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Anuario de investigaciones

versión On-line ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.22 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2015

 

Psicología Social, Política y Comunitaria

Investigando en primera persona (o por qué en ciencias sociales conviene ser reflexivo)

Researching in the first person (or why in social sciences, it’s better to be reflexive)

Muntó, Alejandro J.1

1 Lic. y Prof. en Psicología, UBA. Doctorando en Ciencias Sociales, UBA. Becario Doctoral CONICET, proyecto "Participación transformadora y salud comunitaria en una cooperativa autogestiva de vivienda", dirigido por Margarita Robertazzi. Docente, Psicología Social II, [aff id="a01" orgname="Universidad de Buenos Aires" orgdiv1="Facultad de Psicología"]Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires[/aff]. E-mail: amunto@psi.uba.ar

RESUMEN
Este artículo propone una discusión sobre distintas visiones teóricas de la reflexividad en las Ciencias Sociales, para luego proceder a un análisis reflexivo de la propia experiencia en el trabajo de campo. La investigación sobre la que se apoya el artículo consiste en un estudio de caso, centrado en una cooperativa autogestiva de vivienda de la ciudad de Buenos Aires, desde una perspectiva psicosocial comunitaria y crítica. El método empleado es cualitativo y se vale de entrevistas semi-estructuradas y de observaciones participantes, con registro en el diario de campo. A partir del análisis de varios fragmentos de este último, se evalúan las distintas formas en que la presencia del investigador afecta a la comunidad estudiada y cómo ésta también repercute en la propia implicación, lo que a su vez afecta la orientación del conocimiento construido durante el proceso de la investigación.

Palabras clave:
Reflexividad - Implicación - Investigador - Trabajo de campo

ABSTRACT
This paper introduces a discussion about different views on the concept of reflexivity in Social Sciences, in order to proceed to a reflexive analysis of the own experience during the field work. The research that supports this article consists of a case study, focused on a self-managed housing cooperative in Buenos Aires city, from a communitary and critical psychosocial approach. Applied methodology is qualitative, based on semi structured interviews and participative observations, which are recorded on the field diary. Through the analysis of several excerpts from this diary, different ways in which the researcher’s presence has an effect on the studied community are evaluated, as well as how the community affects his or her own implication, which in turn has an impact on the orientation of the knowledge that is built during the research process.

Key words:
Reflexivity - Implication - Researcher - Field work

"En suma, ustedes deben aprender a evitar ser el juguete de las fuerzas sociales en su práctica de la sociología."
(Bourdieu, 2014, p. 229)

En este artículo, se intentará situar algunas discusiones en el campo de las Ciencias Sociales alrededor de la noción de reflexividad, haciendo énfasis en cómo ella afecta el desarrollo de una investigación, desde la recolección de los datos en el trabajo de campo, hasta su posterior análisis e interpretación1. Para ello, dejaré de lado el uso de la tercera persona en la forma de enunciación, pues -como se verá a continuación- es propio del enfoque teórico adoptado el reconocer la implicación del investigador en el fenómeno social que estudia, tanto como en el conocimiento que produce, y sostengo que esto puede reflejarse mejor con el uso de la primera persona, cuando corresponde dar lugar a la propia subjetividad del investigador. Con dicho propósito en mente, esbozaré primero un recorrido por algunas conceptualizaciones -desde diferentes tradiciones teóricas y disciplinares- sobre la reflexividad en la investigación, para luego habilitar una reflexión sobre algunos sucesos en el desarrollo de mi propia investigación, que creo que son representativos de las cosas que nos pueden ocurrir a los investigadores, acaso más visibles cuando nos disponemos a trabajar con una sensibilidad hacia la incidencia de nuestra propia presencia en el campo social de trabajo.

Algunos aportes teóricos sobre qué es ser reflexivo (y qué no)
Para comenzar con este breve recorrido por lo que algunos autores entienden bajo el rótulo de "reflexividad", parece apropiado atender a uno de los padres de la llamada Sociología reflexiva, cuya obra alcanzó una gran difusión en las últimas cuatro décadas y marcó la cancha para pensadores posteriores: me refiero a Pierre Bourdieu. Se ha definido la reflexividad en Bourdieu como

[...] la inclusión de una teoría de la práctica intelectual como un componente integrante y una condición necesaria de una teoría crítica de la sociedad, [que] difiere de otras en tres puntos cruciales. Primero, su objetivo primario no es el analista individual sino el inconsciente social e intelectual fijado a unas herramientas y operaciones analíticas; segundo, debe ser una empresa colectiva antes que la carga del académico solitario; y tercero, no busca atacar sino afianzar la seguridad epistemológica de la sociología2 (Wacquant, 2014, p. 65).

