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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  n.13 Posadas jul. 2008

 

ARTÍCULOS

Tipologizando Identidades. Reflexiones sobre la construcción de identidades étnicas en la Arqueología del NOA.

María Cecilia Páez*

Marco Giovannetti*

* Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca. CONICET. ceciliapaez@gmail.com
** Departamento Científico de Arqueología, Museo de Ciencias Naturales, Universidad Nacional de La Plata. CONICET. marcogiovannetti@gmail.com

Resumen

Es posible condensar la interpretación del pasado prehispánico construido durante más de la mitad del siglo XX -y que sirvió como base para la construcción científica posterior-, en una fuerte correspondencia entre identidad étnica y cultura material. La etnicidad se manifestaba en un conjunto de ítems materiales dejados por una unidad social altamente homogénea, donde estas características funcionaban a modo de marcadores de diferencias.
Sin embargo, el análisis -en este caso estilístico- del registro alfarero de momentos Tardíos e Inka del Noroeste Argentino nos da cuenta de un proceso significativamente más complejo, donde la práctica identitaria se manifiesta como un proceso dinámico, fluido y contingente. La combinación y recombinación en una misma pieza de elementos del diseño asociados tradicionalmente con manifestaciones estilísticas definidas (Belén, Santa María, Famabalasto), parece ser la norma más que la excepción en las representaciones tardías. Proponemos entonces, reevaluar la construcción de identidades tomando como eje estructurador el papel de la práctica social.

Palabras Clave: Identidad étnica; Estilos alfareros prehispánicos; Práctica social

Abstract

It is possible to summarize the interpretations about the prehispanic past that were built over the latest half of the twentieth century -which helped as a foundation for the following scientific development-, as a strong connection between the ethnic identity and the material culture. Ethnicity is manifested through an aggregate of material items that were left behind by a highly homogeneous social unity, to which these characteristics functioned as distinctions.
However, the analysis -in this case, a stylistic analysis-of the pottery records for the late and Inka epochs, account for a significantly more complex process, in which the identitary practice is manifested as a fluent, contingent and dynamic process. The combination and recombination in a same fragment of design elements that were traditionally related to defined stylistic manifestations (Belén, Santa María, Famabalasto), seems to be more of a rule rather than an exception in the late epoch representations. Hence, it is proposed a revaluation regarding the construction of identities, taking as a leading axis the structural role of the social practices.

Key Words: Ethnic identity; Prehispanic pottery styles; Social practices.

Fecha de recepción: Noviembre 2007
Fecha de aprobación
Enero 2009

"Pero en desmedro de los unos y los otros, de personas y grupos, de errores y aciertos, el saber avanza en un ritmo inexorable de decantación acumulativa [...]; como ciegos buscando a tientas en nuestra propia oscuridad las leyes que rigen un proceso del que somos parte y al que sin embargo aspiramos a esclarecer como jueces"
A. R. González 1191-1992

Introducción

Durante el desarrollo de la disciplina arqueológica, la construcción del pasado prehispánico, y concretamente de la historia social del Noroeste Argentino (de aquí en más, NOA), ha sido un reflejo de las orientaciones teóricas del momento. Desde el enfoque evolucionista de principios de siglo XX hasta el ingreso al país de la Escuela de Viena en las décadas del '30 y '40, o el arribo del neo-evolucionismo de la mano de A. R. González, transcurrieron toda una serie de investigadores agrupados en corrientes teóricas definidas y reconocidas, o combinando ideas de uno y otro marco teórico1. Cada uno y todos juntos escribieron una versión del pasado que, en función del carácter acumulativo de la ciencia, ha ido sumando con agregados y tachones, a la construcción de la historia prehispánica.

Lejos de pretender homogeneizar los distintos enfoques2 que, con indudables particularidades, caracterizaron una época, creemos que es posible encontrar algunos denominadores comunes que trascienden la diversidad teórica y metodológica. El carácter homogeneizador y la tendencia al estatismo marcaron la producción científica de más de medio siglo, durante el cual se construyeron los cimientos sobre los que se levantó buena parte de la estructura de conocimiento arqueológico posterior a cerca de las sociedades productoras de alfarería.

