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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.26 Posadas mar. 2015

 

ARTÍCULOS

Centros Y Periferias Antropológicas. Julian Steward Y El Handbook Of South American Indians

 

Gastón Julián Gil

*Investigador independiente del CONICET. Profesor de grado y postgrado en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP). Email: gasgil@hotmail.com.

Esta investigación cuenta con un subsidio PIP 2012-2014 (Proyecto de Investigación Plurianual), denominado "Antropologías metropolitanas y periféricas. Ciencia, circulación de ideas y estilos disciplinares (1945-1983)", a cargo del autor del artículo.

Fecha de recepción del original: junio de 2014. Fecha de aceptación: marzo de 2015.

 


RESUMEN

La edición en 1946 del Handbook of South American Indians, a cargo de Julian Steward, constituyó un importante hito para la antropología norteamericana pero también para las tradiciones periféricas antropológicas del subcontinente. En buena parte a través de esa publicación, los estudios antropológicos en los Estados Unidos darían los primeros pasos sistemáticos en los estudios de áreas y más precisamente en América del Sur, aunque luego fuera América Central el área geográfica más explorada por la subdisciplina de la antropología social, en especial a partir de los proyectos de desarrollo. En los seis volúmenes que componen la publicación, una serie importante de antropólogos latinoamericanos realizaron sus aportes, junto con otros renombrados especialistas, principalmente norteamericanos pero también franceses y alemanes.

PALABRAS CLAVE: Circulación de Ideas; Historia de la Antropología; Áreas Culturales.

ABSTRACT

The Handbook of South American Indians, edited in 1946 by Julian Steward, was not only a cornerstone in North American Anthropology, but also in the peripheral anthropological traditions in the rest of the continent. To a great extent, by means of this publication the anthropological studies in the USA were going to make their first systematic steps in the analysis of different areas, more precisely in South America, although eventually Central America was going to be the main objective of the explorations performed by the sub-discipline of Social Anthropology, particularly on the basis of development projects. In the six volumes of the Handbook of South American Indians, there were contributions made by an important group of Latin American anthropologists, together with other prestigious scholars, mainly from the USA, but also from France and Germany.

KEY WORDS: Circulation of Ideas; History of Anthropology; Cultural Areas.


 

INTRODUCCIÓN

 

"Moverse, no como un etnógrafo profesional que busca costumbres que recopilar, sino como un experto en ayuda internacional que intenta distribuir dinero cambia bastante tu relación con la gente, la de ellos contigo y la de uno consigo mismo."
Clifford Geertz, Tras los hechos. Dos países, cuatro décadas un antropólogo.

Las antropologías periféricas de América Latina comenzaron a experimentar, al promediar el siglo XX, un contacto más estrecho con la antropología central producida en los Estados Unidos. Ese vínculo puede apreciarse a través de diversos proyectos e interacciones, uno de los cuales fue la publicación en 1946 del Handbook of South American Indians.Luego de la segunda guerra mundial, en la que la antropología norteamericana había estado abocada principalmente al esfuerzo bélico1, la edición del Handbook vino a completar un proyecto que se había gestado más de una década antes. Pero además, esta ambiciosa publicación sería uno de los primeros pasos sistemáticos que la antropología norteamericana daría en los estudios de áreas y más precisamente en América del Sur, aunque luego fuera América Central el área geográfica más explorada por la subdisciplina de la antropología social, en especial a partir de los proyectos de desarrollo2.

La comunidad antropológica internacional de la primera mitad del siglo XX poseía sólidos vínculos que posibilitaban un marco de sociabilidad académica sumamente fluida. De estos lineamientos tampoco se escapaban los antropólogos argentinos más prestigiosos, que constituían un pequeño núcleo y desarrollaban sus tareas de investigación -;bajo ciertos acuerdos generales-; en diversos ámbitos ligados a las universidades nacionales, principalmente en Buenos Aires y La Plata, pero también en otros lugares del interior como Córdoba, Tucumán y Mendoza. Aunque muchos de ellos habían alcanzado órganos de publicación internacionales, fue tal vez el Handbook of South American Indians, publicado en 1946 bajo la edición del antropólogo norteamericano Julian Steward, la publicación más notoria en la que participaron y dejaron su huella acerca del modo en que estudiaban a los pueblos originarios del territorio argentino.

Si bien las producciones científicas de los referentes locales no encuadraban en los lineamientos teóricos que iban definiendo la influyente obra de Steward -;que se plasmaron parcialmente en el Handbook-;, formaron parte, de todos modos, del nutrido grupo de antropólogos sudamericanos, estadounidenses y europeos especialistas en América del sur que hicieron sus aportes en esta relevante publicación para la disciplina y para el subcontinente. En concreto, los académicos del país que participaron fueron Fernando Márquez Miranda, Salvador Canals Frau, Antonio Serrano, Eduardo Casanova, Francisco De Aparicio, Joaquín Frenguelli y José Imbelloni, el italiano que lideró el campo durante décadas3. En este artículo se situará en perspectiva la concreción de ese proyecto y los detalles más salientes en la relación con América Latina del editor del Handbook, uno de los más importantes antropólogos norteamericanos del siglo XX. Además, se pondrá énfasis en el marco sociopolítico bajo el cual se gestó el Handbook, concretamente la política exterior de los Estados Unidos antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

JULIAN STEWARD Y EL MAINSTREAM BOASIANO

Particularmente en los Estados Unidos, una serie de autores retomaron algunos postulados teóricos evolucionistas que, conjugados con el marxismo y los estudios ecológicos, derivaron en nuevas corrientes teóricas de gran peso. En ese sentido, la historia de la antropología norteamericana después de la segunda guerra mundial difícilmente pueda comprenderse en forma cabal sin considerar en detalle la figura de Julian Steward (1902-1972), fundador de lo que él mismo denominó "ecología cultural" y partidario de -;también en sus propios términos-; un evolucionismo multilinear. Steward protagonizó junto con Leslie White (1900-1975) y el arqueólogo australiano Gordon Childe (1892-1957), la "restauración nomotética" (Harris, 1997), orientada a reconducir los enfoques particularistas que desde la descollante labor de Franz Boas y sus discípulos había hegemonizado el campo de la antropología cultural en los Estados Unidos.

Steward concibió un proyecto intelectual integrador de la disciplina antropológica que involucraba principalmente a la arqueología y a la antropología social, pero también a una antropología aplicada y de las sociedades complejas "modernas", o "nacionales", un término que utilizaba corrientemente. Clemmer & Myers (1999) señalan que las investigaciones de Steward constituyen una verdadera metáfora de una antropología norteamericana que en las décadas intermedias del siglo XX luchaba por aferrarse al funcionalismo, al materialismo y al neo-evolucionismo mientras se alejaba de aquellas tendencias psicologistas, de los conceptos del cambio cultural provenientes de la sociología y de los residuos del relativismo boasiano. Tanto Steward como White (aunque con diferentes enfoques) recuperaron en la antropología social los aportes de los principales autores evolucionistas del siglo XIX, con particular énfasis en el legado de Lewis Henry Morgan pero también del británico Edward B. Tylor. Aunque ambos estaban influenciados por el marxismo, discreparon notoriamente en la clase de generalización que postulaban (de mayor alcance en White), ya que el trabajo de Steward era bastante más sensible a los cambios no evolutivos y a las especificidades de cada cultura. Además, Steward colocó un énfasis marcado en las determinaciones ecológicas, a diferencia de White que estaba más interesado en la producción energética de cada cultura.

