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Anuario de investigaciones

On-line version ISSN 1851-1686

Anu. investig. vol.22 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2015

 

Historia de la psicología

Georges Borda y el primer tratado de hipnosis publicado en Buenos Aires (1886)

Georges Borda and the first hypnosis treatise published in Buenos Aires (1886)

Vallejo, Mauro1; Conforte, Anna2

1 Dr. en Psicología. Investigador, CONICET. Jefe de Trabajos Prácticos de Historia de la Psicología, Cátedra I, Fac. de Psicología, Director del Proyecto UBACYT “La Construcción del Campo de las Neurosis en la Ciencia y la Cultura de Buenos Aires (1870-1900)”. E-mail: maurosvallejo@gmail.com

2 Estudiante de la carrera de Licenciatura en Psicología. Miembro del proyecto UBACYT.

RESUMEN
En 1886 se imprimió en Buenos Aires un libro titulado Las maravillas del hipnotismo. Escrito por un francés llamado Georges Borda, el texto constituye la más temprana obra sobre hipnosis publicada en la ciudad. A medio camino entre el lenguaje de la medicina y el afán divulgador, esas páginas propiciaban una difusión de los hechos del hipnotismo entre el público letrado de la capital argentina. El objetivo de este artículo es analizar los rasgos centrales de aquel libro, que hasta el presente no había retenido la atención de los historiadores. Además de rastrear sus planteos nucleares, el cometido es localizar la intervención de Borda en el contexto de la cultura científica de fines de siglo, poniendo especial énfasis en las tensiones y negociaciones que eran mantenidas entre las medicina porteña y otros actores profanos del escenario social.

Palabras clave:
Hipnosis - Curanderismo - Siglo XIX

ABSTRACT
In 1886, a book entitled “The wonders of hypnotism” was printed in Buenos Aires. Written by a french author called Georges Borda, the text constitues the earliest piece about hypnosis published in the city. Halfway between the language of medicine and the spreader eagerness, those pages propitiated a difussion of the hypnotism’s facts among the qualified audience of Argentine’s capital. The aim of this paper is to analyze the central features of this book, which up to the present had not caught the attention of historians. Besides tracking its nuclear statements, the task is to locate Borda’s intervention in the context of the scientific culture of the end of the century, with particular emphasis on the tensions and negotiations held between the Buenos Aires’ medicine and other lay actors of the social scene.

Key words:
Hypnotism - Quackery - 19th century

Introducción
En 1886 se publicó en Buenos Aires un grueso volumen de casi 400 páginas acerca del hipnotismo. La obra, titulada Las Maravillas del Hipnotismo o estudio experimental del sueño y del sonambulismo provocado, sería durante muchos años el tratado más completo en la materia aparecido en la ciudad. Su autor era un francés llamado Georges Borda y todo indica que en su paso por la capital argentina no dió a la imprenta ningún otro trabajo. El objetivo de este artículo es analizar con detenimiento aquel libro sobre hipnosis. Además de rastrear los principales planteos y desarrollos que son presentados a lo largo de esas páginas de 1886, habremos de localizar el aporte de Borda en el contexto de la más temprana circulación de prácticas y saberes sobre el hipnotismo en la cultura científica de Buenos Aires. En efecto, más que por su contenido específico, Las maravillas del hipnotismo es valioso por el modo en que ilumina rasgos significativos del escenario cultural de fines de siglo. Tres elementos formales de la obra resultan reveladores de tradiciones y tensiones que marcaron a fuego distintos funcionamientos de la ciencia, las prácticas sanadoras y la cultura porteñas del último tramo de aquella centuria. Primero, no es casual que la inauguración de una literatura sobre hipnosis en la ciudad haya respondido a la iniciativa de uno de los tantos extranjeros que llegaban a las costas rioplatenses en busca de un mejor futuro. La hipnosis, al igual que tantas creencias religiosas, idearios políticos y novedades artísticas y técnicas, llegó a estas latitudes de la mano de inmigrantes que, por accidente o no, desembarcaron en estas costas. Segundo, el hecho de que Borda no haya sido médico permite ubicar su aporte en una serie más extensa; en efecto, en el lapso de tiempo en que el hipnotismo tuvo cierto florecimiento en Buenos Aires (1886-1896), los individuos que no pertenecían al gremio galénico fueron los artífices de emprendimientos prácticos y desarrollos teóricos que amenazaban con opacar las acciones de sus competidores profesionales.
En tercer y último lugar, al enfatizar, incluso desde el título de su obra, el costado más sorprendente y prodigioso de los fenómenos hipnóticos, Borda anticipaba un hábito que más tarde retomarían quienes, tanto desde el costado de la medicina como desde el ámbito de lo profano, se ocuparían de la hipnosis en la ciudad.
Junto con desentrañar los postulados teóricos y experiencias prácticas que aparecen en el libro de 1886, en lo que sigue ensayaremos además una reconstrucción de la historia del hipnotismo en Buenos Aires antes de 1900, prestando especial atención a las tres variables recién referidas. De esa forma, este artículo prosigue una línea de trabajo que recientemente ha cobrado fuerzas a nivel local. En efecto, en los últimos años distintos investigadores han efectuado contribuciones que permiten ir conformando un primer mapa de la más temprana divulgación del hipnotismo en el contexto local1.