Así, la reflexividad se relaciona con la capacidad de los productores de conocimiento de ubicar su propio rol en esta cadena productiva, ya que muchas veces se tendió a desdibujar su participación, tomando el relato sobre lo social como una franca representación de lo que ocurría con los actores en el campo, sin detenerse a considerar al propio investigador como un actor más en este proceso.
No obstante, en el enfoque que sostienen tanto Bourdieu (2014) como Wacquant queda claramente enunciado -como se desprende de los tres puntos cruciales listados en la cita- que no se ha de tomar a las consideraciones reflexivas sobre la investigación como un momento de catarsis para el autor del artículo, en el que despunte su individualidad y se dé amplia cabida a su vanidad, como denunciaran varias veces los sociólogos, sino que se trata de una empresa colectiva, queriendo señalar así que la tarea le toca a la comunidad científica entendida en sentido amplio, y no solo a quienes ejecutan un determinado proyecto de investigación. Un enfoque de apertura, que resulta interesante, pero que también nos despierta algunas sospechas en torno a la plausibilidad de su concreción, vistas las condiciones de producción del conocimiento que -demasiadas veces- tiende a fomentar el individualismo, en especial a la hora de producir y presentar los resultados.
En realidad y para ser del todo justos, en esta sociología, se da crédito parcial a aquellas otras acepciones del concepto que lo ligan a la individualidad del investigador, pues aquella propone "[...] descubrir las pulsiones sociales y personales con que el analista inviste su trabajo de investigación" (Wacquant, 2014, p. 67). Pero no alcanza sólo con eso, sino que además deben rastrearse aquellos límites del conocimiento específicamente asociados con la membresía y la posición del analista en el campo intelectual: se trata de desligarse momentáneamente del propio lugar ocupado, para ubicarlo en una trama de relaciones en la que se produce el conocimiento. De este modo, el propósito -siempre según esta línea teórica- es el de neutralizar el inconsciente científico colectivo fijado a las teorías, problemas y categorías del juicio académico. Resulta de este análisis que lo que le ha sucedido al investigador no es singular, sino que está vinculado a una trayectoria social.
Es el propio Bourdieu (2014) quien relaciona a la reflexividad con el concepto de objetivación:

Adoptar el punto de vista de la reflexividad no es renunciar a la objetividad sino, por el contrario, otorgarle su plena generalidad al cuestionar el privilegio del sujeto cognoscente, arbitrariamente liberado, en tanto que puramente noético, a partir del trabajo de objetivación. Es trabajar para explicar el "sujeto" empírico en los mismos términos de la objetividad construida por el "sujeto" científico -en particular al ubicarlo en un determinado lugar del espacio social- y, por lo tanto, adquirir la conciencia y el (posible) dominio de todas las coerciones que pueden impactar en el sujeto científico a través de los vínculos que lo unen con los objetos empíricos, esos intereses, pulsiones y prejuicios con los que debe romper para constituirse plenamente como tal (Bourdieu, 2014, p. 264).

Se puede ver aquí una versión bastante optimista del trabajo sobre la reflexividad, según la que el investigador podría dominar aquellas coerciones que pesan sobre él, luego de romper con los intereses y prejuicios que signan el vínculo de aquel con el objeto empírico. Aunque, lamentablemente, no se encuentran aquí mayores precisiones metodológicas sobre cómo proceder para desmontar tales construcciones previas; sí queda la impresión de que se trata de una tarea que le toca al llamado "sujeto científico", o sea que se realiza dentro de los límites de la academia, con el fin de depurar y pulir el análisis que se ejecute sobre la realidad social estudiada.
Cambiaré ahora de enfoque disciplinar, pero manteniendo bajo el foco la noción de la reflexividad del investigador.
Desde la Antropología, Rosana Guber se preguntaba en un artículo clásico sobre por qué debería un investigador remover las emociones que haya podido suscitar un incidente en el trabajo de campo, encontrando que

[...] los investigadores podemos transformar episodios en apariencia anecdóticos y personales en instancias de conocimiento, aplicando a lo ocurrido el mismo tratamiento que daríamos a materiales más convencionales. Porque esta opción, lejos de proponer el uso de la legitimidad académica para "hacer gala de un espíritu narcisista", apunta a descubrir cuánto comparte el/la investigador/a con la realidad social que estudia, y en qué medida puede contribuir a su esclarecimiento al reconocer estos elementos compartidos (Guber, 1996, p. 40).

