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Anuario de investigaciones

versión On-line ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.21 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul. 2014

 

Historia de la Psicología

Masculinidades e infancia en la Argentina (1900-1930). Puntualizaciones sobre los debates contemporáneos en el ámbito de la psicología

Masculinities and childhood in Argentina (1900-1930).  Remarks on the contemporary debates in psychology

Benítez, Sebastián M. 1

1 Licenciado en Psicología, UBA. Docente en Historia de la Psicología I, Facultad de Psicología, UBA. Docente Regular en Psicología I y en Psicología II (Facultad de Psicología, UNLP). Investigador tesista en el Proyecto de Investigación UBACyT: "Conocimientos, prácticas y valores en la historia de la psicología y del psicoanálisis en la Argentina", Directora: Dra. Florencia A. Macchioli. Investigador tesista en el Proyecto de Investigación SeCyT-UNLP: "Psicología y orden social: desarrollos académicos y usos sociales de la psicología en la Argentina (1890-1955)", Directora: Dra. Ana María Talak. E-mail: sbenitez.psi@gmail.com

RESUMEN
Desde una perspectiva que recupere los debates respecto de la categoría de género, se analizan en el presente trabajo las articulaciones entre la historia de los saberes psi, el estudio de las masculinidades y la infancia como objeto de intervención de la psicología de principios del siglo XX. A partir de la puntualización y clasificación de los debates actuales sobre la temática, puede demarcarse un espacio de vacancia en las investigaciones de la Historia de la Psicología que pretende recuperar dicha articulación y que guiará próximas investigaciones.

Palabras clave:
Historia de la Psicología - Masculinidades - Infancia - Argentina

ABSTRACT
Taking into account the contemporary debates concerning the gender perspective, this paper analyzes the articulations between History of Psychology, researches on masculinities and the conception of childhood as a subject of intervention of Psychology at the beginning of the 20th century. Within the remarks and classiication of the contemporary debates, there can be found a vacancy in History of Psychology which this paper attempts to introduce and develop as a guideline for further research.

Key words:
History of Psychology - Masculinities - Childhood - Argentina

Presentación
El presente artículo se encuentra enmarcado en el trabajo sobre nuestra tesis doctoral que se propone indagar las relaciones entre los saberes psi y sus intervenciones sobre los niños varones argentinos en las primeras décadas del siglo XX.
A partir de una puntualización y clasificación sobre la literatura de revistas científicas de los últimos años, nos proponemos presentar aquellos trabajos que han indagado la articulación entre el estudio de las masculinidades, la infancia como objeto de intervención de los saberes expertos y una perspectiva historiográfica crítica.
Por un lado, nos referiremos al modo en que los estudios de género se han ocupado del estudio de las masculinidades y nos remitiremos a estudios clásicos sobre la temática (Connell, 1995/2003; Kaufman, 1997) así como a las perspectivas que retoman su estudio en Latinoamérica y en la Argentina (Acha & Ben, 2004/2005; Ben, 2007; Figari, 2009; Burin & Meler, 2009; Millington, 2007).
Por otra parte, indagaremos los trabajos que se refieran al tema de la infancia como un objeto de conocimiento privilegiado para la intervención de los saberes expertos de la psicología y la pedagogía de las primeras décadas del siglo XX. De este modo, podremos establecer un campo de estudios que articule la historia de los saberes psi, las intervenciones sobre el cuerpo infantil y el estudio de las masculinidades en el periodo analizado.
La clasificación y puntualización de las fuentes trabajadas nos permitirá, además, demarcar un área de vacancia en la historia de la psicología que corresponderá al desarrollo de nuevas investigaciones.