La adopción de Steward de un enfoque neoevolucionista fue sistemática durante toda su trayectoria intelectual pero se concretó progresivamente, ya que se formó como antropólogo en un medio en donde primaban los enfoques histórico-culturales que ponían énfasis en los fenómenos de difusión. Tras graduarse en zoología y geología en la Universidad de Cornell, Steward ingresó, con 23 años en 1925, a la Universidad de California, Berkeley, cuyo departamento de antropología estaba conducido por dos de los primeros y más famosos boasianos: Alfred Kroeber (1876-1960) y Robert Lowie (1883-1957)4. Pese a la resistencia que Steward iría evidenciando hacia los postulados teóricos de sus profesores y que eran ampliamente aceptados en el campo disciplinar de la época en los Estados Unidos, sus trabajos en el marco de su posgrado respetarían a grandes rasgos el clima de ideas y enfoques dominantes. El título de su tesis de maestría presentada en 1926, "The Distribution and Use of the Tamborism in Shamanism", es bastante elocuente y refleja las preocupaciones de la antropología norteamericana del momento, que giraban en torno a la difusión de los rasgos culturales específicos desde un punto de origen a otras regiones. De hecho, los estudiantes y jóvenes graduados de Berkeley eran enviados al campo en los proyectos de investigación dirigidos por Kroeber y Lowie, con el mandato de recolectar información comparable en tópicos que iban desde aspectos tecnológicos hasta las prácticas mágicas. De ese modo, bajo la denominación de Cultural Element Distribution (CED) los distintos investigadores buscaban en el terreno a los interlocutores "mejor informados", habitualmente los ancianos que estaban en condiciones de proporcionar datos acerca de sus antepasados. Todo ello se sostenía en la idea -;propia del particularismo histórico desarrollado por Boas-; de encontrar los rasgos en común y las conexiones históricas de las distintas tribus, partiendo de la historia interna de esos grupos.

Kroeber y Lowie mantenían además estrechos contactos con los difusionistas alemanes. Uno de sus principales referentes, Wilhelm Schmidt (1868-1954), pasó un semestre en Berkeley desarrollando una intensa actividad académica e interactuó de forma fluida con los estudiantes, inclusive con el mismo Steward. Schmidt fue quien elaboró un difusionismo histórico-cultural con el objeto de establecer una cronología que involucre a todas las culturas. Así, trabajó sobre un número de rasgos para intentar acceder a la edad etnológica de las poblaciones contemporáneas caracterizadas principalmente por la concepción monoteísta de la religión.

Ya en la madurez de su trayectoria académica, Steward elaboraría los postulados fuertes de su proyecto de ecología cultural, complejizando sus tempranas inquietudes por las presiones medioambientales. Kerns (2003) señala que una de las influencias que parece haber ejercido cierta importancia en las posteriores convicciones teóricas de Steward se vincula con el Departamento de Geografía de Berkeley, que estaba muy ligado al de antropología y donde muchos estudiantes tomaban cursos, y en el que se destacaba la figura de Carl Sauer (1889-1975). En esos seminarios, Steward habría adquirido sensibilidad por las dimensiones antropogeográficas aplicadas a la observación del paisaje californiano a partir de técnicas como el mapeo y el registro de esas observaciones (Kerns, 2003). En el marco de esas vinculaciones interdisciplinares la tecnología de irrigación comenzó a ganar su interés, lo que constituía toda una novedad -;algo que Steward nunca dejó de perseguir en su carrera académica-; en los estudios de agricultura. En relación con ello, su descubrimiento más intrigante fue con los Pauite del Owens Valley, quienes no poseían agricultura pero practicaban la irrigación desde un largo tiempo. Fue el primer ejemplo conocido de la irrigación de plantas comestibles salvajes.

La ecología cultural prioriza los procesos adaptativos que llevan al desarrollo de determinadas tecnologías como necesarias o plausibles en determinados ambientes. En las sociedades avanzadas, el núcleo cultural va a estar determinado por una tecnología compleja y por los desarrollos productivos que tienen una larga historia cultural. Steward (1972) consideró a la totalidad de la sociedad y sus alrededores biológicos del mismo modo en que un ecologista considera un ecosistema. Adaptación es un concepto clave que le permitió buscar instituciones que promovieran una supervivencia cultural en un ecosistema dado. Algunas de esas instituciones están firmemente determinadas "…por la ecología, la tecnología y la densidad poblacional; otras estaban relativamente nada afectadas por las condiciones materiales" (Eriksen & Nielsen, 2001: 81). Steward aclaraba que la ecología cultural no era una teoría sino un método, que consistía en que "…las regularidades transculturales que surgen de procesos adaptativos similares en condiciones ambientales también similares son funcionales o sincrónicos por naturaleza" (Steward, 1972: 5). Así, suponía que los cambios culturales apuntan a una mayor complejidad cultural, por lo que el evolucionismo multilinear es básicamente una metodología que supone que se producen regularidades significativas en el cambio cultural y que están determinadas por leyes culturales. De este modo, Steward era partidario de un evolucionismo que buscara formas recurrentes, procesos y funciones antes que esquemas universales omniabarcadores. Las taxonomías se construyen entonces a partir de las diversas clases de paralelismos y similitudes que existen en las culturas pero que se distinguen por su limitada ocurrencia y especificidad. Por ende, interesan los términos sociológicos (banda, clan, clase, estado) que se usan para describir características y que se encuentran repetidamente en culturas sin relación alguna.

Precisamente en torno al mencionado concepto de banda gira uno de los artículos que marcaron la trayectoria de Julian Steward: "The economic and social basis of primitive bands" (Steward, 1936). Además de definir su inclinación hacia su proyecto de ecología cultural, autores como Harris (1997: 577) lo consideran como uno de "…los logros más importantes de la moderna antropología", por constituir "…la primera exposición coherente de cómo la interacción entre la cultura y el medio físico se puede estudiar en términos causales sin recaer en un ingenuo determinismo geográfico y sin deslizarse hacia el particularismo histórico". Steward parte de la idea, en ese escrito, de conceptualizar una forma de organización social de validez intercultural -;la banda primitiva-;, para luego proponer una serie de rasgos tales como una organización política autónoma y una población compuesta por una serie de familias nucleares. Steward clasificó a las bandas, además, en matrilineales, patrilineales y compuestas, con el objeto de formular "…explicaciones causales de la existencia del tipo principal y de los tres subtipos. Las explicaciones parten de considerar la relación entre la capacidad productiva de las tecnologías de bajo nivel energético y los diversos tipos de hábitat a que se aplican" (Harris, 1997: 577). De ese modo, encontró ajustes ecológicos semejantes producidos a partir de la interacción entre la cultura y hábitat, que en estos casos consisten en: "…la baja productividad de las técnicas de caza y recolección en los hábitats adversos, con la consecuente limitación de la densidad de población a menos de una persona por milla cuadrada. Los agregados sociales son en consecuencia necesariamente pequeños (una media de 30 a 50 personas por banda), aunque son mayores que la familia nuclear por la superior eficiencia del grupo mayor para conseguir la subsistencia y la seguridad en guerras y en disputas" (Harris, 1997: 577).

