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Avá

versión On-line ISSN 1851-1694

Avá  n.15 Posadas dic. 2009

 

ARTÍCULOS

Historias e identidades barriales del Gran Santiago: 1950-2000

Francisca Márquez B.1

1 La autora es antropóloga y socióloga Phd; se desempeña como docente e investigadora en el Instituto de Estudios Urbanos de la P. Universidad Católica de Chile, y en la Escuela de Antropología de la Universidad Academia Humanismo Cristiano, Chile.
El artículo retoma resultados del Proyecto de Investigación Fondecyt Nº 1050031 dirigido por la autora entre los años 2005 - 2008. Email: fmarquezb@uc.cl

Resumen.

A pesar de la segregación urbana y social que caracteriza a la ciudad de Santiago; en ella coexisten también identidades territoriales fuertes en su propuesta de integración social y urbana. Esta investigación aborda desde la perspectiva de sus habitantes, los procesos de construcción identitaria en ocho barrios de Santiago, desde los años cincuenta en adelante. La conclusión es que, pese a los enormes cambios experimentados en la sociedad y la persistencia de la segregación territorial, los barrios analizados destacan por la fuerza de sus identidades y la capacidad de diálogo con la ciudad. A diferencia de otros territorios, estos nacieron de proyectos identitarios y urbanos sólidos pensados e implementados por un conjunto de actores sociales diversos.  Hoy sus habitantes se identifican con el barrio y lo defienden sin aplicar mecanismos de aislamiento, y en este proceso histórico, construyen y reafirman el derecho a la ciudad.

Palabras claves: Segregación; Identidades; Integración social.

Abstract.

I spite of Santiago, Chile's socioeconomic segregation,two territorially based identities also are present within this metropolitan area that offer strong proposals for social and urban integration.  This study examines how inhabitants of eight neighborhoods in Santiago have constructed local identities since the 1950s.  The study's findings indicate that in spite of the enormous changes experienced by Chilean society during this period and the persistence of socio-spatial segregation, the neighborhoods studied reveal the strength of their identities and their capacity to engage in a dialogue with the city.  In contrast to other areas of the city, these communities initially emerged with solid identity and urban projects conceived and implemented by a diverse group of social actors.  Today, residents identify with and defend their neighborhoods without relying on mechanisms designed to isolate themselves; and within this historical process, they construct and reaffirm the right to the city.

Key Word: Segregation;  Identities; Social integration.

Fecha de recepción: Diciembre 2008
Fecha de aprobación: Noviembre 2009

Presentación

Indagaremos en los procesos de construcción de las identidades territoriales de seis barrios que nacen a mediados del siglo XX en Santiago de Chile. Se postula que a pesar de la segregación urbana y social que siempre caracterizó a esta ciudad, en ella coexistieron también identidades territoriales fuertes en su propuesta de integración social y urbana. Barrios, poblaciones y villas que se configuraron en torno a una propuesta política e identitaria que hasta el día de hoy conservan algunas de estas marcas del poder de habitar.

Concepto polisémico y ambivalente, nos preguntaremos que es un barrio y bajo que condiciones este se construye, para quién y de qué modo. Pensamos que indagar en la construcción histórica de los relatos identitarios de habitantes de Santiago nos permitirá comprender las claves de ciudad que hoy conviven en ella y aportar a la construcción de una ciudad más democrática, diversa y amable. De la crisis de nuestras ciudades para acoger los espacios de ciudadanía y el ejercicio de lo público, es que nace la urgencia de una ética de la proximidad (Giannini, 1984: 50), es decir, de aquellos actos cotidianos que comprometen la vida de los otros y que constituyen, entonces, ese campo de orientación que es el espacio público.

Hoy, en una sociedad chilena fuertemente signada por el temor al otro y el debilitamiento de la cohesión social, se ha vuelto recurrente, en las discusiones de políticas urbanas y de vivienda social, hablar de barrios. En tiempos de debilitamiento del tejido social urbano y en espacios donde la pobreza y el sentido de desintegración social tienen sus expresiones más fuertes, el concepto de barrio resurge para la puesta en marcha de nuevas formas de intervención urbana. En Santiago, ciudad de crecimiento económico y urbano desigual, las nuevas políticas sociales instalan su mirada en estos microescenarios como una forma de intentar suturar este tejido social desgarrado. El barrio se ha transformado así en un tema recurrente de nuestros imaginarios y políticas urbanas que buscan la creación una vida más amable a través de la recuperación de estos espacios y sus tradiciones. Hoy, en un escenario donde los Estados nación pierden capacidad de aglutinar los sentidos e imaginarios de su pueblo, las arenas locales y barriales parecieran resurgir como escenarios privilegiados para el avance de nuevas formas de ciudadanía, con referentes más "concretos" y manejables que los de las abstracciones nacionales (García Canclini, 2001: 12).

A través del análisis comparado de seis barrios antiguos de esta ciudad de Santiago mostraremos que en estos complejos procesos de construcción de las identidades territoriales, la experiencia de participación y adscripción a esta abstracción que es el Estado nación, es esencial a su consolidación. Experiencia política y de ciudadanía especialmente importante para aquellos territorios que se configuraron desde la marginalidad y la pobreza.

Comprender como se construye y articula históricamente el sentido de pertenencia de los habitantes de esta ciudad con los procesos sociales que en ella ocurren, es uno de los desafíos y propósitos de esta investigación.

Los barrios y sus características

Seis son los barrios que hemos estudiado, y que según su origen pueden ser organizados en cuatro tipos:

1. El Llano Subercaseaux (1937) Jardín del Este (1954): barrios inspirados en el modelo de barrio-jardín que nacen para las clases altas de la ciudad. El primero, ubicado e el sector sur de la ciudad, ha sufrido a lo largo de su historia procesos de transformación profunda, que hacen de él un barrio fundamentalmente de la nueva clase media; el segundo, ubicado en el sector oriente, mantiene hasta el día de hoy su impronta de "elite culta".

2. Unidad Villa Portales, barrio que nace en 1967 inspirado en la propuesta modernista de Le Corbusier. Proyecto para una clase media sólida y asociada a la Caja de Empleados Particulares y que se ubica en el centro poniente de la ciudad. Proyecto que ha sufrido un fuerte deterioro tanto en su infraestructura como en las condiciones sociales de las familias que allí habitan. Hoy ha sido designado por las políticas sociales como uno de los barrios críticos de la ciudad de Santiago.

