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Avá

versión On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.25 Posadas dic. 2014

 

ARTÍCULOS

Leopoldo: inicios y formación de un creador de instituciones Los comienzos en los confines: la no-opción por la Antropología social de Leopoldo J. Bartolomé y Carlos A. Herrán

 

Rosana Guber*

* Investigadora del CIS-IDES/CONICET. Email: guber@arnet.com.ar

 


Resumen

Buena parte de la literatura histórica argentina identifica a la antropología social con una disciplina orientada por el compromiso social, el estudio de la modernidad y las problemáticas del mundo contemporáneo. En esa literatura participaron sus mismos cultores, es decir, los antropólogos que formaron parte de y que historizaron a la subdisciplina. Sin embargo, son pocos los trabajos que se detienen a interrogar estas premisas. Revisar las trayectorias formativas y profesionales de Leopoldo Bartolomé y Carlos Herrán nos ayuda a mostrar aspectos desconocidos aún de nuestra disciplina, señalando cómo la "antropología social" se articuló con otras ramas preexistentes, a través de sus materias, sus cultores y sus campos empíricos. También nos ayudan a relativizar las denominaciones y a prestar más atención a las preguntas y los enfoques de la investigación.

Palavras claves: Antropología Social; Leopoldo Bartolomé; Carlos Herrán; Trayectorias.

Abstract

Much of the Argentinian historical literature identifies social anthropology with a discipline oriented towards social commitment, the study of modernity and the problems of the contemporary world. Their own crafters assisted in producing that literature: anthropologists that were part of and contributed in historizing the subdiscipline. Nonetheless, there are few works that question these premises. The review of Leopoldo Bartolomé's and Carlos Herrán's training and professional trajectories helps us to exhibit some yet unknown aspects of our discipline, and to point out how the "social anthropology" was put together with other pre-existing branches through their subjects, their crafters and their empirical fields. It also helps us to play down the significance of denominations and to pay more attention to the questions and the perspective of researches.

Key words: Social Anthropology; Leopoldo Bartolomé; Carlos Herrán; Professional Trajectories.


 

INTRODUCCIÓN

Cuando a fines de octubre de 2013, y a una distancia de 8000 km, Leopoldo y Carlos se reunieron para siempre en la última semana de sus vidas, la antropología social era ya una disciplina académica consolidada en la República Argentina y en buena parte del continente latinoamericano. La literatura historiográfica de la disciplina suele presentar esta consolidación como la culminación de un destino manifiesto, como la realización de una idea que debería cumplirse tarde o temprano, sea por su existencia objetiva e indiscutible en el mapa metropolitano del saber, sea por su proximidad con una "inminente transformación" de la sociedad argentina y latinoamericana. Sin embargo, no había tal necesidad ni predestinación cuando Leopoldo y Carlos, ambos reconocidos como parte de la primera generación de antropólogos sociales argentinos, comenzaron sus carreras académicas en la Universidad de Buenos Aires (UBA)1.

Sólo en la segunda postguerra, especialmente en los años '60, algo llamado "antropología social" que venía de Gran Bretaña en cuanto a nominación, teorías y prácticas, empezó su expansión hasta alcanzar el litoral atlántico occidental y, en distintos tiempos, la Europa continental, Asia, África y América Latina. En cada una de estas áreas, y salvo en las academias del bloque soviético, la antropología social se constituyó en un nuevo idioma que ingresó, con variadas dificultades, a instituciones con personalidades encumbradas que hablaban otras lenguas disciplinares conocidas como "etnología", "folklore" o "demología", "ciencias antropológicas", "antropología cultural", etc. En cada una de esas áreas continentales y subcontinentales la denominación de "antropología social" fue adoptando sesgos particulares de cara a las respectivas sociedades y trayectorias académicas y, fundamentalmente, según quiénes fueran sus promotores.

En la Argentina, buena parte de la literatura histórica identifica a la antropología social con una disciplina perseguida por el compromiso social, el estudio de la modernidad y las problemáticas del mundo contemporáneo. En esa literatura participaron sus mismos cultores, es decir, los antropólogos que formaron parte de y que historizaron a la subdisciplina: Eduardo Menéndez (1968), Hugo Ratier y Roberto Ringuelet (1997) de la UBA y de la UNLP; Guillermo Madrazo (1985) -quien fuera director del Museo Dámaso Arce, de Olavarría-; Edgardo Garbulsky (2000) de la UNL/UNR; y los mismos Leopoldo Bartolomé (1980a y 2010) y Carlos Herrán (1985). Muy pocos trabajos se detienen a interrogar estas premisas como específicamente argentinas, es decir, como resultado de una historia social, política y filosófica del mundo académico regido, hasta 1958 exclusivamente y luego de manera dominante, por el Estado nacional2.

Leopoldo Bartolomé y Carlos Herrán nos ayudan a mostrar aspectos desconocidos aún de nuestra antropología, señalando cómo "la social" se articuló con otras ramas preexistentes, a través de sus materias, sus cultores y sus campos empíricos. También nos ayudan a relativizar las denominaciones y a prestar más atención a las preguntas y los enfoques de la investigación.

CLIMA DE ÉPOCA

Cursantes de la segunda generación de la Licenciatura en Ciencias Antropológicas de la UBA en los años '60 y practicantes activos a fines de esa década y principios de los '70, Bartolomé y Herrán fueron a la vez producto y productores de nuestra antropología argentina, a la que contribuyeron estacionándose tempranamente en una modalidad académica que hoy reconocemos como "Antropología Social".

Pero no había tal cosa en la licenciatura a la que ellos se inscribieron y de la que se graduaron. Ambos cursaron Ciencias Antropológicas a mediados de los '60 con sus materias de etnología, prehistoria, folklore, y tres materias en el vecino Departamento de Sociología: Introducción a la Sociología, Sociología Sistemática y "Antropología Social". El primer profesor de esta última fue Ralph Beals, un antropólogo cultural estadounidense interesado en el cambio cultural, creador y primer director del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Invitado por un semestre por el director del Departamento de Sociología, Gino Germani (alma mater de la modernización de esta profesión y carrera académica), elaboró el primer programa en Antropología Social que se enseñó en la Argentina. El dictado tuvo lugar en el segundo semestre de 1962, y contenía unidades acerca de las diferencias entre la antropología social y el resto de la antropología, sus orígenes británicos (Malinowski y Radcliffe-Brown), los métodos de trabajo de campo (Tremblay sobre el informante clave y Zelditch sobre métodos etnográficos), los estudios de parentesco (Lowie), la antropología política (Evans-Pritchard y Fortes, Linton, Fallers), los conceptos de estructura, función y cultura, una amplia sección basada en Julian Steward sobre sistemas adaptativos y neoevolucionismo, donde también cabían Redfield y su continuum folk-urbano, y Oscar Lewis con su antropología de la pobreza. El programa cerraba con los Estudios sobre el Carácter Nacional (Benedict), la aculturación y el cambio socio-cultural (Mead, Foster, Aguirre Beltrán) y la escuela de Cultura y Personalidad (Wallace). Atravesaban todo el programa los capítulos de un volumen completo y extenso Foundations of Social Anthropology de Siegfried Nadel3, hacía poco traducido y publicado como Fundamentos de Antropología Social por la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica (FCE). Era Nadel quien aseguraba la unidad de las lecturas, apoyadas por "fichas" o copias mimeografiadas en la Facultad, de los textos clásicos y algunos libros más o menos conseguibles.