La estructura de Las maravillas
¿Quién fue Georges Borda, este francés que redactó en Buenos Aires (y en prolijo español) el primer tratado extenso y de circulación masiva acerca de la hipnosis? Por desgracia, sabemos poco y nada sobre su persona. Al recorrer las páginas del libro, nos anoticiamos de que no es médico, pero que había frecuentado durante algunos años la Escuela de Medicina de Montpellier (Borda 1886: 292-293). Esa obra no había llamado nunca la atención de los historiadores de la medicina o de la cultura, y hasta el presente nadie ha recogido informaciones sobre la vida del autor. No estamos en condiciones de establecer con certeza cómo llegó a la ciudad, con qué objetivos, durante cuánto tiempo permaneció en ella, ni las razones de su buen manejo del castellano. Ni siquiera sabemos que haya existido realmente. De hecho, no sería descabellado suponer que su nombre fuera sencillamente un seudónimo, elegido adrede por algún escritor que, en aras de dar mayor visibilidad o prestigio a su libro, se haya hecho pasar ante los porteños por un francés formado en el saber médico. De todas maneras, un par de indicios militan en contra de esta última conjetura. A poco de publicado el libro, tal y como comentaremos más abajo, fue citado y reseñado por una tesis defendida en la Facultad de Medicina de Buenos Aires y por el prestigioso Anuario Bibliográfico dirigido por Navarro Viola; en ninguna de esas fuentes se puso en duda la existencia fidedigna de su autor2.
A nivel de su estructura y su tono general, Las maravillas del hipnotismo presenta algunos rasgos que retienen nuestra atención. Lo más sobresaliente es el afán divulgador de la empresa, que se pone de manifiesto en numerosos elementos: entre otros, en la secuencia de los capítulos, en los fenómenos que reciben mayor visibilidad y en la posición problemática en que queda localizada la medicina o el discurso de la ciencia.
El cometido de divulgación es explícitamente enunciado en el capítulo primero de la obra, en la cual Borda aclara que él ya ha tenido ocasión de hablar de hipnotismo en Buenos Aires en tres conferencias: una en los salones del Club Gimnasia y Esgrima, otra en el Círculo Médico Argentino y una tercera en el Teatro Nacional. Acerca del público al que va destinado su libro, comenta lo siguiente: “Siendo el hipnotismo una cuestión de primer orden y de actualidad, y siendo incontestable de aquí en adelante su utilidad, el público (y entiendo como tal a todos los que, sin tener medios o deseos de profundizar una cuestión cualquiera, desean tener una noción por vaga que sea, de todas las cosas), el público, repito, esperimentaba la necesidad de saber la significación de esa palabra bárbara (...). Para éstos, pues, escribo” (Borda, 1886: 8-9)3. En repetidas ocasiones afirma que sus páginas van dirigidas a aquellos que se interesan por el hipnotismo “más por curiosidad ó por espíritu de filantropía, que con un objeto de investigaciones puramente científicas” (Borda, 1886: 9-10). A tal respecto, Georges Borda parece tener conciencia del vacío que su libro viene a llenar. De hecho, adelanta que el lector porteño tiene a su disposición muchas obras que contienen una introducción al hipnotismo, pero ellas están escritas en idiomas extranjeros. Es por ello, prosigue, que ha decidido escribir en castellano, de modo tal que el lector pueda internarse en esos nuevos territorios sin la fatiga o el esfuerzo que supone leer un idioma ajeno. Más aún, el autor tiene una conciencia igual de clara sobre el aspecto que desplegaremos más adelante: Borda sabe que en el campo de la medicina porteña poco o nada se ha escrito sobre la materia: “Podría suceder que entre estos [lectores], hubiera médico ó magistrados á quienes el hipnotismo toca de más cerca, que no tuviesen de esta ciencia más que nociones un poco vagas todavía” (Borda, 1886: 11).
Merced a tales enunciados, Borda pone al descubierto algunos puntos que interesan particularmente a nuestra mirada retrospectiva. De un lado, el autor sabe que el asunto de la hipnosis es antes un problema de curiosidad o consumo popular que de ciencia. Si ese diagnóstico es válido para diversos contextos, para la Buenos Aires de fines de siglo es enteramente exacto. Mucho antes de que los médicos o los abogados se ocuparan teóricamente del hipnotismo, hubo en la ciudad múltiples actores que ejercieron y estudiaron el sonambulismo artiicial desde tradiciones divergentes (espiritismo, curanderismo, magnetismo)4.
Tal y como afirmamos hace instantes, ese deseo de difusión es lo que explica a su turno el orden de los capítulos y de las temáticas que son abordadas a lo largo de las páginas. En lo que toca a esa secuencia, conviene detener la mirada en más de un tópico. En primera instancia, es menester comprender que aquello que puede parecer una anomalía o el síntoma de una composición descuidada, es en cambio un ingrediente casi necesario de una empresa que no esconde sus fines de popularización.
Nos referimos al hecho de que el capítulo segundo de la obra, cuya extensión alcanza las 20 páginas, no contenga otra cosa que dos largos fragmentos textuales de autores muy conocidos por cualquier lector de la época. Así, ese capítulo recupera las opiniones que sobre la hipnosis habían manifestado Adrien Marx (el popular periodista y cronista parisino) y Camille Flammarion (el astrónomo y divulgador de conocimientos esotéricos)5.
En segunda instancia, conviene tener presente los fines propagandísticos del libro al momento de aprehender qué aspectos del hipnotismo son tratados en el inicio. Para decirlo en pocas palabras, no habremos de pasar por alto que la descripción de los métodos tradicionalmente empleados para inducir la hipnosis, o el inventario muy completo de los efectos más llamativos o “maravillosos” del hipnotismo, sean abordados en la obra mucho antes que las teorías médicas esgrimidas para explicar los fenómenos, o las controversias legales que se desprenden del cuestionamiento que la hipnosis parece significar para los conceptos de individualidad o responsabilidad. El hecho de que aquellos aspectos irrumpan en la obra en los tramos iniciales refuerza el retrato del público al que ella va dirigida: no tanto a buscadores de teorías eruditas, sino a curiosos que, o bien están deseosos de saber replicar por sí mismos y sin la autorización de ningún profesional los hechos hipnóticos, o bien quieren tomar contacto con los costados más prodigiosos o fabulosos del hipnotismo.
