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Anuario de investigaciones

versión On-line ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.20 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2013

 

PSICOANÁLISIS

La declinación del padre en la enseñanza de Lacan (1938-1961)

The decline of father in Jacques Lacan´s teaching (1938-1961)

Galiussi, Romina1; Godoy, Claudio2

1Magister en Psicoanálisis (UBA). Especialista en Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica (UBA) Lic. En Psicología. Jefa de Trabajos Prácticos Regular de Psicopatología II, Facultad de Psicología (UBA). Becaria de Investigación UBACyT (Culminación de Doctorado). E-mail: rgaliussi@yahoo.com.ar

2Lic. En Psicología. Profesor Adjunto Regular de Psicopatología II, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires (UBA). Co-Director del Proyecto Versiones del padre en el último período de la obra de Jacques Lacan (1971-1981). Proyecto UBACyT período 2011-2014.


Resumen
En el presente trabajo abordamos la problemática de la declinación del padre en la enseñanza de Lacan, desde su texto sobre "Los complejos familiares en la formación del individuo" de 1938, hasta su lectura de la trilogía de P. Claudel en 1961. Destacamos cómo esta elaboración antecede la primera pluralización de los nombres del padre que efectúa en 1963, constituyendo un antecedente fundamental para abordar la problemática de las versiones del padre en la última parte de su enseñanza. 

Palabras Clave:
Padre; Declinación; Versiones; Pluralización

Abstract:
In this paper we address the problem of the decline of father in Jacques Lacan´s teaching, from his text The family of 1938, to his reading of P. Claudel´s trilogy in 1961. We highlight how this production precedes the first pluralization of father´s names in 1963, constituting a fundamental antecedent to address the issue of father´s versions in the last part of his teaching.

Key Words:
Father; Decline; Versions; Pluralization


 

