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Avá

On-line version ISSN 1851-1694

Avá  no.15 Posadas Dec. 2009

 

ARTÍCULOS

Movilidad de trabajadores y construcción social del territorio en el Alto Valle de Río Negro

Mgter. Martha Radonich*, Dra. Verónica Trpin** y Lic. María Teresa Vecchia***

* Martha Radonich es Docente de la Facultad de Humanidades e Investigadora del GESA (Grupo de Estudios Sociales Agrarios), UNComa (Universidad Nacional del Comahue). mmradonich@ciudad.com.ar
** Verónica Trpin es Investigadora del CONICET/GESA, Docente de la Facultad de Ciencias de la Educación, UNComa. vtrpin@hotmail.com
***Teresa Vecchia es Docente de la Facultad de Humanidades e Investigadora del GESA, UNComa. gringalatere@gmail.com

Resumen

En el norte de la Patagonia Argentina, el tradicional espacio del Alto Valle de Río Negro, se orientó desde sus inicios a  actividades vinculadas a la exportación de fruta fresca, asimismo, ha sido punto de confluencia de circulación no sólo de capital y mercancías sino también de mano de obra.
Al consolidarse la fruticultura entre 1940 y 1950, migrantes de origen chileno y del interior de las provincias de Neuquén y Río Negro llegaron a la zona para emplearse en las chacras. Algunos  de ellos, junto a sus familias, optaron por conformar pequeños núcleos de población próximos a las explotaciones agrícolas, constituyendo territorios con características particulares.
En este trabajo presentaremos algunas aproximaciones a la construcción social de territorios de trabajadores y a la movilidad espacial de esta fuerza de trabajo, relacionadas con las transformaciones en la producción de peras y manzanas en el Alto Valle de Río Negro.

Palabras claves: Fruticultura; Territorio; Migración; Trabajadores rurales.

Abstract

The traditional space of the Alto Valle of Rio Negro in the north Argentinean Patagonia,  was orientated from his beginnings to activities linked to the exportation of fresh fruit, likewise, it has been a point of confluence of traffic not only of capital and goods but also of labor.
On the fruit-growing having consolidated between1940 and 1950, migrants from Chilean origin and from the provinces of Neuquén and Rio Negro came to the zone to work in the farms. Some of these new comers settled in small population near the agricultural areas, constituting territories with particular characteristics.
In this work we will present some approximations to the social construction of workers' territories and to the spatial mobility of this workforce, related to the transformations in the production of pears and apples in the Alto Valle of Rio Negro. 

Key words: Fruit; Territory; Migration; Rural Workers.     

Fecha de recepción: Diciembre 2008
Fecha de aprobación: Noviembre  2009

Introducción

La movilidad espacial de la población fue una variable relevante en la construcción social del espacio del Alto Valle de Río Negro, movilidad que estuvo protagonizada por la presencia de trabajadores chilenos como temporeros que llegaban a la zona para la cosecha de fruta. Esto afirmó la histórica vinculación entre los pobladores de la Patagonia Argentina y del sur del Chile.

Al consolidarse la fruticultura entre 1940 y 1950, algunos de esos migrantes -a los que se sumaron migrantes del interior rionegrino y neuquino- pasaron a residir y trabajar en las chacras, otros optaron por conformar pequeños núcleos de población próximos a las explotaciones agrícolas, constituyendo territorios con características particulares. De esta forma los trabajadores y sus familias dieron lugar a una pauta de organización residencial.

En este trabajo presentaremos las primeras reflexiones sobre la construcción social del territorio y de la movilidad laboral relacionada con la producción de peras y manzanas en la zona, apelando a un abordaje interdisciplinar1. En segundo lugar se realizará una presentación sintética de los barrios rurales relevados y reconocidos como proveedores de fuerza de trabajo para la actividad frutícola, los cuales poseen la característica de tener como origen los flujos migratorios chilenos con destino al Alto Valle.

La exclusión territorial a la que fueron sometidos los trabajadores limítrofes se refleja en los organismos del estado, los cuales tienen registrados solo algunos barrios rurales. A través del estudio se han relevado más de 50 asentamientos, situados a lo largo de un área de 130 kilómetros, de los cuales los municipios poseen escasa o nula información. La visibilización de estos territorios se tornó en un desafío metodológico.

Esta investigación conllevó también la redefinición de categorías analíticas que reflejaran los procesos y acciones de estos sujetos sociales. Desde el comienzo del trabajo de campo se pretendió indagar desde la memoria de los y las informantes no solo hechos vinculados a su migración, sino también los significados de sus experiencias laborales. Por tal razón recurrimos a una triangulación de fuentes y datos que nos permitiera analizar e interpretar nuestra problemática. La selección de unidades de estudio acotadas ofreció la posibilidad de combinar referencias estadísticas con estrategias diversas que incluyeron la utilización del método etnográfico y la realización entrevistas en profundidad a diferentes actores presentes en los barrios rurales investigados, tales como asistentes sociales, maestras, agentes municipales, referentes barriales y los miembros de las familias migrantes.

