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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.20 Posadas jun. 2012

 

ARTÍCULOS

Emergentes identitarios en cárceles de Santa Fe, Argentina

Identitary processes in jails of Santa Fe, Argentina

 

Lorena Narciso*

* Licenciada en Antropología. Doctoranda en Ciencias Antropológicas de la Universidad Nacional de Córdoba. Becaria de CONICET-UNR. Lorenanarciso0@gmail.com

 


RESUMEN

Este trabajo se propone reflexionar sobre procesos que intervienen en las construcciones identitarias y relaciones sociales dentro del sistema penitenciario de la Provincia de  Santa Fe, Argentina. Gran parte de las prácticas del espacio carcelario constituyen ficciones convencionalizadas, porque la recurrencia a ellas permite asegurarse ocupar un lugar, que aunque no sea el elegido y óptimo para estar, es el que asegura ser reconocido, llamado por los otros de alguna manera. Al mismo tiempo, frente a la denodada apuesta que se genera por diferenciarse de los demás en el juego de territorialidades carcelario, se encuentran constantes situaciones de "umbralidad" que dan cuenta de intercambios y "turbulencias semióticas" que traspasan los códigos de control instituidos institucional y subjetivamente para relacionarse.

La confluencia de estos procesos de ficcionalización y umbralidad va constituyendo la matriz reguladora del espacio abyecto carcelario, a través de "velos identitarios" que condicionan las posibilidades y aperturas de otras decisiones subjetivas.

PALABRAS CLAVES: Sistema Penitenciario; Abyección; Umbrales; Velos Identitarios.

ABSTRACT

This work proposes to think about processes that operate on the identitary constructions inside the penitentiary system of Santa Fe.

A big part of the practices of the prison space constitute convencionalizated fictions because the recurrence allows them to insure to occupy a place, which although it is not chosen and optimum to be, this is the one that assures to be recognized, called by others somehow. At the same time, in front of the bold bet which is generated to be different to the others in the game of the prison territorialities, there are regular situations of thresholding that demostrate exchanges and "semiotic turbulences" which penetrate the codes of institutionally and subjectively instituted to relate.

The confluence of these processes of ficcionalization and thresholding go constituting the regulatory mold of the abject space, called jail, through "identitaries veils" that conditions the possibilities and openings of other subjective decisions.

KEY WORDS: Penitentiary System; Abjectness; Thresholds; Identitary Veils.


 

EMERGENTES IDENTITARIOS EN CÁRCELES DE SANTA FE, ARGENTINA

"En verdad, el sistema social produce
personas que son como si fuesen construidas
a manera de una esencia. No existe esencia
ni ilusión sino un mundo de apariencias
que emerge como si estuviese construido
de esencias, de quienes realmente
tienen una cualidad impasible, estereotípica".
(Jock Young)

PRIMERA IMAGEN: DE TERRITORIOS

Un espacio circunscripto. Muchos espacios dentro de ese, también circunscriptos. Mucha gente en cada uno de ellos. Gente que conforma grupos dentro de cada espacio. Espacios con gente de distintas procedencias y posiciones sociales conviviendo y trabajando; o de las mismas procedencias sociales, pero con distintas funciones y objetivos. Confluencia de diferentes modos de concebir y hacer ese espacio y el mundo.

Encuentros, choques, disputas, desencuentros hacia dentro del propio grupo, hacia los otros grupos, hacia fuera de ese espacio circunscripto. Diferentes modos (según la posición social, la trayectoria, la función)de venir desde afuera, de habitar este espacio, de entrar y salir, de entrar y quedarse... quedarse, de salir y volver a entrar y entrar y entrar. Un espacio especialista en reproducir modos, no elecciones y búsquedas de ser. Aceitado en formalizar apariencias y en legitimar el alejamiento de todos con todos y de cada uno consigo mismo.

SEGUNDA IMAGEN: DE PERCEPCIONES

Atomización, estereotipación y multitud. Constante generación de sensaciones paradojales: el oscilamiento entre que ya está todo dicho, y a la vez nada lo está. La constante ida y vuelta entre lo simple y lo complejo, lo dinámico y lo estático, las micro-modificaciones y las macro-inmutabilidades. La ambivalencia -y polarización- entre la exaltación, impotencia y dolor que generan las agotadoras rutinas, los estallidos subjetivos e institucionales y el acostumbramiento y naturalización de esos mismos acontecimientos.

No todas las cárceles son iguales: algunas permiten mayor circulación de las personas privadas de su libertad y los mecanismos de control se despliegan más flexiblemente, otras difícilmente habiliten que cada uno pueda estar afuera del lugar estrictamente asignado. Pero en todas se respira gran parte de los días una continua sensación de calma tensa y asoman las evidencias de que algo más -más allá de lo aparentemente reconocible y programado- está pasando: procesos y estados subjetivos y sociales silenciados y/o enmascarados.

Certeza de que en las cárceles -definitivamente- pasan muchas cosas. Sólo que aquellas potencializadoras de efectos contenedores y renovadores de las subjetividades emergen cada tanto, como acontecimientos que irrumpen en la serie.

¿QUÉ SE PREGUNTAN ESTAS IMÁGENES?

Frente a una institución que se esfuerza por definirse a partir casi exclusivamente de la alteridad y la división entre el adentro y el afuera, pero también, muy intensa y múltiplemente hacia adentro; que se erige, organiza y presenta como "fortaleza" pero esconde un amplio abanico de fragilidades, se trata de identificar algunos de los procesos, y sus efectos, que repercuten en las construcciones subjetivas y relaciones sociales dentro de la cárcel, pensándola como una comunidad penitenciaria.1

Comunidad porque en ella se relacionan distintos sectores que conjugan hacia una misma situación social -la del encierro- sus modalidades y procesos de conocimientos puestos en práctica acerca de cómo conducirse, relacionarse, representar y experimentar dicha situación. Esto implica la identificación con trayectorias y lógicas de pensamiento y acción que caracterizan a cada sector -presos, agentes del Cuerpo General, equipos de profesionales, autoridades de la gestión política, congregaciones religiosas, actores y organismos de la sociedad civil, cuerpos de docentes y efectores de salud- y desde las cuales se relacionan con los otros. En esta interacción, que aparenta ser predominantemente conflictiva y múltiple generadora de "ellos" y "nosotros" (no sólo hacia afuera, sino también hacia adentro de cada grupo), se reconocen no sólo las distintas posiciones y particularidades, sino también las lógicas y problemáticas que los atraviesan a todos, uniéndolos y referenciando la pertenencia a esta comunidad.

Por ello, si bien los protagonistas fundamentales de este análisis son las personas privadas de su libertad, el intento también radica en comenzar a conectar las filigranas que afectan subjetiva e identitariamente a todos los actores de la cárcel a partir de lo que ella es, hace y logra como institución, más allá de los diferentes efectos según las posiciones sociales y motivos por los que cada uno se relaciona y está en ese espacio.

