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Anuario de investigaciones

versión On-line ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.20 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2013

 

PSICOANÁLISIS

El objeto en la melancolía

The object in the melancholy

Ortiz Zavalla, Graciela L.1; Berdullas, Pilar2; Malamud, Marta3

1Profesora Adjunta Regular, Psicoanálisis Freud I, Facultad de Psicología, UBA. Investigadora UBACyT. E-mail: gracielazavalla@yahoo.com.ar

2Idem 1.

3Idem 1 y 2.


Resumen
El  presente trabajo se propone explorar las diferencias entre la melancolía como estructura clínica y las características melancólicas que se presentan en los trastornos psiquiátricos.
El superyó juega un papel central en esta distinción; la voz que lo constituye y su relación con los objetos pulsionales será considerada desde las perspectivas freudianas y lacanianas. El estudio del  cuerpo y de la importancia de la imagen en su constitución contribuirá al esclarecimiento de la abolición del deseo, esencial a la melancolía.

Palabras Clave
Melancolía; Superyó; Objetos pulsionales; Imagen corporal

Abstract
This paper intends to explore the differences between melancholy as a psychic structure and melancholic characteristics that present themselves in psyquiatric disorders. The superego plays a central role in this distinction; the voice that constitute it and its relationship with pulsional objects will also be considered according to freudian and lacanian thought. The study of the body and the importance of the image in its constitution will contribute to the understanding of  the abolition of desire.

Key words
Melancholy; Superego; Pulsional objects; Body image


 

