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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.23 Posadas dez. 2013

 

ARTÍCULOS

Ser militar en la argentina del siglo XXI: entre una vocación, una profesión y una ocupación

 

Germán Soprano

* Doctor en Antropología Social por la Universidad Nacional de Misiones. Investigador del CONICET. Profesor de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Nacional de La Plata. E-mail: gsoprano69@gmail.com

Fecha de recepción del original: octubre de 2013. Fecha de aceptación: junio de 2014. 

 


RESUMEN

En el análisis de los militares argentinos en el siglo XX, las ciencias sociales priorizaron el conocimiento de sus ideologías y doctrinas, comportamiento político y el ejercicio del control represivo de la sociedad entre 1930 y 1983, así como las relaciones civiles-militares desde el restablecimiento del sistema democrático en diciembre de 1983. De un modo diferente, los resultados de esta etnografía comprenden concepciones sobre ser militar en perspectivas y experiencias de oficiales y suboficiales de la Armada a principios del siglo XXI, es decir, en un contexto democrático donde las Fuerzas Armadas han normalizado su inscripción en el Estado y sociedad nacional. Nos interesa conocer: las elecciones personales e influencias sociales que incidieron en el ingreso a la Armada y el desarrollo de la carrera militar. Su estudio permite reconocer que oficiales y suboficiales definen el ser militar como una vocación, profesión u ocupación.

PALABRAS CLAVE: Militares; Vocación; Profesión; Ocupación.

Be military in the Argentina of the 21st century: between a vocation, a profession and an occupation

ABSTRACT

In the analysis of the argentine military in the 20th century, social sciences gave priority to the knowledge of their ideologies and doctrines, political behavior and the exercise of the repressive control of the society between 1930 and 1983, and the civil-military relationships in democracy since December 1983. In a different way, this ethnography results include notions about being military in perspectives and experiences of officers and non-commissioned officers of the Navy at the beginning of the 21st century, that is, in a democratic context, where the Armed Forces have normalized their inscription with the State and national society. We want to know: the personal choices and social influences that impacted at the entrance to the Navy and the military career. Their study allows to recognize that officers and non-commissioned officers defined to be military as a vocation, profession or occupation.

KEY WORDS: Military; Vocation; Profession; Occupation.


 

INTRODUCCIÓN

Las ciencias sociales han priorizado en el análisis de los militares argentinos en el siglo XX, por un lado, sus ideologías y doctrinas, el comportamiento en el sistema político y en el control represivo de la sociedad entre 1930 y 1983; y, por otro, las relaciones civiles-militares en democracia desde diciembre de 1983 (Soprano, 2010). Por su parte, la antropología social sólo excepcionalmente se interesó en el estudio de los militares como grupo social1. Este posicionamiento científico y sus resultados sustantivos determina opciones temáticas, epistemológicas y metodológicas de los investigadores locales, así como elecciones éticas y políticas, pues como sostiene Rosana Guber (2007) ese escaso interés expresa un efecto de barbarización moral y política de los militares, que subsume unilateralmente su conocimiento a experiencias históricas y resignificaciones actuales del terrorismo de Estado durante el "Proceso de Reorganización Nacional" entre 1976 y 1983.

De este modo la comprensión de las perspectivas y experiencias de los militares en el presente democrático, no sólo ha sido desatendida sino a menudo entendida en forma estereotipada como un todo social y cultural homogéneo, sospechado de ser esencialmente amenazante, conspirativo y antidemocrático. Es por ello que, basándonos en las entrevistas efectuadas en el año 2008 durante la realización de trabajo de campo etnográfico en el curso de la navegación de un buque de la División de Patrullado Marítimo de la Armada Argentina2, en este artículo nos proponemos conocer las concepciones de oficiales y suboficiales sobre ser militares en relación con las elecciones personales e influencias sociales que incidieron en su ingreso a esa Fuerza, y en el desarrollo de la carrera militar3. Su estudio permite reconocer que oficiales y suboficiales definían el ser militar destacando unos atributos sociales que pueden ser comprendidos en forma situacional mediante el recurso a las categorías analíticas de vocación, profesión u ocupación4. Creemos que la opción por este énfasis temático y la posibilidad de desarrollar enfoques y métodos etnográficos en el estudio de los militares argentinos guarda relaciones con el actual contexto democrático donde las Fuerzas Armadas han normalizado su inscripción en el Estado y sociedad nacional5.

VOCACIÓN, PROFESIÓN, OCUPACIÓN COMO CATEGORÍAS ANALÍTICAS

Según Martin Van Creveld (2008) hasta la Primera Guerra Mundial la guerra y los militares eran un objeto de estudio restringido al empleo de las Fuerzas Armadas en los niveles táctico, operacional y estratégico, y cuya realización se producía casi exclusivamente en instituciones castrenses. Con excepción de las academias militares de Estados Unidos (que formaban parte del sistema de educación superior de ese país), las instituciones científicas y universitarias civiles se desentendían del tema. Sin embargo esta situación cambió tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría cuando académicos norteamericanos como Samuel Huntington (1995) y Morris Janowitz (1974) abordaron las relaciones civiles-militares y Fuerzas Armadas y sociedad, respectivamente. Estos dos autores constituyen una referencia indispensable para científicos sociales (principalmente politólogos y sociólogos) que desde la década de 1960 hasta el presente estudian estos temas, así como para decisores políticos y militares.

Para Huntington los oficiales eran profesionales como los abogados o médicos. Su singularidad profesional se establecía por tres características: la maestría, esto es, los conocimientos expertos y habilidades prácticas especializadas requeridas por el ejercicio del monopolio legítimo en la administración de la violencia; la responsabilidad en el cumplimiento del servicio orientándose por ideas y valores sustentados por la sociedad en la que se inscriben; y, por último, el corporativismo propio de la burocracia castrense constituida en torno de rangos (jerarquías) y cargos (funciones). La dimensión vocacional era también un componente del profesionalismo de los oficiales y del oficio de los suboficiales. Pero ¿Por qué Huntington distinguía entre profesión y oficio? Él entendía que el comando se localizaba en los oficiales y por ello los suboficiales no eran sujetos clave en asuntos de doctrina, organización y funciones castrenses, ni en el balance de poder de las relaciones civiles-militares. La ocupación de los suboficiales, por ende, era un oficio y no una profesión.

Morris Janowitz en cambio destacaba las determinaciones socio-económicas, políticas y culturales de la sociedad que incidían en la configuración de identidades, organización y sociabilidad en las Fuerzas Armadas. Cinco hipótesis constituían su análisis de las transformaciones de la profesión militar, especialmente en los oficiales de países capitalistas centrales en la segunda posguerra: a) La modificación de la noción de autoridad y disciplina, que pasaba de un concepto autoritario a otro fundado en la persuasión y explicación a los subalternos, el asesoramiento experto a los superiores, y la construcción de consensos colectivos. b) La disminución del diferencial de capacidad técnica entre las elites militares y civiles, debido a las elevadas exigencias de conocimientos especializados demandados a los oficiales. c) La ampliación y diversificación de la base social de reclutamiento de los oficiales. d) La realización de tipos de carrera militar en función de los conocimientos técnicos particulares requeridos a oficiales jefes y subalternos, así como las capacidades de los oficiales superiores para desarrollar relaciones interpersonales, negociaciones políticas y decidir sobre cuestiones estratégicas. e) Las nuevas tendencias en el adoctrinamiento político, especialmente en la conducción estratégica, que suponen una ética política más explícita en relación con la orientación y toma de decisiones en asuntos de la defensa y la política militar. Las cinco tendencias manifestaban lo que Janowitz denominó como formas de 'civilinización' de las Fuerzas Armadas, esto es, la incorporación de lógicas y prácticas del mundo civil en el ámbito castrense.

