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Anuario de investigaciones

versión On-line ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.19 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dic. 2012

 

Psicoanálisis

Momentos electivos en la producción de la neurosis obsesiva. Acerca del historial freudiano del "Hombre de las Ratas"

Elective moments in the production of the obsessive neurosis. About the freudian "Man of the Rats"

 

Frydman, Arturo1 ; Thompson, Santiago2

 

1 Profesor Adjunto Regular de la Cátedra Clínica de Adultos I, Facultad de Psicología, UBA. Co-Director, proyecto de Investigación UBACyT 2011-2013. E-mail: afrydman@psi.uba.ar
2 Magister en Psicoanálisis, UBA. Investigador UBACyT. Docente de la Cátedra Clínica de Adultos I, Facultad de Psicología, UBA. E-mail: santiagothompson@gmail.com


Resumen
El trabajo procura situar las encrucijadas electivas que determinan la producción de la neurosis obsesiva. En función de delimitar "lo electivo" se lo opone a lo disruptivo en la historia del sujeto. Luego se articulan lo electivo y lo disruptivo en los caminos de formación de síntoma freudianos. Tomado como paradigma del tipo clínico en cuestión, se analiza el historial freudiano del Hombre de las Ratas procurando ubicar tales encrucijadas electivas.

Palabras clave:
Trauma; Elección; Freud

Abstract
The work tries to locate the elective crossroads that determinates the production of the obsessive neurosis. In order to delimitate "the elective" it is opposed to the disruptive in the history of the subject. After that, we articulate elective and the disruptive thing on the bases o f the freudian ways of symptom's building. Taken as a paradigm of the obsessive neurosis, the freudian case of the Man of the Rats is analyzed trying to locate such elective crossroads.

Key words:
Trauma; Election; Freud


 

Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación "Presencia y eficacia causal de lo traumático en la cura psicoanalítica de las neurosis".
Sostenemos como una de nuestras hipótesis que el método psicoanalítico, además de un sujeto determinado por mecanismos inconcientes, permite despejar la causalidad por elección que interviene en la estructuración, elaboración y resolución de la neurosis. Planteamos como un objetivo de nuestra investigación despejar "la participación al mismo tiempo voluntaria e inconsciente del ser hablante en los acontecimientos disruptivos de la historia y de la actualidad de sus síntomas neuróticos." (Lombardi 2010, 1)
Nos proponemos en este trabajo discernir aquello que se presenta como disruptivo y el factor electivo y la producción de la neurosis, centrándonos en esta ocasión en el tipo clínico obsesivo.
Para abordar esta cuestión tomaremos como referente el caso clínico que es indiscutiblemente el paradigma de la literatura analítica en lo que respecta a la neurosis obsesiva: hablamos del historial freudiano conocido como "El hombre de las ratas".

LO ELECTIVO Y LAS FORMAS DE LO NO-ELEGIBLE
En nuestro recorrido hasta la fecha hacemos equivaler, a riesgo de caer en alguna imprecisión, los términos elección, decisión, toma de posición del sujeto. Nuestra investigación apunta a recortar las contingencias históricas o historizadas que dejan marcas en el ser hablante y que no son ajenas al lugar que ocupó el sujeto frente a ellas. Es decir, el punto en que las consecuencias de los encuentros fortuitos implican también una determinada afirmación subjetiva.
Discernir lo electivo en la producción de la neurosis implica en primer lugar oponerlo y delimitarlo en relación a lo no- elegible. En el campo del psicoanálisis, ese no-elegible podemos ubicarlo en, al menos, tres categorías.

a. Del lado del trauma.
Dentro de lo que cae bajo la égida de lo traumático podemos distinguir, siguiendo un trabajo de Soler1:
• lo que viene del lugar del Otro, aquello traumático respecto de lo cual es posible suponer un agente. Y por lo tanto, al inducir por su naturaleza tal suposición, incluye el germen de un sentido posible atribuible a lo que se presenta como disruptivo.
• Por oposición, aquello que irrumpe en la vida del sujeto sin Otro discernible. Soler ubica aquí todo lo que ponemos cotidianamente a cuenta de lo accidental.
Es evidente que suponerle o no un otro al suceso traumático implica ya una posición el sujeto, ya que inalmente todo accidente puede ser leído como una manifestación de la voluntad de un Otro sobrehumano.

b. La sexualidad, lo que lo pulsional tiene de disruptivo, de hetero para el sujeto. El goce como aquello que no se elige, irrumpe y se presenta como algo a la vez íntimo y exterior.
c. Lo que llamaremos "lo contingente", que Freud deja del lado de las vivencias sexuales infantiles y del vivenciar accidental del adulto.