3. Población San Gregorio (1957) y Villa La Reina (1967), poblaciones que nacen como respuesta a los graves problemas habitacionales de los pobladores de mediados del siglo XX. El primero, ubicado en el sector sur de la ciudad, corresponde a la primera gran solución habitacional de la Corporación de la Vivienda para otorgar vivienda a los callamperos del Zanjón de la Aguada. Villa La Reina en cambio, ubicado en el sector sur oriente, es un proyecto de autoconstrucción y promoción popular que se enmarca en la Revolución en Libertad. Ambas poblaciones han tenido cursos distintos, en la primera se ha producido un claro estancamiento en su condición de pobreza, y en la segunda se observan proceso de movilidad social y profesionalización a partir de las segundas generaciones en adelante.

4. Barrio Patronato, ubicado en el sector norte de la ciudad y el río Mapocho, se consolida como un territorio de mixtura étnica e impronta comercial a fines de los años cuarenta con la llegada de una oleada de palestinos al lugar. Territorio de mixtura cultural, Patronato se conserva como un mosaico de culturas y clases sociales que se encuentran en el consumo y la sociabilidad, rompiendo así la tendencia segregacional de la ciudad.

Importante es señalar, que a pesar de sus diferencias, todos estos portan un proyecto de ocupación de la ciudad, claro en sus propósitos y su emplazamiento. A partir del análisis de los últimos tres censos (1982, 1992, 2002) para cada uno de estos barrios se evidencia la evolución dispar que cada uno de ellos ha tenido a lo largo de las últimas tres décadas.

Claves para hablar de Santiago y sus barrios

La primera mitad del siglo XX marca un período de profundas transformaciones en la historia de Santiago. La ciudad crece aceleradamente y se transforma en una gran urbe. Con la crisis del salitre, Santiago recibe la primera gran oleada de migrantes del norte del país. Junto al engrosamiento de la periferia por parte de obreros empobrecidos y el poblamiento de cité y conventillos en el centro de Santiago, se inicia una migración progresiva de las capas más pudientes hacia otros sectores de la ciudad. En 1937 nace el proyecto de instalación de la vieja oligarquía en El Llano Subercaseaux en el sur de Santiago, proyecto que nunca prosperará.

Pero son los grandes flujos migratorios provocados por la crisis del modelo primario exportador y el ingreso al modelo de industrialización sustitutiva, los que cambian definitivamente la pauta de crecimiento de Santiago. Hacia los años cincuenta la migración rural proveniente del sur, aumenta el flujo de población pobre y el Zanjón de la Aguada se transforma en el gran callamperío de la ciudad. Son también los años de creación del Estado de Israel, y una oleada de migrantes árabes, en especial palestinos, llega buscando nuevas tierras instalándose al otro lado del río mapocho, la antigua Chimba. Son los tiempos de consolidación del barrio Patronato en su carácter comercial. El Censo Nacional de 1952, indica que Santiago pasa de poco más de 900 mil habitantes en 1940 a 1.350.409 habitantes doce años después. La extensión del área urbana crece también a un ritmo vertiginoso y Santiago se transforma en una ciudad de masas, al decir del historiador Armando De Ramón (2000).

Los sectores de altos ingresos por su parte, consolidan de manera masiva y sistemática el abandono del centro de Santiago para establecerse en el área oriental de la ciudad; "dejando de hacer ostentación de su estatus y riqueza" como lo mostraba la imponente arquitectura de las calles Dieciocho y Ejército. (De Ramón, op cit) El loteo del Fundo del Golf por parte de Loreto Cousiño en 1932 acogerá en los años cuarenta a esta población artistocrática deseosa de salir del centro de Santiago y mejorar su calidad de vida con un entorno más verde y bucólico. Años después, en 1954, Agustín Denegri lotea la Chacra Lo Lillo y nace el barrio Jardín del Este en Vitacura, inspirado en el modelo de ciudad jardín acogiendo a una élite culta y con fuerte presencia de extranjeros.

La década de los cincuenta está signada por las primeras grandes tomas de terrenos en Santiago. En 1957 ocurre la toma de La Victoria, en 1959 los habitantes de callampas llegan a representar el 8% de la población de Santiago. La gran operación habitacional de la CORVI, da origen a la Población de San Gregorio, que acoge a una parte de los callamperos del Zanjón de la Aguada y residentes de los precarios cité y conventillos del centro de Santiago.

En la década de los sesenta la precariedad habitacional había aumentado en cuanto a las formas de asentamiento de los sectores pobres. La operación sitio del gobierno del presidente Frei Montalva en 1967 aparece como la gran solución al problema de las familias sin casa. Ese mismo año sin embargo, ocurre la toma Herminda de la Victoria. Nacen  también proyectos pioneros de autoconstrucción como es Villa La Reina, fuertemente inspirado en la Promoción Popular y la Revolución en Libertad.

Eran los tiempos de ocupaciones y de tomas de terrenos y del ideario (y no solo imaginario) de una ciudad para todos que irrumpe y rompe así con la ciudad propia y la ciudad bárbara del intendente Benjamín Vicuña Mackenna. Es la ciudad construida al calor de la imagen que surge de la acción colectiva de los pobladores como actores y movimiento social.

"En una sociedad radicalmente escindida como la de Santiago... esta historia tendrá dos vertientes: la de la sociedad establecida, de la gente decente, y la de los sectores populares, los rotos." (Romero, [1984], 2005) Santiago de mediados del siglo XX es la ciudad de los pobladores, de los sin casa, de los marginales que en Santiago constituían, al mismo tiempo que una experiencia única de la lucha política, la organización urbana y el pretexto constante para una "mitología multiforme" (Cidu, [1972], 2005). Pero también de la consolidación temprana de una segregación urbana, en la que las clases más ricas levantarán fronteras territoriales e identitarias que hasta hoy día se conservan.

La importancia creciente de una clase media urbana, sin embargo, genera a través de las cajas de empleados particulares, nuevas soluciones habitacionales, entre las cuales se cuenta la Unidad Villa Portales construida en 1967 en Quinta Normal. Paradigma de la arquitectura moderna inspirada en Le Corbusier, este gran conjunto habitacional ubicado en un sector privilegiado del centro de la ciudad, logra resolver masivamente las necesidades habitacionales de una clase media sólidamente asentada en un sistema de protección social. Pero a su vez, rompe con la tendencia segregacionista producto de la estampida de los sectores altos al oriente de la ciudad.

Los años setenta están marcados por la masificación del proceso de tomas de terreno por parte de los sin casa. Con la llegada de la Unidad Popular, el déficit de viviendas continua incentivando las tomas de terrenos y campamentos; los pobladores de la capital se transforman así en el actor social más dinámico de la comunidad urbana capitalina (Garcés, 2000: 24). Movimiento y confusión democrática, que desdibuja y desordena la ciudad planificada.