Discordancia y carencia
En el presente trabajo abordamos la problemática de la declinación del padre en la enseñanza de Lacan, desde su texto sobre "Los complejos familiares en la formación del individuo" de 1938, hasta su lectura de la trilogía de P. Claudel en 1961. La declinación de la imago paterna fue delimitada por Lacan en el primero de ellos y constituye una temática que vincula tanto al surgimiento del psicoanálisis como a lo que denomina en esa época la gran neurosis contemporánea. A partir de ello, ubicará a las nuevas modalidades de la neurosis como consecuencia de esta declinación, es decir, del hecho de que la personalidad del padre es carente, ausente o humillada.
Cabe destacar que dicho texto se basa en la tesis de Emil Durkheim sobre La familia conyugal1Desde la perspectiva sociológica, este autor expone allí que hubo, en la historia de la familia, una contracción de su composición. Ello es así en la medida que, antiguamente, ésta incluía al padre, la madre y todas las generaciones originadas en ellos salvo las hijas y sus descendientes; mientras que, a partir de la modernidad, incluye sólo al marido, la mujer y los hijos menores. Es lo que este autor llama en 1892 la familia conyugal, correspondiente también a nuestra forma contemporánea. Este movimiento de contracción se enlaza, según él, a una declinación de la autoridad paterna, es decir, a una limitación de sus derechos en pos de los derechos de los otros miembros de la familia, lo cual produce un efecto de dilución de su autoridad, de la patria potestad. Asimismo, resulta importante mencionar que esta última señalaba no solamente la autoridad del padre en tanto jefe de la misma sino también como representante de las virtudes morales, patrimoniales y religiosas.
A partir de lo expuesto, encontramos presente en Durkheim una cierta solidaridad entre la dilución de la autoridad paterna y el avance del democratismo familiar, esto es, el reconocimiento de los derechos de la mujer y los hijos. Ahora bien, ello comporta un riesgo: que dicha dilución de la autoridad conlleve la de la ley en sí misma, es decir, la "anomia"2, la cual acarrea efectos de individualismo o incluso -tal como lo sostiene su clásica obra- el suicidio. Vale destacar que la misma ha sido una referencia fundamental en la sociología para pensar cuestiones atinentes a la modernidad. Por otra parte, el "suicidio" puede concebirse no sólo en su acepción más literal sino también en función de lo que Lacan denomina "apetito de muerte" en su trabajo del '38: un sujeto desregulado, extraviado y solo con su apetito de muerte.
En "El mito individual del neurótico" se encuentra un pasaje -el mismo que Lacan retomará posteriormente en el Seminario 8donde señala ya la relación entre los tres registros (simbólico, imaginario y real) de la función del padre. Sin embargo, no lo hace aún en términos de dialéctica (tal como se encuentra, por ejemplo, en el Seminario V cuando desarrolla los tres tiempos del Edipo) sino de aquello que denomina "recubrimientos". Así, en dicha obra afirma: "Planteamos que la situación más normativizante de lo vivido original del sujeto moderno, bajo la forma reducida que es la familia conyugal, está vinculada con el hecho de que el padre resulta ser el representante, la encarnación, de una función simbólica que concentra en ella lo que hay de más esencial en otras estructuras culturales, a saber, los goces pacíficos" (Lacan 1953, 56). De este modo presenta, en primer lugar, el problema de la normativización de lo vivido original, es decir, de la constitución subjetiva. Luego, y tal como ha sido delimitado, hace referencia a los desarrollos de Durkheim sobre la dilución de la autoridad del padre en la familia, en términos de "la familia conyugal". Y, finalmente, establece una articulación que correlaciona la función simbólica del padre con un efecto de pacificación del goce. La frase concluye afirmando que: "el padre [...] función simbólica [...] concentra [...] los goces pacíficos, o más bien simbólicos, culturalmente determinados y fundados, del amor de la madre, es decir, del polo con el cual el sujeto está vinculado por un lazo, para él, incuestionablemente natural" (Lacan, Ibíd.). Delimita así dos polos -en los términos con los que cuenta en ese momento de su obra-: el natural, vinculado a la madre, y el simbólico, vinculado al padre, quien permite un movimiento de pacificación del goce implicado en la relación con la madre a través de un proceso de simbolización.
A continuación, señala la perspectiva que nos interesa destacar, ya que "La asunción de la función del padre supone una relación simbólica simple, donde lo simbólico recubriría plenamente lo real." (Lacan, Ibíd.). Cabe señalar que dicha función requiere una dimensión armónica y de recubrimiento entre esas dos instancias. Ahora bien, para ello "Sería necesario que el padre no sea solamente el Nombre-del-padre, sino que represente en toda su plenitud el valor simbólico cristalizado en su función". (Lacan, Ibíd.). Es posible afirmar que esta formulación resulta solidaria de aquello que desarrollará luego respecto del tercer tiempo del Edipo, allí donde el padre real debe dar pruebas de su potencia, y por ello, no basta sólo con el Nombre-del-padre. Aquí se ubica ese "representar en toda su plenitud" como un recubrimiento de lo simbólico y lo real del padre.
No obstante, la cuestión no es tan simple, ya que "al menos en una estructura social como la nuestra, el padre es siempre, en algún aspecto, un padre discordante en relación a su función [...]" (Lacan, Ibíd.). Esta discordancia consiste entonces en una falla de dicho recubrimiento de lo simbólico y lo real. De modo que, entre la función simbólica y aquél que tiene que encarnarla y dar prueba de ella, aparece -nos dice- una discordancia neta. Como consecuencia, en lugar de recubrirse, se desdoblan, lo cual patentiza la diferencia. Y, a partir de esta última, el padre permanece, con respecto a su función, en situación carente, tal como lo sitúa Lacan: "[...] un padre discordante en relación a su función, un padre carente, un padre humillado, como diría Claudel". (Lacan, Ibíd.).
Así, establece que en esa discordancia, "...en este intervalo yace lo que hace que el complejo de Edipo tenga su valor: para nada normativizante sino, es el caso más frecuente, patógeno..." (Lacan, Ibíd.). De modo que hallamos aquí, al igual que en "Los complejos familiares en la formación del individuo", la neurosis contemporánea concebida como la consecuencia fundamental de dicha discordancia por la cual el padre, más que cumplir una función de pacificación, genera discordia. Por su parte, el padre imaginario queda situado en este texto como un intento de remediar esa discordancia en la neurosis, bajo la forma de un desdoblamiento. Aparece así el cuarto término, la función del cuaternario, completado con el padre imaginario y allí toman su lugar las distintas versiones que el neurótico intenta ubicar en ese punto de hiancia como un tratamiento del mismo.
Una vez considerada la relación entre Durkheim y Lacan, es posible establecer a su vez -y tal como propone hacerlo este último- una articulación con la perspectiva teatral propuesta por Claudel, en tanto permite diagnosticar el mismo problema desde aristas diversas.

