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Anuario de investigaciones

versión On-line ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.22 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2015

 

Psicoanálisis

La propensión al principio de placer en la época actual y sus efectos en la salida de la adolescencia

The propensity to the pleasure principle in the current epoch and its effects on the exit from adolescence

Suárez, Silvana C.1; Aguzzi, Alejandro J.2

1 Licenciada en Psicología, Universidad de Buenos Aires. Psicóloga Clínica. Docente, “Diagnóstico y abordaje de las crisis infanto- juveniles” y “Psicología del ciclo vital II”, Prof. Tit. Reg. Lic. María Eugenia Saavedra, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. Investigadora, Proyecto PROINPSI “La adolescencia y el déficit en los procesos de simbolización”, Directora: Prof. Tit. Reg. Lic. María Eugenia Saavedra, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. E-mail: silsua@yahoo.com

2 Licenciado en Psicología, Universidad Católica Argentina. Psicólogo Clínico. Docente, “Diagnóstico y abordaje de las crisis infanto- juveniles” y “Psicología del ciclo vital II”, Facultad de Psicología, UBA. Investigador, Proyecto PROINPSI.

RESUMEN
Partiendo de un caso clínico, y haciendo una lectura del mismo desde los trabajos de Sigmund Freud y Jacques Lacan, los autores presentan a la adolescencia como un momento del ciclo vital en donde se ponen en juego para el sujeto operaciones simbólicas que determinarán su posibilidad de advenir adulto. Para esto se consideran las particularidades que presenta la época actual en lo concerniente a los modos de satisfacción y los ideales propuestos. La operatividad de la metáfora paterna se torna crucial para ligar al adolescente, en tanto sujeto adulto a advenir, a la comunidad en el amor y el trabajo.

Palabras clave:
Adolescencia - Principio de placer - Época - Recursos simbólicos - Amor - Trabajo

ABSTRACT
Utilizing a clinical case, and reading it with a base on Sigmund Freud and Jacques Lacan’s work, the authors present adolescence as a moment in the life cycle where the symbolic operations brought into play will determine the subject’s ability to become an adult. For this purpose, the peculiarities of the current epoch regarding the ways to satisfaction and the ideals proposed are to be considered.
The operativeness of the paternal metaphor becomes crucial to bind the adolescent, as an adult subject to be, to the community within love and work.

Key words:
Adolescence - Pleasure principle - Epoch - Symbolic resources - Love - Work