Masculinidad(es) y relaciones de género
Los estudios respecto de la masculinidad se han consolidado en las últimas décadas, sobre todo desde una perspectiva sociológica. En principio, la masculinidad era pensada como una característica determinada biológicamente, basada en la personalidad individual de los hombres. Sin embargo, a partir de la década de 1960, ha sido pensada como un rol social y, más recientemente, como un concepto dinámico, socialmente construido y determinado por la estructura de las relaciones de poder de una sociedad (Mankowski & Maton, 2010).
El análisis de M. Burin e I. Meler1 (2009) al respecto del género entendido como una herramienta para estudiar la subjetividad masculina, establece, por otra parte, que el mismo como categoría de análisis es relacional: debe tenerse en cuenta que nunca se plantea de modo aislado sino formando parte de la relación entre lo femenino y lo masculino. De este modo, el género tampoco aparece desligado de otro tipo de determinaciones tales como clase social, religión u otros. Las autoras retoman la diferencia establecida por R. Stoller en la década de 1960 entre sexo biológicamente determinado y género como una construcción sujeta al ámbito cultural, diferenciándose de las perspectivas de género de la psico-biología evolucionista y del feminismo de la diferencia -cuya perspectiva esencialista de las relaciones de género no daría cuenta del carácter relacional del mismo. E. Dorlin (2009), filósofa especializada en estudios de género, enfatiza cómo la atribución de género puede incluso tener efectos previos al del sexo biológico en tanto define, por ejemplo, en el caso de la población intersexual, si el sujeto humano que nace es varón o mujer.
De este modo, planteamos el "género como un conjunto social de prácticas interrelacionadas que en un particular momento histórico definen a lo masculino, a lo femenino y a lo trans, estructurando relaciones de poder que se manifiestan tanto en las representaciones sociales y en las imágenes normativas como en la identidad personal y las configuraciones vinculares de los sujetos" (Ostrovsky, 2010: 916).
Cualquier modelo de estructura de relaciones de género debería tener en cuenta ciertas dimensiones: las relaciones de poder que sostienen la subordinación general de las mujeres en una estructura patriarcal; las relaciones de producción que delimitan una forma predeterminada de asignación de tareas y disputa de espacios; los vínculos emocionales y la relación con la sexualidad y su satisfacción.
Teniendo en cuenta esta perspect iva, el género se asumiría en cada persona a partir de los significados culturalmente establecidos al respecto de lo que es un ser masculino o femenino, a partir de complejos procesos que se llevan a cabo a lo largo del desarrollo. En ese sentido se constituye un "gender work", entendido como "los procesos y prácticas mediante las cuales la sociedad crea y recrea en forma permanente los géneros y las relaciones entre estos" (Kaufman, 1997: 64).
De hecho, la posibilidad de plantear masculinidades, determinadas por las condiciones de apropiación cultural y social, a partir del análisis de las dimensiones políticas, económicas y de relaciones de poder es relativamente reciente. Un caso paradigmático es la creación en 1998 de la revista Men & Masculinities (JMM - SAGE), que sigue publicándose en la actualidad y que está dedicada a los estudios sobre la(s) masculinidad(es) desde una perspectiva interdisciplinaria.
Ampliamente influenciados por los trabajos de R. W. Connell (1995/2003), socióloga australiana pionera en los estudios de género respecto de los varones, los historiadores comenzaron a utilizar la categoría de masculinidades en plural. De esta manera, el concepto de masculinidad hegemónica permite diferenciar no sólo las formas más extendidas de masculinidad en el orden patriarcal de nuestras sociedades sino que también permite analizar la dimensión política de las relaciones de género. La articulación entre estudios de género e historia podría funcionar como un campo que permita delimitar no sólo las relaciones entre mujeres y hombres en un lugar y tiempo determinados, sino también las relaciones al interior mismo de los grupos de varones y mujeres (Dennos, 2011).
Al analizar el modo en que los varones asumen su rol de género, siguiendo el modelo de la masculinidad hegemónica, M. Kaufman (1997) plantea el costo que se paga por ello. Este autor, especialista en trabajos sobre la mascu
linidad en Estados Unidos, estipula que los hombres que sostienen estos modelos resignan la posibilidad de expresar ciertos contenidos emocionales como el placer de cuidar a otros, la empatía, la compasión; los mismos son experimentados como inconsistentes con el poder masculino. Al asumir un lugar dentro de los modelos de masculinidad hegemónica, el hombre se encontraría alienado al sistema de relaciones de género del mismo modo que las mujeres. Sin embargo, se sostiene el entramado de relaciones de poder que, más allá del padecer que producen, lo dejan en un lugar de privilegio para el ejercicio del mismo.
La masculinidad hegemónica puede pensarse, entonces, como un patrón específico de comportamiento social que sostiene determinado tipo de relaciones de poder y comprende aspectos aparentemente disímiles tales como: apariencia, imperativos morales, conductas sexuales, comportamientos sociales. De este modo, la masculinidad hegemónica será aquella que ocupa un lugar privilegiado en un modelo dado de relaciones de género que se encuentra siempre en disputa (Connell, 1995/2003). Lo masculino, entendido como un modo de legitimar las relaciones de poder instauradas en el patriarcado capitalista de la modernidad industrial occidental de principios del siglo XX, aparecería como espacio de aventura y de descubrimiento, como el espacio público del poder que constituye los proyectos de civilización y sociedad (Millington, 2007); espacio privilegiado en el contexto político-social de la conformación del estado-nación argentino en el periodo histórico en el que planteamos nuestra investigación.

