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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.25 Posadas dez. 2014

 

ARTÍCULOS

Dilemas de gran escala. El antropólogo fáustico, las grandes represas y la tragedia del desarrollo

 

Omar Arach*

*Dr. en Antropología Social. Doctorado en Estudios Sociales Agrarios UNC. E-mail: omararach@gmail.com

 


Resumen

En este artículo me propongo retomar los planteos de Leopoldo Bartolomé sobre el involucramiento de los antropólogos en los Proyectos de Gran Escala (PGEs) a la luz de los desafíos del presente. Partiendo de su análisis de los movimientos contra represas en Brasil durante los '80, me pregunto sobre la agenda de temas y problemas a investigar desde la perspectiva de aquellos que resisten a los PGEs. Retomo algunas de sus categorías para pensar el papel de los antropólogos frente a la tragedia del desarrollo en los tiempos del Antropoceno.

Palabras claves: Desarrollo; Afectados; Antropólogos; Antropoceno.

Abstract

In this paper I intend to resume Leopoldo Bartolomé's ideas regarding involvement of anthropologists in Big Projects, at the light of current challenges. Beginning with his analysis about anti-dams movements that rose up in Brazil during the '80s, I wonder about the problems and research agenda from the standpoint of the people fighting against Big Projects. I also pick up some of Bartolomé's concepts in order to think about the role of anthropologists facing the development tragedy in the Anthropecene age.

Key words: Development; Affected People; Anthropologists; Anthropocene.


 

PRESENTACIÓN

"Parece que el proceso mismo del desarrollo, aun cuando transforme un terreno baldío en un pujante espacio físico y social, recrea el baldío dentro del propio desarrollista. Es así como opera la tragedia del desarrollo".
Marshall Berman, "El Fausto de Goethe: la tragedia del desarrollo".

"No obstante es preciso reconocer también que la vinculación de la antropología a los procesos de desarrollo permanece conflictiva, hasta ilegítima, para muchos antropólogos y que la práctica en ese ámbito, sobre todo la que se da fuera de la academia, constituye una fuente permanente de dilemas éticos y un campo abierto al debate político e ideológico".
Leopoldo Bartolomé, "El extranjero profesional y la tentación fáustica".

Leopoldo Bartolomé incurrió una y otra vez en lo que llamó la "tentación fáustica". Como funcionario de la Entidad Binacional Yacyretá, como consultor del Banco Mundial, como miembro del Mecanismo de Investigación Independiente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), como contribuyente de la Comisión Mundial de Represas, pero siempre como antropólogo (disciplina que consideraba científica) abordó algunas de las múltiples facetas que hacen ese contexto de "vidas aceleradas" propios de la implementación de un Proyecto de Gran Escala1 (de aquí en más PGE).  

Imaginaba una antropología fáustica, es decir, una antropología que se involucre en los procesos de una época donde "todo lo sólido se desvanece en el aire" y apostaba por "una efectiva comprensión antropológica del fenómeno del desarrollo" (Bartolomé, 1992:167). Creía que los temas que hacen al desarrollo, al igual que los temas clásicos de la antropología, podían ser abordados científicamente, "sin que eso nos impida aprobarlos, condenarlos o combatirlos" (1992:167). Y no temía ser contratado por las instituciones de desarrollo porque pensaba que el antropólogo puede "vender su fuerza de trabajo pero no su conciencia científica y su ética profesional" (1992:170).

El ámbito por el que es más conocido es el referido a los estudios sobre los procesos de desplazamiento compulsivo, desde una perspectiva que los entendía como parte del poder desplegado en los PGEs, a los que veía como constitutivos del proceso de desarrollo. De manera que su mirada se volcaba sobre dimensiones y procesos que desbordaban los confines característicos (y la jerga técnica) de los especialistas en reasentamiento. Así vemos la aplicación de la categoría de familia matrifocal para entender las estrategias de supervivencia de los pobres urbanos afectados por el embalse de Yacyretá, o de efecto entrópico del desplazamiento compulsivo para entender el proceso de empobrecimiento y desorganización a los que los empujaba el desalojo. En esa línea también buscó comprender las resistencias al desplazamiento forzoso, a las que entendía como parte integral de las respuestas adaptativas de los afectados frente a un medio ambiente controlado por poderosas corporaciones públicas y privadas.