Respecto de "lo no-elegible", lo electivo se presenta como una respuesta subjetiva. Es decir que entendemos a los momentos electivos en psicoanálisis como aquello que responde respecto de lo que irrumpe al modo de un trauma.

LA ELECCIÓN DE LA NEUROSIS
Esta articulación entre lo disruptivo y la posibilidad de elección se evidencia en lo que podemos situar como la elección de la neurosis. Soler destaca la elección de la neurosis concierne al goce. La neurosis es la resultante de una defensa frente al goce, respecto del cual la angustia de castración condiciona un retroceso. Elegir un tipo clínico es elegir un modo particular de defensa contra el goce. La defensa frente al goce, la posición del sujeto y la elección del tipo clínico quedan entonces en un plano de equivalencia.

La elección del síntoma
En los hitos que hacen para Freud a la formación de síntoma, podemos discernir allí tanto lo que se le impone al sujeto como aquellas instancias donde tiene la chance de elegir.
La formación de síntoma tiene como condiciones necesarias:
• La adherencia a una modalidad de satisfacción pulsional que echa sus raíces en la ijación libidinal, la "inmovilización de un determinado monto de energía libidinosa" (Freud 1917b, 332). La fijeza pulsional es una precondición inaugural de la formación de síntoma. El carácter de ijo de lo pulsional lo pone en las antípodas de lo elegible. Tal modalidad de goce que se fija es aquello que no se puede elegir.
• Una Versagung (frustración) exterior de la satisfacción libidinal, una frustración que se produce necesariamente o por contingencia. Aquí Freud hace referencia al "vivenciar accidental del adulto".
• Otra Versagung (un "decir que no") por parte de una instancia psíquica respecto de la nueva modalidad de satisfacción pulsional que es activada a partir de tal vivenciar accidental. Por lo que entiende a los síntomas neuróticos como "el resultado de un conflicto que se libra en torno de una nueva modalidad de la satisfacción pulsional". (Freud 1917b, 326)

A las contingencias de la libido responde un momento electivo: el veto de una parte de la personalidad. En un primer tiempo, tenemos la ijación de una modalidad de goce, luego un "No" que se le impone al sujeto. Respecto de esto, tenemos un posicionamiento del sujeto ante el conflicto que implica el veto. Ante la investidura de los puntos de ijación libidinal Freud concibe que "el conflicto queda planteado si el yo (…) no presta su acuerdo a estas regresiones." (Freud 1917b, 327). Lo que implica una toma de posición por parte del sujeto.
Freud entonces pone en el centro de la producción de la neurosis un conflicto cuyo resultado es el síntoma:

"Un fragmento de la personalidad sustenta ciertos deseos, otro se revuelve y se defiende contra ellos. Sin un conflicto de esa clase no hay neurosis." (Freud 1917a, 318)

Este conflicto, dijimos, esta precedido por una Versagung (un "decir que no") que parte de una instancia psíquica:

"El conflicto es engendrado por la frustración; ella hace que la libido pierda su satisfacción y se vea obligada a buscar otros objetos y caminos. Aquel tiene por condición que estos otros caminos y objetos despierten enojo en una parte de la personalidad, de modo que se produzca un veto que en principio imposibilite la nueva modalidad de satisfacción." (Freud 1917a, 318)

Este "enojo en una parte de la personalidad" conlleva un veto, un momento electivo central en la causación de la neurosis, detonante de toda una serie de rodeos que Freud denomina "caminos de formación de síntoma". El quid de la cuestión es que el yo preste o no acuerdo al devenir pulsional:

"el conflicto queda planteado si el yo (…) no presta su acuerdo a estas regresiones. La libido es como atajada y tiene que intentar escapar a algún lado: adonde halle un drenaje para su investidura energética, según lo exige el principio de placer. Tiene que sustraerse del yo. Le permiten tal escapatoria las ijaciones dejadas en la vía de su desarrollo, que ahora ella recorre en sentido regresivo, y de las cuales el yo, en su momento, se había protegido por medio de represiones." (Freud 1917b, 327)

La denegación del yo activa la serie de mecanismos que dan por resultado la formación de síntoma.

