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Anuario de investigaciones

versión On-line ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.21 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul. 2014

 

Psicoanálisis

Libertad, causalidad y dirección de la cura en psicoanálisis

Freedom, causality and direction of the treatment in psychoanalysis

Muñoz, Pablo D. 1

1 Psicoanalista. Lic. en Psicología, UBA. Magíster de la Universidad de Buenos Aires en Psicoanálisis. Prof. Adj. a cargo de Psicología Fenomenológica y Existencial, Fac. de Psicología, UBA. Director del proyecto UBACyT (2012-2014): "La libertad en psicoanálisis. Su incidencia en la concepción de sujeto y la causalidad en la obra de J. Lacan. Consecuencias clínicas y éticas". E-mail: pmunoz@psi.uba.ar

RESUMEN
En este trabajo se presentan algunas conclusiones del proyecto de investigación UBACyT 2012-2014: "La libertad en psicoanálisis. Su incidencia en la concepción de sujeto y la causalidad en la obra de J. Lacan. Consecuencias clínicas y éticas", dirigido por el autor. La libertad no constituye un concepto propio del psicoanálisis, no obstante encuentra en él ciertas articulaciones con algunos conceptos que delinean una noción peculiar de la libertad, que se distingue de las concepciones filosóficas y psicológicas. En este trabajo se discute la relación libertad- causalidad y la libertad en la dirección de la cura.

Palabras clave:
Libertad - Causalidad - Cura

ABSTRACT
This article presents some conclusions of the research project UBACyT 2010-2012: "Freedom in psychoanalysis. Its impact on the causality and subject concepts developed on Jacques Lacan work. Clinical and ethical implications" directed by the author. Freedom is not a psychoanalysis concept, nevertheless it is found in certain psychoanalitic conceptualizations in relation with some concepts that delineate peculiar notion of freedom, as distinguished from the philosophical and psychological. In this work we discuss the relation freedom-causality and freedom in the direction of the treatment.

Key words:
Freedom - Causality - Cure

Introducción
El proyecto de investigación 2012-2015: "La libertad en psicoanálisis. Su incidencia en la concepción de sujeto y la causalidad en la obra de J. Lacan. Consecuencias clínicas y éticas", se ha propuesto la delimitación precisa de la concepción de la libertad que surge de la lectura de las obras de S. Freud y J. Lacan.
Las conclusiones a las que parcialmente se han arribado son: 1.- La libertad como locura: Según J. Lacan la realización plena de la identificación del sujeto con el ideal sin la mediación del Otro, le da al ser la ilusión de la libertad: ser lo que es sin el Otro. Se trata de una identificación al Ideal sin referencia al Otro, libre de las ataduras del Otro que, dialécticamente, hacen del sujeto un sujeto dividido. Pero el acceso a la libertad por este medio es un engaño pues en verdad no es un punto de libertad sino de esclavitud.
Locura y libertad se articulan entonces para J. Lacan del siguiente modo: "Lejos de ser ‘un insulto' para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento. Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad" (Lacan 1946). Así Lacan establece una relación indisoluble aunque paradójica entre ambos términos. Lejos de ser un insulto, la locura es inherente a la libertad, dicho de otro modo: sólo es posible considerarse libre siendo loco, es decir títere del Ideal. La locura es creerse libre, sin relación al Otro, cuando en verdad se está amarrado al Ideal, que es -como el matema lacaniano destaca- un elemento del Otro: I(A).
2.- La relación de oposición entre libertad y determinación: Esta oposición se lee en las siguientes afirmaciones de S. Freud: "no hay en lo psíquico nada que sea producto de un libre albedrío, que no obedezca a un determinismo" (Freud 1901). Pero -y hete aquí una de sus dimensiones paradojales- ese fundamentalismo determinista no hace que Freud lo exima de la responsabilidad por sus actos: "Si el contenido del sueño no es el envío de un espíritu extraño -afirma-, es una parte de mi ser; si, de acuerdo con criterios sociales, quiero clasificar como buenas o malas las aspiraciones que encuentro en mí, debo asumir la responsabilidad por ambas clases..." (Freud 1925). A partir de estas afirmaciones se encuentra en psicoanálisis una oposición entre las representaciones que actúan como sobredeterminantes de distintas formaciones del inconsciente, como por ejemplo el síntoma, los lapsus, el sueño, y la libertad que se cierne en la responsabilidad que Freud le asigna al sujeto por dichas formaciones. Oposición que deja al sujeto, lo que habitualmente se denomina como "margen de libertad".
3.- La arista interpeladora de la libertad: Al situar la libertad desde el concepto de "responsabilidad subjetiva", y entendiendo que el sujeto no es agente de dicha respon- sabilidad, sino que la responsabilidad le es atribuida por el Otro, la libertad asume un costado traumático, en tanto no es libertad del sujeto, sino una libertad atribuida desde el Otro, es decir, una libertad ante la cual el sujeto no puede sino tomar posición.
Estas conclusiones parciales nos permiten avanzar sobre nuevos problemas y profundizar algunos de los mencionados.