Estas reflexiones tienen su punto de anclaje en la experiencia de investigación transcurrida hasta aquí a partir de una práctica etnográfica en dos Unidades Penitenciarias de la provincia de Santa Fe2, la Unidad N° 3 de Rosario y la Unidad N°11 de PiÑero.3 Desde hace cuatro aÑos a esta parte (inicios de 2008 a 2011) la política carcelaria santafesina atraviesa por distintos momentos institucionales en el marco de un plan de reforma progresista para las cárceles de la provincia. La propuesta política se presentó públicamente a través de un Documento que delineaba cinco principios básicos de acción: 1- reducir los daÑos de las personas privadas de la libertad ocasionados por la situación de encierro, 2- abrir y democratizar la prisión, 3- respetar la esfera de autonomía de los detenidos, 4- asegurar sus derechos y 5- acompaÑarlos hacia una reintegración social contenedora (Documento Básico: Hacia una política penitenciaria progresista en la provincia de Santa Fe, 2008).

Este contexto político, junto a las crisis y modificaciones que ha ido teniendo el proyecto de reforma en tanto se pusieron en relación ideas programáticas y prácticas cotidianeizadas, incentiva a repreguntarse acerca de las posibilidades y alcances de modificación de la institución carcelaria. De este modo, el avance de estas páginas trata de reconocer cuáles serían los aspectos prioritarios sobre los que intervenir que puedan tener algún tipo de efecto social e institucional en las reguladas matrices identitarias y sociales que han consolidado formas de estar, hacer y ser en la cárcel.

CONCEPCIONES DE PARTIDA

Otro de los propósitos de este trabajo es generar un análisis de la cuestión carcelaria a través de matrices teóricas no provenientes únicamente de la criminología crítica, ni tampoco, en su totalidad, de la antropología. De allí que se construye también con autores de la filosofía, el pensamiento complejo, la semiología y sociología. La intención tiene que ver con continuar enriqueciendo las lecturas de esta problemática a partir de los importantes aportes de autores referentes del campo penal y criminológico como Rivera Beiras (2006); Bergalli, Rivera Beiras y Bombín (2008); Zaffaroni (1991); Mesutti (2001), entre otros.     

Partamos de asumir que la cárcel es un espacio biológico, físico, emocional, social y político susceptiblemente complejo y violento, aunque su contextualización en la formación de opinión pública priorice que se menosprecie lo que tiene de complejo y que no importe lo violento, mientras se mantenga dentro de su perímetro.4 Esto contribuye a la simplificación de la problemática y a su legitimación como un espacio de segregación y en ciertas circunstancias, hasta de eliminación, como resultado de la violencia impuesta o el abandono de personas. "El principio de reducción -dice Edgar Morín- conduce naturalmente a restringir lo complejo a losimple. Aplica a las complejidades vivas y humanas la lógica mecánica, ydeterminista de la máquina artificial (...) suprimiendo así lo humano de lo humano, es decir las pasiones, emociones, dolores y alegrías. Igualmente, cuando obedece estrictamente al postulado determinista, el principio de reducción oculta el riesgo, la novedad, la invención" (Morín, 1999: 26). La idea panóptica de Foucault (1989), si bien resulta exagerada en cuanto al triunfo sin fisuras que otorga a los comandos de gobierno y al sometimiento absoluto que determina para los prisioneros, se manifiesta eficiente en cuanto logra plasmar en una metáfora teórica la inmensa y concreta inversión que realiza la cárcel en pos de diagramar, reducir, opacar, alienar, mecanizar... desconocer la vida. De allí que varios autores se han concentrado desde diferentes ópticas y metodologías de abordaje sobre el uso del poder y la invisibilización, degradación y avasallamiento identitario que atraviesan los sujetos institucionalizados en cárceles o espacios de esas características (Goffman, 2007; Nari et. al., 2000; Daroqui et.al, 2006).

Con todo, más allá de los efectos desarticuladores de identidades que se producen en estas instituciones, importa dimensionar que estas condiciones trascienden al ámbito penitenciario para reconocer los hilos identitarios que hermanan al adentro y al afuera, entendiéndolos como parte de una misma dinámica en el proceso de construcción social.

Judith Butler se refiere a una esfera de abyección que opera como parte constitutiva de toda construcción social y subjetiva, ya que los "ideales regulatorios" sociales necesitan de una exterioridad opuesta para consolidarse, a modo de reflejo de lo indeseable en caso de salirse de la norma. Así, lo abyecto seÑala "aquellas zonas "invivibles", "inhabitables" de la vida social, que, sin embargo, están densamente pobladas por quienes no gozan de la jerarquía de los sujetos, pero cuya condición de vivir bajo el signo de lo "invivible" es necesaria para circunscribir la esfera de los sujetos" (Butler, 2002: 20). La cárcel actúa como uno de esos escenarios abyectos.

Butler también se refiere a los procesos de subjetivación o -como ellas los llama- de producción de sujetos, relacionándolos con la noción de "performatividad". Según su perspectiva, "lo performativo" construye los efectos que logra a través de una práctica reiterativa y referencial que se introyecta como propia, siendo este el proceso constitutivo de todo sujeto: apropiarse de ciertas normas reguladoras para asumir una identificación. En el caso que nos ocupa, esa identificación se construye en pos de alternativas poco alentadoras: como preso, como pobre, como víctima, como culpable, como incapaz.

De modo que no se trata sólo de un poder externo y anterior a las relaciones sociales y constituciones subjetivas que tan sólo las somete, designa y determina, sino de concebir a los sujetos como emergentes en las relaciones y matrices reguladoras en las que se desenvuelven. Estas matrices son las resultantes de actuaciones reiteradas que se hacen poder en virtud de su persistencia a la vez que de su inestabilidad. Esta relación constante, incluso naturalizada, entre persistencia e inestabilidad, es lo que permite a la vez que la reiteración de  discursos y prácticas, también la apertura de brechas y fisuras que posibiliten una interrupción o modificación en la serie de acciones repetidas, dando lugar a nuevas actuaciones e incluso subjetividades.

Es decir, si la performatividad del lenguaje crea estructuras a fuerza de la eficacia de las repeticiones, Butler (1997) se pregunta sobre la posibilidad de que otro enunciado irrumpa en la relación entre los actos de habla y las convenciones instauradas para desmoronar su eficacia nociva y generar discursos de resistencia. Se interesa por las posibilidades de agencia dentro de los discursos y contextos reguladores y/o abyectos, para averiguar cuáles son las condiciones y posibilidades de que discursos que apelan a la discriminación, la dominación y la subestimación condicionando e incluso determinando a los sujetos a una posición social, puedan revertirse desde ellos mismos, muchas veces a partir de la apropiación y resignificación de esos discursos5.

Rescato la propuesta de Butler porque la considero un interesante y eficaz norte epistemológico y político. Nos ofrece un posicionamiento que permite pensarnos a los seres humanos en una dimensión a mitad de camino entre el sometimiento absoluto y el voluntarismo puro, y por ello capaces de intervenir sobre la realidad, aún en los contextos y situaciones más hostiles como la del encierro institucional.

Este es un aspecto muy importante para problematizar, ya que las polarizaciones estigmatizantes de conducta entre el sometimiento y el voluntarismo son posiciones adoptadas y reivindicadas de manera bastante corriente en el contexto penitenciario: tanto el lugar de la pura victimización como el de la omnipotencia (que deriva en abusos de poder) se convierten en argumentaciones que quedan a mano para comprender y explicar la condición propia, y para justificar esa realidad como única posibilidad. 

De modo que si bien el análisis de estas páginas se centra fundamentalmente en las tramas reguladoras y serializadas de la cárcel, intentando reflexionar acerca de los procesos que la erigen como una institución de la frustración, resulta fundamental hacerlo desde una perspectiva que busque trascender la lógica mecanizada y dicotómica del dispositivo carcelario y no pierda de vista "lo humano de lo humano", como recuerda Morín, y las posibilidades de hacer en las zonas "invivibles" e "inhabitables" de la vida social, como sugiere Butler. 

