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Anuario de investigaciones

On-line version ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.19 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires July/Dec. 2012

 

Historia de la Psicología

Karl Abraham y su respuesta al enigma de la seducción (1907). Un acercamiento a su noción de diátesis traumatofílica

Karl Abraham and his response to the riddle of seduction (1907). An approach to his notion of traumatophilic diathesis

 

Vallejo, Mauro1

 

1 Doctor en Psicología, UNLP. Becario posdoctoral CONICET. Docente de la Cátedra I de Historia de la Psicología. Miembro del proyecto UBACYT "El dispositivo psi en el siglo XX: las disciplinas y la cultura intelectual". E-mail: maurosvallejo@gmail.com

 


Resumen
El objetivo de este trabajo es analizar uno de los primeros aportes del psicoanalista alemán Karl Abraham. En 1907 este autor publicó un pequeño trabajo en el cual proponía una nueva solución al problema de la teoría traumática planteada por Freud en 1896. Su noción de diátesis traumatofílica sugería que en realidad los niños predispuestos a la neurosis incitan o provocan los atentados sexuales, que la teoría de la seducción había ubicado erróneamente en el lugar de la causa de la enfermedad. En este escrito analizaremos la emergencia de esa innovación, así como las razones por las cuales Freud terminó adoptando la explicación de su discípulo.

Palabras clave:
Abraham; Seducción; Freud

Abstract
The purpose of this paper is to analyze one of the first contributions of the German psychoanalyst Karl Abraham. In 1907 this author published a small work in which he proposed a new solution to the problem of the traumatic theory raised by Freud en 1896. His notion of traumatophilic diathesis suggested that chi ldren who had a predisposition to neurosis actually incite or provoke the sexual assaults, which had been mistakenly located as the cause of illness by the seduction theory. In this paper we analyze the emergence of this innovation, as well as the reasons why Freud came to adopt his disciple's explanation.

Key words:
Abraham; Seduction; Freud


 

La "teoría de la seducción" tiene un comienzo muy preciso en el pensamiento de Sigmund Freud. Gracias a la edición completa de sus cartas a su colega Wilhelm Fliess, sabemos que alrededor del mes de octubre de 1895, el médico de Viena articuló los primeros rudimentos de aquella explicación etiológica. Pero no sucede lo mismo cuando se trata de establecer el inal de esa teoría. La respuesta más simplista y extendida, pregonada por la historiografía ortodoxa desde la década de 1950, reza que la carta del 21 de septiembre de 1897 -en la cual efectivamente Freud comunica que ha decidido dejar de lado el postulado de la universalidad del trauma sexual en la base de las neurosis- garantizó el sepultamiento definitivo de la temprana hipótesis causal. Empero, el énfasis asignado al giro de 1897 produjo durante décadas una lectura sesgada y equivocada del destino ulterior de la teoría de la seducción. En efecto, una larga espera fue necesaria hasta que una serie de investigadores, ajenos a las instituciones psicoanalíticas, mostraron que Freud, en sus escritos ulteriores, dio versiones muy dispares respecto de su conjetura de 1896: para resumir el asunto, cabe señalar que, al tiempo que durante la primera década del siglo XX el padre del psicoanálisis, al menos en sus obras publicadas, no siempre ponía en duda la realidad de los traumas relatados en sus escritos de 1896, en 1914, por el contrario, negó el carácter fáctico de las escenas de seducción, y recién en 1925 propuso ver en los recuerdos de esos pacientes fantasías generadas para recubrir los impulsos edípicos (Triplett, 2004).
El objetivo de este trabajo es analizar el aporte de Karl Abraham a la redefinición de la tesis de 1896. De hecho, el psicoanalista alemán fue uno de los primeros en volver a la teoría traumática a través de un breve ensayo aparecido en 1907. Diversos elementos de ese episodio habrán de retener nuestra atención a lo largo de estas páginas: primero, que en su trabajo, Abraham de alguna manera produce una estricta inversión de una serie de postulados presentes en los artículos de 1896; segundo, que el contenido de la comunicación de 1907 vuelve a dar bríos, merced a nociones disímiles, a una de las finalidades esenciales de la teoría de la seducción -esa finalidad puede ser resumida como la demostración del origen familiar de la anomalía-; tercero, que la entusiasta aceptación por parte de Freud del pensamiento de su colega alemán, devela sintomáticamente algunos problemas fundamentales del temprano saber psicoanalítico 1.

