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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  n.15 Posadas dez. 2009

 

ARTÍCULOS

El señor de los mangos. O las antípodas morales del etnógrafo

Diana Arellano*

* Docente e Investigadora de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones y Alumna del Programa de Postgrado en Antropología Social. e-mail: dianamabela@yahoo.com.ar

Resumen:

Cuando desde la Antropología Social se aborda la Violencia de Estado, los entrevistados son principalmente las víctimas de esa violencia -con quienes el investigador y, la comunidad científica en general comparten un posicionamiento ético frente a unos Derechos Humanos violados- y por lo tanto, el principal problema metodológico consiste en aprender a "escuchar el sufrimiento" y distanciarse emocionalmente.
Por ello, en este artículo me propongo problematizar aquellas situaciones de entrevista etnográfica en las que, las cualidades de la relación empática - selección previa del entrevistado, por parte del etnógrafo y, una valoración ética y moral compartida - no están presentes. Es decir, cuando el entrevistado es ese "otro moral", perpetrador de la Violencia de Estado, quien busca al etnógrafo y lo pone frente a una narración de lo inconcebible y al mismo tiempo, ante la posibilidad de una comprensión holística de la violencia.

Palabras Clave: Comprensión holística; Entrevista etnográfica; Empatía; Alteridad

Abstract:

When Social Anthropology addresses the topic of Estate's Violence, generally the respondents are victims of such violence. Usually, the researchers and the scientific community shared an ethical position against the violation of human rights  and therefore one of the main problems in this situation is to learn how to listen to the suffering with enough emotional distance. In this article I propose to analyze ethnographic interview protocols, when such emphatic relation is not present, when the respondent is an 'other moral being' (e.g one of perpetrators of Estate's Violence) who seeks the ethnographer and makes him to face the narrative of such violence.

Key Words: Holistic understanding; Ethnography interview; Empathy; Otherness

Fecha de recepción: Diciembre 2008
Fecha de aprobación: Octubre 2009

Introducción

En América Latina, las ciencias sociales multiplican exponencialmente los estudios sobre hechos traumáticos a partir de mediados de los años ochenta, con la caída progresiva de los gobiernos dictatoriales y el retorno de las garantías constitucionales.

Se pone al desnudo la barbarie desatada por la política de la Guerra Fría en la región, con su exterminio de poblados enteros, desapariciones, ejecuciones y persecución política del enemigo interno constituido por grupos más o menos delimitados en cada país, pero siempre con una supuesta vinculación con el Comunismo Internacional. Todos estos estudios tuvieron como base teórica la producción acerca del "Holocausto que operó como condensador de los discursos de todas las memorias, como un prisma para mirar otros genocidios" (Huyssen, 2002: 17).

Los estudios sobre memoria y violencia coinciden con la emergencia de los Nuevos Movimientos Sociales creando esferas públicas de memoria reivindicativa, en contra de las políticas de olvido y disolución de las responsabilidades individuales, como la fórmula para la reconstrucción democrática promovida por los regímenes post-dictatoriales a través de reconciliaciones nacionales, amnistías, leyes de punto final o simplemente, a través del olvido represivo (Huyssen, 2002).

Es decir, la necesidad social de significar el trauma  dictatorial y sentar las bases para la reconstrucción democrática abonaron una perspectiva científica pragmática de cariz militante por los Derechos Humanos que, si bien  contribuyó a la pacificación, obliteró durante mucho tiempo toda posibilidad de abordaje científico de la Violencia de Estado: era necesario denunciar, confrontar y ayudar a recordar, para que no se vuelva a repetir. El rol social dinamizador y militante de los investigadores primó sobre cualquier reflexión crítica. Sumado a esto, las políticas públicas dieron un fuerte impulso material y simbólico a la reconstrucción del pasado dictatorial desde la perspectiva unívoca de los sujetos violentados a quienes se constituyó como "víctimas" a partir de esta intervención.

Aunque en la mayoría de los países post dictatoriales de América Latina se reabren las causas contra los represores, sólo proliferan los estudios desde una perspectiva macro, que tiene como premisa una decisión de Estado, prácticamente sin actores, en los que subyace una reificación del poder de las instituciones de seguridad para anular la voluntad y la capacidad reflexiva de sus miembros, principalmente de quienes son acusados judicialmente de tener responsabilidades institucionales y políticas y, de aquellos que son señalados como brazos ejecutores de la Violencia Estado  por sus propias víctimas directas.

El supuesto: un infranqueable silencio de los perpetradores que reduce a cero el acceso a este tipo de entrevistados. Aunque no abundan las comunicaciones sobre los intentos fallidos de obtener entrevistas con perpetradores, funciona como una razón de peso para continuar reproduciendo el sesgo hacia la versión unilateral de las víctimas. La supuesta imposibilidad de acceder a los perpetradores de la violencia justifica con creces lo que en principio considero una falencia metodológica de los estudios antropológicos que preconizan un abordaje complejo y una mirada holística, con  las voces de todos los actores intervinientes.

