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Avá

versión On-line ISSN 1851-1694

Avá  n.11 Posadas jul. 2007

 

RESEÑAS

Procesos interculturales. Antropología política del pluralismo cultural en América Latina, Siglo XXI Editores, México

Para romper con las prenociones  y con la sociología espontánea del sentido común, que obnubilan el avance del conocimiento científico, muchas veces se comienza por construir y clarificar los conceptos que se utilizan en el análisis.  La obra de Miguel Alberto Bartolomé se ha caracterizado por aportar siempre conceptos novedosos y esclarecedores, basados tanto en la reflexión teórica como en el trabajo empírico. Este libro no es la excepción.   

En Procesos interculturales. Antropología política del pluralismo cultural en América Latina, Miguel Alberto  Bartolomé retoma la discusión sobre el pluralismo cultural en América Latina y el multiculturalismo en países de inmigración multinacional, principalmente del ámbito anglosajón. Y la retoma para hacerla avanzar un paso hacia delante. La riqueza de esta obra no se puede sintetizar en esta breve reseña, por lo que aquí me referiré solamente a los conceptos que propone.   

Bartolomé propone el concepto de "configuración étnica" para designar a las sociedades indígenas actuales. Estas sociedades son vistas como el resultado contemporáneo del proceso histórico y cultural seguido por las colectividades étnicas, cuyo rostro actual muchas veces no recuerda su fisonomía prehispánica. Bartolomé plantea así la ruptura con el esencialismo, que ve a los "grupos étnicos" como sociedades estáticas. Dicho esencialismo se funda en enfocar solamente algunos elementos de la cultura material, postura que remite a  calificar desde fuera las pertenencias sociales y los procesos identitarios de estas sociedades. Es común en nuestro medio imputar identidades que frecuentemente no son asumidas por los actores sociales de quienes se habla. Hemos escuchado diferentes versiones que nos hablan de indígenas desindianizados, por el sólo hecho de no hablar la lengua materna o por haber cambiado otros elementos de su cultura. Ello, sin conocer las autodefinición y autoadscripción que los mismos sujetos se dan a sí mismos.  

El libro es una obra polémica. En ese marco, crítica el concepto de "hibridismo cultural", que estuvo tan de moda en algunos ámbitos académicos. Para ello, el autor recupera, de la tradición antropológica, las ya clásicas discusiones sobre cambio cultural. A lo largo de la historia, todas las culturas singulares son y han sido híbridas. Ninguna cultura se ha desarrollado en el aislamiento y sin contacto con otras culturas. Por tanto,  todas las culturas constituyen  configuraciones resultantes de múltiples contactos culturales tanto del pasado como del presente.  Bartolomé propone así el concepto clave de "configuración", en el ánimo de romper con la visión esencialista que remite a supuestas purezas culturales y no a procesos de estructuración y reestructuración histórica de las culturas. Para el autor, cada cultura tiene la capacidad de integrar y reinterpretar lo ajeno, hasta hacerlo compatible con lo considerado propio. Las actuales culturas indígenas, por tanto,  son híbridas no sólo por la imposición y apropiación de los rasgos occidentales, sino porque en su proceso morfogenético  han debido cambiar para continuar existiendo.  

Apoyado en la literatura y en ejemplos empíricos recogidos por el autor en diversas regiones de Latinoamérica, demuestra que para continuar existiendo, los indígenas han tenido que cambiar sus pautas culturales. Tal vez los casos más evidentes son el de los migrantes indígenas, quienes han cambiado de manera acelerada sin abdicar de su identidad. La migración pone en juego la capacidad de agencia de los migrantes quienes, sin desvincularse de sus comunidades de origen, aprenden otras lenguas (el español y el inglés) y recrean nuevos tipos de sociabilidad en sus lugares de destino. Se trata también de las experiencias de las organizaciones binacionales indígenas, que contribuyen a tejer la globalización desde abajo, desde las luchas sociales y reivindicativas, acompañadas de nuevas reivindicaciones de lo étnico.  

Al ahondar sobre los procesos de cambio y continuidad cultural, Bartolomé señala que los cambios culturales  no constituyen necesariamente indicadores de "aculturación", ni de aceptación acrítica de rasgos exógenos a las culturas indígenas. Tampoco representan el inicio de procesos de desplazamiento o reemplazo de la cultura propia, sino de transfiguraciones étnicas.  