El síntoma freudiano
¿Qué se elige cuando se sostiene el veto que lleva a la neurosis?
Se elige una relación con la modalidad de goce signada por el no querer saber, la que l leva a una renuncia respecto del acto. En la neurosis se elige una modificación en el cuerpo o en el pensamiento en detrimiento de una modificación en el mundo exterior. Se elige una adaptación, resignando una acción.
Lo que implica un empobrecimiento de los lazos de la persona con el otro. Una evitación del encuentro con el deseo del Otro ante el que se retrocede para evitar el pasaje angustioso que supone el encuentro (lo que en nuestros días se denomina "fobia social"). El síntoma posibilita un recorrido pulsional que prescinde del pasaje por el Otro. Como señala Lacan, subrayando este desengache respeto del Otro, cuyo encuentro el sujeto renuncia, el síntoma "es el mutismo del sujeto que se supone que habla" (Lacan 1964, 19).

La defensa contra el síntoma
Ahora bien, la neurosis, y especialmente la neurosis obsesiva, no se limitan a la formación del síntoma.
El síntoma una vez producido, pasa al lugar de lo que irrumpe. Y la neurosis se completa con un posicionamiento del ser hablante respecto al síntoma:

"las neurosis de trasferencia se generan porque el yo no quiere acoger ni dar trámite motor a una moción pulsional pujante en el ello, o le impugna el objeto que tiene por meta. En tales casos, el yo se deiende de aquella mediante el mecanismo de la represión; lo reprimido se revuelve contra ese destino y, siguiendo caminos sobre los que el yo no tiene poder alguno, se procura una subrogación sustitutiva que se impone al yo por la vía del compromiso: es el síntoma. El yo encuentra que este intruso amenaza y menoscaba su unicidad, prosigue la lucha contra el síntoma tal como se había defendido de la moción pulsional originaria, y todo esto da por resultado el cuadro de la neurosis." (Freud 1924, 155-156)

Los retornos del proceso represivo tienen la característica de un cuerpo extraño, se manifiestan como una ajenidad que corrompe la univocidad del yo. La respuesta electiva de la neurosis obsesiva también implica defenderse contra este elemento disonante librando una lucha que aspira restaurar la supuesta integridad perdida.
Entonces, si bien el síntoma es el resultado de una defensa contra una determinada modalidad de satisfacción pulsional, y a una defensa contra el goce, no culmina allí la producción de la obsesión. Un segundo movimiento consiste en la defensa que erige el yo respecto del síntoma. La neurosis se estructura, por lo tanto, como una defensa contra el síntoma. Es caracterizada como una forma de arreglárselas con el síntoma, que consiste en acomodarse a ello.
Entendemos que la defensa secundaria contra el síntoma es un segundo momento electivo en la producción de la neurosis. El síntoma se presentifica ahora como lo disruptivo. Y particularmente la neurosis obsesiva, lleva a Freud a revalorizar el término "defensa" destacando la notable participación del ser hablante en la elección de su solución. Incluimos aquí las así denominadas "alteraciones de carácter". Por esta vía, el síntoma es asimilado por el yo. Conlleva la implicación del sujeto en su conducta (Lacan 1963, 303) que Lacan destaca como característica del obsesivo: el síntoma se reintegra al yo y forma parte de su presentación: como alguien ordenado, pulcro, altruista, obstinado, escrupuloso, etc.
Otra forma que toma la defensa secundaria es la identificación al lugar de enfermo, que hoy está en boga bajo la forma de los llamados trastornos. El sujeto, a diferencia del que se sostiene en el "yo soy así" del carácter, se reconoce como afectado por un padecer, a condición de que este sea tratado como una afección orgánica. La reciente inclusión de la tristeza, la timidez y la rebeldía en el DSM V abren un campo fértil a tales pretensiones.
De este modo el sujeto enmascara la elección que supone la enfermedad bajo la forma algo que es ajeno y se le impone como lo haría un estado gripal. Pretende hacer de sus elecciones un agente extraño, debitarlas a la cuenta de lo que no se elige.

4- LA ELECCIÓN DE LA OBSESIÓN EN EL HOMBRE DE LAS RATAS
El historial freudiano es reconocido como un caso paradigmático del tipo clínico obsesivo. Lacan lo caracteriza como "el caso de donde proviene todo lo que sabemos de la neurosis obsesiva" (Lacan 1969a, 57). Es por ello que lo tomaremos como vía para ubicar lo característico de sus encrucijadas electivas.
Lo que nos parece destacable respecto del caso es como, inalmente, toda la neurosis está estructurada en función de la evitación del encuentro con el otro sexo. Lo que ese elige cuando se elige la neurosis es, como dijimos, ahorrarse la angustia de castración que implica el encuentro con el deseo del Otro. El resultado más destacable de la contracción de la neurosis es que tal posición del sujeto le evita en cuanto hombre evadir, hasta lo que sabemos, el encuentro con cuatro mujeres, su amada (Gisela), la prima elegida por su familia, la empleada del correo y la hija del posadero.