Por su parte, Charles Moskos (1977) sostenía que los perfiles sociales de los militares y de sus organizaciones podían comprenderse con arreglo a tres modelos ideales: vocacional, profesional u ocupacional. De acuerdo con el primero, los militares se orientan por valores institucionales que trascienden el interés individual de los miembros de la organización y se vuelcan a favor de la realización de fines colectivos que implican sacrificio y completa dedicación. La prosecución de dichos objetivos no devenga beneficios individuales inmediatos, pero sí otros beneficios materiales y simbólicos resultantes de su integración y estatus militar. El modelo profesional, en tanto, está asociado con una legitimidad fundada en saberes y prácticas expertas de los individuos, objetivada en la formación académica, certificaciones, el control de las situaciones de trabajo, una ética determinada por la comunidad de pares y su regulación por asociaciones profesionales. Los beneficios de este modelo se relacionan con la expertise adquirida por cada miembro de la organización. Sin embargo, este modelo presentaría limitaciones en su aplicación en las Fuerzas Armadas, donde las compensaciones se determinan por las posiciones alcanzadas en la jerarquía militar antes que por las calificaciones técnico-profesionales individuales. El modelo ocupacional, por último, obtiene su legitimidad en el mercado, con prevalencia de intereses individuales, compensaciones monetarias por la realización de competencias equivalentes, determinación de derechos y obligaciones con contrato formal y organización sindical. Moskos reconocía una tendencia a la afirmación de este modelo en los Estados Unidos desde que se abandonó el servicio militar obligatorio a principios de la década de 1970. Consecuencia de ello, era el incremento de los beneficios materiales (mejoras salariales, subsidios, pensiones, seguro de salud) del personal militar y sus familias lo que permitió equipar el desempeño en las Fuerzas Armadas con parámetros sociales de ocupaciones civiles. Y si bien el modelo vocacional continuaba siendo el que expresaba mejor las concepciones ortodoxas de lo militar -invocando valores como deber, honor, patria- el estudio empírico demostraba la existencia híbrida de características de los tres modelos.

Por último, según Julia Evetts (2003) los militares como individuos y como grupo profesional sólo tienen un control limitado o relativo sobre su proyecto personal y profesional, así como sobre sus trayectorias laborales o planes de carrera. En una sociedad democrática donde dirigentes políticos y funcionarios civiles conducen la defensa, los militares participan pero no controlarían en última instancia la definición de componentes estratégicos de su actividad profesional (educación, operaciones, medios y equipamiento, ascensos de oficiales superiores, etc.). Y si bien, las profesiones civiles como la medicina y la abogacía también están sometidas a formas y grados de regulación estatal, éstas gozarían de mayor autonomía corporativa. Retengamos pues esta idea de Evetts, pues buscaremos contextualizar sus alcances y confrontarla con las posibilidades de elección que reconocen oficiales y suboficiales de la Armada Argentina en el desarrollo de sus carreras.

CONDICIONES DE PRODUCCIÓN DE UNA ETNOGRAFÍA SOBRE MILITARES

La etnografía que constituyó la base de este trabajo fue efectuada durante el año 2008 en el marco del Observatorio Socio-cultural de la Defensa, dirigido por Sabina Frederic, por Convenio de Asistencia Técnica entre el Ministerio de Defensa y la Universidad Nacional de Quilmes. Implicó el recurso a trabajo de campo en diversas unidades operativas e Institutos educativos del Ejército, Armada y Fuerza Aérea, entrevistas semi-estructuradas, y aplicación de una encuesta a unos 1.400 oficiales y suboficiales en actividad. El equipo estaba conformado por tres antropólogos sociales (Sabina Frederic, Laura Masson y Germán Soprano) y una asistente formada en ciencias sociales (Marina Martínez Acosta)6. En ocasiones efectuamos el trabajo de campo en pares y en otras individualmente.

Debíamos producir para el Ministerio un diagnóstico empírico sobre las configuraciones socio-profesionales de las Fuerzas Armadas Argentinas, así como la identificación de las percepciones y experiencias de los propios militares acerca de las mismas7. En la presentación pública ante nuestros interlocutores castrenses invocábamos estos objetivos requeridos por el Ministerio, declarando al mismo tiempo nuestra inscripción institucional como investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y de la mencionada Universidad. El informe final producido por el Observatorio constituyó un insumo que los funcionarios del Ministerio emplearían en los procesos de toma de decisiones de la política de defensa y, específicamente, en el diseño de la carrera profesional y educación militar8.

Particularmente durante la navegación, además de observaciones con participación en diversos ámbitos del buque, realicé entrevistas semi-estructuradas a oficiales y suboficiales, y apliqué una encuesta a casi la totalidad de la dotación. Las entrevistas se hicieron en la cámara de oficiales o en el comedor de los cabos, según se tratara de oficiales o suboficiales. Buscando cumplimentar objetivos del Observatorio les preguntaba: 1) por qué ingresaron a la Armada; 2) cómo fue el desarrollo de su carrera; 3) cómo conciliaban la vida militar y la vida familiar; 4) qué expectativas tenían respecto del futuro, particularmente, al momento del retiro del servicio activo. Debido a restricciones de espacio, en este artículo nos centraremos en resultados de las dos primeras preguntas. Como veremos, en sus respuestas, oficiales y suboficiales destacaban unas concepciones del "ser militar" como vocación, profesión u ocupación, enfatizando unos u otros sentidos de acuerdo con temas y situaciones, percepciones y experiencias, referidas por ellos en las entrevistas.

La concreción de esta etnografía en un buque de guerra cumpliendo funciones de patrullado marítimo es -hasta el momento- la primera experiencia de trabajo de campo producida en la Argentina por antropólogos u otros científicos sociales en esas condiciones9. Tal originalidad debe ser destacada pues -al decir de oficiales y suboficiales- es en la navegación cuando se despliega plenamente el ser militar de los marinos. Asimismo, su excepcionalidad radica también en que en un contexto nacional donde las Fuerzas Armadas Argentinas disponían de unos recursos materiales y financiamiento sumamente restringidos para salir al terreno, embarcarse o volar, el presente buque ofrecía a su comandante y dotación de oficiales y suboficiales unas excepcionales oportunidades de participar en misiones operativas. 

Poco antes de embarcar en la Base Naval de la ciudad de Ushuaia, donde el buque se reabastecía al promediar la patrulla de las 200 millas del Mar Argentino, mantuvimos una conversación informal con tres Capitanes de Navío. Consideraban fundamental que conociésemos la experiencia de la navegación, pues como anticipaba el Capitán de Navío José Novaro: en el buque "se ve la idiosincracia de la Armada" y en "el tiempo de la navegación" es cuando "tiene que ponerse la tripulación y el buque a punto"10. También, el Capitán de Navío Jorge Richards decía que embarcándonos entenderíamos qué es ser a la vez "militar" y "marino": "Hay quien piensa que somos bichos raros, pero no es así. La Armada está integrada por gente que viene de la sociedad y se nutre de ella. Tiene lo bueno y lo malo de la sociedad. Ser militar y marino no es tan diferente en eso. Sí, es una profesión muy exigente y sacrificada. Más bien un servicio. Para ser piloto naval, por ejemplo, se requiere mucho adiestramiento, preparación física, concentración, responsabilidad." Un tercer Capitán de Navío, Rodolfo Patrone, adicionaba al sentido del profesionalismo y el cumplimiento del servicio, otra dimensión vocacional asociada con los gustos y el placer personal: "Es difícil embarcar y dejar a la familia, pero cuando uno está arriba o está en un ejercicio es todo disfrute. Esta es nuestra profesión. Uno se olvida de todo y se concentra en lo que a uno le gusta [Novaro comparte su opinión]. Después la vuelta y el reencuentro son muy intensos y uno trata de recuperar en esos días. Mis hijos nunca me lo reprocharon, porque siempre vieron que hacía las cosas con placer."