El planteo de esa interacción entre el medio físico y la tecnología postula entonces la posibilidad de explicar rasgos sociales y culturales sin apelar a las grandes explicaciones históricas o particularistas, tan en boga en el medio intelectual en el que Steward se formó. Otro de los conceptos fundamentales de la teoría de Steward es el de tipo cultural, que remite a las características seleccionadas de rasgos causalmente interrelacionados que se encuentran entre dos o más -;pero no necesariamente entre todas-; las culturas. Pero esa selección de características debe realizarse en función del enfoque y del problema, por lo que cualquier aspecto de la cultura puede adquirir una importancia primordial. Todo ello porque las características seleccionadas deberían tener la misma interrelación funcional con cada otra en cada caso. Entonces, las relaciones funcionales y las adaptaciones ecológico-culturales que llevan a la constitución de una banda patrilineal son diferentes de, por ejemplo, las que conducen a la formación de una banda compuesta. Ello implica que, por ejemplo, en el tipo de sociedad de cazadores y recolectores es posible encontrar diversas formas de matrimonio, organización familiar, estructura social, cooperación económica, prácticas religiosas, etc.

A diferencia del concepto de tipo cultural, la noción de área cultural supone ciertas similitudes conductuales que se dan en regiones con uniformidades ambientales. La cultura sería entonces una especie de ajuste a las presiones ambientales particulares, aunque admitía que "…varios patrones diferentes pueden existir en cualquier área y que diferentes culturas pueden existir en similares condiciones ambientales" (Steward, 1972: 35). En la misma línea, su propuesta acerca del método de la ecología cultural pretende "…explicar el origen de patrones y rasgos culturales particulares que caracterizan diferentes áreas para derivar principios aplicables en cualquier situación cultural-medio ambiental" (Steward, 1972: 36). Por ello, la ecología cultural implica, en principio, el problema de establecer el modo en que se ajustan las sociedades humanas a las condiciones ambientales y qué rango de posibilidades de adaptación son posibles, sin caer en rígidos determinismos ambientales.

STEWARD Y AMÉRICA LATINA

A finales de la década de 1930, Steward abandonó sus investigaciones sobre los nativos norteamericanos y se encaminó a organizar estudios enfocados regionalmente hacia Latinoamérica "…movilizado por el interés en derivar formulaciones teóricas y comprensiones del cambio cultural universalmente válidas" (Patterson & Lauria-Perricelli, 1999: 219). Los mismos autores señalan que Steward se inspiró en dos investigaciones a las que ayudó a organizar: el Proyecto Virú Valley (desarrollado por Duncan Strong, Gordon Willey y Wendell Bennett), y el Proyecto Yucatán (financiado por la Carnegie Foundation y liderado por Robert Redfield). Ello coincidió con un enfoque estratégico de las agencias oficiales norteamericanas hacia América Latina, lo cual también fue acompañado por el interés de las fundaciones filantrópicas. De hecho, en ese mismo período (poco antes de iniciarse la década de 1940) comenzaron a ser financiadas de manera sistemática toda una serie de actividades orientadas hacia América Latina, tanto por organismos oficiales como el Social Science Research Council como por las fundaciones Guggenheim, Carnegie y Rockefeller. Con el ingreso de los Estados Unidos en la guerra, se intensificaron además los programas de entrenamiento en lenguas extranjeras, en un marco general en el que las universidades fueron puestas al servicio de las necesidades del esfuerzo bélico.

La Fundación Rockefeller ocupó una posición clave en el financiamiento de esas actividades desde 1940, cuando había sido creada por el gobierno la Office of the Coordinator of Interamerican Affairs (OCIAA), que bajo la tutela de Nelson Rockefeller "…proveyó el financiamiento federal para muchas iniciativas desarrolladas en América Latina" (Patterson & Lauria-Perricelli, 1999: 221). Este organismo se dedicó a promover la cooperación interamericana durante la década de 1940, principalmente en el área comercial. Además, cumplió funciones de distribución de noticias, películas y demás contenidos con el objeto de contrarrestar la propaganda que pudieran montar las potencias del eje en el continente. Además, la Fundación Rockefeller le otorgó apoyo financiero a distintos proyectos para internacionalizar las problemáticas indígenas, como ocurrió con el "Indian New Deal"5, lo que derivó en la fundación del Interamerican Indigenous Institute (InInIn) creado a partir de la Reunión de Patzcuaro (México) de 1940 (Blanchette, 2006). Ese organismo fue inaugurado en México en 1942, con John Collier (1884-1968) como presidente y la participación relevante del mexicano Manuel Gamio. En el marco de ese Instituto se le dio forma a la publicación de América Indígena, donde canalizaron sus producciones autores como Julian Steward, Oscar Lewis, Robert Redfield, Ralph Beals o Fred Eggan. El Instituto le permitió a Collier acceder a financiamiento extra que el Congreso norteamericano le había negado a la Office of Indian Affairs (OIA) que estaba a su cargo, sobre todo para viajes e intercambios académicos. Aquel tratado que dio nacimiento al InInIn, "…determinaba que los países miembros proporcionaran sus propios institutos de estudios indígenas con el propósito de estudiar los problemas nativos y orientando las actividades indigenistas y administrativas oficiales" (Blanchette, 2006: 486).

El vínculo de Julian Steward con el Bureau of American Ethnology (BAE) del Instituto Smithsoniano, que luego le permitiría convertirse en el editor del Handbook, nació al promediar la década de 1930. Hacia 1935, Steward fue convocado para administrar un convenio entre la OIA y el BAE, en reemplazo de Duncan Strong, quien estaba por marcharse a realizar trabajo de campo en Honduras. Al poco tiempo de su gestación, el acuerdo comenzó a experimentar serios inconvenientes, dada la incompatibilidad entre las posiciones de Steward sobre los indios norteamericanos (a los que consideraba en proceso de extinción) y las políticas promovidas por el "Indian New Deal" liderado por Collier6. Una de las estrategias de Steward en este conflicto fue destacar la importancia de desarrollar estudios fundados "científicamente", lo que denominó, frente a sus colegas y superiores del Smithsoniano, como una antropología "pura" opuesta a la "antropología administrativa" (Blanchette, 2006) de la OIA. En ese sentido alertó sobre los peligros de que el BAE fuera conducido a llevar a cabo estudios "prácticos" sobre las comunidades nativas.