DILUCIDACIONES METODOLÓGICAS

Rosana Guber (2001) seÑala que es en el mismo proceso de trabajo de campo donde el investigador descubre simultáneamente lo que busca y la forma de encontrarlo, convirtiéndose él/ella mismo/a en la principal e irrenunciable herramienta etnográfica. Es claro que la tarea de investigadores "construyendo objetos de conocimiento" de ningún modo nos ampara de ingresar a las complejidades de cualquier entramado relacional, y más aún con las particularidades que toman en el contexto penitenciario las dimensiones emocionales, catárticas, conflictivas, contradictorias, de apegos y desapegos, de confianzas y desconfianzas en la construcción de relaciones. Luego de diez aÑos de ingresar a las Unidades de Detención, continúa siendo para mí un proceso en constante transformación y aprendizaje los modos de relacionarme con los otros que, a la vez que permitan aperturas de vínculos lo más enriquecedores posibles, cuenten también con límites y protecciones sobre mi subjetividad6

Respecto de lo que implica mi "estar allí" para los otros, se dan situaciones distintas según cómo recale para cada uno de los sectores mi presencia como antropóloga e investigadora, aunque ello no me ha impedido relacionarme con cada uno de ellos de alguna u otra manera. Se evidencian desde inquietudes sospechosas en algunos hasta entusiastas en otros acerca de por qué, para qué y para quiénes una investigación en la cárcel. En esta gama de reacciones, por quienes más he sido interpelada pudiendo intercambiar sobre estos temas ha sido con los internos y con algunos agentes del Servicio Penitenciario. Por su parte, con los profesionales y autoridades políticas o penitenciarias se da más bien una relación de interés o desinterés, buena recepción o distanciamiento ante mi presencia, sin tanta interpelación explícita (al menos) a mi trabajo y participación. De cualquier modo, cada charla o situación de la que participo es en conocimiento de mi actividad de investigación y con autorización de los presentes para que yo esté.

A partir de mi "tránsito" por este contexto, de observar las relaciones entre los diferentes actores y de las mías con ellos, comencé a reconocer multiplicidad de situaciones cotidianas que a mi entender se debaten entre ficciones y umbralidades en la construcción de ser y estar con uno y con los demás allí. En este sentido, no sólo los registros de observaciones, sino que las mismas situaciones de entrevistas son riquísimas en tanto se pueden detectar muchas "zonas de umbralidad" en el transcurso de los relatos, donde las convicciones y principios defendidos en un momento de la charla, pueden ser olvidados, silenciados o contrariados en otro. De hecho, la entrevista también actúa como otra instancia que predispone a "construir un modo de presentarse ante los demás" (como veremos más adelante), por lo cual se pueden dejar entrever "hiatos" en cuanto se van logrando momentos cada vez más distendidos.

FICCIONES Y UMBRALES

La combinación entre lo que la institución exige normativamente a los internos para que puedan avanzar en el régimen progresivo de la ley, las relaciones de poder que se reproducen entre todos los sectores y al interior de ellos y los "códigos carcelarios" de los presos -muchas veces reguladores de convivencia y otras tantas promotores de diferencias infranqueables y violentas- genera que la cotidianeidad penitenciaria impregne en muchos de sus sujetos lo que he comenzado a nombrar prácticas ficcionales: intersticios que abren brechas entre lo que se dice por un lado, pero se piensa y siente por otra; lo que se hace y no se dice, o lo que se hace, pero con intenciones de hacer otra cosa; lo que se acuerda, pero sin confiar en la palabra.

Estas ficciones resultan eficaces porque son prácticas convencionalizadas, porque la recurrencia segura a ellas (la cita, dice Butler) es la forma de asegurarse mantener un lugar, que más allá de que no sea el elegido, el óptimo, el legítimo para estar, es el que asegura ser reconocido, identificado, llamado por los otros de alguna u otra manera7.

En mayor o menor medida, estas prácticas involucran a todos los actores de la comunidad penitenciaria. Como primera y más básica instancia, debido a la existencia de reglamentaciones jurídicas que definen normativas de conducta tanto para las personas privadas de la libertad como para los trabajadores penitenciarios, en la mayoría de los casos estableciendo muchas más obligaciones que derechos8. A la vez, resultan sumamente eficaces otras "reglamentaciones no escritas" (del Olmo, 2002) -algunas gestadas y reguladas desde el sector de los penitenciarios, mientras que otras desde los mismos presos- que "van enseÑando" en la práctica a quienes transitan el espacio carcelario qué mostrar y qué no, cómo conducirse o cómo no en ciertas circunstancias.

Tuve la posibilidad de conocer algunas de estas "reglamentaciones no escritas" que organizan gran parte de su sociabilidad a través de un espacio de taller con internos de la Unidad Nº3 de Rosario, donde un aspecto importante de las actividades era tratar de reconocer, recuperar y compartir memorias, alegrías, solidaridades y apuestas personales. Después de una jornada, registré en mis anotaciones de campo:

"... Les propuse [a los internos que participan] que las cosas que valoran y que se sorprenden que surgen de ellos mismos en este espacio, las pueden empezar a practicar en el pabellón, por ejemplo, juntarse a charlar del tipo de cosas que charlamos acá, contarse anécdotas aunque sea, ya que dicen que desde ahí nunca se han comunicado. Categóricamente me responden que en el pabellón esto es imposible, que no es algo que ellos puedan hacer.

Ariel9 me explica que 'en la vida del pabellón uno tiene problemas con otro, pasa una cosa, pasa otra, hay conflictos por allá, vos no podés entrar con cara de alegre y emocionado, vos tenés que estar atento y siguiendo el ritmo de las cosas. A parte porque podés parecer un gil, uno cuando entra al pabellón tiene que cambiar el semblante y estar en actitud, no podés irte a cagar de risa y a charlar de estas cosas, no podés llorar, no podés demostrar nada de esas emociones'. Ariel continúa su relato contando que cuando se murió su hermana y no lo dejaban salir para verla, él estaba "sacado" por la impotencia y sabía que de ninguna manera tenía que llorar, tenía que sacar la violencia de otras maneras, pero no podía llorar delante de todos. Habló de haberse agarrado a las piÑas con otros para sublimar el dolor". (Registro, julio de 2009)

Más allá de que defiendan la importancia, como necesidad, de no darse a conocer en ciertos aspectos de sus vidas, todos los actos y emociones que no se hacen explícitos quedan suspendidos de una manera tensa en el clima institucional y subjetivo, acentuándose la sensación constante de que algo más de lo que se ve está pasando. Se fortalece así un tejido inestable de sentidos y contrasentidos que gesta la ficción más fundante: la necesidad de intentar contener estos desbordes -protagonizando otros más legitimados en ese espacio- para mostrarse a sí mismo y a los demás de una manera firme, convencida, segura.