La pujante industria editorial argentina y mexicana permitía acceder a los clásicos de la Antropología, la Historia y la Sociología, y al nuevo pensamiento latinoamericano y europeo con excelentes traducciones requeridas y supervisadas por la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), bajo la dirección de Boris Spivacov; Ediciones Lautaro, y la mexicana Fondo de Cultura Económica; más tarde Siglo XXI (escisión de FCE), y el Centro Editor de América Latina CEAL, cuando Spivacov fue barrido de EUDEBA en 1966 y creó su propia editorial4. Además, y conforme a las características del humanismo de la época (50-60s), la academia requería a sus estudiantes la lectura en varios idiomas, especialmente el francés y, dado el origen de algunos profesores, el italiano y el alemán, lenguas que por otra parte, algunos estudiantes conocían por el origen migratorio de sus padres y abuelos. El inglés también era necesario para acceder a algunas obras que no hubieran sido traducidas.  

Sin embargo, algún acápite del programa carecía de bibliografía. Salvo la apertura con Durkheim y una pequeña intervención de Claude Lévi-Strauss en el ítem Estructura, el programa tenía un marcado sesgo anglo-americano, casi ausente en la Licenciatura antropológica, salvo en las citas del etnólogo Enrique Palavecino y en las de Augusto R. Cortazar quien empleaba algunos de aquellos autores para sustentar sus propias premisas en la ciencia del Folklore.

Tras el paso de Beals, sus sucesores solían ser sociólogos sin experiencia en trabajo de campo y en los debates de la Antropología Social. La asignatura fue perdiendo actualidad y pasión investigativa, pero el primer semestre de 1966 una antropóloga social, esta vez argentina y con experiencia, dictó un seminario de Etnografía Americana en la Licenciatura antropológica. Esther Hermitte había llegado el año anterior de la Universidad de Chicago, donde se había formado en la escuela británica gracias a un profesor que fue su director de tesis, Julian Pitt-Rivers, discípulo de Evans-Pritchard. En su seminario focalizado en "mayas contemporáneos" de los Altos de Chiapas a los que había conocido en dos años de trabajo de campo y dos tesis, una de maestría y otra de doctorado, ella debió transmitir la dinámica del trabajo de campo y algunos autores que le parecían relevantes, en especial sobre sistemas de creencias y sistemas políticos. El hecho de que Leopoldo y Carlos fueran los únicos que aprobaron ese Seminario no muestra tanto su calidad de "buenos estudiantes", sino su capacidad para comprender una disciplina que no se transmitía sólo con los libros sino también y fundamentalmente con la experiencia del trabajo de campo y con cierta articulación teórico-conceptual que había que imaginar por fuera de los moldes provistos por la carrera. Si no el único, este suceso fue crucial para sus carreras académicas porque resultó en la decisión de Leopoldo de continuar sus estudios sistemáticos con un Master y un Ph.D. en la Universidad de Wisconsin (EE.UU.) con Arnold Strickon, un conocido y recomendado por Hermitte que trabajaba sobre la Argentina; también porque resultó en una investigación de la cual Carlos se convirtió en asistente de campo en un proyecto sobre cooperativismo de minifundistas pimentoneros y tejedoras ("teleras") de ponchos de vicuña en Belén, Catamarca.

Para dar una idea de este proceso es necesario recordar que la Licenciatura en la cual Carlos y Leopoldo adquirieron su primera formación antropológica había sido diseñada por Marcelo Bórmida, un antropólogo físico devenido, ya en la Argentina, en etnólogo de pueblos de la región del Gran Chaco, italiano como su maestro y regente de la antropología porteña desde 1946, José Imbelloni. La antropología que se practicaba y se enseñaba hasta 1958 en los dos grandes centros universitarios del país, Buenos Aires (UBA) y La Plata (UNLP), y en otros centros como Rosario (todavía afiliada a la Universidad Nacional del Litoral), Tucumán y Mendoza, y que nutrió de profesores, programas y bibliografía a las primeras dos licenciaturas nacionales y a la orientación rosarina, fue caracterizada por prácticamente toda la literatura historiográfica de la disciplina como conservadora, exotista y de derecha, en contraposición a la antropología social a la que esa misma literatura calificó de moderna, progresista y comprometida (cfr. Madrazo, 1985; Ratier & Ringuelet, 1997; Garbulsky, 2000, entre otros). A los etnólogos, se decía, no les interesaba el presente; la antropología del statu quo sólo buscaba reconstruir el pasado y no mejorar la vida de las poblaciones que estudiaban. Éstas y otras conclusiones por el estilo tienen su asidero en la auto-adscripción al Fascismo, de sus dos representantes en Buenos Aires, Imbelloni y Bórmida (Garbulsky, 1987). Sin embargo, en lo relativo a la investigación antropológica pueden ser apresuradas o auto-complacientes, sobre todo a juzgar por la producción etnológica y los términos a los que dio lugar en la segunda mitad de la década de los '60.

Bórmida (1969) anunciaba el interés de la antropología por los mitos de Eva Perón y por las cuestiones urbanas. Otros dos etnólogos de las primeras cohortes de Buenos Aires, Edgardo Cordeu y Alejandra Siffredi (1971), reconstruyeron una rebelión indígena en el Chaco (1924) como un movimiento milenarista contra la proletarización y la explotación. También y a pedido de la gobernación chaqueña, Cordeu hizo un reporte sobre los Toba/Qom para su radicación en tierras linderas con el Río Bermejo que serían sometidas a un sistema de regadío construido por la Provincia5. El Proyecto Bermejo sucedía casi al mismo tiempo que Hermitte era convocada por el Consejo Federal de Inversiones para un relevamiento de la situación del aborigen en el Chaco (Hermitte y equipo, 1996). En cuanto a otra sub-disciplina, Philip Kohl y José Pérez-Gollán (2002) valoraban, para su época, la obra del prehistoriador austríaco Oswald Menghin, alma mater de la Prehistoria histórico-cultural en la Argentina, salvo cuando se subordinaba a la ideología Nazi de la pureza racial que en parte él profesaba. A diferencia de las obras que sostienen la novedad de la "antropología social" como antropología útil o aplicada, Axel Lazzari (2002) recuerda la Antropología en el Estado que llevó a cabo el Instituto Étnico Nacional (IEN) durante la década peronista, con el fin de producir un "pueblo cultural y racialmente argentino". El primer director del IEN fue Branimiro Males, un antropólogo físico, psicólogo experimental e higienista, que desde Croacia emigró a la Argentina en la segunda posguerra. En suma, el tono antinómico con que se habló de la antropología social en la Argentina soslayó estas evidencias y prefirió hacerse a la medida de las agendas político-universitarias. La yuxtaposición entre orientación política y política federal se consagró en la historiografía de los años de la última dictadura, el auto-denominado "Proceso de Reorganización Nacional" (1976-1983).

Lo que sí es seguro es que la antropología social no gozaba de la simpatía del statu quo antropológico de las licenciaturas de la UNLP desde 1957, y de la UBA desde 1958. La orientación británica iniciada aproximadamente en 1910 como 'Social Anthropology' para diferenciarla de la antropología evolucionista de los Ethnologists y de la antropología física de los Anthropologists no aparecía demasiado en los programas antropológicos de la primera década de vida de ambas Licenciaturas. Los autores más recurrentes procedían, en cambio, de los países de habla germana (Alemania y Austria) y de Italia, es decir, las patrias de los antropólogos que llegaban al país y también el centro académico del pensamiento humanístico y científico en el cambio de siglo XIX al XX. Esa antipatía se reproducía en cuanto a la antropología más reciente producida en los EEUU la Cultural Anthropology y, más todavía, respecto a la línea neoevolucionista de Leslie Whyte, y la Political Economy de los discípulos de Julian Steward, Sidney Mintz y Eric Wolf. La cartografía era bastante clara, como si la segunda guerra se hubiera trasplantado a la academia de otras playas.