"Transfiguración étnica" es otro concepto clave, que permite afinar el análisis de los procesos de cambio cultural que no llevan a la abdicación de la identidad. Dichas transfiguraciones étnicas resultan muchas veces en el enriquecimiento, a través de la añadidura de elementos culturales ajenos, que son reinterpretados e incorporados de manera selectiva por los miembros de las sociedades indígenas. Y son precisamente "transfiguraciones étnicas", porque dichos procesos de cambio a los que algunas culturas recurren, no significa su abdicación identitaria. Se trata, señala Bartolomé,  de estrategias adaptativas que las sociedades subordinadas generan para sobrevivir y que van transformando su propio perfil cultural, pues  para poder seguir siendo hay que dejar de ser lo que se era. Se trata de procesos de adaptabilidad estratégica, que las sociedades indígenas emprenden ante los cambiantes contextos regionales y globales.   

El pluralismo cultural y el multiculturalismo son abordados en este libro. El concepto admite ser definido tanto como "el reconocimiento de una situación fáctica derivada de la existencia de diferentes culturas en una misma formación política". La otra acepción, "es una orientación del valor que busca afirmar el derecho a la existencia y reproducción de dichas culturas, lo cual llevaría a políticas de afirmación étnica". Dentro de esta orientación de valor, el autor se sitúa para abogar por las propuestas civilizatorias que encarnan las configuraciones étnicas contemporáneas.   

Bajo esta segunda acepción, el pluralismo cultural no supone ni la imposición ni la obligatoriedad del mantenimieto de las diferencias, ni la construcción de nuevas fronteras de interacción entre culturas, señala el autor. Por el contrario, se parte de la premisa de que dichas fronteras son ya existentes, en la medida en que se derivan de la presencia de los grupos que requieren de ellas para delimitar los ámbitos de sus pertenencias y sus diferencias.  

El pluralismo, por tanto,  busca forma más igualitarias de articulación social entre culturas y  rechaza de manera clara la propuesta integracionista de los estados nación, llevada a cabo por los indigenismos y las políticas estatales en América Latina, que pretendieron y aún pretenden (aunque el discurso haya cambiado) lograr la homogenización a través de la represión de las culturas diferenciadas.  

Asociado con lo anterior, Bartolomé plantea el asunto de la interculturalidad y debate con propuestas "descafeinadas" y superficiales que se han venido utilizando. En efecto, la interculturalidad  ha sido entendida como el acto de vincular o relacionar dos o más culturas diferentes en ámbitos plurales. Para Bartolomé, esta concepción soslaya los aspectos hegemónicos de la globalización y de la imposición cultural que ésta genera. No se puede hablar de interculturalidad sin considerar a la vez que las configuraciones culturales resultantes están inscritas en contextos históricos y socialmente estructurados. Es decir, están inmersas en relaciones de poder y de conflicto.

Al criticar el manejo ligero y descontextualizado de la interculturalidad, el autor Bartolomé certeramente señala el tema del poder como un eje fundamental del análisis. Por ello, enfatiza en la importancia que tiene la asimetría en las relaciones de poder en un diálogo intercultural, lo cual nunca debe pasarse por alto. Dichas asimetrías no sólo son  materiales, sino también simbólicas. Por ello, en el diálogo intercultural, una de las partes tiene mucha mayor capacidad de imponer su propia definición de la realidad a las otras culturas. Es por esto que también nos advierte del conflicto subyacente en estas relaciones interculturales y de los movimientos indígenas en todo el continente.

Con particular agudeza, el autor caracteriza a los movimientos indígenas contemporáneos y los define como "movimientos etnopolíticos". Su característica es que todos ellos tienen algo en común: la cultura como el eje central que los define y los articula. Y en efecto, se trata de movimientos que luchan por el reconocimiento de su identidad.

Son luchas por la identidad y todo lo que ello conlleva: el derecho a definir su propio desarrollo y sus propuestas civilizatorias.

Entre otras muchas cosas más, Bartolomé hace un llamado para descolonizar nuestros conceptos y categorías, y a retomar las aportaciones de la antropología política y las propias experiencias de los movimientos etnopolíticos, para conocer más a fondo las configuraciones étnicas en el actual contexto global y definir las políticas públicas al respecto.

Cristina Oehmichen*

* Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

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