El ámbito carcelario se empecina tanto en demarcar reglas y códigos que instaura la certeza -como necesidad intrínseca de supervivencia en algunos casos- de que siempre hay que estar atento para saber comportarse de tal manera o mostrarse de determinado modo frente a un grupo o a un sujeto según las circunstancias lo demanden. De esta manera, el aspecto emocional trabaja esforzadamente por opacarse, a través de una súper-producción continua (y agotadora) de cálculos, especulaciones, racionalizaciones y sospechas acerca de la propia situación, la de los otros y de las relaciones con ellos. Pero inevitablemente lo emocional va operando como una válvula de escape a la expectativa de activarse en cualquier momento, mientras se van acumulando gestos y reacciones impulsivas -de las más tiernas a las más violentas-. Estas condiciones contribuyen a generar otro aspecto emblemático de la institución carcelaria como son los motines, peleas, autolesiones, homicidios y suicidios, eventos espasmódicos y explosivos de todo tipo de emociones, transgresiones e impotencias contenidas10.

Está claro que toda la vida social en todos los contextos está impregnada de mecanismos y modos a través de los cuales elaboramos formas de presentarnos y ser ante los demás. Sin embargo, la cárcel "primerea" la condición de especialista en fomentar y reproducir la ficcionalización de las personas: a través de sus reglas y códigos ha generado entrenamiento en recibir de sus interlocutores lo que ella dispone.

Erving Goffman ha investigado sobre aquellos mecanismos inherentes  a las constituciones subjetivas que demandan aprender a desenvolverse en el mundo social respondiendo a expectativas externas, implicando ello una importante inversión en construir los modos de mostrarse ante los demás. Goffman seÑala: "...más o menos conscientemente, siempre y por doquier, cada uno de nosotros desempeÑa un rol... Es en estos roles donde nos conocemos mutuamente, es en estos roles donde nos conocemos a nosotros mismos. En cierto sentido, y en la medida en que esta máscara representa el concepto que nos hemos formado de nosotros mismos -el rol de acuerdo con el cual nos esforzamos por vivir-, esta máscara es nuestro si mismos verdadero, el yo que quisiéramos ser. Al fin, nuestra concepción del rol llega a ser una segunda naturaleza y parte integrante de nuestra personalidad" (Goffman, 2004:31).

Goffman decide metodológicamente diseÑar el análisis de las interacciones sociales que estudia a través del lenguaje y la disposición escénica teatral, para seÑalar que tanto la escena artística como las situaciones sociales de la vida cotidiana implican el uso de técnicas mediante las cuales nos presentamos y desenvolvemos de diferentes maneras según las personas, las circunstancias y lo que queramos transmitir. Goffman plantea que los actores teatrales, para sustentar desde el punto de vista expresivo determinada situación, apelan a sus propias claves y técnicas de interacción desenvueltas en la vida social. En gran medida, éstas sirven para presentarse ante los otros según la lógica que se supone que los otros tienen o esperan, "representando papeles" a partir de un proceso de reglas establecidas y, fundamentalmente, del juego de impresiones que unos y otros se generan y quieren generar: "Con el objetivo de impresionar a los demás [o complacerlos], los individuos se presentan a los otros mostrando información previamente seleccionada sobre sí mismos. Como actores sociales, los individuos presentan un diferente "sí mismo" a diferentes personas en diferentes situaciones" (Chihu Amparán y López Gallegos, 2002:5). 

La concepción de "sí mismo" en Goffman se refiere a un tipo de imagen; no deja de ser una representación que el individuo intenta que le atribuyan los demás cuando actúa conforme a su personaje. De este modo, "el "sí mismo" como personaje representado, es un efecto dramático que surge difusamente en la escena representada, y el problema característico, la preocupación decisiva, es saber si se le dará o no crédito" (Goffman, 2004:269).

Sin embargo, la gran preocupación invertida en resolver cómo se es visto no logra efectivizar una presencia monolítica y coherente hacia los demás. Más que nada se trata de la búsqueda de una respuesta aliviadora a la crisis de identidad que se traduce, como propone Young (2001), en enfatizar los rasgos y dibujar claras líneas demarcadoras para sugerir que el ser está fijo y decidido, construyendo una esencialización de sí mismo. Pero los sentidos y las sensaciones meten la cola instintiva y contradictoriamente, manifestándose en prácticas y discursos que dejan entrever flexibilidades -umbrales- que traspasan las barreras de control impuestas por la institución y autoimpuestas subjetivamente.

Un interno de la Unidad N° 11 de PiÑero contó en una instancia grupal en la que había surgido el tema de la discriminación -en la cual hasta ese momento los internos hacían fundamental hincapié en la que ellos sufren cotidianamente tanto fuera como dentro de la cárcel- que hacía poco tiempo se había negado a darle la mano al profesor de Educación Física (agente del Servicio Penitenciario) que se la ofrecía como forma de saludo, debido a que han compartido conversaciones y encuentros en buenos términos en el ámbito del gimnasio. Pero en esa ocasión, este interno le aclaró a "su profesor/guardián" que no le iba a dar la mano, explicándole -delante de otros compaÑeros- que ellos están de lados distintos de la reja: uno penitenciario y el otro preso.

Frente a su relato, los internos presentes se reían celebrando que "lo haya dejado pintado" con el saludo, entendido como una humillación ganada al agente. Sin embargo, a partir del cuestionamiento y problematización acerca de esa actitud que le hicieron las profesionales que coordinaban la actividad, ellos mismos -incluido el protagonista de la situación- se permitieron reconocer que algunas veces se generan situaciones que los ponen en contradicción entre los códigos y barreras sociales allí estatuidos. Por ejemplo, entre las que establecen el enfrentamiento eterno entre carceleros y presos -por lo cual se concluía que la acción de negarse había estado bien realizada- y las relaciones sociales y situaciones que se generan en momentos que pareciera que "se baja la guardia", dando lugar al acontecimiento de que existan relaciones respetuosas y amables entre ciertos penitenciarios y ciertos presos. Puesto en palabras esto, todos reconocían que había resultado una agresión gratuita y excesiva negar el saludo a este penitenciario.

De modo que aunque en este caso no llegó a generarse un enunciado y actitud novedosas y siguió primando el prejuicio institucional que enfrenta a penitenciarios y presos ante la relación interpersonal, "la cita" atravesó un conflicto: la situación desencadenó preguntas colectivas al respecto del sentido de ese enfrentamiento histórico, que aunque muchas veces se funda en prácticas concretas y abusivas de poder, en el aquí y ahora de la experiencia vivida no se actualizaba en la percepción mutua de sus protagonistas. 

La reproducción de discursos y situaciones ambivalentes pueden ser entendidas en un contexto de umbral semiótico, categoría con la que Ana Camblong refiere al espacio fronterizo entre territorialidades y procesos de pasaje. "El umbral se instala materializando el límite pero, al mismo tiempo, se instaura para que sea posible la "entrada"" (2003:23). El umbral no es un lugar que refiera a la estadía o a la morada, no se lo habita sino que se lo transita efímera, pasajera, brevemente, prevaleciendo las confusiones en la dinámica de las conversaciones y relaciones. Discursos y relaciones que "transitan de un lado a otro, de un estado a otro", dejando una impronta de contradicción instalada, "provocando desequilibrios y rupturas que permiten disparar los sentidos en los más diversos e imprevisibles rumbos y desrumbos" (2003:33). Para esta autora un umbral se caracteriza por "turbulencias semióticas": inestabilidad y disipaciones del sentido; emergencia de la "primeridad": todo-posibilidad, pasiones y afectos; emergencia de la "incoación": constante comienzo, reinicio, reintento; relevancia del silencio: tanto por impotencia/indefensión como por resistencia; producción semiótica extravagante, cambiante y alterada; descenso del sustento lingüístico. (Camblong, s/f).