Presentación
El presente trabajo se inscribe en el marco de las materias Diagnóstico y abordaje de las crisis infanto- juveniles - Lienciatura en Psicología- y Psicología del Ciclo Vital II - Licenciatura en Musicoterapia - de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Cátedra Prof. Titular Lic. María Eugenia Saavedra y del Proyecto de Investigación PROINPSI: “La adolescencia y el déicit en los procesos de simbolización”, Directora: Prof. Titular Lic. María Eugenia Saavedra, Co Director: Prof. Adjunto Regular Lic. Ramón A. Ojeda. La metodología utilizada es aplicativa, realizando una articulación de un caso clínico en el marco de la teoría psicoanalítica, desde la perspectiva freudiano- lacaniana.
Lo que motiva este escrito es la posibilidad de pensar la adolescencia como un momento del ciclo vital, en donde se jugarán para el sujeto ciertas operaciones que determinarán su posibilidad de advenir adulto. Partiendo de un recorte clínico, nos preguntaremos cómo estas funciones se dan, o no, tomando en cuenta sobre todo el modo de respuesta singular y lo que la época presenta como particularidad en los ideales y los modos de goce que se propician. En este sentido, es preciso ubicarse a partir de una lectura sobre las coordenadas que definen el momento actual.
Ya Lacan (1967) en su Discurso de clausura de las jornadas sobre la psicosis en el niño, planteaba:
“Los hombres se adentran en una época a la que llamamos planetaria, en la que se formarán según ese algo que surge de la destrucción de un antiguo orden social que simbolizaré con el Imperio, tal y como se ha ido perfilando durante largo tiempo su sombra en una gran civilización, para que sea sustituido por algo bien distinto y que no tiene en absoluto el mismo sentido, los imperialismos” (c.p. Laurent, 2003, p.32).
Para desentrañar este texto que puede sonar enigmático, ubicaremos que se trata del advenimiento de una época en la que rige la lógica del mercado, avalada por los desarrollos de la ciencia y la técnica, en donde la proliferación constante de objetos de consumo sostiene la ilusión de la existencia de un objeto para la satisfacción toda. A la vez, por la condición de efímero de dichos objetos, queda el individuo mismo arrojado como objeto en el empuje al consumo. De este modo, la castración como condición del deseo queda rechazada, con el consecuente retorno en los residuos de los que el sujeto pasa a formar parte, cayendo como resto allí donde lo que prevalece es la consistencia del objeto.
En el antiguo orden del Imperio, la función paterna posibilitaba un ordenamiento de los goces dentro de la estructura familiar, se trataba de un padre que podía proferir la amenaza de castración, dando lugar así a la posibilidad de desear más allá de dicha estructura. El estatuto del padre moderno es, en cambio, el de un padre humillado, caído, al que no le es posible interponer la prohibición, condición necesaria para la economía de los goces (Laurent, 2003). En este sentido, queda afectada también la institución del Ideal del Yo como puerta de salida de la adolescencia.
A partir de las consideraciones expuestas, y retomando la pregunta inicial, nos serviremos de la clínica para intentar dar cuenta de las implicancias de lo que se presenta en la época como marco, en la singularidad del modo de responder en el caso considerado. Se trata de un joven cuya conlictiva da cuenta de un momento lógico que no se condice con su edad cronológica.