De hecho, dejando de lado los primeros capítulos -que recorren los territorios que toda obra de hipnosis debía incluir (el sonambulismo natural, la historia del hipnotismo desde la antigüedad hasta Mesmer y luego Charcot, las condiciones en que la hipnotización se logra de modo más acabado)-, la presentación de los fenómenos más curiosos del hipnotismo inundan rápidamente las páginas de Borda. Por ejemplo, el primer ejercicio personal de hipnosis que Borda transcribe con lujo de detalles tiene que ver con la “pérdida de la individualidad”, esto es, el hecho de que mediante el hipnotismo se puede hacer olvidar a un sujeto su propia identidad, o incluso convencerlo de que ya no es un ser humano. A los fines de ilustrar esa problemática, el autor refiere en extenso el diálogo que habría mantenido con una mujer sometida a las experiencias: “A una señora hipnotizada le pregunto su nombre.
- La señora M... responde ella.
- Pues bien, le digo yo: ahora ya no sabe usted su nombre: lo ha olvidado usted completamente y no puede usted decirlo.
Ella mueve los labios, su lengua hace esfuerzos inútiles y no puede pronunciar su nombre.
- ¿Es usted mujer u hombre?
- Quiere usted bromear sin duda: ya sabe usted usted que soy mujer.
- Pues no: es usted un hombre: es usted un predicador.
Inmediatamente ella se levanta, apoya sus manos contra el respaldo de una silla, después de haber hecho la señal de la cruz y con un tono mezclado de humildad y convicción, comienza así:
- Mis queridos hermanos... nuestro señor Jesucristo ha dicho... sé bien que según la palabra del Evangelio (...).
- Es usted un perro, le digo: y se llamará usted Medor; ¡trae, Medor!
Y la señora M... se pone en cuatro pies, se dirige hacia un pañuelo que yo he tirado al fondo del cuarto: lo toma con sus dientes y vuelve...” (Borda, 1886: 136-137).
Con el correr de las páginas, dirán presente otros prodigios de la hipnosis. Por caso, la orden post-hipnótica a través de la cual un sujeto sangra a tal o cual hora en las líneas que se le han trazado en el brazo con un objeto sin filo (Borda, 1886: 168, 176-177), o el hecho de que se pueda lograr que un hipnotizado transpire en zonas circunscriptas de la piel (Bordas, 1886: 185). La mención de tales poderes del hipnotismo no conduce, empero, a dar credibilidad a los relatos más extraordinarios. En efecto, Borda opta por cierta cautela a la hora de sopesar la presunta realidad de fenómenos citados por otros autores. Si bien él se declara partidario de la postura según la cual la hipnosis genera un estado de automatismo absoluto, merced al que los organismos son obligados a ejecutar las acciones más curiosas, no por ello presta asentimiento a las leyendas sobre las capacidades extra-humanas de los hipnotizados. Por caso, en las páginas en que tematiza la “hiperestesia de los sentidos” que muchos tratados atribuyen a los hipnotizados, Borda hace saber su escepticismo: “Esta exaltación inaudita de los sentidos, ese automatismo completo de los sujetos, locamente interpretado por imaginaciones complacientes, ha dado lugar con frecuencia á observaciones reputadas como muy estraordinarias y como pertenecientes al dominio de lo misterioso. Importa prevenirse contra semejantes estravíos y penetrarse bien de que los fenómenos hiperstésicos, no pasan nunca de cierta medida racional” (Borda, 1886: 152).
Tenemos entonces que en las páginas de 1886 se produce, por así decirlo, un choque constante entre dos empujes contradictorios: el primero está dado por un afán divulgador que quiere echar mano de los hechos más espectaculares o fabulosos del hipnotismo, en tanto que el segundo brega por respetar los linderos de lo racional y lo científicamente explicable o verosímil. Al tiempo que el título de la obra sería el indicador más elocuente del primero, el segundo estaría encarnado por la aparición constante de la medicina (sus conceptos, su terminología, sus autores clásicos). Sin embargo, es justamente esa vacilación o indefinición lo que más claramente caracteriza el tono enunciativo de Las maravillas del hipnotismo, pues esa inclinación constante hacia el ladero de la medicina nunca es, y nunca podría ser, una defensa directa de esa ciencia.
Esa decisión de permanecer cerca de lo científico se comprueba asimismo en el cuidado que pone Borda en distanciarse de otros actores como los magnetizadores de feria, los explotadores de lo oculto o los curanderos iletrados.
Ello se evidencia sobre todo en el modo en que el autor aborda el espinoso asunto de la telepatía o transmisión del pensamiento. Luego de registrar los numerosos autores científicos que han recogido ejemplos de esa capacidad, y que la han declarado como real y positiva, e incluso después de comunicar que él mismo ha sido testigo de un experimento de ese tipo, Borda se reserva el derecho a no creer. Para amparar su gesto de incredulidad no sólo recuerda el largo listado de sabios que rechazan la posibilidad de esa extraña facultad, sino que sobre todo esgrime unos argumentos de clara raigambre positivista: no conoce a los individuos que han realizado esas demostraciones, no ha sido posible repetirlos con sujetos de su confianza ni en circunstancias variadas. A guisa de conclusión, afirma: “Como entonces, yo no digo «la sugestión mental no existe»: digo, «no creo en la sugestión mental»” (Borda, 1886: 216). En la misma senda, Borda intenta mostrar que una correcta intelección del hipnotismo permite desenmascarar a los artistas que engañan a los espectadores haciéndoles creer que pueden leer el pensamiento o ejecutar audacias parecidas. Así, el autor plantea, de un lado, que la existencia de órdenes post-hipnóticas puede ser el factor que explica algunos prodigios explotados por esos artistas, y de otro, que el mundo de los hechos inconscientes desenterrado por la hipnosis es lo que permite acabar con otras supercherías. Por caso, las demostraciones de célebres ilusionistas como Cumberland, cuyo acto más célebre consistía en encontrar un objeto en un salón, auxiliado solamente por un guía que, sin decir palabra y tomándole de la mano, debía limitarse a pensar en aquel objeto. Pues bien, según Borda ese acto de prestidigitación podía ser explicado de manera sencilla: “Este esperimento se explica por ligeros movimientos fibrilares inconscientes que se producen en la mano de la persona á consecuencia de la concentración del pensamiento sobre el objeto oculto” (Borda, 1886: 222).
A modo de balance, podemos aventurar la siguiente interpretación sobre el registro enunciativo en que Borda se coloca. El hecho de no pertenecer del todo al territorio médico le permite aprovechar casi con total libertad el afán divulgador, especialmente el deseo de visibilizar para las miradas indiscretas las zonas prodigiosas del hipnotismo. Al mismo tiempo, el hecho de pertenecer en parte a la medicina -por su supuesta formación, por el discurso al que constantemente apela- lo autoriza no solamente a recubrir de autoridad científica sus enunciados, sino también a observar con reprobación a los actores que compiten con los galenos en el uso del hipnotismo.