La necesidad de ordenar los abundantes materiales que iban saliendo de las prácticas arqueológicas y no arqueológicas, requirió una base clasificatoria y un derivado interpretativo que tendió a rescatar conjuntos de rasgos como marcadores étnicos identitarios (Quiroga 2003). Este relato del pasado mostraba una serie de "culturas" separadas, inconexas y, para algunas interpretaciones, hasta enfrentadas. Los grupos eran definidos a través de una "apariencia", una serie de elementos culturales que los acercaba o separaba de otros. Los cambios que se producían en cualquiera de sus manifestaciones materiales se debían a factores externos a su dinámica, jugando un papel fundamental la difusión de rasgos y la aculturación como mecanismo cultural. Recordemos que Bennet et al. (1948) autor de la primera secuencia estilística regional para el NOA que va a estructurar una reconstrucción del pasado basada en áreas culturales, recurre a la migración y difusión como los mecanismos culturales de cambio.

Estas fronteras cerradas permitían una relativamente confiable fuente de información para la arqueología que tomaba aquellos ítems como estables por un cierto período temporal. Así, la disciplina se ocupó de construir la identidad del mundo prehispánico retratado en el estatismo de un conjunto de rasgos que comprendían lo económico, lo político, lo simbólico, lo religioso, etc. La reunión -y articulación-de ciertos atributos definía círculos de vida y de acción, nunca superpuestos y nunca abiertos.

Con el tiempo se abandonaron los conceptos envejecidos, y se prefirió sustituir las "culturas" por las sociedades, estigmatizando el primer término como representante de una etapa oscura y limitante en el desarrollo de la arqueología argentina. Sin embargo, en muchas de las interpretaciones que hoy se hacen del mundo social aún quedan impresas las huellas de un pasado estático, tratándose en muchos casos sólo de un cambio terminológico, no conceptual.

En este trabajo nos proponemos abordar la forma en que se construyeron las identidades socioculturales del NOA prehispánico, particularmente a través del análisis de la alfarería. Este elemento material constituye uno de los ítems de mayor relevancia para las sociedades andinas, estando involucrada en los distintos aspectos de la vida cultural (entendiendo cultura en términos de relaciones sociales, técnicas e ideología). Procuraremos reevaluar sus significados y proponer interpretaciones alternativas que den cuenta de las sociedades como componentes activos y dinámicos, con lógicas estructurales y funcionales cambiantes a lo largo del espacio y del tiempo.

Focalizaremos en los momentos tardíos e Inka del desarrollo prehispánico, es decir lo que se denomina Período de Desarrollos Regionales extendiéndose temporalmente desde el 900 d. C. hasta la legada de los Inkas3, y desde allí hasta el ingreso español al territorio. Este recorte temporal obedece únicamente a fines operativos por un lado, y por otro, al hecho de que constituye el foco temporal específico en las investigaciones de los autores. Sin embargo, creemos que el alcance de las reflexiones que aparecen en este trabajo supera los límites establecidos, haciéndose extensible a las interpretaciones vinculadas a otras "categorías crono - culturales".

Identidades y diacríticos en la Arqueología del NOA

Estas ideas señaladas anteriormente, enmarcan de alguna manera las interpretaciones que pretendemos hacer del registro. Durante muchos años -y aún hoy se escucha en algunos espacios de discusión- la cerámica funcionó como fósil guía, es decir, el elemento distintivo que permitió identificar modalidades culturales con un alto grado de homogeneidad al interior de cada una de ellas. De esta manera, las variaciones estilísticas manifiestas en las representaciones materiales fueron sinónimo de cierres sociales y culturales y claros correlatos de identidades étnicas específicas. Así, "... as culturas eram definidas com base nos traços materiais associados com sítios, em determinadas região e tempo, aceitando - se que a continuidade cultural indicava uma continuidade étnica" (Funari 1997:247,citado en Rocha Bandeira 2006). En el modelo histórico-cultural la identidad étnica aparece como sinónimo directo de identidad cultural, permitiendo fijar una serie de anclajes en las condiciones objetivas de la sociedad identificadas a partir de la enumeración de rasgos discretos, que con mayor o menor flexibilidad trazaban un mapa inequívoco de los grupos étnicos o culturas (en este punto, indiferenciables).

Así, la forma de las vasijas santamarianas, junto a los atributos decorativos e iconográficos permitieron definir con claridad fases dentro del desarrollo de la cultura, fijando estándares que funcionaron a modo de plantillas de referencia con las cuales fue posible medir y diagnosticar cualquier grupo. Más tarde se sumó la tecnología al desafío. Largas descripciones de rasgos cerámicos ocuparon las páginas de trabajos sobre las culturas santamariana o belén -sólo por mencionar algunas ya que el repertorio de casos es bastante más amplio- donde se remitía a las características estables de los grupos.