La neurosis infantil
Abordemos en principio la producción de la neurosis infantil, que Freud nos presenta como poseyendo todos los elementos que hacen a una neurosis completa.
Podemos situar en un primer tiempo las erecciones que el paciente, nos dice Freud, padece. Este "padecer" nos da cuenta ya del carácter disruptivo de la sexualidad. Se trata de una intrusión que, al igual que Freud, Lacan ubica al inicio de la neurosis:

"¿De que desvío resulta la eclosión de una neurosis? De la intrusión positiva de un goce auto-erótico perfectamente tipificado en las primeras sensaciones ligadas más o menos ligadas al onanismo, más allá de cómo se lo llame en el niño" (Lacan 1969b, 292)

Por supuesto que es preciso responder por qué esas manifestaciones de autoerotismo, correlativas a la irrupción de un goce, tendrían dicho efecto catastróico en el pequeño ser. Es decir ¿cual es la dificultad de asimilar con mayor o menor simpatía esa novedad que se le impone y que el psicoanálisis ha detectado en la producción de toda neurosis?
La respuesta que Lacan aventura es que el goce sexual esta radicalmente forcluido:

"Si hablé con razón de forclusión para indicar ciertos efectos de la relación simbólica, aquí es donde conviene señalar el punto donde ella no es apelable. Agregué que todo lo que es reprimido en lo simbólico reaparece en lo real, por eso el goce es completamente real ya que no está simbolizado ni es simbolizable en ninguna parte del sistema del sujeto" (Lacan 1969b, 292)

Es decir que su irrupción hace tambalear toda la armadura simbólica del niño, lo que va a requerir un trabajo para restablecer una cierta homeostasis.
Por eso en un segundo momento, siguiendo la secuencia delineada por Freud en "Fantasías histéricas…" la actividad masturbadora se anuda a una fantasía, en este caso, ver muchachas desnudas. La fantasía es una primera tramitación de goce, y, en el fondo, una defensa contra él. Lo que se presentaba como un elemento hetero se anuda a la fantasía y por esta vía el goce deviene placer que se manifiesta abiertamente como curiosidad. En tal sentido, afirma Lacan:

"Gracias a la relación positiva del sujeto con el goce llamado sexual, pero sin que esté asegurada de ningún modo la conjunción sexuada, aparece el deseo de saber. (…) El punto fundamental del descubrimiento psicoanalítico, es el paso decisivo que dio Freud, al revelar la relación de la curiosidad sexual con todo el orden del saber" (Lacan 1969b, 293)

Es necesario partir de caracterizar a la invasión del goce sexual como una reaparición en lo real de algo forcluido de lo simbólico, para situar por un lado su dimensión traumática y por el otro sus secuelas: su soldadura a lo simbólico como fantasía, la curiosidad sexual como manifestación de un deseo de saber, y la restauración de un Otro que sabe de eso hetero que irrumpió con dichos efectos catastróficos.

"Sé también que a raíz de ello tuve que superar unos reparos, pues yo vislumbraba el nexo con mis representaciones y mi curiosidad, y por entonces tuve durante algún tiempo la idea enfermiza de que los padres sabrían mis pensamientos, lo cual me explicaba por haberlos yo declarado sin oírlos yo mismo." (Freud 1909, 130)

Esta restauración del Otro, el Otro que sabe y es capaz de leer mis pensamientos, se produce como defensa frente a la desolación producida por la irrupción de un goce acéfalo.
Pero, como fue anticipado, habrá un tercer momento en el que a esta fantasía se sobreimprime una revuelta. Una suerte entonces de defensa sobre la defensa, que ya no toma la forma de un recubrimiento sino de una contraposición. En su restauración el Otro toma además un carácter crítico, amenazante, policiaco, sobre las representaciones de fantasía
.
Continúa el paciente:

"Veo en eso el comienzo de mi enfermedad. Había personas, muchachas, que me gustaban mucho y por quienes yo sentía un urgentísimo deseo de verlas desnudas. Pero a raíz de ese desear tenía un sentimiento ominoso, como si por fuerza habría de suceder algo si yo lo pensaba, y debía hacer toda clase de cosas para impedirlo". (Freud 1909, 130)