Hemos recabado la distinción entre depresión y melancolía. Este último término que reúne una serie de hechos clínicos de carácter difuso, parece haber perdido toda relación con la tradición psiquiátrica y es tratado, con mayor frecuencia, por una psiquiatría pragmática y cuantitativa que elabora variadas tipologías en función de los medicamentos. La psiquiatría actual despeja para su comprensión factores endógenos o exógenos como también causas reactivas o no reactivas. Al considerarla un estado de ánimo que revela un desequilibrio psico-motor implica en su etiología el orden psíquico junto al orden somático. El Manual Diagnóstico y Estadístico de la Asociación Americana de Psiquiatría considera los síntomas melancólicos como una característica a tener en cuenta dentro del trastorno depresivo mayor; los sentimientos de indignidad, de autoacusación o de culpabilidad excesiva o inapropiada pueden estar ausentes en dicho trastorno que comprende, en cambio, un humor disfórico definido por depresión, tristeza, desesperanza, desaliento e irritabilidad. La melancolía no tiene lugar como categoría diagnóstica en el DSM IV. En el caso de los trastornos bipolares se releva la presencia o ausencia de síntomas psicóticos mientras que el trastorno depresivo mayor puede ser acompañado por síntomas melancólicos o catatónicos. Los rasgos melancólicos son desvinculados de los síntomas psicóticos aunque pueden coexistir con ellos. Estas consideraciones nos han revelado cómo -para la medicina- es posible establecer un continuo entre depresión y melancolía.
La búsqueda de dicho término en el planteo freudiano nos ha llevado a encontrarla acompañando diversos síntomas; Freud encuentra signos de depresión en la histeria y también en la neurosis obsesiva, pero la depresión en sí misma no es tratada como síntoma ni como estructura. Entendemos que los sentimientos de desvalorización del yo determinados por la percepción de impotencia así como por la incapacidad de amar -por razones anímicas y corporales- dan lugar a características depresivas que pueden hallarse en distintos estructuras neuróticas. El sentimiento de sí se afirma sobre bases narcisistas. Cabe subrayar que para las psicosis no se trata de un yo desvalorizado sino de un yo que ha padecido un daño. Hemos diferenciado la depresión, que acompaña procesos de duelo, de la melancolía. En la primera se trata de un despoblamiento del mundo exterior que produce un agujero en el Otro mientras que en la melancolía es en el yo donde se presenta el agujero. Verificamos para la melancolía el tratamiento real de lo simbólico propio de la estructura psicótica; la dimensión de la falta que es consecuencia del despliegue del significante se realiza como vacío. Se configura, de este modo, una clínica del vacío y no de la falta fálica.
Se ha corroborado cómo a diferencia del planteo freudiano y lacaniano hay autores que hacen de la depresión un modo de personalidad y la consideran fuera de la transferencia. Lacan le reconoce, en cambio, a Melanie Klein el mérito de ubicar su fase depresiva en el tratamiento analítico. Hemos indagado fundamentalmente la melancolía como estructura clínica. Nos ha quedado por investigar su lugar en distintos momentos de la cura, en especial el momento maníaco depresivo que Lacan ubica hacia el final del análisis.
Hemos considerado la diferencia entre el duelo y la melancolía. Concluimos que el duelo crea una falta, habilitando una posible transformación de la aniquilación de vida en una pérdida. En lo que concierne a la melancolía, y al dolor en la melancolía, no se vuelve posible que la pérdida afecte al objeto pues el afectado por la pérdida es el yo. La diferencia entre el duelo y la melancolía es entonces una diferencia de estructura, no se trata de una distinción entre el duelo como modelo normal y la melancolía como desarreglo patológico. En la melancolía el objeto triunfa y el yo se vuelve sombra del objeto como resultado de una identificación que no inscribe sus rasgos; es el mismo yo el que se vuelve el lugar opaco del objeto a secas.
Investigamos la caracterización del yo melancólico y lo hemos comparado con la estructura melancólica del yo, tal como es definida por Freud en su trabajo "El yo y el ello". Se puso de relieve la ausencia del funcionamiento del pudor como barrera en la autoinjuria melancólica. Se ha analizado la certeza melancólica sobre el propio ser en la vía de lo degradado y la ausencia de velo sobre dicha degradación. Articulamos esta problemática con la afirmación freudiana de que la elección del objeto amoroso perdido se realizó a partir de una elección de objeto de tipo narcisista. Se concluyó que este objeto amoroso procura una estabilización en tanto permite el sostenimiento de la imagen de sí y su pérdida deja al sujeto sin su fundamento especular. La identificación subyacente ("identificación narcisista", en "Duelo y melancolía") es a la Cosa, das Ding.
