha mostrado también la libertad electiva en acto, al ejercer la preferencia de explayarse, de elaborar por medio de la palabra dirigida a su analista, en transferencia, la construcción de un nuevo lazo social. Sin embargo, el carácter novedoso de este vínculo -y con él, el acto electivo del paciente- es puesto en tela de juicio por lo que no ha podido elegir.
En este caso, el paciente no ha podido elegir en esos puntos en que las particularidades técnicas de su analista no le han permitido desplegar los signiicantes de su deseo de un modo más libre: allí donde habría podido advenir un momento electivo, es decir un nuevo sujeto como respuesta imprevista, ha habido desdoblamiento del objeto, multiplicación de las bocas hambrientas y ausencia de preferencia puesta en acto. El resultado de ello es el mismo sujeto dividido, pero perpetuado en esa división como inhibición, a través del ser alimentado por la papilla rumiada por su analista, que alcanza para tapar dos bocas.
Sirva este punto como ejemplo de que "el goce que nos decide" es una manifestación clínica diversa de lo que llamamos "momento electivo". Este último remite a un ejercicio de libertad electiva por parte del analizante, que puede -de un modo no programado y aunque sea en un margen de libertad acotado- elegir algo distinto, una nueva opción no dada necesariamente de antemano.
Y en cuanto a aquel otro momento clínico, ese goce que se manifiesta como habiendo decidido de antemano, en el caso comentado lo ubicamos en la perpetuación en la
situación transferencial, de la parálisis de un yo infantilizado y extático frente al Otro materno, que provee profusión de palabras -provenientes de las teorías de la analista- y argumentos sólidos, construidos y masticados por ella. En este punto, lo que él no ha podido elegir se asocia, "se pegotea" con lo que ella no ha elegido; y eso los determina.
Por último, señalamos la importancia del trabajo de Pearl King, citado por Lacan en su seminario justamente por la sensibilidad clínica de esta analista y el compromiso con su práctica. Al leer el artículo, se tiene la sensación de estar ante la solidez de un trabajo serio, y ante la reflexión honesta de una analista que es freudiana en su modo de interrogar la clínica a partir de los obstáculos que la encuentran y las dificultades técnicas que localiza. Además, su texto contiene perlas seguramente inadvertidas por la autora. La cuestión del "estrago paterno" es un hallazgo, que desde una lectura lacaniana más bien abona la hipótesis diagnóstica de psicosis, probablemente una esquizofrenia, cuyos momentos agudos parecían corresponderse con el encuentro de un-padre en lo real. En cuanto a la "explotación de la necesidad de mantener los padres malos", nos parece otro hallazgo de gran lucidez clínica, aunque insertado teóricamente en el atolladero de la contratransferencia como "herramienta" técnica y fuente de explicaciones. Creemos -con Lacan- que esa "explotación" en este caso localiza el objeto a en la transferencia, que ha incomodado y "bloqueado" a la analista durante muchos años, sin poder contar con la operación del buen corte para abrirlo y con él, las puertas del deseo.

1 Proyecto UBACyT P039: "Momentos electivos en el tratamiento analítico de las neurosis - En el Servicio de Clínica de Adultos de la Facultad de Psicología, UBA", dirigido por uno de nosotros.

2 "SIC ITUR AD ASTRA. ¿No era esto el discurso de la prisión (o el discurso-prisión) de mártir de un Sastre que suspiraba verdaderamente en obligaciones, y que aún suspira por la liberación y proféticamente apela a un mejor día? Un día de justicia, cuando el valor de los Pantalones de Montar (Breeches) sea revelado a los hombres, y las Tijeras sean por siempre veneradas". Vg. Carlyle, Thomas (1833-35). Sartor Resartus. Life and Opinions of Herr Teufelsdröckh, Libro III, Capítulo XI: "Tailors". (Traducción propia).

3 Cortázar, en su caracterización de Marini, protagonista de "La isla a mediodía", plantea magistralmente un cruce entre lo electivo como preferencia y "ser gozado" como determinación: "Prefería estar solo aunque le hubiera gustado más bañarse en la playa de arena; la isla lo invadía y lo gozaba con una tal intimidad que no era capaz de pensar o de elegir" (Cf. Cortázar, 1966).

4 Objeción que constituye un claro antecedente de la paradoja de Buridan.

5 Decimos esto en diálogo con Boecio y su perspectiva identificada con la Divina Providencia, que abre la puerta a los futuros contingentes como base argumental de una convivencia posible entre la presciencia de Dios y el libre albedrío de los hombres. Cf. De Consolatione Philosophiae, Libro quinto.

6 Buridan comenta el apólogo propuesto por el estagirita en De Cáelo, II, 13.

7 "Si se quiere seguir atribuyendo a Buridan el origen de la paradoja habría que hablar del 'Perro de Buridan'". Vg. Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de Filosofía, 5º Edición, Sudamericana, Bs. As., 1965, p. 148.

8 Cf. Stanford University (2006). Stanford Encyclopedia of Philosophy, Metaphysics Research Labs, CSLI, Stanford University, California, 2006. Cf. el artículo "John Buridan". Se puede observar allí, además de los datos biográficos del filósofo y una amplia reseña de su obra, una importante lista de referencias bibliográficas, nutrida de fuentes primarias y secundarias.

9 "Aus der trotzigen Überkompensation des Mannes leitet sich einer der stärksten Übertragungswiderstände ab", Vg. Gesammelte Werke, vol. 16, p. 99. (Destacado nuestro).

10 Analista, con la equivocidad que el término implica: el partenaire del analizante, pero en el final, el que resulta del trayecto de un análisis.

11 Cf. Aristóteles, Ética Nicomaquea, Libro tercero, capítulo II. Allí diferencia la proaíresis como acto efectivamente realizado, de la dóxa, opinión, como devaneo puramente intelectual.

12 Freud, S. (1913). "La predisposición a la neurosis obsesiva", op. cit., tomo XII, pp. 329-346.

13 Freud, S. (1896). "Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa", op. cit., tomo III, pp. 157-184. Cf. también Lombardi, G., op. cit., pp. 114-116 y "La clínica freudiana del autorreproche", en Clínica y lógica de la autorreferencia, op. cit., pp. 169-172.

14 Lombardi, (2008b). "Predeterminación y libertad electiva". Revista Universitaria de Psicoanálisis, Vol. 8, Secretaría de Investigaciones, Facultad de Psicología, UBA, 2008, p. 114.

15 King, P. (1963). "On a patient's unconscious need to have 'bad parents'". En Time present and time past, Karnac Ltd., London, 2005, pp. 67-87.

16 Lacan, J. (1965). Problèmes cruciaux pour la psychanalyse. Inédito. Clase del 3-2-1965. "...le bon coup de ciseaux..."

17 Loc. cit.

18 "Sobre una necesidad inconsciente de los pacientes de tener 'padres malos'". Disponemos de la obra citada en inglés (cf. nota 15). Por lo tanto, todos los fragmentos que consignemos de la misma en español, corresponden a nuestra traducción.

19 Lacan, loc. cit. (traducción propia).

20 "...elle s'est laissée elle-même engluer, englober, pendant dix ans..." Lacan, loc. cit.

21 Discúlpesenos el neologismo: así como la tauromaquia es el enfrentamiento con toros y la batracomiomaquia la mitológica guerra de los batracios, he aquí la batalla de los selves.

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Fecha de recepción: 14 de marzo de 2011
Fecha de aceptación: 26 de julio de 2011

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