Sobre estos límites controversiales se desenvuelve la vida carcelaria: aunque su estructura presente un escenario reglamentado que regula a la institución delimitando espacios, jerarquías y movilidades, aunque los "deber ser" y "deber hacer" condicionan todas las relaciones sociales, la cotidianeidad esconde más un estado de constante movimiento de significados guiados por estas "turbulencias", "primeridades", "incoaciones" y "silencios explosivos" que de certezas, simplezas y determinaciones. Así se replican múltiples escenas que ilustran modos de umbralidad, algunas dolorosamente extremas junto a otras menos dramáticas en cuanto a las formas de manifestarse. Pero en todos ellas se puede leer la confluencia paradojal entre el estado de umbralidad y la tensión por no abandonar los roles que se supone se deben cumplir.

En ocasión de una fecha patria en la Unidad N° 3 de Rosario, la escuela que funciona en la institución había organizado un locro para la comunidad penitenciaria en el Salón de usos múltiples. Allí estaban presentes una parte importante de la población de detenidos, algunos de los profesionales, oficiales y sub-oficiales del Servicio Penitenciario (aunque estos últimos no estaban sentados en las mesas), algunas autoridades de la Unidad y de la gestión política. Yo me senté en una mesa cercana a la entrada del salón junto a otros internos, uno de los cuales (muy reconocido allí adentro por su trayectoria delictiva y en la institución) cuando entró el subdirector de la Unidad, le hizo seÑas y llamándolo por su nombre de pila lo invitó a que se siente con nosotros. Si bien no se dio una conversación fluida y de expresiones de confianza mutua entre los que estábamos allí, transcurrimos el almuerzo en un clima agradable.

Un rato más tarde, cuando algunos salimos al patio, me encontré charlando con un grupo de internos entre los que estaba el que había llamado al subdirector, al cual sus compaÑeros "bromeaban" tendenciosamente por haber compartido la mesa con esa autoridad. Riéndose, él se desafectó urgente y jocosamente de la situación argumentando que "no le había quedado otra", porque el subdirector se había venido a sentar a su lado.

El espacio carcelario se construye cotidianamente a partir de múltiples territorialidades simbólicas que enuncian y disputan límites definidos y asignan modos de conducta y de pensamiento, aunque al mismo tiempo va tejiendo -de maneras más o menos subrepticias- formas y relaciones de poder, al interior de cada uno de los sectores y entre ellos, mucho más complejas que la de la dupla represores/resistentes, sino también fundadas en negociaciones.

De allí que aunque eficaces, el éxito de estos modos no deviene de lograr mantener (se) y fijar (se) a cada uno en una posición y rol social asignados que no pueden ser transgredidos de ninguna manera -los umbrales también intervienen de manera múltiple para dar cuenta de la imposibilidad de las clasificaciones y estratos sociales taxonómicos-. La eficacia radica en incorporar la creencia de que la única forma de obtener reconocimiento y respeto de los otros es sólo a partir de lo que se cree que para los otros es respetable de uno,  sin que se priorice el reconocimiento de una mirada sincera hacia uno mismo. Así es como la principal regulación de este escenario abyecto radica en introyectar la reproducción de mecanismos de especulación y defensa para presentarse ante los demás en la vida cotidiana de la cárcel.

LOS VELOS IDENTITARIOS

Según define el PequeÑo Larousse ilustrado (1997) a la palabra velo: una "cosa delgada y ligera que encubre o disimula la verdad o la falta de claridad en algo", pareciera que los aspectos más emblemáticos de la institución carcelaria tales como la legislación, los códigos institucionales, los códigos "tumberos", el posicionamiento victimizado u omnipotente y la religión11 se yuxtaponen y actúan como algunos de los velos identitarios más significativos que no permiten reconocerse y encontrarse consigo mismo y con los otros.

La ley, los códigos institucionales y "tumberos" y la religión incitan a tener que demostrar que se cumplen los parámetros que ellos establecen para poder "pertenecer", acceder, salvaguardarse, "gozar" de beneficios, espacios y actividades. Esto implica, según los contextos, acatar órdenes, ocultar sentimientos, acumular impotencias o también concebirse y comportarse fuerte, malo y violento.

En lo que refiere al posicionamiento victimizado, este opera como otro velo identitario que se ampara en la sensación de absoluta injusticia y abandono que se vive (lo cual es en principio entendible y compartible), pero que -como sugiere Rita Segato (2003)- al convertirlo en una entelequia absoluta, va limando toda posibilidad de tomar un posicionamiento más activo y de apropiación de la situación, al descansar en el juicio de que toda la culpa la tienen los otros: familiares, institución cárcel, Estado, sociedad12.

La actitud de omnipotencia, aunque más corriente en los cargos penitenciarios, también aparece en los presos, en un discurso (en el sentido realizativo de Austin, de que decir es hacer) de total control y elección de la situación vivida, habilitándolos a ejercer en algunos casos sometimiento hacia otros13. Claro que estas descripciones representan rasgos generales que encuentran sus matices y combinaciones en las personalidades y dependen de las circunstancias atravesadas subjetiva y colectivamente.

Así, estos cimientos del universo carcelario representan nudos emblemáticos en los cuales los sujetos se amparan, echan mano (utilizan) o se someten para incorporarse y sobrevivir en él. Los velos que se van introyectando y naturalizando dificultan las posibilidades de comprensión, de reflexión y desarrollo de la afectividad; reducen las oportunidades de un juicio correctivo o de una visión a largo plazo (Morín, 1999: 27), dando lugar a la eficacia de la cárcel como una institución estructuralmente alienadora y autoritaria.

Claro que estos "mecanismos" no dejan de ser intervenidos por rupturas, disonancias y vitalidades. La confluencia de diversas posiciones sociales, disposiciones y elecciones traídas y generadas por los actores (Bourdieu, 1999), -ya que como mencioné, la comunidad penitenciaria se compone de presos,  guardias y familiares, pertenecientes en su gran mayoría a una misma procedencia social, pero también de profesionales, autoridades políticas, referentes de ONGs, grupos religiosos y otros, que representan a otros ámbitos sociales-  permite reconocer luchas contra el desgaste al que tiende la institución, según las condicionees de cada uno de los sectores que la componen. Esto se percibe, por ejemplo, entre algunos de los referentes políticos de la gestión y profesionales de los Equipos de AcompaÑamiento, fundamentalmente entre aquellos que continúan sintiéndose identificados con el proyecto de reforma progresista del Servicio Penitenciario de Santa Fe.

También algunos los actores de la sociedad civil y organismos de derechos humanos aportan a la existencia de constantes movimientos, recambios y empeÑos, pero dentro de una estructura institucional que de tan consolidada histórica y socialmente, hasta el momento no logran constituirse en discursos y prácticas efectivas que cuenten con el respaldo político, cultural y social suficiente para romper con las dinámicas instauradas. Mientras tanto, se van generando los desgastes subjetivos que se manifiestan desde crisis de impotencia, desinterés y desidia hasta la asunción de los mismos mecanismos de ficcionalización y apariencias que promueve el ámbito carcelario.  