Bordes de la medicina
Tal y como afirmamos más arriba, la demora con que irrumpe la disciplina médica es uno de los rasgos más significativos del libro de 1886. En rigor de verdad, desde las primeras páginas, y todo a lo largo de la obra, las fuentes médicas tienen un protagonismo destacado. En casi todos los capítulos hay largas citas y referencias a los tratados médicos europeos, y podemos sostener que el lenguaje galénico es el que prima de comienzo a fin. Sin embargo, también es posible afirmar que, a pesar de la constante apelación al vocabulario médico, la mirada que se dirige a los problemas no se corresponde con la de aquella ciencia. De hecho, la tardanza con que son referidas las explicaciones fisiológicas o las aplicaciones terapéuticas del hipnotismo, hacen de Las maravillas... una obra heteróclita, en la cual la medicina es a la vez omnipresente y furtiva.
Recién en el tramo final de la obra (en los capítulos 14, 15 y 16) la medicina entra completamente en escena. En efecto, sólo esos 3 capítulos (de un total de 18) aluden explícitamente a la relación entre el hipnotismo y la ciencia médica. En el primer de ellos, Borda se dedica a las explicaciones fisiológicas de los hechos hipnóticos, y en esas páginas adquiere todo su relieve un punto de vista que ya era evidente desde el inicio del libro. Nos referimos al postulado sobre el carácter normal, no patológico, de la hipnosis. Haciendo suyas las tesis de la escuela de Nancy liderada por Bernheim, Borda rechaza la hipótesis embanderada por Charcot desde inicios de esa década, según la cual sólo los organismos enfermos o desequilibrados pueden caer en estado hipnótico6. En palabras de nuestro autor: “El estado hipnótico provocado no es una enfermedad. (...) De que el histerismo y otras afecciones sea una causa que predispone muy fuertemente, ¿se deduce que el hipnotismo depende siempre de un trastorno del funcionamiento regular del organismo? En opinión de M. Bernheim, no sólo las personas hipnotizables no son neurópatas, sino que tampoco en la mayor parte de ellos ha comprobado ningún rastro de predisposición á los trastornos nerviosos” (Borda, 1886: 249-250). Esa recuperación de la perspectiva del líder de la escuela de Nancy iba acompañada de una completa reseña de las explicaciones fisiológicas que aquel mismo autor había esbozado sobre los automatismos, la credulidad y la presunta amnesia, que constituyen los elementos fundamentales de la hipnosis.
El segundo de los capítulos “médicos” de Borda, el número 15, desgrana las utilidades terapéuticas del hipnotismo. En esas páginas se combinan con cierto desorden consideraciones de distinta naturaleza. Por ejemplo, las 3 primeras páginas contienen un listado con breves informaciones de curaciones hipnóticas referidas por distintos médicos europeos de renombre. A ello le siguen unas pocas páginas sobre el “instinto médico de los sonámbulos”, un tópico que había llamado poderosamente la atención a comienzos de siglo, durante el auge del magnetismo animal. En esa etapa inicial los médicos habían notado que los individuos en estado de sonambulismo artificial eran capaces tanto de diagnosticar sus propios malestares, como de prever con exactitud la fecha de sus crisis, así como de anunciar las medidas terapéuticas necesarias para restablecer la salud. Poseían idéntico poder diagnóstico respecto de otros enfermos con los que entraban en contacto. Pues bien, a manera de apoyo para la pertinencia de esa vieja conjetura, Borda recurre a tres elementos: de un lado, recuerda que una institución tan prestigiosa como la Academia de Medicina de Francia, en un comunicado de 1831, había citado ejemplos de esa extraña capacidad; de otro lado, traza un paralelismo con la actitud de los animales, que son capaces de tratar sus propias enfermedades mediante dietas; por último, afirma que “todos los sentidos adquieren durante el sueño en los sonámbulos un desarrollo muy grande y una esquisita delicadeza” (Borda, 1886: 280). Amparándose sobre todo de esta última observación, Borda emite un parecer vacilante acerca de este punto polémico: si bien le parece increíble que los hipnotizados estén en posesión de herramientas diagnósticas tan precisas, nada puede ser descartado tratándose de sujetos que dan fe de otros prodigios igual de maravillosos. Tal y como ya vimos, esa vacilación de Borda ya se había mostrado en lo atinente a otras facetas igual de inverosímiles de los hechos hipnóticos. En cada una de las ocasiones en que debió explicitar su posición respecto de esas “maravillas” de la hipnosis, Borda adoptó gestos de conciliación: no se mostró ni ciegamente crédulo, ni obstinadamente escéptico. Por lo pronto, acerca del “instinto médico”, afirma: “Por mi parte, no admitiendo de una manera absoluta esta sorprendente facultad, creyendo que un hipnotizado, que no tiene la menor noción de medicina, no puede á pesar de todo, caracterizar por palabras técnicas su enfermedad, y especificar, en esta especie de inspiración del sueño, los remedios de consonancias bárbaras cuyo secreto tiene la farmacia, confieso que me he sorprendido del acierto, del juicio, de la seguridad de ciertas personas que, después del sueño y en el curso normal de su existencia, son completamente insignificantes y no tiene la menor hilación de sus ideas” (Borda, 1886: 281).
Tras ese excursus sobre el “instinto médico de los sonámbulos”, el libro de Borda contiene un corto listado de médicos europeos que han bregado por la utilidad terapéutica de la hipnosis en la curación de diferentes patologías: la sordera, los espasmos, la epilepsia o la histeria. Eso le da pie para resaltar el valor particular de la sugestión: a los ojos del autor, la orden de abandonar o borrar los síntomas alcanzaría para poner fin a múltiples afecciones, a punto tal que, siempre según su parecer, es menester volver a prestar validez al adagio de Mesmer: “No hay más que un solo remedio y una sola enfermedad”. Si la práctica de prescribir de manera reiterada el cese de los malestares, alcanza por sí misma para poner punto final a los padecimientos, la utilidad de la medicina como ciencia es ciertamente puesta en entredicho. Borda se atreve solamente a dejar asentada la pregunta: “Y si el hipnotismo triunfa por sí solo de todos los trastornos dinámicos, ¿tienen razón de ser de aquí en adelante la Medicina y la Farmacia?” (Borda, 1886: 288). Borda se niega de inmediato a poner en duda la utilidad de esas dos ciencias, pero lo hace por una razón que merece ser rescatada: es imposible prever qué personas serán hipnotizables, siendo una ley que sólo 1 de cada 10 pueden ser sometidas a ese estado de conciencia. En otras palabras, no se trata de que la medicina porte un conocimiento que sea valioso e imprescindible por sí mismo, sino que simplemente viene a suplir las falencias prácticas del hipnotismo, definido como una potencial panacea curativa.
Luego de esas consideraciones, Borda refiere con mucho detalle la curación hipnótica de una corea de San Vito, realizada por él hacía muy pocos días en Buenos Aires. Esas páginas contienen el relato más temprano de un tratamiento hipnótico efectuado en la ciudad. Se trata de un enfermo de 13 años, hijo del señor Mesples, comerciante que tenía una buena posición en la comunidad francesa de la capital. El paciente presentaba desde hacía 20 días los temblores y parálisis de la enfermedad, que le impedían hablar, caminar y hacer cualquier acción coordinada. Luego de haber intentado otros remedios tradicionales, el padre rogó a Borda que se hiciera cargo del tratamiento. Durante tres semanas el autor sumió en hipnosis al joven paciente, afirmándole que luego podría aplaudir, tocar el piano, decir tal o cual frase. De a poco y gracias a ese abordaje, el adolescente fue recobrando sus capacidades motoras. Luego de certificar el absoluto éxito del tratamiento, Borda reproduce la carta, fechada el 5 de abril de 1886, en la que el padre le agradece lo que acababa de hacer con su hijo. Dado el valor de ese documento, nos permitimos citarlo in extenso:
“Querido Señor Borda:
Me pregunta usted si le autorizo a consignar en sus Maravillas del hipnotismo, el resultado feliz que ha obtenido usted en mi hijo, prometiéndome además no citar de nuestro nombre más que la letra inicial.
Le doy gracia, señor, por este sentimiento de delicada discreción, pero no lo acepto. Mi nombre le pertenece por completo.
Sí: tengo a gala proclamar en alta voz y espontáneamente, que con el auxilio de la sugestión hipnótica, ha arrancado usted de un modo milagroso, a mi hijo de la más triste de las enfermedades, la corea, y esto en el momento en que, llegado al período más agudo, había perdido hasta el uso de la palabra.
Al prestar un público homenaje a esta obra de paciencia y de abnegación, quiero pagar una parte, por débil que sea, de una gratitud que no tiene igual más que en su desinterés, y que es tanto más sagrada cuanto que se dirige a usted, señor, el hijo de un compatriota y amigo de la infancia.
Reciba usted la expresión de mi agradecimiento” (Borda, 1886: 297-298).