El crecimiento de Steward dentro de la estructura del BAE se fue produciendo en el marco de un creciente interés del gobierno norteamericano por sus relaciones con América Latina y con la problemática indígena del subcontinente, ya iniciada la década de 1940. Faulhaber (2012) indica que Steward consiguió el puesto de editor del Handbook en 1939, luego de sus problemáticas experiencias en la OIA. Para obtener esa posición, emprendió un exitoso lobby en el que capitalizó la política del "buen vecino" llevada adelante por el Departamento de Estado, que tuvo su correlato en el campo académico con el envío de antropólogos para llevar a cabo tareas de investigación y docencia en diversos países latinoamericanos (Faulhaber, 2012). De hecho, dentro de la estructura del BAE se creó en 1943 el Institute of Social Anthropology (ISA)7, entidad que fue auspiciada por el Departamento de Estado con el objetivo principal de enviar cientistas sociales (no solo antropólogos) para colaborar con la enseñanza y formación de profesores e investigadores en ciencias sociales en aquellos países de América Latina que habían solicitado asistencia, como fueron los casos de México, Perú, Colombia, Guatemala y Brasil. El ISA fue fundado con el apoyo del Interdepartmental/International Committee and Cultural and Scientific Cooperation (IDC) que dependía del Departamento de Estado, justificado en la necesidad de establecer una cooperación cercana que propiciara un mayor entendimiento entre los Estados Unidos y las demás repúblicas americanas. En sus propias palabras, Steward caracterizó su labor al frente del ISA como una forma de "…escaparse del tradicional y limitado enfoque de los estudios de comunidad" (Patterson & Lauria-Perricelli, 1999: 232) para analizar problemas de mayores dimensiones. Además de crear y dirigir el ISA, Steward colaboró estrechamente con su antiguo compañero de posgraduación en Berkeley, Ralph Beals8, para organizar la Sociedad Interamericana de Antropología e Historia y su publicación científica periódica, Acta Americana. Un ejemplo importante del creciente interés de la antropología norteamericana por las sociedades latinoamericanas fue el Tarascan Project, dirigido por Beals y Robert Redfield, sponsoreado por la Carnegie Foundation, y que tenía como objetivo el estudio de cuatro comunidades de Yucatán. Estas investigaciones, y sobre todo los planteos conceptuales de Redfield, tendrían un notable impacto en los estudios de comunidades campesinas durante varias décadas.

Patterson & Lauria-Perricelli (1999: 227) sostienen que "…si bien los proyectos de investigación se focalizaron en temas que eran de interés práctico para los países receptores -;tales como economía, patrones de uso y posesión de la tierra-; colocarían las bases para estudiar los procesos mediante los cuales las distintas comunidades habían sido incorporadas o estaban siendo incorporadas a sus respectivos estados-nación". Dichos autores afirman que los objetivos de Steward, junto con sus preocupaciones por estudiar el cambio cultural y el pasaje de lo tradicional a lo moderno, confluían con los intereses estratégicos de los Estados Unidos durante la segunda guerra mundial. Esos intereses apuntaban, entre otros aspectos, a despejar cualquier posibilidad de infiltración de las potencias del eje en las comunidades indígenas y también a asegurarse la provisión de materia prima para los tiempos de guerra y para la posguerra, sobre todo en materia de producción agrícola. Esta convergencia es interpretada por los mismos autores como una expresa política de cooperación entre el ISA y el IDC, que se propusieron la creación de "…cuadros técnicos en los países receptores que pudieran expandir los alcances de los estados y que permitieran a los Estados Unidos explotar las capacidades y el conocimiento de los intelectuales locales" (Patterson & Lauria-Perricelli, 1999: 229).

Como muestra Faulhaber (2011: 10), Steward concibió el proyecto del ISA como un modo de establecer redes interinstitucionales enfocadas hacia América Latina en el marco del esfuerzo bélico, "…una vez que tanto los antropólogos estadounidenses como los políticos y los funcionarios fueran movilizados por valores antieuropeos en la promoción de la unidad panamericana". La misma autora entiende que la creación del ISA, más allá de sus postulados de establecer relaciones simétricas de cooperación académica, expresaba con claridad un proyecto de "colonialismo científico" que implicaba una forma de producción del conocimiento determinada por los intereses de los académicos norteamericanos, además de encubrir directas relaciones jerárquicas entre las instituciones y los académicos. Además de ello, no existían criterios claros de reconocimiento institucional y personal para las contribuciones de los países latinoamericanos.

Fue precisamente en ocasión de sus gestiones para este instituto en Brasil que Steward construyó sólidas redes que le permitirían concretar el Handbook. En ese contexto trabó -;por ejemplo-; una sólida relación con Curt Nimuendajú Unckel, un alemán afincado en Brasil que era un autodidacta, pero toda una autoridad en Amazonia sobre la base de su experiencia en el terreno durante más de 40 años. Además, Steward viajó a la Argentina, pero también a Perú donde se vinculó con los arqueólogos locales Julio Tello y Luis Valcárcel. Cuando Steward se hizo cargo del ISA en 1943, la presencia de investigadores norteamericanos en los diferentes países era rubricada por los ministros de relaciones exteriores locales y el secretario de Estado norteamericano, bajo acuerdos generales que implicaban una serie de obligaciones para los Estados Unidos como "…reclutar el personal propio, pagar sus salarios, gastos de campo y publicación en inglés de los resultados de las investigaciones. Las instituciones locales participantes debían proporcionar espacio en salas para trabajo, espacios de aula, auxiliares de investigación, así como financiar gastos de trabajo de campo" (Faulhaber, 2011: 27). Faulhaber (2011) destaca que uno de los problemas que Steward tuvo con autoridades académicas en Brasil eran las relaciones asimétricas que asumía ya que, por ejemplo, no ofreció sistemáticamente posibilidades para que los brasileños estudiaran en los Estados Unidos mientras que alentaba la instalación de académicos norteamericanos en el Brasil, lo que configura, según la misma autora, una muestra del "paternalismo jerárquico" que impidió la constitución de sólidas redes académicas con perspectivas de favorecer un crecimiento disciplinar sostenido en Brasil, como también en otros lugares. Además, como se viene señalando, estas actividades de cooperación estaban claramente enmarcadas en el esfuerzo bélico que, a toda escala y con la academia como un puntal relevante, el gobierno norteamericano estaba llevando adelante. Todo ello provocó que los académicos norteamericanos pusieran mayor énfasis en la dimensión aplicada de la disciplina9, tal cual planteó sistemáticamente el propio Steward, quien confiaba en la importancia de utilizar el conocimiento antropológico como una estrategia para el cambio cultural, lo que sería plenamente adoptado en los enfoques desarrollistas en boga en los años cincuenta y sesenta. En la misma línea, Faulhaber señala que pocos años antes de la segunda guerra mundial se crearon el Committee for Latin American Anthropology (CLAA), en 1940, y el Ethnogeographic Board en el Instituto Smithsoniano, en 1941. Además de eso, funcionaba bajo la órbita del Departamento de Estado el Comité Interdepartamental para la Cooperación Científica y Cultural Pan-americana10.