En el conjunto de estrategias se privilegiaron las entrevistas en profundidad dado que "subyace en ellas la idea de la acción social como respuesta activa a situaciones definidas estructuralmente y que a su vez tienen consecuencias en esa misma estructura (Giddens, 1984, en Gallart, 1992). Por todo ello, se considera que el análisis de los procesos sociales cotidianos, cualitativamente diferenciados, puede contribuir significativamente al conocimiento de los fenómenos sociales" (Gallart, 1992:109).

El Alto Valle de Río Negro como territorio frutícola

El espacio en el que centramos el estudio ocupa una zona de transición entre el clima templado y el semiárido donde se conjugan suelos fértiles y disponibilidad hídrica, condiciones que ofrecen recursos de una gran potencialidad productiva. Este oasis agrícola que se extiende sobre los valles inferiores de los ríos Limay y Neuquén y el valle superior del río Negro, abarca una superficie aproximada de 100.000 has de las cuales tres cuartas partes pertenecen a la provincia de Río Negro y el resto a la provincia del Neuquén.

Una vez eliminadas las poblaciones originarias el capital inglés tempranamente explotó productivamente el área, acompañado por la extensión del Ferrocarril Sud2, la apropiación privada de la tierra y la implementación de la infraestructura de riego.

La zona  se caracteriza por una marcada especialización en el uso del suelo, dedicado al cultivo intensivo de peras y manzanas. La producción actual de estas frutas en la zona representa a escala nacional casi el 80%, cuyo destino principal es el mercado externo3. La creciente importancia del área se relaciona con un complejo proceso de incorporación de estas tierras al circuito productivo internacional a lo largo del siglo XX. Cabe también resaltar como parte del mismo la incorporación de cambios en las condiciones de producción y la constante innovación tecnológica en manos de sectores cada vez más capitalizados.  

La consolidación de la fruticultura como producción que vertebró la dinámica socio-económica delineó un territorio desde principios del siglo pasado. Esta consideración se basa en los términos planteados por la geografía desde una perspectiva crítica, en su preocupación por despojar la indagación de los espacios de determinaciones "naturales". Desde estos aportes, un territorio constituye un conjunto organizado de actores y recursos que interactúan dialécticamente; una realidad "construida" a partir de procesos complejos, que involucran interacciones sociales, dimensiones institucionales y culturales, y relaciones de poder (Radonich, 2004).

Para esta propuesta los territorios son totalidad al tiempo que resaltan singularidad, focalizando los significados propios construidos por la experiencia vivida por la población. Así, el territorio dotado de significado permite comprender cómo pueden coexistir sentidos diferentes que reflejan homogeneización -fragmentación o integración-desintegración (Ibíd.). El espacio social, es configurado a partir de la interacción diacrónica de procesos endógenos y exógenos, y del accionar diferencial de los sujetos sociales. Es una realidad en permanente movimiento de territorialización, donde se conjugan procesos de apropiación y dominio, de subordinación y de resistencias activas que desarrollan los grupos sociales en un contexto determinado (Steimbreger, Kreiter y Radonich, 2006).

Apoyándonos en la perspectiva de Haesbaert (2004), es posible observar cómo el territorio frutícola es considerado fuente de recursos y parte de las disputas entre clases sociales, producto de la división "territorial" del trabajo.

Consideramos que estas propuestas de reflexión teórica, -que reflejan preocupación por dejar de comprender los territorios aislados en el tiempo y en el espacio- posibilitan conocer cómo los procesos económicos, políticos y sociales que los caracterizan, se traducen en formas particulares de apropiación y organización de los espacios por los diversos sujetos que los habitan.

Ante la organización del territorio objeto de análisis, el cual se encuentra dominado por la fruticultura y refleja la presencia de flujos migratorios de diverso origen, surge el interrogante acerca de qué otras territorialidades se organizaron en torno a esta actividad. Partimos de considerar que las tradicionales unidades productivas conocidas como chacras, tuvieron principalmente como propietarios a migrantes españoles e italianos. Si bien estos predios productivos delinearon el paisaje de la zona, cabe indagar sobre los espacios que construyeron otros migrantes, especialmente aquellos que se insertaron como asalariados en el mercado de trabajo rural.

Migración y territorialidades de trabajadores

En el paisaje rural altovalletano, la predominancia de las chacras es matizada por espacios "residenciales" organizados por trabajadores rurales. En ellos son observables relaciones que trascienden la dinámica laboral pero que constituyen parte de su reproducción como familias de trabajadores rurales. Atender estas particulares configuraciones protagonizadas por familias, en su mayoría de origen migrante, permite visibilizar la acción de hombres y mujeres que dan forma a un territorio.

Se puede considerar la conformación de lugares de residencia en los "márgenes" de las chacras como parte del "proceso de territorialización" (Sánchez, 1981:6). M. Santos realiza una importante contribución para comprender esta complejidad, particularmente desde el concepto de "territorio usado":

"El territorio usado se constituye como un todo complejo donde se teje una trama de relaciones complementaria y conflictivas. De allí el vigor del concepto, convidando a pensar procesualmente las relaciones establecidas entre el lugar, la formación socio espacial y el mundo. El territorio usado, visto como una totalidad, es un campo privilegiado para el análisis en la medida en que, por un lado, nos revela la estructura global de la sociedad y, por otro lado, la propia complejidad de su uso" (Santos, M. en Haesbaert, 2004:59).