El resultado: de la Violencia de Estado, las ciencias sociales conocen de primera mano, sólo la versión de las víctimas.  El relato de los hechos desde la perspectiva de los victimarios se recoge casi exclusivamente a partir dos fuentes secundarias: los documentos judiciales -particularmente los alegatos orales- plasmados en las declaraciones que los perpetradores realizan, haciendo uso del derecho a la no auto incriminación frente a la probable condena, y/o, cuando no juntos, artículos periodísticos impactantes, no exentos de exhibición  y, prima facie, condenatorios.

Esta afirmación, de manera alguna es un intento de justificación de la Violencia de Estado, declarada por organismos internacionales delito de lesa humanidad; sólo intenta señalar una cuestión metodológica que pone en evidencia la diferencia en la calidad de los datos sobre los que se construyen los estudios sobre la Violencia de Estado; cotejar lo mucho que sabemos de las víctimascomparativamente con lo que sabemos de los victimarios, construyendo de estos últimos una imagen des-subjetivizada, autómata (versión posmoderna del malvado congénito) que resigna toda posibilidad de conocer a los actores- actuantes de la violencia, reduciéndolos a 'simples brazos ejecutores de una entelequia del poder', sobre los que no hay nada que decir (García, 2000).

La antropología participa también de este tipo de abordaje, teniendo como informantes casi exclusivos a las víctimas de esa violencia, con quienes se comparte un horizonte ideológico y un posicionamiento ético de defensa de los Derechos Humanos por lo que, el problema metodológico central es entonces: aprender a "escuchar el sufrimiento" que, aunque pasado, permanece y se actualiza en el relato.

En segundo lugar, el trabajo etnográfico nos advierte sobre la posibilidad concreta de encontrarnos en la observación participante en situaciones no previstas o calculadas previamente. Sin embargo no existe el mismo grado de advertencia respecto de los entrevistados que se nos presentan espontáneamente y demandan nuestra escucha.1 Por ello, el objetivo de este artículo es problematizar la situación de entrevista etnográfica cuando ninguna de estas dos cualidades de la relación empática  - selección del informante por parte del etnógrafo y una valoración ética y moral compartida- están presentes. Es decir, cuando el entrevistado es uno de los perpetradores de Violencia de Estado cuyo nombre hemos escuchado tantas veces de boca de las víctimas y, es él mismo quien busca al etnógrafo para darle su versión de los hechos.

Los perpetradores de la violencia en la Dictadura del Paraguay

En la Violencia de Estado de la Dictadura del General Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-1989) los datos sobre los perpetradores provienen de dos acervos importantes: 70.000 documentos que se conocen como los "Archivos del Terror", descubiertos en el año 1992  en una comisaría del Municipio de Lambaré (Asunción, Paraguay), uno de los repositorios más completos y mejor conservados de los procesos dictatoriales en América Latina. A partir de los mismos se accede por primera vez a una versión de la Violencia de Estado, desde los perpetradores. Pero, si bien este acervo documental es valioso en tanto constituye una prueba indeleble de que en Paraguay efectivamente hubo tortura, presos políticos y un sistema de control sistemático de la ciudadanía, se trata de documentación institucional y administrativa de los organismos represivos. No hay allí más que informes oficiales de procedimientos institucionales específicos, en los que el tenor y contenido de las declaraciones de los presos políticos pone en evidencia que son tomadas bajo apremios, por el grado de auto-incriminación e incriminación de sus pares.

El Archivo del Terror nos permite conocer el sistema represivo paraguayo en su totalidad, incluyendo las vinculaciones con otros sistemas represivos del Cono Sur, no desde una perspectiva macro sino desde su operar cotidiano, desde las fichas de seguimiento a los sospechosos, la grabación sistemática de programas radiales considerados opositores al régimen, la censura sobre todo tipo de material periodístico, literario y científico considerado opositor y el registro de traslados e intercambio de detenidos entre las dictaduras del Cono Sur en el llamado Operativo Cóndor.

El otro gran reservorio es el de la Comisión de Verdad y Justicia del Paraguay  que, contiene el descargo que hacen los supuesto victimarios, señalados a partir de las acusaciones de las víctimas de la dictadura que dieron sus testimonios a la Comisión. Cuando estos "señalados" acuden ante la Comisión a hacer su descargo, aunque ésta institución no tiene poder judicial, lo hacen acompañados de sus abogados y entonces, la estrategia de la defensa es nuevamente la negación o el silencio.

Es decir, sigue faltando el relato de los hechos de los "otros" perpetradores de la Violencia de Estado que considero, no podrá producirse en la esfera periodística, judicial o institucional sino, en la esfera de la investigación científica en la que, el conocimiento se ponga por encima de los intentos de hacer justicia o de crear una opinión pública democrática, cuestiones que exceden absolutamente a nuestra producción.

Sólo recientemente y de manera incipiente, los investigadores revisan la posibilidad de enfocar la problemática desde una nueva perspectiva.

De acuerdo con Dennis Rodgers (2004) dentro de las ciencias sociales, es la investigación antropológica de la violencia, el ámbito que puede abordar un estudio con herramientas metodológicas que, al igual que en el estudio antropológico de cualquier otro fenómeno social, considere todos los lados de la ecuación para comprender dichas prácticas, a los efectos de no resignar aquella capacidad holística que Max Weber denominó "verstehen", o entendimiento interpretativo, que supone un abordaje complejo de los procesos con todos sus actores en un contexto específico.