Libertad y Causalidad
La concepción de la causa en la que se sostiene una disciplina, ya sea explícita o implícita, es determinante de la práctica que se deriva de ella, así como de la lectura que se hará de sus efectos. La pregunta por la causa de las cosas apunta en general al problema del origen. Cuando la respuesta falta, queda en suspenso la prueba de la veracidad de su existencia, y a partir de ello se habilita el juego de acuerdos que la cultura admite y normatiza: entre las que descollan las teorías filosóficas, la religión, la ciencia, etc. Es una especie de a priori que rige desde el inicio toda acción y su conceptualización posterior. Y el psicoanálisis, como praxis, no escapa a tal determinación.
En efecto, la causa lo inunda todo: la causa del sujeto, la causa de la angustia, la causa del deseo, la causa del goce, y un largo, muy largo etcétera.
En el pensamiento de Freud la pregunta por la causa se intrinca con la pregunta por la determinación del padecimiento humano. Su búsqueda, en cada uno de los casos de su experiencia, de la "escena" del pasado que pudiere "explicar" el síntoma o la enfermedad, escudriñando los recovecos de recuerdos medio deshilachados, ha sido muchas veces interpretada, por una lectura que podemos denominar causalista-determinista, como la búsqueda de la causa única y provocada desde el exterior. Es así que tiende a localizarse la influencia de unos personajes centrales -para decirlo con todo, los padres- como la causante de la buena o mala suerte para el futuro de cada quien, al modo de un destino casi inapelable. Otras interpretaciones han enfatizado la supuesta policausalidad freudiana.
Lectura que por elegante y diplomática no deja de resultar imprecisa y, en consecuencia, inútil dado el fin de localizar la causa. La célebre sobredeterminación freudiana ha sido muchas veces vista como una variante de la indeterminación de la policausalidad en tanto se la ha entendido como la particularidad de un efecto que remite a varias causas y, a la vez, se ha entendido que cada una de esas causas remiten a varios efectos, lo que plantea un estado de indeterminación. Sea como fuere, el pensamiento "ontologizante" apunta siempre a la consistencia, incluso material, de la causa. Cuando no, aparece el mito.
En efecto, el problema de la causa es arrastrado habitualmente por los psicoanalistas al terreno del mito mediante la pregunta por el origen. Totem y tabú es la prueba freudiana: el padre de la horda primitiva funda la serie de los padres sobre un primer elemento por encima del cual ya no se puede explorar nada más. Es decir, el complejo problema de la causa se "resuelve" localizando un origen "mítico", como tal, insondable, excluído de la serie pero que la funda. No es nuevo en Freud. Ni único. Ese ha sido su modus operandi. Desde lo unerkannt del sueño, pasando por la pulsión de muerte, el narcisismo primario y la represión primaria, siempre tuvo la necesidad de mantener con firmeza un punto que escape a la investigación y que de ese modo ordene la consistencia.
Un autor como Guy Le Gaufey ha señalado que con Lacan, en este punto, se produce una "ruptura epistémica" (Le Gaufey 1993, 16) con Freud en tanto para él la preocupación por el origen dejó de ser pertinente. Según Le Gaufey, Lacan efectua una evicción del origen. "Evicción" es una figura jurídica que se caracteriza por la privación total o parcial de una cosa, sufrida por su adquirente, en virtud de una sentencia judicial. La palabra viene del latín evincere, que significa derrotar, despojar o vencer en un litigio.
De este modo, Lacan resuelve varios problemas, que no vamos a desarrollar aquí pues excede el marco de este trabajo. Pero esta referencia nos permite habilitar el planteo de la originalidad que Lacan ha tenido en cuanto al problema de la causa en psicoanálisis.