En este artículo me propongo analizar el modo en que Leopoldo Bartolomé analizó los movimientos contra represas, especialmente a partir de su estudio en torno a la oposición al hidrodesarrollo en Brasil. Más que hacer una exégesis de su pensamiento o una genealogía de sus categorías, me propongo retomar algunos de sus planteos para pensar ciertas cuestiones que han cobrado actualidad. Ciertamente, los movimientos sociales detonados por la construcción de grandes represas son parte de un taxón que engloba una variedad de experiencias de resistencia frente a grandes intervenciones planificadas, habitualmente enroladas bajo la denominación de proyectos de desarrollo, las cuales hacen parte de la dinámica expansiva del sistema mundial. Un tema por demás candente, especialmente en nuestro continente asolado por la expansión mega-extractivista, pero también en el mundo, donde la idea de la expansión ilimitada (nuclear a la ideología del desarrollo y la experiencia de la modernidad) parece contradecirse con los límites de un planeta finito, y donde el tema de la energía ha pasado a ocupar un lugar de relevancia, especialmente frente a los problemas derivados del cambio climático global.

Leopoldo Bartolomé insistía en el involucramiento en estos procesos, no sólo como una tentación, sino como una obligación. Visualizaba ese involucramiento como una experiencia arriesgada en donde el antropólogo se movía en un mundo con contrarias lealtades y responsabilidades (con la agencia que lo contrataba, con los afectados y también con la misma antropología) y confiaba en que el conocimiento científico podría contribuir a mitigar daños y, acaso, expandir beneficios hacia las principales víctimas de los PGEs. Para ello planteó la necesidad de tallar un nicho especial dentro de las instituciones de desarrollo, en donde el antropólogo pudiera fungir de "extranjero profesional" y sensibilizar a los centros decisorios de instituciones altamente centralizadas y comandadas por una racionalidad instrumental, generalmente hostil a los procedimientos de la antropología.

En "Combatiendo a Leviatán", el trabajo que hace de referencia principal para este artículo y cuyos contenidos voy a comentar en el apartado siguiente, Leopoldo Bartolomé muestra cómo la organización de los afectados pudo, en muchos casos, impactar el centro decisorio y alterar el cuadro de poder de algún PGE y, más ampliamente, los criterios de las instituciones que los diseñan, en beneficio de "los derechos de las víctimas, reales y potenciales, de los proyectos de desarrollo de gran escala" (Bartolomé, 1997:26). Así, mediante ese intenso proceso de movilización "obtuvieron el reconocimiento legal del establishment administrativo y político brasileños, forzaron a Electrobras a modificar sus procedimientos y a incorporar la consulta con los potenciales afectados en el proceso de toma de decisiones, pararon o demoraron la construcción de varios proyectos, obligando a una evaluación más cuidadosa y precisa de sus costos y beneficios y, a lo largo de dicho proceso, plantearon un ejemplo para América Latina" (1997:26).

Pasados más de veinte años de lo escrito se pueden observar avances y retrocesos, y también mutaciones en el entramado institucional encargado de llevar adelante los PGEs (el Banco Mundial y el BID ya no son sus principales promotores, el discurso desarrollista se ha renovado a partir de la llegada al gobierno de movimientos políticos de base popular, entre otras), pero los afectados y las organizaciones de la llamada sociedad civil han ganado un lugar por derecho propio en la mesa de discusión. Leopoldo Bartolomé demuestra,  como veremos a continuación, que estos logros han derivado de la construcción de vehículos organizativos que pudieron canalizar la acción colectiva en la medida que lograron reunir los recursos que constituyen las bases del poder social, entre ellos la información y el conocimiento (algo especialmente caro al quehacer antropológico).

Me pregunto, entonces, ¿qué significa hoy involucrarse en las fáusticas realidades de los PGEs y cuáles serían los desafíos para la antropología si ese involucramiento se realizara desde las organizaciones que los resisten y no desde las instituciones que los promueven? ¿Es posible, y conveniente, reclamar allí el rol del "extranjero profesional" o estaríamos más cerca de aquello que Ramos (2007) denominó "el actor coadyuvante", es decir, aquel que trabaja en pos del protagonismo político del otro? ¿Cuál sería la agenda de investigación y cuáles las metodologías, dentro de una disciplina que pregona el distanciamiento como un recurso metodológico necesario para producir un conocimiento legítimo? ¿Y cuáles, también, las epistemologías, toda vez que las tremendas incertidumbres derivadas del cambio (o más bien del deterioro) ambiental global están poniendo en crisis, como bien señala Latour (2013), la distinción Naturaleza-Cultura sobre la que se edificó el discurso científico en la modernidad?