El padre en la trilogía de Claudel
Tal como ha sido mencionado al comienzo, en el Seminario 8 Lacan aborda la trama de dicha trilogía, la cual se compone de tres obras de teatro que abarcan, a su vez, tres generaciones. La primera tragedia se sitúa en 1814, en la última etapa del imperio napoleónico, siendo en 1870-71 donde tiene lugar la tercera y última.
En relación con ello, cabe señalar que el siglo xix en Francia implica ubicar la historia a partir de las consecuencias en lo político, en lo religioso y en lo familiar de la Revolución Francesa. Es decir, del cuestionamiento y el declive de las estructuras de autoridad tradicionales, de aquellos modos de sostener la dimensión de la ley del padre bajo a forma de Antiguo Régimen. Se formula así una secuencia entre declive, desorden e intentos de restablecimiento. El rehén, la primera tragedia, relata la historia de una mujer, Sygne, cuya aristócrata familia -Coüfontaine- fue guillotinada por la Revolución Francesa y, no obstante, ella intenta recomponer sus restos. A su vez, quien pasa a detentar el poder es el hijo de una ex sirvienta de dicha familia, el malvado Toussaint Turelure.
En esta coyuntura, el Papa se convierte en prisionero político, al cual Sygne y su primo Jorch intentan salvar con el fin de restaurar la monarquía. Pero son descubiertos por Turelure, quien somete a Sygne a casarse con él y así evitar la captura del Papa.
Lacan no duda en compararla con Antígona, aunque no deja de ubicar las diferencias, ya que ella no avanza por sí misma, sino que es su confesor quien le pide que se sacrifique para salvar al padre. Y ella acepta, en una solución de compromiso que ocasiona un síntoma, un tic que señala "no" con la cabeza, razón por la cual Lacan afirmará que ella -Sygne- es el signo del no.
Finalmente, Jorch y Sygne mueren luego de una confrontación con Turelure. Cabe señalar que la primera y este último tuvieron un hijo, Louis de Coüfontaine, del cual trata la siguiente tragedia, titulada El pan duro. En ella, Toussaint Turelure pretende quitarle a su hijo toda la fortuna que debería heredar, como así también a su mujer Lúmir. Por su parte, Toussaint tiene como amante a una hija de un usurero judío, llamada Sichel. Y se produce, entre padre e hijo, un singular entrecruzamiento, ya que Louis asesina al padre -al cual Lacan compara con el asesinato paterno en Tótem y tabú, con la diferencia que aquí el padre muere... "de miedo"-y desposa a Sichel. De ese matrimonio nace un hija ciega, Penseé -nombre que alude al pensamiento de deseo, afirmará Lacan-. Luego de esto, Louis pasa a ser el villano.
En la tragedia tercera, El padre humillado, el Papa vuelve a tener lugar, allí donde el surgimiento del Estado italiano implica la dilución de los Estados Pontificios y la pérdida, por parte del Papa, de sus posesiones y su autoridad sobre la Tierra. En esta obra fnal hay dos hermanos, Orian y Orso, protegidos del Papa. Pensée se embaraza de uno de ellos, pero éste muere, y entonces el que permanece con vida se casa con ella para darle un nombre, lo cual la inscribe dentro de la familia papal.