En referencia a la técnica de entrevista etnográfica, en su estudio de las pandillas urbanas en Managua, el mismo Rodgers sostiene que "los estudios antropológicos de la violencia han tendido a mostrar un sesgo hacia las víctimas de la violencia en lugar de dar cuenta también de los perpetradores de esa violencia, estudiando a estos últimos fundamentalmente a través de métodos pasivos" (Rodgers, 2004: 1).

Esta cuestión no representa un dilema para los estudios antropológicos de las memorias ya que, la característica de este objeto de estudio es el continuum temporal de  la reconstrucción retrospectiva de hechos desencadenados en el pasado y su influencia en el presente, por sus efectos o falta de resolución. En este sentido, en los estudios antropológicos de memorias de pasados traumáticos, la entrevista etnográfica es la técnica antropológica por excelencia, cualquiera sea la posición del entrevistado respecto del hecho de violencia en sí. La observación participante se limita en general a la participación en reuniones, o actos conmemorativos oficiales o reivindicativos. Es decir, el hecho no llega al investigador en forma de percepción directa sino, mediado por el relato del entrevistado.

Cuando el entrevistado es responsable o partícipe de la violencia, el etnógrafo se coloca frente a, por lo menos, dos dilemas éticos: cómo establecer una relación de entrevista con un "otro moral" y qué hacer con ese relato. Sobre estas dos cuestiones pretendo reflexionar en este espacio a partir del análisis de una experiencia concreta de entrevista con un informante perpetrador directo de la Violencia de Estado en Paraguay.

Las entrevistas "poco pertinentes": un valioso entrenamiento

Mucho se ha escrito acerca de las estrategias para contactarse con los entrevistados y del uso de porteros para llegar a ellos. En mi experiencia de investigación he podido constatar que las víctimas de Violencia de Estado nunca están solas, integran una red de relaciones con otras víctimas, que aunque puede aparecer difusa o tener una baja frecuencia de encuentros, siempre está para ser activada. Fue en julio de 1999 que accedí por primera vez a una entrevista con un periodista local, ex guerrillero del Movimiento 14 de Mayo para la Liberación del Paraguay. Desde entonces, y aunque el proyecto inicial de investigación cumplió una etapa con la presentación y publicación de mi tesis de licenciatura, durante algo más de ocho años no he dejado de entrevistar a los distintos miembros de esa red que componen en la actualidad los ex guerrilleros del M14. He conocido de este modo a una cincuentena de hombres con los que comparto un horizonte ideológico y por ello, juzgo éticos, altivos y heroicos, referentes de esa generación que logró creer en un proyecto colectivo y solidario. Por eso, cada entrevista es un espacio de conexión con una experiencia y una forma de sentir, de ver y de actuar en la vida con muchos errores pero con valores, ética y dignidad. Entonces la relación empática es relativamente sencilla y la narración, superado el impacto inicial que producen los relatos de experiencias dolorosas, genera en el etnógrafo una sensación de aprendizaje positivo.

Este tema merece un tratamiento que excede esta comunicación, sólo decir brevemente que, cuando de memorias se trata, las personas consideran a los investigadores, destinatarios privilegiados para dar cuenta de su experiencia y de alguna manera, el investigador pasa a ser parte de esa red referencial de las víctimas.

También he podido constatar que, del mismo modo que se activa la red de víctimas de la Violencia de Estado al primer contacto con el investigador interesado, de modo que un entrevistado recomienda al próximo y así sucesivamente; se activa también, la red de victimarios que consideran igualmente a los investigadores, escuchas interesados y de algún modo, confiables en el ejercicio de establecer acuerdos acerca del tenor de la entrevista y el tratamiento posterior de la misma.

Ese informante "otro", que va en busca del investigador para ser escuchado, hace un relato de hechos que él sabe que pocos quisieran escuchar y sobre los que nadie se atreve a preguntar. En parte, porque la calidad de la relación etnográfica es completamente otra. Lejos de afirmar unos valores compartidos, interpela los valores del etnógrafo y también, los límites de su trabajo. Por ello, y porque forma una parte esencial para la comprensión antropológica, considero necesario abordar esta cuestión.

Si bien no he realizado una clasificación exhaustiva aún, acerca de los diferentes actores  en la Violencia de Estado, a los efectos de este análisis quiero distinguir entre: los responsables institucionales o decisores políticos; los responsables fácticos, de quienes emanan las órdenes directas aunque muchas veces son ellos mismo los que las ejecutan; los victimarios, brazo activo directo del sistema cuya voluntad queda alienada a la voluntad institucional y; los responsables no institucionalizados de la violencia que, en Paraguay, desempeñaron un rol importante de control social. Me refiero a los colaboradores civiles alineados ideológica y/o pragmáticamente con la dictadura, como los delatores (pyragüé) y, los guardias civiles urbanas (pynandí), de organización más o menos informal.2

Una segunda clasificación dentro de este colectivo, se puede establecer a partir de su juicio y comportamiento posterior respecto de los hechos de violencia en los que actuaron, para distinguir a: los perpetradores que continúan negando y silenciando los delitos cometidos de, los que denomino "quebrados", quienes sirvieron al régimen por extorsión, prebenda o cobardía y que son, quienes años después, rompen silencio.