Cada una de estas unidades se correspondía con marcadores específicos: organización social, características políticas y económicas, encuadre territorial, ajuste al ambiente y tecnología. Pero la cerámica continuó teniendo un papel protagónico en las interpretaciones, al punto de que identificar tal modalidad alfarera automáticamente parecía resolver el enigma de todo el resto. La estabilidad de la repetición apoyaba la predicción. Esta idea es planteada ya por otros autores en clara posición crítica hacia la construcción de periodificaciones que englobaban en cada segmento temporal bloques homogéneos de rasgos culturales (Quiroga, 2003).

El mapa del Noroeste Argentino durante los períodos Tardío-Inka tiene muchos colores y muchos círculos que representan conjuntos de rasgos definitorios que identifican a Santamaría, Belén, Sanagasta, Yavi, etc. Parece difícil imaginar en la actualidad que las sociedades pudieran cerrar completamente sus fronteras preservando las identidades como algo fijo e inmutable, factible de ser percibido y descripto a partir de su carácter transparente y continuo a lo largo del tiempo.

Las identidades como elementos dinámicos

Reflexionar sobre la práctica discursiva creada en torno a las identidades sociales prehispánicas requiere empezar a indagar sobre las distintas narrativas sobre la identidad hechas desde los discursos sociológicos. Hoy pocos discuten que las identidades no funcionan como un conjunto de rasgos fijos, esenciales y ahistóricos, autocontenidos dentro de límites precisos. Esto que quizás la modernidad contribuya a realzar, destacando la segmentación y la heterogeneidad como partes constituyentes primordiales del cuerpo social, empieza a verse como la norma - más que como la excepción - de cualquier situación espacial y temporal.

Como refiere Laclau (1996) la existencia de un otro ajeno, externo es vital para la definición del propio sujeto. La diferencia se presenta como un componente básico en la construcción de las identidades porque opera en la demarcación de los límites de aquello que se identifica. El interior necesita del exterior para definirse. Esta definición puede abordarse desde un plano individual, como la forma en que el sujeto construye asociaciones con otros que se perfilan en valoraciones y prácticas; o a nivel social4. En este sentido, tomamos algunas definiciones de identidad propuestas desde la sociología, donde se la enmarca en un contexto situacional con exponentes políticos, históricos, lingüísticos determinados, es decir, no es un elemento aislado sino que está contenida y condicionada por toda una estructura de fondo (Casado Aparicio 1999; Curiel, en prensa). Esta serie de factores son fluctuantes por lo que le aportan el carácter dinámico y cambiante, donde la práctica aparece estructurando las relaciones identitarias. Así, en cada momento histórico los procesos de identificación y diferencia son condicionales y varían dependiendo de un conjunto de circunstancias contingentes.

Queda implícito en las líneas anteriores el carácter construido de las identidades. Tal vez uno de los mayores avances en este sentido se ve en el terreno de las identidades de género, donde hasta hace algún tiempo la genética aparecía explicando lo explicable y lo inexplicable también (Butler 2001).

La identidad como proceso

El hecho de considerar la identidad como un proceso recoge la idea de fronteras móviles en la conformación del sujeto identificado. Las prácticas cotidianas reúnen y articulan experiencia y conciencia como categorías cargadas de significado y sujetas a una construcción intencional (Haraway, 1995, citado en Casado Aparicio, 1999), donde los sujetos no reiteran una posición en el mundo acabada, sino que la transforman.

Siguiendo a Hall (2003) las prácticas identitarias actúan articulando los discursos y prácticas sociales y las realidades psíquicas productoras de subjetividades, lo que la hace condicional y siempre contingente. La combinación o "suturación" de elementos variables en función de distintas coyunturas le aporta el carácter flexible y nunca acabado, donde los valores identitarios desarrollan plenamente su potencial de deconstrucción y reconstrucción. La identidad de los sujetos, entonces, es altamente variable, adhiriendo a posiciones temporales en función de cómo varíen los elementos constitutivos, manifestándose en forma particular de momento a momento a lo largo de su historia.

Esta idea contradice la concepción estática y monolítica de una práctica identitaria inmutable, que homogeneiza la conducta de los sujetos. Para quienes procuran/mos una mirada a un pasado sólo evidente en sus restos materiales, supone cierta dificultad interpretativa. Indudablemente una conducta social constante representa una ventaja al momento de evaluar la dinámica de los grupos prehispánicos. Sin embargo, el análisis proporcionado desde la sociología nos retrata un cuadro de colores bastante diferente, que nos requiere una evaluación de las clásicas categorizaciones que utilizamos en las reconstrucciones sociales del pasado.