I. LA NOCIÓN DE DIÁTESIS TRAUMATOFÍLICA. INVERSIÓN DE LA CAUSALIDAD TRAUMÁTICA
En la célebre carta enviada a Fliess el 21 de septiembre de 1897, en la cual Freud enumeraba las razones por las cuales había decidido descartar la validez de su teoría de la seducción, el médico de Viena confesaba que no pensaba alertar al mundo cientíico acerca de esa modificación: "Sin duda que no contaré en Dan ni hablaré de ello en Ascalón, la tierra de los filisteos" (Masson, 1986: 285) 2.
Sabemos que el creador del psicoanálisis cumplió con su palabra, incluso a pesar de las negativas consecuencias que ello tuvo para el prestigio de su obra. En efecto, luego de haber elaborado su conjetura de la seducción en tres escritos de 1896, aparecidos en importantes publicaciones médicas de la época -y en los cuales el autor manifestaba su convicción de estar revolucionando el terreno de la psicopatología a través de su nueva fórmula etiológica: toda neurosis es el resultado demorado de los recuerdos inconscientes de abusos sexuales sufridos en la temprana infancia-, el autor guardó silencio sobre el hecho de que ese paradigma había perdido crédito a sus ojos ya en 1897. Dado ese si lencio, impor tantes representantes de la psiquiatría alemana de comienzos de siglo continuaron asociando el nombre de Freud con la teoría de la seducción incluso hasta 1910 (Decker, 1977). Recién en 1905 y 1906, el analista de Dora hizo públicas las alteraciones que había atravesado su doctrina, y aclaró que los enunciados de 1896 ya no eran del todo ciertos. De todas maneras, y tal y como ha sido ya analizado en de- talle (Triplett, 2004), en ese primer retorno a su vieja teoría, Freud no cuestionó, para todos los casos, la veracidad de los recuerdos de violaciones, sino que se limitó a negar que esos traumas fuesen la condición necesaria de toda neurosis.
Es precisamente en ese momento cuando un joven psiquiatra perteneciente al círculo de Bleuler y Jung, produce sus primeros trabajos sobre teoría psicoanalítica, eligiendo el problema de los traumas sexuales como tema de sus publicaciones. Nos referimos a Karl Abraham (1877-1925), quien estaría llamado a desempeñar un rol protagónico en el temprano movimiento psicoanalítico. En los que son considerados sus dos primeros ensayos de psicoanálisis, ambos aparecidos en 1907, Abraham fue uno de los primeros autores en retomar la abandonada conjetura traumática (Abraham, 1907a, 1907b).
En abril de 1907 Abraham dicta una conferencia en un congreso de psiquiatras alemanes celebrado en Frankfurt, que pocos meses después se publica bajo el título: "Sobre la significación de los traumas sexuales infantiles en la sintomatología de la demencia precoz" (Abraham, 1907a). El autor envía a Freud una copia, y es ese el punto de inicio de la relación profesional y de amistad que mantendría unidos a los dos autores hasta la repentina muerte del más joven, acaecida en 1925. El objetivo de esa primera comunicación era demostrar que los elementos sexuales (recuerdos de vivencias tempranas) y los mecanismos psíquicos (represión y conversión) postulados por Freud para la histeria, también se observan en la demencia precoz 3. En ambos casos los síntomas son una expresión deformada de recuerdos sexuales de la infancia.
Abraham, que conoce las nuevas teorías freudianas, se cuida de aclarar que no procede bajo el postulado según el cual sin la vivencia de esos traumas los pacientes se hubiesen mantenido sanos 4. Esos traumas no son la causa de la enfermedad, sino que simplemente determinan la forma y contenido de los síntomas (Abraham, 1907a: 18). A través de un enunciado que en escritos posteriores recibirá mejor luz, el joven psiquiatra afirma que, independientemente de esas vivencias, en las personas que luego serán enfermas se descubre que en su infancia tenían una sexualidad anormal "que se manifiesta en una aparición prematura de la libido y también en fantasías patológicas, que se ocupan exclusivamente de temas sexuales" (Abraham, 1907a: 17). En síntesis, el elemento central de todos esos cuadros reside en la predisposición individual.
El 7 de julio de 1907 Freud le escribe a Abraham su segunda carta. Lo hacía en respuesta a una misiva que no se ha conservado, que contenía el borrador de un escrito que aparecería en noviembre de ese año. Es justamente ese trabajo, "La experimentación de traumas sexuales como una forma de actividad sexual", el que estará en el centro de nuestro análisis (Abraham, 1907b) 5. Es ese ensayo el que produjo una innovadora relectura de la fenomenología presentada en las páginas de 1896. Y en unos instantes veremos por qué razones aquel venía a dar por fin un recuento tranquilizador del error de la teoría de la seducción, recuento que hasta entonces Freud no había podido articular.
El trabajo de Abraham producía una estricta inversión de numerosos elementos de la teoría traumática. Los principales argumentos desplegados por el alemán son sintetizados del siguiente modo:
"Hemos atribuido a supuestas anormalidades en su sexualidad infantil el hecho de que personas que luego padecen de histeria o demencia precoz muestran en su juventud una propensión anormal a los traumas sexuales; y hemos considerado esa conducta como una forma de actividad sexual infantil anormal. De este modo la teoría original de Freud ha sufrido una importante alteración. Los traumas sexuales infantiles no desempeñan ningún papel en la etiología de la histeria y la demencia precoz. El padecimiento de tales traumas indica más bien que el niño tiene ya una disposición para la neurosis o la psicosis en la vida posterior" (Abraham, 1907b: 47)
El argumento es claro, la relación causal se ha invertido. La enfermedad no es efecto de un trauma, tal y como sostenía Freud en 1896, sino que la vivencia del accidente está antes bien determinada por una anomalía previa. Ese terreno previo está conformado por una constitución anormal, que conduce al niño a desear inconscientemente el padecimiento de traumas, siendo éstos un medio de satisfacción sexual 6. Abraham se detiene en la descripción de ciertos signos que develan el terreno anómalo: por ejemplo, el hecho de que estos niños, a diferencia de otros, no relatan esos abusos a sus padres, pues sienten cierta culpa; por otro lado, estas víctimas suelen padecer repetidamente los traumas. Estos niños seducen a los mayores, incitan los abusos, o al menos se exponen peligrosamente a ellos.
El término que el autor elige para retratar estos hechos no es inocente: está en juego una diátesis traumatofílica (Abraham, 1907b: 43). Se podrían hacer numerosos comentarios respecto de esos nuevos desarrollos. En primer lugar, la elección del vocablo diátesis anticipa una posibilidad que ahondaremos más adelante: dado que ese término implicaba para la medicina de la época algo heredado (Ackerknecht, 1982), el escrito de 1907 no trastoca uno de los postulados nodales de la seducción: la determinación es familiar. En segundo lugar, Abraham invierte la economía de las responsabilidades. En la teoría de 1896, la culpa recaía enteramente sobre quienes perpetraban los abusos sexuales, o sobre quienes nada habían hecho para evitarlos: los padres. El niño era, en ese sentido, absolutamente inocente. En 1907, luego de que esas inversiones hayan sido preparadas por las escritos de Freud de los años previos, la responsabilidad corresponde íntegramente al niño; es él quien ha provocado, deseado e incitado los abusos. En tercer lugar, hay una redistribución de los objetos: en la primigenia conjetura traumática, el cuerpo del niño carecía de impulsos sexuales o de todo tipo. Su cuerpo era una mera superficie vacía en que la perversidad de los adultos dejaba sus marcas. Según "La experimentación de traumas sexuales como una forma de actividad sexual", el orden es el inverso. Todos los impulsos se alojan en el niño: él es quien satisface de modo patológico una sexualidad anormal que hace las veces de motor de la nueva escena traumática. El adulto, en este caso, parece ser la marioneta de los impulsos infantiles.
Podríamos abrir aquí un pequeño paréntesis para referirnos a otro inquietante agregado realizado por el ensayo de 1907. En esas páginas, Abraham relata diversos ejemplos que ilustran su teoría. Son mencionados numerosos casos de niños que se han expuesto a abusos sexuales por parte de adultos, y han reaccionado de modo diferente ante aquellos. Pues bien, en la totalidad de esos ejemplos, los adultos que han perpetrado el ataque, o que al menos han intentado esa violencia, son sujetos que no pertenecen al círculo familiar de las víctimas: se trata de vecinos, trabajadores, vagabundos. Se podrá agregar que ese dato no tiene nada de inquietante, pues los tres escritos de Freud de 1896 también atribuían la responsa
bilidad de los ataques a adultos ajenos a la familia: educadores, gobernantas, etc. Recién a fines de 1896, y exclusivamente en sus cartas a Fliess, el médico de Viena comienza a ubicar a los padres en el lugar del atacante. Mil veces se ha dicho: Freud no podía decir públicamente que se trataba de los padres, pues ello le habría generado inmediatos ataques y escándalos por parte de sus colegas. Esa objeción carece de todo asidero: en las cartas a Fliess de 1895 y 1896 -y también esporádicamente en las de 1897- Freud inculpa a aquellos protagonistas que no tienen un lazo sanguíneo con las víctimas infantiles. Más aún, cuando el creador del psicoanálisis vuelva su mirada hacia la teoría de 1896, no dirá que en realidad eran los padres, y no las gobernantas, quienes cometían las "seducciones". Ese cambio se producirá recién en 1925, por razones que sería necesario despejar algún día. Sea como fuere, el abrir este paréntesis tenía por cometido comentar que el escrito de Abraham volvía a revelar sintomáticamente un hecho que las ulteriores miradas retrospectivas intentarán borrar en síntonía con la inexplicada tergiversación freudiana de 1925: en la formulación pública de la teoría de 1896, los responsables de los traumas sexuales no eran los padres.
Lo cierto es que con su breve trabajo, el novel discípulo ha tocado un punto sensible de la teoría, ha sugerido una explicación lógica y razonada de un presunto error que Freud hasta entonces no había podido explicar cabalmente. En el tercer apartado de este artículo revisaremos por qué razón ese retorno sobre la seducción era para el analista de Dora a la vez problemático y tranquilizador. Por el instante, demos paso a un comentar io a la inmediata reacción de éste último.