Masculinidad, elite intelectual y clases populares en la Argentina
Respecto de los estudios sobre las masculinidades hegemónicas en el contexto anglosajón del siglo XIX, éstas se caracterizarían por su función proveedora, en términos económicos y sociales. Este modelo puede ser pensado a partir de la disputa entre sectores obreros y patronales debido al proceso de industrialización, en función de la lucha por los derechos civiles de los obreros en las fábricas inglesas. En ese sentido, se plantea la masculinidad como un modo de dominación sobre otro, en un plano político, económico y social (Connell, 1995/2003).
Sin embargo, a fines del siglo XIX, aparece una fragmentación en el orden hegemónico de la masculinidad: deja de articularse sólo con prácticas de dominación y se transforma en una práctica tecnocrática que se estructura en torno a la experiencia o los conocimientos técnicos.
Entre 1890 y 1920, particularmente en Estados Unidos, se habría asistido a la emergencia de un nuevo tipo de masculinidad. Puede caracterizarse por el pasaje de un modelo basado en la competitividad y el uso de la violencia a un modelo de masculinidad propio del capitalismo de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. El criterio de masculinidad estaba dado por la capacidad de producir bienes y ocupar un lugar privilegiado en la escala social a partir de la generación de ingresos económicos.
Sin embargo, comenzaba a ser importante sostener la cohesión social, y por lo tanto no había lugar para la competencia feroz. En ese sentido, el ejercicio del poder tenía que ser acompañado por ciertas virtudes morales, propias de la tradición religiosa cristiana como la compasión, la restricción y austeridad (Forter, 2006).
E. Badinter (1993) en sus estudios históricos sobre la constitución de la masculinidad en occidente, sostiene que en ese proceso se tornaron problemáticas las modificaciones en el régimen laboral de fin del siglo XIX. La autora plantea que se asiste a un proceso de mecanización del trabajo: el mismo se des-masculiniza ya que deja de ser dependiente del esfuerzo físico de quienes lo realizan. Comienza a primar un criterio tecnocrático basado en la producción, no sólo de bienes económicos sino también de conocimiento.
La reconfiguración de la figura del hombre-padre como un sujeto distante -propio del estilo de trabajo-, podría considerarse como la emergencia de nuevas formas de sostener el orden patriarcal y la ostentación de poder de los hombres: surge el ideal masculino como aquel que hace referencia a la exaltación de la energía, la fuerza y también el autodominio y un saber respecto de si mismo.
En el caso específico de los estudios sobre la Argentina, una referencia a las temáticas propuestas son los artículos de P. Ben y O. Acha2 (1999, 2001) sobre las concepciones de género en los Archivos de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal. En esa publicación, editada por la Penitenciaría Nacional a partir de 1902, se ponía de manifiesto la tensión entre lo adquirido y lo innato basada en la contradicción entre la inevitabilidad biológica y el carácter intervencionista de la ortopedia médica sobre la sociedad.
El hombre era caracterizado como la cabeza de familia, proveedor del hogar familiar, en posesión de atributos científicos, deseo sexual, etcétera. De este modo, el sistema de género se entrelaza con un criterio productivista que funciona como un parámetro de demarcación de lo normal y lo patológico (Ben & Acha, 1999). Esta configuración sería propia del periodo y, tal como ha sido señalado, forma parte de un proceso históricamente constituido.
Sin embargo, este modelo que, se da a partir de una secularización de las estructuras de producción de conocimiento, fue propio de las culturas letradas de las grandes ciudades argentinas.
La virilidad, valor presente en las presentaciones de la masculinidad hegemónica de la época, era pensada por las elites como la capacidad moral de subsumir el deseo de dominación a la procreación y el sostén de la estructura familiar. Incluía, por lo tanto, el ejercicio de la razón y la protección paternalista tanto de los niños como de las mujeres.
En su análisis acerca del movimiento reformista de las universidades argentinas en 1918, la historiadora argentina N. Milanesio (2005) establece que los ideales que llevaron a esa reforma se basaron, entre otras cosas, en los modelos de masculinidad que estos actores sostenían. De este modo, y formando parte de una elite letrada, este modelo ponía especial énfasis en las virtudes de la moral familiar, pero a la vez en la autodeterminación activa del hombre en función de sus inquietudes intelectuales -cuyo valor era constantemente reforzado.
Por otra parte, los reformistas se veían a sí mismos como guerreros que venían a denunciar el oscurantismo y la arbitrariedad de las clases dirigentes de la universidad -hombres que representaban los valores eclesiásticos y tradicionales del país. Esta auto-percepción les permitía establecer lazos con las organizaciones que luchaban por los derechos de los trabajadores. La idea del nacimiento del hombre nuevo, comprometido políticamente, ejerciendo su derecho a la libertad de opinión, puede ser pensada como uno de los ideales que pudieron sostener la reforma universitaria.
Basados en las ideas de Ingenieros respecto del hombre mediocre, era claro que la nueva dirigencia era la única que podía sostener una educación universitaria de calidad, alejada de la influencia de la Iglesia Católica y a partir de los preceptos de autodeterminación y raciocinio (Milanesio, 2005). En ese sentido, puede pensarse cómo la inteligencia de los hombres era descrita en función de su capacidad de tomar decisiones racionales y de modo objetivo. Por otra parte, sus emociones se ponían al servicio de la razón: se podía desplegar la fuerza creativa, los impulsos de dominación y la capacidad de intervención sobre la sociedad en la esfera pública siguiendo un modelo de conducta ligado a los valores cristianos de autonomía y autodominio.