En efecto, quizás deba ser reconocido como el autor que nos lega un psicoanálisis absolutamente informado de la problemática de la causa en la historia del pensamiento universal. Ha recorrido las elucubraciones sobre la causa que se han hecho en los más diversos terrenos, desde la filosofía y la psicología hasta las vertientes más biologicistas y mecanicistas de la psiquiatría, pasando incluso por referencias insólitas, como el shamanismo.
En su escrito La ciencia y la verdad retoma las cuatro causas aristotélicas y las distribuye entre la magia, al religión, la ciencia y el psicoanálisis en función de la verdad como causa. Sintetizo aquí un trabajo enorme de justificación que insto a recorrer en las pocas pero arduas páginas en que Lacan reparte la causa eficiente para la magia, la causa final para la religión, la causa formal para la ciencia y la causa material para el psicoanálisis. Incluso no se priva de dar algunas indicaciones: es responsabilidad del analista, dirá, resistir a las otras tres causas. En nuestros tiempos, quizás especialmente el psicoanalista habrá de resistir al empuje de la ciencia, en la medida en que la ciencia moderna ha absolutizado el concepto de causa eficiente, y ha subsumido las restantes a ella, convirtiéndola así en la causa por excelencia, lo cual suele conducir a una posición eficientista y, finalmente, empirista, con la que el psicoanálisis se da de bruces. Sobre todo porque la priorización de la causa eficiente apunta a expulsar la subjetividad del observador.
Como es sabido, la transferencia quiere decir que el analista es "parte" de aquello que trata. Si su caso fuese un cuadro, el psicoanalista sería el Velázquez de Las Meninas. Es decir que está en esa interioridad externa, o en esa exterioridad íntima, que Lacan denominó neológicamente extimidad y que ya Freud destacaba: él está allí mismo como objeto, en el núcleo de la enfermedad que combate a la vez que la organiza y -paradójicamente- contribuye a constituir.
Si hay una diferencia entre ciencia y psicoanálisis que acentuar respecto de la causa, es cómo cada una conciben al lenguaje. Para las ciencias naturales el lenguaje es herramienta, atributo o mero instrumento, mientras que para el psicoanálisis es constituyente de la condición humana. En efecto, la noción lacaniana de sujeto supone su constitución en el campo del Otro, entendido como el lugar del lenguaje, a la vez que el sujeto se especifica como un efecto de esa estructura.
Ello ha conducido a algunos errores en la consideración de la causa pues a veces se ha pensado que el sistema significante es la única y verdadera causa primera para el psicoanálisis. Si el psicoanálisis localizase una causa primera, se cerraría todo margen de libertad; dicho de otro modo: si todo derivase del significante, el determinismo sería absoluto, sin resto. Conviene aclarar entonces que para Lacan el significante no es causa primera, causa originaria. Más aún, él prescinde de localizar causas primeras y se asienta en el vaciamiento del lugar de la causa. El significante es más bien causa formal, pero no eficiente ni primera. De donde resulta que el sujeto es causa material. Pero el lugar de la causa primera queda vacío.
Como se aprecia, el problema de la causa en psicoanálisis se entremezcla atravesando las apreciaciones sobre la libertad y sus márgenes. Preocupación que encontramos tempranamente en la obra de Lacan. En efecto, cuando discute con Henri Ey en el Coloquio de Bonneval dedicado al tema de la causalidad psíquica, el problema de la libertad está en primer plano.
Se trata del acalorado debate que mantiene con el célebre psiquiatra y que se ve reflejado en Acerca de la causalidad psíquica de 1946 y su crítica de la teoría órgano-dinamista de la psicosis sustentada por Ey en su Ensayo de aplicación de los principios de Jackson a una concepción dinámica de la neuropsiquiatría, aparecido en L'Encéphale en 1936. Lacan polemiza fuertemente con su concepción de las psicosis y no duda en calificarla de incompleta y falsa, porque si bien se ha enriquecido con ideas mecanicistas -debe recordarse que en el contexto de la interlocución con autores de la época Lacan rescata las elaboraciones de psiquiatras mecanicistas como De Clérambault y Guiraud aunque cuestiona sus hipótesis etiológicas1 - no pudo desprenderse de una noción del cuerpo como res extensa en el sentido de René Descartes.