En una diferenciación muy interesante entre territorio como recurso y territorio como abrigo, Santos afirma que mientras "para los actores hegemónicos el territorio usado es un recurso, garantía de la realización de sus intereses particulares", para los "actores hegemonizados" se trata de "un abrigo, buscando constantemente de adaptarse al medio geográfico local, al mismo tiempo que recrean estrategias que garanticen su sobrevivencia en los lugares" (Santos, M. en Haesbaert, 2004:59).

En el Alto Valle de Río Negro los trabajadores rurales han participado a lo largo del siglo XX en la construcción de esos "lugares de abrigo", territorios que conviven con las organizaciones productivas mayores, en las cuales se emplean. Territorializarse, para muchos migrantes que llegaron a la zona atraídos por la demanda de mano de obra en la fruticultura, significó crear mediaciones espaciales que les proporcionan efectivo "poder" sobre su reproducción en cuanto grupo social.

La posibilidad de observar la imbricación en la larga duración de estas organizaciones territoriales permite mostrar que no se opusieron a la dominancia de la fruticultura, sino más bien se complementaron. Esto derivó en la posibilidad de gestar particulares relaciones de reproducción por fuera de las relaciones laborales, atravesadas por las distintas transformaciones que experimentó la fruticultura a lo largo de más de un siglo.

La reproducción de estas familias se desarrolla como parte de su condición de clase trabajadora en contextos de bajos salarios e inestabilidad laboral, combinando la opción de emplearse en las chacras al tiempo que criar animales domésticos, mantener una huerta, abrir y mantener despensas o "boliches" y negociar con los municipios el acceso a servicios. Considerar el sostenimiento de estas relaciones como "estrategias" de una política doméstica de reproducción supone, según Gabriela Schiavoni (1995), apelar a una noción cuyo uso en ciencias sociales es discutible ya que involucra concepciones que atienden la dimensión de cálculo racional presente en el proceso de elección, o que observan el margen real de elección que tienen los actores. Las formas de garantizar la reproducción social y familiar no pueden observarse como resultado de cálculos conscientes o estrategias llevadas a cabo por sujetos que desean alcanzar fines independientes, desde la acción instrumental. Las prácticas de reproducción se gestan ante circunstancias cambiantes que se experimentan y resignifican colectivamente (Trpin, 2004).

Para observar la construcción de estos territorios de familias trabajadoras como parte de la reproducción de la fuerza de trabajo consideramos que hay que destacar:

"la diferencia entre manutención, que se relaciona con la renovación diaria de la capacidad del trabajador mediante la satisfacción de sus necesidades de alimentación, vestido, vivienda, transporte, salud y otros, y la reposición del trabajador, que se refiere a su sustitución al retirarse de la población activa. Para reponerse generacionalmente el trabajador requiere los medios necesarios para criar sus hijos y satisfacer sus necesidades materiales" (Singer, 1977 en De Oliveira y Salles, 2000: 629).

Los espacios apropiados por los migrantes para su residencia en cercanías a las chacras, representan territorios que contribuyen a la reposición del trabajador, tal como sostienen los autores citados. Son lugares en los que construyen sus casas, crían a sus hijos e hijas, poseen animales y huertas, realizan compras en las despensas, se juntan con vecinos en fiestas y eventos colectivos, van a ritos religiosos y ponen en prácticas relaciones solidarias y de cooperación comunitaria. Estas actividades estarían vedadas dentro de las chacras.

Resumir algunas de las características centrales de la fruticultura en distintas etapas, abre la posibilidad de historiar el carácter migratorio de los trabajadores rurales y su opción por organizar lugares de residencia en cercanías a sus lugares de trabajo y como una modalidad de asentamiento definitivo en la zona.

La etapa que coincidió con los inicios y  auge de la fruticultura que se extendió desde 1930 a 19604, se caracteriza por el comienzo de la especialización productiva en el espacio valletano con cultivo intensivo de peras y manzanas bajo riego. La estructura agraria se conformó con la presencia de pequeños y medianos productores y una organización social del trabajo que combinó trabajo familiar y mano de obra asalariada (Bendini, Radonich, 1999).

En sus inicios esta organización tuvo aporte migratorio internacional. Por un lado, población de origen europeo con acceso a la propiedad de la tierra -base de expansión de los "chacareros"-, por otro, población oriunda de Chile que se insertó en la estructura productiva como mano de obra.

Se puede observar en el cuadro que entre la población extranjera predominaron españoles, ocupando el segundo lugar la de origen chilena. La presencia de éstos últimos en la Patagonia puede rastrearse en los censos nacionales desde 1895, cuando sólo se contabilizaron 1.000 personas de esa nacionalidad. Debe tenerse en cuenta que, hasta entrado el siglo XX, para algunos habitantes de las zonas fronterizas era difícil optar por una nacionalidad que coincidiera con su lugar de origen, teniendo en cuenta que, como señala Rolando Silla citando a un poblador del Alto Neuquén "antes (de que Gendarmería se instalara en la frontera) no había ni argentinos ni chilenos, sólo gente que vivía a un lado y a otro de la cordillera" (2000: 24). Por eso es posible suponer que el número de chilenos en la Argentina al momento del Censo Nacional debía ser mayor5 (Trpin, 2004: 47).