Se ha puesto de relieve que la estructura melancólica del yo es para Freud el modo en que el yo se erige ante el ello para propiciar la renuncia al objeto pulsional. Analizamos la frase del trabajo de Freud en "El yo y el ello": "Puedes amarme, soy similar al objeto perdido"; el yo se ofrece allí como sustituto del objeto de la pulsión .Se consideró que "similar" supone un parecido y una diferencia a la vez, diferencia que se anula en la melancolía donde el "similar" se transforma en "soy", equiparando de ese modo el yo con el objeto. De este modo la operación melancólica resulta inversa a la operación que constituye al yo, dado que al no poder perder el objeto, pierde al yo.
Hemos indagado sobre la particular implicación del cuerpo en la melancolía y se han ubicado lugares en la teoría donde esta implicación se articula. En el trabajo "Duelo y melancolía" se despliegan diferentes referencias al cuerpo. Freud describirá la complacencia melancólica en lo que denominará "desnudo moral". Señala que es probable que en la denigración de sí el sujeto remita a una verdad sobre su ser y se pregunta por qué se debería enfermar por alcanzar una verdad. Diferenciará el estatuto del autorreproche del desnudamiento de sí en tanto falta en este último la vergüenza, característica del autorreproche. Hay una exhibición de las bajezas que, por esa misma exhibición, dan cuenta de un estado patológico (más allá de si dice la verdad sobre sí o es injusto consigo
mismo). Al referirse a la paradójica culpabilidad melancólica que conduce al desnudo, Colette Soler afirmará que se trata de una hiperculpabilidad que al mismo tiempo exime de los deberes, en tanto el melancólico no está sometido a los valores del Otro.
Otra referencia al cuerpo en "Duelo y melancolía": la afirmación freudiana de que el complejo melancólico se comporta como una herida abierta que atrae investiduras y vacía al yo. La pérdida libidinal se relaciona con una herida que no cierra. Se ha comparado el lugar de la herida abierta con el desarrollo que Freud realiza en su trabajo "Pegan a un niño" donde sitúa dicha fantasía como un precipitado y, también, como una cicatriz del Complejo de Edipo. El delirio de insignificancia del neurótico es parcial; se concilia con una sobrestimación de sí mismo. La inferioridad neurótica es presentada como una cicatriz narcisista. Herida abierta o cicatriz marcan una clínica diferencial entre la melancolía y las neurosis. La escena privada de cuerpos de niños pegados es confesada con pudor por el neurótico. Lo que se recuerda es el triunfo narcisista sobre el rival castigado. La escena fantasmática del cuerpo propio pegado, escena a construir en el análisis, oficia como cicatrización; la cura de la herida contrasta con la exhibición gozosa de la herida en la queja melancólica.
Hay una particular idea de espacialidad: Julia Kristeva refiere para la melancolía un cuerpo cerrado, un cuerpo-cripta que encierra un cadáver viviente. El objeto eternizado es la Cosa, entendida como objeto materno primigenio. Kristeva discierne en la imposibilidad de pasar a otros objetos, una fijación del melancólico a ese objeto Cosa; dicha fijación resultaría de la desmentida que ha recaído sobre la negación. Si el acceso al objeto perdido es tan sólo aquél que el sujeto tiene a su alcance en el significante y la negación es lo que sostiene la función del juicio de atribución y de existencia, esa operatividad simbólica -en el planteo de Kristeva- queda anulada por una desmentida (Verleugnung) en la melancolía; como resultado de dicha anulación el cuerpo deviene continente del objeto innombrable.
Otra referencia de Freud al cuerpo, para pensar la melancolía, está dada por el lugar del dolor. Cuando Freud quiere circunscribir el estatuto del dolor en diferentes trabajos, lo ubicará con relación a un estímulo que ataca la periferia y perfora los dispositivos de protección antiestímulo. Este estímulo se convierte en un estímulo pulsional continuo ante el cual es imposible sustraerse. Subraya el hecho de que el lenguaje equipara en la palabra "dolor" el dolor anímico por pérdida del objeto con el dolor corporal. El dolor queda situado con respecto a una ruptura de límites que será el fundamento de la queja melancólica.
En la intersección entre cuerpo, dolor y moral se ha analizado el trabajo de Foucault "Vigilar y castigar", donde se sitúa la historia de la relación entre dolor corporal y dolor del alma. Resumimos los principales hitos: hasta fines del siglo XVIII el castigo estaba relacionado con lo que define como fiesta punitiva, escenario en el que se exhibía públicamente el suplicio corporal al condenado. Para finales de ese siglo se va extinguiendo el espectáculo punitivo y
el ceremonial de la pena va entrando en las sombras: el castigo cesa de ser teatro en tanto se visualiza que el ritual del castigo al delito mantenía con ese delito turbios parentescos: el verdugo quedaba emparejado con el criminal. Así, las prácticas punitivas se vuelven púdicas con la desaparición del espectáculo del dolor. Se disimula el cuerpo supliciado. Se buscará ahora que el castigo que ante recaía sobre el cuerpo, caiga sobre el alma. Foucault afirmará que a la expiación que causa estragos en el cuerpo, debe suceder un castigo que actúe con profundidad sobre el pensamiento y la voluntad. En el melancólico confluyen con el dolor anímico fenómenos como la anorexia, el insomnio y diversas formas de negativismo.