Impotencia y humillación.
En una lectura inicial, la expresión padre humillado podría evocar al personaje del Papa. Evidentemente, éste constituye una de las figuras del padre en la obra, y se caracteriza por su degradación e impotencia a partir de las luchas políticas, "[...] frente a los ideales en alza, no puede ofrecer más que la vana repetición de las palabras tradicionales, pero sin fuerza..." -por ello- "...la legitimidad supuestamente restaurada no es más que un señuelo, ficción, caricatura y, en realidad, prolongación del orden subvertido" (Lacan 1961, 315).
Sin embargo, Lacan sostiene "No creo que el padre humillado sea este Papa. Hay muchas otras cosas que suenan a padre. No se trata de otra cosa a lo largo de estos tres dramas. Y además, el padre que se ve más, el padre cuyo tipo confina en una especie de obscenidad, impúdico [...] a propósito del cual por fuerza advertiremos algunos ecos de aquella forma gorilesca en la que, allá en el horizonte, nos lo presenta el mito de Freud, el padre es aquí, ciertamente, Toussaint Turelure, y su drama, con su asesinato [...] serán el objeto de la obra central, El pan duro" (Lacan Ibíd., 321). Así, esta última evoca lo imposible de incorporar de ese padre obsceno, opuesto al donador ya que pretende acaparar todo lo de su hijo. Respecto de su muerte, Lacan dirá que "se lo juegan [...] a los dados" (Lacan Ibíd., 325), reduciéndolo a una posición absolutamente pasiva. De modo que aquél personaje obsceno y temible no es más que un padre de comedia. Claudel emprende aquí una "demolición del guiñol del padre, masacrado al estilo bufo" (Lacan Ibíd., 328). Ya que allí reside lo singular de esta tragedia moderna, su oscilación entre lo trágico y lo irrisorio. El pan duro expone la descomposición caricatural o abyecta del padre.
Hasta aquí entonces, dos formas degradadas del padre: la burocrática, encarnada en el Papa impotente y en el cura que pide a Sygne su sacrificio, y la obscena, aunque al mismo tiempo caricaturesca e irrisoria, encarnada por Toussaint y su hijo.
Finalmente, en la tercera tragedia, encontramos al padre humillado.
Lacan, al igual que otros comentadores de Claudel, destaca la diferencia entre los modos en que aparece el Papa en las tragedas primera y tercera. En a primera huye. En la última, en cambio, si bien es privado de todo, puede transmitir algo. Él pone en juego un deseo al favorecer la transmisión de cierto nombre y el reconocimiento del hijo de Pensée por nacer, mediante la sustitución entre Orian y Orso.
Así, en el momento en que el Padre toma esta posición humilde, en que reconoce sus frustraciones, su cansancio, su hartazgo, pasa a poder transmitir algo de otra naturaleza. Tenemos entonces una tercera figura del padre que se mueve en torno del humilié, donde una misma raíz latina condensa, tanto en francés como en castellano, humillación y humildad. La transmisión en la humildad como una Aufhebung de la impotencia y la humillación inicial.