Cuadro 1. Población de los departamentos General Roca y Confluencia según Censos de 1912, 1914 y 1920

Con respecto a la migración transoceánica es importante resaltar que a partir de 1930 -asociada a la crisis económica de esos años-, en Argentina se había detenido bruscamente la entrada de migración. Si bien se reanudó en la segunda postguerra, no tuvo la significación que en otros períodos. Es por ello que el crecimiento de la población del Alto Valle durante 1930 se restringió a las posibilidades del propio crecimiento vegetativo y la de migración de otras zonas del país, en particular del interior de los territorios de Neuquén y Río Negro y desde países limítrofes, en este caso de Chile (Ibíd.).

Como señalamos los trabajadores del país trasandino conformarían, mayoritariamente, la mano de obra asalariada ocupada en actividades agropecuarias como peones rurales y sin acceso a la tierra para la producción intensiva, situación que no se ha modificado hasta la actualidad.

El cuadro refleja que la actividad primaria ha sido el principal destino de los chilenos, seguido del servicio doméstico. La identidad-étnico nacional de estos migrantes se convirtió en muchos casos en un recurso positivo que garantizaba trabajo incluso a generaciones argentinas calificadas y autocalificadas como "chilenas" (Trpin, 2004). Sin embargo, la inserción de los migrantes no puede pensarse en términos ahistóricos, sino más bien como producto de los contextos internacionales, nacionales y locales.

Cuadro 2. Chilenos de 14 años y más ocupados por rama de actividad agrupada según año de llegada a Argentina. Alto Valle del Río Negro. Año 2003.

Roberto Benencia, quien ha trabajado en Argentina la migración boliviana como parte del fenómeno transnacional, recupera a Basch, Schiller y Blanc Szanton (1992). Estos observaron que la migración transnacional está vinculada a las actuales condiciones del capitalismo global, por lo que debe ser analizada "en el contexto de las relaciones globales entre capital y trabajo" (Benencia, 2006: 140). Según Stephen Castles y Marx Millar:

"Los movimientos adoptan muchas formas: las personas emigran como obreros, especialistas altamente calificados, empresarios, refugiados o como parientes de migrantes previos. Independientemente de si la intención original es un movimiento temporal o permanente, muchos se establecen de manera definitiva. Se crean redes de migrantes que vinculan las áreas de origen y destino y ayudan a impulsar importantes cambios en los dos" (2004: 14).

Para el caso que nos ocupa, cabe recuperar los trabajos sobre migración laboral. La teoría de los mercados de trabajo dual, identificada con Michael Piore (1979), permitió observar que las migraciones internacionales obedecen a una demanda permanente de mano de obra en las sociedades industriales avanzadas, que produce una segmentación en sus mercados de trabajo. Estas economías necesitan trabajadores extranjeros para ocupar los puestos que rechazan los trabajadores nativos. Los mismos estarían caracterizados por ser mal pagos, inestables, no cualificados, peligrosos y de poco prestigio.

Tal perspectiva comparte con la llamada teoría del sistema mundial la idea de que las economías altamente desarrolladas necesitan, insoslayablemente, de mano de obra foránea para ocupar lugares de trabajo en determinados sectores productivos. Desde luego, se sitúa en el mismo plano de los grandes procesos macrosociales. La explicación de la teoría del sistema mundial sobre las migraciones internacionales no reside tanto en esta demanda de trabajo, sino más bien en los desequilibrios generados por la penetración del capitalismo en países menos desarrollados. Sassen (1988) en sus investigaciones concluye que las migraciones refuerzan las desigualdades en lugar de contribuir a reducirlas.

Suarez Navas (1998) considera que:

"Tanto porque los trabajadores migrantes ocupen puestos laborales no cubiertos por trabajadores autónomos o porque su presencia acelere los procesos productivos y aumente la demanda de fuerza de trabajo afectando su precio, la mano de obra migrante constituye un factor clave en la expansión de los procesos productivos. Y así contribuye a la expansión del sistema capitalista mundial" (en Benencia, 2006: 140).

Desde estas últimas líneas de análisis es que situamos la presencia de mano de obra migrante en la fruticultura intensiva del Alto Valle de Río Negro, ya que, tal como sostienen Castles y Miller, quizá lo más característico del empleo de los inmigrantes es la creación de núcleos o la concentración en puestos, industrias y sectores económicos particulares.

Complementar los procesos "macro" involucra, también, el registro de la propia experiencia de los sujetos en los espacios en los que cuales se emplearon. Estas miradas se transforman en un desafío para analizar las territorialidades ampliadas, incluso dentro de la dominancia de producciones rurales de exportación.

En el Alto Valle, trabajadores chilenos que se desplazaron solos o con su grupo familiar, se radicaron definitivamente en el área rural, principalmente desde la segunda mitad de siglo XX. Esta población, sumada a los migrantes provenientes del interior de las provincias de Neuquén y Río Negro, se estableció conformando núcleos de población aglomerada. El proceso se refleja en ocupaciones de tierras fiscales, por lo general próximas a las explotaciones frutícolas, en zonas de ribera o como simples tiras de viviendas a lo largo de canales de riego, desagües o junto a algún camino vecinal del área rural. Resulta oportuno señalar que la disposición "lineal" muy frecuente en las localizaciones de la zona oeste, tiene relación con la escasa presencia de "áreas vacías" en el interior de esa zona productiva, producto de la temprana y rápida privatización de la tierra.

