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Anuario de investigaciones

On-line version ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.22 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2015

 

Psicoanálisis

La pulsión de muerte: el trauma y lo invocante

The death drive: trauma and invoking

Laznik, David1; Lubián, Elena2; Kligmann, Leopoldo3

1 Director del Proyecto UBACYT “Operadores conceptuales de la segunda tópica freudiana: alcances y límites”. Programación Científica 2014-2017, Universidad de Buenos Aires. Profesor Regular Titular de Psicoanálisis: Freud, Cát. II, Facultad de Psicología, UBA. Profesor Regular Titular a cargo de Clínica Psicoanalítica, Cát. I, Facultad de Psicología, UBA. Miembro de la Comisión de la Maestría en Psicoanálisis, Facultad de Psicología, UBA. E-mail: dlaznik@psi.uba.ar

2 Codirectora de Proyecto UBACYT. Profesora Adjunta Regular, Psicoanálisis: Freud, Cátedra II, UBA. Profesora Adjunta Interina, Clínica Psicoanalítica, Cátedra I, UBA. Docente de la Maestría en Psicoanálisis, UBA.

3 Investigador Formado de Proyecto UBACYT. Jefe de Trabajos Prácticos Interino de Psicoanálisis: Freud, Cátedra II, UBA. Jefe de Trabajos Prácticos Interino de Clínica Psicoanalítica, Cátedra I, UBA.

RESUMEN
A partir de Más allá del principio de placer (1920) las teorizaciones freudianas indagan fundamentalmente una dimensión de lo psíquico que excede el retorno de lo reprimido. Estos desarrollos alcanzan su formalización con la formulación de la segunda tópica y el masoquismo erógeno primario. Enmarcado en este contexto epistemológico, Freud propone distintos operadores conceptuales: ligado-no ligado; sadismo primario (trasposición al exterior de la pulsión de muerte)-masoquismo primario (residuo interior de la pulsión de muerte); mezcla-desmezcla pulsional. Se trata de un conjunto de operadores que intentan abordar diversos problemas de la clínica que se desprenden de la formulación del segundo dualismo pulsional.
La oposición ligado - no ligado permite recortar la irrupción traumática. Sin embargo, no alcanza para dar cuenta de la compulsión de repetición, la angustia como contrainvestidura y la neurosis traumática.
El segundo operador permite ubicar dos dimensiones de lo que acontece con la pulsión de muerte. Una que se traspone al exterior como sadismo y otra que permanece como residuo interior de la pulsión de muerte.
Finalmente, con el tercer operador Freud indaga la cara muda del superyó. De este modo, interroga las neurosis graves, las neurosis traumáticas, la reacción terapéutica negativa, y las neurosis narcisistas, entre otros.

Palabras clave:
Tópica - Dualismo - Operadores - Problemas

ABSTRACT
From Beyond the Pleasure Principle (1920) Freudian theories mainly investigate the psychic dimension that exceeds the return of the repressed. These developments reach their formalization with the formulation of the second topography and the primary erogenous masochism. Framed in this epistemological context, Freud proposes different conceptual operators: bound-unbound; primary sadism (transposition out of the death drive) (residue inside the death drive) Primary -masoquismo; mixing-demixing instinctual. This is a set of operators that seek to address various clinical problems arising from the formulation of the second instinctual dualism.
The linked opposition - unbound traumatic lets you crop emergence. However, not enough to account for the repetition compulsion, anxiety as contrainvestidura and traumatic neurosis.
The second operator can locate two dimensions of what happens with the death drive. One that is transposed abroad as sadism and other residue that remains inside the death instinct.
Finally, the third operator Freud explores the silent face of the superego. Thus, questions severe neurosis, traumatic neurosis, the negative therapeutic reaction, and narcissistic neurosis, among others.

Key words:
Topic - Dualism - Operators - Problems

El objetivo del siguiente artículo consiste en ubicar el modo en que Freud aborda diversos problemas de la clínica de la segunda tópica a partir de la conceptualización de tres nuevos operadores conceptuales.