Ni la fuerza del movimiento de pobladores, ni el debate de los intelectuales logra sin embargo, hasta comienzos del siglo XXI, revertir la evidencia de esta ciudad trizada que irremediablemente convive con el viejo ideario de la ciudad integrada. Santiago continua asemejándose a un "conglomerado de subsistemas urbanos donde la imagen que prevalece es el de una serie de puntos de localización no relacionados...las distancias son largas... donde difícilmente se visualiza el conjunto de la Región Capital como un sólo habitat... Por el contrario, para la gran mayoría de los habitante de Santiago, sus vidas transcurren dentro de un radio estrecho definido por el lugar de trabajo y su casa." (Friedmann y Necochea [1970], 2005: 36). Junto a este modelo de ciudad archipiélago, se asienta entonces la evidencia de la coexistencia y aumento de las desigualdades sociales en una misma ciudad.

En 1979, el gobierno militar inicia una reforma urbana radical, favoreciendo la explosión del crecimiento urbano. El Plan de erradicaciones endurece las condiciones de vida de los más pobres y consolida un patrón de segregación urbana. A fines de los años ochenta, la ciudad trizada y segregada se endurece y consolida. Ni la acción reivindicativa organizada de los pobladores ni los importantes procesos de modernización impulsados por la red subterránea del metro lograrán revertir esta imagen de ciudad desigual y fragmentada. A la histórica segregación territorial se superpone de forma creciente una segmentación social que habla de la persistencia de una estructura social metropolitana polarizada. Es la contradicción entre una urbe que se moderniza, pero conserva los históricos patrones de segregación territorial junto a una creciente segmentación social que afiata el temor al otro.

Lo cierto es que las fronteras y las murallas al interior de la ciudad se consolidan. Santiago pasará a ser reconocida como una ciudad segregada a "gran escala", caracterizada por sus extensas zonas de pobreza, especialmente en el sur y el poniente de la ciudad y, al mismo tiempo la aglomeración de los grupos de altos ingresos en el área oriente (Sabatini, 1998: 12).

En los años noventa sin embargo, una incipiente segregación a pequeña escala territorial comienza a surgir a través de modernos y enrejados condominios en comunas tradicionalmente populares. El aumento y consolidación de las desigualdades sociales, la pérdida del control del territorio por parte del grupo de pertenencia, la crisis del Estado para garantizar la seguridad y protección de todos los ciudadanos, la inseguridad, el surgimiento de un modelo de ciudadanía privada basada en la "autorregulación" y la consecuente privatización de la vida social son algunos de los elementos más nombrados al analizar el surgimiento de estas ciudadelas amuralladas en la ciudad. (Salcedo, 2002: 24, Sabatini y Cáceres, 1999: 16). Hoy, a más de diez años de su nacimiento, estos lunares de riqueza en la pobreza abren fronteras sociales y espaciales dentro de la ciudad antes desconocidas (Márquez, 2003: 36).

Segregación física instituida por "enclaves fortificados" y muros simbólicos que los refuerzan. Una cultura de la protección sobrevigilada que se alía con un imaginario que se vuelve hacia el interior para satanizar la calle e idealizar la comunidad de iguales. Relato nostálgico de la celebración del ghetto (Sennet, 2001), que nos habla de procesos de desurbanización (García Canclini, 1997: 14) y un imaginario que habla del olvido de los ideales de la modernidad urbana. A la ciudad compacta preexistente se superponen hoy muchas ciudades, muchos enclaves que rompen con esta idea del centro como punto estructurante.

En síntesis, la segunda mitad del siglo XX marca profundamente nuestra ciudad de Santiago así como la vida de sus habitantes. Reconstruir las historias de estos viejos barrios y enclaves desde el relato de sus habitantes nos permitirá asimismo identificar algunas de las claves históricas que dieron forma, y a menudo desdibujaron, las identidades territoriales de nuestra ciudad.

¿Que es un barrio, tenemos barrios?

En términos de la conformación del fenómeno urbano, las ciudades parecen crecer por medio de sus barrios; ellos establecen marcas de diferenciación espacial y social, cuyo resultado más evidente es la segregación urbana (Gravano, 2003). Desde fines del siglo XIX, Santiago se ha caracterizado históricamente por su configuración segregada en ciertos barrios caracterizados por su pobreza y en otros, por su riqueza... lugares que hablan de una ciudad diferenciada territorial, social, económica y culturalmente.

El barrio es y ha sido en este sentido, segregación y frontera territorial en la ciudad. Barrios que rara vez corresponden a la división de las comunas, porque a veces "basta una calle, una esquina, para que todo un sector adquiera la misma modalidad." (Subercaseaux, 1940:193) Realidad tangible y material, espacio físico-arquitectónico que en su funcionalidad estructural contribuye a la reproducción de la sociedad.

El barrio constituye también un modelo de residencia y convivencia. Espacio de calles amables en las que se plasma el valor de la relación cara a cara, la tradición, la pertenencia, la solidaridad... En el barrio, escenario social y cultural, el espacio aglutina. A mayor expansión urbana mayor necesidad de reconocimiento del lugar "propio" y domesticado, donde operen normas y relaciones conocidas (De Certeau, 1996: 28; Gravano, 2003:48).

El barrio se construye desde la experiencia y la costumbre, por una manera de hacer, de pasear, de recorrer, a través de la cual el habitante y el transeúnte le toman el pulso a la intensidad y densidad de su inserción en este pequeño territorio. El barrio impone un saber hacer de la coexistencia, una convención social a la que sus habitantes no podrán escapar. Caminar en la calle, es siempre un acto que inscribe al habitante en una red de signos y convenciones propios a la vecindad. (De Certau, op.cit)

Pero no es ni la materialidad ni la cultura de la convivencia lo que distingue al barrio de otros espacios urbanos como el condominio, el barrio cerrado o el ghetto. El rasgo estructurante del barrio es su condición de intersticio, de puente, de trozo de ciudad que atraviesa y penetra la frontera entre el espacio privado y el espacio público. Es el espacio que resulta de un andar, de un caminar sobre calles que enlazan al espacio privado de la vivienda al conjunto de la ciudad y el mundo. Espacio intersticio de lo público/ privado, y en el cual no hay significación de uno sin el otro. En este sentido, el barrio es el espacio de la relación con el otro, pero no necesariamente un igual como si sucede en el ghetto, en el condominio cerrado o en las poblaciones erradicadas violentamente a los extramuros de la ciudad.