Pero Novaro, Richards y Patrone no eran hombres de la dotación del buque en que efectuamos el trabajo de campo. La tripulación del buque estaba compuesta en esa navegación por setenta y nueve personas: el comandante con grado de capitán de corbeta, el segundo comandante era teniente de navío, dos tenientes de fragata, dos guardiamarinas, un suboficial primero, cuatro suboficiales segundos, nueve cabos principales, veintitrés cabos primeros y diecisiete cabos segundos. También estaban destinados "en comisión" un oficial médico, suboficiales maquinistas, dos suboficiales buzos tácticos, un suboficial instructor de la Escuela de Suboficiales de la Armada con una decena de aspirantes11. Al igual que en otras unidades militares de la Armada, los cabos cumplían funciones previstas para marineros voluntarios12. Todo el personal era masculino13. Los cabos primeros y segundos se alojaban apretadamente en dos sollados (alojamientos de cubiertas inferiores), los cabos principales en otro sollado, los suboficiales en dos cámaras, los oficiales se distribuían en tres camarotes (alojamientos de cubierta superior) y el comandante y el segundo comandante en otros dos camarotes. Era un buque pequeño que no disponía de espacios para distribuir en alojamientos separados personal masculino y femenino, conforme a unos criterios excluyentes de clasificación de género cuya legitimidad y eficacia social excedía a los militares, dominando las percepciones de amplios sectores de la sociedad argentina.

Como antropólogo que realizaba una investigación por encargo del Ministerio de Defensa fui alojado en un camarote con un oficial, pues en el orden y jerarquía del buque mi posición social era homologada con la de los oficiales. No obstante, durante la navegación circulaba por los espacios de trabajo y de descanso de los suboficiales a fin de realizar las observaciones con participación, entrevistas y conversaciones informales para registrar las percepciones y experiencias de toda la dotación.

POR QUÉ INGRESAR A LA ARMADA

El suboficial segundo del escalafón electricista, Jorge Almagro (36 años) era oriundo de una localidad del interior de la provincia de Buenos Aires. A los dieciocho años egresó de la escuela secundaria como técnico electro-mecánico, pero no sabía si continuaría esa "carrera" pues deseaba disponer dinero para sustentar sus gastos personales. Consiguió un empleo en una forrajería y luego en una fábrica de comestibles de una empresa transnacional en el sector envasado de productos, pero cinco meses después fue despedido con otros trabajadores. Sus opciones laborales quedaron reducidas a trabajos eventuales e informales. Entonces se planteó la alternativa de ingresar a la Armada:

"Siempre tuve folletos de la marina mercante. Mi papá fue a Buenos Aires a la marina mercante a averiguar cómo podía entrar. Papá es suboficial retirado del ejército, es salteño. Pero entrar a la escuela de la marina mercante era mucha plata. Mi papá me dijo que averigüe en la delegación naval de La Plata. Yo ya estaba de novio con mi señora. Me ofrecían que podía probar entrar a la escuela de oficiales o que podía ser cabo primero técnico en comisión con un sueldo. Fue un impulso que no podía dejar pasar porque estaba de novio y me quería casar. No me convenía hacer los cinco años de estudios en la Escuela Naval para ser oficial. Pagué una profesora particular para estudiar física y matemática para el examen en la escuela de suboficiales. Tenía que presentarme en febrero. Ese mismo día cae la camioneta de [la empresa trasnacional] para ofrecerme trabajo nuevamente. Fue una encrucijada. Como pensé que mi papá se había retirado del ejército a los cuarenta y siete años y todavía podía seguir trabajando, me decidí por la Armada. Mi papá no me dijo que tenía que ir al ejército. Me dio libertad. Egresé en diciembre."

Almagro destacaba algunas de cuestiones que caen en nuestro foco de análisis. Primero: que el ingreso a las Fuerzas Armadas en su caso era una opción laboral afrontada después de experimentar otras en el ámbito civil; que era consecuencia de elecciones fundadas en la evaluación de un posible repertorio de oportunidades donde la incorporación a las Fuerzas era una entre otras; que las opciones eran sopesadas conforme a necesidades o expectativas personales y familiares vitales. Segundo: la elección por un empleo en el ámbito naval (fluvial o marítimo) contemplaba la Marina Mercante o la Armada, y que la decisión por esta última resultó de la disponibilidad de los recursos necesarios para rendir los exámenes de ingreso a una u otra institución. Tercero: que en la elección por la Armada intervino el asesoramiento de familiares o personas allegadas; y que siendo su padre un suboficial retirado del Ejército, éste no intervino imponiéndole la elección por esa Fuerza. Cuarto: que las opciones comprendían la carrera de oficial o de suboficial, pero que privilegió la segunda pues suponía un período de sólo un año de estudios y una carrera militar algo más corta y, por ello, una jubilación más temprana que facilite su reinserción en el mercado de trabajo civil.

Por su parte, el suboficial segundo Cipriano López (37 años), del escalafón comunicaciones, decía:

"Jamás pensé que iba a ser militar. Soy de Corrientes. No tengo papá. Un tío marino, que es comunicante, me hizo conocer la Armada. Mi mamá quería que yo saliera de Corrientes para ser alguien. Por suerte yo quería ser alguien. Así que cuando entré a la ESMA [Escuela de Mecánica de la Armada] les dije que quería ser comunicante. Tenía diez y siete años. Mi primer destino fue la Corbeta Rosales. Fui al Golfo Pérsico ¡No podía creer que con diez y nueve años estaba en Arabia Saudita y había pasado por Francia, Italia, España…! Uno sale en el buque y va tomando conciencia de que está en un buque de guerra."

Como en el caso de Almagro, López mencionaba que en la decisión de incorporarse a la Armada medió la orientación de una persona socialmente próxima. Destacaba que esa decisión le abrió -a un joven de familia humilde de una provincia del interior- posibilidades de conocer el mundo. Y también le ofreció alternativas para "ser alguien", es decir, para alcanzar un estatus reconocido en el medio social del que provenía, ya sea obteniendo un empleo estable con beneficios materiales y prestigio, o por ambas razones. Es por ello que el ser militar se presentaba como una ocupación que habilitaba e incluso aseguraba objetivos vitales.

También para el cabo principal Francisco Pérez (32 años), del escalafón maquinista y orientación motores, fue decisiva la intervención de una persona de su entorno familiar. Siendo adolescente quería ingresar a Gendarmería Nacional como su hermano, pero al finalizar el último año de la educación secundaria en una pequeña localidad del interior de la provincia de Salta, su madre lo alentó a hacerlo en la Armada, tal como otros vecinos del pueblo. Como poseía título de perito mercantil, ingresó en la Escuela de Mecánica de la Armada y realizó sólo un año de estudios. Estaba en condiciones de elegir la especialidad comunicante o furriel, pero optó por maquinista "para aprender de motores, turbinas, cámaras frigoríficas. Como había vacantes y quedé bien posicionado en el orden de mérito, pude elegir".

Igual situación constamos en el caso del cabo principal Gustavo Mendoza (alrededor de 30 años), oriundo de Salta. Como Jorge Almagro, Mendoza ingresó a la ESMA después de realizar ocupaciones civiles, en su caso, gastronómicas junto con su familia. Un amigo lo orientó en la elección por la Armada cuando estaba por cambiar de empleo en un momento en que sus estudios para ser profesor se truncaron por la exigencia del trabajo como cocinero, mozo y barman. Fue entonces que decidió: 

"… entrar a la Armada por un amigo que me convenció, pero no estaba inicialmente en mis planes. Yo hice la escuela industrial y en mi familia no había militares. Somos gastronómicos. Cuando me recibí [en la escuela secundaria] trabajé con mis padres en la cocina, como barman y en el buffet del patrón. Estudié el profesorado en matemática y física en un terciario público durante un año. Me fue más o menos porque trabajaba mucho en la cocina. La gente de la cocina me decía que no me tenía que quedar en la cocina. Y entonces fue que ese amigo me dijo que fuera a la Armada, que es un año de estudio y después vas a conocer muchos destinos, me dijo. ¡Pero yo no sabía lo que era el mar o un barco! Entré a la Escuela y estuve todo un año de trocista porque no tenía parientes en Buenos Aires. Estudié para ser maquinista. Yo les decía: si me mandan para cocinero ¡me voy de baja!"