Junto con esta serie de valores religiosos, el evolucionismo spenceriano también fue una matriz general del pensamiento psicológico que permitió legitimar no sólo ciertas intervenciones sobre la infancia sino también la manera en que se comportaban hombres y mujeres (Shields, 2007).
Siguiendo un modelo de complementariedad entre los sexos, se planteaba que si bien la mujer poseía cierto nivel de capital racional, sus emociones eran frágiles e inestables. Por el contrario, las emociones de los hombres estaban determinadas por su carácter competitivo, servían a la lucha por la supervivencia, pero eran domeñadas en función del desarrollo social y el avance de la civilización (Shields, 2007).
En contrapartida con los parámetros de la masculinidad propuesto por las elites letradas de nuestro país, también pueden verse las tensiones respecto de la constitución de la masculinidad en las clases populares argentinas y brasileñas (Acha & Ben, 2004/2005; Ben, 2007; Figari, 2009).
Para las minorías que ejercían y producían saberes respecto del ejercicio de la sexualidad y de la infancia, la sociedad debía ordenarse a partir de la existencia de familias nucleares donde el padre fuese el proveedor de los recursos económicos y la madre quedase relegada al ámbito doméstico mientras los niños asistían a la escuela. Sin embargo, en las clases populares, no podía constatarse la existencia de tal modelo. Por un lado, había una gran cantidad de varones solos, en su mayoría inmigrantes menores de 30 años. A su vez, los menores de 20 años eran casi la mitad de la población hasta 1914, lo que daba cuenta de la gran cantidad de niños que ingresaban al mercado laboral en edades muy tempranas. Forzados a ser el sostén económico familiar, muchos varones ejercían la prostitución ocasional. En esa dirección apuntaban la variedad de estrategias estatales de regulación que llevaron a la creación de nuevas instituciones como la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia en 1936 o la sanción de leyes como la de Patronato de Menores en 1919 o la Ley de Profilaxis en 1936 (Acha & Ben, 2004/2005). Sin embargo, puede notarse que la intervención estatal sobre la sexualidad de las clases populares fue relativamente tardía, a excepción de la regulación a través de la institución escolar (Ben, 2007). Los espacios de circulación de los varones de clases populares porteñas eran básicamente homosociales: solían pasar el tiempo en bares y calles de la ciudad junto con otros hombres. En ese sentido, los criterios para definir la masculinidad de las clases populares no estaban ligados al ámbito familiar sino a la calle. Estos criterios, seguían siendo, en este caso, los de la competencia entre varones, en particular en lo referido al ejercicio de la sexualidad. Sin embargo, lo más importante era la capacidad de demostrar un deseo sexual desmesurado y de subsumir sexualmente a otros/as.
La penetración sexual aparece como una de las marcas distintivas de la virilidad donde el sujeto masculino se estructura en torno a su visibilidad como un ser activo. El lenguaje de la masculinidad se transforma entonces en un lenguaje virulento ligado a la obtención de un logro que debe preservarse ya que
debe conquistarse por medio de pruebas y la superación de desafíos que, muchas veces, exigen incluso contemplar la posibilidad de la muerte. Como este estatus se adquiere, se conquista, existe el riesgo constante de perderlo y, por lo tanto, es preciso asegurarlo y restaurarlo diariamente. Si el lenguaje de la femineidad es un lenguaje performativo, dramático, el de la masculinidad es un lenguaje violento de conquista y preservación activa de un valor (Segato, 2003, p. 38).
A diferencia de lo planteado en las clases dirigentes de nuestro país, en las clases populares la dimensión caballerosa, protectora, proveedora, racional e intelectual de la masculinidad estaba ausente. Por lo tanto, las prácticas de las clases populares eran descritas por las clases letradas como anormales: estaban asociadas a la vagancia, la vida en las calles y las prácticas sexuales díscolas tales como la masturbación excesiva, la prostitución y la inversión (Ben, 2007).
Según el análisis que M. Millington (2007) realiza sobre las obras canónicas de la literatura latinoamericana en las primeras décadas del siglo XX, podríamos plantear que
la forma de masculinidad tradicionalmente hegemónica en América Latina, ha sido el machismo: alarde vigoroso de la fortaleza física, capacidad de aguantar condiciones adversas (tanto físicas como sociales); agresividad; despreocupación por los riesgos y las consecuencias de las acciones; defensa meticulosa del amor propio; (...) competitividad con otros hombres; afirmación de la superioridad; temor a la ternura y la vulnerabilidad (...). También es importante enfatizar la dimensión de la actuación pública en el machismo: los machos tienen que ser vistos por los otros como autoritarios y agresivos (p. 44-45).
En el caso de la literatura que ha sido indagada hasta aquí, podemos notar las tensiones entre un tipo de masculinidad hegemónica que define los criterios de normalidad-anormalidad de las elites letradas de nuestro país y las prácticas llevadas a cabo por las clases subalternas.
En ese sentido, la masculinidad planteada por el modelo anglosajón-cristiano del autocontrol y la racionalidad funcionaría como un patrón normativo en tanto los saberes expertos de la ciencia pueden legitimar ciertas prácticas sociales más amplias para sostener un status quo, propio de las sociedades capitalistas y patriarcales.