En lo tocante a la concepción de la locura, este escrito de Lacan puede concebirse, en consecuencia, como su respuesta al empleo que Ey hace del término locura al afirmar que "Las enfermedades son insultos y trabas a la libertad" (Lacan 1946, 157). Lacan desmantela críticamente esta afirmación oponiéndole una concepción de la locura ligada a su doctrina de la causalidad psíquica vinculada a su teoría de la imago del yo, a partir de lo cual relativiza de un modo tan lógico como irónico aquello que se llama libertad. Tema que, sorprendentemente, es retomado a lo largo de su enseñanza con insistencia, incluso en sus últimos seminarios donde, a partir del uso que hace allí de algunas nociones de la teoría de nudos, la relación entre locura y libertad adopta un cariz muy interesante -que hemos abordado en otra investigación de la cual la presente es una consecuencia-.2
La síntesis de la crítica que Lacan hace al planteamiento de Henri Ey es que se le escapa conjuntamente la verdad del psiquismo y la de la locura porque "el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación para el ser en general, es decir, del lenguaje para el hombre" (Lacan 1946, 164). Es
preciso entonces analizar la locura a partir de la relación del sujeto con el lenguaje, que es considerado ya como instrumento de la mentira y la verdad del sujeto, es decir en un registro que implica lazo social y lógica: "la locura es vivida íntegra en el registro del sentido" (ibid.).
Sin embargo, lo que ahora se vuelve más transparente en lo tocante al problema de la libertad en la causalidad, es que Lacan le oponer un orden de realidad psíquica que implique la dimensión del sentido, al orden de realidad física inherente al organicismo sustentado por Ey. Desde esta perspectiva, el planteo de Lacan nos permite pensar que la clínica psiquiátrica no debe organizarse a partir de la búsqueda de un déficit sino de las significaciones que aporta el paciente. Así, la causalidad psíquica que sostiene Lacan "humaniza" la psiquiatría -si se nos permite utilizar el término como una oposición a la biologización más extrema a la que la psiquiatría tiende cada vez más de manos del avance de los químicos-, en la medida en que introduce la dimensión de la subjetividad que la causa orgánica rechaza.
Para el psicoanálisis esto tendrá una importancia inestimable. Pero debemos entender que es esa dimensión del sentido la que abre la palestra para que luego, en la enseñanza de Lacan, se introduzca la suposición de un sujeto allí donde el enfermo aporta su significación, lo cual se hace posible en el texto de 1946 con este nuevo orden de realidad que Lacan allí nombra realidad psíquica. Y junto con la dimensión subjetiva se plantea el problema de la responsabilidad y la libertad.
Lacan termina por invertir la fórmula de Ey y afirma que la locura es la más fiel compañera de la libertad. Pero no debemos ver en ello sólo un juego de palabras, sino que implica una posición ética insoslayable para el psicoanálisis: la locura no puede concebirse sin una insondable decisión del ser. Una decisión que no se puede sondear, a la que no se le pueden pedir razones, una decisión libre.
Quizás por ello Lacan allí mismo considera imprescindible tener en cuenta el "inasible consentimiento de la libertad". La locura como límite de la libertad debe entenderse entonces no como el límite que la locura le impone a la libertad. En este sentido, se daría a entender que la libertad sería ilimitada, pero se ve -en ciertos desafortunados casos- limitada por la locura. Ello plantea un libertad infinita. Más bien, por el contrario, entendemos que es la locura misma la que lleva la posibilidad de la libertad a su punto límite.