Dentro del contexto epistemológico de la segunda tópica y en relación al nuevo dualismo pulsional, Freud propone distintos operadores conceptuales: ligado-no ligado; sadismo primario (trasposición al exterior de la pulsión de muerte)-masoquismo primario (residuo interior de la pulsión de muerte); mezcla-desmezcla pulsional. Se trata de un conjunto de operadores que intentan abordar diversos problemas de la clínica a partir de ubicar distintas aristas que se desprenden de la formulación del segundo dualismo pulsional.
La oposición ligado - no ligado permite recortar la irrupción traumática. Sin embargo, no alcanza para dar cuenta de la compulsión de repetición, la angustia como contrainvestidura y la neurosis traumática.
El segundo operador permite ubicar dos dimensiones de lo que acontece con la pulsión de muerte. Una que se traspone al exterior como sadismo -permite constituir un objeto libidinizado- y otra que permanece como residuo interior de la pulsión de muerte -el masoquismo erógeno primario- (FREUD 1924).
Finalmente, con el operador de la mezcla y desmezcla (FREUD 1923) Freud indaga la cara muda del superyó. De este modo, interroga las neurosis graves, las neurosis traumáticas, la reacción terapéutica negativa, y las neurosis narcisistas, entre otros.

El marco teórico a partir del cual delimitamos los ejes de nuestra investigación se centra en los desarrollos posteriores a la formulación del Más allá del principio de placer (1920). Desde esa perspectiva, destacamos que a partir de 1920 las teorizaciones freudianas indagan fundamentalmente una dimensión de lo psíquico que excede el retorno de lo reprimido. Estos desarrollos alcanzan su formalización con la formulación de la segunda tópica y el masoquismo erógeno primario. Enmarcado en este campo Freud centra su atención en una serie de fenómenos que constituyen respuestas diversas frente al encuentro con lo traumático: compulsión de repetición, reacción terapéutica negativa, neurosis graves, melancolización, rasgos de carácter, angustia como contrainvestidura, efectos psíquicos de los traumas tempranos.
Frente a esta nueva complejidad Freud construye la segunda tópica. Aún cuando la misma se organiza en tres instancias, se enmarca en relación con la enunciación del segundo dualismo pulsional.
La formulación de un Más allá del principio de placer permite conceptualizar la existencia de una compulsión de repetición y resignificar el valor de lo traumático en términos de irrupción pulsional sin ligadura; a su vez posibilita poner en serie fenómenos que no responden a la lógica de la primera tópica y por ende exceden el primer dualismo pulsional. Freud se aboca entonces a producir nuevos soportes conceptuales que le permitan teorizar y abordar estos fenómenos: la reacción terapéutica negativa, las neurosis graves, la neurosis traumática, las psiconeurosis narcisistas, entre otros.
La postulación del segundo dualismo pulsional es solidaria con las nuevas problemáticas que surgen en el seno de su práctica. Freud plantea la equivalencia del más allá y los estímulos interiores no ligados. El nuevo dualismo permite configurar una nueva oposición ligado - no ligado.
Sin embargo, dicha oposición no logra cernir la complejidad singular que caracteriza a la compulsión de repetición en la medida en que la misma constituye un intento de tramitación de lo traumático.
Freud propone tres referentes clínicos para pensar los diferentes modos de respuesta del aparato frente a lo no ligado. Los sueños de las neurosis traumáticas, el juego infantil y la compulsión a la repetición en la transferencia.
El sueño traumático, paradigmático, se presenta como un intento de dominar el estímulo no ligado “por medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis traumática”, ya que “el apronte angustiado con su sobre-investidura de los sistemas recipientes constituye la última trinchera de la protección antiestímulo”.
De este modo, Freud anticipa la función de “la angustia como contrainvestidura” (FREUD 1920) como un modo de respuesta frente a lo traumático. Sin embargo, recién en Inhibición, síntoma y angustia Freud podrá otorgarle un estatuto formal a estos desarrollos, y de esta manera, conceptualizar el valor estructural de dicha respuesta subjetiva. ¿En qué consiste la angustia como contrainvestidura? Frente a la perturbación económica como “núcleo genuino del peligro”, punto de indefensión, la respuesta del sujeto es la “reacción de angustia”. Y allí Freud introduce la operatoria de una “represiones primordiales” (FREUD 1926). En Inhibición, síntoma y angustia Freud afirma: “los primeros estallidos de angustia se producen antes de la diferenciación del superyó” (FREUD 1926).
Dicha angustia se vincula con huellas acontecidas en los “momentos de adquisición del lenguaje”, previas al Edipo, teorizadas por Freud en Moisés y la religión monoteísta.
Se trata de vivencias en el cuerpo propio o bien percepciones sensoriales, las más de las veces de “lo visto y oído” que participan de un modo decisivo en la constitución del aparato psíquico.
Desde esta perspectiva las represiones que Freud denomina “primordiales” valen como contrainvestidura que, por fuera del principio de placer, intentan hacerle frente al estallido de angustia de aquellas “antiquísimas vivencias traumáticas”. Constituyen un modo de respuesta frente a lo traumático que se caracteriza por no remitir estrictamente al campo de la ligadura y que sin embargo tampoco puede ser suscripto a lo no ligado; se articulan con la función de la angustia como contrainvestidura y son previas a la conformación del superyó como heredero del complejo de Edipo y por lo tanto previas a la represión secundaria.