II. LA RESPUESTA DE FREUD, EN DOS TIEMPOS
En realidad hubo varias reacciones de Freud, o al menos su respuesta presentó matices distintos con el correr de los años. La respuesta inmediata la conocemos muy bien, pues está contenida en la carta que el vienés envía a Abraham el 7 de julio de 1907, luego de haber leído el borrador del ensayo. Veamos el inicio:
"He leído sus ingeniosas e incluso sólidas reflexiones con un interés extraordinario y, antes de que las comente, quisiera evitar una cosa, a saber, quisiera que no entendiera mis observaciones tales como "ya lo sabíamos" o "algo así pensaba yo también" como algún tipo de reivindicación" (Falzeder, 2002: 7)
En esa carta, Freud se dedica sobre todo a volver sobre su teoría de 1896. Al igual que en su escrito aparecido en 1906 (Freud, 1906a), el creador del psicoanálisis desliza la posibilidad de que algunos -mas no todos, y esa precisión es impor tante- de los recuerdos de atentados sexuales carezcan de asidero en la realidad, siendo por el contrario fantasías. Luego del período autoerótico, el niño, precisado ya del amor objetal, no concibe haber podido prescindir en algún momento de su existencia de esos objetos, y construye fantasías de seducción: "parte de los traumas sexuales que cuentan los enfermos son o pueden ser fantasías; la distinción de los tan frecuentes verdaderos no es fácil" (Falzeder, 2002: 8). Y a renglón seguido el maestro hace saber a su discípulo las objeciones que su trabajo le despiertan. La principal hace a uno de los puntos más sensibles del escrito de 1907.
"Pero, ¿por qué algunos niños sí lo cuentan [el abuso]? No es posible atribuir a los demás una organización anormal porque esa constitución anormal es la infantil en general. Quizá estemos de nuevo ante un más o menos, en lugar de ante una división clara, y el trauma desplegaría su poder patógeno y produciría placer y conciencia de culpabilidad sexual allá donde cayera en un terreno de fuerte preparación autoerótica.
Los dos aspectos principales de su estudio, concretamente, la intención inconsciente al experimentar los traumas sexuales y la constitución anormal, si bien los comprendo, a mí se me presentan más mezclados, es decir, disueltos en varias cadenas. Ya hemos dicho que la constitución la tienen, en cierto modo, todos los niños, y las mismas perversiones infantiles, erotismo anal, etc. se encuentran en personas psíquicamente sanas. No obstante, precisamente a los histéricos hay que atribuirles una mayor capacidad de perversión que a los fundamentalmente sanos" (Falzeder, 2002: 8-9)
La objeción de Freud presenta dos elementos claves: por un lado, no es posible separar definit ivamente entre constituciones normales y anormales, y por otro, en verdad el terreno sobre el que se monta la enfermedad hace más bien a los efectos del autoerotismo. Por ende, las supuestas tendencias anormales de los niños, en realidad son una manifestación de los impulsos normales de todo infante. De todas maneras, las observaciones de Freud no dejan de ser contradictorias, pues no es fácil conciliar la premisa de una constitución normal en todos los casos y la "mayor capacidad de perversión" de algunos enfermos. En el próximo apartado veremos que esa vacilación de Freud se repetiría por esos años en sus propios escritos. De todas maneras, es necesario aclarar que no estamos seguros del contenido del escrito que Freud leyó. En efecto, el artículo de Abraham se publicaría recién en Noviembre de 1907, y en su carta de Julio el vienés seguramente se refería a un borrador. La carta en la que el discípulo habría respondido a las objeciones no se ha conservado. A comienzos de octubre de ese mismo año, Abraham le dice a Freud que aún no ha concluido el escrito, y que por ende todavía no lo ha enviado para su publicación (Falzeder, 2002: 14). Recién el 24 de noviembre el joven psiquiatra, instalado desde hacía poco en Berlin, le envía a su maestro el trabajo publicado. La respuesta entusiasta de Freud al ensayo contrasta claramente con el tenor de las objeciones enunciadas en junio:
"Con satisfacción he leído su excelente trabajo y, habiendo apreciado anteriormente el fundamento de su idea principal, ahora puedo celebrar la claridad con la que expone las diferencias entre las teorías de los traumas infantiles, las relaciones entre el placer, el secreto y el sentimiento de culpabilidad y otras cosas similares. Respecto a su descripción de la anormalidad de los niños que se convierten en neuróticos (aumento cuantitativo de la libido, precocidad, proliferación de fantasmas), quisiera añadir como componente esencial la existencia de una fuerte tendencia a la represión" (Falzeder, 2002: 19)
En Junio a Freud no le temblaba el pulso a la hora de recordar al promisorio discípulo que la presunta anormalidad de algunos niños era en verdad la constitución de todos los pequeños. Apenas unos meses después, y mediante enunciados que se repiten en sus propios trabajos de la época, el vienés le comunica a Abraham que su listado de anormalidades "de los niños que se convierten en neuróticos" es incompleto. Tamaña diferencia entre las apreciaciones nos sugiere que seguramente en el borrador enviado en Junio, Abraham describía de modo demasiado tosco la constitución de los neuróticos. Pero también nos revela de qué manera la paradoja de Freud responde a que un punto sensible de su teoría había sido tocado.
Un mes más tarde se produce el primer encuentro personal entre los dos autores. Abraham viaja a Viena a reunirse con el maestro, y el miércoles 18 de diciembre de 1907 participa en calidad de invitado de una de las reuniones de la Sociedad Psicológica de los Miércoles, celebradas regularmente en el domicilio de Freud desde 1902 entre los seguidores locales del psicoanálisis (Vallejo, 2008). Afortunadamente las actas tomadas por Rank nos ofrecen un completo sumario de la discusión sostenida esa noche, referida precisamente a los traumas sexuales y el esclarecimiento sexual. Dado el valor de las opiniones vertidas por los participantes, las minutas merecerían un análisis exhaustivo; en esta oportunidad nos ocuparemos solamente de los pareceres de nuestros dos personajes. Prosiguiendo un debate que se había generado entre los analistas vieneses, Abraham afirma que según su opinión el esclarecimiento sexual difícilmente pueda servir para prevenir traumas. Al respecto, agrega: "Eso no ayuda a los niños que están inclinados a ello, y los otros no sufren tales traumas" (Nunberg & Federn, 1962: 272). Citaremos ahora la contribución de Freud, sobre todo porque a través de ella el creador del psicoanálisis sella su apoyo a la innovación del psiquiatra alemán:
"...uno se vio forzado a concluir que [los traumas] no tenían ninguna importancia en la etiología de las neurosis. En ese sentido, el ensayo de Abraham es un avance. Muestra que los niños mismos buscan sus traumas. Si los traumas no tienen importancia como factor etiológico, ellos sin embargo determinan la forma de la neurosis, en caso que ella se produzca. (...)
A pesar de todas las precauciones, no obstante, uno podrá solamente limitar la gravedad de la neurosis, pero no evitarla del todo; pues existen ciertos individuos que, debido a factores constitucionales, reaccionan de distintos modos" (Nunberg & Federn, 1962: 273-274)
Estas declaraciones, sumadas a la misiva de noviembre, nos muestran a un Freud que ha aceptado casi sin reparos los aportes de Abraham: tanto el postulado según el cual ciertos niños provocan los traumas -los cuales a su vez, no hacen más que definir la forma de una enfermedad, mas nunca la producen-, como el hecho de que los futuros neuróticos son portadores de una constitución sexual particular. También es importante subrayar que los dichos de Freud señalan que el médico vienés, a contrapelo de lo que había dicho a Abraham por carta y a lo que él mismo había publicado un año antes, por momentos no duda de la realidad de los traumas referidos por la teoría de la seducción. De todas maneras, en base a los fragmentos analizados hasta aquí no queda claro si Freud establece el nexo que marca la innovación de Abraham; a saber, no sabemos si Freud entiende que la incitación de los traumas sea un signo de esa constitución anormal. Nuestra duda parece despejarse cuando nos remitimos al importante ensayo histórico redactado por Freud en 1914, que contiene la última y definitiva referencia al trabajo de 1907. Luego de establecer por vez primera el relato que se volvería canónico acerca de la perimida teoría de la seducción, según el cual los recuerdos de abusos de los pacientes son siempre fantasías destinadas a encubrir la sexualidad infantil -repitamos que hasta entonces, en las numerosas oportunidades en que, en su obra escrita, se había referido a ese episodio de su doctrina, nunca había afirmado tal cosa-, el psicoanalista vienés escribe lo que sigue:
"En esta actividad sexual de los primeros años infantiles, también la constitución congénita pudo por fin volver por sus derechos. Disposición y vivencia se enlazaron aquí en una unidad etiológica inseparable; en efecto, la disposición elevaba a la condición de traumas incitadores y fijadores impresiones que de otro modo habrían sido enteramente triviales e ineicaces, mientras que las vivencias despertaban en la disposición ciertos factores que, de no mediar ellas, habrían permanecido largo tiempo dormidos, sin desarrollarse quizá. La última palabra en cuanto a la etiología traumática la dijo después Abraham [1907], cuando señaló que precisamente la especificidad de la constitución sexual del niño es propicia para provocar vivencias sexuales de un tipo determinado, vale decir, traumas" (Freud, 1914: 17)
Tal y como ha sido señalado por Masson y luego por Michael Good (1995), en esa alabanza de Freud hay en verdad un malentendido. Lo que Abraham había afirmado era que la constitución anormal de algunos sujetos era lo que empujaba a los niños neuróticos a la provocación de traumas. Freud pretende que el enunciado del alemán en realidad endilgaba esa diátesis traumatofílica a todos los niños. En unos instante veremos que la probable razón de ese malentendido de Freud reside en que para el propio vienés muchas veces era difícil -o innecesario- establecer si los neuróticos tienen siempre en la base una constitución anormal 7. Lo cierto es que en 1914, antes de que la teoría de la seducción fuese retraducida al código del Edipo -cosa que sucedería en 1925, cuando Freud vierte una nueva e imprevista explicación: las seducciones eran fantasías llamadas a recubrir el drama edípico-, e incluso antes de que aquellos presuntos traumas fuesen definidos como fantasías sin asidero real , Freud estaba convencido de que la explicación de Abraham era la más ade
cuada para dar cuenta de los hechos que habían sido infructuosamente narrados en los escritos de la "teoría de la seducción". En síntesis, no el Edipo, sino la diátesis traumatofílica era a sus ojos la mejor rejilla con la cual comprender el problema del trauma en las neurosis. Vale, entonces, la pregunta por el motivo de esa elección del creador del psicoanálisis.

