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Avá

versión On-line ISSN 1851-1694

Avá  n.12 Posadas mar. 2008

 

Miguel Alberto Bartolomé
Librar el Camino. Relatos sobre Antropología y Alteridad

Primera Edición en Argentina: Ediciones Antropofagia, Buenos Aires, 2007.
Primera edición: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Conaculta, México 2002.

Analía García* y Sebastián Valverde**

* Licenciada en Ciencias Antropológicas. Becaria Doctoral, CONICET. Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. E-mail: analiagarcia9@fibertel.com.ar
** Doctor en Ciencias Antropológicas. Becario Posdoctoral CONICET. Instituto de Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires. E-mail:svalverde@filo.uba.ar

Más allá de las modas intelectuales, la antropología requiere como toda disciplina enmarcada en el campo de las ciencias sociales, cumplir con determinados parámetros teórico-metodológicos que le sirvan de fundamento. Sobre todo, como es el caso del autor que nos convoca en este Librar el Camino, estos parámetros se fundamentan en el compromiso intelectual que establecemos con los sujetos que son materia del quehacer etnográfico. Sin embargo, la particularidad de nuestra experiencia en el trabajo de campo la reconocemos como única e irrepetible, no sólo porque en el transcurso de la historia los grupos sociales se modifican, sino también porque nuestra propia experiencia en el campo se funda en nuestra vivencia personal. En este sentido, hay un "más allá" del método que en la etnografía no puede sistematizarse ni transmitirse en forma ordenada a través de un manual. Ese "más allá" es la práctica del oficio antropológico que Bartolomé nos muestra a través de este libro. Librar el camino es la construcción de retratos etnográficos derivados de la vivencia antropológica del autor, a partir de la cual se apela a la memoria personal para dejar traslucir el sendero transitado en la búsqueda de comprensión de diferentes realidades tal como afirma: "(…) quiero hablar de los otros a través mío, y no de mí a través de los otros" (2007:20). El título no podía resultar más adecuado, ya que a través de su experiencia de campo en Argentina, Paraguay y México, el autor recurre a la memoria para dar cuenta del proceso de construcción que ha seguido a lo largo de su carrera, y que se refleja coherentemente en sus producciones teóricas. En este sentido, la apelación de la memoria es selectiva en tanto sirve al proceso de construcción de las problemáticas a las que Bartolomé ha dedicado su vida. Por esto es que no es una biografía ya que hay relatos de otros procesos de la vida del autor excluidos de la obra, de manera que una multiplicidad de experiencias etnográficas que no son relatadas en este libro. Dentro de las seis situaciones etnográficas descriptas - Mapuche, Ayoreo, Guaraní, Chatinos, Chinantecos y Mayas-, su primer experiencia resulta clave ya que le permite descubrir que tras la aparente carencia y necesidad del pueblo mapuche, se escondía un complejo universo simbólico, "Mi solidaridad se dirigía a sus ausencias y no a sus entonces -para mí- desconocidas presencias culturales." (2007:29). De esta forma, el trato distante de los miembros de la Gendarmería Nacional sobre la población indígena, o el encuentro con mapuches presos por embriagarse tras haber sido engañados en una venta de lana, le permite reconocer que el orden social que intenta percibir se encuentra en un proceso de dramática alteración. De la misma manera, en su experiencia con los ayoreo del chaco paraguayo, Bartolomé introduce la problemática sobre la que se funda su compromiso con los pueblos que estudia al tiempo que reconoce el velo de la teoría de la época:

"En aquellos años nuestra formación profesional estaba orientada por una mezcla de culturalismo y rudimentaria fenomenología, avalados por una institucionalidad autoritaria y jerárquica. Para esta tradición local un ensayo que analizara el conflicto interétnico involucrado en la situación de contacto, escapaba a los límites de lo que se consideraba científico." (2007: 62).

Aquí es posible poner en relieve parte de la significación del libro, en la medida en que permite reconocer cómo, en el transcurso de la experiencia etnográfica, las relaciones interétnicas se irán convirtiendo el eje central de su trabajo profesional. La experiencia narrada bajo la forma de un libro de memorias permite dibujar el camino que el autor fue trazando y las reflexiones críticas que las teorías de la época lo enfrentaron con la necesidad de abordar la problemática de la alteridad en el contexto de un mundo desigual. Esta situación queda representada en el encuentro que tiene años después del trabajo de campo realizado con los avá, cuando en una visita a su provincia natal, encuentra sedentarizado al linaje que lo había adoptado en las selvas paraguayas; o cuando bajo el lema "todos somos mexicanos", mestizos y chinantecos son englobados bajo una categoría homogeneizadora que despoja a los pueblos indígenas de representatividad política frente a la construcción de una represa. En ese caso, nada más significativo que el ingeniero, director del proyecto de la obra, que agradece en nombre de los paisanos chinantecos la construcción de la represa que, en el futuro próximo, terminó por inundar sus poblados. En este sentido, una sensación acabada de la distancia social y la desigualdad es la referida a su experiencia en la Península de Yucatán, representada ésta como un mundo aparte del resto de México, signada por una filiación provincial que apela a diferentes significados: los vecinos mestizos, el distante grupo señorial autodenominado la casta divina y la presencia negada de los mayas circunscriptos al mundo rural. Sobre este trasfondo social es posible reconocer las consecuencias de una expansión turística que permite contrastar el tradicional centro de culto de Tulum y su posterior transformación en un centro atractivo a la demanda turística, e incluso el mundo de oposiciones regidos en la construcción de Cancún:

"Visitamos el centro de convenciones de Cancún: es un enorme edificio cuyo interior refleja todo lo que el mal gusto y el dinero pueden comprar. (…) En el suelo está arrodillado un hombre cuyo rostro se refleja en la pulida pared de mármol negro, su perfil de nariz aguileña y frente oblicua parece reproducir las figuras de las zonas arqueológicas. Es el limpiador de los refulgentes pisos." (2007:130)

Vale decir entonces que Bartolomé no elije el atajo reduccionista de exotizar la diferencia cultural y definir a los pueblos indígenas a partir de caracteres claramente reconocibles en tanto que ajenos a la cultura occidental. Por el contrario, la construcción de la diferencia permite poner en relieve dos cuestiones fundamentales. La primera de ellas es que los sujetos a los que dedica su vida no son objetos pasivos de las relaciones de dominación impuestas, sino que su universo cultural permite poner en acción sus propios marcos significativos para crear respuestas ante las situaciones de desigualdad a las que se ven sometidos. En este tenor, relata cómo los mapuche cruzan la Cordillera de los Andes para los preparativos del Nguillatum violando las fronteras internacionales entre Chile y Argentina; el intercambio de personas practicado entre los ayoreo en las misiones que permitían adentrarse en la selva para continuar con sus prácticas tradicionales; la memoria chinanteca que retiene a los nahuales que sobreviven a los cambios impuestos, la ideología milenarista y mesiánica del pueblo maya que los mantiene alerta para la guerra; y el mantenimiento de un complejo espiral de violencia chatina como mecanismo liberador de tensiones internas y externas. La segunda consiste en el supremo respeto hacia estos pueblos sobre el que el autor construye la alteridad y compromete su trabajo. Tanto es así que reconoce que no todo en la experiencia etnográfica es parte constitutiva de la información que el antropólogo requiere para validar su discurso. Por esta razón, cuando los avá de la selva paraguaya le otorgan un nombre propio en su idioma, y en tanto que sus nombres eran reservados al conocimiento de los cohñone -genérico del blanco-, Bartolomé decide guardar reserva también respecto del suyo. En definitiva, el respeto por sus "compañeros del alma" es de modo insoslayable la figura siempre presente en la problematización de la alteridad. Este compromiso con los pueblos que el autor manifiesta a lo largo de los diferentes relatos, junto con el estilo narrativo que antes señalábamos de un libro de memorias, es uno de los aspectos que hacen a la obra sumamente atrapante y conmovedora. Este compromiso se evidencia al introducirnos en la cotidianeidad de los otros, y en definitiva en la propia, imbricada en la de los pueblos con los cuales ha convivido. Esto le posibilita reflexionar acerca de diversas categorías antropológicas a partir de situaciones cotidianas, lo que hace a estas imágenes increíblemente reales, contundentes y más gráficas que cualquier concepto. Pero a la vez estas reflexiones que en los diferentes capítulos se van delineando, invitan también a una reflexión respecto de su propia constitución como sujeto. Esto nos permite comprender que la alteridad no nos escapa, ni nos es extraña, sino que es la resultante de procesos que nos involucran también como antropólogos. En este sentido, Bartolomé traza también un cruce con su propia historia personal en tanto que originario de la provincia de Misiones. En sus fantasías de niño, esta provincia no sólo limitaba con Brasil y Paraguay sino también con Argentina. La anécdota no es menor cuando construye su relación tanto con el mundo de la urbanidad porteña como con los pueblos indígenas; su familiaridad con los trabajadores rurales como con la lengua guaraní frente a la supuesta homogeneidad argentina de inmigrantes "occidentales y cristianos". De la misma forma, su autoadscripción y la adscripción por parte de otros como argentino-mexicano -argenmex- lo convierte en un miembro de una categoría comparable a una minoría étnica - en el mundo mexicano, que por una parte sincretiza diferentes vertientes regionales, y por otra le permite recurrir instrumentalmente a los polos de sentido que dicha identidad sincretiza. La voluntad de resaltar su propia alteridad en un libro de memorias no se realiza sobre pretensiones autoreferenciales sino más bien para notar que cuando la subjetividad se conjuga con la objetividad es posible construir una etnografía en la que "la buscada objetividad científica no se transforme en un disfraz" (2007:21). A partir de esta reflexión sobre el propio lugar del antropólogo es que nos lleva permanentemente a pensar en la propia otredad. Por esto es queMiguel contribuye a través de los diferentes relatos a pensar en la alteridad no como algo exótico en sí mismo, tal como buena parte de la antropología se dedicó a efectuar (en especial la fenomenológica dominante en aquellos tiempos). Por el contrario, la lectura de Librar el camino invita a pensar esta alteridad como es resultante de una situación que afecta de una u otra manera a la humanidad toda. Por esto es que la configuración de un mapa interétnico también lo involucra de modo que, al ir desandando imágenes y estereotipos, va situando la complejidad de las relaciones interétnicas, y rol del antropólogo en el marco de procesos que también lo involucran:

"En esas épocas fui huinka, caraí, cohñone, tsa ju, dzul y ne´pi, términos con que cada una de esas culturas designa a los miembros del grupo "blanco" genérico al cual yo podía ser adscripto. Así cada vez se me adjudicó una condición étnica que no creía poseer, pero que para los nativos estaba siempre presente". (2007:23)

De esta forma, cuando camina por la plaza en Ojitlán comprende que ni siquiera su familia chinanteca podría reconocerlo en el espacio público dominado por la hostilidad de la denominada "gente de razón", mundo que los indígenas no controlaban y representa las tensiones y conflictos que los envolvían. Si hay algo que queda claro en el planteo del libro es que el problema de la identidad y de la alteridad no se ubica en espacios geográficos determinados sino en mundos construidos a través de las relaciones interculturales. Al mismo tiempo, la necesidad de Bartolomé de registrar y reflecionar sobre la subjetividad del antropólogo le permite ubicarse como un puente en dichas relaciones frente a la frialdad del método objetivo. Por esta razón, y quizás por su propia historia de vida guiada por el hecho de ser extranjero en distintos universos identitarios, Bartolomé guarda cuidado respecto de la reproducción del etnocentrismo en el quehacer antropológico. En este sentido, cabe distinguir como interlocutor válido a la antropología latinoamericana y su condición pseudo-occidental frente a colegas metropolitanos. En su experiencia por Yucatán, el autor reconoce el empeño institucional y profesional por la búsqueda de las claves para entender el prestigioso pasado maya, mientras "ignoran que sus claves se encuentran en los mayas actuales" (2007:122). De aquí también deriva el compromiso y el respeto por la diversidad:

"Muchas de las sagradas profecías y mensajes que los macehualob aún consideran secretas, circulan ahora en libros y ensayos realizados por varios antropólogos. Hemos violado una intimidad sacralizada sin más motivación que una legitimación profesional, que por otra parte pocos toman en cuenta. Los libros académicos al respecto son de circulación limitada y la mayoría de ellos están escritos en inglés". (2007:123)

En definitiva, Bartolomé nos invita, con un humor y una ironía que no le resta dramatismo a los sucesos, a reconocernos los unos a los otros a través de la desigualdad que históricamente fue signando nuestros vínculos sociales. La tarea que el autor ha emprendido a lo largo de su vida no puede ser mejor definida como aquella experiencia totalizadora que en principio refiere a la violencia chatina y su espiral de asesinatos y venganzas, pero que también refiere a los "caminos" que uno toma, los que tienen muchos de azar pero también mucho de elección, tal como señala en el siguiente pasaje:

"El título de este libro, Librar el camino, refiere no sólo al nombre de uno de los relatos sino al contenido que otorga a esa frase la cultura chatina de Oaxaca. Para ellos una persona ha "librado el camino" cuando alguna emoción totalizadora la hace involucrarse de manera definitiva en uno de los posibles senderos de la vida. Con frecuencia "libran su camino" a partir de la violencia y la venganza, no es mi caso, pero creo haber tomado un camino que excluyó otros posibles" (2007:23).

En el "librar" el camino con los pueblos indígenas de América Latina, sus pasos parecen enterrarse de modo conmovedor en el espiral de formas con que los pueblos indígenas, cada cual a su modo, han ido librando su propio camino: "Mi testimonio no es tan importante. Cuando quieren ser escuchados ellos hablan por sí mismos." (2007:154) Por eso no puede ser más adecuada la imagen que dibuja hacia el final del libro, viajando en el subterráneo madrilense y reflexionando sobre la diversidad que registra en los rostros de los viajantes, mientras va de camino a clases que impartirá a jóvenes españoles sobre estas mismas cuestiones: las relativas a la alteridad, a nuestra alteridad, a aquella nos humaniza y que nos permite pensar en el horizonte de las posibilidades de su aceptación y de la potencialidad que conlleva hacia adelante:

"…es solo mi responsabilidad haber asumido una constante relación existencial e intelectual con sociedades en las cuales no he nacido y a las cuales tampoco pertenezco, pero quisiera que no fuera tan difícil transmitir el hecho de que están vivos y presentes, que también son parte del futuro y no sólo de un pasado al que ya no importa, ni interesa, recordar." (2007:153)

Para finalizar, el gran mérito es el clima de optimismo que el autor logra trasmitir en los diferentes relatos, quizás, porque a pesar del dramatismo que les ha tocado vivir a los pueblos indígenas, en el período transcurrido desde los relatos de Miguel, hasta la actualidad han a su manera "librado su camino". Por esto, esta obra se constituye como una lectura insoslayable que, en los tiempos que corren, nos permite, de un modo sumamente esperanzador, reflexionar sobre nuestra labor como antropólogos y nuestro compromiso con la diversidad que signa nuestra propia identidad y autoreconocimiento.

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