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Avá

On-line version ISSN 1851-1694

Avá  no.11 Posadas July 2007

 

ARTÍCULOS

La dudosa magia del carisma. Explicaciones totalizadoras y perspectiva etnográfica en los estudios sobre el peronismo.1

Fernando Alberto Balbi *

* Profesor adjunto del Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires. Investigador asistente, CONICET. Docente de la Maestría en Antropología de la Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad Nacional de Córdoba. e-mail: fabalbi@yahoo.com.ar

Resumen

En el presente trabajo examino críticamente un procedimiento analítico habitual en la literatura dedicada al peronismo, el cual supone atribuir un potencial explicativo a categorías tales como las de 'carisma' o 'populismo' que son, primero, empleadas para clasificarlo y, luego, tratadas como si se tratara de factores presentes en la realidad misma y, en consecuencia, variables capaces de dar cuenta de innumerables hechos particulares. Me propongo contraponer a ese tipo de procedimiento otro de carácter etnográfico que se centra estratégicamente en las perspectivas de los actores respecto de los hechos a analizar. Por esta vía, algunos de los muchos hechos habitualmente 'explicados' por apelación a la supuesta naturaleza 'carismática' del peronismo pueden ser considerados como vinculados a cierta concepción específicamente peronista de la política.

Palabras clave:  Antropología política; Etnografía; Peronismo.

Abstract

In this paper, I present a critical examination of certain analytical procedure widely extended in the literature devoted to peronism. This procedure grants an explanatory potential to categories such as 'charisma' and 'populism' by, first, using them as classificatory devices and, then, managing them as if they were features of the real world and, therefore, capable of explaining many particular facts. I intend to oppose to this practice another procedure -that of ethnography-, which focuses strategically on the actors' perspectives about the facts submitted to its scrutiny. This ethnographic procedure suggests that some of the many facts usually 'explained' by the alleged 'charismatic' nature of peronism could be meaningfully related to a certain conception of politics that is specifically peronista.

Key words: Political anthropology; Ethnography; Peronism.

Fecha de recepción: Noviembre 2006
Fecha de aprobación: Julio 2007

Buena parte de los trabajos académicos que han sido dedicados al peronismo2 exhiben una marcada tendencia a explicar absolutamente todo lo que tiene que ver con su historia en términos de un procedimiento reduccionista que supone, en primer lugar (a), clasificar a esa tendencia política en general apelando a una categoría totalizadora fuertemente valorativa y, luego (b), pasar a exponer hechos particulares como si se tratara de productos emergentes o consecuencias de algún rasgo esencial que la clasificación anterior, supuestamente, habría revelado. Las nociones, frecuentemente interrelacionadas, de 'populismo' y de 'carisma' (o 'liderazgo carismático' o, más recientemente, 'partido carismático') parecen haber sido las más populares entre los muchos comentaristas del peronismo que han adoptado este tipo de procedimiento, sumándoseles las más o menos abundantes referencias al 'fascismo', el 'corporativismo', el 'bonapartismo' y el puro y simple 'autoritarismo'; no han faltado tampoco versiones del mismo tipo de procedimiento revestidas de términos culturalistas, clasistas y hasta psicologistas.3

Así, una serie de cuestiones particulares -hechos y tendencias que los analistas han visto o creído advertir en diferentes momentos de la historia del peronismo- han sido sistemáticamente presentadas como consecuencias lógicas, naturales y más o menos inevitables de la naturaleza 'carismática' y/o 'populista' del mismo. Así sucede, en primer lugar, con ciertos rasgos distintivos que han sido atribuidos al peronismo del período 1945 - 1955: la 'obsecuencia' que habría caracterizado a la administración pública y a los dirigentes peronistas; la debilidad de las organizaciones partidarias y la fortaleza y verticalidad de las sindicales; las realizaciones de los primeros gobiernos de Perón en los campos laboral (reconocimiento de los derechos del trabajador, reforzamiento de la actividad sindical, etc.), político (voto femenino, etc.) y social (la actividad de ayuda social desarrollada por las instituciones vinculadas al primer peronismo); etc. Lo mismo sucede con otros 'rasgos' que son generalmente asociados al peronismo a lo largo de toda su ya extensa historia: las 'aspiraciones hegemónicas' que le serían inherentes (reflejadas tanto en el carácter 'autoritario' de los primeros dos gobiernos de Perón como en la presunta tendencia del justicialismo a ejercer una oposición 'salvaje', 'impidiendo gobernar' a sus adversarios políticos); la supuesta tendencia del peronismo en tanto gobierno a 'comportarse simultáneamente' como oficialismo y como oposición, 'absorbiendo en su interior' la totalidad del sistema político (tal como habría ocurrido durante los gobiernos peronistas de las décadas del setenta y del noventa); el desapego por las formalidades de la organización partidaria y la tendencia a desatenderlas en beneficio de la consolidación de liderazgos personales fuertes; la hostilidad o, en el mejor de los casos, falta de interés, que los gobiernos de ese signo exhibirían sistemáticamente para con la ciencia y la ' cultura'; etc. Finalmente, dos fenómenos que no dejan de ser llamativos han sido explicados sistemáticamente apelando a las nociones de 'carisma' y de 'populismo': el hecho de que el peronismo en general y, particularmente, el liderazgo de Perón sobrevivieran a casi dos décadas de proscripciones, persecución política y exilios; y la devoción que la figura de Eva Perón despertara en vida y que aún hoy -a más de cincuenta años de su deceso- concita en vastos sectores populares.

Las consecuencias negativas de este proceder son bastante evidentes: la reificación, el reduccionismo, la simplificación, los razonamientos circulares y el apriorismo, la crasa ceguera ante preguntas cuya importancia salta a la vista, la substitución del análisis científico por el discurso político, el establecimiento de una puerta de entrada para los más descarnados prejuicios y para el despliegue de un marcado desprecio más o menos consciente hacia los sectores populares alineados en el peronismo, etc. Si bien las excepciones a este respecto son muchas, lo cierto es que tales características se han hecho carne en buena parte de la literatura académica sobre el peronismo, especialmente en la medida en que categorías analíticas tales como las de carisma o populismo han ganado consenso y llegado a naturalizarse.

La circularidad del tipo de razonamiento al que me refiero es palpable y radica en la confusión -muchas veces, de hecho, una pura y franca identificación- entre los actos de 'clasificar' y 'explicar' que el mismo conlleva. En efecto, una vez subsumido el peronismo todo (digamos, el Peronismo: la totalidad de los hechos históricos y contemporáneos vinculados con el accionar de todos los dirigentes, militantes, adherentes y votantes en general de este amplio e indefinido sector político desde la década de 1940 hasta nuestros días) o, más modestamente, un período de su historia (el primer peronismo, por ejemplo) bajo una categoría clasificatoria abstracta tal como las de populismo o carisma, los rasgos característicos de esa abstracción pasan -muchas veces inadvertidamente- a ser postulados como factores de hecho que, se presume, operan en la realidad y son, por tanto, capaces de dar cuenta de acontecimientos particulares. Esto tiene el curioso efecto de cancelar el análisis histórico de tales acontecimientos, pues una vez 'detectada' la correspondencia entre un hecho determinado y una o varias de las características asociadas a la categoría general con que se ha tipificado al peronismo, la clasificación toma naturalmente el lugar de la explicación histórica: así, toda posible pregunta ulterior queda sin ser formulada porque, sencillamente, no parece haber razón alguna para hacerlo.4

El tipo de inconveniente a que me refiero es, ante todo, el subproducto de un tipo de procedimiento absolutamente rutinario en la sociología, en la filosofía y las ciencias políticas, el cual supone emplear clasificaciones como punto de partida -y no de llegada- del análisis de fenómenos particulares; en general, es posible hacer esta crítica al uso de 'tipos ideales', los cuales en la práctica son habitualmente confundidos con modelos empíricos, tal como sucede casi siempre que se apela al concepto de carisma. Es quizás por ser un vicio académico tan generalizado que el problema no ha pasado desapercibido entre los más lúcidos estudiosos de temas vinculados al peronismo. Por ejemplo, en su ya clásico trabajo sobre las relaciones entre política y cultura en el primer peronismo, Alberto Ciria (1983) no sólo ha demolido con sólidos argumentos históricos las tesis que reducen al peronismo a formas vernáculas de fascismo y de bonapartismo, sino que ha cuestionado el valor de la categoría de populismo en tanto principio explicativo para el análisis de esa corriente política, aunque ello sin cuestionar su pertinencia en tanto instrumento clasificatorio. Así:  