III. MOTIVOS DE UNA SEDUCCIÓN
Es momento de construir alguna hipótesis que tenga a bien explicar, por un lado, las razones por las cuales Freud abrazó con entusiasmo la solución planteada por Abraham al enigma de la teoría traumática, y por otro, el motivo de la equivocidad que atraviesa los comentarios del vienés respecto del ensayo de su discípulo alemán.
Habremos de desplegar, en un primer tiempo, dos fundamentos para la entusiasta apropiación por parte de Freud de la explicación de Abraham. Para ello, es necesario volver brevemente la mirada hacia lo sucedido con los planteos de 1896. La primera hipótesis de la conversión del vienés tiene que ver con la actitud asumida por él respecto del abandono de la teoría de la seducción. Tal y como dijimos al comienzo, Freud decidió no comunicar al mundo cientíico la falsedad de la tesis que él había sostenido en sus tres escritos de 1896 (Freud, 1896a, 1896b, 1896c). Quienes hayan leído las cartas a Fliess, pueden apreciar en algunos esquivos enunciados de 1898 acerca de la sexualidad infantil los indicios de ese abandono (Freud, 1898). Empero, para los contemporáneos de Freud, esos mismos enunciados no hacían otra cosa que prestar corroboración a la teoría traumática. Otro tanto se podría afirmar del apartado del libro sobre los sueños dedicado a los sueños de muerte de las personas queridas, en el cual el autor presenta por vez primera su visión acerca de la universalidad de los impulsos incestuosos. Leídas retrospectivamente, esas páginas hacen suponer a los lectores actuales que la teoría edípica en 1900 ya había reemplazado definitivamente la creencia en el valor causal de los traumas. Empero, una vez más, Freud evitaba allí toda mención a sus consideraciones de 1896, y el postulado de aquellos deseos incestuosos no tenía necesariamente que conllevar una impugnación de la certeza en la seducción. Más aún, al tratarse de un libro que no abordaba directamente el terreno de la psicopatología, esa relación no era evidente. Lo cierto es que recién en 1905 el autor retorna explícitamente a la vieja creencia. Y algunos pasajes de esos años muestran a un Freud que no confiesa abiertamente la modificación en su doctrina. Por ejemplo, en el comienzo de las "Palabras preliminares" del escrito sobre Dora, aparecido precisamente en 1905, Freud, reenviando al lector a su libro escrito con Breuer de 1895 y a uno de sus ensayos de la seducción, dice lo siguiente:
"En 1895 y 1896 formulé algunas tesis sobre la patogénesis de síntomas histéricos y sobre los procesos psíquicos que ocurren en la histeria. Ahora que, tras una larga pausa, procedo a sustentarlas mediante la comunicación circunstanciada del historial de un caso y su tratamiento..." (Freud, 1905b: 7).
En la misma dirección parece apuntar el escueto prólogo con el cual Freud abría en 1906 la primera compilación de sus escritos acerca de las neurosis. Si bien allí parece afirmar que sus puntos de vista han cambiado a lo largo de los años, dice no retractarse de nada. Por otro lado, no deja ser de ser revelador que aún en 1906 haya decidido incluir en un volumen así los tres escritos de 1896:
"A quien esté familiarizado con el desarrollo del conocimiento humano no le asombrará enterarse de que ahora he superado una parte de las opiniones aquí sustentadas, y he sabido modificar la otra. No obstante, mantengo sin cambios lo más de ellas, y en verdad no debo retractarme de nada que fuera completamente erróneo o carente de todo valor" (Freud, 1906b: 5).
Pues bien, lo cierto es que en otros fragmentos de esos mismos años, Freud fue más contundente y franco, y explicitó claramente su cambio de parecer. De todas maneras, habremos de prestar especial atención a los argumentos desplegados por Freud para manifestar esa alteración, y al modo en que quiso explicar lo sucedido en 1896. La primera ocasión en que el autor verdaderamente desarrolló esa alteración en su pensamiento fue en un trabajo concluido en junio de 1905, y aparecido en un libro de Löwenfeld un año más tarde (Freud, 1906a). Veamos una extensa cita:
"El material todavía limitado de entonces me había aportado, por azar, un número desproporcionadamente grande de casos en que la seducción por adultos u otros niños mayores desempeñaba el papel principal en la historia infantil. Sobrestimé la frecuencia de estos sucesos (los cuales, por otra parte, no pueden ponerse en duda), tanto más cuanto que a la sazón yo no sabía distinguir con certeza entre los espejismos mnémicos de los histéricos acerca de su infancia y las huellas de los hechos reales; desde entonces he aprendido, en cambio, a resolver muchas fantasías de seducción considerándolas como unos intentos por defenderse del recuerdo de la propia práctica sexual (masturbación infantil). Al obtenerse este esclarecimiento, cayó por tierra la insistencia en el elemento «traumático»; quedó en pie la siguiente intelección: La práctica sexual infantil (sea espontánea o provocada) marca la dirección que seguirá la vida sexual tras la madurez" (Freud, 1906a: 265-266).
Freud es claro al enunciar las novedades de su doctrina: ahora lo esencial ha pasado a ser la sexualidad espontánea y autoerótica del niño, la cual puede generar fantasías de seducción l lamadas a recubrir o camuflar aquel autoerotismo. No menos clara es su posición acerca de los ejemplos y acontecimientos narrados en sus textos de 1896: si en ese entonces él había atribuido a todo caso de neurosis un abuso sexual en la infancia, fue solamente debido a que el azar llevó a su consultorio muchos casos en los que ese elemento aparecía en el relato de los pacientes. El argumento -necesario es decirlo- no era muy sólido.
Aún otro problema se presenta en sus Tres ensayos de teoría sexual, en el cual repite un esquema similar de explicación de lo acaecido en los comienzos de su obra: "no puedo conceder que en mi ensayo sobre «La etiología de la histeria» yo haya sobrestimado [la] frecuencia [de la seducción] o su importancia, si bien es cierto que a la sazón todavía no sabía que individuos que siguieron siendo normales podían haber tenido en su niñez esas mismas vivencias, por lo cual otorgué mayor valor a la seducción que a los factores dados en la constitución y el desarrollo sexuales" (Freud, 1905a:173). A diferencia del escrito de 1906, aquí ni siquiera se da el carácter de fantasía a algunas de las seducciones. Es decir, Freud no pone en duda que esos recuerdos remitieran a eventos reales. Pero el problema mayor de ese razonamiento es que el mismo no hace para nada justicia a lo realmente planteado en 1896. Más aún, ese comentario de Freud desconoce precisamente una distinción que fue sobre todo desarrollada en "La etiología de la histeria". Esa distinción era una de las piezas clave de la teoría de la seducción. Según esta teoría, no se trata de que toda persona que haya vivido un abuso sexual en la infancia contraerá luego una neurosis. No se atribuye un poder causal al solo hecho del ataque. Toda la conjetura de la seducción se basaba precisamente en aclarar que el recuerdo de ese ataque debe permanecer inconsciente para adquirir tal poder causal patógeno. Al parecer, cuando Freud escribió en 1905 el fragmento antes citado, había olvidado varios pasajes de su escrito original; sobre todo el siguiente:
"Tenemos sabido y admitido que numerosas personas recuerdan con gran nitidez unas vivencias sexuales infantiles, no obstante lo cual no son histéricas. Esta objeción carece de todo peso, pero a raíz de ella podemos hacer una valiosa puntualización. Y es que, según nuestra inteligencia de las neurosis, personas de este tipo en modo alguno podrían ser histéricas; al menos, no como consecuencia de las escenas que concientemente recuerdan. En nuestros enfermos esos recuerdos nunca son conscientes; y más aún, los curamos de su histeria mudando en conscientes sus recuerdos inconscientes de las escenas infantiles. En cuanto al hecho de haber tenido ellos tales vivencias, no podríamos modificarlo, ni nos hace falta. Lo advierten ustedes: no importa la sola existencia de las vivencias sexuales infantiles; cuenta también una condición psicológica. Estas escenas tienen que estar presentes como recuerdos inconcientes; sólo en la medida misma en que son inconcientes pueden producir y sustentar síntomas histéricos. (…) Permítanme indicarles sólo la tesis que el análisis nos ha proporcionado como un primer resultado: Los síntomas histéricos son retoños de unos recuerdos de eficiencia inconciente." (Freud, 1896c: 209-210; cursivas en el original) 8.