Se presenta aquí ya otra versión de este concepto, en donde se tienden puentes sólidos entre el investigador y el objeto de estudio (aquello a lo que Bourdieu llamaba el sujeto empírico), el que se encarna -en el trabajo de campo- en los participantes que uno aborda para recopilar datos. Si bien se insiste en la precaución contra el narcisismo del investigador (que acaso fuera una moda en los estudios etnográficos de hace unas décadas), se vuelve necesaria una introspección que devele los elementos compartidos con la realidad social que se estudia y -se podría agregar- también aquellos que lo separan a aquel de los participantes, en su rol y en su visión del mundo.
Así pues, se trata de una reflexividad más encarnada en los sujetos que intervienen en el proceso de investigación, cuya ponderación también aporta su cuota al análisis científico.
Ahora bien, es preciso volver la vista a nuestra propia disciplina, para evaluar cómo se asimiló la noción de la reflexividad en el marco de los estudios psicosociales. En efecto, se ha sostenido desde la corriente crítica de la Psicología Social, que tanto esta como todas las otras Ciencias Sociales "[...] deben girar hacia sí mismas las armas de la crítica, considerándose a sí mismas como objetos ordinarios del análisis social y como meras prácticas sociales que deben ser investigadas sin miramientos particulares" (Ibáñez, 1992, p. 20).
La propuesta de este autor -con un pensamiento de reconocida influencia foucaultiana- es la de deconstruir todos aquellos supuestos que, acríticamente asumidos, se infiltran en los procedimientos y en las teorías de los investigadores; en tanto que la Psicología Social forma parte de sí misma -pues es también un fenómeno social, como cualquier otro- este carácter reflexivo de las Ciencias Sociales debe ser plenamente asumido para llevar adelante una investigación seria. Esta concepción de la reflexividad, que parece un atributo epistemológico de toda disciplina social, pero que sin duda conlleva derivaciones prácticas en la investigación, me parece más cercana a aquella revisión permanente de los aspectos de la actividad social de la que hablaba el sociólogo inglés Giddens (1995), para quien la reflexividad es la característica distintiva de la modernidad tardía.
Vale aclarar, ya que he nombrado a más de un referente teórico de las Ciencias Sociales, que las conceptualizaciones sobre la reflexividad -ya lo habrá notado el lector- difieren según quién y desde dónde la enuncie. Sin duda, se trata de una categoría en boga en los estudios de sociólogos y de antropólogos (acaso algo menos difundida entre psicólogos), pero sobre cuya definición precisa no parece existir un consenso, sino que cada quien la entiende de formas distintas - llegando a los extremos de los investigadores "narcisistas", quienes la entienden como una excusa para hablar largamente sobre sí mismos y cuya vanidad se denunciaba más arriba. Así, Roth y Breuer (2003) propusieron, por ejemplo, una guía práctica para identificar distintos niveles de la reflexividad en las producciones de las Ciencias Sociales, según ella se refiera a los objetos, a los argumentos o a los procesos sobre los que el artículo trata. Incluso, también desde la Sociología, recientemente, se puso de relieve la importancia de esta categoría no ya para el sujeto investigador, sino para los propios participantes, analizando su injerencia en el empleo de métodos biográficos como la historia de vida y rescatando su relevancia en la construcción de narrativas sobre la propia existencia, una práctica muchas veces inexistente entre los sectores más vulnerabilizados de la población (Güelman y Borda, 2014).
Pero volvamos una vez más a nuestra disciplina, la Psicología. Todavía es válida la advertencia que se formuló, desde la Psicología Social Crítica, de que -en investigaciones psicológicas, muy en especial en aquellas cuyo diseño favorece el empleo de encuestas y otras técnicas muy estructuradas- el rol del investigador suele estar oculto a la vista. Esto es solo un factor más que se relaciona con la tendencia a producir formulaciones psicologicistas, es decir, que individualizan las conductas estudiadas, anclándolas en factores psicológicos de cada sujeto, sean o no éstos tildados de patológicos. Así, para estos autores, el paso clave para producir psicologías de-socializadas es abstraer la conducta del contexto relacional en el que ocurre.

Cuando nosotros, como investigadores, formamos parte de este contexto, entonces ello se vuelve un problema de reflexividad. Esto es decir que, a menos que seamos conscientes de las formas en que nuestras intervenciones y nuestra relación con los que responden facilitan su respuesta, trataremos a las comunicaciones como rasgos de personalidad, las discusiones como actitudes, etc.3 (Reicher, 1997, p. 88).