 En 2003 tomé contacto con en una red de quebrados los que, a diferencia de otros victimarios,  siguen hoy justificando su accionar por obediencia a un supuesto mandato del Estado que alienó su voluntad de decidir entonces y, pretende deslindar sus responsabilidades hoy. No obstante, han hecho en una u otra medida una revisión de sus actos y, si bien no están siempre arrepentidos, tratan de justificar su accionar en las restricciones económicas, familiares o de cualquier tipo pero, asumiendo plenamente que podrían haber tomado otra decisión en el momento clave, si hubieran tenido el coraje de asumir las consecuencias.

Así, toda mi investigación transcurrió accediendo a entrevistas a víctimas y victimarios alternativamente. En mi condición de investigadora inicial y -por lo tanto inexperta- volvía de cada entrevista con la sensación de no haber accedido a un entrevistado "pertinente". Además como no me permitían grabar, redactaba  un informe al retornar, pero desechaba esa información por no tener ninguna "prueba" de lo que estaba diciendo, quizá en un exceso de temor, propio de mi condición de principiante.

No obstante, cuando comencé a distinguir de antemano a los posibles quebrados de todos modos accedía a hacer las entrevistas a pesar de que había decidido estudiar la perspectiva de los guerrilleros exclusivamente. Accedía a este tipo de entrevistas en el supuesto de que si alguien se acercaba a mí como investigadora, tenía que escuchar su versión de los hechos, aún cuando el recorte del tema quedaba restringido solamente a las memorias de los miembros del Movimiento 14 de Mayo (M14).

Fui entrevistando una tras otra a personas que, para interesarme, se hacían presentar por otros, como paraguayos que sabían mucho del M14.

A poco de iniciar la entrevista, en muchos casos sólo conocían tangencialmente al M14 y no querían hablar del M14 sino de sí mismos. En esos relatos, se sucedía un sin fin de justificaciones de la violencia que habían ejercido sobre sus víctimas bajo la forma de delación, golpizas callejeras, amedrentamiento en patotas y supuestas revanchas, todas ellas centradas tanto en el miedo a ser ellos mismos considerados opositores al régimen y la demanda de lealtad por parte de los agentes locales de la dictadura como; en necesidades materiales acuciantes de recibir tal o cual prebenda, por lo que "los botines de guerra" -esto es, las propiedades de sus víctimas, en un amplio rango que va desde indumentaria personal, herramientas o enceres domésticos, hasta viviendas y animales- aparecían como un dato constante pero no central a su participación en la violencia. Considero que esta minimización de los intereses materiales no era cínica debido a que, a esta altura de la entrevista había en general una tensión emocional importante que terminaba con la entrevista, no sin antes pedirme especialmente no ser nombrado ante nadie con un dejo de súplica pero en tono amenazante.

La red de estos entrevistados presentaba una dinámica diferente: no lograba inmediatamente que me remitieran a otro, decían no conocer a nadie, o que los conocidos que podían darme más información estaban lejos o se habían muerto. Era necesario que transcurriera un tiempo considerable de entre dos y cuatro meses hasta que, como por casualidad, volvía a encontrar en la calle a alguno de los "porteros" que combinaba conmigo conectarme con otro persona que sabía mucho del M14. Debo decir, no sin exponerme a críticas, que fui aprendiendo a  identificar a las personas que oficiaban de porteros de esta red, pero de todos modos accedí en reiteradas oportunidades a hacer estas entrevistas, hasta que la curiosidad encontró su límite en la exposición al peligro a la que me sometía, dirigiéndome sola a barrios marginales, en su mayoría en Encarnación, Paraguay, es decir, fuera de mi país. Es que sintomáticamente, estos entrevistados no habían tenido que exiliarse, por lo que su adhesión al régimen debía haberse perpetuado mucho más allá de un episodio puntual. Es decir, fue el miedo que me generaban los relatos sobre los hechos en los que estas personas habían participado y su entorno actual lo que me hizo desistir de continuar con este tipo de entrevistados y comencé a eludirlos desterrándolos definitivamente de mi trabajo etnográfico de entonces.

Estas experiencias de entrevistas a delatores y apaleadores de poca monta, me permitieron desarrollar intuitivamente un tipo de relación con el entrevistado que difería sustancialmente de la relación empática que establecía con los miembros del M14. Aprendí por ejemplo a demostrar interés sin adherir a lo que el entrevistado narraba, a suspender juicios de valor sobre episodios que resultaban repugnantes, a escuchar relatos sobre hechos aberrantes y degradantes de la condición humana, con tácticas como el silencio prolongado, la búsqueda de la penumbra, el desvío permanente de la mirada hacia un papel en el que notoriamente escribía sólo nombres de lugares, instituciones, nada que vinculara al entrevistado que controlaba cada trazo que hacía.