La extraordinaria vigencia de las teorías centro-europeas (esto dicho en plural), algunas de las cuales ya languidecían en el resto de América Latina cuyas academias eran más próximas a las antropologías estadounidenses, podría explicarse entonces por razones extra-académicas, al menos en parte.

Fue en este marco antagónico a la alianza nord-Atlántica que Hermitte, egresada como Profesora de Historia (las licenciaturas no existían en 1950) de la UBA y adscripta a los grupos que hacían antropología y arqueología en el Museo Etnográfico (hasta que su maestro Francisco de Aparicio fue exonerado-prescindido-expulsado de la UBA en 1947), acabó siendo una de las muy pocas argentinas de la época previa a las reformas del post-peronismo que partió a los EE.UU. para hacer un doctorado antropológico. Los otros fueron un innovador de la arqueología, el médico Alberto Rex González; Martha Blache, egresada de una breve licenciatura en Folklore previa a la creación de Ciencias Antropológicas; y el filósofo Germán Fernández Guizetti desde la UNL/Rosario. Inscriptos en academias de primer nivel en sus respectivas especialidades -Chicago, Columbia e Indiana- regresaron al país en distintos momentos e incidieron profundamente en sus respectivos campos. Mientras, el establishment antropológico de Buenos Aires y La Plata, donde Leopoldo y Carlos se formaron, se dedicaba a la difusión y traducción de teóricos alemanes, italianos y algunos franceses principalmente en arqueología y en etnología. Los antropólogos argentinos no iban a los EE.UU. ni a Gran Bretaña, como sí ocurría con los mexicanos y empezaban a hacerlo los brasileños. En la academia argentina era Germani quien impulsaba a sus mejores alumnos a cursar posgrados en el medio estadounidense y en Inglaterra, visualizando allí al futuro de una sociología moderna, empírica y aplicada. Precisamente, tal fue la impronta que trajo González a la Universidad Nacional del Litoral en Rosario, la Universidad Nacional de Córdoba, y más tarde a la UNLP. También fue la orientación que trató de introducir Hermitte, aunque con mucho más viento en contra.

Desde mediados de los '60 y cada vez con mayor insistencia, los primeros estudiantes y graduados de la licenciatura empezaron a hablar de la antropología social como una antropología diferente y acaso alternativa, comprometida con el cambio social. Esta tendencia pareció concretarse en el nuevo programa de 1974 en la carrera en Buenos Aires, en medio de la re-politización 'peronizada'6 de los jóvenes que apenas si habían vivido los primeros dos gobiernos peronistas (1946-1952; 1952-1955). En el programa de 1974, tras la intervención fugaz de la primera etapa del tercer gobierno peronista (1973-1976), Ciencias Antropológicas tuvo una orientación en Antropología Socio-Cultural que contaba con varias materias sobre Antropología de la Vivienda, Sanitaria, de la Educación, Rural y Antropología Económica. Pero la nueva intervención de fines de 1974 reformuló el programa y dio pie a una Licenciatura basada en las tres orientaciones originales, Etnología-Arqueología-Folklore, y un pronunciado sesgo en Historia. A lo largo de estas idas y vueltas, también fue y volvió el hombre fuerte del Departamento, Bórmida, quien después de ser prácticamente exonerado en 1973, regresó con la nueva intervención de julio de 1974 para permanecer hasta su muerte en 1978.

Valga este breve racconto político-institucional para demostrar que la Antropología Social en cualquiera de sus definiciones posibles, no se sostuvo en la academia porteña el tiempo suficiente para generar una escuela ni una corriente de investigaciones. A fines de los '60 Eduardo Menéndez, egresado de la primera cohorte de la UBA, creó una licenciatura en antropología social en la Universidad Provincial de Mar del Plata, a la cual invitó a varios de sus colegas, como el mismo Bartolomé. Pero, esta iniciativa duró hasta 1974 y tuvo las mismas limitaciones que el intento de Buenos Aires. En todo caso, la antropología social, aunque presente en el idioma de algunos graduados y de un sector estudiantil, no se traducía en un debate fundado en las investigaciones empíricas sino, en el mejor de los casos, en una ampliación de las lecturas, en la presentación de problemáticas sociales y políticas como parte de las incumbencias de la disciplina, y como el nombre de una antropología distinta a la del statu quo ríoplatense.

Evidentemente, ninguno de estos ejercicios se ajustaba a la antropología social que Hermitte había aprendido en EEUU y traía al país en 1965. Más aún, ella alcanzó a dictar solo su Seminario de "Etnografía Americana" pero renunció ante la violenta intervención policial de la UBA en julio de 1966, bajo el régimen cívico-militar de la auto-denominada "Revolución Argentina" que encabezó el General (R) J. C. Onganía7.

Sin embargo, y aunque la politización de izquierda en cualquiera de sus versiones incidió fuertemente en los estudiantes de algunas Facultades, particularmente en la de Filosofía y Letras (donde se dictaban Ciencias Antropológicas, Sociología, Ciencias de la Educación, Psicología, Historia, Geografía, Historia del Arte, Letras, Filosofía y Bibliotecología), es importante hacer una distinción entre la politización del orden nacional y la politización de los contenidos académicos. Cada disciplina tenía sus particularidades acerca de cómo ensamblar las preocupaciones nacionales y las inquietudes sociales, con sus realizaciones y potenciales estrictamente académicos. En estos ensamblados participaban los hechos nacionales (la proscripción de Perón y del peronismo) y los internacionales (p. ej. la guerra de Argelia, la de Indochina), además de factores como la personalidad y la trayectoria de los profesores, la posición de las cohortes en relación a la todavía cercana fundación de las licenciaturas, el métier tal como era propuesto y practicado por los profesores (internamente diverso) y tal como era recibido por los estudiantes, la localización de las materias específicas (segregadas en el Museo Etnográfico), y las "señas particulares" que terminaron componiendo el sentido común acerca de la disciplina. El caso antropológico presentaba dos características centrales: el interés en los sectores periféricos, particularmente las poblaciones indígenas, y la realización sine qua non, fuera como fuese, del trabajo de campo.

Muy pocos de los primeros estudiantes de la licenciatura antropológica se dedicarían a la población indígena, al menos tal como lo habían hecho sus profesores. El pasado precolombino y la población indígena de Chaco, La Pampa y Patagonia fueron sus territorios exclusivos y sin competencia de parte de las otras disciplinas; también se abocaron a la cultura de las poblaciones conocidas como "campesinas" que vivían en pequeñas comunidades agricultoras y pastoras del Noroeste Argentino, reducto preferido del Folklore que se sumó a la Licenciatura proveniente de Letras y de la breve Licenciatura en Folklore que había cursado Blache.

En suma y pese a sus cambios, a veces abruptos y de tendencia aparentemente contrapuesta, quienes dominaron la escena antropológica de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA no dejaron ingresar a la antropología social anglo-americana ni como material de estudio ni como línea de investigación. Desde 1966 y claramente desde 1973 hasta mediados de 1974, "antropología social" pasó a ser sinónimo de antropología contestataria pero no en su versión anglo-americana, en cuyo caso "Antropología Social" significaba colonialismo (Gran Bretaña) e imperialismo militar y cultural (ejercido por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos), con sus afanes de "conocer para desarmar" al campo revolucionario, como sucedió con el Plan Camelot en Chile (Gil, 2011). Mientras la mayoría de los profesores titulares de antropología de la UBA y UNLP habían preferido a los alemanes y a los italianos, los estudiantes devenidos en docentes subalternos y en profesores en la llamada "primavera peronista", se inclinaron por los franceses y algunos (pocos todavía) por los latinoamericanos8.