El estatuto particular que caracteriza al intento de ligadura en tanto respuesta del sujeto frente al trauma, trasciende a la oposición ligado - no ligado, y evidencia una dificultad que atraviesa a las nuevas formulaciones freudianas; esta dificultad va de la mano con otro obstáculo que se plantea: a partir de una inconsistencia presente en las primeras teorizaciones sobre el segundo dualismo pulsional.
En Más allá del principio de placer Freud postula la pulsión de muerte como estímulos interiores no ligados. Es en la medida en que el principio de placer se sostiene en la ligadura que posibilita la investidura de las representaciones y su desplazamiento, que Freud delimita el lugar de la pulsión de muerte como lo que excede a lo ligado. Sin embargo, la articulación de la pulsión de muerte con el dualismo pulsional resulta una tarea mucho más ardua. Al postularla como “exteriorización de la inercia en la vida orgánica” (FREUD 1920), Freud la deja ubicada del lado de las funciones de conservación y, por lo tanto, ligadas a las pulsiones yoicas. Es así que equipara la oposición pulsiones de vida - pulsiones de muerte a la anterior oposición pulsiones sexuales - pulsiones yoicas.
La consecuencia de esta afirmación es que, a pesar de fundada la pulsión de muerte, no le es posible a Freud formular un nuevo dualismo pulsional. Se trata en realidad del mismo dualismo nombrado de otra forma. Propone entonces una “segunda polaridad”: la oposición amor-odio, o ternura - agresión. De este modo, equipara el sadismo con la pulsión de muerte (FREUD 1920). Por ello, o no hay un nuevo dualismo pulsional, o si lo hay (amor - odio) éste ubica al sadismo como originario. Es así que en “Más allá...” Freud funda una serie en la que el odio, la agresión, el sadismo y la pulsión de muerte devienen equivalentes. Y la pulsión de muerte adquiere valor de pulsión de destrucción (LAZNIK 2003).
Sin embargo, no es posible fundar un nuevo dualismo sobre la base del odio y el sadismo. En primer lugar, porque las tendencias destructivas no contradicen el principio de placer. Son tendencias al servicio del “egoísmo” y por lo tanto apuntan a resguardar el placer propio. Pero fundamentalmente porque el sadismo es solidario de la estructura misma de la pulsión sexual. Es el elemento correspondiente a la pulsión en tanto “pulsión de apoderamiento” (FREUD 1905). La pregunta que surge es ¿cómo podríamos buscar el dolor del otro si no hubiera un registro del dolor para el propio sujeto? No hay posibilidad entonces de pensar al sadismo sin postular una experiencia masoquista previa. “Podría haber también un masoquismo primario...” (FREUD 1920) señala Freud, anticipando el desarrollo que tomará cuerpo poco después.