En este pasaje de lo urgentísimo a lo ominoso podemos comenzar a situar lo propio de la neurosis obsesiva. Este elemento ominoso adquiere múltiples representaciones: muerte, enfermedad, torturas, etc. Y está siempre ligado a la inminencia de algo terrible que ha de acontecer. Es la forma que adquiere la angustia de castración en el obsesivo.
En su análisis del relato del paciente Freud sitúa en el inicio "un componente pulsional sexual, el placer de ver, cuyo resultado es el deseo, que añora siempre de nuevo y con mayor intensidad cada vez, de ver desnudas a personas del sexo femenino que le gustan." A la pulsión escópica se anuda una representación de fantasía:

"Este deseo corresponde a la posterior idea obsesiva; sí aún no posee carácter obsesivo, se debe a que el yo no se ha puesto todavía en plena contradicción con él, no lo siente como ajeno; no obstante, ya se mueve, desde alguna parte, una contradicción a este deseo, pues regularmente un afecto penoso acompaña su emergencia." (Freud 1909, 130)

Este afecto penoso da cuenta de una primera versión del conflicto. A la representación de fantasía se le contrapone un afecto que es la primera señal de enemistad por parte del yo. Podemos pensarlo como lo que Freud ubica con posterioridad como la señal de angustia.
La representación de fantasía produce una primera emergencia de angustia y el sujeto se posiciona luego retrocediendo por la vía de una representación contrapuesta a la que se suelda la angustia emergente. Un momento electivo en el que se responde a la angustia por la vía de la defensa.
Esto precipita el ulterior desarrollo:

"Es evidente la presencia de un conflicto en la vida anímica del pequeño concupiscente; junto al deseo obsesivo, un temor obsesivo se anuda estrechamente a aquel: toda vez que piensa algo así, es forzado a temer que suceda algo terrible. Eso terrible se viste ya de una característica imprecisión, que en lo sucesivo nunca faltará en las exteriorizaciones de la neurosis." (Freud 1909, 130-131)

En la imprecisión señalada tenemos la marca de la defensa secundaria. La representación obsesiva en cuanto formación sintomática transmuta en temor lo que Freud denuncia como una representación entramada al deseo. La defensa secundaria en el caso de la obsesión no permite que tal representación acceda fácilmente a la conciencia aun transmutando su afecto en temor. La imprecisión, la elisión, es ya una defensa electiva contra el síntoma (la representación obsesiva). Por ello Freud concluye que los obsesivos "no tienen noticia del texto de sus propias representaciones obsesivas" (Freud 1909, 174)
Continúa Freud:

"El temor obsesivo rezaba, pues, restaurado su sentido: «Si yo tengo el deseo de ver desnuda a una mujer, mi padre tiene que morir».
El afecto penoso cobra nítidamente la coloración de lo ominoso, lo supersticioso, y ya origina impulsos a hacer algo para extrañarse de la desgracia, semejantes a los que se impondrán luego en las medidas protectoras. (Freud 1909, 131)

Entonces a la representación de fantasía le sucede el afecto ominoso, y no hay una superación de lo funesto sino mediante una primera formación sintomática: la producción de una fórmula con una estructura gramatical típicamente obsesiva. Freud distingue "una pulsión erótica y una sublevación contra ella" (Freud 1909, 130). Podemos ubicar aquí otro momento electivo. Acá la sublevación hace manifiesto el factor electivo: si hay sublevación es porque podría no haberla. A tal revuelta corresponde un temor que emerge ya como retorno de lo reprimido:

"un deseo (todavía no obsesivo) y un temor (ya obsesivo) que lo contraría; un afecto penoso y un esfuerzo hacia acciones de defensa: el inventario de la neurosis está completo." (Freud 1909, 131)

A dicho temor se responde con acciones de defensa. Así es como se completa la neurosis.

La elección de un encuentro accidental
El paciente sitúa como el comienzo de sus padecimientos y la circunstancia que promovió la consulta el relato por parte del "capitán A" del tormento de las ratas. Nos interesa situar que tal encuentro, que es presentado por el sujeto como inesperado, fue incitado por él. En efecto, él fue a sentarse junto a este hombre del que sabía de su gusto por lo cruel.
Así reconstruye Freud el relato del Hombre de las Ratas:

"Durante ese mismo alto, tomé asiento entre dos oficiales; uno de ellos, de apellido checo, estaba destinado a volverse significativo para mí. Tenía yo cierta angustia ante ese hombre, pues evidentemente amaba lo cruel. No quiero afirmar que fuera malo, pero durante el rancho de los oiciales repetidas veces había abogado por la introducción de los castigos corporales, de suerte que yo había debido contradecirlo con energía." (Freud 1909, 132)

Queda destacada en este párrafo su decisión de tomar asiento junto a ese que ya antes del encuentro lo angustiaba por su reprochable gusto. Hay en el principio de esta rivalidad también un placer de ver. Placer de ver al que se contrapone un veto del yo.