Mucho antes de tener claridad acerca de sus postulados teóricos desde mediados de los '60 unos cuantos estudiantes de la primera licenciatura porteña comenzaron a abogar por la "antropología social" como, al menos, una "cuarta rama" antropológica que se sumaría a las ya existentes en Prehistoria, Etnología y Folklore disponibles desde 1958. Esa cuarta orientación debía propender a una antropología útil y aplicada al cambio social. Su sustento académico no sería el de la antropología social anglo-americana, condenada por los viejos profesores como reduccionismo sociológico (Bórmida) y por los jóvenes como "barbarización de la teoría europea" y manifestación del colonialismo (según sostenía el primer egresado de la Licenciatura de UBA Blas Alberti9, y también Menéndez en su "Modelo Antropológico Clásico", una formulación sintética, simplificada y desprovista de problematización etnográfica que reunía a la antropología social británica con el "culturalismo" norteamericano). Entonces, ¿en qué se asentaba la Antropología social por la que abogaban?

En las distintas avenidas de ingreso a la política nacional e internacional, en la caracterización del fenómeno peronista y su proscripción, en la adaptabilidad del marxismo-leninismo a una Argentina proletaria pero no comunista, en una Argentina blanca y urbana de cara a una Latinoamérica india y rural, en la función de la vanguardia y del intelectual en el proceso político fracturado en tramos golpistas y democráticos restringidos. Antropología Social venía a decir todo esto encarnado en una firme decisión en instruirse en el camino de la Antropología, con el apellido de 'Social' diciendo más que academia, acción y cambio, una disciplina socialmente sensible y abierta a los problemas nacionales (Guber, 2007).

Ahora bien, la auto-gestión académica que resultaba de estos planteos tenía su contra cara: la falta de una formación sistemática y supervisada y, sobre todo y para la época, la extraordinariamente porosa frontera entre el trabajo de campo antropológico y la militancia política fuera de la universidad. El trabajo de campo, particularidad de la antropología (de cualquier especie) que la diferenciaba de la sociología y otras ciencias sociales, podía ser tanto una bendición como una condena. Por una parte, permitía un acceso no necesariamente mediado políticamente a esa gente a la que los militantes de izquierda, también estudiantes y jóvenes graduados de sociología, deseaban acceder. Pero por otra parte, no sólo exponía a los trabajadores de campo al fuego cruzado en tiempos de creciente represión policial y militar; también los arriesgaba a creer que las capacidades en un campo (el de la militancia) eran idénticas a la necesidad en el otro (el de la disciplina académica) (Guber, 2010)10. No casualmente, para principios de los '70 sólo quienes habían estudiado en el exterior habían hecho progresos reales en el conocimiento empírico y teórico de la realidad social argentina: Hermitte con su estudio sobre Catamarca, y Vessuri sobre Santiago del Estero.  

¿Pero era acaso imprescindible formarse sistemáticamente en términos de los estándares de la época? Depende de la perspectiva. Para los profesores, Buenos Aires y La Plata eran plazas caras y disputadas que, una vez consolidadas y afianzadas, sólo podían ser conmovidas por un cambio político de proporciones, más que por los periódicos concursos docentes. Éstos podían manipularse a conveniencia del hombre fuerte de la casa y/o del jurado11. De ahí que las únicas alternativas para los jóvenes terminaran siendo las cátedras en otras carreras y en otras universidades12.

Para muchos estudiantes avanzados y recién graduados de carreras humanísticas (y a diferencia de lo que ocurría en Ciencias Exactas, la otra Facultad con carreras de fuerte sesgo académico), formarse no era tanto conseguir un doctorado sino aprender un lenguaje político y una forma de argumentar acerca de la realidad social y política. Este sesgo no sólo respondía a los afanes de la juventud politizada. Al ritmo que imponían los golpes de Estado y las intervenciones universitarias desde 1947, más aún, desde 1966, nadie podía creer seriamente que un doctorado garantizaría el ingreso y sobre todo la permanencia en un puesto universitario. Además, y dada la avanzada edad de los estudiantes de antropología, al menos los de sus primeras cohortes, los cursantes eran "viejos" y algunos con familias a cargo, de manera que la inestabilidad académica podría resolverse de algún modo, como lo había sido antes de ingresar a la carrera. En todo caso, el doctorado no protegía de ser el blanco de un escuadrón de la muerte, ni de la sospecha de las facciones contendientes políticas o académicas. Los parámetros se trazaban fuera de la carrera per se; la vara se medía en entender mejor y de otra manera la realidad nacional. Todo era interesante y muy poco había sido estudiado; y lo estudiado, lo había sido mal o con prejuicios, como diríamos hoy "etnocéntricamente".

Pero entonces, había un punto difícil de resolver, un límite arduo de franquear con la formación auto-gestionada que no estaba en la teoría ni en el acceso a los autores ni en la capacidad de seleccionar las lecturas "correctas"; tampoco estaba en la salida al campo que algunos -no todos- encaraban con bastante decisión, esfuerzo y costo, y desde temprano en sus carreras sea por iniciativa estudiantil o por la de algunos profesores (notablemente con el arqueólogo Ciro R. Lafón). La dificultad estaba en aprender a producir datos que resultaran de la articulación entre el campo y la teoría, y ensamblarlos en un argumento socio-antropológico (que hoy llamaríamos etnográfico) que permitiera una comprensión distinta y novedosa de las vidas de los argentinos. Es decir: la dificultad estribaba en aprender a producir datos de relevancia teórica. En este aspecto cada cual hacía lo que podía, pero con pocos modelos locales y ninguna guía experimentada. Por eso y así como Germani mandó a sus mejores estudiantes a las academias centrales, Esther Hermitte alentó a Leopoldo en la misma dirección. Instalada en el Instituto Torcuato Di Tella ofreció a Carlos Herrán, y más tarde a Beatriz Heredia, recomendada por Alberto Rex González, a convertirse en sus asistentes de investigación (como lo haría con Alejandro Isla y Nicolás Iñigo Carrera en el Proyecto sobre la situación del aborigen en el Chaco). Así que mientras Leopoldo resolvió seguir el mismo camino que ella, aunque en una universidad secundaria (respecto a Harvard, Chicago, o Columbia), Carlos se pegó a ella para aprender investigando.

Antes de analizar brevemente en qué resultaron ambas experiencias, conviene advertir que en ningún caso se trataba de dos mentes en blanco dispuestas a ser entrenadas-colonizadas-transformadas por la Antropología Social anglo-americana. Leopoldo y Carlos venían, efectivamente, de la Universidad de Buenos Aires.  