El cabo principal Jorge Merlo (31 años), del escalafón máquinas y orientación control de averías, era oriundo de la ciudad de Posadas provincia de Misiones, e ingresó a la Armada a los diez y seis años. Estudió dos años en la ESMA. Había cursado previamente tres años de la escuela secundaria. Su padre, personal civil de la Armada, fue una influencia decisiva en su incorporación; pero lo fue en circunstancias especiales: "Había decidido que tenía que tener un trabajo, algo propio. Pero no había trabajo. Fue el impulso por independizarme el que me llevó a entrar a la Armada. Mi papá me ayudó a tener una idea de cómo era el régimen, los escalafones y especialidades que podía elegir". También el cabo primero José Puerta (29 años) pertenecía a una familia con miembros en la Armada. Su padre fue infante de marina; también los hermanos de José: uno que ya se había dado de baja de la Fuerza tras unos años de servicio y otro que ingresó pero no concluyó los estudios. Su infancia y adolescencia transcurrieron en la Base Naval Puerto Belgrano y en Punta Alta.

Veamos ahora los relatos de dos oficiales subalternos. El guardiamarina Joaquín Bourgois (23 años) egresó de la Escuela Naval Militar e inmediatamente fue asignado a este buque, un destino operativo codiciado por los jóvenes oficiales:

"Nací en Puerto Belgrano. Mi abuelo era del Ejército. Mi papá marino, submarinista. Siempre quise ser militar. De chico viví en Bahía Blanca, después en Mar del Plata siguiendo los destinos de mi papá. Pero otras veces él fue trocista. Nunca sentí desarraigo. Siempre estaba en mi medio. Mis hermanos tampoco. Tengo un hermano en la Escuela Naval y otro en el Colegio Militar [Ejército]. Mis padres me enseñaron que tenía que ser y hacer lo mejor. Por eso, me preparé bien en una academia para el examen de la Escuela Naval, donde también estudiaban los que iban a seguir ingeniería. Dejé de jugar al rugby. En la Escuela me sentía cómodo. En mi casa siempre hubo reglas, así que no tuve dramas, salvo la distancia. No pensé en ser infante, se andan arrastrando, son más troperos. Yo tomé de ellos algunas cosas, pero a mi me gusta navegar. La preocupación principal del infante es el personal. Tampoco quise ser submarinista que, como los infantes, son muy unidos ¡treinta y seis tipos en un ambiente cerrado bajo el agua! En la flota estamos más diversificados".

También el teniente de corbeta Alejandro Montaigne (27 años) era un joven de "familia militar":

"Siempre me gustó ser marino. Soy de familia de marinos. Cuando estaba en quinto año de la secundaria mis opciones eran estudiar ingeniería o entrar a la Escuela Naval. Y elegí lo segundo. Ahora también estoy estudiando un posgrado en gestión de las telecomunicaciones, del que adeudo nomás la tesina, porque no pude terminarla estando tanto embarcado. Mi abuelo es suboficial de marina retirado. Mi papá oficial retirado. Él era del medio de su promoción, y llegó a almirante. Mi abuelo quería que su hijo, mi papá, fuera mejor que él. Mi papá también, por eso me apoyó para que estudie idiomas, música, haga deportes. Nunca me influenció para entrar a la Escuela Naval. Mi hermano mayor es economista. Me dijo, además, que si vas a la Escuela y sos marino no vas a ganar un mango [dinero]. Yo decidí entrar. Y no es fácil ser hijo de almirante en la Escuela Naval porque los cadetes más antiguos son duros con ellos".

Por un lado, en el testimonio de Montaigne la eficacia social de la "familia militar" no operaba en su caso como una orientación comprehensiva que incidió del mismo modo sobre los miembros de la familia: los Montaigne contaban con tres generaciones de "marinos", pero no todos los hijos habían decido incorporarse a la Armada, tal como ocurría con su hermano que eligió una profesión civil. En cambio, entre los Bourgois la opción por la milicia fue dominante en los hijos: dos en la Armada y uno en el Ejército (el abuelo materno era oficial retirado de esa Fuerza). Por otro lado, la historia de los Montaigne como "familia militar" se presentaba como un movimiento de cambio de estatus o de movilidad social ascendente: un "padre" suboficial (abuelo de Alejandro) que ambicionaba un "hijo" oficial y realizó ese anhelo. Asimismo, si Alejandro exponía su incorporación a la Armada como una elección individual en la que no intervinieron presiones de su padre, también señalaba cómo una vez tomada la decisión incidieron otras determinaciones (autoimpuestas o producidas por otros) en las que estaba comprometida o era invocada su relación filial, ya sea como una exigencia extraordinaria o como un mandato que debía realizar. Por último, tanto en el testimonio de Bourgois -"una opción de vida"- como en el Montaigne -"sos marino no vas a ganar un mango"- se destacaban los componentes vocacionales del militar, si bien, como veremos más adelante, en este último sus evaluaciones acerca de su situación en la Armada comenzaban a ponderar las desventajas profesionales y ocupacionales de su permanencia, toda vez que se comparaba con su hermano y compañeros de escuela secundaria que se desempeñaban "exitosamente" en el medio civil.

CONCEPCIONES SOBRE EL DESARROLLO DE LA CARRERA MILITAR

Jorge Almagro decía saber que "tenía que navegar" para avanzar en la carrera y llegar a ser "suboficial de cargo". Los antecedentes que reunía como el más antiguo de los electricistas, pesarían cuando la Dirección General de Personal Naval decidiera sus destinos próximos. Caracterizaba su especialidad no sólo por sus funciones técnicas, sino de acuerdo con la concepción que tenía acerca de la relación que debía guardar un suboficial segundo con sus subalternos:

"Electricidad es una especialidad muy amplia en el buque, porque siempre tiene que haber uno de guardia y un tablerista. Dos cabos encargados de los generadores convertidores del buque y la distribución del tablero eléctrico. Dos para comunicaciones interiores y baja tensión. Dos subcargo de fuerza para todos los motores y tablero. El suboficial del cargo es el supervisor y un cabo principal es el encargado de división que se ocupa del papeleo y mano de obra. Ojo, yo también tiro cables, estoy con las herramientas y cuando a los pibes les queman las papas estoy ahí. Hay que combinar el entusiasmo de ellos con la experiencia vivida. Uno muchas veces aprende de sus subordinados. Yo acepto sugerencias, teorías, y después la solución la tomo yo. Respeto a mi gente y a mis superiores. Siempre con respeto porque el ser humano es ante todo. Eso uno lo trae de la casa […] Cuando llegué a la división de electricistas los reuní a todos en el taller. Les expliqué quién era, cómo era, que lo importante era que fuésemos un grupo, que yo soy un compañero más que tiene que supervisarlos, que yo no les quiero cortar la carrera, que quería opiniones y que después las decisiones las tomaba yo con el jefe. Llevo tres meses con ellos y ya les conozco las virtudes y los defectos. Veo las ganas que ponen en cada tarea. Esta es una tarea riesgosa. Acá la seguridad es muy importante. Nosotros tenemos tecnología de los años treinta [1930]. Son arcaicas. El generador ese que vimos ayer estaba para atrás. Trabajamos dos días seguidos. El [oficial] jefe de máquinas se lleva bien conmigo y el grupo. Sabe que la gente le responde. El jefe está agradecido porque la gente se jugó por él. Dos cabos se mataron [se esforzaron] para reparar los generadores. Y eso que nuestra función es operar y mantener los equipos, pero vivimos reparando. Si el jefe reconoce eso, se gana el apoyo de la gente. Yo le dije al jefe que esos dos cabos tenían familia en Ushuaia para ver si les podía dar el día libre al llegar porque se mataron trabajando en Comodoro [Rivadavia]. Y el jefe dijo que si. ¡Eso es un reconocimiento!"

Este extenso fragmento del testimonio permite entender cómo Almagro comprendía en el desarrollo de la carrera militar las relaciones de subordinación y el ejercicio del mando entre, por un lado, los suboficiales más antiguos y los cabos y, entre éstos y el oficial jefe de máquinas. Completaba esta representación definiendo también las relaciones entre el comandante y sus subalternos:

"Se sigue marcando mucha diferencia entre el oficial y el suboficial. Por ejemplo, eso se ve en la distribución del buque ¡Mirá cómo vive el comandante y mirá cómo vive el cabo segundo! Entiendo que el primero tiene que estar bien por la responsabilidad que tiene, claro, pero el cabo también porque cuida un generador que vale millones y tiene que estar bien dormido. Mirá los sollados de los cabos. Después cada uno tiene que tener el reconocimiento que el estudio y la función da, pero hay que conducir con el ejemplo. En la infantería de marina ves que el jefe va al terreno con la gente, es más tropero".