Recepción y contexto
El libro de Borda tuvo una recepción inmediata que, además de hablar de la buena acogida que la obra mereció de parte del público ilustrado porteño, ilustra de modo sintomático valiosos matices de la cultura científica del período. Una de las reacciones quedó plasmada en la única reseña con la que hemos podido dar hasta el momento. Ella figura en el Anuario Bibliográfico correspondiente al año 1886. Recordemos que ese Anuario, fundado en 1879 por Alberto Navarro Viola, contenía desde cierto punto de vista informaciones más o menos detalladas sobre todo lo que se publicaba en la ciudad en las distintas ramas del saber. Lo curioso es que la reseña del texto de Borda se encuentra en el capítulo dedicado a Ciencias Médicas, en el cual el lector podía hallar un recuento bastante exhaustivo de las tesis, tratados, artículos e informes elaborados por los médicos porteños durante ese año. Junto a las numerosas reseñas de esas producciones de los galenos de Buenos Aires uno halla la que corresponde a Las maravillas: “Esta interesante obra, escrita con claridad y al alcance de todo el mundo, se ocupa del hipnotismo aplicado á la medicina, narrando, en corroboración de sus teorías, los esperimentos y resultados obtenidos en enfermedades sometidas á este estraño tratamiento. Parte del libro se halla destinado á describir los progresos del hipnotismo desde su orijen hasta nuestros días, y á demostrar con las esperiencias hechas por médicos notables las ventajas que puede ofrecer como medio curativo” (en Navarro Viola, 1887: 168).
No debe sorprendernos que el lector contemporáneo haya tomado el libro de Borda como un fragmento de literatura médica. Ya hemos dicho que la medicina (con sus términos, sus autores y sus ejemplos) teñía el contenido del libro en su integridad. En terrenos tan novedosos como la hipnosis, importaba mucho más la aparición constante de ese lenguaje científico, que la duda sobre la formación académica de su autor. Más aún, la segunda recuperación de la obra de Borda, y quizá la más significativa, se produjo precisamente en una publicación de la medicina académica. Unos meses después de la llegada de Las maravillas a las librerías porteñas, fue defendida la primera tesis médica sobre la hipnosis. Nos referimos al trabajo de Eliseo Luque, titulado Hipnotismo. Sus aplicaciones prácticas (Luque, 1886). Citemos unos fragmentos de sus páginas iniciales: “Una importante cuestión médico-filosófica, recientemente arrancada á las garras del charlatanismo y del misterio, tiene actualmente preocupado á todo lo que hay de más eminente y científico entre los filósofos y médicos de nuestra época. Quiero referirme al sonambulismo provocado (...) He hecho, por lo tanto, del hipnotismo el objeto de mi tesis inaugural, creyendo de mi deber cooperar por lo menos á la divulgación de las cuestiones nuevas, entre nosotros, ya que no nos es posible aianzarlas ó corroborarlas con nuestras propias observaciones” (Luque, 1886: 12). Dos elementos merecen ser subrayados en esos pasajes. En primer lugar, en ellos queda bien asentada la naturaleza conflictiva del hipnotismo: él es objeto de disputa entre médicos y profanos. En segundo lugar, es revelador el hecho de que el médico porteño que escribe el primer trabajo sobre hipnotismo, sinceramente confiese que no posee experiencia personal en la materia7. Al tiempo que un sujeto como Borda -que, dada su presunta e incompleta formación universitaria, habitaba una zona intermedia entre la medicina y la sanación profana- daba muestras de una rica experiencia en el manejo de la hipnosis práctica, el profesional que a su manera inauguraba el hipnotismo médico en Buenos Aires declaraba abiertamente que él jamás había tenido un contacto directo y personal con esa herramienta curativa.
No ha de extrañar, por ese motivo, que la tesis de Luque no contenga sino ejemplos clínicos extraídos de tratados clásicos, provenientes sobre todo de la medicina francesa. El designio de Luque era documentar la utilidad del hipnotismo tanto para el tratamiento de enfermedades nerviosas como en el campo de la anestesia. En más de una ocasión adelantaba, empero, que era necesario no exagerar los poderes del nuevo remedio, pues eran muchas las circunstancias que atentaban contra su aplicabilidad. Sea como fuere, lo que nos importa remarcar en esta oportunidad es que las páginas de Borda desempeñaban un rol estratégico en la tesis de Luque. En efecto, a los ojos del joven médico porteño, los registros de Borda eran un respaldo sobremanera valioso para su tarea. Por el hecho de haber desarrollado sus curas en la ciudad de Buenos Aires, Borda le brindaba a Luque la mejor defensa contra la sospechas que pudieran alzarse contra la credibilidad de las sanaciones hipnóticas. Es por ello que el autor de la tesis, inmediatamente después de haber referido varios tratamientos hipnóticos comunicados por los autores extranjeros, presenta del siguiente modo el ejemplo de corea relatado por Borda: “Vamos á referir ahora un caso de corea cuya autenticidad no despertará duda alguna, pues ha ocurrido entre nosotros, y su curación se ha obtenido por el profesor Borda” (Luque, 1886: 44-45). A renglón seguido, Luque se limita a resumir en unos pocos párrafos el exitoso tratamiento llevado a cabo de Borda sobre el joven de 13 años.
¿Cómo habría que interpretar ese diálogo entre el primer tratado de hipnosis y la más temprana tesis médica? Para dar una respuesta certera, nos faltan algunas informaciones decisivas. Por ejemplo, si Borda, tal y como afirma en el comienzo de su obra, efectivamente dio una conferencia ante el Círculo Médico Argentino, ¿logró acaso ganarse el respeto de los profesionales allí reunidos? No lo sabemos. Sin embargo, estamos en condiciones de plantear una conjetura que, al menos en vistas de futuros episodios de similar tenor, parece aplicable al contexto local. Si bien en diversos países los médicos ensayaron mecanismos de represión y vigilancia del accionar de todos aquellos actores sociales que quisieran utilizar el hipnotismo, en muchas oportunidades esos mismos médicos aprovecharon la experiencia de sus competidores para aprender a producir los fenómenos sonambúlicos o para estudiar de cerca manifestaciones que no podían replicar por sí mismos (Graus, 2014). En la rica porosidad entre el libro de Borda y la tesis de Luque se trataría de eso mismo. Estaríamos frente al primer ejemplo a nivel local de ese acallado hábito de la disciplina galénica, menos estudiado que las medidas implementadas por esta última para acabar con formas alternativas de practicar o estudiar los problemas de la salud y la enfermedad.
Dicho en otros términos, cuando se piensa en los intercambios que los profesionales pudieron mantener con sanadores, curanderos y otros competidores profanos durante la segunda mitad del siglo XIX, se tiende a considerar que esa relación estuvo marcada solamente por la represión, las multas o las condenas impuestas por los egresados de la facultad. Es obvio que ese intento de dominación y de establecimiento de un monopolio fue real, pero al lado de él existieron prácticas de otra naturaleza, a través de las cuales los médicos establecían con sus contrincantes nexos de intercambio, negociación y de aprendizaje.
No tenemos espacio aquí para ofrecer evidencias de ello, pero recordemos que en ulteriores oportunidades los médicos porteños mostrarán esa buena disposición para aprovechar los conocimientos y experiencias que individuos profanos habían acumulado acerca del hipnotismo.
En tal sentido, lo sucedido con el libro de Borda no fue más que el primer eslabón de una larga cadena que proseguiría durante varios años.