ETNOLOGÍA, FOLKLORE Y ANTROPOLOGÍA SOCIAL

Oportunamente, y antes de su tesis doctoral sobre un campo nuevo -The Colonos of Apóstoles: Adaptive Strategy and Ethnicity in a Polish-Ukrainian Settlement in Northeast Argentina (1974)- Leopoldo hizo su tesis de maestría con materiales y lecturas que ya llevaba consigo desde una investigación en el Chaco: Namkom: The Social Ecology of an Urban Toba Community (1971). Esto no sólo demostraba que los mismos materiales podían trabajarse de manera distinta, ya apuntando a la ecología social y estrategias adaptativas de Wendell Bennett, sino también que su "cabeza teórica" funcionaba adecuadamente en la academia norteña. Allí ingresó probablemente en la segunda mitad de 1969 con ayuda financiera de la Fundación Ford y la Escuela de Graduados de la Universidad de Wisconsin, y compensando la exención de matrícula prestó servicio como docente auxiliar de algún curso. Así, Leopoldo dejaba una promisoria carrera en Buenos Aires, donde se había recibido en 1967 como uno de los egresados más destacados, lo cual le valió un Premio del Fondo Nacional de las Artes y de la Facultad de Filosofía y Letras. En efecto, obtuvo su Licenciatura dentro de los cánones que ponderaba el cuerpo de profesores del Departamento de Ciencias Antropológicas presidido por Bórmida. En la transición entre su graduación y su partida publicó una serie de artículos en sintonía con la línea rectora de la especialidad antropológica, Etnología. Su trabajo final, algo así como una tesina, fue El pensamiento mítico en la veterinaria folklórica, premiado con su publicación en Runa (1968) dirigida por Bórmida. El artículo muestra, a través de las distintas etapas de diagnóstico, tratamiento y cura de animales, principalmente caballos, en el campo de la provincia de Buenos Aires, cómo Leopoldo buscaba señas del pensamiento y la conciencia mítica. Para ello se valía de un arsenal teórico anclado en la Fenomenología de las Religiones que Bórmida había adoptado con su viraje de la antropología física a la etnología: Ernst Cassirer, Gerhardus Van der Leew, y Rudolph Otto.

Además de "La experiencia estética ante la narración mítica" (1971) y el comentario de Eliot y Alziator "Motivi etnologici e di tradizione popolare nel The Waste Land" (1971), ambos en Runa, publicó "El simbolismo de ascensión en un juego infantil: la Rayuela" (1968) en el Boletín del CAEA, el Centro Argentino de Etnología Americana creado por Bórmida como dependiente del CONICET y donde Bórmida y su equipo se refugiaron en su forzado alejamiento de 1973-4. Además, también logró publicar "Movimientos milenaristas de los aborígenes chaqueños entre 1905 y 1933" en una prestigiosa revista etnológica, el Suplemento Antropológico del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica de Asunción (1972). Esta publicación sucedió en un año a la de los etnólogos Cordeu y Siffredi con su trabajo sobre la rebelión de Napalpí, De la algarroba al algodón (1971). Mientras tanto, el hermano de Leopoldo, Miguel, también estudiante de la licenciatura porteña, publicaba artículos en el mismo Suplemento sobre los Guaná y los Mbyá-Guaraní de Misiones.

En estos giros, Leopoldo seguía no sólo los intereses de su profesor (Bórmida), sino que se iba aproximando a los de otra de sus filiaciones académicas; la fratria o "hermandad". Leopoldo aprendió bastante temprano en su carrera que otra antropología era posible; fue a través de las inquietudes de Santiago Bilbao y Hugo Ratier, sus Jefes de Trabajos Prácticos, graduados recientes de la Licenciatura que se habían "especializado" en la orientación de Folklore, y que renunciaron en julio de 1966 como Hermitte. Se trataba de dos antropólogos de mayor edad que los estándares de egresados de la carrera, con participación política y con cierto empeño en hacer de la antropología argentina un saber útil, aplicado y transformador (tal como bregaba el prólogo al primer número de la revistita de los estudiantes y que duró sólo dos números, Anthropológica, 1961-2).

La coexistencia de la antropología de la conciencia mítica y la (idea de una) antropología social transformadora parecía posible, y si Leopoldo la encarnaba era porque también campeaba en la misma Facultad y bajo el mismo firmamento profesoral. Eso le atrajo, precisamente, del "ambiente del Museo Etnográfico", que estaba a unas dos cuadras de la vieja Facultad de Ciencias Exactas donde Leopoldo estudiaba Física. Pero hubo dos factores que lo volcaron a la antropología según alguna vez me contó: se apasionó con la lectura de la Historia Universal de Wells y solía ir a una librería en Caballito donde conoció a dos antropólogos, a Santiago Bilbao y a Norberto Pellisero. Santiago hizo buena parte del trabajo de persuasión que lo llevó primero a agregar una segunda carrera por la que después optó. Algo así como un Malinowski estudiante de Química y Física en Cracovia, encantado por La Rama Dorada de Frazer, y finalmente embelesado por Wundt, Westermarck y Seligman. El ingreso de Bartolomé a Ciencias Antropológicas en el '61 debió estar a medio camino entre una decisión y una conversión, con la carga de compromiso que debió transmitirle Bilbao en las charlas de librería. Entonces, pese a tener que hacer la colimba en el '63 (Servicio Militar Obligatorio y masculino, instaurado por ley desde 1901) y cursar con Bórmida, Lafón, Palavecino, Martínez Soler, Menghin, Susana Chertudi, también tuvo a Esther, a Bilbao y a Ratier -"con quienes teníamos más relación"-, y a Rodríguez Bustamante en Antropología Social; todas las materias optativas en el Departamento de Sociología y tres en Geografía (dos con Elena Chiozza, compañera de Esther del Profesorado de Historia y discípula de Aparicio).

Alguna vez le pregunté a Leopoldo cómo compatibilizaba a la antropología social y a Bórmida. Entonces me contestó que en los comienzos las alternativas no eran disyuntivas. "Bórmida" era, en sus palabras, "Tal vez el más brillante de los profes, un fascista, un machista (que resultaba irresistible para las mujeres), pero el personaje de mayor nivel intelectual. Una personalidad muy compleja". Pero cuando le pregunté cómo había tomado la decisión de dejar etnología y virar hacia la antropología social, me contestó rápidamente: "No pensábamos que etnología y antropología social eran substancialmente diferentes, sino enfoques o perspectivas diferentes. No 'viré' hacia la Antropología Social, sino que sencillamente me dediqué a lo que consideraba que era antropología. … no pensábamos en otra especialidad, sino en reorientar toda la carrera en esa dirección. Inclusive muchos orientados hacia la arqueología o el folklore compartían esa perspectiva. Los que vos denominás 'etnólogos' no se identificaban como tales, sino por su adhesión a la perspectiva de Bórmida" (Comunicación electrónica, 1996).

Así que Antropología Social era una forma de pensar la antropología como práctica teórica y empírica. La primera posibilidad de Leopoldo con el campo fue Tucumán, ir en 1973 a trabajar con Bilbao y su segunda esposa, Hebe Vessuri, que había hecho toda su formación en la Social Anthropology en Oxford. Como esto no fue posible debido al endurecimiento de las condiciones político-militares, surgió la posibilidad de instalarse en la Universidad Nacional del Nordeste en la filial Misiones, tras su previa estadía un año en Mar del Plata invitado por Menéndez.

¿Por qué no aparece en este relato un antes y un después del viaje a Wisconsin? Porque si bien Leopoldo aprendió la propuesta de Bennet y las estrategias adaptativas, además de las relaciones interétnicas de Fredrik Barth, allá en EEUU, el sentido de qué hacer con lo que aprendiera ya estaba antes de partir. Leopoldo iba a irse, y hubiera preferido Manchester, cosa que intentó a través de alguien a quien conoció en el Chaco cuando estaba adoptando una perspectiva más sociológica con quien había sido su profesor en Sociología, Miguel Murmis. Ese contacto con Inglaterra era Eric Hobsbawm quien andaba explorando "rebeldes primitivos" como Isidro 'Mate Cosido' Velázquez del Chaco. Sin embargo, la academia inglesa no era tan generosa en sus becas.