Esencialismo e Hibridación

Otro concepto que necesitamos retomar como disparador, vinculado a la matriz ordenada y homogeneizante de algunos discursos culturales gira en torno al protagonismo de las esencias.

Desde Culturas Híbridas de García Canclini (2001) -y algunos trabajos previos sobre sincretismos volcados fundamentalmente a la religión- se empezaron a cuestionar desde la antropología el carácter esencial de las entidades socio-culturales actuales5. Las mezclas culturales pasaron a ser la norma, más que la excepción, transformándose en una cualidad intrínseca en el desarrollo de cualquier entidad socio-cultural. ¿Qué ocurre entonces con las identidades? Algunas veces la negación de una condición da origen a otra diametralmente opuesta que termina cayendo en el mismo pecado. Aquellas posturas que promueven el derrumbe de la identidad como objeto de análisis en pos de la heterogeneidad intercultural (García Canclini, 2001) terminan retratando un mundo en el que las diferencias parecen anular cualquier posibilidad de identificación. Sin embargo, este proceso opera, incluso en distintos niveles, configurando el mapa relacional de la sociedad y está mediado y articulado por relaciones de poder en un relato dirigido y coherente.

En este sentido, y como señalara Laclau (1996) el esencialismo como política identitaria es una estrategia contingente en sus bases y con límites muy marcados. Su existencia depende de la limitada existencia de los agentes históricos y de las relaciones que dibujan en un momento dado. Esto se entiende pensando en que las identidades se crean y recrean en contextos de acción particulares que se modifican constantemente. Así, las definiciones que hoy se le dan al círculo, mañana podrán cambiar conforme se incorporen, salgan o se transformen los significados que adquiera la diferencia.

En este marco, el concepto de esencialismo estratégico incorpora un elemento más al análisis, donde la revalorización dirigida e intencionada de los elementos comunes se muestra como una estrategia válida para una acción que necesita de contextos cerrados para llevarse adelante.

Ideología e identidad

Existe otro concepto del análisis social que no podemos obviar para el análisis de los procesos identitarios, sobre todo a la luz de los últimos tiempos donde se lo ha puesto en relación con los procesos de poder y hegemonía. En la famosa idea de Althusser "la ideología interpela a los individuos como sujetos" (Althusser, 2003) encontramos el disparador para pensar en la relación interpelación-identidad. Pero antes es necesario contextualizar el concepto de ideología en la coherencia de la propuesta de Althusser. Toda ideología existe en un aparato ideológico (contextualización contingente históricosocial) que prescribe prácticas reguladas por rituales. Estas prácticas existen en los actos materiales de un sujeto que actúa según su creencia. A partir de aquí volvemos sobre dos de las tesituras fundamentales de Althusser: 1-No hay práctica sino por y para una ideología y 2-No hay ideología por el sujeto y para los sujetos. Es por tanto, función fundamental de la ideología la constitución de los sujetos concretos.

La ideología constituye discursos de verdad, naturalizantes, estructurante de la realidad ocultando por supuesto el carácter contingente y discursivo de los mismos (Zizek, 2003). Pero son los "discursos de verdad" de los grupos dominantes, discursos hegemónicos. Sin embargo, la "evidencia del Sentido" que proyecta cualquiera de estos discursos es la estratagema fundamental de la ideología para demostrar aquella supuesta certeza manifiesta en las objetivaciones del mundo (Pêcheux, 2003). Es en estas estratagemas ideológicas de la evidencia del Sentido donde se conforman las identidades o, en otras palabras, las interpelaciones para la constitución de los sujetos. Por supuesto que si situamos el desarrollo histórico concreto de cualquier sociedad en el contexto de la reproducción/ transformación de las relaciones sociales, jamás podremos pensar en categorías identitarias inamovibles y cerradas sobre atributos concretos. La misma dinámica y la lucha al interior de las sociedades producen cambios constantes en las prácticas de los sujetos y ya habíamos visto como éstas funcionan por y para la ideología como discurso de verdad de un aparato ideológico montado hegemónicamente en un momento concreto del proceso histórico social. No podemos, por lo tanto, aislar los conceptos de identidad (de cualquier tipo que sea) de los procesos sociales de reproducción/transformación social y por ende de lucha al interior de la sociedad. Este carácter le inscribe un dinamismo imposible de encontrar en los conceptos clásicos de cultura e identidad que prevalecieron en la arqueología del NOA.