El sadismo se conecta con el valor que adquiría en “Tres ensayos...”, en donde aparecía como solidario de la “pulsión de apoderamiento.” De lo que se trata es del dominio que se ejerce sobre un cuerpo, sobre un cuerpo que se constituye fuera del cuerpo de la conservación.
Se trata entonces de ese otro lugar que posibilita la constitución de la imagen corporal y que operará como soporte del narcisismo. La metáfora de la ameba de “Introducción del narcisismo” se transforma -en “El problema económico del masoquismo”- en la transposición, el desvío hacia afuera, hacia los objetos del mundo exterior, de la pulsión de muerte (FREUD 1924). Así, el sadismo se revela como correlato del yo, en la medida en que éste se constituye como efecto de una pérdida fundante, fuera del “ser vivo” elemental. Es por lo tanto solidario de la transferencia inscripta en la oposición libido yoica - libido de objeto. La transposición al exterior da cuenta del pasaje de “ser un cuerpo” a “tener un cuerpo”, y la libidinización del objeto supone una operación homóloga, en la que lo que se transfiere es el objeto mismo que era el propio sujeto (LAZNIK 2003). Pero “otro sector no obedece a ese traslado hacia afuera, permanece en el interior del organismo” (FREUD 1924).
Es en ese sector donde “tenemos que discernir el masoquismo erógeno, originario”. Es recién ahora, en 1924, cuando culmina el movimiento que se anticipaba en 1920 con “Más allá...”, pero que recién se formaliza en “El problema económico del masoquismo”. No toda la pulsión de muerte se transpone al exterior, se expulsa. Después que la parte principal de la pulsión de muerte “fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior permanece, como su residuo, el genuino masoquismo erógeno...” (FREUD 1924). Pero si el sadismo permitía pensar la constitución del cuerpo y del yo, Freud señala un elemento que escapa a esta constitución, que permanece fuera del cuerpo. El masoquismo erógeno primario viene a señalar, entonces, una disyunción. Por un lado, una parte trasladada que soporta el cuerpo del narcisismo, y sobre la cual se apoyará después el retorno del sadismo sobre el yo, constituyendo el masoquismo secundario. Por otro lado, una parte que no se traslada hacia afuera, que permanece en el interior del cuerpo, constituyendo un “fuera del cuerpo”, en el que se refugia la satisfacción pulsional (GLASMAN, 1985). Es en esta exterioridad al cuerpo especular, en esta parte separada del cuerpo, que se sostiene en Freud la disyunción entre cuerpo y goce (LACAN, 1966).
Es recién en “El problema económico del masoquismo” que se formaliza el movimiento que se anticipaba en “Más allá del principio de placer”. No toda la pulsión de muerte se transpone al exterior. Después que la parte principal de la pulsión de muerte “fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior permanece, como su residuo, el genuino masoquismo erógeno...”. Recién aquí se justifica el nuevo dualismo pulsional.