Caso Clínico
José tiene 24 años y consulta porque hace ya unos meses que se encuentra, según lo define, en un “tiempo muerto”, esperando a que lo llamen del trabajo para volver. Desde que tomó una licencia por el nacimiento de su hijo no lo han vuelto a convocar. Se dedica al rubro de la construcción y los trabajos son eventuales. Pasa gran parte del día durmiendo o pensando tirado en la cama, “colgado”, esto produce serias dificultades en la relación con su esposa quien le recrimina que la deja sola con todo.
Se reprocha que quiere hacer todo y no hace nada y esto lo deprime, se dice que no es un “padre ejemplar” y que no quiere “transmitirle al hijo sus frustraciones”. Al hablar de su padre refiere que este era un “padre ausente” ya que por su trabajo, solo podía ver a su familia una vez al mes y en las vacaciones.
En ese primer tiempo, el tratamiento estuvo orientado a ir construyendo un Padre, ya que las versiones disponibles eran la de padre ausente o padre ejemplar, ideal que lo mortificaba. Fue construyendo con los recuerdos como era que él esperaba a su padre, qué cosas hacía mientras lo esperaba, cómo le hablaba la madre del padre, cómo eran los preparativos familiares cuando la llegada o la partida de éste se aproximaba. A partir de allí, comienza a vislumbrarse un movimiento respecto de la espera y en cuanto al tema laboral, puede salir a buscar otras oportunidades.
Al mismo tiempo, lo que empieza a aparecer son las discusiones con su esposa, él dice: “me cuestiona todo lo que hago, me siento dándole explicaciones como si fuera mi vieja… con otras novias que tuve pasaba lo mismo hasta que la relación finalmente se cortaba por eso”. Se empieza a ubicar por el trabajo en análisis cómo él hace de las mujeres una madre.
Comenta que la relación con su madre era “más o menos”, que ésta lo llevaba a distintos médicos porque él se dispersaba en la escuela, se “colgaba”. “No se lo que me hicieron, una cantidad de estudios para ver qué tenía…pero a mi lo que me pasaba es que no me interesaba la escuela, yo estaba en mi mundo”, dice. Luego de varios meses de tratamiento, comienza a aparecer como motivo de discusión con la esposa la cuestión del consumo de marihuana y cocaína: “Ya ni es que consumo cuando estoy angustiado por algo… estoy ansioso… yo creo que me desesperé, me asusté cuando nació mi hijo… antes consumía en reuniones de amigos pero ahora es como una enfermedad, lo hago a solas… no se por qué pero parece que gozo con destruir las cosas cuando todo está bien”; “Tengo esa voz interna… me digo a mí mismo que no, que pare, que siga con otra cosa y la otra (voz) que me dice lo contrario cuando tengo ganas de tomar… el diablo y el demonio”, dice. El analista repite esta frase: “el diablo y el demonio”, y le pregunta qué se le ocurre. “Lo digo sin pensar, es un dicho de mi pueblo”, responde; pero se queda, asocia que su madre decía que él era “el ángel y el demonio” porque se portaba bien en la casa de otros pero en la suya la hacía renegar todo el tiempo. “No se por qué dije el diablo y el demonio… debe ser porque hay algo autodestructivo en mi, lo que más quiero es tener una familia y la destruyo, creo que soy egoísta… me basto a mí mismo”.
Ubica que comenzó a consumir a los 16 años, en ese momento se sentía muy solo, estaba muy angustiado por la muerte de su madre ocurrida dos años antes, es decir a sus 14 años. “Ella era con quien yo hablaba todo, sabía lo que me pasaba”.
Recuerda que un tiempo antes que le detectasen un cáncer de mama, el veía que ella estaba deprimida. El dice: “Ese fue un tiempo raro… ella tomaba pastillas para dormir”. “Por ese tiempo también recuerdo que me retó fuertemente por que le había tirado una piedra a un auto que pasaba. Y me dijo: No quiero verte llorar si algo me pasa…y es así que yo no lloro, no volví a llorar”.
Luego de tocar estas cuestiones en el tratamiento, comienza a faltar y no avisa, cosa que antes hacía con el fin de reprogramar la sesión. Al volver, el analista ubica esa diferencia y le pregunta qué está pasando, a lo que responde: “Yo no decidí comenzar un tratamiento, vengo porque mi mujer me manda”. Al escuchar esto, el analista le dice que así no lo va a seguir atendiendo y que esa era la última sesión. Esta intervención estuvo orientada a no consentir el goce canalla que presentaba el paciente y fue elaborada en supervisión.
Esa misma semana el paciente llama para acordar un horario, es notoria cierta urgencia por lo que el analista accede a dar lo. Al llegar dice que estuvo muy, muy angustiado, que tuvo un choque con el auto y que esta vez él quería empezar porque estaba a punto de perder lo que más quería: su familia. Por primera vez aparece la angustia en la sesión. El analista indica que para continuar él va a tener que llamar cada vez, una decisión tomada cada vez. A partir de allí empieza un período en el análisis, un tiempo de construcción que posibilitó el surgimiento de la culpa por la creencia en que él tuvo algo que ver con la muerte de su madre. Ese “si algo me pasa” lo significó como la muerte, pero en tanto que la primera parte de la frase dice “no quiero verte llorar”, y no volvió a hacerlo, la conservó viva en el inconsciente. Obedeciendo a su madre rechaza la angustia, lo que lo lleva a consumir compulsivamente, “como un enfermo”. Es así como queda anclado en ese “tiempo raro” de la enfermedad de la madre, identificado con ésta permanece “en un tiempo muerto”. El analista le dice que para estar vivo, es preciso que soporte la angustia.
La madre tomaba pastillas para dormir cuando se deprimía. Dormir queda entonces ligado a morir. Él toma cocaína para mantenerse despierto y anestesiado por el rechazo de la angustia. Dormido respecto del deseo.
Comienza a preguntarse por el motivo por el cual la madre se empeñaba en que algo él debía tener al llevarlo de un médico a otro. Comienza a surgir el enojo con la madre.
A partir de ésto, el tratamiento se orienta al trabajo de elaboración del duelo y a la posibilidad de realizar la salida exogámica, que no por haber formado una familia propia está garantizada.