COMPRENDIENDO A LEVIATÁN

"Combatiendo a Leviatán. La articulación y difusión de los movimientos de oposición a los proyectos de desarrollo hidroeléctrico en Brasil (1985-91)" fue escrito a comienzos de los '90, tengo entendido que como resultado de una estancia académica que Leopoldo Bartolomé realizó en la Universidad de Brasilia, en el año 91. Una primera versión fue presentada en abril de 1992 en la Universidad de Florida, durante la 41° Conferencia Anual de Estudios Latinoamericanos: Migración Involuntaria y Reasentamiento en América Latina. Una segunda versión en noviembre de 1997, durante la II Reunión de Antropología del Mercosur. Finalmente fue publicada en Desarrollo Económico Vol. 39, No. 153 (1999). En ese artículo, Leopoldo Bartolomé se propuso "presentar una breve discusión de las características principales de los movimientos de oposición popular al hidrodesarrollo en el Brasil" e "identificar los principales factores que enmarcaron e influyeron en el crecimiento y difusión de movimientos de oposición en los años '80" (1997:2).

Hay que decir que el autor cumplió con holgura estos objetivos. Y este logro se agiganta si se piensa en las dimensiones de Brasil y de sus ríos (posee las cuencas hídricas más importantes del mundo), en el ritmo frenético que allí adquirió el hidrodesarrollo y en la magnitud de sus emprendimientos (Itaipú fue la represa más grande del mundo hasta el presente milenio, cuando se inauguró Tres Gargantas, en China) y en la intensa movilización social a consecuencia de este proceso, que dio como resultado lo que muy probablemente sea el movimiento contra represas mejor organizado del mundo. Parece una humorada argentina insistir con esto de "lo más grande del mundo", pero no es más que una descripción factual, que da una magnitud de una tarea que sólo podría ser emprendida por un antropólogo de gran escala.

Cuando digo que cumplió con holgura me refiero a que en ese conciso artículo, más que una taxonomía de movimientos contra represas, como se podría deducir de una lectura rápida de sus objetivos, hay una compleja anatomía (para seguir con la terminología biológica) de la tragedia del desarrollo acontecida en Brasil a partir de los '60. Ciertamente, por esos años Brasil experimentó  un acelerado proceso de urbanización e industrialización, asociado a la disponibilidad de energía proveniente de las grandes represas, cuya construcción fue parte de una abultada agenda de PGEs que dinamizaron el segmento capitalista de la economía y posibilitaron la expansión geográfica sobre áreas otrora marginales. Como señala Leopoldo Bartolomé "no resulta sorprendente que esta estrecha asociación entre el desarrollo hidráulico y el desarrollo económico general, llegara a formar parte integral de la ideología desarrollista dominante e infundiera a los proyectos de desarrollo de un aura ideológica raramente cuestionada" (1997:3).

Pero este proceso vino acompañado de la expulsión de las poblaciones ribereñas y la destrucción de formas de vida basados en patrones extraños a los de los proponentes de los proyectos y sus principales beneficiarios (trashumancia, posesión colectiva de la tierra, organización comunitaria, autoconsumo, etc.), junto con la alteración profunda, cuando no la desaparición, de su soporte territorial. Este es el aspecto que le da el carácter trágico a la aventura desarrollista. Pero es también el que incentiva el agrietamiento del consenso del cual emanaba el aura protectora "ese aura se desdibujó rápidamente durante los años ochenta, debilitada por la predominancia alcanzada por los intereses ambientales, una acrecentada conciencia de los altos costos sociales de estos proyectos gigantes y  por una crisis económica general que restringió severamente la disponibilidad de dinero para tales proyectos" (1997:3).