Dos vertientes de la declinación: burocracia y obscenidad
A partir de lo expuesto, se destaca que tanto de la lectura del Seminario 8, como de los dos textos anteriores, el padre, en esta declinación de su autoridad, se refracta en las dos vertientes: burocracia impotente y obscenidad.
La primera radica en una dimensión de lo simbólico totalmente vaciado. Ello en tanto constituye la aplicación de una norma burocratizada que no permite alojar ninguna excepción y, por ello, demanda un sacrificio. Bien distinto del padre real que, como destaca Jacques-Alain Miller en su comentario sobre los tres tiempos del Edipo3, dice que sí, esto es, aloja una excepción. En cambio, el padre burócrata no hace más que repetir una norma vacía. De este modo, si no hay excepción, hay exigencia de sacrificio.
Y, a su vez, constituye un sacrificio muy particular, ante el cual no queda más salida que, como en el caso de Sygne, el signo del no. Ella padece el efecto de aquel, cuyo saldo es una posición de rechazo absoluto. En este punto, importa destacar las circunstancias de su muerte, con la que culmina la primera tragedia, El rehén. Tal como señala Lacan, quien termina siendo rehén, del chantaje y del sacrificio -las dos caras de la degradación paterna-, es ella. Así, en la escena en la cual agoniza, el cura le pide que muera en paz con Dios, ya que ha efectuado su sacrificio. Y ella, sólo con la cabeza, lo único que puede decir es no, hasta su último momento, en la coyuntura de un permanente sometimiento rechazado.
En ello reside su gran diferencia con Antígona, quien avanza hasta el final en su deseo. La posición de Sygne es otra, en un compromiso a medias entre sacrificio y rechazo. Asimismo, interesa considerar que el sacerdote que le solicita el sacrificio encarnaba para ella una función paterna. Tal como se ha mencionado al comienzo, el padre había sido guillotinado y su confesor había pasado a ser su referencia, su guía. Le solicita que entregue todo justamente a ella, quien ha consagrado toda su vida a la mantención de los títulos nobiliarios de su aristocrática familia agonizante, esto es ligados a su tierra, su tradición, su apellido.
Por otra parte, encontramos la segunda vertiente de la refracción paterna en su declinación: la obscenidad. Ya que allí todos intentan evaluar quién se quedará finalmente con la fortuna de los Coüfontaine que Sygne ha logrado preservar con sumo cuidado. Ahora bien, ella lo hizo en nombre de una tradición; en cambio, a los cuatro personajes abyectos no los moviliza más que una pura y desmesurada ambición. Toussaint, como subrayamos, encarna por ello lo opuesto del padre dador, en tanto es el padre gozador, obsceno, que pretende acaparar todo. Y una vez muerto, el hijo se identifica con la misma posición. De este modo, en ninguna de dichas vertientes del padre opera una función normativizante. Hallamos, o bien una ley ciega, vacía, automática, o bien la obscenidad. En términos de Lacan en su texto del año '53, no hay recubrimiento entre simbólico y real, sólo dos formas de la humillación y la carencia del padre.
Finalmente, en la tercera vertiente, existe el intento por parte de Claudel, de formular una salida de este atolladero, un intento de salvar al padre. Así como, según Lacan, Freud intenta salvarlo mediante su invención a nivel del complejo de Edipo, es posible afirmar que Claudel lo hace bajo la forma de un padre en donde la abstracción se impone por sobre la materialidad, y de ese modo logra transmitir y anudar algo. Es el Papa de la última obra, quien consigue rearmar el caos, tranquilizar, ligar, nombrar y articular.
En las dos primeras versiones del padre nada permanece, hay puro vacío. Sólo en esta última hallamos las huellas de aquello que perdura en una transmisión. No dejemos de señalar que se trata de la salvación que efectúa un pensador católico, quien considera la espiritualidad paterna como una dimensión esencial para establecer sus lazos.

Tal como ha sido expuesto, Lacan realiza un análisis de la declinación de la autoridad del padre en la época a través de las tres generaciones desplegadas en su sucesión. Pero el mismo problema fue abordado también desde otras perspectivas distintas. En el campo de la política, por ejemplo, diversos autores han intentado delimitar qué forma toman la autoridad y su legitimidad tras la abolición de su sostén tradicional. Y allí radica otra posibilidad de lectura de la declinación del padre, desde la cual se percibe cómo las democracias contemporáneas conllevan una relativización y dilución total del concepto mismo de autoridad.
¿Qué permanece entonces del padre cuando se diluye su sostén legitimado en la tradición de su autoridad? ¿Qué resta que no sea la burocracia o la obscenidad? Ésta es la pregunta central que dirige Lacan a través de la lectura de esta obra. Pero no es la única.