Infancia y cuestión social
En el presente trabajo, consideramos que la infancia se constituyó como un objeto privilegiado de intervención en función de ciertas problemáticas ligadas a la infancia y la cuestión social (Suriano, 2004). Entre éstas, podemos mencionar el proyecto político y social de homogenización cultural propio de la constitución del estado-nación argentino y las estrategias de intervención que se llevaron a cabo sobre la infancia.
A partir de los aportes de la antropología, según C. Reybet (2009), podemos pensar a la infancia como una
construcción socio histórica vinculada con la emergencia de instituciones de la modernidad destinadas a su cuidado/formación/supervisión/protección; esto es, toda una estructura de instituciones y saberes específicos dispuestos para consolidar la especificidad de la infancia para definir los procedimientos orientados a su regulación, física y moral (p. 2).
Asimismo, la autora plantea que las concepciones respecto de la niñez se han centrado en las prácticas que se detienen en la dimensión del cuerpo físico infantil. En ese sentido, el cuerpo del niño es pensado como incompleto, inmaduro afectiva y racionalmente, débil y en permanente indefensión. Así, se establece una demanda de intervención sobre la infancia por parte de los saberes psi, así como por parte de la antropología, la medicina, la criminología, entre otros ámbitos del saber experto.
Siguiendo el análisis de C. Figari 3 (2009), a partir de fines del siglo XIX, en América Latina, el niño, "categoría hasta entonces secundaria, pasó a ser el material amorfo que podía tomar el molde deseado para la posteridad" (p.110).
Ahora bien, su plasticidad no sólo implicaba una intervención estrictamente familiar sino también se constituía como un problema nacional. En muchas ocasiones, los padres eran vistos como malos educadores por parte de las clases dirigentes y era el Estado quien debía garantizar el sostenimiento del orden social a través de estrategias de intervención -que tenían a los saberes psi como una herramienta privilegiada. Se estableció entonces una rutina de hábitos que "debía abarcar todos los aspectos de la vida infantil: la alimentación, el adiestramiento físico, la administración de sus tiempos" (Figari, 2009, p. 110).
La labor de los médicos, los criminólogos y los pedagogos a partir de la legitimación de los saberes de la psicología, permitió establecer una función de clasificación y derivación a instituciones de intervención sobre la infancia que nacieron en los albores del siglo XX. Algunos de los espacios en los que pudo vislumbrarse la institucionalización de la psicología y la psicopatología infantil fueron la creación en 1915 del Asilo Colonia Regional Mixto de Retardados, situado en Torres, Provincia de Buenos Aires, cuyas instalaciones complementaban las del Asilo de Reforma de Varones de Marcos Paz, inaugurado en 1903 (Borinsky, 2009).
La infancia, era pensada como el periodo de la vida en que el sujeto se encontraba expuesto de manera más directa al influjo de la enfermedad mental. En función de ello, se pusieron en juego una gran variedad de estrategias psico-profilácticas que tomaron a la infancia como su objeto de intervención.
Para poder ser exitosos en la prevención y el tratamiento de la enfermedad mental, era necesario coordinar esfuerzos y trabajo entre actores sociales heterogéneos como las trabajadoras sociales, el trabajo en consultorios externos de atención por parte de los médicos, el trabajo de los educadores en la escuela, la acción de los pedagogos en la identificación de las diferencias individuales a partir de la experimentación en el laboratorio/escuela, etcétera. (Ciampi, 1922; Morzone, 1916). Para ello, no serían suficientes los espacios institucionales con los que se contaba sino que se proponía en diversos artículos la creación de casas de trabajo, correccionales, escuelas al aire libre, entre otras (Lafora, 1927; Ciampi, 1920). Lo importante era que el ambiente de trabajo privilegiase la posibilidad de juego en la enseñanza y que estrechase los lazos afectivos entre los maestros, los niños y sus familias (Palcos, 1915; Ciampi, 1920).
Por otra parte, las intervenciones sobre la infancia se encontraban legitimadas en postulados que retomaban la ley biogenética heackeliana y que caracterizaban al niño ya no sólo como indefenso e incompleto sino además como un ser primitivo, cuyas manifestaciones debían ser adaptadas al medio. El niño no podía desarrollarse siguiendo sus propias pautas instintivas sino que la educación escolar era la encargada de encauzar su desarrollo, teniendo en cuenta los criterios de adaptación regidos por las normas legales y morales dispuestas por los hombres de la elite letrada argentina. De este modo se produce una superposición entre la noción de niño y la noción de alumno. El criterio de normalidad, pasa a ser el de la adaptabilidad al ámbito natural del desarrollo infantil: la escuela (Talak & Ríos, 1999).

