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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.27 Posadas dez. 2015

 

TRADUCCIÓN

En los campos de la violencia: diferencia y positividad

 

Theophilos Rifiotis*

Traducción de Olga G. Brunatti **

* Edición original: Rifiotis, Theophilos (1997) "Nos campos da violência: diferença e positividade". Artículo publicado en Antropologia em Primeira Mao Nº19, Florianópolis, pp. 1-18. Revista seriada, publicada en versión impresa y digital por el Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social da Universidade Federal de Santa Catarina.
** Profesora adjunta ordinaria de la cátedra Antropología sociocultural II, Facultad de Ciencias Naturales y Museo UNLP. Email: obrunatti@yahoo.com.ar


El campo de estudios sobre la violencia ofrece un territorio estratégico para los discursos sobre la contemporaneidad. Podemos decir que ocupa un lugar central en las disputas por la definición del presente, por la comprensión de la experiencia contemporánea con sus mundos marginales, su dimensión episódica y fragmentaria; época marcada por la diferencia y la falta de propósitos de las formaciones sociales. La violencia en sus diversas formas es representada como un campo de la experiencia social que se respira en las brechas de la crisis de la modernidad y la búsqueda de interpretaciones alternativas a la sociedad contemporánea1.

Los discursos que se identifican con la modernidad ven en la violencia una "parte maldita", una marca de un pasado -distante o incluso primordial- una "supervivencia" al decir de los evolucionistas, que subrayan que su único sentido es ser un eslabón de la cadena que nos conecta con el pasado. En esos discursos, la violencia se representa como arcaica y exterior; se presenta como una parte extranjera de la experiencia social, una amenaza para el consenso, un "arcaísmo social" y como tal, debe ser eliminada. Por lo tanto, la irrupción de situaciones violentas es concebida como una ruptura causada por un elemento no integrado, siempre sorpresivo y fuera de tiempo y lugar. En general, las diversas corrientes del pensamiento moderno tienden a una generalización contradictoria, pues, al mismo tiempo que circunscriben el fenómeno de la violencia al contexto de la criminalidad y el arcaísmo, diseñan un escenario para el presente marcado por la descomposición social y el aumento sistemático e incontrolable de la violencia2.

El complejo juego discursivo que buscamos caracterizar a lo largo de este texto, no se limita a un simple embate entre dos tendencias que podríamos llamar "moderna" y "contemporánea". Sin embargo, es posible leer la separación de estas dos tendencias a través de las prácticas sociales relacionadas con el ámbito de la violencia. Mientras tanto, todo transcurre como si la violencia fuera un elemento clave de los discursos que compiten por definir los ajustes de los parámetros legítimos para pensar el presente. Nuestro objetivo aquí, frente una tendencia homogeneizadora de los diversos fenómenos designados genéricamente bajo el rótulo de "violencia"3, se limita a garantizar un espacio para nuestro propio discurso.

Nuestro punto de partida podría ser denominado antropología de la violencia. Por esta razón nos interesa, desde luego, destacar la importancia que se ha atribuido a los estudios culturales, y, sobre todo, a la urgencia con que se solicita su contribución. Entendemos que hay por lo menos dos buenas razones para actuar con cautela frente a las expectativas que se diseñan en relación con la investigación. En primer lugar, porque en el contexto actual de los estudios sobre la violencia existe una concordancia entre los especialistas de que la investigación en el área de la "cultura" será limitada si se la reduce a una simple suma, una porción, una variable explicativa. En otras palabras, creemos que la contribución de la antropología para comprender las experiencias sociales en curso no será eficaz si apenas se la integra al campo de la pobreza, de la urbanización basada en la migración interna, de la desigualdad económica y social, de la exclusión social4. Por otro lado, actuando guiados por la premura es posible que no consigamos alcanzar la eficacia en nuestra acción, pues, sometidos a la urgencia actual nada garantiza que nuestro pensamiento no sea más que su propia duplicación. Es por esta razón que consideramos necesario evaluar el campo en el que se inscriben nuestras propias prácticas.

Entendemos que la demanda por los estudios antropológicos de la violencia no debería contribuir a ampliar un error que sería, grosso modo, reemplazar una explicación, digamos, "sociologizante" por otra que sería su equivalente en el campo de la "cultura". Después de todo, en la etapa actual de nuestros conocimientos es problemático postular cualquier centralidad explicativa, ya sea, por ejemplo, política, económica, cultural5. Por otro lado, porque partir de evocar trazos políticos o culturales para explicar las diversas formas de violencia y los impasses del proceso de democratización en el Brasil contemporáneo, tales como el proceso colonial, la esclavitud, la tradición patriarcal o, inclusive, el sexismo, el racismo, etc., lleva a preguntarnos ¿cómo podríamos superar el supuesto de que la cultura es estática y la historia una reproducción del pasado?

Ciertamente no hay nada nuevo en estas consideraciones, no obstante, resta el desafío de tomar las consecuencias y producir logros. Después de todo, lo que es obvio ha garantizado su importancia dada su capacidad de esconderse en nuestros propios supuestos y nuestros límites interpretativos. De este modo, muchos aspectos de los estudios que versan sobre la violencia no adquieren la posición de categoría científica, del mismo modo que sucede con la sensibilidad, el dolor, el sentimiento, los cuales están siempre presentes, incluso en el investigador.