"Antes de subsumir el peronismo u otros populismos latinoamericanos en marcos teóricos demasiado abstractos o refinados, creo necesario cubrir los huecos empíricos existentes al presente y tratar de profundizar ejemplos específicos de partidos populistas nacionales". (1983:52; las itálicas son del original)

En este sentido, Ciria afirma "que -como categoría conceptual- populismo es más útil como descripción que como explicación" (Ciria, 1983:52; las itálicas son del original). Sin embargo, este uso meramente descriptivo del concepto de populismo es de difícil realización pues, como es sabido, toda descripción es en la práctica -cuanto menos- una parte de la explicación misma y la distinción absoluta entre ambos procedimientos no pasa de ser un postulado normativo irrealizable. Así, en el caso del propio Ciria, su propuesta de ahondar el conocimiento empírico respecto de ejemplos específicos de populismos latinoamericanos remite, sin embargo, al objetivo más amplio de elaborar una serie de conceptos comparativos con fuerte base empírica" a fin de lograr "una mejor comprensión del fenómeno populista" (1983:53; las itálicas son del original).

En la práctica, pues, la apelación a categorías como las de carisma o populismo en el análisis de hechos vinculados con el peronismo desemboca casi inevitablemente en el ya mencionado reemplazo de la explicación histórica por la taxonómica. Además de la razón general que acabo de apuntar, creo posible señalar otras dos que hacen específicamente a los trabajos vinculados con el peronismo: en primer lugar, el carácter totalizador que revisten esas categorías toda vez que son empleadas en relación con este universo temático y, segundo, la fuerte carga valorativa (evidente en el caso del concepto de fascismo pero muchas veces negada explícitamente en relación con otros términos de similar tenor) que las mismas acarrean al ser empleadas en tal contexto.

Como ya he apuntado, típicamente no se trata de que un determinado liderazgo peronista sea tildado de carismático o de que un cierto gobierno de ese signo sea calificado como populista, sino de que todo un período de la historia del peronismo o, peor aún, el Peronismo en general entre 1945 y la actualidad, son calificados como un ejemplo de populismo y/o como una tendencia política caracterizada por la naturaleza carismática de sus liderazgos. La enorme diversidad de formas de organización, entramados institucionales, relaciones sociales y formas de actividad que se han desplegado a lo largo de la historia del peronismo (o que es dable encontrar en un momento determinado de su historia) es obscurecida por estas caracterizaciones totalizadoras de modo tal que se produce un efecto de reificación. En efecto, aquella característica que se ha atribuido al peronismo se transforma en una cualidad atemporal (o, quizás, en un conjunto de ellas) que todo lo explica al ser, simplemente, dada por supuesta como previa a cualquier hecho particular sometido a análisis: la clasificación deviene, así, reveladora y probatoria de una esencia, de un carácter distintivo del fenómeno peronista en su totalidad. No sorprende, entonces, que aquellos hechos particulares que sea posible correlacionar con alguno de los rasgos substanciales del peronismo revelados por la clasificación no requieran de mayor análisis: de allí la substitución del análisis histórico por la mera operación clasificatoria que adviene, más tarde o más temprano, en casi todos los análisis.

A esto se suma, para reforzar el efecto de reificación, el sesgo negativo que se asocia sistemáticamente a los conceptos empleados para clasificar al peronismo. En efecto,  no sólo términos como 'carisma', 'populismo', 'fascismo', 'corporativismo', 'bonapartismo' y 'autoritarismo' suelen tener una fuerte carga negativa en el ámbito de las disciplinas que tradicionalmente los emplean (la filosofía política, las ciencias políticas y la sociología política) en general, sino que en lo que se refiere particularmente a los estudios sobre el peronismo su empleo está inequívocamente cargado de censura.5 En definitiva, parece evidente que la percepción a priori de un carácter general más o menos aberrante del peronismo por parte de los investigadores actúa como un fuerte estímulo para que ellos adopten categorías totalizadoras que tienden inevitablemente a simplificarlo y a crear rasgos esenciales reificados capaces de dar cuenta de todo aquello que aparece como chocante a sus ojos.6

El tipo de procedimiento que he estado examinando se caracteriza, pues, por la apelación a categorías totalizadoras fuertemente valorativas, la confusión entre explicación y clasificación, la reificación, la simpleficación, y la renuncia -siquiera parcial- al análisis histórico. Existen, sin lugar dudas, muchos otros procedimientos analíticos que permiten evitar esos equívocos y mantener el foco sobre hechos socialmente situados. Una de tales alternativas es el análisis etnográfico, caracterizado, en primer lugar, por renunciar a la imposición de explicaciones totalizadoras sobre vastos universos de hechos extremadamente heterogéneos para, en cambio, proceder a examinar en detalle cuestiones más estrechas, y en segundo término, por evitar la introducción a priori de categorías analíticas reificadas para centrarse estratégicamente en las perspectivas de los actores sobre los hechos a analizar. Semejante punto de vista ofrece tres ventajas que son, a mi juicio, evidentes: (i) evita las explicaciones reificadas, el tratamiento de hechos particulares como resultantes de cualidades esenciales que son indemostrables y han sido postuladas a priori; (ii) renuncia a la simplificación que supone explicar una gran diversidad de situaciones particulares apelando una y otra vez a un mismo factor; y (iii) es inherentemente histórico, en el sentido de que da cuenta de cualesquiera hechos particulares elucidando el contexto social de su ocurrencia.   

Entiendo por 'etnografía' a una mirada analítica que da por supuesta la diversidad de lo real y trata de aprehenderla a través de un análisis centrado estratégicamente en las perspectivas de los actores (cf.: Balbi y Rosato, 2003).  Lejos de tratar de  aplanar u obscurecer la diversidad subsumiéndola desde el inicio en categorías 'descriptivas' generales, una perspectiva etnográfica parte del supuesto de que, cualquiera sea el universo espacio-temporal a considerar, existe allí una diversidad de formas de relaciones sociales, arreglos sociales institucionalizados y representaciones sociales que deben ser analizados; las clasificaciones mediante categorías totalizadoras, sólo pueden tener lugar -si es que lo tienen después de todo- al final, y no al comienzo, del análisis. Al centrarse en las perspectivas de los actores, el análisis etnográfico procura una vía para comenzar a entender esa diversidad cuya lógica (o lógicas), en principio, se desconoce. Las perspectivas de los actores no permiten por sí mismas dar cuenta de los hechos comprendidos por un análisis en particular (esto es: ellas no constituyen variables independientes que puedan ser postuladas como factores 'causales'); sin embargo, tales perspectivas nativas constituyen un camino privilegiado para acceder al conocimiento de lo social no sólo porque ellas mismas son parte de lo social sino, y muy particularmente, porque los actores deben necesariamente tener algún tipo de visión de su propio mundo social tal que les permita operar en él. Dicho de otra manera: inevitablemente el tipo de concepción (conocimiento) que los actores tienen acerca de su propio medio social debe estar relativamente ajustado a la 'realidad' de ese mundo, hecho que hace de esa concepción un instrumento que el etnógrafo puede emplear para comenzar a explorar aspectos no evidentes del mismo. Adecuadamente implementado, semejante tipo de análisis no debería -hoy en día- conducir al postulado de factores esenciales reificados sino, por el contrario, al examen detallado de entramados sociales determinados y a la elucidación de las dinámicas que les son específicas. En este sentido -y este es un punto que juzgo decisivo-, los resultados de un análisis etnográfico de cierto conjunto de hechos no pueden ser transferidos mecánicamente a otros asuntos pues no redundan en postulados explicativos simples y reificados; por el contrario, y más modestamente, sí es posible emplearlos como fuentes de insights a fin de examinar comparativamente esos otros asuntos.7 

A efectos de ilustrar las diferencias entre los dos tipos de aproximaciones que he mencionado, me ocuparé brevemente de la historia, el rol y las características del Partido Peronista, la estructura partidaria central del peronismo en el período 1946-1955. Comenzaré examinando brevemente un estudio que, siendo realmente excelente, encuentra sin embargo un claro límite en la apelación a la noción de carisma, para a continuación esbozar la complejidad extra que podría aportar una mirada etnográfica respecto de la misma cuestión. La opción por un ejemplo donde la noción de 'carisma' ocupa un lugar central obedece a que ésta, además de ser una de las más empleadas en relación con el peronismo, tiene en la obra de Max Weber (1996 [1922]) un origen inobjetable en tanto herramienta analítica del pensamiento sociológico que contrasta fuertemente con su uso generalmente empobrecido en la literatura sobre nuestro tema.