EL HITO DEL HANDBOOK

El Handbook había sido una idea original de Robert Lowie pero se desechó en los difíciles tiempos de la depresión económica que siguió al crack de Wall Street en 1929. Cuando el proyecto se reflotó en 1939, el BAE aprobó el financiamiento y le encomendó a Steward una tarea que iba necesitar de un gran esfuerzo colectivo. Los fondos para llevar adelante el Handbook fueron proporcionados por una partida especial del Congreso norteamericano al mencionado IDC, que dirigía el entonces asesor del presidente Roosevelt, Nelson Rockefeller. Aunque carecía de experiencia de campo en Sudamérica, Steward estaba interesado previamente en casos como los mapuches y tehuelches en el marco de su teoría de las bandas patrilineales, por lo que había leído detenidamente al sacerdote y etnólogo alemán Martin Gusinde (1886-1969)11. La edición del Handbook fue un trabajo de largo aliento para el que Steward debió realizar diversos viajes a Sudamérica, entre ellos a la Argentina, a cuya capital consideró un "bullicioso centro de civilización" (Kerns, 2003: 227). Al parecer, según Kerns, uno de los principales problemas que Steward tuvo con la antropología argentina fue que algunos referentes locales no entregaron sus contribuciones a tiempo.

Este ambicioso proyecto se encuadró perfectamente con su idea cada vez más sólida de estudiar en su totalidad las diferentes culturas humanas, de las más "simples" a las más "complejas". Allí, pudo capitalizar provechosamente la tarea de más de 80 académicos, la mayoría de ellos arqueólogos y etnógrafos respaldados por trabajos de campo en las diversas sociedades sudamericanas consideradas. A partir de su rol de editor, pudo imponer los formatos de los artículos e instruir a los autores para que cubrieran las temáticas sobre la base de un orden y criterio determinados. Como señala Kerns (2003), en todo el Handbook sobrevuela implícitamente la distinción analítica entre el núcleo cultural y los rasgos culturales secundarios. Por eso, el sumario destaca cuestiones tales como los patrones de asentamiento, la tecnología, la economía y las formas de organización social y política. Por el contrario, quedaron relegados aspectos tales como los ciclos vitales, la mitología, la religión y el folklore. Alfred Métraux fue un verdadero coeditor del Handbook (Kerns, 2003), aunque nunca tuviera el reconocimiento explícito y más allá de la extensión y recurrencia de sus textos en los diferentes tomos. Luego de su paso por Tucumán, Métraux se radicó en los Estados Unidos y colaboró activamente con Steward en la edición del colosal Handbook. A principios de los ';40 se sumó al Smithsoniano, cuando ya había publicado regularmente en prestigiosos journals internacionales, tanto en francés, castellano e inglés. El otro antropólogo que colaboró activamente en la edición fue el joven graduado de Columbia, Gordon Willey, que también tenía experiencia de campo en Sudamérica.

Patterson & Lauria-Perricelli (1999) sostienen que Steward utilizó una serie de cuatro tipos culturales para organizar los cuatro primeros volúmenes del Handbook y presentar así de forma ordenada una cantidad tan grande de información histórica, arqueológica y etnográfica, basado en el criterio de que los datos se organizaran en categorías que tuvieran un significado real e histórico. Cada tipo se basó en la interpretación de aspectos tales como las prácticas económicas, la organización sociopolítica, las actividades rituales antes que en elementos sociales o históricos contingentes que produzcan la diversidad. Allí es posible advertir que Steward le dio el mismo énfasis a las organizaciones sociopolíticas y las relaciones sociales de producción, como ya había hecho en su libro aparecido en 1938: Basin-Plateau Aboriginal Sociopolitical Groups. En diversas partes del Handbook, Steward preanunció parte de los fundamentos de su teoría de la evolución multilinear, ya que consideraba que los cuatros tipos de sociedades analizadas, estaban vinculadas históricamente de maneras específicas. De ese modo, el criterio clasificatorio tenía implicancias sobre el desarrollo de las sociedades, en las que algunas instituciones y prácticas eran necesariamente antecedentes de otras, pero no en un esquema unilineal. Además:

"…en las páginas finales de su resumen interpretativo, Steward viró su atención a la aculturación y asimilación de los pueblos de Sudamérica. En esta mirada, las tribus marginales y de los bosques tropicales fueron desperdigadas en la costa, pero sus culturas sobrevivieron en muchas formas modificadas en el interior. Los pueblos cicum-caribeños -;caracterizados por su estructura de clases, el culto a los ídolos y la organización de la guerra-; fueron degradados a un nivel generalizado de los bosques tropicales" (Patterson & Lauria-Perricelli, 1999: 226-7).

Los seis volúmenes12 del Handbook fueron: "The Marginal Tribes", "The Andean Civilizations", "The Tropical Forest Peoples", "The Circum-Caribbean Peoples", "The Comparative Ethnology of South American Indians" y "Physical Anthropology, Linguistics and Cultural Geography of South American Indians". El primer volumen se dedicó entonces a los cazadores y recolectores, nómades, pescadores y todos aquellos grupos con patrones básicos de subsistencia y con una organización política en base a vínculos laxos, mayormente de parentesco, edad, género y actividades económicas. Y además se refiere, en líneas muy generales, a grupos en donde es la costumbre, antes que la existencia de leyes, lo que regula las actividades y los vínculos comunitarios, mayormente los de parentesco. Este volumen inicial está dividido en tres partes según la localización geográfica de los respectivos "indios": sur de Sudamérica, Gran Chaco y este de Brasil. En la introducción de ese volumen, Steward destacaba la importancia de estudiar a los pueblos sudamericanos, desde cómo subsistieron en los tiempos "prehistóricos" a cómo se mezclaron con la "cultura" europea para "…producir sociedades modernas que no son ni completamente indígenas ni completamente europeas" (Steward, 1946a: 1). Allí mismo, planteaba que el Handbook, en su totalidad, daría cuenta del estado actual de los estudios de los pueblos indígenas sudamericanos, pero también enunciaba las falencias que no iba a poder corregir la publicación, como también las tareas pendientes en la academia antropológica. En concreto, se detenía en la serie de dificultades vinculadas con el origen de los datos, muchos de ellos provenientes de misioneros y viajeros y que estaban enfocados hacia aspectos tales como la vestimenta, las armas o las danzas, en contraste con dimensiones más "densas" como la estructura social, los patrones religiosos o la posesión de la tierra.

Al destacar también los distintos marcos interpretativos de teorías como el difusionismo alemán o la escuela histórica norteamericana, se mostraba conciente de la imposibilidad de conformar a todo el campo disciplinar en esta muestra de la producción etnológica sobre los "aborígenes" sudamericanos. En ese mismo texto, Steward explicaba el criterio de confección del Handbook sobre los cuatro tipos culturales elaborados por uno de los principales colaboradores de la publicación, John M. Cooper. En esta introducción, Steward no ocultaba la heterogeneidad de las contribuciones, tanto en nivel académico, la extensión de los artículos o incluso en la precisión de los datos de las sociedades abordadas. En ese sentido, fundamentaba entonces el criterio de asignarle mayor espacio a aquellos temas y sociedades menos estudiados. Los autores que mayores aportes realizaron al tomo inicial fueron John Cooper, Alfred Métraux13, Robert Lowie y Junius Bird. En cuanto a los académicos de la Argentina que hicieron sus aportes en ese volumen, fueron el catalán Salvador Canals Frau (1946a) que escribió sobre los huarpe y Antonio Serrano, responsable de los artículos sobre los charrúa (Serrano, 1946a) y los sambaquís de la costa brasileña (Serrano, 1946b)14.