Esto último contrasta con los testimonios de oficiales superiores -relevados en otros contextos previos al embarque- para quienes la distancia social relativa establecida en el buque entre el comandante y la dotación, especialmente con los suboficiales, tenían un fundamento técnico-funcional propio del comando naval. Para el capitán de navío José Novaro:

"El comandante vive solo porque necesita tener tiempo y espacio para reflexionar. Es raro que baje a la cámara de oficiales, para dejarle tiempo y espacio al segundo y a los oficiales. La idea es que el comandante no entre en la familiaridad del buque. El comandante, sí o sí, tiene que mantenerse fuera. Su conexión es el segundo y el suboficial más antiguo. El comandante, por la actividad, función y responsabilidad, tiene que estar fuera de esas relaciones más personales. Tiene que tener suficiente distancia y libertad para poder despersonalizar una orden. Todos deben saber que la orden del comandante es por el bien de todos".

Para Almagro las diferencias sociales entre oficiales y suboficiales se explicaban del siguiente modo: "La carrera militar es una opción de vida, un trabajo, pero para mi, carrera [profesional] es un médico, un abogado. Carrera no hace un suboficial. Carrera hace un oficial. Yo la llevo con orgullo. Pero la carrera del suboficial está devaluada". En esta definición de la "carrera militar", por un lado, gravitaba una dimensión vocacional ("una opción de vida") y otra más ligada a sus cualidades como ocupación ("un trabajo"); y, por otro, presentaba coincidencias con la distinción de Huntington entre el oficial-profesional y el suboficial practicante de un oficio14. Asimismo, se colocaba como ideal de la definición y evaluación del prestigio de las carreras profesionales a médicos y abogados, luego a oficiales y por último a suboficiales, quienes no podían calificarse plenamente como profesionales por tener una carrera "devaluada". Por ello Almagro concluía que:

"Hoy por hoy si tuviera una oportunidad laboral mejor y me aseguraran quedar efectivo, yo me iría. Si me dicen que gano tres mil quinientos pesos mensuales, no voy a hacer guardias, ni voy a estar fuera de casa cuarenta días, no se si me voy, pero lo pienso… Yo estoy adaptado a la vida acá. Pero lo pienso. Ha habido cambios. Te exigen que sigas capacitado, pero la exigencia tendría que venir acompañada de reconocimiento al personal. Si en una empresa te exigen más, de alguna manera te lo recompensan. Por cuarenta días de navegación ahora me pagaron ciento cuarenta pesos. Ni para los regalitos para las nenas y la bruja. Ni hablar de bajarse del buque para desenmampararse [sustraerse de los tabiques o mamparas del buque como metáfora de lo militar] un poco. Yo hablaba eso con el jefe. Es bueno desenmampararse un poco. ¿Qué hacer, no? Si bien tenemos un buen grupo de laburo, lo económico es importante. ¡Y eso que te premian por venir acá! ¡Hoy siguen pagando lo mismo que en 1993 por la campaña antártica! Estamos muy desactualizados respecto de lo que es la vida real. Por eso, te traen una oferta de afuera y te preguntás si vale la pena seguir veinte años más".  

La comparación con ocupaciones en el mercado de trabajo civil y la evaluación de costos y beneficios que acarreaba la opción de permanecer en las Fuerzas Armadas, era una reflexión que aparecía persistentemente en los testimonios de oficiales y suboficiales. También eran frecuentes las referencias a la década de 1990 como un período en que los militares percibían mejores remuneraciones salariales y mayores recompensas simbólicas, esto es, reconocimiento gubernamental y más operatividad de las unidades navales, entre otras causas, debido a la participación de la Armada Argentina en la primera "Guerra del Golfo" en los años 1990-1991.

Como suboficial a cargo de la división de comunicaciones, Cipriano López entendía que debía ocuparse personalmente de la capacitación del personal de la misma:

"Para que se desempeñen mejor, los mando a cursos de todo tipo. Para prepararlos para la campaña veo qué experiencia tienen los cabos que ya hicieron otras, les pongo trozo candado [los retiene en la unidad] a todos por un par de semanas y aprovechamos esas experiencias entre todos. Nuestro trabajo es muy exigente y preciso. Como suboficial a cargo tengo que controlar a diario los mensajes que llegan al buque, tener todos los cumplimientos a tiempo, controlar la tarea de los operadores. Hay que saber criptografía. Y por sobre todo, al personal de la división se le inculca que cuando trabaja con mensajes secretos o estrictamente confidenciales, tienen que guardar esos mensajes como tales. Eso lo sabemos desde que salimos de la Escuela [de Suboficiales] y hacemos un juramento de confidencialidad".

De igual modo, el suboficial segundo Eladio Barraza (33 años) -"chafa" o personal del escalafón de mar- era oriundo de la provincia de Corrientes e ingresó a la Armada con quince años:

"Los chafas somos así. Hombres duros. Nos encasillan como toscos y aguerridos. Pero es que nuestro trabajo [en la cubierta del buque] es muy expuesto. Un trabajo de fuerza. Poco descanso. Expuestos al frío. Al esfuerzo. Tenemos que distribuir el esfuerzo porque somos pocos para tanto trabajo. Tengo que cuidar a mi gente, ser flexible, hacer recambios, darles un descanso cuando se presenta la oportunidad. No hay un reglamento que te diga exactamente cómo tenés que hacer esto, pero me tengo que asegurar de que estén bien, que estén protegidos. Que sean más unidos. Más compañeros. El chafa es una persona que cuando tiene un jefe que no ha desarrollado este trabajo no entiende. Si uno ve que el superior está afuera, uno se siente protegido. Cada jefe o contramaestre tiene también que hacer homogéneo el grupo, compacto, si no el trabajo no sale. Yo no puedo hacer diferencia entre mi gente. Y tengo que acompañar al grupo. Por ejemplo, nuestra división hace la guardia del timón. Cada cuatro horas van dos timoneles al puente. Yo como contramaestre no tengo que hacer la guardia, pero tengo que estar disponible en las maniobras de fondeo, de carga, de aguas restringidas, y siempre que lo disponga el comandante".

Como Cipriano López, Barraza enfatizaba el rol activo que cumplía el suboficial a cargo de la división en el mando sobre los más modernos, tanto en la coordinación de las tareas que desempeñaban, en la capacitación o en su bienestar personal. Por su parte, el cabo principal Gustavo Mendoza -como otros maquinistas- desarrolló una carrera en destinos operativos embarcado durante aproximadamente ocho años: "Es una buena cantidad de años para conocer bien el buque. Cuando me avisaron que tendría un nuevo destino tuve que transferirle a dos cabos primeros la teoría y la experiencia para manejar los generadores. Y aunque el que venga sea uno más antiguo que yo, igual tiene que aprender de mí. Esto siempre pasa entre los maquinistas. Por eso somos un grupo muy unido. Se trabaja siempre en grupo".

Un suboficial maquinista antiguo como Mendoza asumía como responsabilidad propia e impartida por el comandante, el compromiso de transferir los conocimientos teóricos y prácticos que disponía acerca de los motores o generadores del buque a los más modernos o a aquellos que, incluso siendo más antiguos, lo reemplazarían. Esta transferencia de saberes no sólo era una labor cotidiana, sino también debía efectivizarse con los pases o cambios de destino. En esta última situación, durante una o dos semanas (quizá más en ocasiones), el suboficial que dejaba el destino y el recién llegado compartían el cargo, "hacían el pase". Asimismo, como cabo principal a cargo de los generadores del buque, Mendoza tenía responsabilidades ante sus subalternos; decía: "Martínez venía de la Escuela [ESMA] y había que enseñarle todo. A trabajar bien, a no mandarse macanas afuera [del ámbito militar]. Es como un hijo, hay que enseñarle". Pero también respondía ante el suboficial del cargo de máquinas (más antiguo) y el oficial jefe de máquinas ("el chief").