El barrio es siempre el punto de partida y de llegada en virtud del cual el espacio anónimo se vuelve espacio orientado y paisaje familiar. Es a partir del barrio - habitación, que lo cotidiano, -lo que pasa cada día - adquiere progresivamente su topografía. Punto de partida y punto de llegada, el barrio cierra el ciclo reiterativo de la cotidianeidad: barrio - calle - trabajo - calle - barrio. El barrio es entonces el punto mismo de todo este ciclo; el sitio circular de la biografía cotidiana (Giannini [1982], 1992: 50).

Es este carácter intersticial, lo que obliga a no confundir barrio con comunidad. Ciertamente el barrio es un punto de observación e interacción a pequeña escala fácil de identificar, de redes, de relaciones interpersonales y sociabilidad fuerte. (Francq, 2003: 87) Pero el barrio no es una sociedad total (Mauss, 1989) su posibilidad de existencia está dada por el carácter de su inmersión en una estructura social, urbana, económica y política mayor con la que se tejen y destejen vínculos. Las condicionantes estructurales y el flujo de recursos que por estos espacios circulan a lo largo del tiempo no pueden ser obviadas. En este sentido, el barrio no es la esencia de la vida urbana, él es una parte que se constituye y alimenta de las dinámicas urbanas; aunque en si mismo posee su propia coherencia y existencia. El barrio se consolida y se organiza por las fuerzas sociales que modelan y orientan la ciudad y su desarrollo. Talvez por eso mismo los barrios resisten en el tiempo, aún cuando las relaciones cara a cara se han deteriorado a causa del mismo crecimiento urbano o de los problemas que la sociedad le impone. (Lefebvre, 1976: 35)

El barrio es una forma de organización concreta del espacio y del tiempo en la ciudad. Forma importante, pero no esencial ni única. El barrio, sería el punto de contacto más accesible entre el espacio geométrico y el espacio social, el punto de transición entre uno y otro; la puerta de entrada y salida entre espacios cualificados y el espacio cuantificado; el lugar donde se hace la traducción (para y por los usuarios) de los espacios sociales (económicos, políticos, culturales, etc.) en espacio común, es decir, geométrico.

Aún estando equipado y dotado de buenos servicios, el barrio no es jamás autosuficiente; la estructura del barrio depende completamente de estructuras más vastas: poder político, institucional, local, regional, nacional... No es más que una ínfima malla del tejido urbano y de la red que constituye los espacios sociales de la ciudad. Y sin embargo, aún así, siendo reemplazable, es en este nivel donde el espacio y el tiempo de los habitantes toman forma y sentido en el espacio urbano. "Sin barrios, igual que sin calles, puede haber aglomeración, tejido urbano, megalópolis; pero no hay ciudad. El espacio y el tiempo social dejan de ser orgánicos y organizados." (Lefebvre, op cit)

Es este carácter intersticial, estructural y urbano también, lo que a menudo distancia a las relaciones de vecindad de la armonía comunitaria. Los barrios son siempre microsociedades calientes (Levi Strauss, 1977: 39), donde las transformaciones, los conflictos y las tensiones articulan y amarran en un frágil equilibrio a la ciudad. Cuando las murallas crecen y las relaciones con el entorno se enfrían, es por qué el barrio ha desaparecido para transformarse en una trampa de negación a la vida urbana; trampas y jaulas como los que hoy se concentran en las comunas más pobres y en los ghettos ricos de nuestra gran metrópoli

Identidad barrial, el poder de habitar

Todo barrio tiene un origen, todo barrio tiene una historia y trayectoria, pero no todo barrio tiene una identidad... esto es, un relato, un discurso donde se amarre en una trama continua y coherente el origen, la historia y un nosotros a un proyecto de futuro en relación al propio territorio. Sin este relato comprensivo del barrio, y sin una cotidianeidad que lo amarre no solo la identificación con el propio territorio se dificulta, también los vínculos de reconocimiento con la propia ciudad. Las representaciones de nosotros mismos en el mundo están íntimamente ligadas con las maneras en que ocupamos el espacio y hacemos territorio.

El territorio ha constituido desde siempre en nuestra ciudad de Santiago un recurso de integración e identificación al interior del propio grupo de pertenencia; pero también de desintegración/ distinción/ diferenciación en relación al resto de la sociedad. Los individuos, las familias y los grupos no habitan solamente sus barrios por el uso que pueden hacer de ellos, sino porque también son signos de prestigio, de distinción, de clasificación social.

La identidad depende también del hecho que este orden básico en el propio lugar no cambie de la noche a la mañana. Certitud de permanencia y continuidad de la pertenencia y la familiaridad; prueba que existe una cierta continuidad espacio temporal de modo tal que el cuestionamiento a la propia identidad se vuelva más difícil. El barrio, la población, la villa... así como el domicilio, es la llave irremplazable que permite aventurarse más lejos, en el mundo (Giannini, op.cit). En este sentido, la identidad no es solo una narración, sino también capacidad de acción y de movilización.

Es en este ir y venir, entre lo propio y lo ajeno, el domicilio y la calle, lo privado y lo público... que se construye la posibilidad de construir un relato de la historia próxima y lejana a la vez. Es a partir de las características reales y simbólicas del domicilio - barrio que se construye la salida hacia el espacio exterior, transformando entonces el espacio barrial en mapa, en territorio marcado, en paisaje.

No hay identidad territorial sin este ir y venir entre lo público y lo privado, entre lo común y lo propio, entre la habitación y el mundo. En este movimiento, la habitación y lo propio se ofrecen como el referente orientador de las andanzas para tejer la propia biografía en el campo del espacio público. Espacio, civil o público que se genera en virtud de las acciones humanas mismas y que hacen de él un espacio conflictivo de perpetuo ejercicio de sociabilidad y ciudadanía.

El concepto de identidad territorial se levanta como clave para aproximarse a la realización colectiva de ciertas búsquedas individuales. Es decir, que un grupo comparta efectivamente un conjunto importante de atribuciones de significado. Los significados que alimentan las identidades no provienen únicamente de enunciados discursivos, una importante fuente de esos significados provienen de prácticas concretas y del contexto físico en que ellas se desenvuelven. Es a esta condición de la identidad que se denomina territorialidad y que Lefebvre atribuye el poder de habitar. La territorialidad es un rasgo compartido por todos los sujetos sociales, y por ello es un componente básico de su identidad. Un componente cuyo peso, varía en las diversas coyunturas históricas, en beneficio de dimensiones laborales, políticas, étnicas... Y aunque el sentimiento de pertenencia en nuestras ciudades pareciera estar ligado a un gran espectro de espacios urbanos, la valorización e identificación de los vínculos de intercambios simbólicos y afectivos en el pequeño territorio que representa el barrio y la vecindad continúan presentes.