Esto instituye una institución de la frustración, aunque, claramente, no en lo que se refiere a sus objetivos primordiales. Ya Foucault (1989) ha aclarado que la ilusión efímeramente desvanecida de reformar y rehabilitar delincuentes para el bien social, no representa el fracaso de la cárcel en lo que hace a sus más sinceros y profundos objetivos: la segregación e, incluso, la eliminación de personas14. En todo caso, el objetivo perfeccionado de la institución es frustrar personas (o agotarlos, debilitarlos, enfurecerlos, violentarlos, taparlos). Y en distintos gradientes y tiempos, según cómo impactan y afectan a los distintos sectores y sujetos que participan de la vida carcelaria, la frustración y la impotencia se convierten en el hilo que une para conformar una comunidad, penitenciaria.

Las sensaciones de este tipo más explícitas y contundentes, claro, son las de los presos. El hecho de dejar de disponer de la vida sobre uno mismo, no puede menos que instalar condiciones de frustración. Ésta también se retroalimenta y se potencia por el uso excesivo de la mecánica racionalizadora como única forma de resolver y proyectar. La constante y exultante producción del mundo psíquico de los internos, reforzado por el encierro, el excesivo tiempo libre y mal aprovechamiento de la ociosidad, la ausencia de afectividad para religarse a uno mismo y a los otros, se expresa en la generación de gran cantidad de imaginarios, fantasmas y sueÑos que definen e incluso determinan la concepción del espacio social carcelario y extracarcelario, por momentos mucho más persecutorio, violento o excitante de lo que el mundo social "emite": "existe en cada mente una posibilidad de mentira a sí mismo (selfdeception) que es fuente permanente de error y de ilusión. El egocentrismo, la necesidad de autojustificación, la tendencia a proyectar sobre el otro la causa del mal hacen que cada uno se mienta a sí mismo sin detectar esa mentira de la cual, no obstante, es el autor" (Morín, 1999:6).

Respecto de la proyección de la vida hacia adelante, los relatos que siguen de dos internos tienen la interesante característica de que reconocen con lucidez una producción de idealizaciones acerca de sí mismos, lo cual sin embargo no les otorga seguridad hacia ellos con respecto a las decisiones que puedan tomar en el futuro. Agustín tiene 52 aÑos y a lo largo de su vida (con salidas y entradas reiteradas) lleva 30 aÑos preso, "pagando" a medida que pasaban los aÑos condenas cada vez más largas. En la actualidad se encuentra con arresto domiciliario por una enfermedad cardiovascular:

-"Yo te digo cómo nos pasa a la mayoría: 'la próxima no caigo más, la próxima salgo y gano, la próxima la hago mejor, la próxima la hago mejor, porque...' y planeaba y planeaba, porque vos siendo de la edad viste cuando sos joven, vos te sentís el mejor, el ganador, te sentís tan tan ganador, tan seguro de vos mismo ¿me entendés? Y esto y lo otro, y 'no, la próxima me salvo'. De vuelta acá. 'La próxima, no, la próxima la hago mejor, me salvo'. Acá (en tono grave). Y siempre te salvás la próxima, siempre te salvás la próxima y van pasando los aÑos y van pasando los aÑos y vos no te das cuenta, de todo lo que vas perdiendo (...) y cuando salís salís con tanto dolor por todo lo que vos ves  pasar acá adentro y todo eso que, que, que a quién hacés culpable?, a la sociedad".

Horacio tiene 32 aÑos. En el primer permiso de salida de la condena que estaba atravesando -además de otras que ya "ha pagado" a lo largo de los 13 aÑos que lleva ingresando a cárceles de mayores- decidió no retornar a la cárcel. Por un tiempo se mantuvo en situación de fugado, pero volvió a ser detenido con una nueva causa. Este relato pertenece a una entrevista realizada dos meses antes de su ida, en la cual se debatía sobre qué decisión tomar:

-"Y... lo que pasa es que cuando ya llevás un tiempo en este sistema, sos parte del sistema, sos parte del sistema, vos querés apartarte del sistema y no podés, no podés, no podés, no podés porque vos decís, te vivís mintiendo, yo llegué a la conclusión de que me miento yo porque digo 'no quiero robar más', 'no quiero tener esta vida', pero el sistema, la sociedad y acá, de acá te vas hundido, te vas humillado de acá, vas a la calle para decir 'no, yo no soy lo que dicen estos, tengo derecho a una posibilidad', la gente me cierra las puertas, la gente no se hace cargo, porque no se hace cargo la gente.

     (...) Entrevistadora:-¿Y vos cómo sentís esto de que viviste muchos aÑos en la cárcel?

 -Y bueno, tenés que tener un poder muy grande, yo realmente no lo tengo porque si salgo y vuelvo, salgo y vuelvo, no lo tengo tampoco".

Cual pulpo que atrapa y no se deja trascender, estos relatos muestran la sensación de fracaso y los pocos recursos externos disponibles para modificar la situación, más que las propias elucubraciones e intenciones.

Ambas situaciones, tanto la que se propone "hacerla bien" de una vez y para siempre intentándolo tantas veces como sean necesarias, como la que se empeÑa en autoconvencerse de que ya no cometerá delitos, atraviesan los discursos de gran parte de los internos. Unos y otros quedan hermanados -y atrapados- en la construcción de convicciones frágiles y efímeras y en las fuertes cargas de frustraciones frente a la repetición constante de muchos aspectos de sus vidas.

Como mencionaba, las sensaciones de impedimentos, desánimos e impotencias también conviven en los trabajadores del Servicio Penitenciario. El hecho de que el Cuerpo General sea una estructura jerarquizada, de gran preponderancia de puestos que no ofrecen posibilidad de progresos personales y laborales también acarrea malestares y desgastes. Esto se da de manera clara en el caso de los sub-oficiales por ejemplo que, por lo demás, son quienes están en constante contacto con los presos, con la multiplicidad de aristas y repercusiones laborales, personales y familiares que su función implica15. Además, y según lo establece la Ley Orgánica del Servicio Penitenciario de Santa Fe, los agentes penitenciarios están sujetos a las necesidades aleatorias de cada Unidad. De allí que sus destinos pueden ser cambiados de un día para otro o que gran parte de ellos tengan que viajar varios kilómetros a su lugar de trabajo, con sobrecarga de servicios por falta de personal y muchas dificultades de acceso a las licencias.

Esos sentimientos también abundan entre los profesionales -en algunos de manera instalada y constante, en otros por épocas, contextos y situaciones- debido al desgaste institucional y subjetivo que implica la labor en un lugar de encierro. El objetivo enunciado para su función es "reducir los daÑos que la situación de encierro produce inevitablemente", "promover y asegurar derechos que los presos tienen en tanto ciudadanos" y "alentar la reintegración a pesar de la prisión" (Objetivos definidos en el Protocolo de Intervención para los Equipos de AcompaÑamiento para la Reintegración Social, 2008). Todo ello sin disponer de los recursos humanos, materiales y políticos adecuados. 

Por último, en el sector de la gestión política, impulsores de la Reforma progresista, se evidencia una cada vez más dilatada distancia entre los principios enunciados -de interesante consistencia teórica e intelectual- y la capacidad de gestión y negociación con cada uno de los sectores para cumplir ciertos objetivos. La transformación de la cultura institucional propuesta se va desluciendo y desgastando frente a la urgencia imperante para tomar decisiones y resolver los conflictos de corto y mediano plazo, dificultándose las planificaciones estructurales.