Infancia, cuerpo y masculinidades
A lo largo del siglo XX asistimos a un modelo de constitución de la masculinidad caracterizado como un proceso de diferenciación de la feminidad. En ese sentido, se puede plantear un deslizamiento desde un modelo de constitución de la masculinidad que ponía el eje en la dimensión temporal: se partía de la diferenciación de la esfera de lo infantil respecto del varón adulto, más que de la distinción entre varones y mujeres (Forter, 2006).
Sin embargo, ambas formas de constituir la masculinidad aparecen en tensión en el periodo analizado: nacen instituciones como los Boy Scouts, que implicaban un espacio de socialización exclusivamente entre niños varones. En este espacio, se cultivaban las relaciones de competencia a partir de la implementación de deportes en equipo que requerían de pruebas, desafíos, disciplina, rigor moral y que los alejaba de figuras femeninas -como se daba en el caso en la socialización primaria a manos de las madres.
M. Andrada y P. Scharagrodsky (2003), investigadores en Ciencias de la Educación y, en particular en el campo de la Educación Física, plantean cómo se iban delimitando ciertos mandatos asignados a los niños varones. A partir del análisis de textos dedicados a la enseñanza escolar de principios del siglo XX, los autores establecen que los varones debían ser felices, valientes, tener paciencia, desarrollar un espíritu lúdico, soportar las adversidades de la vida y, por supuesto, estudiar. Del mismo modo, funcionaban la simpatía, la extroversión, la firmeza del carácter, la tolerancia y la fortaleza corporal que permitían un saludable desarrollo de las capacidades de protección del varón hacia las niñas. Esta serie de características podían ser desarrolladas no sólo a partir de la educación por medio de los textos escolares sino, principalmente, a partir de la educación física: se proponía una educación de los cuerpos diferenciados por sexos, teniendo en cuenta actividades que fuesen congruentes con su naturaleza.
La exclusión de las niñas en el aprendizaje de ejercicios militares a partir del quinto grado de la educación primaria, puede entenderse como una forma de desarrollar en los varones ciertas
cualidades y valores marciales como el coraje, la fuerza, el vigor y la valentía (...). Poco a poco, los Ejercicios Físicos se fueron convirtiendo en un medio del buen encauzamiento generizado; no sólo en lo que respecta a ciertos comportamientos y gestos, sino a las buenas costumbres que a su vez definían el universo de lo humano, de lo civilizado, y en especial de lo moral (Scharagrodsky, 2001, p. 80-81).
Aunque los ejercicios físicos militares fueron desapareciendo de los planes de estudios de la educación primaria a partir de 1910, debe destacarse la formación de Batallones Escolares en 1888 que adquirieron gran importancia en los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo. Los mismos estaban integrados por alumnos de la escuela primaria, tanto públicas como privadas y constituyeron una práctica que articuló la educación infantil con los valores y actividades castrenses en el ejercicio gimnástico (Scharagrodsky, 2001).
Si en el niño, la educación primaria contribuía a desarrollar valores como el honor y la valentía, el hombre adulto debía preocuparse por el sustento del hogar y por ser previsor, ahorrativo y trabajador. Su carácter de proveedor y organizador de la dinámica económico-productiva de la familia le daba también "la última palabra, es decir aquella que es considerada la correcta y adecuada por los niños y/o niñas" (Andrada & Scharagrodsky, 2003, p. 112).
Tal como ha sido analizado por R. W. Connell (1995/2003), el deporte organizado fue una de las vías a partir de las cuales se pudo conciliar la contradicción entre una imposición de la violencia y estrategias de control social. En nuestro país, el fútbol ha sido considerado como un terreno fértil para analizar el entramado entre los estudios de la masculinidad y la infancia. En ese sentido, es importante destacar el trabajo del antropólogo argentino E. Archetti (1998/2008). El autor trabaja sobre la constitución del fútbol como un deporte de carácter nacional, teniendo en cuenta su origen inglés. Por un lado, plantea que "el fútbol permitió a los hombres argentinos competir y hacerse visibles en un mundo cada vez más internacional" (Archetti, 1998/2008, p. 260). Por otra parte, estableció un modo específico de juego, entramado con el territorio nacional, en particular la definición de las pampas como un terreno inhóspito e inexplorado que debía ser conquistado con astucia e ingenio. En palabras del autor,
la pampa y el potrero son metáforas poderosas en el proceso de construcción del imaginario de un paisaje que no ha sido transformado del todo. La pampa es originalmente salvaje y poderosamente fértil mientras que el potrero es una suerte de rémora de lo que fue. La pampa salvaje vive metafóricamente en los potreros, el dominio exclusivo de los gauchos que no pueden cabalgar con libertad en campos sembrados o cercados (1998/2008, p. 261).
La pertenencia a la nación argentina, se habría constituido a partir de la práctica del fútbol, arena privativamente masculina. Este sentido de pertenencia pudo darse a partir de la práctica social del fútbol, introducida en el país por miles de inmigrantes ingleses a fines del siglo XIX. La revista El Gráfico, centrada en temas deportivos y orientada al público masculino, contribuyó a construir un mito respecto de la fundación del fútbol argentino: la primera fundación era la británica, teniendo en cuenta el origen de los jugadores; la segunda fundación, criolla, a partir de la fundación de los hijos de inmigrantes latinos (Archetti, 1998/2008). En ese sentido, el fútbol será un terreno propicio para constituir cierto modo de masculinidad criolla, asociada a "lo inquieto, individualista, menos disciplinado, basado en el esfuerzo personal, ágil y virtuoso" (Archetti, 1998/2008, p. 266).
Asociado a lo británico aparece más bien un tipo de masculinidad identificado con lo metódico, lo colectivo y el poderío físico. La respuesta típicamente criolla ante la máquina industrial inglesa será la gambeta, palabra derivada del modo de correr del ñandú, propio de la literatura gauchesca (Archetti, 1998/2008). De este modo, se articularían la constitución de un territorio nacional, de una identidad social masculina a partir del deporte y de un estilo propiamente criollo de ser un pibe. Nuevamente, asistimos a un campo en tensión entre los modelos de masculinidad hegemónica que primaban entre las clases dirigentes argentinas y las clases populares. Si las elites consideraban al modelo anglosajón como aquel que les permitiría demarcar los criterios de normalidad-anormalidad, es interesante poder plantear el modo en que los mismos van cambiando en función de las prácticas sociales que los sostienen y los transforman.
Además de los trabajos sobre la educación física a fines del siglo XIX y principios del siglo XX en la Argentina, P. Scharagrodsky (2009) amplía su análisis hacia la historia de los grupos de Scoutismo y el nacimiento del grupo de Exploradores de Don Bosco. Con el fin de transmitir ciertos valores morales, patrióticos y, claro está, viriles, este grupo estableció un régimen de ejercicio para los niños basado en los presupuestos de la gimnasia militar propia de fines del siglo XIX. Tal como lo plantea este autor,