Se han analizado una serie de casos donde la producción de graves daños en el cuerpo funcionó como estabilizador de la enfermedad. Se concluyó que el daño físico aliviaba del padecimiento psíquico en tanto permitía temporariamente localizar el goce invasivo que borra al yo.
Se indagó sobre los desarrollos de Lacan en el "Seminario de la Ética" con respecto a la dimensión moral de la melancolía. Lacan se referirá al complejo del semejante. Dirá que das Ding es el elemento aislado por el sujeto en su experiencia del semejante pues éste se presenta como extranjero. Afirma que das Ding en tanto Otro Absoluto del sujeto es lo que se trata de volver a encontrar. Este encuentro imposible tiene en la nostalgia una de sus manifestaciones fundamentales. Das Ding es definido por Lacan por fuera del campo de la significación; mientras la elección de neurosis es planteada desde la orientación subjetiva con respecto a ese vacío de significación, la melancolía resulta de la identificación con la Cosa misma. Lacan, en este seminario, hace depender la organización de la realidad de la relación con la realidad muda que constituye das Ding. Se ha situado esta trama significante pura -en tanto desprovista de aquello que escapa al símbolo- en "Duelo y melancolía"; hemos puntualizado al respecto el lugar que tiene la conciencia moral. El objeto extraño (la sombra), adueñado del aparato, se hace escuchar a través de la moral. Lacan recuerda el horror de Freud, en "El malestar en la cultura", ante el mandato de amar al prójimo como a sí mismo. Ubica allí la realidad fundamental que habita en ese prójimo y que constituye, al mismo tiempo, la realidad del propio sujeto: el núcleo de goce al que no osa aproximarse.
Desde esta perspectiva se ha reflexionado sobre la función de la carga de objeto, ausente en la melancolía. Lacan, en el Seminario 1, lee el estatuto de esta carga desde el registro imaginario que articula la relación al otro. La desaparición del semejante, dada la ruptura del eje imaginario, deja al sujeto a merced de ese núcleo de goce que es el Otro absoluto, la sombra.
Se concluyó que la elección narcisista de objeto queda situada como una estrategia por la cual el sujeto organiza a través del semejante una distancia con respecto al núcleo de goce, distancia que se derrumba con la pérdida del soporte identificatorio que ofrece el semejante.
El hallazgo de ciertas ideas caracterizadas como melancólicas por su peculiar intensidad nos ha llevado al papel central que el Superyó tiene para nuestra afección. Freud
califica de melancólicas a aquellas ideas que considera como hipervalentes e hiperintensas. Se presentan con mayor claridad en la melancolía que ha sido objeto de nuestro estudio, pero son también reconocidas en el caso Dora como en el historial de "El hombre de las ratas": las ideas de venganza en la histeria y los tormentos obsesivos tienen esa hipervalencia. En las neurosis la ambivalencia hacia el objeto perturba la identificación y configura una identidad vacilante. Las afirmaciones freudianas desarrolladas en sus historiales han contribuido a precisar las diferencias entre la melancolía como estructura clínica particular y su presentación en cuadros neuróticos. Para la melancolía -en sentido estricto- Freud considera un yo que ha padecido un agravio; si el yo es resultante de las marcas dejadas por los objetos abandonados, un yo que presenta una falla en su estructuración -como es el del melancólico- resulta de un proceso identificatorio que se ve obstaculizado. En tanto la identificación se produce a posteriori de la pérdida de objeto, cuando se trata de un objeto que no es apropiado ni perdido Freud se ve llevado a teorizar una especial identificación que designa como "narcisista". Encontramos en Lacan una afirmación que hecha luz sobre este peculiar derrotero; la designación de melancólico al proceso por el cual se da una identificación interminable entre el yo y el Superyó.
La presencia de ideas hipervalentes así como el proceso de identificación sin fin nos han conducido a precisar el lugar especial del Superyó para la melancolía. En el delirio de indignidad el yo se resigna a sí mismo porque se siente odiado y perseguido por el Superyó. El destino de la agresión ejercitada por el Superyó ha sido de fundamental interés. En las neurosis obsesivas el sadismo superyoico procede como si quisiera aniquilar al objeto y no al yo. A través de una ambivalencia incesante el yo trata -sin lograrlo- de defenderse al mismo tiempo de sus impulsos asesinos y de la conciencia moral castigadora. Es el dominio de la hostilidad aquello que fracasa en el melancólico; su yo se vacía y aloja la hostilidad hacia el objeto odiado. Contrariamente a las apariencias es el odio y no el amor aquello que impide separarse del objeto. La constitución del Superyó y su funcionamiento es crucial para nuestro tema. Los nombres freudianos y lacanianos de dicha instancia han sido considerados. Freud lo conceptualiza como heredero del Complejo de Edipo y lo vincula a la instancia parental; la puntualización de lo parental como instancia indica que se trata de algo más complejo que la herencia de los propios padres En la misma dirección consideraremos diferentes