En la mayoría de los casos, la localización fue orientada por la cercanía a la fuente de trabajo, compartiendo en términos generales las características de vulnerabilidad propias de las localizaciones marginales respecto de la infraestructura social y de servicios de las zonas urbanas. El importante crecimiento de algunos de estos asentamientos derivó en su consolidación y reconocimiento por parte de los municipios.

Poseen particulares característica aquellos localizados en caminos vecinales, localmente denominados "calles ciegas", dado que allí se ha conformado un mundo particular que encierra "relaciones sociales que se complementan y también escapan a la dominante dinámica frutícola. Las calles ciegas constituyen un espacio de producción y de circulación de bienes e información que atraviesa a las familias de inmigrantes trabajadores y la socialización de sus hijos" (Trpin, 2004: 16).

En estos asentamientos cada predio está delimitado por cercos de madera o alambre, allí se ubican una casa, algún corral, un gallinero o una huerta. Las construcciones pueden ser de adobe, sin aberturas, o de ladrillos con techos y aberturas de chapa. Los patios son de tierra apisonada y en algún rincón suele amontonarse leña para calefaccionar la casa; también en el patio suele haber una bomba de agua y un horno de ladrillo para cocinar pan, empanadas o algún lechón. En estos espacios la gente suele carecer de servicios públicos como gas, luz o agua, pero su abastecimiento se resuelve de diferentes maneras. La provisión de gas se sustituye con fuentes de calor alternativas como la leña o el gas envasado; el agua se obtiene por bombeo de bombas manuales o eléctricas y la luz la obtienen "colgados" de los postes de corriente que proveen a las chacras.

Esta imagen de los territorios organizados por familias de trabajadores rurales ha ido modificándose con el correr de los años. Para analizar las transformaciones de estos espacios junto con la transformación productiva característica del período 1960-1980, consideramos necesario particularizar la cristalización del complejo agroindustrial. En esta etapa se produjo una importante expansión de la actividad que incidió en una necesidad creciente de mano de obra estacional, lo cual intensificó los procesos migratorios tanto nacionales como internacionales -Chile-. Es precisamente "durante la etapa de expansión de la actividad y coincidentemente con la creciente urbanización del Alto Valle, el asalariado rural, antes mayoritariamente golondrina, encuentra en la región opciones laborales complementarias, lo que le permite radicarse en forma definitiva" (Merli y Nogués, 1996) en barrios rurales. Estos territorios son reconocidos por los productores y el estado por ser reserva de fuerza de trabajo permanente o estacional que se requiere a lo largo del ciclo productivo.  

Es importante destacar el significado que tuvo en la primera generación de chilenos la vivencia de combinar el trabajo y la vivienda dentro de las chacras, la cual era sentida como signada por el control. Desde sus relatos algunos trabajadores atribuyen al agobio sentido dentro de las chacras y a las ansias de tener un "poco de tierra", la decisión de asentarse en una calle ciega, aún cuando las condiciones eran sumamente precarias. Gabriel, un chileno manifiesta que:

"los patrones no te dejan hacer nada; ya porque se hace daño la fruta, al patrón le parece todo mal; no dejan tener ni unas avecitas y te controlan todo el día. Yo opté por no ser humillado y me fui a una "rancha". Hay mucho abuso de los chacareros"6.

La opción por construir una vivienda en un espacio propio cerca del trabajo pero fuera de las propiedades, fue alentada por estas experiencias, así como por las posibilidades de obtener ingresos alternativos. En estos espacios se desarrollan prácticas económicas que escapan a las relaciones productivas directas entabladas en la chacra entre el patrón y el peón. Entendiendo a las prácticas económicas como actividades que se relacionan con la reproducción de condiciones materiales de la familia y de las condiciones de vida de sus integrantes en el marco de una producción "mayor" (Douglas y Iglerwood: 1979), estos migrantes han explotado varias posibilidades de obtener ingresos por fuera del empleo en las chacras.

Algunas prácticas como la cría de animales, la organización de huertas, la atención de despensas o la convocatoria de ferias de "trueque" pueden señalarse permeadas de cierta "autonomía", entendiendo a la "autonomía" como "las acciones y el discurso de los grupos subordinados que buscan recrear espacios socio-culturales propios dentro y fuera de las relaciones de poder" (Lagos, 1997: 179). Si bien la expectativa de autonomía se concreta en el desarrollo de determinadas acciones que se evidencian en la posibilidad desarrollar actividades por fuera de las relaciones definidas por la fruticultura, Lagos advierte que a veces la autonomía subordina y empobrece, en tanto, la vida puede verse precarizada y tornarse vulnerable frente a "nuevas formas de dominación y explotación" (Ibíd.: 182).

Sin embargo, para muchos migrantes, estos territorios constituyen una alternativa residencial que permite a sus familias controlar el proceso de producción de algunos bienes de consumo e intercambio, romper los lazos de dependencia y subordinación que experimentan las familias de chilenos que viven dentro de las chacras.