¿Cómo se construyen entonces las identidades barriales? La respuesta no proviene solo de la capacidad de construir un relato identitario, sino de la situación de poder en que ese relato se encuentra. Es su ubicación en relación al poder lo que podrá otorgarle a este relato un cierto grado de coherencia, capacidad de acción, capacidad interpretativa de su pasado, pero sobre todo de legitimidad frente al resto de la sociedad. Claude Levi Strauss planteaba que para que la identidad goce de legitimidad, no basta un relato continuo y coherente de la memoria, barrial en este caso, sino que siempre es imprescindible el reconocimiento de este relato por parte de un otro. Es decir, una mirada, que a modo de un espejo, devuelva al barrio y sus habitantes, la imagen que se desea proyectar. Cuando esta imagen se devuelve distorsionada, estigmatizada, la identidad se tensiona, se debilita y a veces se fragmenta irremediablemente, afectando toda capacidad de acción y proyección en el tiempo. Cuando las narrativas identitarias de estos pequeños territorios que hoy llamamos barrios, pierden su carácter intersticial, de puente entre el mundo privado y el mundo de lo público, entre el hogar y la ciudad, ellas se transforman irremediablemente en la trampa identitaria del ghetto.

Sintetizando diremos entonces que en toda génesis de las identidades territoriales participan las siguientes dimensiones:

a) Un relato de la historia y la memoria del territorio: Esto es, una narración donde se amarre en una trama continua y coherente el origen, la historia y un nosotros a un proyecto de futuro. Sin este relato comprensivo y utópico del barrio, la identificación con el propio territorio no se construye. El recordar es entonces un ejercicio esencial a estas identidades territoriales; a través de él se configura en el presente los acontecimientos pasados para un futuro que todavía no es. El recuerdo, es justamente lo que une en una experiencia coherente tres dimensiones temporales. No recordamos por simple repetición, sino a través del ejercicio de componer el pasado en función de lo que está en juego en el presente. La memoria individual necesita en este sentido, del eco de la memoria de los otros...ella siempre tiene una dimensión colectiva. (Candau, 2002: 54)

La facultad de la memoria sin embargo, se ejerce siempre en marcos instaurados por la sociedad y que, en parte, la determinan. No hay memoria posible fuera de los marcos que utilizan los hombres que viven en sociedad para fijar y encontrar sus recuerdos. Los marcos sociales de la memoria encierran y relacionan entre si nuestros recuerdos más íntimos. En este sentido, la memoria individual es siempre un punto de vista sobe la memoria colectiva. (Halbwachs, 2004: 14)

La afasia, a menudo se vincula a una alteración profunda de las relaciones entre el individuo y el grupo; es decir, por una ruptura de los marcos sociales de la memoria. (Halbwachs, ibid) Cuando estos marcos se destruyen, se rompen o se modifican los modos de memorizacion de una sociedad se transforman para adaptarse a los nuevos marcos sociales que habrán de instaurarse. La memoria colectiva no es sino un sistema de interrelaciones de las memorias individuales.

b) Poder y reconocimiento: Para que la identidad goce de legitimidad, no basta un relato continuo y coherente de la memoria barrial, sino que es imprescindible el reconocimiento de este relato por parte de un otro. Es decir, una mirada del otro, que a modo de espejo, devuelva al barrio y sus habitantes, la imagen que se desea proyectar. Cuando esta imagen se devuelve distorsionada, estigmatizada, la identidad sufre, se tensiona, se debilita y a veces se fragmenta irremediablemente, afectando toda capacidad de acción, toda proyección en el tiempo.

En las identidades siempre existe una relación estrecha entre reconocimiento y auto-comprensión, entre la mirada que el otro tiene de mí y la mirada que yo tengo de mí mismo. En la medida que no exista ese reconocimiento del relato identitario, no existirá posibilidad de construir una identidad territorial (con historicidad), esto es, una identidad donde la memoria y la propia historia se transformen en proyecto sobre el propio territorio. El relato nostálgico y de reclamo de muchas villas de pobreza, responde justamente a esta imposibilidad de reconocimiento de una memoria, una historia y una trayectoria de esfuerzo y pobreza que no logra transformarse en una proyección de sí mismos en el tiempo y en la sociedad en su conjunto. Invisibilidad que los deja atrapados en la nostalgia de un pasado idealizado.

c) El proyecto de la identidad: Poner en marcha los propios deseos y aspiraciones, no es un asunto solo de saber-hacer, sino también de poner en escena, en actos prácticos y simbólicos, un saber-ser. La confianza en este sentido, constituye una dimensión esencial del sentimiento de vivir en sociedad. Superar la situación de incertidumbre y de estar a medio camino entre los márgenes y la sociedad, exige tener la prueba de su fiabilidad, de la previsibilidad de sus comportamientos... el problema central entonces se vuelve el de producir estas condiciones de reconocimiento, aceptabilidad y cohesión social. No solo en su interior sino también con el todo mayor. Para que la identidad barrial se construya se necesita ejercer un control sobre las propias decisiones, de modo que ella se exprese en una acción práctica, en toma de decisiones, en un poder simbólico y práctico que demuestran el carácter permanente e histórico del barrio. En este sentido, la identidad no es solo una narración, sino también capacidad de persuasión y de acción.

d) Del espacio al lugar: paisajes identitarios: Finalmente, no existe identidad, vinculo e historia que no se concretice e inscriba en un tiempo y un espacio. Las memorias así como las identidades están ligadas al tiempo de la misma manera como se ligan al espacio. El tiempo puede percibirse de manera cíclica, reversible, continua o lineal, pero siempre habrá una dicotomía: antes / ahora que organiza toda rememoración.

La topofilia de la memoria nos habla de la propensión del recuerdo para construirse espacialmente, para inscribirse en un espacio y un lugar. Un locus de memoria contiene siempre una imagen de memoria. Todo el arte de la memoria se funda en la construcción de un sistema de lugares y de imágenes: quien relata su vida en el barrio requiere primero definir el itinerario de lugares, arquitecturales, ficticios o reales: luego de aprender de memoria este itinerario fabrica imágenes de las informaciones que va a memorizar y las ubica en los diferentes lugares del itinerario. Las imágenes se disponen de tal manera que el orden del discurso y el de los lugares se confunde, y entonces el recorrido mental del itinerario provoca reminiscencias.