En las conceptualizaciones previas desplegadas en Más allá del principio de placer el trauma se sitúa en relación a la ruptura de la protección antiestímulo y quiebre de la homeostasis de la escena que se rige según el principio de placer. En Moisés y la religión monoteísta Freud prosigue la indagación del trauma y teoriza el papel que cobran ciertas vivencias tempranas en el propio cuerpo, que valen como un cuerpo extraño. Desde los nuevos desarrollos lo traumático se reconfigura como vivencias pasivas en el propio cuerpo, que al decir de Freud son los restos de lo visto y lo oído (FREUD 1938). Aquellas vivencias tempranas ocurridas cuando el niño está dentro del campo del lenguaje pero no aún dentro de la palabra articulada.
A partir de estos desarrollos interrogaremos el valor de lo oído, es decir la pregnancia de lo invocante en relación con los fenómenos característicos de la clínica de la segunda tópica y en articulación con los nuevos operadores conceptuales propuestos por Freud.
Es posible ubicar uno de los registros de lo oído a partir del valor que Freud le otorga al trauma. La “explosión” en las neurosis traumáticas constituye un ejemplo paradigmático (FREUD, 1920). El factor de la sorpresa es solidario con el surgimiento del afecto de terror, y por ende con la ruptura y caída de la escena. Subrayemos: este primer registro, lo oído se constituye como aquello que agujerea la escena. De allí la importancia que Freud le adjudica al terror.
Freud utiliza la categoría de lo no ligado fundamentalmente para abordar y teorizar la ruptura de la escena a partir de la irrupción traumática. En este punto, lo invocante se articula a un objeto “exterior” (FREUD 1920).