En síntesis, es claro que para el momento en que Karl Abraham irrumpe en el movimiento psicoanalítico, Freud había comenzado a ensayar algunas argumentaciones que le permitieran explicar lo sucedido en su clínica y su teoría en 1896. Una cosa era incuestionable para el Freud de 1905: los traumas sexuales eran reales en la mayoría de los casos. En consecuencia, Freud debía responder a dos interrogantes. Primero, debía ser capaz de afirmar por qué motivo en 1896 había sido conducido a hallar en todo caso de neurosis un abuso sexual como fuente de la enfermedad. En 1905 opta por una respuesta que no podía dejar conforme a casi nadie: el azar había querido que muchos pacientes con tales recuerdos se hubiesen acercado a su gabinete 9. Segundo, debía esgrimir claramente por qué había abandonado la teoría de la seducción; en consecuencia, sostiene que su visión de 1896 era incompleta o parcial, pues en ese entonces no se había percatado que sujetos que han padecido aquellas "seducciones" pueden luego vivir libres de patología. Recién vimos que ese enunciado traicionaba groseramente el contenido de los escritos de 1896. A nuestro entender, he allí una primera razón de peso para explicar por qué motivo el médico vienés adopta la innovación de Abraham. El ensayo de 1907 presentaba varias ventajas estratégicas a la vez. Por un lado, no discutía la realidad de las escenas de seducción. Como vimos, durante la pr imera década del siglo pasado, Freud tampoco era capaz de tomar un claro partido al respecto: por momentos creía en el carácter fáctico de los traumas -tal y como sucede en la reunión de la Sociedad Psicológica de los Miércoles o en su Tres Ensayos-, y en otra ocasiones daba el carácter de fantasía solamente a algunas de esas escenas -ello es evidente en su escrito de 1906 y en las cartas a Abraham de 1907-. Por otro lado, el escrito de Abraham permitía expl icar de un modo mucho más convincente tanto el hecho de que muchos pacientes presuntamente relatasen escenas de abuso, como el hecho de que algunos sujetos que han pasado por ese trauma luego conserven la salud. En tercer lugar, la noción de diátesis traumatofílica permitía una fuerte conciliación entre la fenomenología planteada en 1896 -centrada en las seducciones- y los nuevos conceptos, que han teñido el pensamiento freudiano desde fines de 1890. En efecto, la caída de la teoría de la seducción vino aparejada con el creciente énfasis en los impulsos sexuales del propio niño, y con una rediagramación del ambientalismo que primaba en 1896. Freud tardará muchos años en traducir la temprana teoría traumática al lenguaje del Edipo -esa traducción deberá esperar hasta 1925-. Mientras tanto, los aportes de su discípulo alemán constituyen la mejor grilla con la cual filtrar los viejos conceptos10. La segunda razón de la manera en que Freud celebró la llegada del ensayo de 1907, tiene que ver con un aspecto bastante descuidado de la teoría de 1896. En efecto, "La experimentación de traumas sexuales como una forma de actividad sexual" volvía a poner en sus carriles la certeza de la determinación familiar de las neurosis, que había sido inaugurada en aquellos viejos ensayos sobre la seducción. A través de su ensayo, Abraham había demostrado definitivamente que la enfermedad era un "asunto de familia". ¿De qué manera? Del modo más sencillo y directo: haciendo depender toda neurosis de una predisposición que fácilmente podía ser tildada de hereditaria. Los sujetos neuróticos tienen una constitución sexual (hereditaria) anormal; por supuesto que la dinámica establecida por el devenir de sus impulsos es importante -sobre todo para la determinación de la forma de la sinto- matología-; pero lo esencial se ubica en esa disposición previa. En tanto que se podía presumir que el alemán operaba una des-familiarización de la patología al imputar a adultos extraños la realización de los abusos, en verdad efectuaba todo lo contrario, al asignar a predisposiciones anormales -el término diátesis indicaba suficientemente que ellas eran heredadas- el lugar de la causa última y necesaria. Pues bien, ese esquema hacía justicia a uno de los designios acallados de la teoría de la seducción, y permitía dar a las afecciones un patrón familiar en un momento en que la teoría del Edipo -que luego asumirá ese rol- aún estaba en ciernes. El análisis del modo en que la conjetura de la seducción implicaba un estricto determinismo familiar merecería un desarrollo mucho mayor al que podemos darle en esta oportunidad. Para resumir esa historia, es posible sostener que la premisa familiarista de la seducción se refleja en dos niveles distintos de los escritos y cartas de 1896. En primer lugar, en la insistencia de Freud en aclarar que sus nuevas nociones explican de modo más acabado los patrones familiares de las enfermedades. Siendo que la psiquiatría y la neurología de ese entonces daban un poder causal enorme a la herencia -y siendo que el propio Freud había defendido una tal visión hasta más o menos 1893-, el médico de Viena busca demostrar que la aparición de afecciones similares o complementarias entre hermanos, o entre padres e hijos, deben ser explicadas en función de las consecuencias de los abusos sexuales de la infancia. Así, el paradigma de la seducción ofrecía una explicación muy sencilla y demostrable de los dos tipos de patrones familiares mórbidos que llenaban las páginas de los tratados clásicos de la psicopatología. Primero, los casos en que dos hermanos estaban aquejados de enfermedades parecidas. La fuente de ello no era una equívoca herencia, sino algo más tangible: uno de los pequeños había sido seducido, y luego repite con su hermano o primo lo vivido. En la adultez, ambos enfermarán:
"Les pido que consideremos por un momento la particular frecuencia con que los vínculos sexuales de la infancia se producen justamente entre hermanitos y primos, por la oportunidad que a ello brinda el habitual estar juntos; imaginen ahora que diez o quince años después se hallara enfermos en esa familia a varios individuos de la generación joven, y pregúntense si esta presencia familiar de la neurosis no es apta para inducirnos a suponer erróneamente una predisposición hereditaria donde sólo hay una seudoherencia, y en realidad ha sobrevenido una trasferencia, una infección en la niñez" (Freud, 1896c: 207-208). Segundo, los conceptos de 1896 también estaban llamados a describir la transmisión de anomalías entre generaciones. Por ejemplo, en la misiva del día 11 de enero de 1897 hallamos la presentación más desarrollada del modo en que las escenas de seducción, que suelen repetirse entre miembros del hogar, ofrecen una visión más precisa de los hechos que normalmente son imputados a poderes hereditarios. Freud se reiere a uno de sus pacientes, un hombre histérico, el cual, reproduciendo con su hermana menor seducciones vividas anteriormente por él, condujo a aquella a la psicosis. El paciente había sido abusado por un hombre.
"Ahora vienen las escenas entre este seductor y mi paciente; en algunas de ellas participa la hermana menor, de menos de un año de edad. Con esta misma, el paciente retoma después las relaciones, y en la pubertad ella se vuelve psicótica. De ahí puedes deducir cómo en la generación siguiente la neurosis se acrecienta hasta la psicosis, lo que recibe el nombre de degeneración, simplemente por resultar interesada una edad más tierna" (Masson, 1986: 235)
Tal y como adelantamos hace instantes, hay un segundo nivel en que se devela hasta qué punto la teoría de la seducción conllevaba un potente familiarismo de la enfermedad. Se trata esta vez de un familiarismo más indirecto, pues hacemos alusión a una máxima que silenciosamente atraviesa los planteos de 1896: solamente enfermarán los sujetos que han nacido en ámbitos familiares en los que sus cuerpos quedan expuestos a actos perversos, ya sea de los propios padres, ya de cuidadores.