La magia del Carisma en los años formativos del Partido Peronista.

Recientemente Moira Mackinnon (2002:15) ha señalado justamente que el tema del Partido Peronista, "ha sido escasamente tratado, no obstante lo mucho que se ha escrito sobre el peronismo." Apunta esta autora que tal vacío parece deberse al generalizado predominio entre los investigadores de "una imagen del partido como una estructura vertical y monolítica, reducida desde el comienzo mismo a una red vacía e impotente de vinculaciones corporativas" por obra, fundamentalmente, del "autoritarismo y el personalismo de Perón" (Mackinnon, 2002:16). Probablemente nadie haya expresado esta visión de manera tan clara y extrema como Félix Luna:

El Partido Peronista, fue desde su nacimiento, un cadáver: eso sí, un cadáver lujosamente velado en locales alumbrados por la novedosa luz de neón y decorados por un cierto confort que contrastaba con la clásica fealdad de los comités opositores. Nadie podrá escribir la historia del Partido Peronista entre 1947 y 1955, porque no existió: fueron los suyos, lustros burocráticos y administrativos, chatos, sin alma. Lo increíble, es que esto haya ocurrido con un partido que era, formalmente, la expresión política de un sentimiento popular vivo y fervoroso. No encauzar ese sentimiento en una fuerza que lo enriqueciera fue una de las grandes culpas de Perón. El líder no quería un partido con todos los riesgos de una existencia viva y expresiva. Su "comunidad organizada" exigía un apoyo político que se limitara a ser una máquina electoral eficaz.(Luna, 1991:60 y 61)

Huelga decir que semejante punto de vista no podía más que desalentar la producción de estudios académicos sobre el tema. Su predominio durante décadas parece haber sido el resultado de una compleja combinación de (i) los procedimientos según los cuales el peronismo fue generalmente reducido en la academia a una forma de populismo caracterizada por un tipo de liderazgo carismático, (ii) una buena carga de prejuicios político-ideológicos, y (iii) una -para nada despreciable- contribución de los hechos en el sentido de confirmar, al menos superficialmente, cualquier tipo de apriorismo en lo que respecta a la historia temprana del PP. A este último respecto, es preciso señalar que ambos extremos de la historia del PP en el período mencionado por Luna parecen sugerir que el mismo no era más que una prolongación instrumental del gobierno de Perón: por un lado, el artículo 8 de la Carta Orgánica del PP, redactada en 1947, "designaba al afiliado que ejerciera la primera magistratura de la República como Jefe Supremo del partido y le atribuía facultades superiores a las de los organismos partidarios" (Mackinnon, 2002:16); por el otro, hacia los últimos años de gobierno de Perón, el PP podía ser descrito adecuadamente como una estructura partidaria "encuadrada" (cf.: Mackinnon, 2002:21). Sin embargo, a lo largo del tiempo se fueron acumulando innumerables indicios en cuanto a que la percepción del PP como un 'cadáver' era errónea (cf., por ejemplo, el trabajo de Ciria, 1983), desembocando en su definitiva refutación por el excelente trabajo dedicado por Mackinnon a analizar detalladamente su historia entre 1946 y 1950 (cf.: Mackinnon, 2002).8

Mackinnon muestra claramente que el naciente PP contenía una marcada "diversidad social y política" (cuyo eje central sería la contraposición entre los dirigentes de origen sindical, provenientes del Partido Laborista, y los de origen político, provenientes mayoritariamente de la Unión Cívica Radical - Junta Renovadora) que dificultaba el establecimiento de una "fórmula organizativa" capaz de contenerla. A esta heterogeneidad se sumaba "el tipo de liderazgo" ejercido por Perón, quien intentaba extender su propio control sobre el PP, con el resultado de que el joven partido atravesó una "trayectoria organizativa" compleja, pasando de una forma de "estructura partidaria abierta y movilizada a una 'encuadrada'" (Mackinnon, 2002:21).

El cambiante estado de las disputas por el control del partido -re flejado en una sucesión de "coaliciones dominantes" (cf.: Mackinnon, 2002:21 y ss.) donde los distintos actores disponían en medidas variables de los recursos centrales de que tal control dependía-  y la tendencia a su sometimiento al liderazgo absoluto de Perón parecen haber resultado de una compleja combinación de factores tales como la capacidad de los distintos sectores para solucionar sus conflictos, la situación del PP como partido de gobierno y los distintos escenarios atravesados por la situación política nacional. El cuadro que se consolida hacia 1950 es el de un partido donde -al menos en lo que se refiere a su organización en el nivel nacional- "la autoridad desciende desde el líder hacia abajo" y donde el liderazgo de Perón  "inviste a sus representantes y voceros de la legitimidad que en un partido clásico está puesta en las elecciones internas o en los mecanismos formales que dirimen las disidencias" (Mackinnon, 2002:188). Se trata de la clase de situación que Luna -extendiéndola equivocadamente a toda la historia previa del PP- sintetizara de manera tan elocuente con sus metáforas del partido "cadáver" y  del partido que "no existió."

El hecho de que Mackinnon opte por cerrar su excelente análisis histórico de las disputas por el control del PP apelando a una reificación presentada como principio explicativo resulta ilustrativo de la forma casi inexorable en que las clasificaciones totalizadoras y a priori  tienden a obliterar el análisis histórico, así como de la enorme fuerza que las visiones tradicionales sobre el peronismo mantienen en la academia argentina. En efecto, la autora afirma que "en el partido se despliegan dos polos organizativos, uno democrático y otro carismático, y que a partir de la confrontación entre ambos se van reformulando las relaciones entre los actores de las coaliciones" (Mackinnon, 2002:21). En las disputas entre "sindicalistas" y "políticos" referidas a la selección de candidatos partidarios, la organización de las campañas electorales y  las diferentes concepciones políticas, ideológicas y organizativas, Mackinnon cree ver "en movimiento la lógica democrática que motoriza la acción política del partido, su polo organizativo democrático legal, donde se expresa la fuerza de la participación de base" (2002:187). Por otro lado, la autora entiende que el tipo de liderazgo ejercido por Perón representa un "polo organizativo" opuesto, de tipo "carismático", que contrarresta las tendencias a la división surgidas del "polo democrático":

En teoría, un partido puede asumir representaciones parciales, es decir, dividirse en corrientes internas, cuando el acceso a la interpretación de sus principios fundacionales está abierto. En un partido como el peronista es muy difícil interpretar la doctrina del líder viviente, su artífice y garantía de realización futura. Esto es lo que llamamos el polo organizativo carismático. (Mackinnon, 2002:188)

De tal 'polo' resultarían, entonces, los movimientos descendentes de la autoridad y la legitimidad que ya fueran mencionados. Toda la compleja y rica historia del PP develada por Mackinnon -las disputas entre 'sindicalistas' y 'políticos' en torno del lugar que correspondería a los 'trabajadores' en la organización partidaria, las luchas entre ambos grupos y el presidente Perón por su control, las cambiantes 'fórmulas organizativas' puestas en práctica, el predominio final del liderazgo presidencial- se reduciría, a fin de cuentas, al producto del enfrentamiento entre ambos 'polos organizativos', producido en el seno de una organización marcada por el hecho de haber nacido como 'partido de gobierno' en el marco de un escenario político nacional crecientemente conflictivo. De este modo, el análisis se aleja del plano del tratamiento histórico de procesos sociales concretos para internarse en el nivel abstracto y ahistórico del enfrentamiento entre 'lógicas' o 'polos organizativos' que aparecen encarnadas en actores, reactualizando de hecho uno de los más tradicionales temas de la literatura académica sobre el peronismo: el de la oposición entre 'democracia' y 'carisma'.