Identidad Étnica

Identidad étnica, etnicidad y grupo étnico son categorías largamente discutidas por los teóricos vinculados a las Ciencias Sociales. Distintas concepciones y alcances han sido propuestos en particular para la Antropología y Etnografía, y apropiados por otras disciplinas interesadas en el funcionamiento de las sociedades pasadas y presentes. En este sentido, una interesante clasificación es aportada por Stone (2003), quien divide las distintas posturas entre aquellos que focalizan en los procesos de interacción social surgiendo como respuesta a propuestas de corte esencialista (Barth, 1969; Cohen, 1978) y las que hacen hincapié no tanto en los fenómenos interétnicos, sino en el contenido cultural de los distintos grupos (Bentley, 1987; Jones, 1997; Shennan, 1989).

Más allá de estos enfoques y retomando un poco el concepto de identidad, consideramos que la etnicidad es una forma de identidad que opera en la formación y/o reproducción de los grupos y es contingente sobre la base de las relaciones en un determinado tiempo y espacio (Stone, 2003). En este sentido, "...puede ser entendida como un aspecto de las relaciones sociales entre agentes sociales que se consideran asimismo culturalmente diferentes de los miembros de otros grupos y con los cuales ellos tienen un mínimo de interacción regular" (Alberti y Williams, 2006). En esta definición podríamos agregar un elemento de significativa importancia pensando en la complejidad de los procesos que operan en la génesis de las prácticas identitarias. Desde una óptica no ingenua este fenómeno, como todos aquellos enmarcados en contextos de interacción social, está mediado por intereses específicos y relaciones de poder a veces tácitos y a veces explícitamente manifiestos. Es en este punto cuando recuperamos la idea de Laclau (1996) de un esencialismo estratégico orientado a darle cierto carácter de unicidad y homogeneidad a un conjunto de relaciones que por naturaleza son ampliamente diversificadas.

Discontinuidades y transformaciones en el registro de momentos tardíos e Inka

El registro material de momentos tardíos e incluso del momento de expansión inkaica ha estado sujeto a interpretaciones vinculadas a su contenido identitario étnico. La idea de que la desigualdad constituye el terreno sobre el que se edifican las identidades llevó a algunos autores a sostener que estaría directamente vinculada a la expansión de los estados (Jones, 1997; Shennan, 1989). Esta idea pondría en duda la existencia de prácticas identitarias en momentos previos a la llegada de los Inkas. Sin embargo, los estudios etnográficos en sociedades preestatales confirman que la desigualdad es un componente significativo en la configuración y dinámica de estos grupos, manifestándose de manera diferencial en los distintos niveles de la estructura social (Chapman, 1982; Moore, 1977). En este sentido, la inexistencia de clases sociales -que parece la medida más exacta de la desigualdad-no elimina el componente de diferenciación, que puede manifestarse de maneras muy diversas, medidas a nivel de género, linaje, castas, etc. Hoy en día no parece oportuna la clasificación en sociedades igualitarias vs. jerarquizadas al simplificar la compleja red de relaciones que hace que ambos componentes se manifiesten diferencialmente, aún en las llamadas bandas igualitarias (Chapman, 1982).

Asumimos entonces que en las sociedades preestatales, identidades colectivas diferentes pueden sen integradas en singulares organizaciones políticas en situaciones de poder asimétrico (Stone, 2003) y que las distinciones asociadas al comportamiento identitario son dinámicas constituyendo un campo de relaciones flexibles y contingentes enmarcadas en un contexto histórico y social también contingente. En este sentido, es importante preguntarnos que evidencia material queda de este comportamiento social que podamos rastrear en el registro y cómo es posible apoyar la idea de identidad que venimos desarrollando. Para ello centramos nuestra atención en la manifestación material que sirvió de pilar durante gran parte del desarrollo de la disciplina arqueológica enfocada al período agroalfarero en el NOA: la cerámica.

Nos interesa analizar lo que la literatura arqueológica denominó estilos mixtos (Calderari y Williams, 1991), híbridos (Marchegiani et al.2007) o manifestaciones sincréticas (Páez y Giovannetti, 2008).

Estilos combinados

Ya en 1981 Raffino mencionaba la existencia de estilos combinados entre las "culturas receptoras" y la sociedad Inka, tipologizados en función de la naturaleza de los aportes estilísticos para todo el área de los Andes Meridionales (Inka pacajes, Casa morada polícromo, Inka Viluco, Diáguita Inka y Aconcagua Salmón). Esto sería más tarde retomado e incluido en una clasificación general de la alfarería asociada al momento de expansión inkaica por Calderari y Williams (1991) bajo la denominación de Inka Mixto. Comprendía aquellas piezas que incluían en su configuración tanto elementos cusqueños como aquellos que no lo eran en los distintos ejes de análisis: morfología, producción, estructura del diseño e iconografía.