"Si sostenemos que unas vivencias sexuales infantiles son la condición básica, la predisposición, por así decir, para la histeria; que ellas producen los síntomas histéricos, pero no de una manera inmediata (…) Si alguien no tiene unas vivencias sexuales más tempranas [antes de los 8 años], a partir de ese momento ya no puede quedar predispuesto a la histeria; y quien las tenga, puede desarrollar ya unos síntomas histéricos". (Freud, 1896c: 210-211)
No sería exagerado concluir que el razonamiento de la seducción retoma y traduce la premisa nodal del hereditarismo de fines de siglo XIX: hay hogares/familias que predisponen a sus integrantes a la enfermedad, y otros que salvan a los individuos de ese destino.
Hasta aquí las posibles razones del beneplácito con que Freud recibió los aportes de Abraham, y llegó a definirlos como la palabra definitiva sobre lo traumático. Es momento de considerar un último elemento. Se trata de un fundamento posible de la clara equivocidad y los malentendidos que atravesaron la lectura que el vienés realizó de las páginas del psiquiatra alemán. No es momento de desarrollarlo en detalle, pero podemos aventurar que la compleja reacción de Freud ante el escrito de Abraham responde a que este último, al contraponer claramente lo accidental y lo constitucional, tocó un punto sensible del edificio freudiano, que luego de la caída de la teoría de 1896 su autor jamás logró articular claramente. De hecho, los dos grandes equívocos que tiñen la reacción de Freud atañen precisamente a la naturaleza y alcance de lo constitucional: el primer malentendido se ubicaba en las cartas de 1907 de Freud a su discípulo, pues en el lapso de unos pocos meses el maestro pasaba de criticar a Abraham porque éste hablaba de una constitución anormal de los neuróticos, a proponerle ampliar los elementos que definirían la anormalidad de esa misma predisposición. El segundo malentendido se produce en 1914, cuando el analista de Dora afirma que en el escrito de 1907 el autor alemán había atribuido a todos los niños una constitución equivalente (véase supra). Nuestra hipótesis es que al establecer una clara divisoria de aguas entre, por un lado, lo contingente vivencial y lo constitucional, y por otro, entre constituciones normales y anormales, Abraham se aproximaba a un terreno muy sensible de la teoría de su maestro.
La diferencia parece ser muy neta entre nuestros dos autores. Al tiempo que Abraham suponía que los futuros neuróticos portaban desde el inicio una constitución anormal, el médico de Viena, por el contrario, supuso la existencia de impulsos universales, siendo la enfermedad una consecuencia del modo en que ellos son tramitados. No obstante, una lectura atenta de las fuentes nos indica que había en el propio Freud una vacilación acerca de esa presunta universalidad. Un análisis detenido de todas esas tempranas referencias a los deseos incestuosos de los niños, muestra un interesante titubeo de Freud respecto del tenor de su universalidad. En términos estrictos, el médico vienés jamás dudó en sostener que esos impulsos son normales y universales. Ya en unas cartas a Fliess de octubre de 1897 así lo decía. Y lo repite en su libro sobre los sueños (Freud, 1899: 269). De todas maneras, en esos mismos textos Freud afirma que las mociones de los futuros neuróticos se distinguen, desde el comienzo o congénitamente, sobre todo en términos cuantitativos o de precedencia, de las pertenecientes a individuos que gozarán de la normalidad. Así, más que depender del modo en que esos impulsos sean resueltos o vivenciados -en lo cual la respuesta de los progenitores jugarían un rol esencial-, la ulterior enfermedad parece resultar de un estado dado desde entrada, ligado a la constitución. De hecho, el fragmento completo de la carta de octubre de 1897 apunta en esa dirección: "También en mí he hallado el enamoramiento de la madre y los celos hacia el padre y ahora lo considero un suceso universal de la niñez temprana, aunque no siempre tan temprana como en los niños hechos histéricos" (Masson, 1986: 293; la cursiva me pertenece)
Algo similar ocurre en la descripción del caso Dora, el primer ejemplo clínico en que Freud utiliza los conceptos que luego pasarán a conformar el Complejo de Edipo: deseos incestuosos, celos hacia el progenitor del mismo sexo, impulsos perversos en la infancia.
"He aprendido a ver en tales vínculos amorosos inconscientes entre padre e hija, y entre madre e hijo, de los cuales tomamos conocimiento por sus consecuencias anormales, la reanimación de unos gérmenes de sentimiento infantil. (...) Y esta temprana inclinación de la hija por el padre, y del hijo por la madre, de la que probablemente se halle una nítida huella en la mayoría de los seres humanos, no puede menos que suponerse más intensa, ya desde el comienzo, en el caso de niños constitucionalmente destinados a la neurosis, de maduración precoz y hambrientos de amor" (Freud, 1905b: 50; la cursiva me pertenece).
Extremando las cosas, podríamos afirmar que la hipótesis causal que Freud abrazó por esos años permanece presa de una tensión jamás desanudada, entre razonamientos como los recién citados -los cuales dejan traslucir que tal vez la neurosis está predestinada en elementos anteriores a las vivencias- y alternativas que, presuponiendo la existencia universal e igualitaria de esos impulsos, explican el desencadenamiento de la neurosis en función de la economía libidinal establecida en la lucha entre los mutuos deseos, fantasías y vivencias de padres y niños. En efecto, esta última opción es la más presente en las páginas de Tres ensayos dedicadas al problema de las tendencias incestuosas. Allí la predisposición a la neurosis se cifra insistentemente en el modo en que un sujeto, en su más temprana infancia, se las vio con tales deseos. "Sin duda, un exceso de ternura de parte de los padres resultará dañino, pues apresurará su maduración sexual; y también «malcriará» al niño, lo hará incapaz de renunciar temporariamente al amor en su vida posterior, o contentarse con un grado menor de este. Uno de los mejores preanuncios de la posterior neurosis es que el niño se muestre insaciable en su demanda de ternura a los padres; y, por otra parte, son casi siempre padres neuropáticos los que se inclinan a brindar una ternura desmedida, y contribuyen en grado notable con sus mimos a despertar la disposición del niño para contraer una neurosis. Por lo demás, este ejemplo nos hace ver que los padres neuróticos tienen caminos más directos que el de la herencia para trasferir su perturbación a sus hijos" (Freud, 1905a: 204)
Un poco más adelante, el autor llega a decir que una mala relación entre los padres produce "la más grave predisposición" de la neurosis de los hijos (Freud, 1905a: 208). Cuando Freud en 1920 agrega a esos fragmentos una nota al pie donde se lee que a todo ser humano se le plantea la tarea de dominar el complejo de Edipo, siendo la neurosis la consecuencia del fracaso en ese cometido (Freud, 1905a: 206n.), cuando emite ese enunciado, decimos, deja en claro que su apuesta había consistido siempre en aprehender en la enfermedad el resultado de una tramitación fallida, contingente y accidental , de impulsos incestuosos que son universales. Pero esa declaración de fe permaneció siempre reñida con enunciados de un tenor más fatalista, antes revisados.
Resulta, en síntesis, que los enunciados de Abraham de 1907 se produjeron en un momento en que Freud, retomando por vez primera la teoría de la seducción, sintió el apremio de ubicar en la balanza lo "constitucional" y lo accidental. No contando aún con la versión definitiva del Complejo de Edipo, la teoría de Freud no arribaba a una definición clara respecto del interjuego entre lo innato y lo adquirido. Si bien la novedad de su doctrina, y su apuesta más fuerte, iba en dirección a describir la patología en términos de una mala resolución de impulsos que son comunes a todos, a cada instante Freud parecía ubicarse más del lado de su colega alemán, y suponía que se volvían neuróticos mayormente quienes estaban predispuestos para ello11.