Consideraciones finales
Hasta la aparición casi simultánea de los trabajos de Borda y de Luque, poco y nada se había escrito sobre la hipnosis en la literatura científica de Buenos Aires. En las revistas médicas de la ciudad se habían impreso, sobre todo desde 1882, unas pocas reseñas sobre los trabajos de hipnosis que comenzaban a inundar las publicaciones de sus pares franceses o alemanes. Recién después de 1888, y más o menos hasta 1896, verían la luz unos pocos artículos y tesis acerca de la materia. El estudio de esa acotada literatura médica podría mostrarnos los rasgos principales de ese primer hipnotismo médico, anterior a la emergencia de los más tempranos trabajos de Ingenieros, publicados a partir de 1901 (Vezzetti, 1996). Quisiéramos cerrar este artículo, empero, con algunos comentarios de otro tenor. Tal y como anticipamos en la apertura, las tres características más notorias de la contribución de Borda -su condición de extranjero, su no pertenencia al gremio médico y la propensión a ostentar los flancos más provocativos de la hipnosis- volverían a singularizar pocos años después las labores de quienes realizarían las contribuciones más sustanciales al terreno del hipnotismo en la ciudad de Buenos Aires. En efecto, otros dos forasteros carentes de título médico serían los artífices de las empresas más valiosas tanto desde el punto de vista teórico como desde el costado práctico. Cabe mencionar, en primera instancia, a Alberto Díaz de la Quintana, el español que permaneció en la ciudad entre mediados de 1889 y comienzos de 1892, lapso en el cual llevó adelante un exitoso consultorio de hipnotismo curativo y editó una revista titulada Hipnotismo y sugestión. Si bien este especialista en hipnosis había obtenido, unos años antes de su arribo al país, un título intermedio en medicina, en Buenos Aires debió sufrir reiteradas campañas de represión por parte de las autoridades sanitarias, sobre todo debido a su negativa a rendir los exámenes de reválida contemplados por las normativas vigentes (Vallejo, 2015). En segunda instancia, se podría trazar un paralelo muy claro entre la obra de Borda y el tratado que en 1891 editaría otro ciudadano español, Justo López de Gomara, quien llegó a la Argentina en 1880, cuando tenía 21 años y nunca más regresó a su país (García Sebastiani, 2010). El libro, titulado La ciencia del bien y del mal, fue junto con el texto de Borda la publicación teóricamente más ambiciosa respecto del hipnotismo en Buenos Aires antes de 1900 (López de Gomara, 1891). Por otro lado, extremaba el afán divulgador que ya permeaba la obra de 1886, pues no sólo tenía el cometido de acercar la herramienta hipnótica a todos los interesados, sino que también negaba de modo enfático que los médicos fueran los más indicados para hacer uso de ese remedio. En síntesis, Las maravillas del hipnotismo no sólo inauguró en Buenos Aires una literatura sobre el sonambulismo artificial que no respondió a los preceptos de la ciencia galénica, sino que también fue un temprano indicador del desarrollo que el ejercicio de la hipnosis conoció en el campo de las prácticas profanas.