Qué libertad en la dirección de la cura
El problema de la libertad y la causa en psicoanálisis atraviesa múltiples aspectos, tanto de orden teórico como práctico. En esta parte abordaremos un aspecto de estos últimos, pero no lo vamos a tomar del lado del analizante, en términos de aquello que lo determina y lo causa, si su asociación es libre, si su respuesta a las intervenciones del analista responden de algún orden de determinación o no, sino que lo tomaremos por el lado del analista, más puntualmente: el problema de la libertad del analista en cuanto a la dirección de una cura.
¿Es el analista absolutamente libre a la hora de su acción en el curso de una cura? ¿Hay determinaciones ineludibles que la restringen? ¿Hay curas "tipo" respecto de las cuales establecer criterios de intervención y que en ese sentido producen una merma en la libertad de elección de su intervención? Quizás el texto más claro a este respecto sea el producido por Lacan en 1958: La dirección de la cura y los principios de su poder. Puede observarse allí que en la perspectiva de Lacan lo único que limita la libertad del analista a este respecto no es ningún estandar preestablecido, ningún "deber actuar", ni ningún ideal de la cura, sino la ética del psicoanálisis. En este sentido, este escrito, que habitualmente es presentado como un texto de técnica, puede considerarse un texto sobre ética.
Allí Lacan desarrolla una formalización de la cura a partir de una tríada que toma prestada de la teoría de la guerra, táctica, estrategia y política. Con ese recurso conceptual toma conceptos freudianos sobre técnica, los estudia y compara con el uso que han hecho los posfreudianos. Los primeros cuatro capítulos del texto son profundamente críticos, en cuanto muestra en qué las corrientes psicoanalíticas de los años ‘50 desvían la dirección de la cura freudiana. De allí que podamos darle ese sentido al célebre "retorno a Freud" que tanto pregonaba entonces. Esos cuatro capítulos se estructuran a partir de cuatro preguntas que se refieren a los desarrollos del psicoanálisis francés de la época. Podríamos decir entonces que este escrito es la respuesta pública de Lacan a la aparición de un libro en Francia llamado El psicoanálisis hoy. Lo que Lacan propone demostrar es que sus autores no leen más a Freud, al que le reconocen la invención del psicoanálisis pero pretenden que hay progresos después de Freud. Su posición es contraria: volver al texto de Freud.
El capítulo 1, en el que nos centraremos en lo que resta de este trabajo, se titula Quién analiza hoy? -en franca alusión al título del volumen citado. Tras afirmar la impropiedad conceptual de la contratransferencia y cuestionar la reeducación emocional del paciente, denuncia al psicoanálisis de hoy -se refiere al de 1958- de "antifreudiano" (Lacan 1958, 559) en cuanto "se jacta de superar lo que por otra parte ignora" (ibid. 560), lo cual se traduce en que "la impotencia para sostener auténticamente una praxis se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un poder" (ibid.). En efecto, la tesis de Lacan es que el psicoanálisis que se propone reeducativo se ejerce en el dominio sugestivo de la transferencia, uso al que debe renunciarse pues justamente el desarrollo de la transferencia se apoya en ese poder pero a condición de no ejercerlo. Es entonces cuando Lacan indica que "el psicoanalista sin duda dirige la cura" (ibid.) pero que "no debe dirigir al paciente" (ibid.). Dirigir la cura consiste en hacer aplicar por el analizante la regla fundamental, la asociación libre. Así comienzan a anunciarse en el texto los problemas de la técnica y la libertad.