Así, Mackinnon no termina de desprenderse del peso de los procedimientos aceptados, desembocando en una reificación final por efecto de la adopción (bien que en su forma más moderada y productiva) del procedimiento que he examinado más arriba. A pesar de este acto de renuncia a llevar hasta sus últimas consecuencias el tratamiento histórico del tema, el trabajo de Mackinnon constituye -sin lugar a dudas- uno de los mejores textos dedicados al primer peronismo hasta el momento. Ello sucede, me parece, porque la apelación reificadora a la oposición entre 'democracia' y 'carisma' aparece casi a modo de un acto de fe sociológica, como una mera posdata agregada una y otra vez al final de sucesivas exposiciones del análisis histórico de materiales sobre diversos eventos. Así, aunque es evidente que ha partido de la caracterización del peronismo como una corriente política marcada por un liderazgo de tipo carismático, la autora no ha permitido que tal caracterización matara al análisis histórico en el punto mismo de partida. De esta forma, Mackinnon no sólo logra refutar la ficticia imagen tradicional del PP sino que consigue en gran medida dar cuenta de los factores que permitieron que el liderazgo de Perón se impusiera tan firmemente: la extrema heterogeneidad de la composición del PP y las dificultades que ella suponía para el establecimiento de una forma de organización perdurable; su condición originaria de oficialismo; las fuertes presiones políticas externas y la percepción por parte de sus integrantes de que su futuro dependía en última instancia de la persona de Perón.

Sin embargo, tan pronto como la noción de carisma entra en juego, el análisis histórico se interrumpe y el examen detallado de acontecimientos es reemplazado por la apelación a una lógica que se presume inmanente a los mismos y cuyo origen social y condiciones de eficacia no se indagan. Así, mientras la 'lógica democrática' presente en las disputas entre 'políticos' y 'sindicalistas' es remitida abiertamente a sus experiencias previas en tanto tales, Mackinnon nada tiene que decir respecto de la 'lógica carismática' que regiría las intervenciones de Perón y sus allegados. Queda por responder, entonces, aquello que a Mackinnon le parece obvio y que se esconde por detrás de la oposición entre sus 'polos organizativos': ¿por qué Perón y sus colaboradores más cercanos intentaron tan tenazmente someter al PP a un control absoluto? Se trata de una pregunta que Mackinnon no plantea porque la noción de carisma la hace irrelevante: en efecto, va de suyo que el líder carismático -esto es: cualquier líder que elijamos clasificar como 'carismático'- no tolera que se desarrollen estructuras independientes capaces de interponerse en su relación 'directa' con el pueblo. Sin embargo, apenas uno cancela la apelación a ese mágico concepto la pregunta se hace inevitable. Veremos, por lo demás, que, al responderla, el excelente análisis de Mackinnon respecto de las razones por las que el liderazgo de Perón  llegó a imponerse tan férreamente sobre el PP no se verá refutado sino, por el contrario, ampliado y reforzado, pues podremos entender mejor cómo fue posible que la mayor parte de los dirigentes del PP llegaran tan velozmente (en apenas unos cuatro años) a adoptar una misma forma de hacer política, sometiéndose al liderazgo absoluto de Perón. Si bien ello se explica en gran medida en función de los factores enumerados en el párrafo precedente, se trata de algo que no deja de sorprender, especialmente habida cuenta de que se trataba de hombres provenientes de campos muy diversos (el sindicalismo, la UCR y otras formaciones partidarias, las fuerzas armadas) donde imperaban diferentes formas de accionar político, quienes, además, se encontraban animados de sus propios programas políticos y eran portadores de sus propias aspiraciones  políticas  personales.

La concepción peronista de la política y el 'encuadramiento' del Partido Peronista: una mirada etnográfica.

El análisis etnográfico completo del proceso de 'encuadramiento' del PP escapa a las posibilidades de un texto de la extensión del presente artículo, aunque sí es posible ofrecer una aproximación al mismo, focalizando la exposición en torno de un aspecto central de la cuestión.9 A los fines de mi argumentación me centraré en un aspecto central de la forma en que Perón entendía y desarrollaba la actividad política: su concepción respecto de la importancia de la lealtad para el desarrollo de las empresas políticas.10

La manera en que Juan Domingo Perón entendió a la política y la hizo se encuentra profundamente enraizada en su trayectoria militar previa. Las numerosas continuidades puntuales entre el pensamiento de Perón en una y otra esfera de actividad han sido reiteradamente señaladas por diversos investigadores y, en su conjunto, conforman el núcleo de una cierta concepción de la política sumamente específica que él desarrolló en el curso mismo de su quehacer político y que pronto pasó a ser paulatinamente adoptada -y reelaborada- por quienes lo rodeaban (cf.: Balbi, 2003, 2005a, 2005b). El proceso de la conformación y el posterior 'encuadramiento' del PP constituye uno de los episodios centrales de este proceso más general de desarrollo e imposición de esa forma de entender y hacer la política, y la clave de ambos radica en las condiciones sociales, históricamente dadas, en que se produjeron. La perspectiva que adoptaré en lo que sigue para examinar este proceso supone considerar a aquel primer peronismo como un 'campo de poder', en el sentido que diera a esta expresión Norbert Elias:

Todo campo de poder puede exponerse como un entramado de hombres y grupos de hombres interdependientes que actúan conjuntamente o unos contra otros, en un sentido totalmente determinado. Se puede (...) distinguir diversos tipos de campos de poder según el sentido de la presión que los distintos grupos de un campo de poder ejercen mutuamente, según la índole y la fuerza de la dependencia relativa de todos los hombres y grupos de hombres que constituyen el sistema de  poder. (Elias, 1982 [1969]:162)

Así entendido, un campo de poder crea las condiciones en que determinadas representaciones sociales -esto es, ciertos conceptos, valores, normas y repertorios simbólicos- son elaboradas, reelaboradas y empleadas por los actores que forman parte del mismo. Un análisis sumario del particular campo de poder que fue el primer peronismo (cf.: Balbi, 2005a) habrá de permitirnos entender cómo se desarrolló la mencionada concepción de la política como una actividad fundada en la lealtad.

Repuesto en su posición de hombre fuerte del gobierno militar después de los hechos de octubre de 1945 y decidido a competir por la presidencia de la Nación, Perón no contaba, sin embargo, con un partido político en que sustentar sus aspiraciones ni con un equipo de colaboradores adecuado como para encarar un eventual gobierno. Contaba, en cambio, con múltiples contactos sindicales, políticos y militares cuidadosamente construidos en el curso de los dos años anteriores, con los recursos materiales del gobierno y con el interés de numerosos sectores políticos y sindicales que aspiraban a acceder a alguna cuota de poder a través de una alianza con él. Así, se conformó apresuradamente un frente constituído centralmente por dos partidos políticos creados expresamente a efectos de apoyar a Perón en su nueva aventura en la arena democrática: la Unión Cívica Radical - Junta Renovadora (UCR-JR) y el Partido Laborista (PL). A  tal punto la existencia de estos partidos fue meramente circunstancial que, una vez electo como presidente, Perón ordenó su disolución y la conformación de un nuevo partido que los unificara.