En este sentido, narrar la propia historia es también inscribirla en un espacio que se ha vuelto un lugar. El Lugar está vinculado con la idea de identidad y de sentido simbolizado: el lugar antropológico; universo de reconocimiento en el que cada uno sabe cuál es su sitio y el de los demás y los puntos de referencia espaciales, sociales e históricos que comparte con sus pares.

No existe lugar o espacio social, utilizando la conceptualización de Bourdieu (1994: 123), que no tenga su correlato en el espacio físico; es decir podemos leer la posición de los agentes sociales a partir del lugar que ocupan en el espacio físico. Sin embargo, así como el espacio físico es definido por la exterioridad mutua de sus partes, el espacio social es definido por la exclusión mutua (o la distinción) de las posiciones que lo constituyen, es decir como una estructura de yuxtaposiciones de posiciones sociales.

La pregunta entonces es ¿Cómo es que la especialidad material se ha transformado en un universo significado? ¿Cómo ha logrado pasar de un espacio a un lugar antropológico? Ello implica entonces indagar en aquellas huellas y marcas que sus habitantes, a lo largo de los años-, y desde su particular inscripción en las estructuras económicas y políticas, han inscrito en este territorio.

La investigación y la encuesta

La investigación que aquí se presenta se propone analizar la génesis identitaria de seis barrios que nacen a mediados del siglo XX. A través de la descripción densa de la historia urbana de estos barrios, nos preguntaremos como ellas son vividas cotidianamente y como estas experiencias contribuyen a la formación de identidades territoriales.

Nuestra premisa es que las vidas cotidianas de estos barrios se configuran en un proceso de determinación reciproca tanto desde su condicionamiento estructural, como de su construcción ideológica de significación. Está por un lado, la distribución espacial de la población, el grupo socioeconómico, el o los tipos de viviendas, el paisaje urbano, su conectividad a la ciudad, pero también las formas de identificación y confrontación a través de las cuales los habitantes de este mismo territorio recuerdan, interpretan y significan esa realidad vivida.

En este documento sin embargo, me centraré esencialmente en los resultados de una encuesta aplicada en estos seis barrios sobre la percepción de la identidad barrial. Son 595 encuestas estructuradas sobre las dimensiones que teóricamente hemos definido como esenciales a la identidad territorial. Es necesario advertir que la elaboración de esta encuesta no habría sido posible sin un trabajo etnográfico que le precedió; es desde este trabajo que se pudieron constituir las categorías de respuestas que se ofrecen a los habitantes de estos barrios.

Encuesta percepción e identidad barrial - Fondecyt 1050031

Identidades barriales en Santiago

Del universo de encuestados (595 respondentes), algo más del 40% llegó a habitar su barrio en el período fundacional, 1950 y 1970; por tanto vive en él entre cincuenta y treinta años. El resto de los habitantes se distribuye homogéneamente desde los años setenta en adelante. Consecuentemente con la antigüedad en el barrio, un 85% de los residentes son propietarios de sus viviendas y solo un 7.2% arrienda. Este porcentaje es similar para los seis barrios estudiados.

La memoria: El trabajo etnográfico nos indicaba que el relato identitario de estos barrios se asocia fuertemente a un mito de origen, a un mito fundacional. La encuesta lo reafirma, la memoria de los hechos fundacionales sigue viva aún entre los recién llegados, el relato circula oralmente entre los pasajes y las esquinas, conformando un saber compartido por el vecindario, sin importar la antigüedad de su residencia. Un 87.2% conoce y ha escuchado hablar de algún hito fundacional y un 76% de los hitos de desarrollo urbanos ocurridos en relación al barrio2. Es interesante destacar que el relato oral opera pues las respuestas tienden a ser similares entre los residentes más antiguos y los recién llegados. Asimismo un 60% ha escuchado hablar de los hechos vinculados a la dictadura en el propio territorio, aunque más concentrado entre los que llegaron hace 28 años y más al barrio. La generación que más sabe y ha escuchado hablar de su historia es la que llegó entre 1970 y 1979, una generación de residentes que llegó al barrio durante el periodo más convulsionado y duro de la dictadura del General Pinochet. Estos territorios sin embargo, parecen haber sido espacios de circulación de información significativa.3

Al preguntárseles a los vecinos si recuerdan cuando nació su barrio, un 56% de los encuestados sitúa la fecha correctamente en el período fundacional, pero un 23% no sabe, correspondiendo a los que han llegado después del 2000.4 Frente a la pregunta ¿Quién o quiénes de estas instituciones o personas fueron los que construyeron este barrio? Se confirma la hipótesis levantada desde las etnografías, en el sentido que solo un 7.9% señala al gobierno o el municipio como actor central5; en cambio la mayor parte identifica como artífices del barrio mayoritariamente a las organizaciones y colectivos de vecinos en primer lugar, luego a los arquitectos y a la iglesia.

Pertenencia / Nosotros: Los seis barrios estudiados son de un gran sentido del arraigo y la pertenencia al propio lugar, un 77,1 % de los residentes no se cambiaría de barrio aunque pudiera. Este porcentaje es relativamente similar entre las generaciones de vecinos, pero es especialmente significativo entre los primeros habitantes.6

Existe una estrecha asociación entre arraigo al lugar y la percepción de la gente del vecindario. Para estos encuestados el vecindario se lo define como una  población trabajadora, tranquila y organizada.7 Asimismo, para un 51% de los encuestados la mayoría de las personas que viven en su barrio son "pacíficas, buenas personas", en esto coinciden tanto los antiguos como nuevos residentes.8 La confianza entre vecinos asimismo, es alta, un 76.7% de los encuestados, algo más de mujeres con más de 50 años de residencia, señala que se puede confiar en la gente de su barrio. Aún cuando se observa una leve asociación entre el deseo de quedarse en el barrio con la participación en organizaciones, esta no es significativa, la mayoría no participa; aunque es el club deportivo el que más arraigo genera.9

Un 62.7% tiene una buena imagen de su barrio, un 21.4 % una muy buena imagen. Este percepción positiva se acrecienta entre los recién llegados al barrio (73.2%) Esta percepción está asociada fuertemente a un barrio de personas trabajadoras, esforzadas y de sacrificio.10

Frente a la pregunta que es lo que más le gusta de su barrio, el 31% responde la tranquilidad y el 13.2 % su gente. Que es lo que menos le gusta, un 39.8% la droga y delincuencia, aunque pocos lo consideran un hito relevante de la historia barrial.