El psicoanálisis es una práctica, dice Lacan, y toda práctica conlleva una técnica. El posfreudismo la reguló en sus menores detalles, obsesivizaron su ejercicio y se olvidaron con ello que toda técnica conlleva una ética. Así, terminaron por desplazar el marco analítico de ser un medio a ser un in en sí mismo. Lacan, advirtiéndolo, desregula al
máximo el marco y entonces desplaza la responsabilidad de la praxis sobre el analista: "es por el lado del analista por donde pretendíamos abordar nuestro tema" (ibíd.). Y afirma luego: "Volveré pues a poner al analista en el banquillo" (ibíd., 561). Esa desregulación afecta a todo lo relativo al marco analítico: el tipo de intervenciones, interpretaciones, cortes, duración de sesión, su número, el precio, etc. Hay sesión analítica, diríamos entonces, si hay responsabilidad del analista. Táctica-estrategia-política es una respuesta con fundamento de doctrina a esa regulación posfreudiana de la técnica subrayando como determinante el registro de la ética. Se trata de una articulación entre medios y fin, diferente.
Esa tríada sorprende al lector del escrito lacaniano justamente por pertenecer a la teoría de la guerra. Es una referencia a Karl von Clausewitz, militar prusiano teórico de la guerra, director de la Escuela de Guerra de Berlin. Escribió Sobre la guerra, interesado en teorizar el punto en el que en la guerra no hay cómo hacer coincidir los medios con el fin ya que son totalmente intercambiables. Vale decir, la manera en que se gana una guerra no dice nada de la manera por la cual se puede ganar otra. Es entonces con esta referencia que Lacan busca discutir cómo es posible inventar un método de acción (en la cura) justamente cuando la situación es cada vez diferente. Clausewitz dice algo que ilustra muy bien lo que plantea Lacan sobre el marco analítico: cualquier formalización en la guerra de algo que implique repetición, constituye el peor peligro. Y es con esa imposibilidad de tener un modelo con lo que tropieza la teoría psicoanalítica y se convierte en un pantano para el posfreudismo. La tríada guerrera apunta justamente a orientarse allí sin empantanarse.
La táctica designa un sistema empleado para cualquier cosa, es el arte de poner en orden las cosas, la manera de conducirse calculada para el logro de un fin. Responde a la pregunta por ¿Qué hago? con la que nos topamos en la experiencia cada vez. Y es allí donde Lacan refiere a la interpretación: "Intérprete de lo que me es presentado en afirmaciones o en actos, yo decido sobre mi oráculo y lo articulo a mi capricho, único amo en mi barco después de Dios, y por supuesto lejos de poder medir todo el efecto de mis palabras, pero de esto precisamente advertido y tratando de remediarlo, dicho de otra manera, libre siempre del momento y del número, tanto como de la elección de mis intervenciones, hasta el punto de que parece que la regla haya sido ordenada toda ella para no estorbar en nada mi quehacer de ejecutante, a lo cual es correlativo el aspecto de ‘material', bajo el cual mi acción aquí toma lo que ella misma ha producido" (ibíd., 561-2). Cita preciosa y compleja que sitúa la interpretación analítica en un nivel máximo de libertad, en tanto el analista elige sin restricción su intervención. Acontecimiento imprevisto, incluso a veces para el analista mismo que se sorprende interviniendo sobre el texto de la asociación libre del analizante, escuchando aquello que nunca previó. Temporalidad del instante de ver, que nos evoca la metáfora freudiana que menciona al león que salta solo una vez. Punto en el que el analista también paga -pues no sólo paga el analizante dice Lacan- con sus palabras "si la transmutación que sufren por la operación analítica las eleva a su efecto de interpretación" (ibid., 561). El analista debe renunciar a ser el amo del sentido. La interpretación, finalmente, es DEL analista (genitivo objetivo), en tanto el efecto de sus palabras no se puede prever, se le escapa.