La idea de combinaciones entre patrones estatales o cusqueños y locales también fue observado por nosotros en una de las formas alfareras tradicionalmente asociada a la ocupación inkaica, la de los platos (Páez y Giovannetti, 2008). El trabajo con ejemplares completos o semicompletos de museos nos permitió observar algunas regularidades tanto en la morfología como en la decoración de las piezas del NOA que las distinguía notablemente de los ejemplares cusqueños. Los platos que analizamos combinan motivos de lo que actualmente se incluye en distintos estilos alfareros del momento tardío de ocupación prehispánica, como el espiral recto reconocido para los diseños Santa María o Belén, las manos Famabalasto, las volutas propias de la decoración Yavi y la guarda pintada de la superficie externa de los pucos Yocavil. Estos elementos están representados en forma aislada o combinados con aquellos que se pueden reconocer como cusqueños como el caso de los triángulos invertidos o las clepsidras en traslación horizontal -entre otros-, pero más allá de esa individualidad o mixtura, en su mayoría se adaptan a estructuras de bipartición o cuatripartición, formas típicas vinculadas a la representación de la organización espacial del Tawantinsuyu (Zuidema, 1968).

Esta combinación que observamos es evidente también en otros ejes del análisis alfarero como es el caso de la tecnología de preparación de la pasta, los acabados de superficie, la gama de colores empleada o los variados atributos morfológicos que definen esta forma cerámica. La regularidad de este fenómeno en las piezas analizadas nos llevó a pensar que estas combinaciones o sincretismos deberían haber sido la norma, más que la excepción en la producción de estos objetos. Parece entonces que lo que analíticamente separamos -y que asociamos inequívocamente a dos estilos cerámicos distintos y, por ende, a determinadas unidades socio-políticas o étnicas- en la realidad parece mantener relaciones mucho más estrechas de lo que estábamos dispuestos a aceptar.

La visita a los museos en busca de estas morfologías particulares, incidió en que miráramos con mayor detalle otras piezas. Los sincretismos entonces, se hicieron más corrientes de lo que esperábamos, cuestionando nuestra estructura interpretativa dicotomizada.

Los momentos tardíos e inka muestran una circulación de componentes iconográficos entre lo que podemos identificar como los estilos de referencia. Así, por ejemplo, las clásicas "manos" asociadas al Famabalasto pudimos rastrearlas en urnas santamarianas bicolor (Páez, 2005), en grandes vasijas negro sobre rojo (Figura 2), en jarritas y en platos del momento de expansión inkaica (Páez y Giovannetti, 2008). Los clásicos triángulos invertidos que caracterizan la alfarería cuzqueña y frecuentemente decoran los cuellos de aríbalos y aribaloides, se combinan en las urnas Belén adoptando la misma localización espacial en la pieza combinados con el corpus iconográfico (y morfológico) propio del tardío local. Esto pudimos observarlo en una pieza del Museo de La Plata procedente del sitio Cementerio Aguada Orilla Norte. Inversamente relacionados se pueden observar los elementos constitutivos santamariano e inka en la Figura 1.

Figura 1: Aríbalo con decoración asociada al estilo santamariano. Recuperado en un contexto funerario en San Carlos (Salta), asociado a pucos Santa María y platos con decoración sincrética.

Museo de Alta Montaña, Salta. Fotografía gentileza MAAM

Más allá de los casos particulares, encontramos un conjunto de elementos iconográficos compartidos -tanto geométricos como figurativos-, así como similitudes morfológicas entre las expresiones cerámicas Belén y Santa María. Esta situación ya fue descripta por Quiroga y Puente (2006) y retomada por Marchegiani et al. (2007). Las últimas autoras enumeran una serie de componentes presentes en los dos estilos cerámicos comprendiendo distintos aspectos constitutivos de las vasijas. Algunos de estos elementos son incluso extensibles a otras manifestaciones estilísticas del Tardío como es el caso del tipo de base o las características de cocción.

Rasgos bastante restringidos a Belén y Santa María incluyen: tripartición de la vasija y tripartición de la decoración del cuerpo, borde interno como campo del diseño, simbolismo de la serpiente y la figura humana (guerrero), motivos geométricos (espirales rectos, reticulados, etc.), uso funerario6 (Ibid: 453).