La dinámica de las relaciones entre estos últimos tres sectores se explicitan de manera contundente en el hecho de que la comunicación entre ellos, imprescindible para agilizar y acordar el trabajo, se torna una herramienta de ejercicio y visibilización de las relaciones de poder. Así, en nombre de la jerarquización de la estructura, es probable que una entrevista entre un profesional y un interno, un trabajador de bajo rango y una autoridad, un interno y una autoridad, un interno y un pastor se extienda mucho en el tiempo debido a la "necesidad" de intermediarios que tienen que autorizar o facilitar ese encuentro, que a veces no llega a realizarse si no hay voluntad de algunos de los "eslabones" intervinientes (Narciso, 2011). A partir de estas condiciones, se refuerzan los hábitos de que cada uno vaya incorporando y haciendo uso de la porción de poder que su espacio y función le habilita, fortaleciendo los territorios institucionales autolimitantes.

REFLEXIONES FINALES

Muchos interrogantes sobre el espacio carcelario rondan en torno a si podría existir alguna posibilidad de que sus efectos sean menos nocivos; si, como se propone la gestión política en el Documento Básico de la Reforma, se podría lograr "desmontar en la mayor medida posible los mecanismos que generan sufrimiento y degradación en las personas privadas de su libertad", aunque -reconoce rápidamente el documento- "su total extirpación resultará imposible mientras siga existiendo la prisión como forma de castigo legal" (2008:39).

Al inicio de estas páginas mencionaba que los efectos contenedores y renovadores de las subjetividades en este contexto emergen cada tanto, como acontecimientos que irrumpen en la serie. Desde mi experiencia de investigación, he notado que cuando algo de esto sucede está relacionado con actividades culturales, recreativas, educativas, laborales, por lo general, en instancias colectivas. Y que repercuten provechosamente en los internos cuando tienen una proyección en el tiempo, dando lugar a la generación de vínculos entre personas con distintas trayectorias o experiencias de vida, ya sean actores ajenos al Servicio Penitenciario o trabajadores del mismo (Narciso, 2006).

Sin embargo, el desafío es aún mayor, porque que el hecho de que las circunstancias fortalecedoras asomen cada tanto no es sólo privativo de la institución carcelaria, como tampoco lo son las formas de relaciones sociales ni las construcciones identitarias que allí se despliegan. Como seÑala Manuela Da Cunha, para los internos la reclusión:

"ya no representa "un tiempo aparte", (...) deja de ser vista como una suspensión de la trayectoria personal, y los acontecimientos que tienen lugar en su transcurso no poseen un estatuto diferente al de los acontecimientos exteriores. Pasan, como ellos, a entrar en la cronología personal y a acumularse en la autobiografía. Las relaciones externas, previas a la cárcel, no se interrumpen con la detención, y las relaciones ("carcelarias") no cesarán con ella". Las relaciones allí generadas "ya no son extirpadas de la biografía -como hace una década- en razón de su asociación estigmatizante con la prisión. No son siquiera extirpables, ya que son preconstituidas y, asimismo, el estigma que las acompaÑa es anterior a la detención" (Da Cunha, 2005:8). Entonces, el problema es económico, social, político, cultural, pero también es profundamente afectivo. La conformación de lo abyecto está ligado de manera intensa a la quita de afectividad, por tanto su reversión en gran parte puede darse si ella logra ser restituida. 

Judith Butler seÑala que el hecho de que un acto (de habla o de práctica) pueda resignificar el contexto previo, instaurando un acto novedoso, depende del intervalo entre el contexto en el que una herida se origina y los efectos que este produce: "Por ejemplo, para que una amenaza pueda tener un futuro distinto de aquel que había previsto, para que pueda ser devuelto a su hablante de una forma distinta y para que pueda ser desactivada por medio de ese retorno, los significados que adquiere el acto de habla y los efectos que produce deben exceder aquellos que el acto de habla había previsto, y los contextos que asume deben ser distintos de aquellos en los que se originó" (Butler, 1997:35). Es decir, debe producirse una distancia temporal y una pérdida de relación inmediata entre el momento del acto y los efectos hirientes que genera, de modo que esa desafección permita la posibilidad de incorporar un "contra-discurso", "un tipo de respuesta que sería imposible si la relación entre acto y herida fuera más estrecha" (Butler, 1997:36). Para el ámbito carcelario, podría pensarse como la posibilidad de una subversión entre la hiperracionalización que actúa constante y mecánicamente respondiendo según los parámetros establecidos en la institución, por una racionalidad reflexiva y afectiva que permita protegerse de los estímulos agresivos y estereotipados (Morín, 1999). Pero como decía uno de los internos, "tenés que tener un poder muy grande", en el sentido de tener mucho valor y lucidez para romper con los esquemas instaurados, tomando distancia emocional de situaciones que la mayoría de las veces se perciben como provocadoras. Por mi parte, consideré necesario el recorrido por algunas de las dinámicas de producción y reproducción identitaria y social que emergen en la institución carcelaria, de modo de comenzar a visualizar posibles puntos de incidencias políticas en las cadenas de repeticiones que emblematizan a la cárcel, asumiendo que no se trata solamente de cuestiones de voluntades y "poderes" personales.

Ciertamente "los embates" a la identidad aquí descriptos no son ajenos a los dilemas subjetivos que atraviesa todo ser humano en cuanto a cómo ser y mostrarse ante los demás y a constituirse a partir de "umbralidades" no demasiado definidas. Unos y otros estamos expuestos a sometimientos y repeticiones impuestas y autoimpuestas, materiales o imaginarias, microfísicas y macrofísicas del poder. Sin embargo, la cárcel representa una experiencia contundente y concreta que evidencia casi desfachatadamente cómo regula estos mecanismos de ocultamiento del ser. Esta institución debate y cuestiona abiertamente la humanidad, los derechos humanos y el reconocimiento al otro como persona. Resultaría vital que los proyectos políticos aborden como un aspecto fundamental e integral el tratamiento y cuidado de la afectividad de todos los sectores que hacen a la institución, ya que si esta esfera no es incluida difícilmente puedan encontrarse nuevas respuestas dentro del paradigma racionalista que trajo hasta aquí a la cárcel.

Notas

1. Es importante destacar que las alteridades y divisiones desde las que se construye el imaginario sociológico de la institución encuentran, sin embargo, porosidades en sus fronteras físicas y simbólicas. Por un lado, en cuanto al tránsito físico, a través de la entrada y salida de familiares; visitas de distintos grupos con distintos fines -ONGs, religiosos, universitarios, etc.-; entradas y salidas de los mismos internos, en algunos casos a servicios de salud externos al Servicio Penitenciario, o a partir de los "beneficios" que otorga la ley cumplido cierto tiempo de la condena: salidas transitorias, laborales, de excepción; además del constante  ingreso de sustancias o elementos prohibidos como armas, dinero, etc., que, a su vez, promueven distintos tipos de relaciones entre visitas, penitenciarios e internos. Por otro lado, respecto de las  fronteras simbólicas, el ingreso a una prisión o la salida de ella no implica necesariamente el ingreso o egreso a realidades totalmente desconocidas, ya que muchas de las formas de socialización relacionadas con la violencia que forman parte de la institución, existen en las dinámicas sociales que se construyen en los barrios y comunidades de mayor procedencia de los detenidos. De allí que también se tiene la referencia y contacto constante con las experiencias carcelarias de familiares, amigos, vecinos que han estado o están en la cárcel. SeÑala Beatriz Kalinsky: "La violencia carcelaria es una continuación de la violencia comunitaria; las personas condenadas provienen, por lo general, de barrios criminalizados, y vuelven a esos mismos lugares. Por ende, la cárcel es una estadía que está en el espectro de posibilidades de sus trayectorias de vida. Es una etapa por la que se sabe se puede pasar, y se acepta como tal". (2005:3) 

2. Este trabajo se enmarca en un proyecto de investigación  doctoral sobre la política penitenciaria santafesina y el proceso de la "Reforma Progresista" presentada a inicios de 2008.