El padre, lo viril y lo femenino
Además de la vertiente paterna, Lacan destaca un contrapunto entre los personajes femeninos de las tres generaciones. Desde esta perspectiva, podemos distinguir qué mujer se presenta en relación a cada una de las figuras del padre: qué posición femenina corresponde a cada posición paterna.
Ya hemos afirmado que Sygne constituye la encarnación del puro sacrificio y del signo del no, el rechazo, en respuesta al padre que no aloja la singularidad y que exige el sacrificio.
Las dos mujeres que se corresponden con la obscenidad paterna son las que, en palabras de Lacan, "se lo juegan a los dados". En otras palabras, quedan tomadas también por dicha obscenidad. Incluso alientan al hijo a matar al padre, en un juego de especulaciones por ver quién captura la fortuna de la familia guillotinada.
Por último, hallamos en Pensée al personaje más misterioso y enigmático de la trilogía. Y Lacan dilucida en ella una salida por la vía del deseo. Es el punto de llegada de esta suerte de dialéctica que la obra expresa, entre las tres formas del padre y los distintos personajes femeninos correspondientes.
En este interesante personaje encontramos a una joven bella, ciega e hija de madre judía. La ceguera tiene todo un valor simbólico puesto que el pueblo de Israel era representado, en las catedrales góticas, justamente bajo esa forma, que alude al no querer ver la llegada de Cristo, esto es, su no reconocimiento del catolicismo. De modo que en esa tercera generación asistimos al sueño de unir catolicismo y judaísmo en una suerte de Aufhebung dialéctica que caracteriza el final de la trilogía.
Por su parte Orian, el personaje que da un hijo a Pensée, es como un santo, un asceta. Pero ella suscita en él un deseo más fuerte que su santidad, lo cual genera una unión por la que ella ingresa en la familia papal. Se produce un anudamiento entre las diversas ramas que estaban desanudadas, en conflicto, produciendo una articulación expresada en el hijo que nacerá de ese lazo. De todos modos, esto no ocurre sin sacrificios, puesto que Orian muere en la guerra, y pide entonces a su hermano que se case con Pensée en matrimonio blanco, para darle su nombre. Así recibe ella este nombre que proviene de la familia papal.
Lo interesante es que, por un lado, esto está generado por un plan del Papa, pues es él quien alienta ese lazo. Pero, por otro, es ella la que genera ese deseo tan fuerte en Oran y logra realmente producir esa unión, causando el movimiento final. Es por ello que Lacan ubica al personaje de Pensée en una divergencia respecto de los anteriores y a nivel de un renacimiento del deseo. Tras la mortificación del primer tiempo, encontramos una revitalización deseante que emerge en la figura femenina de este tercer y último tiempo. Es la mujer que puede causar un deseo en un hombre y desde allí hace existir la nominación paterna.
La pregunta por lo que resta del padre tras su declinación se articula entonces con sus consecuencias sobre lo femenino.