Como suboficial más antiguo de su división, Cipriano López consideraba no sólo que debía orientar el aprendizaje de sus subalternos en la unidad, sino velar por su bienestar y el de sus familias. "Yo cuido que los cabos se comuniquen con la familia", ya sea porque algunos de ellos eran "trocistas" y sus familias no residían en Mar del Plata donde estaba destinada la dotación del buque; o bien porque la navegación se extendía por semanas y las oportunidades de tomar contacto con la familia se reducían a las comunicaciones telefónicas o por internet en puerto; comunicaciones personales desde el buque durante la navegación eran absolutamente excepcionales, esto es, se producían en situaciones tales como el nacimiento de un hijo o el fallecimiento de un familiar. Por ello, el ejercicio del mando en las relaciones entre suboficiales, y entre éstos y los oficiales durante el desarrollo de la carrera militar no obraba unilateralmente como un dispositivo formal e impersonal; su eficacia social dependía también de sólidos compromisos morales interpersonales15.

Veamos ahora el punto de vista sobre la carrera militar de oficiales como el guardiamarina Joaquín Bourgois, quien definía el ejercicio del mando comparando lo aprendido en la Escuela Naval Militar con su novel desempeño en el cumplimiento de cargos en un buque operativo:

"La realidad de la formación en el mando en la Escuela es muy distinta a la que se vive a bordo. En la Escuela Naval uno reafirma los valores que ya trae de la familia. No afanar [no robar], ser leal. El que no lo trae, seguro que no lo aprende en la Escuela. En el buque conducir es la habilidad de arrastrar a la gente. Nosotros decimos: conducir hombres, manejar buques y emplear las armas en el mar en la defensa de la patria… Hoy por hoy en el buque los subordinados se replantean todas las órdenes. No es fácil. Hay que fundamentarles, darles explicaciones. Hay que lograr que se convenzan. Que ellos se replanteen las cosas, por un lado, está bien, porque se forman un criterio. Pero hay veces que uno termina pidiendo las cosas por favor… No saben distinguir entre lo que es ser flexible y… no, se… eh… El gran dilema que tiene la conducción es que hay ciertas órdenes que hay que cumplirlas sin dudarlo. No se, quizá estos sean todos dilemas del michi [guardiamarina]…"

Tras su egreso de la Escuela Naval Militar, el teniente de corbeta Alejandro Montaigne fue asignado a diferentes destinos operativos. En los cambios de destino -que a menudo suponían cambios de zona- podía residir en la unidad (el buque o base naval), en casa de sus padres, de parientes, o de un compañero de promoción de la Escuela o compartiendo alquiler con otros oficiales subalternos. En los distintos destinos a los que fue asignado fue conociendo a algunos de los oficiales y suboficiales que estaban con él en el buque. Por un programa de intercambios de la Armada fue destinado al buque escuela de Alemania durante seis meses y medio. Fue una experiencia decisiva en su carrera:

"Cuando llegué le dije al agregado naval alemán que yo no era un bípedo [cadete moderno], pero el tipo me dijo que no jorobe y me la banqué. Tenía que pagar derecho de piso. A los dos meses el comandante me puso como jefe de una división de cadetes alemanes. Pasé a hacer guardia en el puente y a vivir con los oficiales. Me ofrecieron quedarme un año más, pero me tenía que volver. Ese fue el mejor comandante que tuve. Navegué en el Mar del Norte, el Atlántico, el Mediterráneo. Los marinos alemanes están bien pagos y con medios. Tienen una tranquilidad que nosotros no gozamos. Se quejan igual, pero es otra cultura. No se puede comparar con nosotros. Se preocupan por lo que deben: operar, cumplir la misión. Nosotros tenemos un montón de preocupaciones: las cosas que no andan, el sueldo. Un oficial naval se encuentra allá con su familia en los puertos a los que va. Nosotros no podríamos pagar eso".

Estas comparaciones respecto de las configuraciones de las carreras de oficiales de Estados Unidos, Europa (Francia, Alemania, España) y Sudamérica (Chile y Brasil, principalmente) constituían indicadores elocuentes de la reducida operatividad de las unidades de la Armada Argentina, de los depreciados salarios castrenses, y de aquello que en el curso de la investigación etnográfica del Observatorio Socio-cultural de la Defensa en 2008 los militares denominaban como el escaso reconocimiento social y gubernamental percibido por las Fuerzas Armadas de su país16. Por ello, cuando preguntamos a Alejandro Montaigne sobre el futuro de su carrera en la Armada respondió:

"No sé cómo sigue la carrera. No se. No creo que vaya a estar más de cinco años más en la Armada. Estoy cansado. No era lo que esperaba. No me siento identificado. La balanza costo-beneficio no da. Que el último apague la luz ¡se va gente en forma impresionante! Cuando bajás el nivel socio-económico y cultural de una institución, vas a tener un grupo de gente que no se va a sentir identificado. Esta no es la misma Armada que vivió mi viejo, mi abuelo. Este año me siento muy identificado con los oficiales de este buque, pero no siempre es así. Yo dependo de los otros para hacer bien mis cosas… ¿Qué tendría que cambiar? Que la gente que no trabaja empiece a trabajar. Pero no va a cambiar. Es una institución del Estado. Yo navego un buque de mil novecientos cuarenta y tres. De acá a quince años cuando sea comandante voy a serlo de esta misma garcha atómica que está flotando acá. No quiero dejar de lado mis amistades [en el medio civil], quiero ganar un buen sueldo. El problema no es que se vayan oficiales, sino que se vayan los oficiales que la Armada quiere tener. Los más capaces, los que más estudian, más trabajan. Los que se quedan viven amargados; los otros se van. Así los primeros se van. Los últimos también. Y los que quedan son los del medio [en el orden de mérito]. Entonces yo no cumpliría con lo que me dijo mi viejo, que sea mejor que él, si me quedo acá. Ni conmigo mismo. Yo quiero quedarme, pero los que se quedan se amargan, no esperan que nada vaya a cambiar y se resignan a seguir. Yo no quiero eso para mí".

En la perspectiva de Montaigne la distancia entre las expectativas personales invertidas en su carrera en la Armada y su realización efectiva en el contexto institucional presente, redundaban en una evaluación negativa que tendía a clausurar su proyección en la Fuerza hacia el futuro (de hecho, poco después solicitó la baja). En esas evaluaciones gravitaba, además, la comparación con las apreciaciones de otros miembros de su familia, los militares que vivenciaron otras experiencias positivamente valoradas y también con los civiles (hermanos, amigos) que desarrollaban una carrera profesional tenida por exitosa y obteniendo mejores ingresos salariales o ganancias. Su afirmación de que los oficiales más antiguos de una promoción invariablemente solicitaban la baja ante la falta de expectativas profesionales futuras, si bien pudimos reconocerla en los testimonios o en conversaciones informales con otros oficiales, no siempre era compartida por sus camaradas. Como Montaigne, el comandante del buque (capitán de corbeta) y el segundo comandante (teniente de navío) eran jóvenes oficiales bien posicionados en el orden de mérito de sus promociones. Ellos reconocían las dificultades profesionales que debían afrontar, pero ambos decidían invertir esfuerzos y expectativas en sus carreras militares. Continúan en la Fuerza.  

CONCLUSIONES

Participando de un diálogo con autores clásicos de los estudios anglosajones sobre relaciones civiles-militares y Fuerzas Armadas/sociedad, hemos procurado comprender las perspectivas y experiencias de oficiales y suboficiales de la Armada Argentina relativas a su ingreso a esta fuerza y sus concepciones del desarrollo de la carrera militar. Sirviéndonos de las categorías analíticas vocación, profesión y ocupación para interpretarlas, no pretendimos imponer unos principios normativos ordenadores sobre lo que los militares son o deberían ser, pues asumimos que dichos términos tienen una validez situacional, esto es, unos sentidos cuyos contenidos etnográficos se especifican en los contextos y se relacionan con los interlocutores a los que remitían los actores sociales entrevistados. Por ello, entendemos que no existe una respuesta unívoca a la pregunta sobre si para estos oficiales y suboficiales el ser militar era una vocación, una profesión o una ocupación, pues ellos podían invocar unos atributos sociales donde se jerarquizaban uno de estos términos por sobre los otros, otras veces los tenían como complementarios y aún otras como excluyentes17.