Leopoldo Bartolomé tomó esta gigantesca metamorfosis impulsada por el Estado y sus corporaciones aliadas, y la analizó a partir de las respuestas de sus víctimas. Por una parte, revisó grandes proyectos problemáticos, como Sobradinho, que "tuvo consecuencias deletéreas no sólo en términos del defectuoso plan de reasentamiento que fue implementado, sino también por los impactos negativos que acarreó sobre los parámetros sociales y medioambientales" (1997:7); Itaparica, que "provocó la desintegración social y la anomia" (1997:9); Itaipú, donde se expropiaron "las tierras del reservorio recurriendo tan sólo a tácticas de presión psicológica, dado que no existía declaración legal de interés público para esos predios" (1997:10); Balbina donde "se inundaron grandes extensiones de prístinas y únicas selvas húmedas, con el resultado de producir marismas con escasa capacidad para producir energía" (1997:17), entre otros emprendimientos que "ilustran el grado de irracionalidad en que pueden caer los proyectos de gran escala" (1997:17).

Por la otra, revisó las respuestas sociales, precisando elementos característicos que retomará al final como soporte de las conclusiones. Así, destacó la importancia del momento de la movilización dentro del ciclo del PGE "Itaipú enseñó a la gente de las cuencas del sur de Brasil qué es lo que sucede cuando no se reacciona a tiempo frente a los megaproyectos" (1997:10); subrayó el proceso de "empoderamiento" más allá de las eventuales derrotas "aun cuando los movimientos fracasan en lograr sus objetivos inmediatos, frecuentemente potencian la capacidad política de las poblaciones afectadas" (1997:2); observó los anclajes sociales de los afectados, especialmente aquellos vinculados a la relación con la tierra, para explicar afinidades que facilitaron rápidas y efectivas alianzas "los posibles desplazados ven su futuro reflejado en los miles de campesinos sin tierras que se agrupan en el MST" (1997:24); y percibió que el horizonte político de las movilizaciones podía estar "trascendiendo la cuestión de las represas, e incluyendo otros que tenían que ver con el acceso a la tierra, al crédito y, en general, a mejores condiciones de vida" (1997:17).

Por lo demás, Leopoldo Bartolomé enmarcó la problemática dentro de la acentuada concentración fundiaria del Brasil, donde "las tierras inundadas por las represas afectan a un 'pastel' ya muy reducido" (1997:24), y en el particular momento histórico de transición de la dictadura militar a la democracia. Al mismo tiempo, "espacializó" los procesos según cuencas hidrográficas, a las cuales insertó dentro de la geografía del desarrollo desigual (Sur, Nordeste, Amazonas) y lo superpuso con los diferentes "ethos culturales", derivados de los procesos de poblamiento de un país-continente que "justifica de alguna manera a quienes hablan de tres Brasiles: uno Europeo, otro Latinoamericano y otro Africano" (1997:2).

Con ello intentó responder una pregunta que le atraía especialmente: ¿por qué los movimientos en el nordeste no habían tenido la repercusión que habían alcanzado los del sur? Su respuesta apuntó tanto a las capacidades internas de las organizaciones reclamantes como al contexto en el que desenvolvieron sus acciones: "Los últimos (del sur) evidenciaron una mayor capacidad organizativa y habilidad  para manipular factores institucionales y políticos, que sus contrapartes nordestinas (.)" La CRAB2 encontró "una textura organizacional receptiva y fértil, dentro de la cual se insertó desde un primer momento. Así mismo el poder político está más ampliamente y equitativamente distribuido en el sur, tornando más fácil encontrar un lugar entre los grupos de presión y obtener el reconocimiento por parte de una estructura político-administrativa acostumbrada a las negociaciones" (1997: 23-24).

Más arriba señalaba que el artículo no era meramente un recorrido clasificatorio por distintos movimientos contra represas, sino un análisis del drama desarrollista acontecido en Brasil, a partir de la reacción de sus víctimas y sus oponentes. Una de las consideraciones que parece derivarse de su lectura es que los movimientos contra represas hacen parte del desarrollo, aun cuando se alcen contra proyectos justificados bajo ese mote. Más aún, podríamos arriesgar a pensar que el autor los considera la mejor expresión del desarrollo, en tanto y en cuanto los mismos traen un incremento del poder social a partir de  "la utilización de los recursos institucionales y legales disponibles en las sociedades modernas" (1997:24). Podría ser paradojal esta consideración, pero en todo caso es una paradoja derivada del carácter esencialmente contradictorio del desarrollo, un proceso signado por la doble dialéctica de la creación-destructiva y la destrucción-creadora. Un proceso que siempre deja ruinas tras de sí y que, como dice el epígrafe al inicio de este artículo, tarde o temprano recrea un baldío adentro del propio desarrollista.