En este débil entramado institucional inicial, hombres de procedencias muy variadas fueron agrupándose en torno del líder emergente que era entonces Juan Domingo Perón en virtud de vínculos e intereses sumamente dispares y frecuentemente opuestos.10 A despecho de esa disparidad, les reunía en la práctica la aspiración a realizar sus respectivos objetivos a través del acceso de Perón a la presidencia: en efecto, todos aspiraban a acumular sus propias cuotas de poder personal a través del establecimiento de vínculos -más o menos directos- con Perón. Como he mostrado en otro lugar (cf.: Balbi, 2005a), dado que Perón era el centro de las actividades y los intereses de este heterogéneo nucleamiento de personas, sus concepciones sobre la naturaleza y el deber ser de las relaciones personales que los unían pasaron inevitablemente a condicionar la interacción entre los integrantes del mismo, ejerciendo sobre ella un definido efecto de estructuración: las relaciones entre estas personas fueron entabladas fundamentalmente en términos del concepto de 'lealtad' puesto que, a fin de organizar su heterogénea base política y de consolidar su propio control sobre la misma, Perón se empeñó en construir una serie de vínculos de lealtad personal que le permitieran garantizar su éxito. La razón por la cual Perón recurrió a la lealtad personal para consolidar su posición radica en el hecho de que él la entendía como el fundamento mismo de la conducción política en particular y del éxito de cualquier emprendimiento político en general. Veamos brevemente esta concepción.

El concepto de lealtad fue introducido por Perón como parte de su concepción de la conducción política, siendo ambas nociones producto de la revalorización funcional de las concepciones militares de la 'lealtad' y el 'mando' o 'conducción'.12 En cierto sentido, Perón concibió las relaciones entre lealtad y conducción en el mundo político como una suerte de inversión de las postuladas en el pensamiento militar (cf.: Balbi, 2003). El 'mando' militar se fundaba en posiciones jerárquicas preestablecidas, siendo la 'lealtad' un complemento -aunque uno de extrema importancia- de la 'obediencia' que resulta necesariamente del hecho de encontrarse en una posición de 'subordinación'. En cambio, en la política no existían posiciones de mando preestablecidas, de modo que la conducción sólo podía ser el resultado de una lealtad previa que sentara las condiciones necesarias para la existencia de la obediencia. Así:13

Siempre, pues, critico a aquellos dirigentes políticos que se sienten más generales que yo, y que quieren mandar. No: aquí no se manda. De manera que el conductor militar es un hombre que manda. El conductor político es un predicador que persuade, que indica caminos y que muestra ejemplos: y entonces la gente lo sigue. (Perón, 1998 [1951]:362 y 363)

Dicha tarea de persuasión dependía según Perón de un "magnetismo personal" propio del auténtico "conductor" que resultaba de "tener primero lealtad y sinceridad" para, entonces, "empezar a convencer a la gente, empezar a persuadirla." (Perón, 1998 [1951]:326). Así, pues, la lealtad era para Perón una condición inicial de la conducción política, su fundamento último. Ante todo, el aspirante a conductor debía ser leal para con quienes habrían de seguirlo, y esta lealtad suya para con ellos engendraría la de ellos para con él: en este sentido, Perón afirmaba que primero "hay que formar el contingente que se va a conducir" (1998 [1951]:74).

Si, como acabamos de ver, las relaciones postuladas entre conducción y lealtad se invertían al pasar del mundo militar al de la política, otros aspectos de su concepción de la lealtad simplemente prolongan la concepción adquirida durante su larga experiencia castrense. En primer lugar, es de claro origen militar su concepción moralmente positiva de la lealtad, a la cual entendía como una virtud inherente a las personas, como una cualidad personal que no era posible adquirir, que simplemente se poseía o no, de modo que bastaba un acto de traición para probar definitivamente su ausencia (cf.: Balbi, 2003). Y, en segundo término, así como en el pensamiento militar se postulaba que la 'lealtad' entre 'camaradas' engendraba el 'espíritu de cuerpo' esencial para el funcionamiento adecuado de la institución castrense, Perón entendía que los "compañeros de una misión común" debían ser "sinceros" y "leales" entre sí (1998 [1951]:146 y 147). Es más, Perón afirmaba que no existían acción colectiva ni conducción política sin un "espíritu de solidaridad" que era producto de la "persuasión del conductor" y que requería de una "solidaridad indestructible" (Perón, 1998 [1951]:308). Así, calcando casi la concepción militar respecto de la responsabilidad del que 'manda' en cuanto a crear el 'espíritu de cuerpo' de sus 'subordinados', Perón afirmaba que al engendrar la lealtad el conductor engendraba también la solidaridad y la unidad necesarias para el éxito de la acción política colectiva.

Resulta bastante razonable, entonces, que Perón apelara sistemáticamente a la construcción de relaciones personales de lealtad para consolidar su posición en el vértice del entramado político del primer peronismo, habida cuenta de que él entendía que tanto su posición personal como el éxito colectivo dependían de ese tipo de vínculos. Claro está que, en la práctica, el peso de su accionar recaía sobre el esfuerzo en cuanto a asegurar la lealtad en sentido ascendente, esto es, la de quienes lo seguían para con él, más que en el sentido contrario.14

No puedo detallar aquí la forma en que Perón operaba a fines de garantizar la lealtad  de sus colaboradores y seguidores (cf.: Balbi, 2005a), por lo que me limitaré a mencionar que ello suponía, además de exigir una obediencia absoluta, resaltar permanente y ostensiblemente la lealtad de quienes gozaban de su favor (o, al menos, de su indiferencia) y, más dramáticamente, acusar públicamente de traición a quienes la perdían, actitud que casi siempre tenía el efecto de terminar con sus carreras políticas como peronistas.15 Este tipo de dinámica, en la cual Eva Perón desempeñó un rol absolutamente decisivo (cf.: Balbi, 2005a), llevó velozmente a que los conceptos de lealtad y traición se tornaran en el lenguaje mismo con que los miembros de la cúpula peronista trataban con los Perón y entre sí. Habida cuenta de las condiciones del campo de poder mencionadas más arriba, donde el peronismo estaba en plena conformación y carecía de una organización institucional sólida preexistente que fuera capaz de equilibrar el juego político, descentrandolo respecto de las personas de Juan y Eva Perón, sus colaboradores directos se vieron rápidamente compelidos a disputar entre sí en términos del vocabulario de la lealtad y del aparato conceptual que éste expresaba. Así, la historia del período muestra una interminable sucesión de manifestaciones de lealtad para con los Perón y de acusaciones de traición lanzadas recíprocamente por los miembros de la cúpula peronista.

Se produjo entonces un proceso que, parafraseando a Norbert Elias (1982 [1969]), podríamos describir como la transformación parcial de ciertas 'coacciones sociales' externas en 'autocoacciones' merced a la presión ejercida sobre los individuos por su propia 'interdependencia' en ciertas condiciones sociales históricamente dadas: en efecto, la forma de hacer política que los colaboradores y aliados de Perón se vieron forzados a adoptar desde 1946 se tornó progresivamente en su propia forma de entender y desarrollar sus actividades políticas (cf.: Balbi, 2005a). Por lo demás, esta concepción de la política se extendió rápidamente -en una suerte de efecto de cascada- más allá de la cúpula peronista hasta alcanzar a la totalidad del Movimiento. En efecto, la situación de institucionalidad provisoria, diversidad extrema y concentración de los lazos en un centro ocupado por Perón era característica de la totalidad del campo de poder que estamos examinando, por lo que, impulsado por su propia lógica, el juego político desarrollado en los términos de la lealtad y la traición comenzó a replicarse, derramándose -por así decirlo- hacia los niveles inferiores de la administración, los partidos peronistas, y las organizaciones sindicales y de ayuda social (cf.: Balbi, 2004, 2005a). En todos esos niveles de organización, la tremenda y omnipresente presión para alinearse directa y expresamente con los Perón se combinaba con la particular polisemia del concepto de lealtad, que podía ser referido a objetos tan disímiles como el Movimiento, la doctrina, los compañeros, la Patria o el pueblo, pero que en todo caso era siempre entendido en última instancia como lealtad a Perón puesto que él, en tanto conductor, era considerado como el creador del Movimiento y la doctrina que hacían que los compañeros fueran compañeros y que encarnaban los intereses de la Patria o del pueblo tal como sólo el propio Perón podía interpretarlos y representarlos (cf.: Balbi, 2003, 2005a). En estas condiciones, era de esperar que en todos los niveles de organización del primer peronismo el juego político pasara velozmente a ser jugado en los términos de la lealtad y que, al cabo de unos pocos años, los peronistas en general llegaran a hacer suyas las ideas de que esa virtud era el fundamento último de la conducción y de la posibilidad del éxito, tanto del Movimiento en cuanto empresa colectiva como de sus propias aspiraciones personales en tanto dirigentes, militantes o simples peronistas de a pié.16