Así pues, reconocimos que la decisión de ingresar a la Armada resultaba de elecciones que podían ser significadas como propias de proyectos vocacionales, profesionales u ocupacionales. En ellas obraba fundamentalmente la influencia de personas socialmente próximas: padres, madres, tíos, amigos, vecinos. Existen casos en que la elección fue producto de determinaciones más impersonales o de la acción directa de campañas de difusión de la Armada, pero estas alternativas no fueron decisivas para los entrevistados; y cuando algunos mencionaron que las conocían, invocaron también la orientación de una persona en particular. Los oficiales subalternos entrevistados eran de "familias militares", con abuelos, padres o hermanos en las Fuerzas Armadas. No obstante, esa pertenencia no incidía unilateralmente sobre sus decisiones. En una familia los hijos optaron por la carrera en la Armada y el Ejército, y en otra las elecciones se dividieron entre la milicia y profesiones civiles. También vimos cómo las historias personales de suboficiales en varios casos estuvieron marcadas por experiencias laborales previas en el mercado de trabajo civil, siendo el ingreso a la Armada una alternativa ocupacional entre otras. En tanto que los oficiales concluyeron sus estudios secundarios e ingresaron inmediatamente a la Escuela Naval Militar; si bien en el trabajo de campo en otras unidades militares constamos algunas trayectorias de cadetes que previamente cursaron estudios superiores incompletos en universidades públicas y privadas y, unos pocos, con experiencias laborales en el medio civil.

En relación con el desarrollo de las carreras militares, los suboficiales destacaron dimensiones ocupacionales invocando los beneficios de un empleo estable en la Armada o reclamando por la insuficiente remuneración salarial percibida; pero también presentaron atributos sociales que en la clasificación de Moskos (1977) corresponden a los modelos profesional y vocacional. En un caso, especialmente, cuando ponían de relieve los conocimientos técnicos-profesionales que debían aprender en la formación básica, en capacitaciones y en el cumplimiento de tareas en unidades militares. En tanto que la dimensión vocacional se manifestaba en los compromisos morales establecidos con superiores y subalternos, así como en las evaluaciones relativas al difícil balance personal entre la vida militar y familiar, pues las exigencias demandadas por la primera comprometían la prosecución de sus proyectos de vida, de su esposa/pareja e hijos18.

Asimismo, como en otras Fuerzas Armadas los sentidos otorgados a la jerarquía y el ejercicio del mando y la disciplina eran esquemas organizadores decisivos en el desempeño cotidiano de tareas en un buque, así como en la configuración de las concepciones de oficiales y suboficiales acerca de su carrera militar y proyectos familiares. Las responsabilidades que un individuo cumplimentaba en la cadena de mando ante subalternos y superiores no sólo exigían disponer de saberes y prácticas formal y sustantivamente esperados por un oficial o suboficial de su grado, escalafón/especialidad y cargo; sino también prestar debida atención y velar por el bienestar del personal subalterno y sus familias. Esta última cuestión suponía la producción de un vínculo social personalizado moralmente connotado entre personas de desigual jerarquía en la organización castrense. En por ello que, aún cuando en diferentes países occidentales se ha constatado que las identidades y relaciones sociales en las Fuerzas Armadas se secularizaron con los procesos de modernización y profesionalización abiertos desde fines del siglo XX con la supresión de la conscripción obligatoria (Janowitz, 1974, Moskos, 1977; Boëne, 2003); la afirmación de sentidos profesionales y ocupacionales coexiste con invocaciones a compromisos morales (enfatizados en los modelos vocacionales) considerados clave para garantizar la cohesión de las unidades militares y su eficacia social en situaciones de combate.

Cuando en el curso de la investigación en el buque de guerra preguntábamos a oficiales y suboficiales acerca de las relaciones entre los proyectos personales y familiares imaginados para el período de "pase a retiro", encontrábamos las siguientes situaciones. En los suboficiales los testimonios tendían a concebir su continuidad en la carrera militar hasta la edad normal de retiro (unos treinta y cinco años de servicio). Sin embargo, esta afirmación no puede generalizarse pues testimonios producidos en otras unidades militares nos permitieron constatar solicitudes de baja de suboficiales antes de cumplir la "edad del retiro", motivadas por su disposición a insertarse en el mercado de trabajo civil tras ponderar costos y beneficios materiales, simbólicos y en las relaciones sociales resultantes de permanecer en la milicia. En tanto que uno de los oficiales subalternos entrevistados planteó el horizonte cercano del "pedido de baja", pues observaba un marcado contraste entre el estatus social depreciado de las Fuerzas Armadas y las dificultades para proyectar su carrera militar, comparándolos con los exitosos desarrollos profesionales de personas socialmente próximas (familiares y amigos) en el medio civil. En consecuencia, cuando comparaba las calificaciones profesionales y demandas ocupacionales de militares y civiles, el balance arrojaba resultados negativos para los primeros. En tal caso, la vocación requerida al militar no compensaba sus exigencias profesionales y ocupacionales.

En definitiva cuando evocaban su ingreso a la Fuerza y el desarrollo de sus carreras, enfatizaban los márgenes de elección individual que disponían y no sólo las determinaciones que los condicionaban, ya fueran aquellas que operaban exclusivamente sobre los militares como grupo específico u otras que comprendían a más amplios sectores de la sociedad argentina. Nos parece importante subrayar esas referencias a elecciones individuales porque nos permiten representarnos a los militares desde unas concepciones menos estereotipadas, como en ocasiones sucede al concebirlos como expresiones puras del ideal de una máquina burocrática o una institución total.

En este sentido desde Bronislaw Malinowski la etnografía ha sido una disciplina sensible al reconocimiento de los puntos de vista nativos, señalando que comprende la estructura o las normas de una cultura o sociedad, pero también sus aplicaciones específicas en imponderables de vida cotidiana experimentados por los individuos. Estas perspectivas y experiencias de oficiales y suboficiales bien pueden ser estudiadas en términos genéricos sirviéndonos del recurso a las categorías analíticas vocación, profesión y ocupación. Sin embargo, la riqueza hermenéutica de la etnografía se pone verdaderamente en juego cuando es posible dar cuenta situacionalmente de las modulaciones o las diversas trayectorias individuales y colectivas que se manifiestan en esos testimonios. Al fin y al cabo, la antropología siempre ha estado tensionada entre la explicación de lo universal y lo particular en la comparación entre culturas y sociedades. Por ello, finalmente, quisiera destacar que es necesario producir nuevas investigaciones cualitativas y cuantitativas que permitan inscribir a los militares como actores sociales en el Estado y la sociedad argentina, dando cuenta de aquellas características socio-económicas, políticas y culturales que los singularizan (aunque siempre atendiendo a su heterogeneidad interna), así como aquellas que comparten con otros conciudadanos -tal como señalara hace medio siglo Janowitz para los Estados Unidos-. La incorporación más decidida de esta cuestión a la agenda de las ciencias sociales (y también al diseño de políticas de defensa y militar) supondría profundizar en estudios que no asuman en forma apriorística y unilateral la autonomía de los militares como grupo social, identificándolos como unos sujetos opuestos o radicalmente diferentes de los civiles en la Argentina de principios del siglo XXI.

Notas

1 Las etnografías de Rosana Guber (desde la década de 1990), Máximo Badaró, Sabina Frederic, Laura Masson y Germán Soprano (desde el siglo XXI) han sido precursoras en el estudio antropológico de los militares en Argentina.

2 El buque de guerra en cuestión era un aviso, que normalmente cumple funciones de apoyo logístico a unidades de combate mayores de la flota de mar como corbetas, fragatas o destructores. La División de Patrullado Marítimo a la que pertenecía este buque tenía su asiento en la Base Naval Mar del Plata y estaba compuesta por tres corbetas, dos avisos y una lancha patrullera. Comparando con el diseño de otras fuerzas, una división en la Armada es una organización de combate que comprende diferentes elementos, tal como en el Ejército lo son el grupo, la sección y la compañía en un regimiento, o en la Fuerza Aérea la sección, la escuadrilla, el escuadrón y el grupo aéreo en una brigada.