Por un lado lo que se presenta como una contingencia "la vivencia" que se transforma en la ocasión de la consulta "que fue para mí la ocasión directa de acudir a usted", dice el paciente. Supuesta contingencia, ya que fue a su encuentro. A nivel del yo, aparece una fuerte objeción moral a las opiniones y gustos el capitán, mientras que a nivel del goce lo que aparece es un regodeo en las escenas que este propone. El ir a sentarse a su lado a escucharlo denuncia este goce "desconocido para él" que luego se evidencia durante la cura. Agreguemos que el hecho de haber ido al encuentro de Freud estaba signado también por este componente que luego se le torna ominoso. Sabemos por los apuntes originales del caso, que el paciente fue a verlo convencido de que en la familia de Freud anidaban instintos asesinos, siendo su hermano célebre por sus crímenes.
En el encuentro con el relato del capitán cruel se reedita la lógica antes descripta: ante la fantasía provocada por el relato, fantasía que "lo sacude" en tanto falla en velar lo reprimido, que consiste en la sodomización roedora de su padre y amada, y que es causa de un horror que revela. Para decirlo en otros términos: la relación del paciente con lo oscuro de sus pulsiones es de un desconocimiento aterrado ante sus representaciones de fantasía. Las formaciones sintomáticas se producen luego como aquello que el sujeto "conoce de él sin reconocerse allí" (Lacan 1946, 164). Primer momento electivo.

Segundo movimiento: en lo que se produce como defensa secundaria observamos como al deseo del Otro que implica su soportar su falta, la obsesión elige responder taponando la falta en el Otro. Ante la irrupción de su fantasía y el error del capitán cruel responde defensivamente con acciones que se basan en lo que se podría enunciar como un "El no se equivoca. Debo pagar las 3.80 coronas al teniente A", así como ante las faltas del padre responde con acciones obsesivas que procuran igurar su redención.

La muerte del padre
Vamos a reencontrar las mismas coordenadas que estructuran la situación que desemboca en la consulta al analista, en otros momentos claves de la constitución y desarrollo de la neurosis.
El encuentro con el relato del capitán cruel es la contingencia que dispara la mentada fantasía de sodomizacion roedora con su abrumador correlato defensivo: imposición de una deuda imposible de saldar y serie ilimitada de fracasos para cancelarla y pagarla.
Esta situación, va a anticipar en el relato del paciente, a otra contingencia que fue la muerte de su padre y la frase de su tío "otros maridos se lo permiten todo…", leída como una denuncia solapada de las inidelidades de su padre. Aquí el impacto, la revelación nuevamente lo confronta a una disyuntiva: saber sobre el deseo del Otro, o desconocerlo y recubrir sus faltas. La elección de la obsesión implica tomar esta última vía, que en caso del Ernst Lanzer se trasunta como unos reproches por no estar con su padre en el momento de su muerte y una incapacidad persistente para trabajar.
La igura del padre ocupa un lugar central en lo que Lacan denomina "la novela familiar del neurótico" en cuanto encarnación de Otro cuya destrucción sería la posibilidad posibilitadora de realización del deseo. En el caso del Hombre de las Ratas, la falta en el Otro, revestida de sus diversas versiones, su muerte, la deuda, su cobardía, sus pecados conyugales, presta los significantes para la trama neurótica.
La pregunta que debe orientarnos ahora es ¿Cuál deseo?