He aquí todavía otro nivel de impacto de la falta de reflexividad, que Reicher sitúa en la etapa de la producción de datos, esto es, mientras se implementan las técnicas durante el trabajo de campo: ¿qué formas de relación entre académicos y participantes fomenta el diseño de la investigación? O, para acercarlo aun más al propio objeto de estudio, ¿hemos tomado en cuenta que nuestra presencia en una comunidad altera la trama de relaciones que allí se despliega? Estas observaciones deben ser válidas no solo para la aplicación de encuestas o los métodos cuasi-experimentales, sino que aun en las líneas de investigación de corte más etnográfico -aquellas que apuntan a desnaturalizar lo menos posible, en el proceso inquisitivo, el fenómeno social que se estudia- es evidente la diferencia entre que esté presente o no una persona ajena a la comunidad estudiada, y acaso en esta tradición de la Antropología exista una conciencia acrecentada de ello.
Con estas últimas consideraciones, es hora ya de pasar a la perspectiva teórica asumida en esta investigación: la Psicología Social Comunitaria. En este tramo del recorrido me acompañará Maritza Montero, histórica referente de esta rama disciplinar, quien acercó una definición propia de la reflexividad, tanto más cercana a las tareas en campo de los investigadores: "[...] la capacidad de examinar constantemente lo que hacen, de abrir procesos de reflexión sobre su quehacer, compartidos con todas las personas que como colaboradores, co-autores o cualquier otra forma de actoría social, han participado en el proceso" (Montero, 2004, párr. 24).
Se presenta un giro respecto de los autores clásicos de la Sociología: pues se trata de un proceso compartido con los protagonistas de las comunidades abordadas. Recolección de datos, análisis e interpretación de los mismos son así etapas que se vuelven difíciles de diferenciar, pues en la práctica se solapan constantemente, en la medida en que se busca hacer partícipes a los sujetos del estudio (que lejos están de ser meros objetos). Incluso, esta autora destaca la necesidad por parte de los investigadores de responsabilizarse de aquellos resultados que producen, evitando escudarnos detrás de las formas impersonales de presentación, un punto en el que muestra una fuerte coincidencia con la tradición crítica de la Psicología Social.
Es así que ya desde el primer momento en el proceso de investigación, entra en juego el vínculo entre agentes externos e internos de la comunidad: nos referimos a la familiarización (Montero, 2006), donde se reconoce la importancia de darse a conocer por parte de los primeros, pues los miembros de la comunidad desean saber -legítimamente- cuáles son sus motivaciones y objetivos, además de cómo aquellos se involucrarán en los asuntos de la comunidad. No es legítimo, en este enfoque, un acercamiento al objeto de estudio transitorio, condicional, tentativo, signado por la falta de compromiso (Martín-Baró, 1991; 1986); antes bien, desde el comienzo mismo, deben explicitarse las intenciones en la producción del conocimiento y qué formas de participación se habilitarán para la comunidad durante ese proceso. Claro que la orientación, en este marco teórico, es producir un conocimiento socialmente significativo, que tenga sentido en el ámbito en el cual se produce, lo que en la Psicología Comunitaria se conoce como el criterio de validez ecológica; una práctica posible para alcanzar este criterio consiste justamente en establecer discusiones reflexivas con miembros interesados de la comunidad (algo que, para ser francos, puede no ser tan fácil de aplicar en todos los casos).
Existe todavía otra técnica clásica que puede emplear el investigador para promover la reflexividad: el registro de las anotaciones y el diario de campo. Incluso, una de las funciones con que pueden cumplir estas técnicas, es la de "[...] ser la memoria fiel de los estados de ánimo, de las dudas y de los descubrimientos e hipótesis formulados a lo largo del trabajo comunitario" (Montero, 2006, p. 306).
Si bien el lector desatento podría creer que se perfila aquí, peligrosamente, la denostada ostentación vanidosa del investigador, vale hacer dos aclaraciones: primero, que se trata de una técnica de registro de datos, en la que la percepción de las emociones, tanto las de los protagonistas, como las del propio investigador, también es consignada, pero que no consiste en la elaboración ni en la presentación de los resultados en sí, sino una instancia intermedia a ese trabajo. Luego, si tomamos el planteo de la Psicología Colectiva (Fernández Christlieb, 1994), que ve a la realidad como una entidad viva, por lo tanto capaz de pensamientos y de sentimientos, el registro de los climas grupales y de las impresiones afectivas sería entonces simplemente otro nivel de descripción de la realidad, para el que se sugiere el uso de un lenguaje cotidiano y desdisciplinarizado.