Recorrido Clínico
Al comienzo del tratamiento José plantea que está en un “tiempo muerto” y que “no quiere pasarle al hijo sus frustraciones”. En eso se vislumbra la posibilidad de, por amor al hijo, hacerse una pregunta sobre su propia posición como hijo. Los modelos de padre que él presenta: “padre ejemplar o padre ausente”, en tanto son las dos caras de una misma moneda, no se articulan a ninguna función que pueda ponerle un interdicto al goce, sino que por el contrario, reproducen la lógica superyoica que lo impulsa a hacerse objeto. En esta misma línea, lo que plantea como el modo de la madre de referirse a él como “ángel o demonio” no pone en juego ninguna diferencia, ningún intervalo, tomando el estatuto de un imperativo. La frase “el diablo o el demonio” da cuenta de la encerrona, en tanto sujeto y objeto están pegados. Una pregunta posibilitaría la cesión de alguna satisfacción, que él estaría sosteniendo en mantenerse como hijo de esa madre estragante.
Por el trabajo se van ubicando los S1, lo que permite que se ponga en forma el Discurso Amo, que conduce a que el sujeto se confronte con el modo en que goza de su Inconsciente. El sujeto está subsumido al objeto que él mismo es en el campo del Otro. Así como él se hace objeto del goce de la madre, haciéndose llevar de médico en médico, plantea que él viene al tratamiento porque es la esposa quien lo manda, poniendo en juego la repetición en transferencia, y haciendo, a su vez, de una mujer una madre. La abstinencia pasó allí por no consentir esa posición de goce, corriéndose el analista de la línea de la madre. La intervención como corte apunta a interponer un No a esa satisfacción infantil, a ese goce ininterrumpido que presenta en transferencia, llamándolo a hacerse responsable en ese punto.
Por la emergencia de la angustia se ubica que algo se perdió, que algo de ese goce en exceso cedió, para dar lugar a la posibilidad de preguntarse por el lugar que él ocupa en el Otro. Es preciso en el análisis posibilitar la histerización del discurso, es decir, que se arme una pregunta por el deseo del Otro. La construcción del fantasma implica el intervalo como una ficción separadora, en tanto abre la posibilidad de otro modo de respuesta que no sea, en este caso, el de ubicarse como “enfermo”. Sosteniendo un Otro absoluto se ofrece él mismo como objeto que colma. La emergencia de la angustia y el enojo con la madre posibilitó que apareciera la escena infantil del auto, donde lo que “pasaba”, tanto el auto al que él le arroja la piedra como lo que él signiica como la muerte de la madre -luego de los dichos de ésta-, quedaba condensado por la culpa que él paga al costo de su propia destrucción. La eficacia de esa escena en lo inconsciente, por su actualidad, produce como efecto un núcleo fuerte de apartamiento de la realidad, quedando en evidencia de este modo su posición melancólica.