la identidad de esta propuesta se constituyó por fuera de las escuelas laicas, públicas y estatales produciendo, transmitiendo, distribuyendo y poniendo en circulación un conjunto de significados sobre la condición masculina correcta, adecuada y deseable y, al mismo tiempo, excluyendo, silenciando u omitiendo otras alternativas posibles de vivir y experimentar las masculinidades (2009, p. 59).
Comandado por el padre Lorenzo Massa4, el grupo de exploradores tenía pautas muy claras respecto de las actividades que podían realizar así como un espíritu mucho más religioso que el movimiento de Boy Scouts. El régimen de ejercicio llevado a cabo por los Exploradores, implicaba una fuerte impronta verticalista, teniendo en cuenta la enseñanza a partir de pasos ya establecidos, y "ejercicios de rastreo, de búsqueda y de exploración en el orden más competo, así como el aprendizaje de ciertos saberes como el de los primeros auxilios" (Scharagrodsky, 2009, p. 63).
El tipo de masculinidad que se pretendía establecer estaba íntimamente ligado a la lucha en contra de la homosexualidad y la masturbación, teniendo en cuenta que éstas eran fuentes de preocupación constante en los discursos y en las prácticas salesianas. Siguiendo el criterio establecido por Krafft-Ebing, el desarrollo sano debía evitar cualquier tipo de ejercicio masturbatorio o cualquier otro acto que llevase al deseo homoerótico.
De este modo, se ponía de manifiesto el deslizamiento que iba desde la conducta considerada perversa a la constitución de una personalidad perversa o anormal (Mansfield, 2004). En ese sentido,
los Exploradores de Don Bosco, a través de distintos tipos de actividades corporales, incitaban a una férrea disciplina, grandes desafíos, un fuerte rigor moral y, sobre todo, una vida en común apartada de toda presencia femenina (...) Además, la práctica intensa de distintas actividades corporales avalaba ciertas ideas muy difundidas en aquella época, las cuales sugerían que la descarga de energía en los varones apaciguaba posibles tempestades sexuales frenando los indeseables y desordenados impulsos sexuales (Scharagrodsky, 2009, p. 68).
El objetivo último de este movimiento era promover ciertos valores, basados en el catolicismo, entre los que se destacaba la castidad, la que sólo era posible sostener a partir de un proceso de "mortificación interior y exterior con el fin de conservar y robustecer la pureza de la mente y del corazón" (Scharagrodsky, 2009, p. 69). En ese sentido, es importante destacar que el objetivo principal de las actividades físicas salesianas no era potenciar las capacidades físicas tales como la velocidad, la fuerza o la resistencia, sino más bien "estimular las virtudes cristianas como la templanza, la modestia, la caridad, la paciencia, la castidad, la piedad, la obediencia y la pobreza" (Scharagrodsky, 2009, p. 71).