1 Es posible hallar indicios sobre la presencia del hipnotismo en la trama cultural y científica local en algunos estudios sobre las relaciones entre la medicina y el curanderismo (Di Liscia, 2003), la literatura ficcional (Gasparini, 2012; Nouzeilles, 2006) o el ilusionismo (Fernández, 1996). Por otro lado, en una tesis doctoral defendida hace algunos años, se han puesto de relieve las teorías y prácticas que en el campo del magnetismo curativo llevaron a cabo los espiritistas y teósofos porteños de fines de siglo (Quereilhac, 2010). Por último, de forma reciente se han trazado los primeros lineamientos de un mapa general del hipnotismo en la capital argentina de ese período (Vallejo, 2014).

2 Hemos hallado unas desperdigadas referencias a Borda en publicaciones posteriores, en particular de 1895. En ese año se habló mucho de hipnosis en la prensa general a raíz de la presencia en la ciudad de un célebre hipnotizador de origen italiano llamado Onofroff (Fernández, 1996). Esas nuevas pistas sugieren que Borda (o Bordas) permaneció en Buenos Aires durante unos años, que trabajaba como ilusionista y que fue desenmascarado. Por ejemplo, en un texto sobre Onofroff escrito en junio de 1895 por el periodista Florencio Madero, se lee lo siguiente: “Dos años habrá, otro Onofroff -un tal Borda- quiso antes de presentarse al teatro, caracterizar sus experiencias ante una comisión de facultativos, presentándoles su sugeto -que decía ser su esposa- y á la que ponía en tal estado de catalepsia que se la podía pinchar impunemente, con gruesos alfileres, por todo el cuerpo. En condiciones ya la enferma, los colegas del doctor [Gregorio] Chaves, hincaron el alfiler en los brazos que el hipnotizador había desnudado, pero éste [Chaves] lo hizo de improviso en un muslo, y la cataléptica dió un grito de sorpresa y de dolor y abandonó su sitio, furiosa ella y más aún ese caballero, quien decía no ser correcto ese proceder del Doctor Chaves; éste, empero, con su flema de médico, tomó su sombrero y despidiéndose dijo: «he sido invitado como profesor á estudiar un enfermo y me encuentro con una farsa»: otros colegas lo siguieron” (Madero, 1895: 24-25). En una nota impresa en el diario La Nación el 1 de Junio de 1895, se colocaba también a Borda del lado del ilusionismo (“Cosas del día. El caso extraño del Sr. Onofroff. Reportaje a Manuel García en donde todo queda explicado”, La Nación, 1-6-1895).