EN EL BALDÍO DEL DESARROLLO

"Combatiendo a Leviatán" constituye un valiosísimo aporte a la comprensión de los movimientos contra represas en Brasil (y, por extensión, en el mundo), entendiendo aquí la palabra comprensión como el conocimiento de sus características por parte de las ciencias sociales, pero sobre todo, como el reconocimiento de su legitimidad de cara a la sociedad en la que se desenvuelven. Ambas cosas están ligadas, y creo que por esa línea divisoria, difusa, errática e históricamente móvil fue la que caminó Leopoldo Bartolomé en su insistencia sobre la tentación fáustica de involucrarse en estos procesos.

Podríamos decir que le interesaba más el desarrollo que las represas y como buen personaje fáustico llamaba a involucrarse en un proceso que juzgaba inevitable:

"El desarrollo, cualquiera sea la definición que se dé al concepto, constituye un fenómeno del mundo real, una serie de eventos reales, movidos por personas reales que afectan a personas reales. Como individuos podemos discordar de la idea de desarrollo, como científico, podemos proponer formas y estilos que maximicen la distribución de los beneficios y minimicen los sufrimientos, etc., pero no podemos más desconocer el estatus antropológico de los procesos de desarrollo, ni cerrarnos en posiciones que más se parecen a una defensa de la stasis pura, mediante la reificación estática de los instrumentos analíticos (cultura, valores, etc.) que nuestra disciplina acuñó con el objetivo primordial de estudiar el devenir. Como sostiene Berman, tenemos no sólo el derecho, sino la obligación de involucrarnos en esas transacciones fáusticas: cuanto más no sea para sumar nuestra voz autorizada a aquellas que tienen menores posibilidades de hacerse oír" (Bartolomé, 1992:166. Traducción personal).

Leopoldo Bartolomé insistió en que el involucramiento depende de consideraciones éticas y políticas, que siempre implica una postura crítica dentro del proyecto, que la responsabilidad principal del antropólogo es con los mundos afectados y que la motivación principal es evitar o minimizar sufrimiento y daños. Pero ratificaba una posición que podríamos llamar cientificista, y afirmaba la necesidad de distinguir la antropología de la abogacía. Su apuesta principal pasaba por modificar las instituciones del desarrollo generando en ellas un lugar especial para el antropólogo "es necesario que las organizaciones acepten el papel del antropólogo como 'extranjero profesional', a quien cabe precisamente ofrecer una visión más objetiva y crítica en relación a la que es permitida (y admitida) al funcionario común" (1992:171).

Coherentemente, su trabajo estuvo enfocado principalmente a lograr el reconocimiento por parte de las instituciones de la legitimidad de los reclamos de los afectados, que frecuentemente eran considerados como inapropiados, irracionales y excesivos. Y pensaba, como vimos en la extensa cita anterior, que la voz del antropólogo podía reforzar la de aquellos que tenían menos chances de hacerse oír. Pero, ¿cuál sería el lugar de los antropólogos en aquellos contextos donde los afectados ya hubieran podido producir sus canales de interlocución? O, en todo caso, ¿cómo podrían los antropólogos contribuir a crear un contexto político donde la voz de los afectados tornara prescindible la mediación de los primeros? Y, por otro lado, ¿qué otros campos de interés podrían levantar los antropólogos en la medida que se pararan, considerando el campo de poder de un PGE, en otros lugares que no fueran las instituciones proponentes? En lo que sigue voy a abordar esta última pregunta.

Por una parte, una serie de temas podrían apuntar a una revisión crítica del tipo de conocimiento que generan los expertos dentro de los PGEs y de su posible utilización en desmedro de los afectados. La inclusión de los expertos en los procesos de desarrollo constituyó un avance en términos de desafiar la lógica "ingenieril" con la cual comenzaron siendo realizados. Mas también es cierto que dicha participación podría volverse rutinaria y los conocimientos producidos contribuir a algo diferente de aquello por lo que se justificó su inclusión. Por ejemplo, Zhouri y Oliveira (2013), que analizaron el desempeño de los expertos en los procesos de licenciamiento ambiental de proyectos hidroeléctricos en Brasil, critican lo que llaman la "construcción institucional de la afectación". Allí los "impactos" son tratados bajo el "paradigma de la adecuación", donde no se cuestiona el modelo social subyacente a los PGEs, aun cuando los habitantes de los territorios afectados así lo estuvieran planteando. Los conocimientos allí desarrollados tienden a ver el espacio como algo inerte, mensurable, cuantificable, intercambiable, y desprendido de prácticas y sentidos particulares. La voz de los afectados es mediada a través de los procedimientos técnicos de los expertos, donde el disenso es reducido a una "oposición razonable", produciendo informes y evaluaciones en procura de la construcción de un consenso bajo la idea de "soluciones legítimas" que transforman conflictos políticos en asuntos de resolución técnica.