En cuanto a las "civilizaciones andinas" (segundo tomo) se describen a las sociedades con los sistemas de producción agrícolas "más avanzados", que además contaban con sistemas de transporte eficientes que les permitían el desarrollo de ciudades y un control efectivo sobre territorios extensos. Estos pueblos son caracterizados, además, por poseer sistemas de clase hereditaria, grandes templos, guerra de conquista, ceremonias públicas y una ley estrictamente codificada. En este volumen de poco más de 1000 páginas (el más extenso de los seis), Steward elaboró un prefacio en el que caracterizaba a los pueblos andinos a partir de su riqueza arqueológica, su elevado desarrollo cultural nativo y su supervivencia hasta nuestros días, ya que en virtud de ser las civilizaciones "más desarrolladas" del continente, han dejado su impronta en los actuales estados modernos (Steward, 1946b).

La variedad y profundidad de registros disponibles le permitía plantear que las contribuciones fueron de tres tipos: arqueológicas, históricas y etnográficas. Remarcaba también las amplias posibilidades de establecer cronologías sólidas, en especial a partir de la producción cerámica. En este volumen se destaca la participación descollante de Wendell Bennet15, quien además de hacerse cargo de la introducción, analizó diversos períodos y civilizaciones. También pueden mencionarse las contribuciones de autores relevantes como John Cooper, Alfred Kroeber y John Murra. En cuanto a los argentinos, los colaboradores fueron Eduardo Casanova (1946), quien se ocupó de "las culturas de la puna y de la Quebrada de Humahuaca", Fernando Márquez Miranda, que escribió sobre los "diaguitas" (Márquez Miranda, 1946a) y la "cultura chaco-santiagueña" (Márquez Miranda, 1946b), Francisco de Aparicio (1946), quien se ocupó de los comenchingones, y nuevamente Salvador Canals Frau (1946b) que realizó su intervención sobre los "araucanos".

El tercer volumen, correspondiente a los pueblos tropicales, refiere a agricultores sedentarios que también estaban organizados de manera principal por las relaciones de parentesco y la costumbre. En estos mismos grupos se encuentran jefaturas, pero solamente para actividades específicas como las religiosas y la guerra, principalmente. En el prefacio de este volumen de poco más de 900 páginas, Steward (1948) destacó la gran diversidad cultural de los pueblos incluidos y las dudas que asaltaron a los organizadores del volumen, que finalmente optaron por incluir a los pueblos de las sabanas y las selvas tropicales al sur del Orinoco, dejando para un estudio más detallado la determinación más precisa de las áreas culturales. Un punto importante que señalaba al final del prefacio es que las sociedades indígenas habían sido absorbidas dentro de los estados nacionales, colocando la asimilación de estos pueblos a las pautas occidentales como un problema antropológico de relevancia16. La participación relevante de Métraux es una de las características salientes de este volumen, que cuenta también con diversos textos de Lévi-Strauss, Lowie, Nimuendajú y algunos otros destacados antropólogos norteamericanos, como Betty Meggers o Charles Wagley. El propio Julian Steward tuvo en este volumen una activa labor en la redacción de artículos, algunos de ellos sumamente extensos, como el que escribió en colaboración con Métraux sobre las "tribus de la montaña peruana y ecuatoriana" (Steward & Métraux, 1948). El único referente nacional en esta tercera publicación del Handbook fue Francisco de Aparicio (1948), quien se ocupó de "la arqueología del Río Paraná". Faulhaber (2012) señala, en su minucioso análisis de este volumen, que las áreas de las selvas tropicales, dada su condición de fuentes de suministro de caucho natural y como regiones inexploradas por las ciencias sociales constituían "…un sitio ideal para la convergencia de intereses logísticos y antropológicos" (2012: 106).

El cuarto volumen corresponde a los pueblos circum-caribeños, definidos a partir de sus patrones de subsistencia efectivos que les permitieron sostener aglomeraciones con una alta densidad de población. Asimismo, se trata de sociedades estratificadas por clase en las que la guerra es el vehículo más directo de elevación social, y en las que se pueden encontrar como figuras prominentes a jefes, guerreros y shamanes con sus poderes especiales en contextos particulares. En este cuarto tomo, de poco menos de 600 páginas, Julian Steward tuvo una participación relevante en la escritura de los artículos, aunque también aparecieron de manera reiterada Duncan Strong, Samuel K. Lothrop y el alemán Paul Kirchhoff. En el breve prefacio, Steward volvía a plantear dudas acerca de la exactitud de las clasificaciones que guiaron la confección de cada volumen, presentando además como una dificultad notoria la escasez de datos y resultados directos en materia arqueológica y etnográfica. Consideraba que, además de las pocas tribus que sobrevivían, los antropólogos habían ignorado sistemáticamente el área, lo que repercutió directamente en las dificultades para encontrar quienes hicieran las contribuciones. Es el primer volumen en el que no hubo contribuciones de argentinos.

En cuanto a los dos volúmenes finales, el quinto -;en el que tampoco hubo autores argentinos-; operó con un grado mayor de síntesis e interpretación y con un alcance continental, mientras que el sexto recuperó dos de los tradicionales four fields de antropología norteamericana que habían quedado relegados por la antropología cultural y la arqueología: la antropología física y la lingüística. El quinto tomo se denominó The Comparative Ethnology of South American Indians, en el que tuvieron una participación dominante Wendell Bennet, Métraux, Gordon Willey y John Cooper. Principalmente se abordaron allí dimensiones como la arquitectura, la religión, tecnología, la vida social y política, y la estética y las actividades recreativas. El extenso número de poco menos de 800 páginas fue cerrado por dos sumarios escritos por el editor.

En "Culturas de Sudamérica: un sumario interpretativo", Steward (1949) pudo plantear con mayor detalle sus inclinaciones teóricas, a partir de los cuales cuestionó los criterios clasificatorios utilizados en los primeros cuatro volúmenes del Handbook sostenidos principalmente en la distribución de rasgos culturales para proponer un análisis más detallado de las bases ecológicas, los patrones sociopolíticos y religiosos, la tecnología y la cultura material, y las actividades recreativas. Por ello, consideraba relevante la tarea de proponer síntesis que se basaran en la información disponible en el Handbook, pero reconsiderándola desde una perspectiva teorética que permitiera acceder a generalizaciones. En ese sentido, su vocación clasificatoria queda claramente expresada en estos textos en los que se proponía explícitamente el planteo de los principales tipos culturales en términos de sus adaptaciones ecológicas y desarrollo histórico. Antes, en el prefacio, el mismo Stewart estimó que los artículos de este volumen -;como también los del siguiente-; no eran estudios finales sino que se trataba de sumarios de la información disponible hasta el momento, pero que eran utilizados para proponer algún nivel de síntesis teórica frente al carácter más descriptivo de los números anteriores. Además, se mostraba consciente de que la diversidad de enfoques de los autores de los diferentes volúmenes -;lo que puede visualizarse en las reconstrucciones históricas propuestas-; denotaría cierto "aislamiento" científico. Precisamente, Steward concebía que publicaciones como el Handbook ayudarían a disminuir la diferencia de criterios entre los científicos del continente. Fundamentaba entonces la necesidad de favorecer una ciencia internacional que lograra ciertos acuerdos en las categorías empleadas, aunque reconociera la enorme dificultad de cubrir las diversas terminologías nativas (por ejemplo en asuntos religiosos) o denominaciones técnicas que correspondan a la cultura material.