El reconocimiento: Un 60.4% de los vecinos cree que la imagen que el entorno tiene de su barrio es buena o muy buena, y un 31.1 % que es mala.11 Sin embargo, entre estos últimos, un 33% posee una buena imagen de su barrio e incluso que sus vecinos son  trabajadores y esforzados. Esta percepción de estigmatización es especialmente importante para la Población San Gregorio que muestra los índices más duros de estancamiento socioeconómico. Interesante es señalar que el 73,7% de los vecinos de esta población que considera que la gente es organizada y unida, piensa que el entorno tiene una buena imagen del barrio. Es decir, reconoce una proyección del propio esfuerzo en la construcción de la imagen del barrio hacia el entorno.

Es interesante señalar que un 63.4% de los residentes de estos barrios, considera que la municipalidad no toma en cuenta las decisiones de los vecinos. Este porcentaje es especialmente importante entre aquellos vecinos que llevan más de cuarenta años residiendo en el lugar.

Una percepción de barrio muy malo se asocia a un deseo de irse (61%), en especial para las mujeres (92.3%); una percepción de un barrio muy bueno se asocia a la percepción de quedarse.12 En este sentido, no es la participación la que incide en querer quedarse sino la percepción que cada uno tenga del vecindario, así como de la estigmatización del entorno y las evidencias del empobrecimiento de las familias que habitan en el lugar. La valoración estética positiva entre los barrios más acomodados como Jardín del Este y el Llano Subercaseaux es también una variable que incide fuertemente en el deseo de quedarse (87.5%).

Proyecto identitario: Entre los hechos que han ayudado a unir al barrio se señalan aquellos vinculados al desarrollo organizacional (15,7%), al desarrollo urbano (12.8 %) y  a los hitos fundacionales (12.4%). Entre los habitantes que llegaron en los comienzos (entre 1960-1970), los hitos fundacionales continúan teniendo una mayor importancia como factor de unión que para las demás generaciones. Para los recién llegados son más relevantes para la unión del barrio  factor vinculados al desarrollo económico y urbano.

En relación a los hechos que han dividido al barrio, para un 30.1% - especialmente vecinos fundadores - éstos no existen.  Entre los hechos que han dividido al vecindario se señalan hitos de crisis económica (17.6%), hitos de la dictadura (14.6%) e hitos de desarrollo urbano (13.1%). La dictadura toma mayor importancia entre los que residen en el barrio desde 1960 a 1979, es decir, aquellos probablemente con mayor formación política y más directamente afectados por la represión. Para los que llegaron entre 1980 y más recientemente los hitos económicos han sido un factor importante de división, mención que aumenta a más de un tercio de las respuestas entre los que llegaron en el 2000.

Paisaje identitario: Los lugares que más gustan y se valoran en estos barrios, son en orden de importancia: la casa (34.3 %), la iglesia (21.3%) y las plazas (18.5%). Los tres lugares son especialmente valorados para las generaciones antiguas. Los lugares señalados como los más representativos varían de un barrio a otro. Sin embargo, es interesante señalar que los criterios que priman en la elección son fundamentalmente dos: lugares que destacan por su arquitectura y paisaje (31.4%); lugares que representan y contienen la historia del barrio (24%). En el primero criterio  se agrupan los residentes más nuevos y en el segundo, aquellos más antiguos, en especial los fundadores.

En relación a los lugares del barrio que no agradan, para un 25% de los encuestados no hay lugares en sus barrios que no les agraden. Un 21.7% señala las calles y un 10% las juntas de vecinos; es decir ambos espacios de quehacer público. Entre los criterios para definir si un lugar del barrio no agrada, se señala el criterio de antiestético (30.5 %) e inseguridad (23%).

Conclusiones preliminares

Una primera lectura de esta encuesta así como del trabajo etnográfico, avala la importancia de la década de los sesenta en la conformación y consolidación de nuestra ciudad de Santiago. No sólo porque es la década en que se constituye una política habitacional y urbana como nunca antes había existido en Chile, sino también porque estos son años en los que se configuran enclaves barriales fuertes en sus identidades y cohesión social. Fueron décadas en las que, a pesar de la fuerte tutela y rol del Estado en la configuración de estos territorios, sus habitantes se percibieron como principales y a veces únicos artífices de sus barrios y viviendas.  Una actoría que sin embargo, estuvo lejos de desarrollarse en un escenario desprovisto de otros, por el contrario, fueron por definición escenarios abiertos donde la trama de la propia historia se tejía a múltiples voces. Los mitos fundacionales y los relatos épicos que aún se relatan una y otra vez al interior de estos territorios, atestiguan que la convocatoria era abierta y los convocados muchos

La lectura de estas historias, advierte también que en estos enclaves el quehacer de la política, como res pública, cubría todos los ámbitos de la vida; era un pueblo culto, señala el arquitecto Castillo Velasco a propósito de los pobladores de Villa La Reina, ícono de la autoconstrucción tutelada por el Estado, pero también de la promoción popular y la Revolución en Libertad de Frei Montalva. Había proyecto; un proyecto desarrollista, pero en el que se entremezclaban procesos de desarrollo capitalista13 con propuestas de integración, al país, a la ciudad, a la población... Un proyecto con un Estado referente a la acción colectiva; aunque nunca llegase a ser un Estado completamente benefactor. Desde mediados de los sesenta, desde Frei a Allende, década en que nacen los proyectos revolucionarios herederos de la revolución cubana, se consolida también un nuevo tipo de contrato social. Fueron procesos y proyectos que no cristalizaron en estructuras claras, no hubo en Chile sociedad industrial14, pero si hubo procesos sociales, de sentimiento de ser parte de una nación, que aunque no llegó a cristalizarse en un modelo de contrato social, por cierto dejó huellas profundas en la memoria de todos.

Lo que nos muestran los relatos de vecindario es que en Chile tuvimos una polis o varias polis. El año 1973 se inicia, con la represión y las profundas reformas neoliberales que afectan al país y su gente, un proceso de erosión identitaria que hasta hoy pareciera no revertirse (Bengoa, 2007). Son tiempos de quiebres y desconfianzas como recuerdan estos habitantes, pero también de fuerte repliegue hacia adentro, hacia el vecindario y hacia la propia casa. Al punto que algunos vecinos ya no sabe si recordar estos tiempos, como los del temor o de las solidaridades entre vecinos. Pero lo cierto es que la condición de polis y de ágora, entendida como la gran mesa que reunía a actores diversos en torno al proyecto poblacional o barrial, se desdibujó. Y con ello también, la condición urbana y de diversidad que estos proyectos territoriales contenían en su interior. La reclusión y la resistencia abren espacio al nacimiento del ghetto y del estrechamiento de las delimitaciones que definirán el escenario de la acción.