3. La Unidad 3 está ubicada en el macrocentro de la ciudad de Rosario. Allí se encuentran detenidos 300 hombres aproximadamente, la mayoría de ellos con condena fija y un porcentaje importante accediendo a salidas transitorias y permisos laborales fuera de la institución. Debido a su infraestructura y ubicación es caracterizada y funcionalizada como una cárcel de mínima seguridad. La cárcel de PiÑero, por su parte, se encuentra a 20 km al sudoeste de la ciudad de Rosario, donde están alojados alrededor de 600 hombres. Esta Unidad se cuenta entre las de máxima seguridad de la Provincia y tiene muy poca disposición de actividades laborales, educativas y culturales para los detenidos.

4. En este sentido, Rosa del Olmo (2002) alertaba sobre el silencio carcelario que se acrecentaba no sólo en la formación de opinión pública, sino también entre penalistas y criminólogos latinoamericanos en la década de los 90. En pos de otras discusiones sobre criminalidad y sistemas penales, se iba dejando relegada la cuestión de la violencia institucional y subjetiva que impera en las cárceles latinoamericanas.

5. Desde la antropología, Marshall Sahlins (1988) también ha utilizado el concepto de performativo, en su caso para referirse a la capacidad de resignificación cotidiana e histórica de las estructuras sociales que tienen los sujetos. Así, opone a las "estructuras prescriptivas" las "estructuras performativas". Éstas operan sobre las primeras generando distintas significaciones sobre un mismo hecho, dependiendo de las posiciones sociales y puntos de vista de quiénes las producen. Esta conceptualización le permite a Sahlins demostrar el movimiento y diacronía de las estructuras, haciendo emerger su dimensión histórica. Desde otro lado, lo performativo para Butler no se refiere sólo a qué uso hacen los sujetos  del lenguaje para convertirse en los amos de los conceptos y no los esclavos de ellos, sometiendo determinadas categorías culturales a riesgos empíricos (Sahlins, 1988). No se trata de actos singulares y deliberados, sino de prácticas reiterativas mediante las cuales el discurso logra sus efectos. Butler se aleja de la idea bastante arraigada en la producción antropológica de la distinción entre representaciones y prácticas. Para esta autora, pensar, decir y hacer es parte de un mismo proceso de subjetivación, es lo que integralmente "hace-subjetiva-identifica" a los sujetos. Si bien el trabajo de Sahlins propone romper la serie de juegos dicotómicos que propusieron improntas teóricas de peso como el marxismo y el estructuralismo -cultura e historia, pasado y presente, estático y dinámico, sistema y acontecimiento, infraestructura y superestructura-, para explicar la agencia de los sujetos continúa apelando a un juego dual entre "estructuras prescriptivas" y "performativas", mientras que Butler lo construye desde otra matriz, proveniente de la teoría del lenguaje y de actos de habla propuesta por Austin (1955) .

6. No tengo posibilidades de explayarme aquí sobre mi experiencia etnográfica en la cárcel y las reflexiones metodológicas y teóricas que de allí se desprenden. En un próximo artículo abordaré en profundidad este aspecto neurálgico del proceso de investigación.  

7. Explicando la importancia de la cita para dimensionar la fuerza que tiene la apelación constante al lenguaje en la producción de la constitución subjetiva, Butler refiere: "Cuando hay un "yo" que pronuncia o habla y, por consiguiente, produce un efecto en el discurso, primero hay un discurso que lo precede y que lo habilita, un discurso que forma en el lenguaje la trayectoria obligada de su voluntad. De modo que no hay ningún "yo" que, situado detrás del discurso, ejecute su volición o voluntad a través del discurso. (...) En realidad, sólo puedo decir "yo" en la medida en que primero alguien se haya dirigido a mí y que esa apelación haya movilizado mi lugar en el habla (...), el reconocimiento forma al sujeto". (2002: 317)

8. Un ejemplo claro es el de la Ley Orgánica del Servicio Penitenciario de Santa Fe, en vigencia desde 1978, la cual casi no detalla derechos para los trabajadores penitenciarios.

9. Interno de 31 aÑos, con condenas reiteradas de entre dos, cuatro y cinco aÑos que lo han mantenido más adentro de la cárcel que afuera desde que cumplió la mayoría de edad. Los nombres de internos aquí mencionados han sido cambiados para preservar la identidad de las personas.

10. Muchos de estos acontecimientos cuando son esclarecidos -o apenas seudo-esclarecidos- se conoce que fueron incentivados y facilitados por otros sectores ajenos a la población de presos, fundamentalmente de agentes o grupos pertenecientes al Cuerpo General, y que cobraron rápidamente eco entre los detenidos. La investigación de la Masacre de Coronda de abril de 2005, donde murieron 14 personas, arroja varias pruebas respecto de estas prácticas. (CELS, 2006)

11. La mayoría de las Unidades de la Provincia de Santa Fe cuentan con algunos pabellones exclusivamente religiosos que se organizan hacia su interior según sus propias normas, llegando a condicionar aún más que los principios establecidos por la misma institución carcelaria todas las esferas de la vida de los internos.

12. Segato (2003) desarrolla su análisis postulando la irresponsabilidad del sistema penal al constituir su estructura a partir de instancias que justamente irresponsabilizan a los sujetos presos, cuyo fundamento más básico es el sistema de tutelaje que se requiere para mantener privada de su libertad a una persona.

13. En lo que aquí llamo un posicionamiento omnipotente, Alison Spedding Pallet, analizando una prisión femenina de Bolivia, se refiere a este perfil de personas presas como autoritarias. Su descripción tiene muchas similitudes con características de algunos de los presos conocidos en mi trabajo de campo: "La persona con postura autoritaria se alaba de sus habilidades para obtener lo que ella desea, tanto frente a las demás internas (por ejemplo, imponiendo sus reglas de convivencia a sus acompaÑantes de celda) como frente a los policías ("A mí me hace caso la Capitán"). (...) Con las policías es zalamera y les ofrece toda clase de regalos, (...) a veces toma la aceptación de coimas no por lo que es (la compra puntual de un favor específico, que no garantiza nada fuera de esa transacción) sino como reconocimiento de su propia capacidad de influir incluso sobre la Gobernación" (2008:136).

14. Un reciente informe elevado al Subcomité contra la Tortura en Ginebra por la Coordinadora de Trabajo Carcelario de Rosario, una ONG que trabaja por los derechos de las personas privadas de la libertad en las cárceles santafesinas, refiere que en lo que va de este aÑo murieron en las cárceles de la provincia diez detenidos. El informe seÑala que no todas esas muertes son debidamente investigadas, existiendo denuncias de detenidosde que algunos hechos suceden en conocimiento y ante la inactividad del personal penitenciario. ("Pena de muerte informal", 10/11/11, en Redacción Rosario: www.redaccionrosario.com)

15. Para una profundización de la situación social e institucional de los agentes penitenciarios, ver Kalinsky y CaÑete (2005).

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