Otro cuerpo de temas, fueron planteados hace tiempo por Gustavo Lins Ribeiro (1992a). Allí observaba que los antropólogos podrían contribuir en el diseño de "una metodología de acción política con relación a los grandes proyectos", que permitiera ir "del Municipio al Banco Mundial"(dichas expresiones integran el título del artículo referido). Y propuso dos áreas específicas. Por un lado, el monitoreo de las elites para informar a los afectados y sus aliados. Por la otra, el lobby político-institucional, que pudiera facilitar intervenciones en los diferentes niveles por los que se despliega la arena política de los PGEs.

Derivado de lo anterior se desprende otro conjunto de temas, que focaliza en los avatares de la construcción de aquellas formas organizacionales que puedan viabilizar esa acción "multinivel". Se trata de complejos procesos de articulación de personas y grupos con diversas procedencias culturales y que se desempeñan en diferentes niveles de actuación. Es un ámbito de intermediarios que operan en la traducción de mundos de vidas disímiles, con frecuencia trabados en arduos procesos de encuentro intercultural y donde en algunos casos se prefiguran formas de acción cosmopolítica (Lamberti, 2014). Allí los antropólogos pueden realizar aportes en la identificación y comprensión de los factores que modelan estos encuentros, así como de aquellos que dificultan las articulaciones, derivadas de las desigualdades internas y de la complejidad de la comunicación, atravesada muchas veces por malentendidos culturales (Arach, 2008).

Finalmente, otro cuerpo de problemas puede venir de la comprensión y el análisis crítico de la "resiliente" noción de desarrollo, la cual sigue operando como el factor de legitimación de los PGEs. Como es sabido, esta noción es polisémica y se desdobla en múltiples sentidos que, a la vez que propician el diálogo en ámbitos que involucran a grupos desiguales y diversos, contribuyen a sellar consensos basados en las premisas de los grupos dominantes. Desde la mera idea de cambio y devenir, tal cual parece plantear Leopoldo Bartolomé en algunos de los pasajes citados, a la idea de democratización y modernización, como también puede leerse en otros pasajes, a la mera aventura de la acumulación y la expansión, la noción comprende predicados diversos cuya crítica resulta fundamental, puesto que la lucha de los afectados es también, y fundamentalmente, una disputa interpretativa por lo que significa un determinado PGEs (Ribeiro, 1992b).

Este conjunto de temas, constituyen otras vías del involucramiento de nuestra disciplina en las "transacciones fáusticas", y reactualizan antiguos debates de las ciencias sociales, sobre las contradicciones entre la investigación y la acción, la verdad científica y el derecho, la ética y la política, etc. Estos dilemas intelectuales, a su vez, se ven reforzados por las dificultades de operar en situaciones conflictivas que no siempre admiten negociación (una represa se construye o no se construye), y donde las oposiciones entre aliados y enemigos puede trazar límites infranqueables para realizar ese ideal metodológico de escuchar a todas las voces involucradas. No voy a ahondar aquí en este punto, que ameritaría un estudio en sí mismo. Sólo me interesaba mencionarlo para recordar las dificultades operativas que muchas veces ponen límites a la antropología en su pretensión de ponerse al servicio de estas otras perspectivas.

Pero también, y sobre todo, para  pensar si estos temas, y estos dilemas, no serían propios de allí donde los grandes proyectos redentoristas del desarrollo ya fueron implementados en tanto que sus metas siguen pendientes. ¿Cuál sería el lugar para el antropólogo fáustico en esos escenarios? Bueno es recordar que, en el final de ese drama contado mil veces, Fausto muere a manos de las mismas fuerzas mefistofélicas que se habían desatado para realizar sus sueños. Marshall Berman interpreta que precisamente así funciona la tragedia del desarrollo: el desarrollista recrea un baldío dentro de sí, porque una vez cumplida la tarea pierde sentido su razón de ser. Pero también nos recuerda Berman "el vacío intelectual que surge cuando Fausto es eliminado del escenario" (1998:77). Ciertamente, frente a la enormidad de los desafíos actuales, no resulta suficiente con pensar en pequeño ni atrincherarse en algún solipsismo disciplinar.