El viaje a EEUU se nos aparece entonces como parte de un proyecto radicado en la Argentina, más que como la pretensión de una carrera académica per se. Su estadía en el exterior se limitó a dos años (1970 - 1972), y Leopoldo volvió a la Argentina a trabajar, no sólo en su tesis. Su incorporación a la UNNE como profesor asociado fue paralela a su trabajo de campo doctoral en 1973 en la localidad de Apóstoles, en el sur de Misiones, con sus yerbales y teales (plantaciones de yerba mate y té, respectivamente) y cuyos dueños eran sindicados como los más conservadores e incultos de los inmigrantes ultramarinos a la provincia: los polacos y los ucranianos. En este tiempo Leopoldo fue, con sus 31 años de edad, el único antropólogo oriundo de y radicado en la provincia de Misiones. Sin embargo, no estaba solo. Carlos Toshio Okada, apodado "El Japonés", era sociólogo y docente de la Escuela de Servicio Social de Posadas y acercó a Leopoldo, al crearse la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Además contó con una trama de interlocutores que se auto-definían como "antropólogos sociales" y que trabajaban en el medio rural del norte argentino. A algunos había llegado a través de Bilbao y a otros por Esther: Vessuri ya en Tucumán; su profesora de la UBA Hermitte y su compañero y amigo Herrán convertido en asistente de Esther en Catamarca, y un sociólogo virado a la antropología social gracias a la visita de Sidney Mintz a l'École des Hautes Études donde estudiaba, ahora acompañado por su exótica mujer noruega estudiante de antropología en la Universidad de Oslo: Eduardo 'Lali' Archetti y Kristi-Anne Stölen, en el norte de Santa Fe. Tal era el núcleo duro de la primera antropología social en pleno ejercicio, que pobló la Argentina y que se ocupó de pequeños y medianos productores de commodities que no eran ni la carne ni los granos, sino el algodón, la yerba mate, la caña de azúcar y el pimentón; los ponchos de vicuña, y los trabajadores rurales, algunos cooperativizados, otros migrantes.

Los problemas sociales que los acuciaban eran los de la desigualdad, la pobreza y el subdesarrollo en el interior del campo argentino, es decir, en las provincias pobres del norte. Pero, el problema de investigación giraba en torno a los modos en que los productores contribuían a su subordinación y a la expropiación por parte de los grandes pulpos del acopio y la comercialización. Estos antropólogos cubrían de oeste a este las provincias de Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán, Santa Fe y Misiones (y la antropóloga noruega y compañera de Stölen, Marit Melhuus con los tabacaleros del centro este de Corrientes). El remedio a esos problemas no pasaba por sumarse a la plataforma desarrollista y modernizadora, decían, sino por mostrar sus problemas concretos y encarnados en grupos sociales atravesados por los vaivenes de las políticas de precios, la sobreproducción, la intervención estatal, la plaga de los intermediarios, todo esto en las oscilantes políticas económicas para el sector. Entonces la comprensión/descripción minuciosa producto del trabajo de campo debía ponerse en diálogo con autores que sirvieran para pensar, y si bien en aquella época como en esta, siempre hubo modas teóricas, nuestros antropólogos ponían a trabajar a autores como Bennett, Mintz, Barth y Chayánov, en el campo argentino.

Por eso, antes de terminar su tesis en 1975, Leopoldo preparó con Enrique Gorostiaga (un hombre tan afecto a la sociología como al Jazz) una compilación de textos básicos de Estudios sobre el Campesinado Latinoamericano. La perspectiva de la antropología social (1974). Allí figuraban Eric Wolf, Sidney Mintz, Sutti Ortiz, George Foster, Marvin Harris, Charles Erasmus, Charles Wagley, entre otros. Los compiladores intentaban presentar la antropología social a los debates rurales en la Argentina, y a los antropólogos rurales en un campo ocupado por sociólogos y economistas, y a veces por historiadores. La repercusión en el grupo de antropólogos sociales fue inmediata. En la sección Crítica de Libros de la ya importante revista Desarrollo Económico (1975:791-795) del Instituto de Desarrollo Económico y Social IDES, donde todos ellos publicaban, Archetti escribió su Crítica:

"El objetivo principal de este libro es llenar un vacío existente en la literatura antropológica disponible en nuestro país en castellano. Esta carencia local se puede explicar, rápidamente, a partir de la debilidad de la antropología social como disciplina autónoma y al escaso énfasis en los problemas campesinos. El libro que comentaremos es un signo más de dos fenómenos (…): el crecimiento de la antropología social registrado en los últimos años, que se manifiesta tanto en investigaciones con trabajos de campo prolongados como en la aparición de carreras e institutos de investigación en diferentes lugares y regiones del país, por un lado, y por el otro, la aparición de movimientos sociales agrarios inéditos -el caso de las Ligas Agrarias es un claro indicador-, que incitan a pensar y descubrir los procesos y estructuras agrarias argentinas" (Archetti, 1975:791).

Hecha la presentación y el diagnóstico promisorio sobre la disciplina en la Argentina, Archetti se volcaba a analizar la introducción de los dos compiladores, Bartolomé y Gorostiaga, a quienes les preocupaba como problema teórico "la definición del campesinado". Sin embargo, el crítico respondía que "lamentablemente, no hay una discusión en profundidad de la importancia teórica de tal o cual texto, como tampoco un intento de relacionarlos en virtud de las inquietudes más sustantivas" (Archetti, 1975:791). Después de pasar revista por un par de artículos que podían ir en este sentido, agregaba: "Después de muchas idas y vueltas, de diálogos cruzados y oídos sordos, de muchas páginas de papel impreso, de la aparición de revistas especializadas…" (Archetti, 1975:792) sugiere una definición común a los autores, la inclusión de artículos que no están presentes en la compilación y rechaza la presencia de otros. Y al cabo de cuatro páginas, de examen crítico de la compilación y de cada autor, concluye que "Quisiéramos terminar nuestro comentario haciendo resaltar los méritos de esta colección de trabajos. (…) El esfuerzo de Bartolomé y Gorostiaga es mucho más valioso que las imperfecciones apuntadas en la selección y organización del material. Sabemos que muchas veces lo deseable, incluidos obviamente nuestros juicios de valor que no necesariamente deben ser compartidos, está lejos de lo que puede obtenerse" (Archetti, 1975:795).

El movimiento se redoblaba; en esta sección de Crítica de Libros de Desarrollo Económico estos autores discutían entre sí y a otros con plumas filosas y fundamento teórico anclado en sus propias experiencias de campo y reconociendo, al inicio y al final, la importancia del aporte a un nuevo campo de estudios en el país. Sus miradas estaban puestas en la teoría y en el medio rural argentino, no en los rótulos teórico-políticos. Sus observaciones giraban en torno a los modos de producción y a las relaciones de clase (social) en el medio agrario, en vistas de la intervención sustentada en clave de economía política (Cf. Archetti, 1976 y 1988).