3 Excepto que hagamos una diferenciación explícita de jerarquías, emplearemos el término suboficiales de un modo comprehensivo para dar cuenta de todos los grados existentes en la carrera militar del personal de las Fuerzas Armadas que no ejerce el comando (no son oficiales). Entre los oficiales de la Armada Argentina las jerarquías militares comprenden en orden ascendente los grados de: guardiamarina, teniente de corbeta, teniente de fragata, teniente de navío, capitán de corbeta, capitán de fragata, capitán de navío, contralmirante, vicealmirante, almirante. Y entre suboficiales: cabo segundo, cabo primero, cabo principal, suboficial segundo, suboficial primero, suboficial principal, suboficial mayor. 

4 Cabe anticipar al lector que -como se verá en el análisis de los testimonios y en las conclusiones del artículo- que estos oficiales y suboficiales definían el ser militar invocando atributos sociales que pueden ser tenidos como característicos de las categorías analíticas vocación, profesión y ocupación. De allí que no sea nuestro objetivo definir en forma normativa el ser militar esencialmente como una vocación, profesión o una ocupación.

5 Agradezco los comentarios, sugerencias y críticas formulados por dos evaluadores anónimos designados por los editores. Las afirmaciones expuestas en el artículo son de mi exclusiva responsabilidad. También mi reconocimiento al editor de la revista que sugirió oportunas correcciones de estilo en la escritura del artículo.

6 Personalmente, hasta el momento de incorporarme al equipo del Observatorio carecía de vínculos sociales con militares y, más aún, por convicción y experiencia política era marcadamente crítico de las Fuerzas Armadas como institución debido su intervencionismo político y rol represivo en la historia argentina del siglo XX. No obstante ello, acepté el desafío de participar del plan de investigación del Observatorio confiando en el respeto profesional y personal que depositaba en mis colegas de equipo y en la certeza de que un antropólogo social debía poder comprender en sus propias lógicas y contextos de uso las perspectivas y experiencias de los grupos sociales (los otros) estudiados.   

7 Resultados sistemáticos de esta investigación fueron tratados en un libro de Frederic, Masson y Soprano sobre "La legitimidad de las Fuerzas Armadas en la Argentina democrática" (en prensa).

8 Para un análisis detallado de las relaciones que tuvo la investigación del Observatorio Socio-cultural de la Defensa en el diseño e implementación de la reforma de la educación militar y en las relaciones de género en las Fuerzas Armadas entre 2008 y 2011, remito a Sabina Frederic (2013).

9 Rosana Guber (2008) ha efectuado un análisis antropológico sobre los "linajes político-navales" en las memorias sobre la Guerra de Malvinas, particularmente en relación con conmemoraciones del hundimiento de crucero "General Belgrano"; pero este estudio no estuvo basado en una experiencia de trabajo de campo etnográfico embarcado. El buque en el que realicé esta investigación durante la patrulla de las 200 millas del Mar Argentino era un aviso clase Cherokee (ATF-113) que originalmente pertenecía a la Armada de Estados Unidos y operó desde que fuera botado en 1943 en California y prestó servicios desde 1944 en el Océano Pacífico en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea y la de Vietnam. Estuvo operativo en la Armada norteamericana hasta octubre de 1976. En 1993 fue adquirido por la Argentina. Tiene una eslora de 62,65 metros, manga de 11,97, puntal de 6,79, altura máxima 38,5. Su velocidad máxima era de 16,5 nudos (30,56 km/h) y la económica de 10 nudos (18,52 km/h). El armamento original constaba de un montaje doble de 40 mm, dos montajes de 20 mm, un cañón de 3 pulgadas en popa; a los que se adicionaron ametralladoras Oerlikon 20 mm, 3 ametralladoras dobles Breda Bofors 40/60 mm en 2 montajes dobles y 1 simple, un montaje de 40 mm, dos montajes dobles de 20 mm, y dos montajes de 12,7 mm. Poseía un radar de búsqueda superficie Racal Decca 626, y de navegación Racal Decca 1230. Su Planta Propulsora era de sistema diesel-eléctrico, con cuatro generadores de C.C. 375 V y 610 KW, un motor eléctrico de propulsión de doble armadura y una sola hélice, y dos generadores autoexitados de 240 V, uno de 250 KW y otro de 200 KW. www.histarmar.com.ar/Armada%20Argentina/Buques1900a1970/Avisos/SubOficial Castillo. Consultado en línea con fecha del 01 de mayo de 2013.

10 Los nombres de los entrevistados y algunos datos de sus biografías fueron cambiados a fin de preservar su anonimato conforme fue acordado con ellos cuando se realizaron las entrevistas.

11 Los aspirantes son alumnos de la Escuela de Suboficiales de la Armada.

12 El cumplimiento de tareas formalmente previstas para marineros o soldados voluntarios por los cabos es una situación característica de las Fuerzas Armadas Argentinas tras la suspensión del servicio militar obligatorio. No obstante, los problemas derivados de esa anomalía no son consecuencia necesaria de la adopción de este sistema de reclutamiento, sino de las sobredimensionadas estructuras orgánico-funcionales actuales que se corresponden con diseños concebidos en el siglo XX y no adecuados a las orientaciones de la política de defensa del siglo XXI.

13 Desde que las mujeres se incorporaron al cuerpo comando en la Armada, algunos buques fueron acondicionados con camarotes diferentes para mujeres y hombres, y guardando la separación por jerarquías (oficiales, suboficiales y cabos femeninos). En la Armada las mujeres se incorporaron primero como oficiales y suboficiales del cuerpo profesional en 1981 y 1980 y en el cuerpo comando en 2002 y 1980, respectivamente. Desde la antropología se analizó el proceso de incorporación de las mujeres a las Fuerzas Armadas Argentinas en Badaró (2013), Frederic (2010) y Masson (2010).

14 Debemos destacar, no obstante, que hemos relevado en otras unidades militares perspectivas de suboficiales de las tres Fuerzas Armadas que definen su estamento como una profesión (Frederic, Masson y Soprano en prensa).

15 Análisis antropológicos sobre la producción de saberes teóricos y prácticos y de compromisos morales institucionales e interpersonales durante la formación básica de los oficiales de las Fuerzas Armadas Argentinas han sido publicados en Badaró (2009), Frederic, Soprano et. al (2010) y Soprano (2013).

16 Un análisis cualitativo y cuantitativo sistemático de evaluaciones de oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas en relación con su permanencia en la milicia, las comparaciones con el medio civil y el denominado reconocimiento social y gubernamental, fue efectuado en Frederic, Masson y Soprano (en prensa). En tanto que Máximo Badaró (2013) comprendió diferentes percepciones y experiencias de oficiales y suboficiales del Ejército sobre los reconocimientos materiales y simbólicos resultantes de su desempeño en la milicia entre la década de 1990 y el presente.

17 Esta afirmación no niega la existencia de concepciones ortodoxas o institucionales acerca de la definición del militar, ya sean aquellas explicitadas por miembros de la conducción de las Fuerzas Armadas, autoridades del Ministerio de Defensa o por cada oficial o suboficial; pero un estudio histórico o etnográfico reconoce las modulaciones que aquellas presentan conforme son producidas o actualizadas por determinados individuos y/o grupos sociales específicos.

18 Frente a los cambios de destino y zona (cada uno o dos años los oficiales y cada dos o cuatro los suboficiales) debían evaluar costos y beneficios en términos económico-financieros, en las tramas sociales de las que participaban y en los compromisos que asumían con las personas socialmente cercanas. Nuevos destinos y zonas podían habilitar la cobertura de cargos requeridos para el calificar en el ascenso o percibir adicionales no remunerativos en sus salarios; pero también los obligaba a ponderar si el traslado se haría con la familia o si se volverían "trocistas", esto es, si dejarían sus familias residiendo en otras localidades mientras ellos estaban destinados en una unidad militar.

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