En el sexto volumen de alrededor de 550 páginas, y denominado Physical Anthropology, Linguistics and Cultural Geography of South American Indians, Steward planteaba en el prefacio, que se trataba de un volumen que se postergó por los altos costos de edición y que se ocupaba de tópicos que no fueron considerados en los números anteriores. Entre otros autores involucrados, puede destacarse un artículo de Lévi-Strauss sobre las plantas salvajes en la Sudamérica tropical. Sobre un tema similar ("Las plantas cultivadas en América del Sur y América Central") concretó su contribución el ya mencionado geógrafo Carl Sauer. Fue en este tomo en el que se concretaron las dos últimas contribuciones de referentes de la antropología argentina, en ambos casos nacidos en Italia, Joaquín Frenguelli y José Imbelloni, ya por aquellos tiempos notorio líder en el campo antropológico local. Frenguelli (1950) escribió un artículo sobre "El estado presente de las teorías sobre el hombre primitivo en la Argentina", mientras que la contribución de Imbelloni (1950), de apenas tres páginas escritas (las dos restantes eran ilustraciones y fotografías), versaba sobre las prácticas de deformación cefálica en el actual territorio argentino que, según su interpretación, estaban conectadas con prácticas propias de las culturas andinas.

CONCLUSIONES

La publicación del Handbook constituyó una importante situación académica, una instancia de un mundo intelectual que implica, en términos de Collins (2002), una conversación masiva en la que circula el capital cultural en intermitentes rituales de interacción. En ese sentido, el diálogo iniciado desde una relevante expresión de una de las tradiciones antropológicas metropolitanas desencadenó en una serie de producciones textuales por parte de los antropólogos del campo científico, tanto desde los "centros calientes" (Collins, 2002) de la disciplina en la que se desempeñaban referentes de las áreas consideradas, como de las propias periferias antropológicas (Cardoso de Oliveira & Ruben, 1995), como en la Argentina.

Ocasionalmente como cuerpos de teorías sistemáticas, como postulados metodológicos o como concepciones de ciencia, esas tradiciones metropolitanas habitualmente se difundieron desde centros de producción de conocimiento y fueron, en ese proceso de traslación, incorporadas en diversas tradiciones periféricas. Todo ello se concretó en el marco general de una internacionalización de la ciencia y la correspondiente circulación de ideas que se reconfiguró notablemente después de la segunda guerra mundial. Ese nuevo escenario implicó, puntualmente para el caso de las ciencias sociales, situaciones de relativa autonomía e innovación, pero también de dependencia académica (Beigel, 2010) con respecto a los centros internacionales.

Pero más allá de las interpretaciones acerca de sus labores de gestión de Steward y su involucramiento en las políticas públicas del gobierno norteamericano (en el marco del esfuerzo bélico o fuera de él) el Handbook implicó una interacción ritual de notable densidad. Las producciones textuales en la ciencia, y sobre todo las publicaciones académicas, son además situaciones propicias para la demostración de la creatividad, aunque a la par implique una serie de restricciones implícitas y explícitas propias del campo científico. Mientras el editor plasmaba allí una gran parte de sus inquietudes intelectuales, que tendrían un elevado impacto en la disciplina (y en particular en un grupo de estudiantes en la Universidad de Columbia17), un extenso grupo de antropólogos latinoamericanos (entre muchos otros) realizaban sus aportes a un proyecto ambicioso que constituye todo un punto de referencia de la producción antropológica del momento. El Handbook y la figura de Julian Steward aparecen entonces como excelentes puertas de entrada para pensar etnográficamente el pasado de la disciplina, atendiendo a la circulación de ideas, los contextos sociopolíticos que influyeron en el desarrollo disciplinar a escala mundial y, también en este caso, el estado de una antropología periférica como la argentina que todavía necesitaba más de una década para su definitiva institucionalización pero que seguiría durante varias décadas alejada de las tradiciones más dinámicas en las diversas subdisciplinas, particularmente en antropología social y arqueología.

NOTAS

1 Durante la segunda guerra mundial, más de la mitad de los antropólogos norteamericanos se sumaron al esfuerzo bélico (Foster, 1992). De hecho, las universidades y sus programas de enseñanza, como también otros centros de producción de conocimiento, fueron reconvertidos de acuerdo con los objetivos de la lucha armada que se llevaba adelante contra las fuerzas del Eje. Ya en 1943, el Departamento de Guerra llevó adelante un programa de entrenamiento en áreas y lenguas extranjeras en el marco de un programa general de entrenamiento para el ejército que funcionaba en 55 universidades. En el mismo lapso, en otros 10 colleges, funcionaron escuelas de entrenamiento para oficiales del ejército y administradores para los territorios que fueran ocupados después de la guerra (Patterson & Lauria-Perricelli, 1999). Seguramente, el caso paradigmático en el uso estratégico de la antropología es el de Ruth Benedict, contratada especialmente por la OSS (Office of Strategic Services, antecesora de la CIA) para estudiar el ethos japonés, cuyos resultados pueden apreciarse en el célebre El crisantemo y la espada. En verdad, la llamada Escuela de Cultura y Personalidad (con la propia Benedict y Margaret Mead como exponentes más célebres) ocupó una posición central en esta clase de estudios llevados a cabo en el contexto de ese esfuerzo bélico.

2De acuerdo con diversos autores (Nugent, 2008; Price, 2002; 2003 & 2008), la imposición y financiamiento del enfoque de los estudios de área (area studies) se explica principalmente por la intención de las fuerzas armadas norteamericanas para administrar y ordenar la vida de alrededor de 300 millones de personas en todo el mundo, más del 10% de la población mundial. En los años de posguerra, y con el desarrollo de la Guerra Fría, distintas agencias oficiales, muchas de ellas vinculadas con las Fuerzas Armadas, como también conglomerados empresariales a través de sus fundaciones, financiaron directamente investigaciones en áreas geográficas que habían sido escenarios de guerra y en especial en el Pacífico, pero también en muchas otras áreas del planeta, como América Latina. Los programas para financiar investigaciones de campo fluyeron como nunca antes y le permitieron a la creciente matrícula de estudiantes de postgrado en antropología -;con sus departamentos y programas en expansión-; contar con un soporte económico indispensable.

3 La publicación del Handbook y su relación con la antropología argentina arroja una serie de problemáticas de relieve a ser analizadas en detalle, como el contenido de las producciones de los referentes locales. Del mismo modo, el impacto de la obra de Steward en la Argentina (Gil, 2010 y 2014) o la conformación del campo antropológico nacional al promediar el siglo XX, constituyen tópicos que no pueden ser abordados en este artículo y que ya han sido tratados por diversos autores (Martínez, Taboada & Auat, 2011; Podgorny, 2004; Soprano, 2006 y 2009).