La construcción de estos territorios tiene una funcionalidad económica relacionada básicamente con la reproducción familiar y colectiva de esta población. En coincidencia con Milton Santos (1996), entender ese contenido geográfico del cotidiano podría contribuir a comprender la relación entre espacio y migraciones expresada en la materialidad, ese componente imprescindible del espacio geográfico, que es al mismo tiempo, una condición para la acción; una estructura de control, un límite a la acción; pero a la vez una invitación a la acción. Esa vida cotidiana que es el lugar estratégico para comprender la compleja pluralidad de símbolos, de interacciones ya que se trata de un espacio en el que se plasman las prácticas y las estructuras del escenario de la reproducción y simultáneamente de la innovación social (Reguillo, 2000). 

Algunos casos identificados

Tal como hemos sostenido, la localización de los territorios construidos por migrantes y trabajadores rurales está vinculada al espacio rural, situación que se fue modificando con la reestructuración productiva, los cambios tecnológicos y el proceso de urbanización que caracterizó al Alto Valle en las últimas décadas. Entre los más reconocidos núcleos de población a lo largo de un área de aproximadamente 110 kilómetros que ocupa la zona productiva pueden mencionarse casi 50 barrios y calles ciegas en distintas localidades, ubicadas alineadamente a los largo de la Ruta Nacional 22. En las ciudades que se mencionan a continuación, fueron observados distintos asentamientos a partir de salidas de campo, algunos de los cuales se encuentran también registrados en documentos de la Autoridad Interjurisdiccional de Cuenca (AIC):

General Roca: Bº La Ribera, Bº Mosconi, Bº Chacra Monte, Bº Paso Córdova, Bº Canale, Calle Ciega Mar del Plata, Bº La Unión, Bº El Petróleo, Bº Puente Cero, Bº El Provenir, Bº. La Costa, Calle Ciega Buenos Aires Chico, Calle Ciega Bahía Blanca.

Cervantes: Bº La Defensa y Bº Virgen de Lujan, Bº. El Porvenir, Calle Ciega Los Luna, Bº. Puente Rueda.

Mainqué: Bº. Luisillo, Bº. Santa Lucía, Bº. Pinto.

Ingeniero Huergo: Bº. La Barda, Bº. La Costa.

Gral. Godoy: Bº. Ceferino.

Cipolletti: Bº Costa Norte, Bº Costa Sur, Bº Labraña, Bº Puente 83, Bº El  Treinta, Bº Tres Luces, Bº  2 de Agosto, Bº Ferri, Bº Lalor, Bº María Elvira, Bº Goretti, Bº Cuatro Esquinas, Bº Michi Michi, Bº. Puente Madera, Bº. La Unión, Calle Ciega 4 Esquinas.

Cinco Saltos: Bº La Armonía,  Bº General Perón.

Allen: Bº Costa Oeste, Bº Costa Este.

Guerrico: Calle Ciega Nº 10, Calle Ciega La Frontera.

Villa Regina: Bº Santa Rita, Bº Alberdi, Bº Villa del Parque y Bº Otto  Krausse.

Según Vapnarsky y Pantelides (1987), Mosconi en el ejido de General Roca, surgió al igual que el resto asociados a la actividad frutihortícola. Al adquirir paulatinamente características de áreas urbanizadas, tales como trazado regular e infraestructura de servicios, los autores mencionados lo incluye dentro de la categoría de "pueblo" a diferencia de los restantes asentamientos. El Censo Nacional de Población y Vivienda de 1991 consideró a Mosconi como un asentamiento separado del ejido urbano de la ciudad de General Roca, contando en ese momento con un total de 586 habitantes. Un trabajo realizado en 19937 indicó que si bien éste surgió en un principio vinculado estrechamente a la actividad productiva predominante en el área valletana, la mayor parte de la población al momento del mencionado estudio revelaba que se encontraba ocupada en el medio urbano. Es interesante preguntarse las razones de esta situación (Radonich, 2004).

El asentamiento La Ribera, según el Censo Nacional de Población y Vivienda de 1991 fue considerado un "aglomerado"8. El censo contabilizó un total de 468 habitantes distribuidos en 183 viviendas; en el 2001 poseía 605 habitantes de los cuales 309 son varones y 296 mujeres. Según Vapnarsky y Pantelides (1987) La Ribera podría ser considerada un "caserío"9, surgiendo con trazado irregular y en tierras fiscales. Este asentamiento, a diferencia de Mosconi, presentaba el mayor porcentaje de la población ocupada en empleos rurales temporarios y muy precarios y con una fuerte inserción en el medio urbano en changas (Acuña, Facci y otros, 1993).

Por su parte, el barrio Chacra Monte está localizado aproximadamente a cinco kilómetros del centro de la ciudad de General Roca, por tal razón es considerado desde el punto de vista censal como otro "aglomerado", al igual que Mosconi, La Ribera y Paso Córdova. Los primeros habitantes fueron trabajadores agrícolas sin trabajo estable que ocuparon tierras privadas hasta que la Municipalidad expropió los predios para regularizar el trazado y dotarlo de ciertos servicios. Las variaciones en el número de pobladores se observa en el cuadro 3. Según un estudio realizado la mayor parte de los vecinos está asociada a trabajos rurales inestables, poco calificados y mal remunerados (Ibíd.). En la actualidad en inmediaciones a este barrio se han asentado familias descendientes de los primeros migrantes radicados en Chacra Monte, consolidando lo que se denominó "la toma de Chacra Monte". Estos nuevos territorios demandan al municipio mejoras habitacionales, siendo recurrente en los medios de comunicación, noticias sobre movilizaciones peticionando la entrega de las tierras o la realización de viviendas en calidad de "obreros rurales".