El padre en el caso Hans
Volviendo al texto de 1938, cabe destacar que las ideas formuladas allí se retoman años después a la luz del Seminario IV, en el cual Lacan sostiene que, en los albores del Edipo, "...se trata...de que -el niño- se enfrente al orden que hará de la función del padre la clave del drama..." (Lacan 1955-1956, 202), es decir, el hecho de acceder a la posición de ser un padre. Destaquemos aquí el término orden, aquel que hace a dicha función. Lacan afirma que sólo se ingresa a este orden de la ley si el niño "...ha tenido frente a él a un partenaire real, alguien que en el Otro haya aportado efectivamente ago que no sea simplemente llamada y vuelta a llamar...alguien que le responde" (Lacan Ibíd., 212), es decir, la ley de alguien que aporta y responde. Justamente aquí se ubica el drama, pues no se trata de una legalidad reglamentada de manera autómata, sino de la necesidad de alguien que "humanice" la norma, con su aporte y su respuesta.
Esto nos introduce en lo que atañe a la función real del padre, a su "incidencia castradora" en su forma "degenerada", tal como Lacan lo afirma en el Seminario IV y que se puede ubicar como un anticipo del concepto de père-ver-sion que despliega en su enseñanza de los años setenta. La elección de este Seminario no es casual para trabajar el tema que nos ocupa, si pensamos que en él Lacan se dedica a analizar el caso freudiano del pequeño Hans, en donde la función real del padre no opera y por lo cual se debe hallar una suplencia a ese padre que no castra.
Destaquemos allí dos elementos fundamentales: la emergencia del pene real ante lo cual el niño no sabe qué hacer, en tanto se presenta totalmente ajeno, "hétero", invasivo, perturbador, fuera de cuerpo. He aquí el drama: "Se trata de saber cómo va a poder soportar Juanito su pene real, precisamente porque no está amenazado..."(Lacan Ibíd., 367). El padre se empeña en no castrar aquello que irrumpe y esto resulta insoportable, dando lugar al surgimiento de la angustia. Por otro lado: la relación con la madre, o mejor dicho "sus bragas y la carencia del padre" por la que Hans le reclama a este último: "fóllatela un poco más" (Lacan Ibíd., 364). Es decir que "...lo más angustiante que hay para el niño se produce, precisamente, cuando la relación sobre la cual él se instituye, la de la falta que produce deseo, es perturbada, y ésta es perturbada al máximo cuando no hay posibilidad de falta, cuando tiene a la madre siempre encima" (Lacan 1962-63, 64). En relación con esto, afirma -en la última parte de su enseñanza- que "...un padre no tiene derecho al respeto, sino al amor, más que si el dicho, el dicho amor, el dicho respeto está...père-versement orientado, es decir hace de una mujer objeto minúscula que causa su deseo..."(Lacan 1974-75, 21-01-75). Así, frente a la inoperancia paterna de hacer de la mujer la causa de su deseo, Hans tiene que vérselas en el lugar del falo con la "anomia" del deseo de la madre insatisfecha e insaciable, y con la concomitante angustia que ello conlleva. Al decir de Lacan en el Seminario de La Angustia: "si de pronto falta toda norma, o sea, lo que constituye a la anomalía como aquello que es la falta, si de pronto eso no falta, en ese momento es cuando empieza la angustia" (Lacan 1962-63, 52). Ante esta coyuntura, encuentra una solución de compromiso en la fobia al caballo que opera como sustitución de la degradación del Edipo, como sustituto paterno y significante de la ley que cumple una función orien
tadora en relación a la angustia y a la castración.
Así, es posible ubicar la antinomia paterna, no sólo en la incidencia de la norma en su vertiente simbólica que interviene frente al sin ley del deseo materno, sino también en esta función "degenerada", como paradigma de la pé-re-version y que atañe al goce del padre en su dimensión real que toma a una mujer como su causa. Es una versión del padre que "humaniza" el deseo y puede hacer lugar a su transmisión, en tanto plantea, en la lógica del todo y la excepción, una excepción a la automaticidad de la norma que rige para todos.

El padre real en los Seminarios IV y V
Retomamos aquí la perspectiva a nivel de lo real del padre en la medida que, a la privación materna, él debe aportar "algo". Se trata del padre del tercer tiempo del Edipo donde aparece como portador del falo y puede darlo a la madre. Aquí entonces opera "...como el que tiene el falo y no como el que lo es, y por eso puede producirse el giro que reinstaura la instancia del falo como objeto deseado por la madre, y no ya solamente como objeto del que el padre puede privar..." (Lacan 1957-58, 199). Se trata de un padre real y potente -aunque marcado por la castración y, por lo tanto, no omnipotente- en el sentido fálico que puede tomar a su cargo en el deseo de mujer que habita en esa madre, dejando la posibilidad al niño de ubicarse en un lugar otro que aquel que saturaba imaginariamente siendo el falo para el deseo materno, vía identificación con aquel como Ideal del yo.
Si bien en la segunda etapa del complejo el padre era el que decía "no" al mensaje que el niño esperaba de su madre, en el tercer tiempo es el que permite una salida, mediante títulos de futuro uso. Se establece entonces un pasaje desde la interdicción paterna al padre que autoriza y dona -y que es donde Lacan coloca el acento-, como dador y posibilitador de un acceso normalizado -"nor-ma-le" en francés male es "macho", es decir, se trata de la norma-macho fálica- del sujeto a su posición sexuada. Pero no solamente eso, porque asimismo pantea a importancia de que la mujer sea no-toda madre, a fn de poder desear como tal a un hombre, más allá del hijo. Esta salida es la que en Hans no se establece sino vía la fobia al caballo que opera como respuesta frente al desfallecimiento del padre real y que para Lacan no es sin consecuencias en lo que atañe a su posición, la cual resulta ser una posición pasivizada, semejante a la que adoptan aquellos que "...esperan que las iniciativas vengan del otro lado-esperan, por decirlo todo, que les quiten los pantalones..." (Lacan 1956-57, 418) como crítica al hombre moderno, en un nivel que retorna en aquello que se escucha en la clínica actualmente, donde el extravío, la desorientación, cierta paralización o, por el contrario, los pasajes al acto prevalecen sobre la decisión de un acto.

