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Avá

versión On-line ISSN 1851-1694

Avá  n.12 Posadas mar. 2008

 

Rita Laura Segato
Violencia y género en la sociedad patriarcal. Las estructuras elementales de la violencia: ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos.

Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, Argentina.

Pedro Paulo Gomes Pereira *

* Doctor en Antropología. Profesor de la Universidad Federal de São Paulo, Brasil. E-mail: pedro.pereira@unifesp.br

Las estructuras elementales de la violencia nos presenta un modelo general para la comprensión de la violencia en nueve ensayos que se suceden sometiendo al lector a una nueva forma de percibir la violencia en sus relaciones directas con el género. Rita Laura Segato analiza, en el capítulo "La estructura de género y el mandato de violación", las dinámicas psíquicas, sociales y culturales que se relacionan con la violación. Para ella, la violación es, antes de todo, un enunciado. De ese modo, los análisis que circunscriben los actos de violencia a patologías individuales o a la acción inmediata y automática de la dominación masculina acaban por olvidar una dimensión fundamental: la violación es, fundamentalmente, un mandato, condición necesaria para la reproducción del género como estructura de relaciones entre posiciones marcadas por el diferencial jerárquico, e instancia paradigmática de todas las otras órdenes de status. La autora señala, entonces, el lugar de la violación, como cobranza rigorosa, forzada y naturalizada de un tributo sexual, en la reproducción de la economía simbólica de poder cuya marca es el género.

La violencia, en el caso de la violación, transcurre a partir de la relación entre dos ejes interconectados. Un eje horizontal, formado por términos acoplados entre relaciones de alianza y competición; otro, vertical, caracterizado por vínculos de entrega o expropiación. El eje vertical asocia las posiciones asimétricas de poder a la sujeción, o sea, del perpetrador a su víctima; el eje horizontal asocia al perpetrador con sus pares, en relaciones que actúan objetivando la simetría. Esos dos ejes poseen ciclos que se articulan, formando un sistema único cuyo equilibrio es inestable y de consistencia deficiente. El ciclo cuya dinámica violenta se desenvuelve sobre el eje horizontal se organiza ideológicamente en torno a una concepción de contorno entre iguales; el ciclo que se configura torno al eje vertical corresponde al mundo premoderno y se refiere al universo del status. Las esferas del contrato y del status, a pesar de pertenecer a universos distintos, son coetáneas y se interceptan sistemáticamente. La manutención del eje horizontal, que prima por la relación simétrica entre pares, depende, para su sustentación en simetría, de la relación vertical con la posición subordinada. Ese proceso origina una relación de exacción de tributo en el eje vertical, condición misma de la conservación de la estabilidad del eje horizontal. Esa exacción de tributo produce como resultado un flujo afectivo, sexual y de otros tipos de subordinación que expresa la sujeción constante de la posición que se denomina mujer o femenina. Ese tributo es voluntario en condiciones de normalidad, pero en períodos y situaciones especiales puede ser producido por coacción. La violación es un enunciado que se dirige básicamente a colocutores presentes en el escenario o en el panorama intelectual y afectivo del sujeto de enunciación. Este esquema forma el diseño de patriarcado y de las estructuras de género, perfilando sus arquitecturas.

El patriarca debe ser comprendido como perteneciente al estrato simbólico o como estructura inconsciente que conduce a los afectos y distribuye valores entre los personajes del escenario social, ocupando una posición en el campo simbólico. El dominio del patriarcado y su coacción se ejercen como censura en el ámbito de la simbolización; ámbito discursivo, en el cual los significantes son disciplinados y organizados por categorías que corresponden al régimen simbólico del patriarcado. El discurso cultural sobre género registra, limita y encuadra las prácticas. De esa manera, la naturaleza jerárquica y la estructura subyacente inherente a las relaciones de género - que no son ni cuerpos de hombres ni cuerpos de mujeres, pero sí relaciones jerárquicamente dispuestas - no pueden ser alcanzadas por una observación simple, de matiz puramente etnográfica. El patriarcado no es, pues, solamente la organización de status relativa a los miembros del grupo familiar de todas las culturas y épocas, sino la propia organización del campo simbólico; una estructura que fija y absorbe los símbolos por detrás de la miríada de organizaciones familiares y de uniones conyugales. Para acceder a la estructura de género, se hace necesario, por lo tanto, escudriñar a través de las representaciones, de las ideologías, de los discursos elaborados por las culturas y prácticas de género.

Apenas esos análisis ya indicarían la agudeza y la originalidad del libro. No obstante, Segato aborda otras dimensiones de la violencia, entre ellas: a) el examen de la subjetividad de los sujetos que utilizan Internet; b) y la apreciación de la dimensión de la violencia moral en su relación con las estructuras elementales de la violencia. En el primer caso, la autora nos expone, evaluando la economía del deseo en Internet, cómo la interacción virtual actúa sobre el sujeto moderno y como esa forma de establecer intercambios acaba por conferirles carácter omnipotente. Evidencia así el modo en que el proceso de obliteración del cuerpo en las conversaciones en Internet origina al sentimiento de autoridad absoluta y multiplica la agresividad de los sujetos. En lo que se refiere a la violencia moral o psicológica, la autora indica su lugar en la reproducción del régimen de status.

Podemos pensar en dos tesis centrales que traspasan toda la obra. La primera señala que la exacción del tributo del género es condición indispensable para la habilitación de los que aspiran a los status masculinos y esperan poder competir o aliarse, regidos por un esquema contractual. La violencia tiene un papel fundamental en la reproducción del orden del género, que le es consustancial. La articulación violenta es paradigmática con la economía simbólica de los regimenes de status, ejerciendo el papel central en la reproducción del orden del género. De esa forma, queda evidente que la moral y la costumbre son indisociables de la dimensión violenta del régimen jerárquico. La segunda idea -que imprime la particularidad a la obra- consiste en la tentativa de obtener e indicar caminos posibles para alejarse de la historia de la dominación patriarcal.

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