EL OTRO COMO PERTUBADOR
A partir de tres recuerdos del paciente Freud recorta de modo magistral uno de los rasgos distintivos de la neurosis obsesiva: la producción de un agente perturbador del goce. En una primera escena relata que a los doce años tenía simpatía por una niña. Inclinación a la que se unió la representación de que sería correspondido si le ocurría una desgracia, que no podía ser otra que la muerte de su padre.
La segunda escena acontece poco antes de la muerte de su padre. Enamorado de Gisela, se encontraba en aprietos económicos que eventualmente operarían de barrera para una posible unión. Una vez más, la muerte del padre representa aquí el papel de salvoconducto, en razón de la consecuente sucesión hereditaria. Un tercer relato ubica a la amada como aquella persona cuya sobrevida preferiría a la del padre.
La constante que distingue Freud es que la muerte del padre aparece como condición de posibilidad de acceso al encuentro con el otro sexo. Y al ser tal representación inconciliable con el yo, es reprimida y los síntomas emergen como su retorno igurado. En términos de Lacan, la destrucción del Otro es condición de la realización del deseo, y por lo tanto, en función de preservar al Otro, es decir, por "las mejores razones" el deseo es postergado ad infinitum.
Destaquemos que instalar al padre como perturbador del goce, es ya una defensa contra el goce. Decir que el Otro es la ley o que es el goce en tanto esta prohibido es lo mismo, afirma Lacan2. Es la elección del neurótico como respuesta a la no-relación sexual.
De la angustia de castración cuyo atravesamiento supone el encuentro con el otro sexo, se deiende eligiendo la vía obsesiva, que implica ubicar un Otro cuya destrucción es condición de la realización de su deseo. Es ya una defensa respecto de la cual "el padre o la dama" es una falsa alternativa. Sobre este axioma se construye la armadura neurótica que presta los servicios de una evasión respecto de los posibles encuentros con una mujer. En última instancia, el embrollo que arma en torno a la devolución del dinero, en función de sostener Otro sin falla, le permite sustraerse de los reclamos amorosos que, nos desliza Freud, le realizan tanto la empleada del correo como la hija del posadero. Literalmente, no sabe en que estación bajarse, y el estado de "locura" que lo toma en su viaje en tren esta inalmente motivado con esquivar el encuentro con alguna de las dos mujeres.
Esta lógica obsesiva se reduplica en los "impulsos asesinos" hacia la abuela enferma de Gisela, respecto de los cuales los "impulsos suicidas" ya son defensa.
Es clave precisar que lo que Freud pone por momentos bajo la egida de la Versagung exterior, no deja de ser efecto de una elección que consiste en ijarse libidinalmente a una determinada contingencia. Ya sea la reprimenda del padre o la enfermedad de la abuela de Gisela, ambas contingencias ofrecen un viaducto por el cual se evita la angustia de castración. Lo mismo puede decirse respecto a la ira con el primo inglés de Gisela.
Ese momento electivo se pierde en el texto freudiano, quedando difuminado bajo la elección entre "el padre o la dama". Aparece como el efecto de una contingencia, y desde allí sólo parece abrirse el camino para una lectura determinista de la causación de la neurosis, cuya etiología termina
pareciendo eminentemente traumática. Es en este punto donde indagar la lógica electiva del caso implica franquear cierto sesgo mecanicista en la lectura del caso.
Queremos subrayar que el ulterior impulso obsesivo "suicida" tiene su génesis en la furia "contra la persona que aparece como perturbadora del amor" (Freud 1909, 149). Desatacamos que sí "aparece", parece, pero no implica que lo sea.

El obsesivo necesita crearse siempre un obstáculo que funcione de barrera respecto del objeto, y tapone la angustia de castración. Como ya dijimos, buscar un perturbador es ya un subterfugio obsesivo. Lo cual tiene toda su actualidad en la psicopatología de la vida sexual del nuevo siglo: el obsesivo ante el relajamiento de las restricciones que impera (y que termina funcionando como un imperativo de goce), responde escapando con subterfugios al encuentro sexual que se le presenta facilitado, o bien, si accede a la escena erótica, sobreviene con frecuencia la impotencia. En este marco, el Sidenail engrosa su cosecha.
Incluso la clínica nos enseña como el obsesivo del siglo XXI se procura el rechazo del objeto haciendo de la palabra injuria. Habilitado a degradar el objeto en los hechos, se evita el horror a la castración y la puesta en cuestión de su posición viril mediante un decir insultante que restituya el obstáculo ausente.

Volviendo al historial que nos ocupa: las acciones obsesivas en dos tiempos iguran "un conflicto entre dos mociones opuestas". Precisa Freud que "se trata siempre del amor y el odio" (Freud 1909, 151) donde el odio juega, en el fondo, las cartas de la defensa. El odio del obsesivo conjuga por un lado la ambivalencia respecto de la dama, que lo pone a distancia de esta y por el otro la necesitad de situar al padre como un perturbador del goce.
La pretendida duda lleva a una cavilación que releva al sujeto del acto. Se puede afirmar entonces que la elección obsesiva consiste en el fondo en tomar una posición cobarde respecto del acto. Cuando la duda del obsesivo cede, la defensa respecto de la no-proporción-sexual se traduce en una delación del deseo, bajo la máscara de la ambivalencia respecto del objeto en ausencia del obstáculo o perturbación:

"Cuando en el curso del tratamiento debía dar un paso que lo aproximaría a la meta del cortejo, su resistencia solía exteriorizarse primero en el convencimiento de que en verdad no la quería tanto, convencimiento que por cierto era vencido enseguida" (Freud 1909, 153).