Llegamos, así, de regreso al proceso por el cual el PP fue 'encuadrado'. Es palpable la semejanza entre las características que he atribuido en general al campo de poder del primer peronismo y el cuadro pintado por Mackinnon respecto del caso particular del PP: carácter fluido; institucionalidad en elaboración; marcada heterogeneidad de sus integrantes en cuanto a su extracción, sus ideologías, sus intereses y sus objetivos; articulación de las posiciones relativas de sus miembros en función de la posición central e indisputable de Perón en tanto líder que concentraba la adhesión de los electores, ocupaba la cúspide del Estado argentino y se esforzaba sistemáticamente por privar a los restantes actores de sus bases de poder independientes. Desde este punto de vista, parece posible y adecuado afirmar que la progresiva imposición de un férreo liderazgo personal de Perón dentro del PP resultó de ciertas condiciones sociales históricamente dadas -las ya mencionadas características del campo de poder que fue el peronismo de la época- que propiciaron el desarrollo de una cierta forma de hacer política en términos del vocabulario de la lealtad, en lugar de tratar de explicarla apelando a 'lógicas organizativas' ahistóricas e imaginarias. Las primeras muestras en tal sentido pueden ser encontradas en el proceso mismo de constitución del partido.

En la orden de disolución de los partidos Laborista y UCR - Junta Renovadora, Perón había denominado a la nueva organización que los sucedería como 'Partido Único de la Revolución Nacional'. Su organización quedó inicialmente a cargo de una Junta Ejecutiva Nacional integrada por los presidentes de los bloques de senadores y de diputados nacionales junto con las autoridades de ambas cámaras. Según Mackinnon (cf.: 2002: caps. II y III) esta Junta no consiguió concretar la creación del Partido Único porque no expresaba adecuadamente la correlación de fuerzas al interior del Movimiento. Controlada por una mayoría integrada por tres políticos renovadores y un independiente, la Junta debió enfrentar el embate de los dirigentes laboristas en pos del control de la nueva agrupación, así como las resistencias de un sector que se negaba a disolver el PL. Ante este estado de cosas, el día 9 de julio de 1946 la Junta emite un comunicado donde apela reiteradamente a la lealtad para reafirmar su autoridad exclusiva en materia de la organización del nuevo partido y para conminar a los distintos sectores a sumarse obedientemente al mismo. Así, el comunicado enumera "las bases y principios que deben cumplir todos los ciudadanos integrantes del movimiento nacional peronista", afirmando que el "imperio" de las mismas derivaba de la "orden general" emitida por Perón, de las "declaraciones de la Secretaría Política de la Presidencia de la Nación y de la consulta que acaba de formularse al conductor del movimiento" (citado en: Mackinnon, 2002:45). Una vez reafirmada su autoridad mediante la apelación a Perón como fuente de la misma, el comunicado llama a los sectores rebeldes a someterse a su autoridad apelando al concepto de lealtad :

1o. Es inadmisible que se manifieste adhesión pública a Perón si, por otro lado, detrás de éste se desacatan sus órdenes. Es un recurso incalificable que no puede, ni debe llamar a engaño a ningún peronista sincero y leal. La única autoridad que hoy existe con tal derecho... es la Junta Ejecutiva Nacional... (citado en: Mackinnon, 2002:45)

La incapacidad de la Junta dominada por los renovadores para organizar un partido capaz de encarnar institucionalmente a ese Movimiento donde ellos no eran mayoría desembocó hacia fines de 1946 en el reconocimiento del fracaso de ese primer intento de organización por parte de Perón y en la creación de un nuevo organismo, más representativo, llamado 'Consejo Superior', que estaría integrado por una combinación de dirigentes renovadores y laboristas dotados de "trayectoria y peso propios" y de "representantes del otro fundamental actor organizativo: Perón" (cf.: Mackinnon, 2002:86). Estas nuevas autoridades provisorias (encabezadas por el senador Alberto Teissaire, un "incondicional" del presidente Perón; cf.: Luna, 1991:54) tendrían a su cargo la organización definitiva del nuevo partido. Fueron estas autoridades las que en enero de 1947 solicitaron formalmente a Perón la autorización para usar su nombre como denominación del nuevo partido, la cual fue concedida casi inmediatamente (Luna, 1991:55 y 56). Se trataba, evidentemente, de otra operación política desarrollada en el plano partidario en términos del vocabulario de la lealtad. En el mismo sentido, el Congreso General Constituyente realizado en diciembre de ese año sanciona la Carta Orgánica que, como ya hemos visto, sometía los organismos partidarios a la autoridad de aquel afiliado que eventualmente ejerciera la Presidencia de la Nación, quien por entonces no podía ser nadie más que el mismo Perón.

A estas primeras operaciones políticas entabladas en términos del vocabulario de la lealtad les seguirían muchas otras, destacando las expulsiones de dirigentes caídos en desgracia que se producían bajo acusaciones de traición o deslealtad. Inexorablemente, dadas las condiciones del campo de poder representado por el primer peronismo, la forma de acción política desarrollada inicialmente por Perón fue extendiéndose a través de toda la estructura partidaria: puesto que Perón ocupaba el centro excluyente de la escena y exigía una férrea lealtad  personal, el presentar cada una de sus acciones como productos de esa clase de lealtad se revelaba sistemáticamente como la estrategia más exitosa a que los restantes actores podrían apelar. Así, aquello que Mackinnon ve como la definitiva imposición de una lógica abstracta y ahistórica -el 'polo de organización carismático'- debería ser entendido más bien como la veloz generalización al interior del PP de una determinada forma de entender y hacer la política por efecto de la imposición del liderazgo de Perón en un campo de poder dotado de ciertas características históricamente dadas. En estos términos, es posible comprender que hombres provenientes de trayectorias muy diversas, interesados en proyectos bastante divergentes y embarcados en una dura competencia unos con otros, llegaran en menos de un lustro a compartir un mismo modo de  concebir la política y a operar en sus términos.17

A modo de conclusión: clasificación y perspectiva etnográfica.

He estado haciendo referencia a dos maneras alternativas de tratar analíticamente el proceso por el cual el PP fue 'encuadrado': una que lo explica como el producto de la paulatina imposición de una 'lógica carismática' de la que Perón y sus representantes habrían sido portadores, posibilitada por ciertas condiciones sociales históricamente dadas; y otra que lo presenta como el producto del desarrollo de una forma específica de entender y hacer la política por efecto de la imposición del liderazgo de Perón en el contexto de ciertas condiciones sociales históricamente dadas. Ambas afirmaciones son, en verdad, superficialmente similares, siendo preciso establecer claramente las diferencias que existen entre ellas para ponderar las ventajas relativas de los enfoques que cada una condensa.

Es cierto, para empezar, que las concepciones de Perón que he sin- tetizado pueden ser clasificadas o descritas como típicas de las corrientes políticas donde priman los liderazgos de tipo carismático. Empero, esas ideas respecto de la naturaleza de la actividad política no tuvieron el éxito que tuvieron porque la realidad del naciente peronismo se amoldara mágicamente a ellas sino porque ciertas condiciones sociales históricamente dadas favorecieron al conjunto de actores que actuaba en tal sentido. Mackinnon tiene el substancial mérito de haberlo comprendido y de haber mostrado efectivamente cuáles fueron esas condiciones.

En efecto, si me he centrado en su trabajo es, precisamente, porque es atípico en el sentido de que su apelación a la noción de 'carisma' es relativamente marginal respecto de las líneas maestras de su análisis: el mismo hecho de que durante décadas se obviara el análisis detallado de la historia temprana del PP es un claro testimonio de la naturalidad que revestía -y aún reviste- su opaca trayectoria a los ojos de una larga serie de investigadores demasiado predispuestos a pensar al peronismo como un 'populismo', una tendencia política 'carismática', etc. Sin embargo, aunque Mackinnon ha logrado ir mucho más allá de este punto, su aceptación en última instancia del carácter 'carismático' del peronismo tiene consecuencias innegablemente negativas.