FAUSTO EN EL ANTROPOCENO

Considero de importancia retomar esta discusión en el presente, cuando se ha revitalizado la ilusión desarrollista3 con la realización de viejos proyectos que habían sido resistidos por entonces 4 , y el lanzamiento de otros igualmente perniciosos.

La problemática cobra especial relevancia en la provincia de Misiones, donde se ha dado nuevo impulso a la represa de Garabí, que había sido reseñada en "Combatiendo a Leviatán" como un caso de oposición exitosa (con la conformación de un movimiento binacional). Por lo demás, ya se ha completado la represa de Yacyretá (la segunda más grande de Latinoamérica) y donde es evidente que ha habido transformaciones, pero no lo es para nada que las mismas hayan sido beneficiosas. Si la adhesión a un PGE depende de previas consideraciones éticas y políticas, no puede obviarse una revisión de la experiencia de Yacryetá, con sus escándalos de corrupción, su destrucción ambiental, su larga deuda social, el despojo de la población ribereña e indígena, y la consolidación de una corporación poderosa que suelda intereses políticos y económicos en la promoción de una apetecible agenda de grandes obras de infraestructura5.

Pero hay una referencia más intrigante que ubica la actualidad en un plano bastante diferente al de la era dorada del desarrollismo, y tiene que ver con las transformaciones planetarias ocasionadas (o por lo menos grandemente incentivadas) con esa "gran aceleración" disparada a partir de la segunda mitad del siglo XX (Crutzen et al., 2007). Transformaciones que estremecen los cimientos mismos de la constitución modernista y ponen en entredicho la conveniencia de seguir operando con las categorías y prioridades de antaño. La Naturaleza, aquella entidad exterior, inanimada y objetivable que podía ser entendida mediante regularidades y que consistía en una especie de decorado sobre el que se desenvolvía la Historia, se ha vuelto imprevisible. Podría decirse que está pasando a ser un agente protagónico de la Historia6 (Latour, 2013).

Paradójicamente, la Naturaleza ha ganado esta condición gracias a que el ser humano de la sociedad industrial se ha convertido en una fuerza geofísica global, capaz de movilizar más material que todos los procesos biológicos combinados, incluidos la sedimentación de ríos y océanos, y manejar un potencial de energía equivalente al que se necesita para mover placas tectónicas. La consecuencia es que se están rediseñando radicalmente todos los sistemas de la biósfera y alterando los ciclos bioquímicos fundamentales. Las modificaciones asociadas al ciclo del carbono son las más mencionadas, de cara a las ansiedades que provoca el cambio climático global. La concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, está elevando la temperatura del planeta y se están intensificando el derretimiento de los glaciares, los cambios en las corrientes marinas, la elevación de los niveles del océano y las alteraciones en los regímenes pluviales. ¿Está esta nueva situación siendo considerada por los proponentes de las grandes represas? ¿Qué hidrodesarrollo plantear en un régimen hidrológico alterado? ¿Desde qué epistemologías producir conocimientos hacia qué "desarrollo"?

La transformación es tan grande que se ha creado un nuevo término para señalar que hemos ingresado en otra fase de la historia de la tierra: el Antropoceno7 (Crutzen et al., 2007). El neologismo fue acuñado por un químico, ganador del premio Nobel, pero ha sido rápidamente asumido por la comunidad de geólogos, quienes se han comprometido a emitir un dictamen en el próximo Congreso Internacional que se realizará en el año 2016. Tiempo de paradojas, donde la geología, esa disciplina habituada a secuencias de miles o millones de años, discute la definición de una nueva era con rangos temporales equivalentes a un minuto en la línea de tiempo de un historiador8. Paradojal también pareciera que no haya sido la antropología (u alguna otra de las ciencias sociales) la que hubiera acuñado un término que da tanta trascendencia al ser humano en la historia del planeta. Y acaso estas paradojas sean evidencias de las limitaciones inherentes a la distinción radical entre Naturaleza y Cultura sobre la que se edificaron nuestras disciplinas.