El acceso a la entrevista

En 2003, declarado oficialmente Año de la Memoria en Paraguay, el equipo de investigación al que pertenecía fue invitado a dar un taller de dos días sobre memorias de la dictadura, en Asunción del Paraguay. Los asistentes eran un grupo muy heterogéneo integrado por personalidades de los Derechos Humanos, historiadores, docentes de nivel medio, miembros de ONGs. y muchos jóvenes universitarios.

El taller se realizó en un edificio histórico recuperado, un palacete del siglo XIX restaurado y destinado a la realización de actividades culturales, con un confortable salón de conferencias equipado con la última tecnología. Al otro lado del hall central en el que se destaca una escalera circular que atraviesa los tres pisos del palacio, iluminado naturalmente por un rosetón de vidrios de colores, el Museo de las Memorias -entonces museo itinerante- exponía toda clase de instrumentos de tortura, uniformes, fotos y recreaciones plásticas de la dictadura.

Mientras coordinaba junto a mis colegas el taller, un hombre de unos sesenta años, bajo pero robusto, de semblante enrojecido por el alcohol o la presión alta, o ambas cosas a la vez, vestido con pantalón y camisa de trabajo color azul grisáceo, me observaba desde una las muchas ventanas que tenía el salón de conferencia, siempre asomado detrás de los postigos. Era evidente que podía escuchar todo cuanto yo decía sobre la dictadura paraguaya.

Conforme avanzó la mañana del primer día del taller,  comencé a ver que me sonreía detrás de las ventanas, a lo que respondí a su vez sonriéndole, aunque aún no podía interpretar su mensaje. Llegó el mediodía y cuando me retiraba a almorzar con otras personas, nos alcanzó por los pasillos del jardín del palacio y caminó con nosotros hasta la puerta de hierro con mucha ansiedad, preguntando si volvíamos, a qué hora y haciendo comentarios inconexos pero que nos permitieron saber que era el cuidador del Palacio, que vivía con su señora en una casa dentro del jardín.

No puedo decir exactamente qué, si su ansiedad incontenible, su impertinencia ya que no correspondía que se dirigiera tan insistentemente hacia nosotros, mucho menos que estuviese todo el tiempo espiando a través de las ventanas, lo que me puso alerta y entonces pensé: se trata de un "quebrado" y lo manifesté así a los miembros del equipo de trabajo que me miraron con asombro y desconfianza por mis hipótesis a partir de indicios tan lábiles: nadie lo había visto detrás de las ventanas durante la mañana y sólo les parecía un cuidador entre amable y entrometido.

Al regresar del almuerzo con mis pares, corrió a abrirnos el portón con mucha amabilidad apenas nos acercamos. Bastó tan sólo que yo mirara un árbol inmenso de mangos para que comenzara a hablarme de los mangos, del jardín, de las plantas, con tanta insistencia que me retrasé respecto del grupo y consiguió que yo aceptara comer un mango.

Me llevó junto a su esposa, quien me miró fijamente a los ojos lo suficiente como para que comenzara a inquietarme. Él corrió atropelladamente, trajo una palangana con agua llena de mangos y me invitó a que los comiera "como se debe". Así, aprendía a sacarlos del agua, apretarlos fuertemente en un extremo hasta que la piel cediera y entonces chuparlos fuerte para separar la carne de las fibras y el "hueso" como le llamaba al carozo de la fruta. Debo decir que lo hice con bastante inhibición, confundida. De pronto su esposa se fue sin decir nada y el disparó: -yo tengo muchas cosas para contarle a usted, sólo quería que mi esposa "la viera", ella sabe "ver" a las personas y a usted le puedo contar.

No sé que vio y si vio  o no vio, pero supe inmediatamente que aludía a la capacidad que dicen tener algunas mujeres de nuestra zona, de adivinar, predecir y hasta detectar enfermedades, una especie de iriología popular. Con un gesto  le hice saber que entendía de qué se trataba y de alguna manera, que creía y respetaba lo que me decía. Seguidamente aclaró que el sabía muchas cosas del tiempo de "mi general", como llamaba todo el tiempo a Stroessner, porque antes de ser sereno del palacio, el era suboficial del ejército paraguayo.

Aunque había nacido en Corrientes (Argentina), se había criado y naturalizado en Paraguay.

-"Muchas cosas yo sé porque he visto"- repetía una y otra vez tratando de convencerme que dedique tiempo, que no tenía por cierto, a escucharlo.

Así, me retiré esgrimiendo la excusa de que los asistentes al taller ya me estaban esperando. Me acompaño hasta el salón de conferencias y ya no logré desprenderme de él en toda la jornada, cada vez que yo salía del taller, allí estaba de pie con un infaltable trapo en la mano repasando pasamanos, candelabros o cualquier objeto, sin prestarle atención. En uno de los descansos del taller fui a ver el museo del terror que en ese momento estaba vacío ya que todos se agolpaban junto al termo de café y bocaditos para la merienda. Estaba observando en cuclillas algunos objetos de colección dispersos sobre una tela en el suelo, cuando sin que yo lo percibiera se paró detrás mío, dándome un gran susto que me hizo saltar hacia atrás raudamente, a lo que siguió un intercambio de disculpas. Quedé azorada. El sólo me molestaba para ver si podíamos charlar mañana después del almuerzo: -"porque yo sé muchas cosas que usted no sabe cómo fue, porque yo una vez hablé con unos historiadores pero no le dejé grabar porque siempre hay peligro, pero ahora quiero contarle a usted todo, todo bien, como fue la cosa porque esas veces yo no me recordaba bien, además no se puede hablar con paraguayos porque no se saben callar." Acordamos que hablaríamos al día siguiente a la siesta.