IV. PALABRAS FINALES
A lo largo de estas páginas hemos intentado subrayar el valor de la contribución de Karl Abraham en la discusión sobre la importancia de los traumas infantiles en la provocación de neurosis. El psicoanalista alemán reavivó los elementos de la teoría de la seducción en un momento en que Freud había comenzado a explicitar su abandono de la vieja teoría traumática, mas sin poder construir una visión clara o convincente de lo sucedido en 1896. Por otro lado, hemos enunciado una serie de hipótesis que explican por qué motivo el creador del psicoanálisis se apropió, entre 1907 y 1914, de la innovación de su discípulo, siendo que esta última implicaba una inversión clara de diversos puntos del razonamiento freudiano de 1896.
Esta indagación deja para el futuro diversas vías de trabajo. Por caso, habría que reflexionar sobre lo siguiente: en 1914, Freud afirma que el escrito de Abraham de 1907 dijo la última palabra sobre la teoría traumática; pero en 1925, el primero afirmará que los relatos de traumas de la teoría de la seducción eran fantasías llamadas a recubrir los deseos edípicos. En función de los documentos que hemos revisado en estas páginas, es evidente que esos dos enunciados son contradictorios entre sí. Máxime si tomamos en consideración que en los casos ofrecidos por Abraham los padres no cumplían ningún papel activo en las vivencias traumáticas. Por último, un sopesamiento más detenido de los debates ulteriores respecto de la definición del trauma, habrá de conducirnos a evaluar hasta qué punto el ensayo de 1907 estableció el modelo con el que los psicoanalistas, luego de la Primer Guerra Mundial, efectuaron una descripción de las neurosis traumáticas que, poniendo especial énfasis en la predisposición anterior, relativizaba el poder intrínseco de ciertos sucesos para devenir la fuente de aquellas patologías12.