En definitiva, y este es el punto central, las distintas formas que adquiere la obsesión evaden el franqueamiento que implica el encuentro amoroso.
El Hombre de las Ratas se adhiere a aquellos elementos que le ahorran un acercamiento con una mujer, como es patente en el mandamiento de "pagar a A" que lo releva de encontrarse con la amable empleada de la correo, a la que solo consigue confrontar acompañado por su amigo, evitándose así el riesgo de una insinuación erótica. La obsesión es en deinitiva lo que elige sufrir para no padecer el atravesamiento de la angustia de castración que implica el encuentro sexual.

Para concluir con nuestra argumentación, pasemos al conocido relato de "la ocasión de enfermar" procurando discernir sus momentos:

"Tras la muerte del padre, la madre comunicó un día al hijo que entre ella y sus parientes ricos se había hablado sobre el futuro de él, y uno de los primos había expresado su buena disposición para entregarle una de sus hijas cuando él terminara sus estudios; y que su vinculación con los negocios de la irma le abriría brillantes perspectivas aun en su trabajo profesional." (Freud 1909, 156)

Hasta aquí, la contingencia. Acá ubicamos el vivenciar traumático accidental en el adulto al que Freud se refiere en su 23ª conferencia. Dando lugar al conflicto:

"Este plan de la familia le encendió el conflicto: si debía permanecer iel a su amada pobre o seguir las huellas del padre y tomar por esposa a la bella, rica y distinguida muchacha que le habían destinado." (Freud 1909, 156)

La misma pone en juego una elección: la mujer rica o la mujer pobre. Hay que puntualizar aquí que esta disyunción se produce sobre la base de las vacilaciones ya existentes respecto de Gisela. Lo que precipita la demada materna es la alternativa de, o bien renunciar a ella, o bien renunciar a sus vacilaciones.
Continúa Freud:

"Y a ese conflicto, que en verdad lo era entre su amor y el continuado efecto de la voluntad del padre, lo solucionó enfermando; mejor dicho: enfermando se sustrajo de la tarea de solucionarlo en la realidad objetiva." (Freud 1909, 156)

Aquí la elección de la enfermedad: se elige no renunciar al precio del padecimiento. Sobreviene la incapacidad para trabajar, el relegamiento de los estudios. Al respecto subraya Freud que "aquello que es el resultado de una enfermedad está en el propósito de ella; la aparente consecuencia de la enfermedad es, en la realidad efectiva, la causa, el motivo de devenir enfermo." (Freud 1909, 157). El sujeto se abraza a la enfermedad, se refugia en ella. Por ese medio se mantiene a distancia de los riesgos y las contingencias a las que se expondría en ausencia de esta. Si releemos el caso bajo este sesgo concluimos que la enfermedad le sirve para evitar el encuentro con cuatro mujeres: la mujer rica, la pobre, la hija del posadero, la empleada de correo. Es el encuentro que se evita eligiendo la enfermedad.

***

¿Que interés tiene la distinción emprendida, este esfuerzo de discernimiento entre lo disruptivo y la respuesta electiva del ser hablante? ¿Se trata meramente de un preciosismo teórico?
Entendemos que esta búsqueda tiene como horizonte ni más ni menos que situar los momentos que, justamente por haber sido electivos, el analista y el psicoanálisis tienen la posibilidad incidir. Así lo entiende Freud cuando en "Análisis terminable e interminable" deine al objetivo de la cura como una "rectificación con posterioridad del proceso represivo originario" como la "genuina operación de la terapia analítica" (Freud 1937, 230)
Es entonces preciso para no extraviarse en la dirección de la cura, distinguir aquellas encrucijadas en las cuales el sujeto se ha producido a partir de sus elecciones, respecto que lo que Freud puso del lado de lo traumático, lo accidental, la ijeza pulsional. Aquello que Lacan sintetizó con el nombre de "lo incurable".

1 Soler, C. (1998). El trauma.

2 Lacan, J. (1962). El Seminario. Libro 9. La identificación. Clase del 4 de abril de 1962.

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Fecha de recepción: 9 de abril de 2012
Fecha de aceptación: 13 de agosto de 2012

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