Consideraciones finales
En el presente artículo, hemos efectuado un análisis respecto de los debates presentes en publicaciones científicas contemporáneas sobre el concepto de masculinidades. Desde una perspectiva de género, entonces, hemos podido dar cuenta del modo en que la masculinidad hegemónica es una categoría que siempre es negociable en el interior de las sociedades y, por lo tanto, se encuentra siempre en tensión.
En el caso específico de la Argentina, hemos señalado una serie de valores que definían a la masculinidad en las clases dirigentes como una forma de autocontrol, centrada en el despliegue de la racionalidad y la producción de conocimiento. Al mismo tiempo, este tipo de masculinidad formaba parte de los discursos que establecían el rol protector del varón, tanto de las mujeres como de las instituciones del estado-nación.
En contrapartida, la manera en la cual se pensaba la masculinidad en las clases populares estaba asociada a la dominación por sobre el otro y la visibilidad de la misma bajo la forma de la exaltación del ejercicio activo de la sexualidad. De esta manera, hemos subrayado el lugar que ocupaba el machismo como una forma específica de ejercicio del rol viril en las sociedades no sólo argentinas sino también latinoamericanas.
Por otra parte hemos destacado las herramientas conceptuales provenientes de la antropología, la sociología y la psicología que nos permitieron dar cuenta de la infancia como un objeto de intervención privilegiado de la pedagogía y psicología de las primeras décadas del siglo XX. Han sido de especial relevancia aquellos trabajos que se ocuparon de las intervenciones sobre el cuerpo del niño varón, provenientes de artículos especializados en la historia de la educación física y la antropología. Asimismo, hemos planteado que los criterios de normalidad-anormalidad sobre el desarrollo de los niños aparecen estrictamente ligados al ejercicio físico, la férrea disciplina y la relación con otros niños en un contexto privativamente homo-social.
Por último, nos interesa recalcar que los estudios que se han ocupado de la articulación entre historia, masculinidades e infancia han destacado el modo en que las intervenciones sobre el cuerpo de los niños implicaban siempre una dimensión psicológica o moral. Sin embargo, en el campo específico de la Historia de la Psicología en la Argentina son muy acotadas las referencias que recuperan una perspectiva de género en el estudio de los niños varones. Este espacio de vacancia es el que nos interesa seguir desarrollando en futuras investigaciones, lo que nos permitirá recuperar el concepto de masculinidades en un sentido diferenciado y plural, y su articulación con los estudios sobre la infancia y la historia de los saberes psi.

1 Irene Meler y Mabel Burín, ambas con título de Dr. En Psicología, han desarrollado diversas investigaciones en la articulación entre Psicología, Psicoanálisis y Estudios de Género.

2 Historiadores argentinos que se han ocupado en diversas oportunidades a indagar respecto de la articulación entre los estudios de género y la historiografía local.

3 Dr. en Sociología. Investigador Visitante en el Grupo de Estudios sobre Sexualidades del Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

4 Director del Colegio y Oratorio de San Francisco de Sales en el límite entre los barrios de Boedo y Almagro. Responsable de fundar el Primer Cuerpo de Exploradores de Don Bosco en 1915 y del Club Atlético San Lorenzo de Almagro en 1908.

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Fecha de presentación: 14 de abril de 2014
Fecha de aceptación: 24 de septiembre de 2014

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