Los dos principios
Retomando el planteo inicial, acerca de la posibilidad de construir recursos que permitan el pasaje de la adolescencia a la adultez, podemos situar lo que Freud (1905) nombra en Tres ensayos de teoría sexual como el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores, en la posibilidad de separación con respecto a los objetos primordiales. Observamos que para poder separarse hay que tener de qué separarse. Es por ello que se hace necesario ubicar que en este caso la muerte de la madre, ocurrida en los primeros años de la adolescencia, podría haberse constituido en un obstáculo para dicho desasimiento, al conservarla viva en un duelo patológico. El detenimiento en la elaboración del duelo, como respuesta al Real que la muerte de la madre presentó, tuvo como consecuencia que se cristalizara la posición de aislamiento que él ya presentaba desde la infancia, allí donde quedaba “en su mundo”. Las versiones actuales de esto se podrían leer en el quedarse en la cama todo el día “colgado” en sus ensoñaciones diurnas, o en el “me basto a mí mismo” con la satisfacción en el consumo del tóxico, que dan cuenta del goce autoerótico en juego. Al respecto, Freud (1911) en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, afirma:
“La eficacia continuada del autoerotismo hace posible que se mantenga por tan largo tiempo en el objeto sexual la satisfacción momentánea y fantaseada, más fácil, en lugar de la satisfacción real, pero que exige esfuerzo y aplazamiento. La represión permanece omnipotente en el reino del fantasear” (p.227).
En este caso, y considerando también los planteos de Freud (1905) en Tres ensayos de teoría sexual, según los cuales se vuelven a poner en juego en este momento del ciclo vital las cuestiones edípicas, para encaminarse de esta manera hacia una salida en el encuentro de un objeto exogámico, pensamos que hubo un detenimiento dado por el modo patológico de respuesta del sujeto al duelo por la muerte de su madre. Pensamos por ello que se produjo como efecto un apartamiento de la realidad, un predominio del principio del placer en detrimento del ajuste al principio de realidad. Al respecto Freud (1911) planteó: “...el imperio del principio de placer sólo llega a su término, en verdad, con el pleno desasimiento respecto de los progenitores” (p.225); lo que fundamenta nuestra hipótesis.
Así, la persistencia en conservar una satisfacción autoerótica, infantil, sostenida en el imperio del principio de placer, da cuenta de una falla en la función paterna en tanto posibilitadora del pasaje y la salida de la adolescencia. Como consecuencia, se produce un déficit en los procesos de simbolización. Por el desajuste al principio de realidad la relación a la castración se ve afectada, dificultando la construcción de recursos simbólicos mediante los cuales se establece un lazo al mundo en los modos de satisfacción. En el predominio del principio de placer, el pensamiento toma toda la subjetividad, condensando goce a la vez que impide llevar adelante los movimientos necesarios para la realización de los duelos propios de este momento del ciclo vital. Este goce de nada (Héctor López, 2006) no se articula a la castración, no se pone en obra acorde al deseo, no conduce a un hacer con lo que no funciona, para lo que el pensamiento podría contribuir.
Se sostiene a nivel del puro pensar, de un pensar que deja por fuera la posibilidad de hacer una experiencia.
Podemos situar que este modo del pensamiento, como imperativo superyoico de goce, es comandado por la culpa y la conservación de la madre viva en lo Inconsciente. Por el consecuente rechazo de la angustia, se ve arrojado al consumo del tóxico.