Estas singularidades llevaron a Quiroga y Puente (2006, citado en Marchegiani et al. 2007) a hablar de unidades estilísticas de mutua referencia, reafirmando la estrecha relación manifiesta entre estas dos manifestaciones. En este punto hablamos de cerámica, pero es importante preguntarnos que significado tienen a nivel de los grupos donde estos objetos eran producidos y circulaban, es decir, el marco social en el cual se desenvolvían.

A esto tenemos que sumarle el hecho de que es común encontrarlos asociados en los sitios arqueológicos, combinados en proporciones variables. Más allá de que pueda interpretarse como parte de la política de desplazamientos poblacionales durante momentos inkaicos, ¿es posible que hubieran operado procesos sociales y/o políticos promotores de interacciones grupales también durante momentos previos? Podríamos, por ejemplo, pensar en situaciones tan sencillas y recurrentes en la bibliografía etnográfica como los intercambios conyugales que contribuyen a reconfigurar la estructura social e identitaria de los grupos o la circulación de ideas a través del dinámico entramado de relaciones sociales.

Un ejemplo que se vincula estrechamente a lo anterior es el caso de las urnas Negro sobre Rojo mencionadas por varios autores como mixtas entre Belén y Santa María, aunque trabajadas sólo recientemente con mayor detalle (Marchegiani et al. 2007). Estas piezas presentan cierta recurrencia en la representación de los rasgos, produciendo una buena combinación entre aquellos identificados para Belén y aquellos observados en Santa María.

Llamativamente parece que la originalidad de estas piezas residiera en la forma en que fue utilizado lo conocido, definiendo una estructura del diseño particular y mayormente repetida en los distintos ejemplares. La localización espacial estaría restringida al valle de Yocavil, a lo que sumamos el espacio vallisto aledaño de Tafí (Figura 3), fuertemente conectado al anterior al menos en el período tardío del desarrollo prehispánico.

Temporalmente se las asigna a momentos inmediatamente previos a la presencia efectiva de los inkas en el NOA, aunque intensamente vinculado a este proceso como una especie de mestizaje político frente (y como respuesta) al aparato expansivo estatal. Sin embargo, si pensamos en la vinculación de ciertas entidades socio - políticas para estos momentos frente a una determinada coyuntura histórica como puede ser la presencia inkaica, es probable que también pudieran operar otras situaciones socio - históricas que permitieran la interacción. O tal vez, una interacción siempre presente adquirió un tinte particular frente a lo que podría percibirse como extraño o amenazante. En estas posibles situaciones operan algunos denominadores comunes. En primer lugar, que la relación directa entre categoría cerámica y unidad étnica necesita ser revisada pensando en las dinámicas históricas más que en los criterios clasificatorios (Quiroga, 2003), y en segundo lugar, que las reconstrucciones del cuadro identitario étnico parece bastante más complejo y dinámico de lo que la disciplina arqueológica logró graficar.

Con la descripción de esta serie de casos quisimos ilustrar una situación que en el registro material se presenta con mucho más frecuencia y regularidad. Su escasa atención en los análisis alfareros parecería responder fundamentalmente al hecho de la práctica de una estructura interpretativa de elementos morfológicos y decorativos encasillados, que responden inequívocamente a un estilo específico, uno y no otro.

La necesidad de clasificar los materiales en secuencias culturales, que fueron útiles en un momento como mecanismo ordenatorio, son reafirmados constantemente en las clasificaciones que reproducimos en los laboratorios de investigación o en las salas de los museos. Así, los estilos cerámicos siguen reflejando entidades reales, estáticas en su génesis y su transcurrir.

De esta manera, los círculos con puntos en su interior que se observan en el vaso de la Figura 4 y que en una cerámica Aguada podría representar las manchas felínicas, en esta pieza Yocavil Polícromo sólo puede interpretarse como motivo geométrico. Asignada a la Fase Inca (Calderari y Williams, 1991), combina el motivo serpentiforme identificado para momentos prehispánicos tardíos con una simbología que recuerda tiempos previos. Es importante preguntarnos entonces por el papel de la memoria de los pueblos en este proceso de representación simbólica, es decir, ¿es factible que en algún punto se transforme completamente "olvidando" los universos de significado del pasado? Si pensamos que las sociedades producen y reproducen su memoria en las prácticas cotidianas, y partiendo de que esto constituye un mecanismo dinámico donde los elementos son resignificados constantemente, no sería difícil encontrar símbolos que en un tiempo pasado se usaron con mayor recurrencia o con variantes en sus componentes de diseño. La memoria, indispensable para la continuidad de los grupos, se suma como un elemento más que le aporta dinamismo a la práctica identitaria construyendo o destruyendo las fronteras de la diferencia.