Tal como señalan los relatos, cuando retorna la democracia, la percepción si bien es de esperanza y alegría, ella tiene algo de ficticia. La relevancia que alguna vez tuvo la democracia en sus vidas, parece no haberse recuperado. La casa y a veces la iglesia, son hoy los espacios del barrio que más se valoran. Aún cuando, muchos aún recuerdan e incluso son capaces de identificar aquellos lugares que alguna vez fueron significativos para la colectividad (el mercado, la plaza, la capilla...). Pero más que espacios ocupados y actualizados en su significado histórico, estos permanecen en la memoria como referentes al propio mito de origen. Un mito que deshistoriza y a menudo hipertrofia la memoria, recluyéndola en la nostalgia y vaciándola de su posibilidad de activación de las fuerzas que le dieron vida.

Con el regreso a la democracia, se hace más evidente que el poder está en otra parte y no en el régimen político. Una política que no hace lo que debe hacer, pero que funciona mejor, que trae el metro a la puerta, que invierte en proyectos sociales, que mejora sus calles, pero que finalmente es menos relevante. Pocos son los vecinos que perciben que el gobierno local, los consulta y los considera en las decisiones que les atañen. Hay un desmembramiento de la polis y sus partes. Entre los años cincuenta y sesenta la política no solo articulaba lo local y lo nacional, sino también era fuente de sentidos para las identidades y la acción colectiva. El mundo se podía cambiar, la política definía subjetividades, tenía una dimensión existencial. Los relatos muestran que esta dimensión subjetiva y profundamente formativa, se perdió. La política era un proyecto que se disputaba y en esa disputa la organización adquiría todo su sentido. No deja de resultar paradojal que, en un tiempo que las personas buscan justamente sentidos y significados en estas pequeñas colectividades que son los barrios, las poblaciones, las villas y los condominios (Fondecyt Nº 1020266), la política no haya logrado recuperar su sitial.

A pesar de las fuertes transformaciones sufridas por la sociedad chilena, nuestro estudio indica sin embargo, que estos territorios conservan aún características que hablan de una cierta "identidad territorial", esto es, un cierto margen de control sobre el propio territorio o lo que hemos llamado "el poder de habitar". En estas identidades barriales se descubren aún cuatro dimensiones que las constituyen: i) la continuidad histórica del relato de sus habitantes, esto es, una densidad histórica que advierte de la presencia de un "mito fundacional" y un relato épico de "batallas ganadas" y "batallas perdidas" en la ciudad; ii) una coherencia del relato identitario que anuncia la presencia y permanencia de un "nosotros" en el tiempo; iii) un paisaje identitario, entendido como el espacio significado y modelado (forma y mirada), sentido y orgullo de la belleza de lo propio; iv) una percepción de reconocimiento de este relato y de esta historia por el resto de los habitantes de la ciudad.

Estas cuatro dimensiones si bien tienen su origen y su explicación en los procesos vividos en la década de los cincuenta y sesenta, hoy se reactualizan bajo nuevas formas y modalidades de expresión.15 Estas dimensiones identitarias e históricas son, a nuestro parecer, las que han posibilitado que a lo largo de estas décadas este universo de barrios pueda aun ser un modelo territorial donde se conjugan: i) la residencia y la convivencia; ii) el arraigo y el reconocimiento en un lugar de la ciudad; iii) una red de signos y convenciones propios a la vecindad; iv) la seguridad y la confianza entre iguales; v) y por sobre todo, que ellos puedan aun conservar - en grados diferenciados - su condición de intersticio, de puente, de trozo de ciudad que atraviesa la frontera entre el espacio privado y el espacio público.

Notas

2 Un 64% sabe de las organizaciones en el barrio.

3 Llama la atención que los hitos vinculados a la inseguridad, la delincuencia y la violencia casi no se mencionan como relevantes, solo un 0.9% de las respuestas, incluyendo Unidad Vecinal Portales que ha sido categorizado como barrio crítico según el Estado. Por el contrario, la encuesta corrobora el trabajo etnográfico respecto a la percepción de seguridad que sus habitantes tienen en relación al propio barrio/ población.

4 Este porcentaje es más importante en El Llano Subercaseaux, barrio que ha sufrido importantes transformaciones inmobiliarias, de desplazamiento de los antiguos habitantes y de llegada de jóvenes matrimonios que compran en los edificios construidos recientemente.

5 Este porcentaje es igualmente bajo en el caso de la Población San Gregorio que sí fue construida por el Estado y la CORVI.

6 Un 85% entre aquellos que viven entre 48 a 57 años en su barrio; y a un 81% entre los que llegaron el año noventa con la recuperación de la democracia.

7 Tranquilas y organizada llega a un 84.2%. Interesante es señalar que entre los pocos encuestados que consideran al vecindario como drogadicto, el deseo de irse del barrio aumenta a un 66.7%. La percepción de un vecindario de personas escandalosas y mal vivir también hace subir las preferencias de irse a un 50%. Algo similar ocurre entre quienes perciben que la población es muy antigua. La percepción de tener vecinos individualistas no incide en el deseo de permanecer en el barrio.

8 Para un 18.2%, residentes de más de 18 años de antigüedad, son trabajadoras, esforzadas, de sacrificio, y solo un 13.4% Individualistas, desunidas, egoístas.

9 La principal diferencia de género esta en el tipo de valoración de hombre y mujeres, entre los hombres que perciben que los vecinos son organizados, el 100% se queda en su barrio; entre las mujeres que perciben que son tranquilos, el 83% se queda.

10 El escaso 12.8% de los habitantes que percibe que el barrio tiene una mala imagen, lo asocia a la drogadicción, alcoholismo y narcotráfico.

11 Un 59.2% de los que tienen una mala imagen de su barrio, piensan que el resto también tiene una mala percepción. Solo un 5.2% señala que la imagen del entorno es muy mala, en especial entre las personas que llegaron a fines de los sesenta.

12 Pero son los hombres los mas influenciables con la imagen del barrio, son ellos quienes quisieran mayoritariamente irse si la imagen es negativa (68.8% vs 53.3% de mujeres).

13 Venida del presidente Eisenhower a la inauguración de la Población San Gregorio; hecho que se mitificará y perdurará como tal hasta hoy día.

14 Ejemplo del proyecto de parque industrial para Villa la Reina; o el caso de la crisis de la industria textil en Patronato con la apertura de los mercados y la neoliberalización de la economía.

15 En el caso del Llano Subercaseaux, sin embargo, postulamos que esta identidad territorial se expresa hoy en un constructo del mercado inmobiliario, que valiéndose de viejos referentes identitarios, seduce a una clase media ascendente y aspiracional, a adquirir departamentos en el sector.

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