puntualizaciones lacanianas sobre el superyó: su homologación con el fantasma y su vínculo con la introyección. Esta última alude a una incorporación que hablaría de un objeto que, en tanto no perdido, no habría dejado marcas y habría devenido en esa peculiar identificación designada como narcisista. En el "Atolondradicho" Lacan afirma que los dichos superyoicos sólo pueden refutarse, completarse, inconsistirse, indemostrarse, indecidirse "a partir de lo que existe de las vías del decir". Aquello que resta sin interpretar -el decir en los dichos superyoicos- contribuye a la melancolización. La tonalidad melancólica que acompaña a las neurosis resulta del encuentro con un límite en el campo del saber inconsciente. En la melancolía propiamente dicha el texto todo resulta ininterpretable, de allí su designación -en términos de Lacan-, como trama significante pura. Hemos investigado la relación entre la voz y la cadena significante. La voz que hace escuchar el melancólico presenta una atribución subjetiva unívoca: se trata de insultos hacia la persona propia. En la neurosis, el sustrato de voz del Superyó tiene dimensiones varias: se pone en juego la invención de diversos otros; el Otro del deseo y el Otro del goce en el fantasma. Estos Otros resuenan ante el encuentro con la castración.
Hemos tomado prestado del planteo lacaniano presentado en "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis" la cuestión del padre para nuestro tema. Si su funcionamiento es condición de la regulación de goce y la consiguiente orientación para el deseo, la forclusión del Nombre del Padre tiene como contrapartida fenómenos en los que se asiste a una invasión de ese goce no regulado. La falla en la constitución del Ideal que sostiene al yo y que viste la dimensión de falta en el Otro explica aquello que los delirios intentan simbolizar. En el delirio de indignidad melancólica son raras las alucinaciones al igual que los neologismos, pero los dichos, aunque correctos, no dejan de presentar cierta impresión de absurdo en lo que F. Peillon designa como destierro de los aparatos de enunciación y donde el sujeto, en una eventual enunciación, sólo se evoca como objeto. Es en esta posición de objeto configurada para la paranoia por la forclusión del nombre del Padre que emparentamos al perseguido con el melancólico. Al enfrentarnos casi exclusivamente con voces sádicas que sitúan al sujeto en una posición masoquista de objeto, asistimos a una presentación del Superyó como en estado puro, sin la referencia al Ideal. En la neurosis, el neurótico se culpabiliza cuando no está en regla con el Ideal; derrumbado el Ideal -en las psicosis- parece escucharse sólo el imperativo superyoico. Freud entiende en "El yo y el ello" que lo central de la melancolía se libra entre el yo y el Superyó. Al igual que en "Psicología de las masas" la compara con el estado amoroso, pero ahora introduce algo nuevo: el abandono del objeto edípico -que produce modificaciones en el yo- puede dejar el camino libre a la pulsión en particular la que designa como pulsión de muerte- que normalmente está fijada en forma narcisista por el ideal. Freud entiende que se trata de una desmezcla pulsional que nosotros entendemos como fracaso de ligadura, es decir, como falla de la articulación simbólica. El binario pulsión de vida -pulsión de muerte presenta una disfunción: el primer término desnuda, en su fracaso, la crítica imperativa del segundo. La teorización de las pulsiones hace de base al binario que tiene en la clínica su manifestación: se trata de otro binario, aquel que sitúa los polos del amor y el reproche. En esta oposición encontramos un mismo movimiento entre la primera identificación -Ideal-pacificadora y la carga pulsional de muerte que representa el Superyó. El fracaso de esta primera identificación explica la afirmación freudiana de la melancolía como puro cultivo de la pulsión de muerte.
Hemos corroborado nuestra hipótesis inicial. A diferencia del duelo donde el sujeto puede perder lo que en realidad perdió, verificamos que el melancólico permanece pegado al objeto -no puede perderlo- pues la castración no ha operado para él. La no vigencia de la operación castración - separación produce una modificación profunda del régimen de los objetos "a" del cuerpo. Ciertos fenómenos clínicos nos han permitido verificar las consecuencias de la "no extracción" de dichos objetos; así junto a la voz y a la mirada que acusan desde lo real, hay fenómenos hipocondríacos -donde puede situarse el objeto pegado al cuerpo- al igual que intentos de automutilación en los que se trata de extraerlo con fuerza. La abolición del deseo da cuenta también de la falla de estos objetos en su función de causa del mismo y se refeja en la petrificación del melancólico que parece experimentar el no deseo. El suicidio melancólico es también una peculiar forma de separación; el sujeto deja de hacerse representar por el significante, sale de la escena y cae junto con su objeto; atraviesa, de ese modo, su propia imagen para alcanzar el objeto "a".

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Fecha de recepción: 14 de mayo de 2013
Fecha de aceptación: 31 de octubre de 2013