Hemos situado que la oposición ligado-no ligado no alcanza a dar cuenta de ciertos fenómenos clínicos: la compulsión de repetición, cierto lugar clave que tiene la angustia como contrainvestidura en la formación de síntomas, y agregamos la neurosis traumática.
Consideramos que para dar cuenta de la complejidad que reviste esta problemática Freud recurre a la producción de un segundo operador conceptual destinado a ubicar dos dimensiones de lo que acontece con la pulsión de muerte. Una que se traspone al exterior como sadismo y otra que permanece como residuo interior de la pulsión de muerte (FREUD 1924).
La transposición al exterior permite constituir al ruido como objeto “libidinizado”. En cuanto al “residuo interior no transpuesto al exterior” constituye una dimensión irreductible que Freud nombra masoquismo erógeno primario y sostiene la compulsión del síntoma.
Correlativamente con este movimiento, situamos una segunda dimensión de lo oído respecto de la cual destacamos la puesta en “suspenso” del relato, correlativa de una mostración del ruido en la escena. Es decir, la transposición al exterior permite la producción del ruido como objeto invocante que se muestra en la escena. Se trata de un objeto parcial -solidario de la gramática pulsional- que permite el rearmado de la escena. Lo oído deja en suspenso el relato y en ese sentido ubicamos la expectación angustiada; el realce que adquiere un objeto en la escena.
Para figurar estas cuestiones nos serviremos del “ceremonial del dormir” examinado por Freud en la conferencia 17. Se trata de una joven que antes de acostarse retiraba de su habitación todo lo que pudiera hacer ruido -ruidos cotidianos reales que provienen del exterior-. Paradójicamente también se aseguraba de tener la puerta entreabierta. De este modo la evitación de los ruidos resultaba contradictoria. Freud plantea que el sentido de dicha acción consistía en espiar con las orejas a sus padres para controlarlos. En algún momento, había logrado dormir entre ellos viéndose su madre obligada a intercambiar la cama con ella. Esta situación fue el disparador de fantasías cuya repercusión se registra en el ceremonial. En el ceremonial conluyen varias fantasías. El sentido de dicho ritual era por un lado expresar sus deseos, pero también defenderse contra ellos.
En una primera instancia Freud ubica los ruidos como el elemento supuestamente traumático (FREUD 1916). Sin embargo, a partir de las asociaciones de la paciente Freud reubica lo traumático en el despertar sobresaltado de la paciente, con la sensación penosa del latir del clítoris. De este modo, en un segundo momento, lo traumático cambia de ubicación y se desplaza del ruido al latir del clítoris que vale como cuerpo propio, pero ajeno al propio sujeto, por fuera del cuerpo del dominio; una interioridad extraña y ajena a su imagen corporal (LAZNIK 2011). Al decir de Lacan, se trata de un espacio de extimidad (LACAN 1960) .
La “transposición al exterior” (FREUD 1924) le permite teorizar y constituir al ruido como objeto “libidinizado”. Un objeto a evitar en el síntoma, pero que a la vez posibilita su organización. Sin embargo, al mismo tiempo, permanece un “residuo interior no transpuesto al exterior”, la dimensión irreductible que Freud nombra masoquismo erógeno primario y sostiene la compulsión del síntoma.
De este modo, una vez que Freud conceptualiza el fundamento traumático del masoquismo erógeno primario, el ruido pasa a ser teorizado en términos de defensa y puede dar lugar, como en este caso, a la constitución de un ritual.
De esta manera, “la trasposición al exterior” permite reconfigurar el latir del clítoris bajo la forma del ruido del “tic tac del reloj”. Es decir, el ruido vale como “trasposición al exterior ” de ese estímulo interior no ligado, del “cuerpo no simbolizado” (LAZNIK y otros 2003). El tic-tac del reloj resulta de la “transposición al exterior” de ese “goce hétero” (1975), un goce fuera del cuerpo. Sin embargo, lo que no cambia es la posición masoquista. La trasposición no logra constituir una posición activa ya que la joven paciente se mantiene en una posición pasiva respecto de los ruidos que la amenazan y de este modo se constituye un síntoma obsesivo con estructura fóbica.
Con el síntoma se logra el armado de la escena. Este referente clínico permite situar un intento de anudamiento que testimonia el valor del operador trasposición - residuo interior y la insuficiencia de la oposición ligado - no ligado para dar cuenta de las complejas aristas propias de los fenómenos que se enmarcan en la clínica de la segunda tópica.
En esta misma línea, Freud ubica el peligro del suicidio en la melancolía y lo contrapone a lo que ocurre en la neurosis obsesiva donde la pulsión de muerte se transpone al exterior -deviene pulsión de destrucción-, se atenúa el peligro preservándose de que recaiga sobre el yo y produce una martirización que recae sobre el semejante. Por ello, Freud dice que el neurótico obsesivo, en oposición a lo que ocurre con el melancólico, se halla preservado del suicidio (FREUD 1923).