En efecto, una cosa es decir que porque el primer peronismo desembocó en un tipo de partido 'encuadrado' y sometido a un liderazgo personalista podemos clasificarlo como un movimiento político carismático, y otra, muy distinta, es decir que porque el primer peronismo fue un movimiento político carismático, el mismo desembocó en un tipo de partido 'encuadrado' y sometido a un liderazgo personalista. Esto es, en último análisis, lo que está implicando Mackinnon al hablarnos de un 'polo organizativo carismático' y -muy particularmente- al asumir que no es necesario hacer pregunta alguna respecto de las razones de su 'existencia'. Es claro que no nos asiste derecho alguno a pretender que Mackinnon responda esta pregunta; el hecho de que ni siquiera se la formule, en cambio, es revelador de todo lo que se pierde toda vez que una categoría como la de 'carisma' entra en acción en los estudios dedicados al peronismo, donde casi siempre asume el carácter de un principio explicativo.18

Esta es la clase de confusión entre el procedimiento heurístico de la clasificación sociológica y la realidad social que he tratado de denunciar. Ya reificado, travestido como un 'dato' de la propia realidad social, el 'carisma' trae consigo un modelo de análisis implícito donde ciertas cuestiones ya se dan por explicadas y otras son naturalmente esperadas. Tal es la dudosa magia de las categorías totalizadoras: la capacidad de hacer evidente a aquello que debería ser objeto de análisis, cancelando así una miríada de preguntas. El análisis etnográfico tiende, por el contrario a ampliar el universo de preguntas porque -y esta es, quizás, su mayor virtud- renuncia a la pretensión de definir de antemano cuáles aspectos de la realidad son significativos y cuáles no lo son.

Al comienzo de este texto mencioné una larga -y, sin embargo, incompleta- lista de cuestiones particulares habitualmente atribuidas al Peronismo en general o consideradas como características de ciertos momentos de su historia. Advertí, asimismo, que se las suele explicar indistintamente, mediante el simple expediente de correlacionarlas con alguna de las grandes categorías totalizadoras ya mencionadas sin que medien, como surge de lo anterior, preguntas respecto de las condiciones sociales de su efectiva ocurrencia. Por mi parte, entiendo que el análisis de la concepción peronista de la política centrada en la lealtad que he delineado puede ser clave para dar cuenta de algunas de esas cuestiones particulares pero no de todas ellas, limitación que, a mi juicio, es un rasgo positivo de la perspectiva que propongo.

Por ejemplo, ya comenté al pasar que al entender la forma de acción política desarrollada por Perón y la manera en que la misma se impuso progresivamente en todos los niveles del entramado institucional del primer peronismo es posible dar cuenta del desarrollo del tipo de prácticas que han sido generalmente caracterizadas como productos de la 'obsecuencia' o del 'servilismo'. Del mismo modo, pienso que el examen de esa concepción nativa de la política, sumado al análisis etnográfico de las condiciones que hicieron que la misma siguiera siendo operativa con posterioridad al golpe de estado de 1955, permitirían acercarnos bastante a explicar el hecho de que el liderazgo 'distante' de Perón sobreviviera durante su largo exilio a pesar de la competencia planteada por líderes emergentes como Augusto Timoteo Vandor y de la formación de partidos neoperonistas con aires de independencia, replanteando tal cuestión en términos más realistas que los que involucran las obscuras referencias a un 'carisma' que experimenta curiosas y nunca explicadas tendencias a la 'dispersión' y la 'concentración' (cf.: Arias y García Heras, 2004). Asimismo, creo que el análisis de esta concepción de la política, nos permitiría entender mejor el por qué de la vigencia actual de la figura de Evita y, de hecho, de la del propio Juan Perón.19 Por último, me parece que el problema de la debilidad de las estructuras partidarias formales y de su supeditación al ejercicio de liderazgos personales fuertes -hechos que, ciertamente, no han sido ni son inusuales en el peronismo aunque tampoco le son simplemente inherentes, como se suele suponer- debería ser repensado partiendo del examen etnográfico de una forma de pensar la conducción como una actividad que supone la creación de realidades políticas en base al manejo discrecional de una variedad de herramientas y recursos. Concepción que se encuentra muy extendida entre los peronistas y que remite históricamente a las ideas del propio Perón (un aspecto de su pensamiento sobre el cual no he podido extenderme aquí pero que se relaciona claramente con la manera en que encaró la tarea de controlar al PP).20

Por el contrario, no encuentro relación directa alguna entre la concepción nativa de la política que he esbozado y cuestiones tales como la presunta 'vocación hegemónica' del peronismo, su supuesta tendencia a 'absorber' todo el sistema político o las actitudes 'indiferentes' u 'hostiles' ante la ciencia y la cultura que lo caracterizarían -suponiendo, claro está, que todas o algunas de tales 'características' sean reales-. Lejos de preocuparme por esta incapacidad, creo que ella da fe de que mi análisis se encuentra inextricablemente ligado a ciertas condiciones sociales históricamente dadas. La marca distintiva de lo que entiendo por un análisis hecho desde una perspectiva etnográfica es su carácter contextuado pero, por ello mismo, capaz de iluminar un cierto número de cuestiones particulares y de ofrecer puntos de partida para la formulación de nuevas preguntas respecto de otras cuestiones. En este sentido, el análisis etnográfico -como cualquier otro tipo de enfoque que no renuncie a historizar los hechos que examina, a restituirlos en el contexto social de su ocurrencia- se yergue en oposición a la búsqueda de 'claves' analíticas totalizadoras que lo explican todo porque todo lo presuponen o -lo que es lo mismo- que solo son capaces de advertir en la realidad aquello que están dispuestas a admitir como real.

Notas

1 Este trabajo se basa en parte en el texto de mi tesis de doctorado (cf.: Balbi, 2004). Agradezco a Moacir Palmeira, Ana Rosato, Antonio Carlos de Souza Lima, Federico Neiburg, Marcos Otavio Bezerra y Laura Ferrero sus valiosos comentarios sobre el particular. Una versión anterior del presente texto fue presentada durante el año 2005 en la VI Reunión de Antropología del Mercosur. Asimismo, retomo aquí pasajes de algunos trabajos publicados anteriormente, en los cuales he examinado extensamente la historia del concepto peronista de lealtad (cf.: Balbi, 2003, 2005a).

2 A lo largo del texto me valgo de las itálicas para denotar la terminología nativa.

3 Para una revisión crítica de esta literatura, demasiado extensa como para citarla en este lugar, véase: Ciria (1983: cap. 1).

4 En un trabajo anterior he mostrado cómo el postulado de que el primer peronismo se caracterizaba por un 'liderazgo de tipo carismático' afecta al análisis de Mariano Plotkin (1994) respecto de los mecanismos de propaganda empleados entre 1945 y 1955. Véase al respecto: Balbi (2003).

5 Significativamente, resulta virtualmente imposible encontrar en los estudios sobre el peronismo caso alguno de empleo de categorías clasificatorias igualmente totalizadoras pero cargadas de sentidos positivos -excepción hecha, por supuesto, de los textos escritos por intelectuales abiertamente peronistas-. Por otro lado, no deja de ser interesante observar que, aunque en menor medida, procedimientos de análisis similares pueden ser encontrados en trabajos dedicados a hechos vinculados con la historia de la Unión Cívica Radical, bien que con el signo valorativo invertido: así, el radicalismo aparece generalmente clasificado como un partido 'republicano', 'democrático' y entregado plenamente a la defensa de los 'valores cívicos fundamentales' a pesar de que muchos de sus hombres y estructuras institucionales han estado involucrados en todos los golpes de estado producidos entre 1930 y 1976.

6 No es este el lugar adecuado para explorar las razones del predominio de esta clase de procedimientos analíticos. Cabe señalar, tan sólo, que en lo que se refiere a los autores argentinos que se han ocupado de temas vinculados con el peronismo, ello parece estar relacionado con la centralidad que el tema adquirió históricamente en el campo intelectual argentino. Según Federico Neiburg (1998:14 y ss.), en el campo intelectual argentino "explicar el peronismo" llegó a tornarse en un sinónimo de "explicar la Argentina", con lo que aquél devino un tema central respecto del cual los intelectuales debían ocuparse para conquistar un lugar propio en dicho campo. Es en este contexto, creo, que deberían ser entendidas las tendencias analíticas que acabo de delinear.