Un padre
Las condiciones de la salida de la adolescencia se ponen en juego a partir de dos términos: Ideales y Nombre-del-Padre (Stevens, 2001). Se nos presenta entonces la cuestión de cómo pensar esto bajo las coordenadas actuales, tal como las mencionamos al inicio del trabajo, donde el padre como función se encuentra caído.
Para Lacan, un padre no es sólo el de la interdicción sino también el que introduce al deseo, estando él mismo atravesado por la ley. En tanto dice a su hijo que hay una mujer con la que no alcanzará la satisfacción, por desear a su mujer, la hace no toda madre, recordando que su lugar de padre es deudor de un nombre (Flesler, 2007).
En la misma vertiente, Lacan (1975), en su Seminario 22, trabaja la siguiente pregunta: ¿Cuándo un padre es merecedor de respeto y amor? A lo que responde: cuando hace de una mujer objeto a, causa de su deseo.
En el caso, se puede ubicar que algo de esta función no operó, en tanto la interdicción no funcionó quedando el goce desregulado -tanto para el hijo como para la madre-, produciendo como consecuencia un aplastamiento en la economía del deseo, que se manifestó en cada uno como cobardía moral.
Stevens (2001), retomando a J.A. Miller, trabaja la cuestión del padre desde la perspectiva del Witz - la agudeza- como invención, y plantea:
“El Nombre del Padre es esta función para el sujeto: el Otro que puede reconocer el valor de la invención, aceptar de un sí, el nombre, el proyecto, el ideal… o simplemente el síntoma por el cual el sujeto responde al real que encuentra. […] Esta concepción del Nombre del Padre introduce la constitución de ideales a partir de procesos de identificaciones y se abre sobre la construcción del sujeto de su respuesta singular, que deberá reformular en el momento del encuentro particular de la no relación sexual en la adolescencia” (p.15).
Esto le permite al sujeto constituirse un lugar que le sea propio y un nombre bajo el cual se reconozca como perteneciente a la cadena de las generaciones en la que se inscribe. El Ideal, entonces, se presenta como resultante de la intervención de un padre, tanto desde la prohibición como desde el reconocimiento. La salida de la adolescencia queda así supeditada a que esta función opere para cada quien, en tanto es necesario atravesar los movimientos identificatorios y los duelos propios de esta etapa sirviéndose de un padre, poniendo en juego la propia invención, para poder prescindir de él.
Actualmente, la ilusión del goce-todo presentada por el mercado en los objetos dispuestos de un modo constante, sin nada que se sustraiga, para el consumo, ha desplazado la posibilidad de hacerse de un ideal propio, en tanto Ideal del yo. Esto se verifica en este caso en la prolongación de la adolescencia desde la imposibilidad de salir de ella, allí donde el sujeto se hace partenaire del objeto consumible, en la forma del tóxico, lo que no le permite construir ningún ideal como condición del pasaje hacia la adultez. La falta no toma su justo lugar, obturando toda posibilidad de elaboración de las pérdidas esperables y no esperables.

Amar y trabajar
Freud (1930) plantea en El malestar en la cultura que para el hombre las posibilidades de elaboración de la pulsión están en relación a amar y trabajar, ligándolo a la comunidad en tanto las satisfacciones del individuo aislado quedan supeditadas al bien común, siendo esto lo propio de la vida adulta. En este sentido, dice: “El amor genital lleva a la formación de nuevas familias; el de meta inhibida, a ´fraternidades´ que alcanzan importancia cultural porque escapan a muchas de las limitaciones del amor genital; por ejemplo, a su carácter exclusivo” (p.100). En el caso, se ubica una imposibilidad de llevar a cabo una elección de objeto como posibilidad de conformar una nueva familia, de lo que darían cuenta las elecciones realizadas como intento de conservar en ellas a la madre del Edipo.
“Ninguna otra técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta en forma segura en un fragmento de la realidad, a saber, la comunidad humana” (Freud, 1930, p.80).
En cuanto a esto, se puede situar la precariedad del Ideal, cuya resonancia se puede observar en la dificultad de construirse un lugar en el Otro, en relación al impedimento para conseguir y sostener un trabajo. Por la imposibilidad de amar y trabajar, la ligazón libidinal con la realidad se ve afectada, quedando orientado todo goce hacia el consumo del tóxico, lo que lleva a una ruptura de los lazos con la comunidad.

Conclusión
En el recorrido de un análisis, lo que se propicia es la construcción de recursos subjetivos necesarios para el pasaje a la adultez. Estos se siguen de la operatividad de la metáfora paterna como posibilidad de que un sujeto, por la función de nominación (Flesler, 2007), se haga de un lugar que lo ligue a la comunidad en el amor y el trabajo.
De esta manera, la demora en la satisfacción se torna condición sine qua non para contrarrestar el empuje al goce en el consumo de objetos, tal como se propicia en la época actual. La droga, como un objeto narcotizante, barre con la subjetividad en tanto resta recursos para poder tolerar la angustia, como posibilidad de existencia para el sujeto humano.

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Fecha de recepción: 27/04/15
Fecha de aceptación: 18/09/15

 

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