Paso Córdova, otro asentamiento de la ciudad de Gral. Roca está ubicado a 10 kilómetros del centro del ejido urbano. Desde la investigación de Vapñarsky los datos relevados demuestran que de los trabajos realizados por la población económicamente activa -ya sean hombres o mujeres- el 59.6 por ciento está asociado al medio rural y el 40.4 por ciento a empleos en relación de dependencia con el medio urbano (Ibíd.).

Es para destacar en los cuatro barrios considerados el importante porcentaje de población chilena que dio su origen. Si bien aún no contamos con datos relevados desde encuestas tomadas para este estudio, en entrevistas realizadas los vecinos suelen afirmar "acá somos casi todos chilenos", o "este es un barrio de puros chilenos", expresiones confirmadas por los apellidos de algunos informantes u observadas en registros de trámites municipales o por la continua venta de mote o ñaco en las calles, alimentos frecuentemente usados entre las familias chilenas.

Cuadro 3. Población total de La Ribera, Chacra Monte, Paso Córdova, Mosconi, Pcia. de Río Negro, 1991-2001

Estos barrios fueron modificando su fisonomía inicial hasta alcanzar un trazado similar al urbano, con manzanas en cuadrícula, calles trazadas, servicios e instituciones estatales como escuelas, centros de salud, comisaría, biblioteca y salones comunitarios. Además de estos territorios de residencia en la zona rural, existen las ya mencionadas "calles ciegas". Estas están formadas por casas más o menos precarias ubicadas sobre los márgenes de algunos caminos rurales y constituyen un espacio de residencia y de prácticas económicas que se complementan con las desarrolladas en torno a la fruticultura. Representan además:

"una variante de la vida rural que no suelen aparecer en los trabajos sobre producción, por dos razones: porque sus habitantes ocupan un espacio ilegal que no es reconocido por las autoridades estatales, y porque no necesariamente sus actividades son parte de la fruticultura propiamente dicha" (Trpin, 2004: 27).

Estos migrantes radicados en estos espacios quedaron invisibilizados, por lo que el trabajo de campo ha sido fundamental en el reconocimiento de su ubicación y en la posibilidad de evidenciar las varias formas en que los migrantes chilenos elaboraron sus opciones de reproducción, en relación a las condiciones impuestas por la organización y producción del sistema frutícola.

Las territorialidades en la etapa actual de reestructuración productiva

En el Alto Valle de Río Negro y Neuquén, desde fines de la década de 1950 hasta el inicio de 1990, la introducción de innovaciones tecnológicas, mecánicas y químicas -incorporadas en las diferentes etapas de la producción-, transformó los procesos de trabajo y alteró la demanda cualitativa de trabajadores. Como parte de estos cambios se modificaron también las formas de articulación entre pequeños productores y los empresarios vinculados al empaque, refrigeración y comercialización de fruta fresca, quienes comenzaron también a controlar la producción directa (Bendini y Pescio,1996).

En la dinámica actual los paquetes tecnológicos que fueron apropiados en forma desigual por los distintos actores sociales dieron lugar a una base productiva heterogénea. En este escenario conviven grandes empresas tecnificadas con alta productividad del trabajo, algunos productores capitalizados que incorporaron determinadas tecnologías y unidades pequeñas que no disponen de recursos suficientes para acompañar la modernización. 

Estos cambios coinciden con reestructuraciones del empleo rural y agroindustrial en el sector exportador de frutas frescas y derivados en Argentina a fines del siglo XX. Este proceso se logró básicamente sobre la base de la modernización productiva con adopción tecnológica selectiva y de la flexibilización de la mano de obra (Bendini, Tsakoumagkos, Radonich 2003). Redefiniciones en la estructura agraria desigual repercutieron en un mercado de trabajo también diferenciado. En este contexto, se produjo un aumento del trabajo transitorio y se intensificaron los flujos no sólo de capital y de "commodities", sino también de trabajadores en su mayoría provenientes del norte del país.

Las transformaciones señaladas que en líneas generales redujeron y jerarquizaron la demanda de trabajadores, se reflejaron en los territorios de trabajadores estudiados. Estas territorialidades que se habían caracterizado en décadas anteriores como proveedoras "casi exclusivas" de fuerza de trabajo para el ámbito rural y refugio de migrantes chilenos, tendieron a incorporar otras alternativas para completar las prácticas laborales rurales precarizadas, ya sea desde las relaciones con el estado o trabajos inestables a término en el espacio urbano. Además, el crecimiento poblacional de algunos barrios rurales se produjo por la extensión de las familias ya existentes y no como producto de la llegada de migrantes, siendo recurrente la convivencia en los predios de dos o más unidades domésticas emparentadas.