Un estudio de caso: la Cooperativa El Molino
Abordaré ahora el caso concreto al que me he dedicado en mi investigación. Se trata de una cooperativa autogestiva de vivienda, perteneciente al Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI), ubicada en el barrio de Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La trayectoria histórica de esta cooperativa se remonta al año 2002, si bien el predio que actualmente ocupa (con salida a las calles Solís y 15 de noviembre) fue adquirido recién en el 2006, mediante un crédito del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC), que está contemplado en la operatoria de la Ley 341 de esta ciudad. La Cooperativa El Molino se apoya en un proyecto de obra que implica viviendas para cien grupos familiares, de las que actualmente treinta y cuatro están terminadas, con los grupos familiares adjudicatarios viviendo allí mientras la obra avanza en las tercera y cuarta etapas.
La adjudicación más reciente culminó en diciembre de 2014, afectando a las trece viviendas de la segunda etapa que dan a la calle Solís; el proceso de decisión colectiva sobre quiénes ingresan a vivir en ellas no es simple, sino que está mediado por distintas instancias de decisión -entre las que la Asamblea de la cooperativa tiene la última palabra- y se basa en una evaluación de tres aspectos sobre cada grupo familiar: su participación (tanto en las comisiones de esta cooperativa, como en las áreas de la organización social a la que pertenece, el MOI), sus aportes (el pago mensual de una cuota para sostener la cooperativa) y su colaboración en la ayuda mutua (que es el nombre que se da al dispositivo por el que los propios socios participan en la obra, debiendo cumplir con un total de tres mil horas netas para acceder a la vivienda). Estos son solo algunos de los trazos que marcan la complejidad orgánica de la dinámica de autogestión en El Molino, la que se replica en otras cooperativas del MOI, si bien esta tiene una particularidad que siempre resaltan los socios: sus cien viviendas la vuelven el proyecto más grande de la organización - y a la vez, un caso ejemplar de hábitat autogestionado en el ámbito porteño, donde el severo déficit en políticas habitacionales ha sido largamente señalado (Rodríguez, Di Virgilio, Procupez, Vio, Ostuni, Mendoza et al., 2007; Herzer, 2012).
La presente investigación se apoya en parte sobre resultados previos, elaborados en el marco de una Beca Estímulo (UBACyT) en los años 2010 y 2011, que tenía por objeto de estudio a esta misma cooperativa. En los años subsiguientes, mantuve un contacto asiduo con algunos miembros de la comunidad, y durante el año 2014 retomé la asistencia a las asambleas semanales de la cooperativa, para explorar su dinámica de funcionamiento y las conflictivas grupales que allí se expresan, tal y como eran referidas por varios socios de El Molino, preocupados por el nivel de violencia que a veces se alcanzaba en sus espacios de participación.
El diseño de la investigación que ejecuto actualmente es de tipo exploratorio-descriptivo y apunta a dos objetivos: por un lado, estudiar las diversas manifestaciones de la participación en el marco de este proyecto autogestionado, donde se sostienen principios cooperativos y prácticas de horizontalidad en la lucha por la vivienda; por el otro, explorar las formas de sufrimiento derivadas de la participación en esta cooperativa de vivienda, así como las estrategias de afrontamiento que despliegan sus protagonistas. La metodología empleada es de corte cualitativo, algunas de las técnicas que aplico son las entrevistas semiestructuradas y la observación participante, con registro en el diario de campo (DC) del investigador.
En concreto, para este trabajo, revisé un corpus de 21 entradas en el DC, que corresponden a las observaciones que realicé en la asamblea de la Cooperativa El Molino, entre mayo y diciembre del 2014, con frecuencia semanal, los días lunes por la noche (si bien en algunos casos la asamblea se suspendió, por motivos climáticos o de duelo, o bien yo no pude asistir). Además, de forma accesoria, repasé algunas entrevistas realizadas en el período anterior de la investigación, en los años 2010 y 2011, con la atención puesta en las formas de definir los conflictos de los mismos protagonistas, así como algunas entradas del DC de por aquel entonces.

Investigando en primera persona: pautas para un análisis reflexivo
Para esta fase del desarrollo, insistiré en emplear la primera persona del singular, pues sería difícil proponer una reflexión de modo impersonal, cuando se trata del análisis de mi propia implicación en la investigación y las repercusiones del trabajo de campo sobre mí mismo; intentaré seguir la recomendación de Guber (1996) expuesta más arriba, y tratar al texto del diario de campo como un material más para analizar.
En este punto, vale explicar la técnica que empleo para el registro de las anotaciones durante el trabajo de campo, que consiste en diferenciar dos tipos de entradas (usando colores, en el cuaderno donde anoto durante las asambleas, y separando luego en dos columnas, al transcribir en el archivo digital del DC). De un lado, aquellas que dan cuenta de lo que sucede, las acciones que tienen lugar en el momento de la observación y el contenido de lo que dice cada persona que habla en la Asamblea, anotando a veces frases textuales. Del otro lado, el registro de mis percepciones sobre las emociones que atraviesan a los participantes (Fernández Christlieb, 1994), un contenido acaso más difícil de capturar, para lo que me valgo de diversos indicios: las gestualidades, el intercambio de miradas, los comentarios que se escuchan por lo bajo (de los que a veces ni se llegan a entender las palabras, pero sí el tono en que se pronuncian), siempre en relación a aquello descrito en la primera columna, que es lo que ocurre en la escena pública de la Asamblea. Entran en este segundo orden de anotaciones también las descripciones sobre el espacio en que se desarrolla la Asamblea (el que en determinadas ocasiones, se vuelve un contenido de la misma) y todo lo que concierne directamente a mi presencia allí, como por ejemplo cuando un socio se me acerca para preguntarme algo.
Se me podría objetar que un investigador serio debería apuntar a neutralizar el efecto de su presencia en el campo de estudio, para poder aproximarse al fenómeno social en un estado de mayor "pureza"; no obstante, no es pertinente tal objeción sobre la falta de asepsia metodológica en el caso de la observación participante (Montero, 2006; Martín-Baró, 1991), pues en esta técnica se reconoce -ya desde su denominación- el hecho de que la presencia del observador introduce un elemento nuevo, ineludible, en el campo social que se busca describir, y en este marco es legítimo que el investigador intervenga durante su observación, cuando lo juzgue pertinente. Aunque queda claro que, en una asamblea comunitaria, ningún investigador podría intervenir con una alocución como cualquier otro integrante de la comunidad, hay ocasiones en las que ésta misma se encarga de interpelarnos, reclamando ya explicaciones sobre nuestra presencia, ya ideas o soluciones para encarar algún problema determinado. En este sentido, ser presentado como psicólogo (o como estudiante de Psicología) muchas veces no le es indiferente a las personas que integran un grupo humano.