El relato inconcebible

Allí estaba parado nuevamente con la palangana llena de agua y mangos por si yo, tal vez quisiera comer, a lo que me negué por el poco tiempo que tendríamos. Me invitó entonces a subir al tercer piso del palacio para mostrarme un herbolario con especímenes del año 1.700 perfectamente conservados.

Me sentí acorralada, sola frente a una persona amable pero que no generaba tranquilidad, sentí mucho miedo, aunque las posibilidades de que ejerciera sobre mí algún tipo de violencia eran remotas. El se daba perfecta cuenta de mi estado y me tranquilizó diciéndome que quería contarme bien las cosas, como si quisiera corregir lo que había dicho a sus entrevistadores anteriores. Nos sentamos en una larga mesa, me indicó que saque el grabador para que quede grabado todo como fue, pero que por favor no lo de a conocer en Paraguay. Me pidió y anotó mi nombre, mi dirección y aseguró que cuando viniera a Posadas me visitaría. El miedo me hizo inventar una dirección y un número de teléfono al que me llamaría la próxima semana cuando venga a Posadas. A diferencia de otras entrevistas, en esta oportunidad decidí que no habría nuevos encuentros, que mi involucramiento con este tipo de entrevistados llegaba a su fin porque no estaba preparada para ello. El modo de salir de esta relación etnográfica no empática, no responde más que a la inseguridad y falta de experiencia y hoy considero que fue poco feliz.

Comenzó el relato pormenorizado diciendo que él sabía todo lo que le había pasado en la cárcel a una persona determinada que ambos conocíamos y que asistía al taller.

Narró seis veces en menos de media hora, sesiones completas de tortura, con todo detalle sobre el espacio físico en que se realizaban, cuántos eran, lo mucho que costaba "gobernar a los comunistas porque eran blandos y se desmayaban" y entonces había que hacer mucha fuerza para arrastrarlos y "lo impresionante que es el cuerpo humano, cómo se levanta veinte, treinta centímetros de la mesa con la electricidad, como si volara acostado" y cómo quedaba todo sucio: las paredes, los que "manejaban el asunto, todo un lío y después, cargar en el camión ese peso muerto y llevarlo otra vez..."

Lo sorprendente del relato que hacía es que, aclaraba todo el tiempo que el estaba detrás de la puerta, no entraba, no estaba, sólo veía. Pero sus latidos se aceleraban, sudaba copiosamente, se agitaba y tosía al hablar entrando en un estado de éxtasis, fuera de sí, y todo su cuerpo reproducía los movimientos de manipulación de un cuerpo indefenso.

La relación empática no se produjo y en lugar del dominio de la situación y la atención flotante que caracteriza al etnógrafo durante la entrevista, estaba atrapada en un relato cuya dirección no me era posible manejar.

Este "otro" en términos ideológicos, éticos y morales que era mi entrevistado no me producía repulsión sino una profunda confusión acerca de mis propios pensamientos sobre él. Me preguntaba todo el tiempo: ¿qué le digo, cómo sigo la entrevista, qué estoy haciendo, estoy haciendo bien?  Decidí preguntarle por qué participó en este tipo de acciones, porqué torturó y qué sentía él a la distancia, con lo cual lo rescaté y me rescaté a mi misma de aquellas sesiones de tortura a las que me introdujo en el relato. Me dio una larga explicación acerca de por qué se ponía tan nervioso cuando tenía que "atender comunistas",  de sus sufrimientos, de sus miedos, de sus guardias forzadas de tres o cuatro días sin volver a su casa, sin nada para comer, al punto que su esposa lo esperaba en la calle y le alcanzaba algo para comer cuando pasaba con el camión para llevar "esa gente de vuelta a la comisaría". De cómo él se ponía nervioso porque, sabía que su mujer lo engañaba mientras él no podía salir del trabajo y sus compañeros se burlaban de él. Que por eso el aguantaba, porque quería jubilarse de una vez por todas y vivir tranquilo, pero faltaba mucho para tener la edad y no sabía si aguantaría, aunque no podía dejar la carrera militar porque le iban a  hacer lo mismo a él, y que no quería quedarse como "contrera de mi general".

En síntesis el no pudo hacer nada, no le gustaba lo que hacía, lo hacía para que no se lo hicieran a él y además esperaba la jubilación.

Asistí a la metamorfosis del sereno simpático que me enseñaba a comer mangos en un hombre atormentado por recuerdos tan vívidos que alteraban todos sus ritmos vitales, porque, como pude comprobar  después al escuchar la  grabación, el relato verbal aparece minimizado sin la observación de su desempeño gestual durante el mismo.