Ejemplo de ello es el relato obtenido de una migrante chilena residente del Barrio Santa Rita de Villa Regina. Durante una recorrida por sus calles nos comentó que junto a su esposo fueron los primeros pobladores, que "el barrio eran unas dos manzanas, después todo yuyos". En la actualidad residen en el mismo asentamiento dos hijas nacidas en la Argentina, una de las cuales vive con su familia en un predio en el que observamos una casa de material y en la parte delantera una despensa; en el mismo terreno el yerno de la señora de origen chileno acopia leña para vender a los vecinos, la cual obtiene de los frutales talados en las chacras contiguas. Este hombre se dedica a esta actividad porque, según la informante "se cansó de trabajar por poca plata en las chacras". Al tiempo que los pobladores de estos barrios realizan actividades económicas por fuera del empleo en las chacras como vender leña o tener una despensa o quiosco, o realizar venta de ropa en la vereda -como observamos en la esquina de una escuela primaria del Barrio Chacra Monte-, también obtienen planes asistenciales a los que no accederían dentro de las chacras.

Podemos considerar que "este proceso ha sido acompañado por la asignación de planes y beneficios sociales a escala local,  (...) difundiéndose la presencia del estado en su rol asistencialista dentro del ámbito rural, en pos de minimizar los efectos de las desocupación y de la reestructuración productiva" (Trpin, 2004: 581).

Ante esta situación y en un marco de reestructuración productiva, cabe preguntarse ¿De qué manera se vieron afectados los trabajadores que dieron lugar a estas territorialidades? ¿Qué nuevas prácticas son las que deben elaborar estos asalariados rurales en su reproducción social? ¿Cómo se socializan las nuevas generaciones en las que las chacras ya no son el ámbito exclusivo de trabajo?

Esta realidad da cuenta de relaciones sociales donde lo local no se desvincula de la reestructuración de los sistemas agroalimentarios a nivel global. En particular, en espacios como el valletano con una agricultura intensiva que debe responder a las exigencias impuestas por una economía competitiva y global, los predios productivos se han modificado, los requerimientos de mano de obra también, y con ello, las posibilidades de reproducción de las familias que trabajan en las chacras y residen en barrios rurales.

Los trabajadores que llegaron al Alto Valle rionegrino y dieron lugar a territorios, ven perder las oportunidades de trabajo junto a sus hijos, quienes tenían como perspectiva reemplazarlos. De hecho ciertas pautas de socialización laboral observadas, como niños acompañando a sus padres a recoger fruta o limpiar canales de riego parecían garantizar una proyección generacional de asalariados rurales. Sin embargo, los jóvenes ven incrementar su riesgo y vulnerabilidad social, en un marco de incertidumbre en la búsqueda laboral ante las condiciones impuestas por una reestructuración productiva.

La complejización de la fruticultura debe ser el contexto que permita comprender los cambios y las respuestas de las familias de trabajadores que fueron constructores de alternativas territoriales. Entretanto se podría afirmar que en distintos momentos históricos de estos territorios se refleja el devenir del tradicional Alto Valle de Río Negro. Las diversas prácticas de reproducción de las familias migrantes han estado presentes aún siendo exclusivamente asalariados, por lo que en la actualidad resultan alternativas válidas en un contexto creciente de desempleo y pobreza, a la vez de modernización productiva y concentración del capital.

Notas

1 Esta investigación comenzó en el año 2008 en el marco del proyecto "Trabajadores rurales migrantes y territorios frutícolas. Trayectorias laborales y migratorias en la provincia de Río Negro", Grupo de Estudios Sociales Agrarios (GESA) Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, UNCo.

2 Si bien en un principio la línea férrea respondía a objetivos estratégicos, con el correr de los años el capital británico comenzó a organizar la producción frutícola para hacer rentable al ferrocarril, a través de sus subsidiarias, la Estación Experimental de la colonia La Picaza, la Compañía de Tierras y la Argentine Fruit Distributors, conocida como A.F.D.

3 Según el Anuario Estadístico 2003 de la FUNBAPA, el volumen aproximado de fruta de pepita exportado en el año 2002 fue de 509.000 toneladas. Otros valores actualizados sostienen que en el año 2006 se exportaron 121.150 toneladas de manzanas y aumentó a 158.741 en el mes de mayo de 2007. Mientras, la pera continuó ganando mercado al pasar de 232.870 toneladas en el 2006 a 255.475 en el 2007 (Trpin, 2007).

4 En el presente trabajo se respetan las etapas definidas para la cuenca frutícola del río Negro por el GESA.

5 La importancia numérica de la población chilena en el Alto Valle llevó a instalar en 1897 una oficina del Consulado de Chile en General Roca, que se trasladó a Neuquén en 1904, ciudad donde funcionaba también un viceconsulado de España (Vapnarsky, 1983).   

6 Entrevista realizada el 4 de octubre de 2001.

7 "Evolución y Características actuales de los asentamientos de población en el medio rural. El caso de Mosconi, La Ribera, Chacra Monte y Paso Córdova." 1993. Trabajo correspondiente al Seminario: Asentamientos Urbanos- Rurales, dirigido por la Prof. Elba Kloster. Departamento de Geografía, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue.

8 Área que comprende, por lo menos, cuatro manzanas edificadas adyacentes, pueden ser reales, o virtuales y estar edificadas cubriendo buena parte de la manzana (Vapnarsky, C. y Pantelides, E. 1987).

9 Carecen enteramente de trazado regular de calles, su edificación por lo general de muy baja calidad física, caóticamente distribuida y construida sobre tierras fiscales por ocupantes sin título (Ibíd.).

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