1 El rol de Abraham en la historia de la teoría de la seducción ya ha sido analizado por otros investigadores (Good, 1995). De todas maneras, esas lecturas nos parecen insuficientes.

2 Tal y como ha señalado Hall Triplett (2004: 651), con esa expresión Freud retoma un fragmento del Antiguo Testamento, pero al hacerlo comente el error de reemplazar la ciudad de Gath por la de Dan.

3 En un escrito posterior, Abraham se ocupará de describir cuidadosamente las diferencias que existen entre la sexualidad y los mecanismos psíquicos de la demencia y la histeria (Abraham, 1908).

4 El psicoanalista alemán resume del siguiente modo la nueva orientación freudiana, con al cual concuerda: "Freud dijo originalmente que todo caso de histeria puede ser atribuido a un trauma psicosexual anterior a la pubertad. Recientemente, ha modificado esa teoría. Ahora acentúa primordialmente el modo como reacciona el individuo, de acuerdo con su disposición innata, ante las impresiones sexuales" (Abraham, 1907a: 17).

5 En base a la carta que Abraham enviará a Freud en enero de 1914 para aportarle algunos datos que el vienés precisaba para redactar su texto "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico", sabemos que este segundo trabajo de Abraham había sido discutido a mediados de ese año en la "Asociación Freudiana" creada por los integrantes del Hospital Burghölzli, al cual aquel médico alemán pertenecería hasta su traslado a Berlín (Falzeder, 2002: 228).

6 En un ensayo posterior, ya mencionado, el autor alemán afirma claramente cuál es la base de las psiconeurosis: "...la constitución psicosexual de la histeria es congénita" (Abraham, 1908: 58).

7 Aún así, no deja de ser llamativo que Abraham jamás haya señalado el error de Freud en su escrito de 1914. Tal y como las cartas nos demuestran, Freud envió a su colega alemán borradores del escrito histórico, y Abraham no se privó de sugerir ciertas correciones (véase por ej. la carta del día 9 de marzo de 1914). Empero, jamás vio una equivocación en el modo en que su maestro se refería a su escrito de 1907.

8 Esa misma precisión es realizada por Freud tanto en su Manuscrito K, enviado a Fliess el 1 de enero de 1896, como en la misiva del 17 de mayo de ese mismo año (Masson, 1986: 171, 200).

9 Por otro lado, Freud sabía muy bien que desde entonces, es decir desde 1897, ninguno de sus pacientes había relatado escenas de abuso sexual en la temprana infancia; peor aún, ello ni siquiera se confirmaba en el caso de Dora, paciente atendida en 1900, y acerca de cuyo tratamiento Freud había escrito un completo historial (tal y como no hacía desde 1895).

10 Todo esto enseña, por su parte, con qué cautela hay que manejar el estudio del desarrollo de la teoría edípica en la obra de Freud. Muchas lecturas presumen que ya en La interpretación de los sueños, en aquellas páginas acerca de los impulsos incestuosos, el Complejo de Edipo ha alcanzado su forma definitiva, y quieren ver en el relato de la cura de Dora -que es, en efecto, el primer ejemplo clínico en que la importancia de los deseos incestuosos son abordados frontalmente- la corroboración de ello. Empero, es necesario tener en cuenta que solo paulatinamente el esquema de ese complejo irá reestrucurando la teoría freudiana. El caso de la seducción es la mejor evidencia. En tanto que Freud, en 1925, reducirá la teoría traumática de 1896 al molde del Edipo, aún en 1914 propone ver en el ensayo de Abraham de 1907 la solución definitiva del error de la seducción. La divergencia es notable, sobre todo si recordamos que en el texto de Abraham los impulsos incestuosos no son tematizados, y los victimarios de los ataques nunca son adultos familiares del niño.

11 Así, cabe recordar que en diversas publicaciones de esos años endilga a los futuros neuróticos una "fuerza innata de la inclinación perversa" (Freud, 1905a: 155), confesando de todos modos que en ellos "el inlujo hereditario es más sustantivo [que en las neurosis actuales] y la causación es menos transparente" (Freud, 1908: 167; véase asimismo Freud, 1906: 267).

12 Al respecto, es menester agregar que el célebre ensayo de Abraham acerca de las neurosis de guerra (Abraham, 1919) presenta un inquietante parecido con los razonamientos desplegados por ese entonces por parte de la psiquiatría oficial alemana, quienes también afirmaban que caen en la enfermedad solamente aquellos sujetos que, antes del conflicto, padecía problemas en su virilidad, y tenían menguado su sentimiento patriótico (Bonomi, 2007).

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Fecha de recepción: 4 de abril de 2012
Fecha de aceptación: 16 de agosto de 2012

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