Conclusiones
En este desarrollo, en el cual intentamos indagar diversos antecedentes de la enseñanza de Lacan sobre la declinación paterna, permite asimismo comenzar a delimitar la relación entre los problemas actuales tanto de lo femenino como de lo masculino. Porque la cuestión del padre real es al mismo tiempo la del deseo masculino y sus incidencias en la época. Y aunque exista una tendencia a pensar al padre real como aquel que toma a una mujer como causa de su deseo, no hay por qué dar por sentado que esto ocurra tan fácilmente en la actualidad. De qué modo un hombre puede estar al día de hoy en esa posición, es un asunto a considerar y discutir. Tal como la clínica muchas veces lo demuestra -y este es un punto central del Seminario 4- la pasivización masculina, ligada a la declinación del padre, es correlativa a la permanencia en una posición de fetiche del deseo materno.
En este sentido, y retomando la obra de Claudel, Lacan sostiene que Orian, causado por Pensée, es "un hombre verdadero". Es la primera vez que aparece, entre todos los personajes de la obra, un hombre verdadero ya que él realiza una inversión de la renuncia: es por su deseo por esa mujer, singular, que renuncia a la santidad y a las altas misiones que su relación con el Papa le imponían. Es decir que aquí lo que haría "verdadero" a un hombre es su posición deseante -opuesta a la pasivización- orientada hacia una mujer singularizada.
En virtud de lo expuesto, es posible afirmar que la carencia no sólo a nivel significante sino a nivel real del padre, sumada a cierta "...'maternalización' gradual de la familia nuclear durante el siglo XX..." (Roudinesco 2003, 114) y, por otro lado, su extravío actual, nos ubica en una coyuntura donde prevalece la angustia. Una angustia que surge allí donde el padre no responde -y el deseo materno sólo aparece como estrago, extravío o caída-, allí donde los significantes amo de las tradiciones han perdido su valor orientativo, al prevalecer su enjambre o su pulverización. Ahora bien, sería ilusorio pensar que el psicoanálisis pueda en sí mismo revertir el impulso hipermoderno. Tal como lo anticipa Lacan, no se trata de restaurar la omnipotencia patriarcal en una época que presentifica sin cesar -en la desorientación- su declive en el contexto de profundas mutaciones del orden familiar. Tampoco se trata de anticipar un advenir catastrófico. Así como Freud intentó con el Edipo salvar al padre, Lacan por su parte siguió los pasos de su declinación y se interrogó por cómo servirse de sus semblantes. Se trata más bien de leer, en las invenciones que surgen sobre el vacío de las tradiciones, las huellas de sus soluciones sintomáticas.

1E. Durkheim (1892): "La famille conjúgale", en Textes 3. Fonctions sociales et institutions, Éditions du Minuit, Paris, 1975, p. 35-49.

2Durkheim es el creador de este concepto, el cual puede entenderse como un antecedente de la concepción de la época del Otro que no existe, a partir de esa dilución. A su vez, dicho autor considera que la declinación del padre no implica todavía la desaparición total de su ley, pero sí le hace tomar formas cada vez más abstractas, menos encarnadas.

3Cf. MILLER, J.-A. (2000): Lectura del Seminario 5 de Jacques Lacan. Buenos Aires, Paidós, 2000.

Bibliografía

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2- Durkheim, E. (1892): "La familia conjúgale", en Textes 3. Fonctions sociales et institutions. Editions du Minuit, Paris, 1975, pp. 35-49.         [ Links ]

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Fecha de recepción: 27 de mayo de 2013
Fecha de aceptación: 7 de octubre de 2013