3 En todas las citas extraídas del libro de Borda, respetamos la ortografía y la puntuación del original.

4
Entre todos esos antecedentes, el mejor documentado es el de Henry Beck, un magnetizador proveniente de París, que llegó a Buenos Aires a fines de 1883 y de inmediato abrió un consultorio de magnetismo curativo, auspiciado por uno de los grupos espiritistas porteños (Gimeno, Corbetta & Savall, 2013).

5 Al comienzo del capítulo segundo, Borda informa que el extenso fragmento de “Adriano” Marx había sido publicado el 19 de junio de 1884 en el periódico Fígaro de París. Sabemos que Marx incluyó luego ese escrito, titulado “La suggestion”, como capítulo 33 de su libro Les petits mémoires de Paris, editado en 1888 (Marx, 1888: 323-337).

6 Para una primera aproximación a las diferencias entre las escuelas de París y de Nancy, puede consultarse (Ellenberger, 1970; Carroy, 1991).

7 Unas páginas más adelante declara incluso que él jamás ha tenido la oportunidad de observar la ejecución de una orden posthipnótica (Luque, 1886: 29). En la página final de la versión impresa de la tesis figura una nota de Luque; se trata sin lugar a dudas de la nota con que el joven médico presentó su trabajo ante el jurado que debía evaluarlo. En ese breve anuncio se repite la falta de experiencia en la materia, que aquí implícitamente se hace extensible al gremio médico de la ciudad: “El gran rol que el hipnotismo está llamado á jugar en la terapéutica del porvenir, no escapará á vuestro criterio científico, y encontraréis así justificable que en el curso de este trabajo me haya empeñado, en la medida de mis fuerzas, en hacer resaltar sus ventajas, esperando que en adelante se repitan las observaciones y experiencias en este sentido, para mantener el puesto de honor que nos corresponde en el movimiento científico de nuestros días” (Luque, 1886: 53). Por otro lado, podemos traer a colación la primera tesis de derecho referida al hipnotismo en Buenos Aires, aparecida un año más tarde. En el cierre de ese trabajo también se afirmaba de cierto modo que la hipnosis era todavía un campo inexplorado para los hombres de la academia “el hipnotismo no ha empezado todavía a desarrollarse entre nosotros, no tardará sin embargo, dada la pasión por las novedades que caracteriza a nuestro pueblo, en obtener carta de ciudadanía” (García Reynoso 1887: 71).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Fecha de recepción: 18/05/15
Fecha de aceptación: 28/09/15

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