4 Berkeley constituía una pequeña unidad académica en un contexto en el que la comunidad antropológica era francamente escasa y sin demasiadas prospecciones de futuro laboral para los estudiantes, en especial las mujeres, que sólo eran aceptadas en algunas pocas universidades (como Columbia o Berkeley).

5 Se conoce como "Indian New Deal" a toda una serie de disposiciones que, sobre todo a partir del Indian Reform Act (IRA) de 1934, promovido especialmente por John Collier, buscó terminar con las políticas de asimilación forzada de las comunidades nativas para desarrollar en su lugar, con el apoyo de cientistas sociales, proyectos de conservación de las tierras indígenas y fortalecimiento de sus estructuras sociopolíticas. De todos modos, muchos líderes indígenas cuestionaron estas políticas por considerarlas parte de un dispositivo colonialista que continuaba negando la soberanía de los pueblos nativos y fortalecía el control estatal sobre sus tierras (Blanchette, 2006).

6 Blanchette (2006) ha analizado minuciosamente los detalles de esta controversia.

7 Steward se mantuvo al frente del ISA hasta que fue contratado como profesor en la Universidad de Columbia en 1946, cuando fue sustituido en su cargo por el entonces coordinador de la división mexicana del ISA, George Foster.

8 Ralph Beals (1901-1985) impartió clases en la Argentina en la década de 1960 en el Departamento de Sociología de la UBA, siendo profesor de la asignatura antropología social, que dependía de ese departamento en la Facultad de Filosofía y Letras, donde también funcionaba la carrera de antropología. Beals fue un antropólogo de destacada trayectoria formado en la disciplina -;del mismo modo que Steward-; entre finales de los años veinte y principios de los treinta en la Universidad de California, en Berkeley, bajo la tutela de Alfred Kroeber y Robert Lowie.

9 El fundador de la ecología cultural formó parte de un grupo de antropólogos (junto con George Murdock, por ejemplo) que se volcó en la década del treinta hacia un enfoque aplicado a la antropología, sobre todo en el marco de las políticas activas del New Deal. De hecho, al fracasar en 1940 la petición dentro de la AAA de crear una sección de antropología aplicada, esa negación corporativa derivó en la constitución de un organismo separado, la Society for Applied Anthropology (SFAA).

10 Esta clase de vinculaciones puede advertirse con bastante claridad en la antropología mexicana, que vio nacimiento del hoy vigente Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 1939 gracias a los auspicios de las fundaciones Rockefeller y Carnegie.

11 Gusinde fue discípulo del también sacerdote y etnólogo alemán Wilhelm Schdmidt, referente central del difusionismo. Luego de ordenarse sacerdote en 1911 se dirigió a Chile para cumplir tareas docentes en el Liceo Alemán de Santiago. Un año más tarde se afilió al Museo de Etnología y Antropología de Chile, institución para la cual realizaría sus expediciones a la Patagonia y a Tierra del Fuego, para reunir colecciones. Esas y otras experiencias de campo le permitieron publicar una extensa obra sobre los mapuches y las sociedades de Tierra del Fuego (selk'nam, yámanas y kawéskar).

12 Técnicamente fueron siete volúmenes, pero el último estuvo enteramente dedicado a un riguroso índice temático, conceptual y de autores de casi 300 páginas.

13 El texto más saliente de Métraux en ese tomo es la extensa etnografía del Chaco (casi 200 páginas) que cuenta con una buena cantidad de fotografías, dibujos y esquemas. Además, aportó otras contribuciones mucho más breves (alrededor de 10 páginas) sobre una decena de pueblos, algunos de ellos en coautoría con referentes como Herbert Baldus o Curt Nimuendajú.

14 La segunda colaboración de Serrano, "Sambaquís de la costa brasileña", no se refiere en este caso a ningún pueblo originario de la región sino a los montículos de moluscos (eso significa el término sambaquí en tupí-guaraní), en torno a los cuales identificaba distintas manifestaciones culturales desde el actual estado de Rio Grande do Sul hasta la costa amazónica.

15 La obra de Wendell Bennet tuvo un impacto decisivo en la arqueología argentina, ya que en una publicación colectiva (Bennett et al., 1948) contradijo las cronologías que había postulado el sueco Eric Boman, que gozaban de amplia aceptación en el medio local. Las cronologías culturales y etapas evolutivas de los diferentes pueblos que habitaron el NOA serían luego avaladas completamente por la revolucionaria tecnología de datación del carbono 14.

16 Mientras se gestaba el Handbook, Julian Steward ya estaba virando hacia el estudio de los mundos contemporáneos. Principalmente a partir del proyecto Puerto Rico (1948-9), se vinculó de un modo directo con una antropología de las sociedades complejas, o más bien de las "sociedades nacionales" como solía denominarlas. En el estudio de lo contemporáneo, Steward se vio atraído por la oposición folk-urbano de Robert Redfield (1897-1958), ya que consideraba que las culturas tribales presentaban características similares a las folk: pequeñas, aisladas, homogéneas, cerradas, con patrones que giran en torno al parentesco, orientadas hacia objetivos y valores e impregnadas "por un supernaturalismo general" (Steward, 1972: 53). A diferencia de las sociedades tribales o "primitivas" caracterizadas por la homogeneidad, el escaso margen de desviación y el alto nivel de integración, Steward aseguraba que las sociedades nacionales no pueden pensarse sobre la base de patrones culturales porque se carece de esas uniformidades en la conducta individual. En contraposición, optó por analizar el "carácter nacional" a partir de los niveles de integración sociocultural, como un común denominador de la conducta que puede verse afectado por factores tales como la crianza en el seno de la familia, las presiones institucionales (principalmente las escuelas) y los medios de comunicación de masas. En lo que consideraba una marcada heterogeneidad de las sociedades modernas, Steward proponía el concepto de niveles de integración sociocultural como una herramienta metodológica capaz de dar cuenta de las culturas de los diversos grados de complejidad, ya que nos provee "…un nuevo marco de referencia y un nuevo significado al concepto de patrón; y facilita la comparación transcultural" (Steward, 1972: 52).

17 En su relativamente breve paso entre 1946 y 1952 por aquella "torre de marfil" todavía identificada con la figura de Boas, estudiantes que luego se transformarían en destacados exponentes de la antropología norteamericana se nuclearon en torno al liderazgo intelectual de Stewart. Antropólogos de la talla de Eric Wolf, Sidney Mintz, Roy Rappaport, Morton Fried, John Murra, Elman Service, Andrew Vayda, Robert Murphy y Robert Manners encontraron en Steward una atención especial durante sus seminarios pero sobre todo un enfoque materialista que contrastaba notoriamente con la escuela de Cultura y Personalidad que encarnaba la otra figura polar del departamento: Ruth Benedict. Esos estudiantes conformaron informalmente el Mundial Upheaval Society (MUS). Según Peace (2008) este grupo presenta una importancia notoria para entender la historia de la antropología en los Estados Unidos y las tensiones sociopolíticas dentro de la academia antes y después del Macartismo.

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