En estos debates el gran ausente era el que aportó magistralmente Leopoldo: el factor étnico que intentaba abrirse paso en algunos autores de aquella compilación aunque en clave culturalista, enfoque evitado por esta orientación auto-definida como antropológico- social. Pero Leopoldo proponía otro tratamiento: los colonos ucranianos y polacos no lograban forjar una empresa capitalista por razones que tenían que ver con sus estrategias adaptativas al medio rural misionero. Esas estrategias resultaban de las relaciones productivas y sociales en el país de origen (siervos rurales en Ucrania y minifundistas en Polonia), la coyuntura de su ingreso a la sociedad argentina (fines del siglo XIX y comienzos del XX), y la dinámica productiva y de comercialización de la yerba mate, el tung y el té desde principios del siglo XX, a lo largo de sucesivas y contradictorias políticas económicas nacionales. Para Leopoldo la cooperativa o, más bien, la participación de los misioneros ucranianos y polacos en las Ligas Agrarias de medianos y pequeños productores del Nordeste argentino, era una solución auto-gestionaria para superar los ciclos de superproducción, la interferencia de los acopiadores, y el constante despoblamiento de las chacras. Pero estos colonos no participaban en las Ligas porque resistían su uniformización con los colonos de origen criollo, tanto como su inclusión junto a la contraparte étnica local (ucranianos o polacos). "El parroquialismo de base étnica [seguiría en su afán de] inhibir o socavar los esfuerzos para organizar a los colonos para la defensa de sus intereses y así alcanzar mayor fuerza para influir en las decisiones políticas y económicas que afectan directamente sus negocios y nivel de vida frente a los grandes productores y las corporaciones agroindustriales que promovían la profundización de la brecha interétnica en su propio beneficio" (Bartolomé, 2000:317). Así, el lugar de las relaciones interétnicas se revelaba crucial porque era parte de cómo se clasificaba el campo misionero habitado por gente de tan distintos orígenes y reunida por la propiedad de la tierra en determinadas localidades. Es decir: Misiones no podía ser interpretada y entendida sin ese recurso conceptual.

Esta conjunción teórico-empírica entre producción agraria y etnicidad pudo haber sido una veta riquísima aplicable a otras partes del país, cosa que no sucedió. ¿Por qué? En parte por la desarticulación del campo antropológico-social, que significó el exilio de buena parte de aquel núcleo duro, la ausencia de interlocutores (que resistirían apenas un tiempo más con la iniciativa del grupo de CLACSO titulado "Articulación Social" coordinado por Leopoldo y por Esther), y la autocensura a publicar. Los colonos de Apóstoles, la tesis de Leopoldo que mostraba la dinámica de las relaciones interétnicas en el campo argentino, se publicó en EEUU en 1991 y en el 2000 en la Editorial Universitaria de Misiones, cuando el clima teórico y político, los intereses e incluso parte de la realidad provincial ya habían cambiado. Esos cambios incluían la desaparición por represión de las Ligas Agrarias. Sin embargo, Los colonos de Apóstoles pudo haberse mantenido como un ejemplo en el análisis de la temática que prácticamente no fue retomado, y sigue siendo hoy un libro vastamente desconocido por la grey antropológica argentina13.

SABER PREGUNTAR-SE

Por su parte, Carlos Herrán había sido invitado por Hermitte para trabajar como su asistente en una investigación del Centro de Investigaciones Sociales del ITDT, para el Consejo Federal de Inversiones que subsidiaba programas de desarrollo en el interior argentino, con aportes de los gobiernos provinciales. En 1970 y después de al menos dos años de trabajo de campo, Esther y Carlos concluían que las iniciativas nacionales para terminar con las desigualdades sociales en el campo norteño, basadas en la cooperativización de productores de pimentón y de tejidos artesanales en una localidad secundaria de la provincia de Catamarca, tenían el efecto exactamente inverso al esperado; eran cooptadas por una minoría de pimentoneros y teleras "capitalistas" que contaban con la tierra (pimentoneros), la materia prima (tejedoras de lana de llama y vicuña), y sobre todo con el control de "los canales de comunicación entre la comunidad y la Nación" para la comercialización de sus productos. Así, "El desconocimiento de la función que ciertos roles estratégicos tienen en la estructura social local hace que la implementación de esas iniciativas sea dificultosa y que perduren los vínculos solidarios vigentes" (Hermitte y Herrán, 1970:296) tales como las relaciones de patrono-cliente. Siguiendo a Eric Wolf, sugerían que la nación debía otorgarle a la cooperativa "todas las funciones del patrono" para quebrar la relación monopólica y desigual, siempre diádica (Hermitte y Herrán, 1970:315), precisamente porque, siguiendo la noción de "poder delegado" del antropólogo Richard Adams, la cooperativa no revertía la estructura económica de poder local que se beneficiaba con los flujos nacionales de dinero.

Pero Carlos siguió su camino catamarqueño por el norte de Belén y se llegó al Valle de Santa María, el área preferida por arqueólogos y antropólogos rosarinos que seguían al sociólogo Meister (de UBA) y a José Cruz que desde Córdoba llevaba a los estudiantes a Laguna Blanca. En Santa María Carlos estudió las condiciones históricas y sociales de la emigración local masculina a la zafra azucarera de Tucumán, Salta y Jujuy. Pero en vez de confirmar que la migración se debía a los factores de expulsión (pobreza, desempleo, etc.), mostraba en extremo detalle los modos en que los jefes económicos y políticos locales promovían la emigración temporaria, estableciendo acuerdos económicos con los dueños de los ingenios. Carlos no hablaba de push factors, como se estilaba en la época, sino que iba derivando, de una sólida caracterización socio-económica a una antropología de la política local y regional, valiéndose de los conceptos de un antropólogo norteamericano que, para entonces, proponía cierto encuentro con el estudio del poder, Richard Adams. Sin embargo, también daba cabida a los tratamientos sobre clientelismo y patronazgo que abordaba con Hermitte en Belén, y que también pintaban Vessuri en Santiago del Estero, el matrimonio Archetti- Stölen (1975) en el departamento de Avellaneda, norte de Santa Fe, y Bilbao con Vessuri veían en los ingenios de Famaillá, Tucumán.

FINAL PARA DOS PRINCIPIOS

Los trabajos de Leopoldo y Carlos de esta primera época se encuadraban plenamente en la línea de la llamada "economía política" de la Antropología Social donde el modo de producción, la tenencia de la tierra (y del agua en Catamarca), la comercialización, la inversión y el crédito, permitían diagnosticar la dinámica de la reproducción de la desigualdad social tanto como la forma de acción política. Pese a su apariencia sociológica, que tan atrás había dejado los estudios etnológicos y la veterinaria folk, estos trabajos no podían haber sido hechos sin un detenido trabajo de campo malinowskiano, por una parte, y sin la inspiración de la orientación "transformadora" y con los pies en la tierra y en las políticas, por la otra. Aunque el estilo de entonces abreviaba en los textos las voces individuales de los nativos, la descripción de las situaciones y la presencia del investigador fueron inexorables. Leopoldo y Carlos pudieron describir la etnicidad y la pobreza sin recurrir al paradigma modernizador y culturalista instalado en la academia argentina por Gino Germani y seguido por el sociólogo Meister (Meister, Petruzzi, y Sonzogni, 1963), y por los antropólogos jóvenes y algunos sociólogos en busca de trabajo de campo, sin una guía sistemática y formada en antropología social.

En suma, Carlos y Leopoldo trabajaron en serio porque tenían mucho que aprender y qué decir, pero de otra manera. Se hicieron a sí mismos mientras hacían su disciplina como un camino de ida, una clave, una herramienta y también un escudo. Por eso cuando a Leopoldo, ya instalado en su Licenciatura en la UNaM, un burócrata militar a cargo de la universidad le informó que tenía la orden de cerrar la carrera de Antropología, Leopoldo le contestó que no veía ningún problema, porque la carrera misionera, la suya, la que pudo desarrollar continuadamente hasta fundar los primeros dos postgrados argentinos en la disciplina, era otra cosa: era Antropología Social.

Notas

1 Una primera versión de este texto fue presentada en la mesa homenaje a Leopoldo Bartolomé y Carlos Herrán en el XI CAAS, Rosario, julio 2014, convocada por la Dra. María Rosa Catullo.