Según García (2000) el torturador-asesino es considerado en los estudios un no-hombre desquiciado, próximo a la perversión humana -que obtiene placer de su sádica tarea- y por lo tanto, el depositario de todos los valores negativos de la sociedad. Desde esta perspectiva que no permite avanzar más allá del preconcepto, todos los intentos de análisis llevan a la 'locura' que  funciona indistintamente como causa o como consecuencia de la tarea.

También el entrevistado habló de "locura", pero como la consecuencia-castigo que él, y algunos de sus ex compañeros, reciben por el sufrimiento proporcionado a sus víctimas. Una 'locura' que se expresa generalmente de tres maneras: la casi imposibilidad de un sueño tranquilo, con pesadillas e insomnio que los obliga a deambular por la casa toda la noche; la permanente actualización mediante el recuerdo, de los ruidos y gritos de las víctimas y; una suerte de "somatización de la culpa" que se manifiesta con los mismos temblores y vibraciones en todo el cuerpo que producía la picana eléctrica sobre sus víctimas.

Hannah Arendt (1999) acuño el término "banalidad del mal" para referirse a las motivaciones banales de sujetos mediocres e insignificantes para colaborar en las "masacres administradas", mezcla de deseos de reconocimiento y ascenso profesional, con obediencia a un orden jerárquico que no se cuestiona. Nuestro entrevistado asegura que lo hacía "por la jubilación" pero sin lugar a dudas hace falta algo más.

En este sentido, Vezzetti sostiene que ese algo más es un escenario de impunidad garantizada, la certeza de que no habrá consecuencia a pagar, que restringe la apreciación a los beneficios del delito y envalentona hasta al más cobarde. Los agentes del régimen se encontraban insertos en una densa red de relaciones que validaba su actuación. Con sus superiores a través de órdenes emanadas de jefes visibles, conocidos, que premiaban su rudeza e, indistintamente, una sumisión frente a su superior, una suerte de degradación del código de obediencia del guerrero. Sumisión que se compensa con una ilusión de "coraje y valentía" frente a una víctima indefensa  (Vezzetti, 2002: 178).

Con sus pares, un entrenamiento en la obediencia, fuerte control de grupo y complicidad en las atrocidades. La vivencia de éstas prácticas impunes de violencia como un trabajo rutinario en el que cada uno conoce con precisión su rol y se reconoce como parte de un sistema mayor en el cual cobra sentido su accionar. En síntesis, una combinación de obediencia, de adhesión, oportunismo de facción y corrupción degradante generada por esa "forma de poder sin límites que libera lo peor de los individuos y los grupos" (Hugo Vezzetti, 2002: 179).

Desde el presente, el entrevistado se considera una víctima, no de Stroessner a quien continúa admirando sino del General Sabino Augusto Montanaro de quien sostiene "daba las órdenes de persecución y tortura a escondidas del general".

Los dilemas éticos con el relato del "otro" moral

Desde 2003 a la fecha he mantenido esta entrevista sin hacer al respecto más que una mención superficial en mi investigación sobre el M14. No abundan las referencias acerca de este tipo de entrevistas a responsables de Violencia de Estado, por lo que "El vuelo"3 de Horacio Verbitsky, resulta un referente ineludible. Aunque proviene del campo periodístico, la condición de perseguido político de su autor, lo posiciona en su grupo de pertenencia y  transmite una sensación de estar entrevistando a su enemigo personal.

Desde el campo etnográfico,  otra referencia al tema podría ser el breve contacto que mantiene Alejandro Grimson (2002) con un ex torturador en la frontera argentino brasileña, pero el mismo se reduce a un intercambio verbal escueto y la entrega de un documento escrito,  por lo que nada nos aporta respecto de la situación de entrevista.

El planteo ético que intento hacer es diferente. En primer lugar porque yo no concebí al entrevistado como enemigo, como una aberración deshumanizada, sino por el contrario, un hombre inserto socialmente, con familia, jubilación, trabajo, pero atormentado por la propia violencia que ejerciera él mismo en el pasado. Puedo considerarlo un hombre permeado por los contextos en los que le tocó actuar, mimetizado con sus funciones, alienado: hoy, en sus años maduros, un cuidador hacendoso; ayer, en sus años jóvenes y en un contexto de Violencia de Estado, un violento cuya motivación se asentaba en la fuerza de las trivialidades. Un suboficial  mal dormido, mal alimentado, atormentado por lo celos y cumpliendo las órdenes superiores que alienaban su voluntad pero con una devoción profunda, casi mítica por su general, a quien no conoció personalmente pero, de quien cree saber los más mínimos detalles.

Es decir, entiendo que para la explicación de la violencia  no alcanza con los factores macro o estructurales que operan como territorio en el que se desata, se permite, se estimula, se obliga y se justifica, sino que hay que buscar también en la complejidad de factores micro -las pequeñas motivaciones humanas, las emociones, las necesidades fisiológicas de descanso y alimentación- las respuestas a aquella pregunta central que se hace Isabel Allende en su novela "La casa de los espíritus" ¿qué es lo que hace que un hijo de campesinos se convierta en un asesino?

Considero que solo entonces, reafirmando nuestra perspectiva holística, aceptando el desafío que implica el acceder a informantes "otros" ética y moralmente, podremos hacer un aporte significativo en los estudios de violencia.