Entonces Valentino se me acerca y me explica el pedido que me hizo antes con la hojita [en la que me pidió por escrito mi número de teléfono, durante la asamblea], que existen en la cooperativa algunas situaciones de violencia familiar y que estaban pensando en armar un pequeño taller, por fuera de las comisiones, para tratar el tema entre los involucrados, que les sería útil tener a alguien que sepa de Psicología. [...] Martina me pregunta por cómo estoy de tiempo, ansiosa por empezar a armar el taller esta semana, y entonces le cuento que me estoy yendo de viaje el viernes, pero que planeo seguir asistiendo a la cooperativa a mi regreso; ella me propone que tal vez pueda sumarme a lo que lleguen a armar por entonces.
Se me ocurre que Osvaldo manifiesta las expectativas de varios compañeros, cuando al despedirme y tras desearme un buen viaje, me dice: "aparecé cuando vuelvas"4 (DC, 10-1-2011).

Esta entrada en el diario de campo, que corresponde a mi primer acercamiento a la Asamblea de la Cooperativa El Molino -hace más de cuatro años- da cuenta de que, ya desde el comienzo, varios socios se movilizaron ante la presencia de un agente externo a la comunidad, proveniente del campo de la Psicología. Por aquel entonces, la demanda tomó la forma de un pedido asistencial, asociando seguramente mi figura a la de un psicólogo clínico, y de ello se derivó luego un espacio de salud en la cooperativa, que llamamos Asistencia a Situaciones de Riesgo Social (ASRS), sostenido por miembros de la comunidad y profesionales externos, el que funcionó durante algo más de un año. No es mi propósito ahora balancear los logros y los desafíos de esa experiencia, tan intensa para mí, de trabajar conjuntamente sobre situaciones graves de violencia familiar, de consumo problemático de sustancias y de otros tipos, cuando aún era un estudiante de grado. Sin embargo, al día de hoy sigue fresca en mi memoria la exhortación de Osvaldo, que, mirando atrás, creo haber seguido al pie de la letra. Sucede que -vale reconocerlo- la vivencia de acercarme al grupo humano que constituye la Cooperativa El Molino, tampoco fue indiferente para mí.
En las entradas del DC revisadas para este trabajo, hay otros ejemplos de ocasiones en las que lo que ocurre a mi alrededor me afecta directamente, algo que difícilmente podría separarse de mi relación con el proceso íntegro de la investigación, signado por el vínculo con la comunidad que es su objeto de estudio. "[...] Al llegar, un socio me saluda afectuosamente: "¡qué facha!" [aludiendo a la ropa que llevo puesta]. Esto me alegra, [pues los socios] ya me reconocen como un participante habitual" (DC, 15-9-2014). Más allá del gusto que produce el ser halagado por la vestimenta, hay un elemento más que entonces me despertó una sensación positiva, y es el que los socios registraron mi presencia en la Asamblea, no solo aquel día, sino comparativamente (a partir de la apariencia física) con las otras ocasiones en que había estado allí realizando la observación. Esto me dio una confirmación práctica de que estaba puesta en marcha la familiarización, y ya no solo con los miembros de la comunidad con quienes había interactuado directamente -fuera en entrevistas, o en el espacio de ASRS- sino con socios que solo me conocían por verme en la misma Asamblea. Mi presencia asidua allí había producido algún efecto, aunque fuera solo de reconocimiento.
Sin embargo, no necesariamente esta recepción del investigador por parte de la comunidad es siempre positiva; a veces, puede tomar visos de sospecha, o aun de franca incredulidad. Es importante saber reconocer cuando esto ocurre, y no dejarse llevar por el sentimiento del rechazo de la comunidad -que es muy duro para el investigador, como ya lo mencionara Guber (1996)- sino buscar líneas de análisis que permitan encuadrar y explicar esas reacciones. Así, solo una semana después de la entrada anterior:

Valentino menciona nuestro taller [una intervención a realizarse en la asamblea siguiente, junto a otros psicólogos de orientación comunitaria, ante la escalada de violencia percibida por los socios en varias instancias de participación], justo mientras lo hace, Silvina me ve y comenta: "¡él es socio ya!, [dirigiéndose hacia mí] hace como un año que venís, ¿vos te vas a recibir de qué?" (DC, 22-9-2014).

Poco importa que en el momento no tuviera una respuesta concreta para darle a Silvina (pues entonces ya era Licenciado, pero no seguía con ningún estudio formal relacionado con mi presencia en la cooperativa); lo que me impregnó entonces fue la sensación de no ser bien recibido, reforzada por el tono de la alocución de esta socia, como si mi condición de observador -para la que había solicitado permiso a la Asamblea, cuando volví a asistir a ella, el 19 de mayo de aquel año- debiera ser transitoria, y mi permanencia tras cuatro meses comenzara a despertar suspicacias entre algunos socios. Quizás me habría visto seriamente desalentado en mi trabajo de haberme apegado a estas palabras, pero lo que hice fue, en cambio, entenderlas como parte de una conflictiva propia de la Cooperativa El Molino, la que me arrastraba a su campo de batalla, sin que yo me lo propusiera. ¿Y de qué se trataba esta conflictiva? Vale revisar las palabras de uno de los protagonistas:

En El Molino, durante muchos años, se dio que habían dos grupos bien... bien opuestos. Eran... grupos que representaban a los socios fundadores, u originarios, en los cuales había por ahí mucha convivencia, y de esa convivencia, muchos conflictos, entonces se daba que los socios que se incorporaban, normalmente o se volcaban para un grupo, o para el otro. (Entrevista a Valentino, 9-6-2011).