Latour (2013), que avisó sobre estas paradojas, plantea que el Antropoceno es el fin de ese antropocentrismo característicamente moderno, que abrazó con euforia la aventura desarrollista detrás de la fantasía de alcanzar una vida liberada del reino de la necesidad a partir de la emancipación de las restricciones del mundo natural. Como señaló Viveiros de Castro "Devastamos más de la mitad de nuestro país pensando que era preciso dejar la naturaleza para entrar en la historia, pero esta última, con su predilección por la ironía, nos exige ahora como pasaporte, justamente, la naturaleza" (Citado en Santos, 2003: 34. Traducción personal).

Bartolomé (1997) entendió a las organizaciones de los afectados, siguiendo a Richard Adams, como vehículos políticos de supervivencia a través de los cuales se pudieran reunir y movilizar aquellos recursos que constituyen las bases del poder social (información, dinero, tiempo libre, aliados, etc.). En ese sentido prestó especial atención al proceso mediante el cual colectar "recursos de energía para posibilitar la transformación de una resistencia espontánea y relativamente desarticulada -las armas de los débiles, como las llama Scott (1985)- en formas organizativas perdurables y con capacidad de agencia" (1997:26). Y destacó la capacidad que pudieran tener los afectados para lograr aliados en sectores sociales más favorecidos "Dado que la mayoría de las víctimas de los proyectos de gran escala tienden a ubicarse en los estratos inferiores en la distribución societal del poder y la riqueza, ¿a dónde recurrir para obtener esa energía extra? La respuesta es: lograr transferencias desde sectores societales más ricos y poderosos que, por cualquiera sea la razón, estén dispuestos a facilitarla" (1997:25).

Ciertamente los antropólogos, que en general pertenecen a sectores societales más ricos y poderosos, pueden contribuir en mucho a las causas de los afectados. En el apartado anterior coloqué algunos temas (entre los muchos) desde los que podríamos realizar esa contribución, para hacer efectiva una solidaridad motivada en un elemental sentido de justicia. Pero pueden haber también otras razones que justifiquen ese involucramiento, porque hay algo que nos iguala con los afectados en esa necesidad de construir vehículos de supervivencia en los tiempos del Antropoceno. Si las grandes represas hacen parte de esa forma de producción que está en la naturaleza como un ejército en territorio enemigo (Bloch, 2004) las resistencias a las mismas pueden aportar a prefigurar horizontes alternativos, muchas veces a partir del reconocimiento de pequeños mundos en desaparición. Hay una gran tarea para los antropólogos, y más que nunca es necesario  recuperar la vocación fáustica de la antropología de Leopoldo Bartolomé, pero despojada de su desarrollismo finisecular, para renovar nuestra imaginación frente a los difíciles tiempos por venir.

Notas

1 Para este concepto ver Ribeiro (1985; 1987)

2 Siglas en portugués, que refieren a la Comisión Regional de Afectados por Represas.

3 Para este término ver Svampa (2012).

4 El caso más emblemático quizás sea el de Belo Monte, sobre el río Xingú, reseñado por Bartolomé como un ejemplo de la capacidad indígena para colocar su resistencia en la opinión pública mundial, a finales de los '80. La represa finalmente fue autorizada durante el gobierno de Dilma Roussef y está terminando de ser construida. Para sus consecuencias sobre los pueblos indígenas son muy reveladoras las consideraciones de Thais Santi, Procuradora de Justicia de la República Federativa del Brasil (Ver Brum, 2014).

5 Puede parecer irónico esta apreciación en un texto de homenaje a quien abrazó con entusiasmo el proyecto y fuera el encargado del diseño de los planes de reasentamiento, pero tengo para mí que el gran maestro no discordaría con esta opinión. Ciertamente, hay una distancia abismal entre esos planes y la realidad actual de los barrios de reasentamiento.

6 El dióxido de carbono, liberado por los seres humanos de las sociedades industriales, ha pasado a ser el nuevo villano. Con su insólita aglomeración en la atmósfera, ha terminado por elevar la temperatura del planeta, lo cual ha alterado el ciclo del agua.

7 Donna Haraway prefiere llamarlo Capitaloceno (ver https://www.youtube.com/watch?v=1x0oxUHOlA8)

8 Para esto ver Latour (2013). También Westcost (http://aeon.co/magazine/science/why-the-rush-to-declare-the-anthropocene/)

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