Lo que hacemos después de obtenido el relato plantea el segundo dilema profesional y allí la cuestión ética se confronta con la cuestión judicial.

El antropólogo está obligado a respetar los acuerdos que hace con su informante acerca del resguardo de su identidad porque además, metodológicamente, no interesa lo que las personas en tanto individuos hayan hecho sino, lo que podemos saber del hecho social a través de la experiencia concreta que nos narran.

 Pero, cuando en el relato escuchado, el informante manifiesta haber sido partícipe directo de acciones violentas que perjudicaron a otros, la cuestión no es tan sencilla. Sobre todo, cuando se trata de Violencia de Estado (tortura, detención ilegal, persecución o desaparición) porque estamos frente a un relato de lo inconcebible, que constituye un delito de lesa humanidad, no prescribe, y el tiempo transcurrido entre el hecho y el relato no incide en la condición judicial del perpetrador. Es decir, estamos frente a una persona que nos confiesa la autoría de un delito por el que podría ser juzgado y condenado en cualquier momento de su vida.

La preservación de su identidad se transforma en una pesada carga para el entrevistador que permanentemente se pregunta cuál es el límite entre el investigador y el encubridor. Entre el conocimiento y la denuncia, entre el acuerdo ético profesional y la complicidad.

Y, finalmente cómo  expresar lo inconcebible: el relato de acciones como matar, robar, violar, secuestrar, torturar, que se recoge cuando se accede a la perspectiva de los victimarios que, tanto individual como institucionalmente se encuentran en las antípodas del investigador y su comunidad.

Experimentar el encuentro con  un otro moral y ético constituye una prueba no sólo en la relación etnográfica, sino en el tratamiento de la información recabada. Si el etnógrafo da a conocer la narración se produce un efecto exhibicionista del horror más cercano a la escatología que a la ciencia. Si el etnógrafo silencia, veda el acceso a un conocimiento difícil de conseguir. No pretendo aquí resolver  este dilema, sólo dejarlo planteado a mis pares, porque la violencia, signo de nuestro tiempo, parece haber venido para quedarse y es menester prepararnos metodológicamente para abordarla pero sobre todo, acordar formas éticas de abordar la perspectiva de los perpetradores de la violencia, para generar un conocimiento profundo de la problemática, amparados por la comunidad en los aspectos éticos de la profesión. Es decir, nos debemos el necesario debate de ideas acerca de qué hacemos con "lo inconcebible" tanto para la propia sociedad como para el antropólogo, pero que constituye la experiencia de vida de nuestros entrevistados, lo que pudo o quiso hacer, o juzgó concebible en un contexto signado por la violencia.

Sin cerrar la posibilidad a decisiones ulteriores, hoy lo concebible para mí, es seguir respetando el acuerdo etnográfico de preservar la identidad del informante y utilizar este relato para interpelar a mis pares acerca de la dimensión ética y moral de nuestro trabajo etnográfico sobre la violencia.

En este sentido considero que estudiar a los perpetradores es tan crucial como estudiar a las víctimas para entender las complejidades de la violencia, independientemente de la posición ideológica y de la actitud militante que el antropólogo pueda asumir. Cuando esto se logre, desaparecerán de los estudios antropológicos el mito del violento siniestro, malvado e irracional, con el que pretendemos encubrir la falta de conocimiento fehaciente acerca de los perpetradores y, seremos capaces de  generar un conocimiento lúcido de las prácticas sociales violentas para después sí, denunciar el fenómeno o contribuir a la prevención y erradicación de la violencia, porque no ha de ser a partir de un conocimiento fragmentario, que hagamos un aporte significativo en este campo.

Hacer una Antropología de la Violencia de Estado nos obliga a posicionarnos desde otro lugar, a ejercer un control epistemológico intersubjetivo para no caer en actitudes militantes que, aunque genuinas, necesarias y deseables en tanto prácticas ciudadanas, introducen altas dosis de subjetividad inmanejables muchas veces en las prácticas de investigación. La toma de posición valorativa respecto de quiénes han de ser nuestros entrevistados y quiénes no, por diferencias ideológico-políticas introduce confusión en torno a los objetivos nuestro trabajo: producir un conocimiento metodológicamente consecuente e ideológicamente controlado, es decir pretendidamente científico.

Notas

1 El proceso de selección de los informantes supone un trabajo de gabinete cuidadoso y un acercamiento ex profeso del antropólogo, cuyo esfuerzo central es lograr una aceptación primero y una relación empática como premisas fundamentales para garantizar la calidad de la información relevada.

 2 Pyragüé: voz guaraní que significa literalmente "pata con pelo" en alusión al sigilo y silencio con que operan los agentes de inteligencia.
   Pynandí: voz guaraní que significa literalmente "pies descalzos" en alusión a la condición de indigencia de los   integrantes de las guardias civiles urbanas (parapoliciales) reclutadas por la dictadura en Paraguay para controlar y hostigar a la población.

3 Relato de la entrevista que el capitán de corbeta Francisco Scilingo de la ESMA concede al periodista y perseguido político Horacio Verbitsky.

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