Así que en esta cooperativa -yo ya lo sabía desde el 2011- muchas veces la dinámica de las discusiones se polariza en torno a dos grupos, donde uno hace más énfasis en la vinculación con la organización social a la que pertenecen, recalcando la necesidad de participar en sus áreas y en todas las instancias a las que se convoca desde su Comisión Directiva. Mientras que el otro, menos afecto a la línea de aquella conducción, pone el acento en el trabajo dentro de la propia cooperativa y, en especial, en la necesidad de concluir lo antes posible con la construcción de las cien viviendas. No importa aquí lo que yo opine sobre esta conflictiva, antigua en la trayectoria histórica de El Molino (como relataba Valentino), ni que me parezca que ambas visiones son perfectamente complementarias; lo cierto es que la polarización existe en las asambleas, existe también la percepción de que tales o cuales socios están enrolados en uno de sendos grupos, y a partir de ello es que muchas veces se delinean de antemano las facciones opuestas en cualquier discusión, por accesoria que ésta pueda parecer.
Entonces, sería necio de mi parte ignorar el hecho de que yo accedí a esa Asamblea, en gran medida, presentado por el propio Valentino, quien es además uno de los referentes del segundo de los grupos mencionados... mientras que Silvina, quien me había interpelado, suele ser vocera del primero. Revisando la entrada en el DC, se corrobora que fue justamente mientras hablaba Valentino ante la Asamblea, sobre una intervención que se produciría con psicólogos, que Silvina me miró y me habló, a pesar de que ya en otras asambleas nos habíamos sentado cerca el uno del otro, y de que ya nos conocíamos de antes (pues había llegado a entrevistarla, cuatro años atrás). Arriesgando un poco más la interpretación de este incidente, podría sugerir que no fue Silvina quien me interpeló a mí, sino que más bien habló -a través de ella- la resistencia de uno de estos grupos a dejar que el otro interviniera sobre la Asamblea, mediante agentes externos a la comunidad (pero asociados a un conflicto interno a la misma).
Es justo reconocer que ya desde la Psicología Social Comunitaria, se había advertido sobre este riesgo: "Los agentes externos no deben identificarse con un grupo en particular ni con un sector específico de la comunidad" (Montero, 2006, p. 86), algo que se vuelve por demás evidente a la luz de este episodio. Ahora, muchas veces, en la práctica esto no es tan fácil de cumplir, sino que el solo hecho de acceder al campo de la mano de tal o cual persona, puede influir sobre la percepción del investigador como cercano o asociado a ella; tanto más, cuando existen grupos bien diferenciados en una comunidad y la distribución de los contactos del investigador entre ellos es asimétrica. En este escenario, no se me ocurrió una estrategia deinitiva para correrme de aquel lugar que me asignaron, pero sí tomé la precaución de procurar -cada vez que interviniera, sea durante la Asamblea o por fuera de ella- hacer referencia a los puntos de vista de ambos grupos, para ubicarme en un punto más equidistante ante esta división imaginaria, lo que me habilita un mayor margen de acción en el trabajo de campo. El desafío sigue vigente, y seguramente la peor medida a tomar sería optar por ignorar que esta dinámica de conflictos afecta también a mi propia presencia allí como investigador.
Antes de concluir con este desarrollo, quiero señalar otra forma en que se encarna la reflexividad durante el trabajo de campo, la que tiende a desdibujar las fronteras entre agentes externos e internos de la comunidad.

[Habla Rolando, referente histórico del MOI, sobre un conflicto con el Gobierno de la Ciudad por un edificio afectado a un Programa de Vivienda Transitoria de la organización, el PVT 3.] [...] La decisión tomada es que el MOI no se mueve del PVT. [Para Rolando,] está en juego lo mismo: para quién es el patrimonio del Estado. ¿Es para el pueblo organizado, o para los dueños del capital?, en las favelas de Brasil, en las villas, en el PVT 3. Se incendia: "¡ese edificio se ganó con unidad! Vamos a defender a fondo a ese edificio", con la herramienta de lucha procedente.
[Anotado en otro color:] Lo re banco. Me instalaría gustoso en el PVT 3 para bancar una toma (DC, 2-6-2014).