Figura 4. Vaso Yocavil Polícromo del valle de Yocavil (Catamarca).

Tomado de Palamarczuk (2002).

Repensando

Entender la forma en que operaron las identidades étnicas en el pasado requiere comprender el carácter construido y dinámico de las prácticas identitarias, donde los sujetos crean y recrean constantemente las relaciones que funcionan como entramado en la estructura social. Estos sujetos participan activamente movilizando las barreras de la diferencia en función de un conjunto de condiciones contingentes que se producen a través de la práctica del día a día en un contexto socio-histórico particular. En él se negocian constantemente las posiciones bajo una performance situacional donde las identidades se convierten en un elemento móvil y mutable.

Bajo esta idea, parece poco probable poder descifrar las identidades étnicas del pasado a través de la definición de un conjunto de rasgos que materializarían un comportamiento social. En este esquema tradicional, la configuración étnico-cultural que se esconde bajo las clásicas clasificaciones dadas a las sociedades prehispánicas que analizamos aparecen fijadas, desapareciendo el protagonismo de la práctica cotidiana como factor configurador de la estructura social. Este esencialismo parece indiferente a la variabilidad que deriva de la conjugación de ideas, sujetos y coyunturas históricas que se ponen en juego en la práctica diaria de los individuos en sociedad. Surgen entonces preguntas como ¿lo que hoy me hizo diferente, mañana puede agruparme? O tal vez me diferencia sólo en algunas cosas pero me congrega en otras. ¿Es posible pensar en identidades totales, que engloben todos los aspectos de la vida social determinando grupos totalmente distintos?

Entonces se hace difícil seguir pensando en Belén o Santa María como grupos cerrados y estables, que a lo largo de varios cientos de años se mantuvieron diferenciados de otros y definidos en un conjunto de expresiones materiales. El registro material -en este caso el alfarero-nos propone una realidad bastante más compleja donde las intersecciones entre lo que previamente se agrupó en estilos definidos aparece con una regularidad que nos alerta sobre la cotidianeidad de las prácticas sociales que manifiesta. Si estamos de acuerdo con que las prácticas materiales ofrecen el medio a través del cual se mantienen y refuerzan los comportamientos culturales, pero al mismo tiempo constituyen la estructura a partir de la cual operan los cambios o transformaciones, se hace difícil sostener la inmutabilidad de las identidades étnicas durante bloques temporales tan amplios.

Por eso, consideramos necesario reevaluar los criterios que se usaron en la definición de las identidades étnicas prehispánicas considerando el aspecto dinámico, fluido, contingente e implantado en un contexto sociopolítico particular que tienen las identidades. Así, la utilización de nominaciones como Santa María, Belén, Inka lejos de desentrañar las dinámicas étnico-identitarias del pasado, contribuyen a crear un panorama homogéneo, simplificado y distorsionado de una realidad social profundamente compleja que estructura la agencia de los sujetos y a su vez es un producto de ella.

Notas

1 Acertadamente A. R. González escribía en 1991-2, "La ingenua y distorsionada simplificación de los años '50 parecía proponer sólo dos posiciones [la escuela de Vierna y la escuela norteamericana] aunque en la realidad eran muchas más" (p. 105).

2 Un valioso abordaje del tema se puede encontrar en Boschin y Llamazares (1984), González (19911992), Politis (1992) y Quiroga (2003).

3 La fecha clásica de la entrada de los Inkas al NOA está fijada a través de las crónicas de Cabello Balboa en 1471 d. C. durante el reinado de Topa Inka. Sin embargo, los fechados radiocarbónicos realizados en sitios con importante presencia estatal corren las fechas hacia inicios del siglo XV e incluso algo antes (Raffino, 2004; Williams y D'Altroy, 1998; Williams, 2005).

4 Esto sólo constituyen formas de abordaje, ya que los procesos identitarios operan en ambos niveles. Consideramos aquí que la distinción es a los fines analíticos porque ambas se encuentran fuertemente imbricadas.

5 Los escritos sobre identidades desde situaciones de mestizaje cultural pueden verse, por ejemplo, en Anzaldúa 2004.

6 No olvidamos que algunos ejemplares fueron recuperados en contextos domésticos (Páez, 2005), por lo que no podemos afirmar que el funerario fuera exclusivo.

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