A su vez, estos dos primeros operadores conceptuales resultan insuicientes para dar cuenta de las neurosis graves y la reacción terapéutica negativa, entre otros problemas. Por ello, Freud pasa a indagar estos fenómenos a partir de un tercer operador: la oposición mezcla - desmezcla pulsional (FREUD 1923).
A partir de este tercer operador y los desarrollos acerca de lo oído proponemos retomar los desarrollos freudianos relativos al valor que cobra el superyó en las configuraciones clínicas antedichas. El operador de la mezcla - desmezcla pulsional nos permite deslindar dos dimensiones del superyó:
Una primera dimensión como mandato superyoico. Se trata del superyó que se entrama con el síntoma, donde la mezcla con Eros aporta la simbolización por la vía de las representaciones palabra. Respecto de esta arista Freud destaca el valor de las representaciones-palabra que toman su investidura del ello.
En El problema económico del masoquismo (FREUD 1924) retoma la noción de mezcla y desmezcla como un supuesto necesario dentro del psicoanálisis. En este texto, a diferencia de lo que plantea en El yo y el ello y en El malestar en la cultura, no sitúa una pulsión de muerte y una de vida puras, sino sólo contaminaciones de ellas, de valencias diferentes en cada caso. Plantea la articulación entre el masoquismo moral y el superyó, cuyos imperativos -representaciones palabra preconcientes- toman su energía de investidura de las fuentes del ello, sin embargo, la representación palabra se constituye como un modo de atenuación respecto de la mudez de la pulsión.
Situamos una segunda dimensión del superyó articulado a las neurosis graves -neurosis narcisistas y neurosis traumáticas-, el suicidio, y la reacción terapéutica negativa. Se destaca la mudez del superyó y el estatuto enigmático y opaco que cobra su conceptualización en la obra freudiana. Freud caracteriza esta dimensión del superyó como cultivo puro de la pulsión de muerte (FREUD 1923).
Es esta dimensión la que prevalece en la reacción terapéutica negativa Freud ubica determinados pacientes que “reaccionan de manera trastornada frente a los progresos de la cura” (FREUD 1923). No se trata de una resistencia de transferencia: “analícese esta resistencia de la manera habitual, persistirá no obstante en la mayoría de los casos” (FREUD 1923). Es decir, plantea la reacción terapéutica negativa como referente clínico paradigmático de la dimensión muda del superyó, en el punto en que el sujeto enmudece. Por ello Freud no lo trabaja como una identificación prestada, en tanto no cuenta con el soporte de la identificación. De ahí que afirme que dichos pacientes no se sienten culpables sino enfermos (FREUD 1923).
Lacan retoma esta cuestión con el planteo de los “niños no deseados” y propone que se trata de una complicación o rechazo respecto del deseo del Otro. Propone leer la reacción terapéutica negativa freudiana diciendo: “rehúsan cada vez más entrar en el juego. Quieren literalmente salir de él. No quieren saber nada de esa cadena significante en la que solo a disgusto fueron admitidos por su madre” (LACAN 1957). Articulado a lo “mudo” situamos la crueldad del superyó como expresión del rechazo del Otro. A partir de la melancolía, distinguimos la inexistencia del sujeto en el Otro, del hacerse objeto de rechazo del Otro. En este último caso de lo que se trataría es de un recurso “defensivo”, que produciría un modo -aunque paradójico- de existir en el Otro.
Para dar cuenta de esta dimensión del superyó Freud necesita un nuevo operador porque la dimensión muda no se ordena en términos de ligado - no ligado, ni de trasposición al exterior - residuo interior de la pulsión de muer te. Es aquí donde se resignifica el valor de la mezcla y desmezcla.
Esta cuestión también posibilita retomar problemáticas como la del suicidio -que de esta manera Freud aborda a partir del segundo y tercer operador-. La desmezcla precisa el punto de la caída de la escena en el pasaje al acto. Es decir, nombra la dificultad de una configuración que atenta contra las coordenadas de la escena analítica y da cuenta del núcleo central del más allá del principio de placer.
Por otro lado, la dimensión injuriante del superyó, también resultado de la desmezcla pulsional, conduce a la formulación de la nueva categoría de “neurosis graves” (FREUD 1923). Sin embargo, recién al año siguiente puede precisar su estatuto. El nuevo ordenamiento nosográfico de Neurosis y psicosis (1924) es solidario de la formulación de la segunda tópica. Cada nosografía se fundamenta en un conflicto psíquico diverso: las neurosis entre el yo y el ello; las psicosis entre el yo y el mundo exterior; y las psiconeurosis narcisistas entre el yo y el superyó. La melancolía, paradigmática de las psiconeurosis narcisistas, da cuenta de un superyó hiperintenso que se abate con furia sobre el yo como si se hubiera apoderado de todo el sadismo disponible en el individuo y transforma al superyó en un cultivo puro de la pulsión de muerte. Freud remarca esa fase de formación donde aconteció la liga tan importante para la vida entre Eros y pulsión de muerte. Y ubica el acrecentamiento de la severidad del superyó como efecto de la desmezcla pulsional.
Simultáneamente, la desmezcla permite precisar la cara muda del superyó cuando se presenta como una palabra de odio que nombra al ser (LAZNIK 2003) sin equívoco mediante. En esta línea, Lacan plantea la consistencia del ser, el ser del masoquismo que ubica como un sentido asociado al goce (LACAN 1972). Se trata del superyó como un significante “irreductible”. De allí su valor de insensatez que con Lacan podemos situar como efecto afanísico en el superyó.