Llegamos a un tema quizás más polémico a nivel epistemológico: ¿hasta qué punto es legítimo que el investigador se implique en el fenómeno social que estudia? Cuando se trata de una comunidad que se define por sus prácticas de resistencia y de lucha, muchas veces parecería erróneo apegarse a la noción de la disociación instrumental, que suele recomendarse a los psicólogos para acercarse a los sujetos que estudian5, al menos en la medida en que nos encuadremos en la tradición de la Psicología Política representada por Ignacio Martín-Baró (1986).
Pero no es solo mi disposición a tomar las banderas de lucha del MOI, ante un posible conflicto con el Estado, lo que me llamó la atención en este último fragmento; sino que esa postura es activada (y volcada en mi diario de campo, al calor de una asamblea agitada) cuando habla un referente de esta organización social, cuya elocuencia me afecta a mí también y me dispara ideas que van en sintonía con su alocución, llevándola más lejos: en efecto, nadie había hablado hasta el momento de ocupar un edificio, ni de salir a luchar directamente contra el Gobierno de la Ciudad. Pero con su intervención, Rolando logró enrolarme a mí también en su apoyo, en esta lucha -y este tipo de fenómenos es lo que lo vuelve un referente para la comunidad. Entonces, nuevamente, sería una necedad de mi parte el ignorar que mi postura ante la situación del hábitat en esta ciudad está muy influida por mi experiencia de acercamiento al MOI, y que las formas en que se plasma este acercamiento a la vez son realimentadas por las ideas que tengo sobre los campos de lucha en los que actúan los protagonistas. Los investigadores sociales también tenemos una ideología, aunque algunos no quieran reconocerla, y ella repercute en la orientación que toma el conocimiento que producimos: ya no queda duda de ello.

Reflexiones finales
A partir del análisis de la reflexividad en sus varias dimensiones, y en especial según ella se plasma en el registro de mi trabajo de investigación en el diario de campo, deseo -todavía- compartir unas últimas reflexiones. Hemos visto distintos ejemplos de cómo se pone en juego la interrelación investigador-comunidad durante el trabajo de campo, relacionándolos con los procesos de familiarización con los protagonistas, con las expectativas que despierta en ellos la presencia de un profesional externo, con la implicación propia en las luchas que lleva adelante la comunidad estudiada, y aun con la inclusión del propio investigador en la conflictiva grupal que aquel la atraviesa; efectos todos que no siempre son buscados o deseables, pero que sin embargo, ocurren. Sucede que en la Psicología Social Comunitaria -así como en otras disciplinas de las Ciencias Sociales- trabajamos con personas y con grupos humanos, cargados de emociones, pensamientos, ideales y necesidades, y nosotros mismos no dejamos de ser humanos, que también cargamos con lo propio, incluso cuando investigamos. ¿Alguien puede todavía sostener que nuestra propia presencia resulta inerte para los fenómenos sociales que estudiamos, o que ellos le resultan indiferentes a nuestra subjetividad? En todo caso, ¿por qué sería eso deseable?
No puedo evitar volver a referirme a la postura de Martín-Baró (1986), referente de la Psicología de la Liberación, quien hace tres décadas ya dejó planteadas las tareas cruciales para que los profesionales desarrollemos una perspectiva propia, forjada en los países latinoamericanos y que pueda asistir a su desarrollo; con ese propósito, es forzoso que nos replanteemos nuestro bagaje teórico y práctico, pero desde la vida de nuestros propios pueblos, desde sus sufrimientos, sus aspiraciones y sus luchas. Ya he insistido en los efectos nocivos que puede tener para la investigación social, evitar asumir y responsabilizarse de la propia presencia en una comunidad; ahora, iré un poco más lejos. Propongo que cada uno de nosotros debería preguntarse, en lo más íntimo de su conciencia, qué tipo de conocimiento está construyendo, a qué objetivos apunta y a cuáles intereses apoya con su producción científica. La pregunta, crudamente formulada, es la siguiente: ¿queremos aportar, irreflexivamente, a una ciencia para la reproducción del orden social establecido, o, por el contrario, nos animaremos a construir, desde la base, una ciencia para la transformación social?

1 Agradezco las gentiles observaciones de parte de los evaluadores anónimos, cuyas sugerencias fueron incorporadas al texto, así como la siempre presente tutela de mi directora, Margarita Robertazzi.

2 En esta y en todas las demás citas textuales, se mantendrán las bastardillas así como el uso de comillas, según figuran en el original.

3 La traducción del original en inglés es propia.

4 En todos los fragmentos de diario de campo y de entrevistas presentados, se cambiarán los nombres de los protagonistas.

5 Al respecto, parece válida la ocasión para recordar las palabras de un gran psiquiatra que marcó el desarrollo de la Psicología Social en Argentina, José Bleger, quien acuñó en nuestro medio la idea de la disociación instrumental, y que describía el desafío del entrevistador (quien para Bleger, es a la vez un investigador) en los siguientes términos: "Se puede, de otra manera, describir esta disociación con la que tiene que trabajar el entrevistador diciendo que tiene que jugar los roles que en él son promovidos por el entrevistado, pero sin asumirlos en su totalidad" (Bleger, 1971, p. 30). A partir de esta reflexión, se podría establecer una interesante analogía entre las nociones de la contratransferencia, según se la entiende en la Psicología clínica, y la de reflexividad, en la tradición de la investigación en Ciencias Sociales; sin embargo, la magnitud de tal empresa nos impide desplegarla aquí.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bleger, J. (1971). Temas de psicología (entrevista y grupos). Buenos Aires: Nueva Visión.

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