2 Debe recordarse que hasta 1958 todas las universidades eran públicas o estatales, y pese a que posteriormente se autorizó la formación de universidades privadas, la antropología como carrera universitaria en sus niveles de grado y postgrado siguió siendo dictada en exclusividad por las universidades públicas, al menos hasta el momento de escribir estas líneas. Ciertamente, la relación entre el carácter público de las universidades y los avatares políticos nacionales no es unívoca ni automática. Pero en la Argentina, y desde 1946, esa dependencia se ha expresado en la capacidad sesgada de promover o deponer facciones docentes y sus consiguientes líneas académicas, excluyendo a las contendientes. Dado que la antropología no se benefició de un sitio institucionalizado en las universidades privadas, cualquier movimiento político nacional podía incidir en la totalidad de la corporación, condenando al amateurismo o la práctica informal de la antropología a los excluidos de la hora.

3 Antropólogo africanista, austríaco de nacimiento y nacionalizado británico, discípulo de Malinowski y Seligman y autor de una etnografía seminal sobre los Nupe de Nigeria y posteriormente sobre los Nuba del Sudán Anglo-Egipcio, del que se transformó en antropólogo del gobierno colonial británico.

4 Las lecturas alternativas a la antropología social de Sociología, venían de la gran Biblia de entonces, El Capital y otros escritos de Carlos Marx, a los que habría que complementar con Lenin, Fanon, Freire, Darcy Ribeiro, los dependentistas brasileños Cardoso, Faleto, Dos Santos, y los teóricos mexicanos del colonialismo interno Stavenhagen y González Casanova. Todos estos autores podían abonar cualquiera de esas prácticas, la estrictamente académica o la estrictamente política, o una mezcla de ambas en distintas proporciones.

5 "Cordeu comenzó sus estudios sobre los Tobas de la localidad de Miraflores, Chaco, en 1967. En el marco de este proyecto, debía atender a tres demandas específicas: identificar las características principales de la actual economía toba, evaluar la significación que tenía esta población como potencial mano de obra y elaborar propuestas de desarrollo que permitieran la mejor adaptación del indígena a la 'inevitable' transformación económica de la región" (Vecchioli, 2002:171).

6 El movimiento de la Reforma Universitaria instauró un lugar para la política en las universidades. Sin embargo, el verdadero impulso a la politización de las universidades en términos políticos nacionales, lo dio la intervención peronista de 1947, con la exoneración de los profesores que no comulgasen con ella, y el requerimiento obligatorio de afiliación al Partido Justicialista para docentes y, particularmente, para los jóvenes que se incorporaban a ella. Por eso no puede decirse que el período post-55 haya significado una politización de la universidad. En rigor de verdad, fue la intervención peronista del sistema universitario argentino y la ruptura de la autonomía universitaria, el que introdujo seriamente a la política nacional en los claustros.

7 A partir de entonces, las izquierdas universitarias se fueron acercando al peronismo o, más bien, fueron haciendo del peronismo una versión propia. Así, en los '70s, fundiendo razón académica y razón política la antropología fue siendo objeto de otras líneas afirmadas en el latinoamericanismo, algunas vertientes de la academia francesa, particularmente del estructuralismo, el existencialismo y el marxismo, y en líneas aisladas del marxismo soviético (esto gracias al carácter dominante del Partido Comunista en el ámbito cultural e intelectual hasta comienzos de los '60s) y del italiano (por la creciente ascendencia de la figura de Antonio Gramsci tanto en la academia como en las ramificaciones del PC Argentino en otras organizaciones de izquierda).
En la academia argentina Gramsci fue introducido de lleno principalmente en las Ciencias Políticas posteriormente a 1984 (Nun, Portantiero y el mismo Aricó, quien lo había traducido en los años '60). En Antropología algunos postulados Gramscianos empalmaban subrepticiamente con los preceptos de Ernesto de Martino, quien componía la estructura del programa de Antropología elaborado y dictado por Bórmida, aunque no de muchas de sus enseñanzas. Gramsci ingresó a algunas líneas de Folklore con los neo-gramscianos Lombardi Satriani, Gallini y Cirese, hacia finales del Proceso de Reorganización Nacional y en los escritos de E. Menéndez, egresado de la primera cohorte de antropólogos de la UBA y posteriormente radicado en México.  

8 Fue quizás el etnólogo Enrique Palavecino quien daba lugar a la antropología anglo-americana, empalmando con la orientación dominante en Sociología. En la memoria de algunos de sus estudiantes, Palavecino era tenido como "el más progre(sista)" del plantel profesoral. Lafón, entre tanto y pese a su formación histórico-cultural, dejaba hacer a los estudiantes, mientras llevaba consigo una marca que, a la medida de los tiempos, se convirtió de objetable en un baluarte: haber aceptado afiliarse al Partido Justicialista en 1949.

9 Blas Alberti se dedicó a la teoría académica fundamentalmente francesa (estructuralista) y a la militancia en agrupaciones que sus miembros definían como de "izquierda nacional". Así transitó, junto a Jorge Abelardo Ramos (auto-definido como historiador revisionista) por el Partido de Izquierda Nacional PIN, el Frente de Izquierda Popular FIP y el Movimiento Patriótico de Liberación MPL. Fue siempre un gran retórico y escribió el primer fundamento público de una antropología comprometida, desde el primer número de la revista Anthropológica de los estudiantes de la licenciatura de UBA (1962) (Guber, 2007).

10 Por ejemplo, textos de extraordinaria redacción y difusión como Cabecita negra y Villeros y villas miseria de Hugo Ratier, fueron escritos con la finalidad de promover la discusión con, al menos en sus comienzos, los habitantes de Villa Maciel (Avellaneda, Pcia. de Buenos Aires). La distinción entre militancia y profesión académica (interesada en incidir en el proceso social) está brillante y francamente expuesta por Hebe Vessuri (1975/2002).

11 Así sucedió en La Plata a fines de los '60, cuando un jurado presidido por Bórmida logró consagrar al contador público con estudios en sociología Mario Margulis y una investigación sobre la migración rural-urbana (de Chilecito, La Rioja, a Buenos Aires) en clave culturalista del paradigma tradicionalismo-modernización; siendo su contendiente la Ph.D. en antropología de la Universidad de Chicago, Esther Hermitte.

12 Precisamente, Menéndez fue a la Universidad del Salvador y luego a Mar del Plata; Bartolomé y Herrán fueron a Posadas con un plantel casi íntegro de egresados porteños, y Gatti fue a Salta. Esta puntualización pretende complejizar la historia lineal según la cual los jóvenes antropólogos fueron a otras universidades casi en carácter de perseguidos políticos. Aunque la intervención de 1966 afectó a antropología en sus cuadros subalternos (jefes de trabajos prácticos y ayudantes), lo cierto es que difícilmente ellos hubieran podido establecer una carrera como imaginaban, en un ámbito tan controlado y poderoso como la dupla UBA-UNLP. La ocasión llegó con la intervención peronista de 1973. Pero entonces la militancia ganó terreno sobre la academia y el denostado "cientificismo". El período 1973-1974 fue demasiado breve para sentar las bases de una academia alternativa (es quizás la revista Antropología del Tercer Mundo dirigida por Gutiérrez, la que permite ver algunas ideas tendientes a la alternatividad, y que no se iniciaron en 1973 sino en 1969).

13 Para entonces la cuestión cultural planteada como relación interétnica siguiendo a Edmund Leach, Abner Cohen y Fredrik Barth, tenía a varios representantes en el mundo anglosajón. En América Latina Roberto Cardoso de Oliveira ensayaba el concepto de fricción interétnica. Sobre la Argentina los norteamericanos Kenneth Ackerman y Arnold Strickon analizaban la categoría de "criollo" en la misma clave. Artículos en esta orientación y que pertenecen a todos ellos -Cardoso de Oliveira, Ackerman, Strickon y Bartolomé- fueron publicados en Procesos de Articulación Social (1977).

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