7 Entiendo -aunque consideraciones de espacio me impiden desarrollar este punto- que esta concepción de la etnografía no es sino una versión actualizada de la que cabe asociar con la tradición clásica de la antropología británica, reconocible en los trabajos de autores como Bronislaw Malinowski, Edward Evan Evans-Pritchard, Raymond Firth, Meyer Fortes, Edmund R. Leach, Max Gluckman, Julian Pitt-Rivers y Fredrick Barth, etc. Evidentemente, no se trata de reproducir los procedimientos explicativos de esos autores sino de recuperar su tradición metodológica en el sentido de hacer del análisis de las perspectivas nativas una vía de acceso para el conocimiento de los hechos sociales.

8 Este texto esencial ha sido precedido y seguido por diversos trabajos dedicados a la historia temprana del PP en diversas provincias; cf.: Tcach (1991); Macor e Iglesias (1997); Macor y Tcach (2003); Aelo (2004); etc.

9 Tal análisis completo debería centrarse en las perspectivas nativas respecto del partido, el peronismo y la política en general, examinándolas en toda su complejidad interna y en su considerable diversidad.

10 La elección del concepto de lealtad como foco de este ejercicio obedece a que ha sido en torno de su análisis que yo llegué a internarme en el tema que nos ocupa y al hecho de que las declaraciones de lealtad y las acusaciones de traición llegaron, según veremos, a constituir el vocabulario básico en que se desarrollaban las relaciones entre los miembros del PP. En mis trabajos anteriores me he concentrado en la dimensión moral del proceso que sintetizo continuación; véanse: Balbi (2003, 2004, 2005a, 2005b).

11 Un rápido repaso de la conformación del núcleo inicial del primer peronismo lo muestra integrado por: políticos radicales de segunda y tercera líneas que habían abandonado su partido de origen y formado la UCR-JR; dirigentes sindicales y colaboradores de sus organizaciones que se habían unido en el PL; nacionalistas de varias agrupaciones; muchos ex miembros de FORJA (originalmente un sector interno de la UCR), que fuera disuelta para que sus integrantes pudieran unirse a las filas peronistas; amigos y colaboradores militares de Perón; políticos identificados como independientes (en su mayoría de origen conservador); y un cierto número de parientes y allegados varios de los Perón.

12 Perón parece haber sido capaz de pensar su nueva actividad valiéndose del aparato conceptual adquirido en el curso de su vida como hombre de armas gracias a la existencia de una similitud significativa entre la política y la milicia: el hecho de que tanto las relaciones entre soldados como las relaciones 'políticas' pueden ser entendidas como relaciones personales. Si bien Perón 'teorizó' bastante en torno del problema de la conducción (cf.: Perón, 1998 [1951]), generalmente dio por sentado el significado del concepto de lealtad puesto que -según todo parece indicarlo- su sentido le resultaba evidente. Por esta razón, en el curso de mi investigación me vi en la necesidad de determinar los sentidos inicialmente asociados al concepto apelando tanto al análisis de las menciones que Perón hiciera del mismo en sus escritos, discursos y declaraciones públicas o privadas de que se tiene registro, como al de diversos acontecimientos políticos de la época (cf.: Balbi, 2003). Las fuentes militares del pensamiento de Perón respecto del tema de la conducción han sido detalladamente examinadas por Arcomano (2003); Ciria (1983: cap. 1) ofrece un breve pero rico análisis de las ideas de Perón respecto de la conducción; respecto del desarrollo del concepto peronista de lealtad a partir de su homónimo militar, véanse: Balbi (2003 y 2005b)

13 En esta y otras citas extraídas de Conducción Política (Perón, 1998 [1951]) omito los subtítulos que han sido intercalados por los editores en el texto de las clases dictadas por Perón que el libro reproduce.

14 Existen, por lo demás, indicios de que Perón consideraba que su propia lealtad para con el pueblo ya había sido satisfactoriamente probada, lo cual es lógicamente congruente con la idea de que la lealtad de los seguidores debe necesariamente ser engendrada por la lealtad previa del conductor. Perón solía afirmar que su actuación como secretario de Trabajo y Previsión antes de octubre de 1945 había probado su lealtad para con los trabajadores y sido el origen de su posterior éxito político. Cf.: Balbi (2005a:107).

15 El ejemplo más notable de elevación por la vía de la lealtad y de defenestración por la de la traición es, seguramente, el de la trayectoria política de Domingo Mercante, quien fue el más estrecho colaborador de Perón en tiempos del gobierno militar, llegó a ser gobernador de Buenos Aires y a presidir la Convención Nacional Constituyente de 1949, y luego prácticamente fue expulsado de la arena política. He analizado éste y otros casos en: Balbi (2005a).

16 Anteriormente he sugerido que el correlato público más notable de este estado de cosas fue el incesante despliegue de sobreactuadas manifestaciones públicas de lealtad hacia los Perón que la oposición de la época y la literatura académica posterior entendieron -parcialmente aunque no sin cierta razón- como muestras de 'obsecuencia' y 'servilismo'. Véase al respecto: Balbi (2005a).

17 Nada ilustra tan claramente la medida en que esta concepción de la política llegó a ser internalizada por los cuadros y dirigentes del PP -y el alcance de las presiones en tal sentido a que se encontraban sometidos- como ciertas acciones políticas, que podríamos denominar como 'preventivas', desarrolladas en términos del vocabulario de la lealtad por personas ubicadas en niveles relativamente bajos de la estructura partidaria. Por ejemplo, cuando en junio de 1951 corrió el rumor de que el Consejo Superior del PP dictaminaría la caducidad del Consejo Directivo partidario de la provincia de Buenos Aires, aquel fue "visitado por distintos contingentes de dirigentes partidarios de varias secciones electorales con el propósito de 'testimoniar' su lealtad a Perón, su esposa y el alto organismo partidario" (Aelo, 2004:106, nota 91): así, dirigentes locales de escaso peso a nivel provincial se esforzaban por posicionarse en medio del inminente proceso de desplazamiento del gobernador Domingo Mercante y de la cúpula partidaria de la provincia (proceso que habría de suponer el definitivo sometimiento del PP bonaerense al liderazgo de Perón) apelando al único recurso que, en la práctica, podía llegar a ser exitoso.

18 Lo que se pierde cuando la clasificación en términos de carisma se torna en remedo de explicación es, precisamente, aquello que Max Weber procuraba con sus tipos ideales: en efecto, se abandona una herramienta heurística capaz de aportar complejidad al análisis de casos resaltando ciertas variables y relaciones entre variables a efectos de tornarlas en objetos a ser analizados detalladamente y, en cambio, se adopta un procedimiento simplificador que achata la complejidad de los hechos sociales al someterlos a la dictadura explicativa de un factor postulado a priori y totalmente reificado. Tiendo a creer que, habida cuenta del maltrato a que ha sido sometida en los estudios dedicados al peronismo, deberíamos abandonar definitivamente la noción de 'carisma', ya obliterada por una carga valorativa demasiado pesada como para poder emplearla adecuadamente en relación a este tema. En lo substancial, sin embargo, no tendría nada que oponer a un buen uso de cuño weberiano de dicha noción. En cuanto a otras categorías totalizadoras que han sido empleadas para analizar al peronismo, tales como las de 'populismo' y 'autoritarismo' o las hoy menos populares de 'fascismo' y 'bonapartismo', entiendo que resulta imposible hacer de ellas herramientas útiles para el análisis histórico y sociológico.

19  En mi tesis de doctorado he tratado de dar cuenta de las razones por las cuales el peronismo se reorganizó en términos del vocabulario de la lealtad a Perón después de la caída de su segundo gobierno y he explorado las razones de la vigencia de las figuras de Juan y Eva Perón en el repertorio simbólico del peronismo contemporáneo. Cf.: Balbi (2004).

20 Sobre este aspecto de las ideas de Perón, véanse: Perón (1998 [1951]), Ciria (1983) y Arcomano (2003).

Bibliografía

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