Grado máximo de libertad que se ve menoscabado en el nivel siguiente, el de la estrategia, en tanto la etimología la define como el arte de dirigir un asunto para lograr el fin deseado. Y responde a la pregunta por ¿Cómo lo hago?
Allí Lacan se refiere al manejo de la transferencia: "mi libertad en ella se encuentra por el contrario alienada por el desoblamiento que sufre allí mi persona" (ibid., 562). Pues el analista no elige qué lugar ocupar en la transferencia del analizante, no puede elegir qué es lo que se le transfiere sino que su posición es la de dejarse tomar, o mejor aún hacerse tomar por el fantasma analizante. Esto define una temporalidad diversa a la anterior, se trata de una posición a largo plazo, propia del tiempo para comprender.
Esta menor libertad entonces restringe a la máxima libertad del nivel táctico pues puedo interpretar cómo quiera pero siempre leyendo el marco de la transferencia que me condiciona. Aquí también el analista debe pagar: "con su persona, en cuanto que, diga lo que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en al transferencia" (ibíd., 561).
Estos dos niveles se mantienen del lado de la técnica, de los medios, pero el trabajo de Lacan no se agota allí sino que avanza hacia el factor determinante por excelencia, que ya no es técnico sino ético, que no se trata de medios sino de fines. El de la política, que responde al ¿Para qué? Para qué interpreto en transferencia. "El analista es aún menos libre en aquello que domina estrategia y táctica: a saber, su política, en la cual haría mejor en situarse por su carencia de ser que por su ser" (ibid., 563). Este punto concierne entonces a los fines del análisis, al fin del análisis, a la salida, pero también a la finalidad. Se trata entonces de cierta atemporalidad. Corresponde entonces al momento de concluir, en el que el analista paga "con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser" (ibíd., 561). El analista carece de ser, suelta las amarras del ser, no está agitado por su propio inconsciente, es la posición de destitución subjetiva -pues no es el sujeto del análisis sino que el sujeto estará en su analizante, a lo mejor-, que no implica renunciar a una posición deseante: el deseo del analista. No es el deseo de un sujeto fijado en el fantasma sino se trata del deseo de una posición o función: la obtención de la máxima diferencia.
Límites éticos indeclinables que entonces restringen la autodeterminación del analista en el nivel táctico y en el del manejo de la transferencia. El acto o interpretación bajo transferencia, orientados por el deseo del analista, tocarán lo real, eso que vuelve siempre al mismo lugar, de esa repetición infernal que agobia al analizante, guerra contra lo imposible de escribir, que las vueltas dichas (l'éourdit) del análisis pueden, en sus vacilaciones, en sus reiteraciones, precipitar en alguna diferencia que se escriba sin colmar la ex-sistencia.

1 Cf. Lacan, J. (1955-56/1984): El Seminario. Libro 3: "Las psicosis", Buenos Aires, Paidós, 1995.

2 Cf. Muñoz, P.: Las locuras según Lacan. Consecuencias clínicas, éticas y psicopatológicas, Bs. As., Letra Viva, 2011.

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Fecha de presentación: 14 de abril de 2014
Fecha de aceptación: 18 de septiembre de 2014

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