A partir de estos desarrollos, al retomar el tema de lo oído hallamos un tercer registro del mismo que delimitamos a partir de dos cuestiones: lo irreductible y un registro mudo del superyó. Se trata también de lo oído pero ubicado “en los momentos de adquisición del lenguaje”. Es decir, lo oído en tanto significante, pero sin embargo, si bien se trata de un significante ligado, es necesario considerar su estatuto ya que estamos destacando lo irreductible y la mudez.
Tal sería el caso de la injuria de ciertas frases superyoicas que ubicamos respecto de las “neurosis graves”. Dicha injuria vale como un significante que no produce al sujeto como falta en ser, sino que sostiene la pretensión de nombrar unívocamente el ser del sujeto. Es decir, funciona como “última palabra”, y entonces como borde del discurso. En este punto, hay ligadura, pero el significante no opera como ligado ya que no rige el principio de placer sino que vale como cuerpo extraño, soporte de lo traumático. Para considerar este problema es necesario el operador de la mezcla y desmezcla. Es decir, la injuria del superyó no es posible de ser pensada con la categoría de lo no ligado, y tampoco con la trasposición al exterior. De este modo, si bien tiene “apariencia” de ligado, precisa su valor a partir de la noción de desmezcla pulsional.

Recapitulando, lo oído se presenta al menos en tres registros: en primer lugar, la ruptura de la escena; en segundo lugar, la producción del objeto exterior a partir de la trasposición al exterior; y en tercer lugar, lo irreductible y la mudez del superyó. Se trata, del superyó como lo irreductible que sostiene la pretensión de nombrar unívocamente el ser del sujeto. O bien, del superyó que enmudece al sujeto, que hallamos en el fenómeno paradigmático de la reacción terapéutica negativa. De este modo, es el operador de la mezcla y desmezcla aquello que le sirve a Freud para pensar está dimensión del superyó, y por ende, la reacción terapéutica negativa, las neurosis graves -psiconeurosis narcisista y neurosis traumática- y un aspecto del suicidio.

En conclusión, dentro del contexto epistemológico de la segunda tópica Freud propone distintos operadores conceptuales: ligado-no ligado; sadismo primario (trasposición al exterior de la pulsión de muerte)-masoquismo primario (residuo interior de la pulsión de muerte); mezcla- desmezcla pulsional. Se trata de un conjunto de operadores que intentan abordar diversos problemas a partir de ubicar distintas aristas que se desprenden de la formulación del segundo dualismo pulsional en la medida en que su formulación resulta insuficiente para dar cuenta de la complejidad que presentan los fenómenos característicos de la clínica de la segunda tópica.
Con el operador ligado - no ligado (FREUD 1920) Freud recorta la irrupción traumática. Allí ubicamos un primer registro de lo oído donde éste se constituye como aquello que agujerea la escena. Sin embargo, el operador ligado - no ligado no alcanza para dar cuenta de la compulsión de repetición, el lugar de la angustia como contrainvestidura en la formación de síntomas y la neurosis traumática.
El segundo operador le permite a Freud ubicar dos dimensiones de lo que acontece con la pulsión de muerte. Una que se traspone al exterior como sadismo y otra que permanece como residuo interior de la pulsión de muerte (FREUD 1924). Ubicamos un segundo registro de lo oído donde la transposición al exterior permite constituir al ruido como objeto “libidinizado”, un objeto que se muestra en la escena y se trata de evitar con el síntoma. Y el “residuo interior no transpuesto al exterior” que constituye un significante irreductible que Freud nombra masoquismo erógeno primario y sostiene la compulsión del síntoma.
Finalmente, a partir del operador de la mezcla y desmezcla (FREUD 1923) situamos un tercer registro de lo oído respecto del cual distinguimos, lo irreductible y la cara muda del superyó. A partir de allí, ubicamos las neurosis graves, las neurosis traumáticas, la reacción terapéutica negativa, las neurosis narcisistas y el suicidio.
La indagación de estos tres operadores conceptuales y las distintas problemáticas que los mismos intentan abordar permanecen como preocupación hasta el final de los desarrollos freudianos.

BIBLIOGRAFÍA

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Fecha de recepción: 23/04/15
Fecha de aceptación: 13/09/15

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