LOS CAMPOS DE LA VIOLENCIA

El cuadro que estamos tratando de caracterizar se ha construido como un mapeo de los estudios sobre la violencia en Brasil a partir de 1993. Este mapeo se basó en una revisión bibliográfica y, sobre todo, en la discusión directa con investigadores que trabajan sobre las tendencias actuales en el estudio de la violencia y que tuvieron lugar a partir de la organización de grupos de trabajo y mesas redondas en reuniones regionales y nacionales de la Asociación Brasilera de Antropología (ABA)6. Se trata de una búsqueda que, aunque parcial y limitada, nos ha permitido organizar un indicador preliminar de este campo complejo y diverso de investigación. Partimos inicialmente de una propuesta amplia, cuyos objetivos fueron incrementar el diálogo entre investigadores y propiciar el intercambio de experiencias e informaciones para procurar mayor visibilidad a la producción científica. Estas iniciativas dieron lugar a la organización de la "Red Abierta de Investigación de la Violencia" (RAIVA)7.

Este conjunto de experiencias, con sus aciertos y sus fracasos, revelan aspectos importantes para el debate en el campo de investigación de la violencia. Entre los aspectos que pudimos identificar apuntamos, en primer lugar, a una prioridad de los recortes temáticos tales como, criminalidad, género, minorías étnicas, "chicos de la calle", conflictos generacionales, etc., todos en relación con el recorte dado por la violencia. Esto fue particularmente evidente cuando los participantes de las reuniones se dividieron entre los que eligieron asistir a un grupo temático y aquellos que optaron por el recorte de la violencia abarcando diversos campos temáticos. Este hallazgo demuestra la relación de los investigadores con una ambigüedad que cabalga entre el enfoque temático y el debate teórico. De hecho, la necesidad de profundizar en el debate teórico en torno a los impases de los estudios de la violencia para avanzar en sus áreas específicas, aparecía de manera conflictiva para los investigadores que participaron en las actividades organizadas por la RAIVA. Este descubrimiento fue confirmado a través de la presencia de colegas de la Universidad de Buenos Aires, quienes participaron del encuentro sobre "Tendencias Actuales en el Estudio de la Violencia", celebrado a principios de 1996 en Florianópolis8.

Considerando esquemáticamente la literatura científica sobre la violencia en Brasil, principalmente de los años 1980, podemos afirmar que hay una concentración en el ámbito de la ciudadanía y de los límites de la acción del Estado. Sin pretender llevar a cabo una revisión de esta amplia y diversificada producción científica, nos parece posible identificar una convergencia conceptual acorde con los términos establecidos en la obra de Michel Foucault como microfísica9. En este dominio teórico es posible percibir la presencia de las relaciones de poder y de violencia en todas partes: en las relaciones entre padres e hijos, en la escuela, en las relaciones de trabajo, en la cárcel, etc., y a su vez, percibir las manifestaciones de poder y violencia moviéndose de conjunto en cualquier punto de la red social sin una exclusividad explicativa para las relaciones estructurales. Por lo tanto, entendemos que, al menos en una primera aproximación, el estudio de la violencia es un territorio en disputa constante que no puede pertenecer a ninguna ciencia particular10. Esta evaluación general pone en debate algunos rasgos que parecen limitar los trabajos actuales sobre la violencia. Sin pretender, en modo alguno, sustituir una revisión sistemática de la producción científica, lo que sería una especie de "crónica de una muerte anunciada", resaltamos los puntos teóricos que, a nuestro parecer, son más relevantes. Comencemos recordando la importancia de reconocer las inscripciones sociales en el propio discurso científico.

Para nosotros, los muchos rostros de la violencia representan un espacio aparentemente vacío en el que lo no dicho es la moneda corriente; la precariedad merece atención y los "conceptos" deben mantenerse próximos a la experiencia11. En este campo tan complejo nos preguntamos cómo circunscribir el discurso sobre la violencia como una "objetivación" en tanto que éste no siempre es visible12 y que además, la violencia constituye un objeto en constante construcción. Para responder a estos interrogantes comenzaremos exponiendo nuestras primeras preguntas frente a la ambigüedad que se encuentra en los estudios de la violencia. Nos dirigimos particularmente a un implícito que no ha recibido la suficiente atención por parte de los investigadores: una especie de negatividad generalizada frente a la violencia.

Las experiencias que sirven de base para la construcción de nuestro relato sobre los estudios de la violencia apuntan a un dato inequívoco que merecería ser objeto de una reflexión más detallada: nos referimos a la primacía dada al discurso denunciatorio. El escenario está tan fuertemente marcado que podríamos preguntarnos si no existe una prioridad del "discurso de denuncia" -aquel que reclama el fin de la violencia- respecto del "discurso analítico". Afirmar la existencia de esta polaridad es una exageración deliberada, pero dicha polaridad nos permite poner en cuestión la posición que estos discursos pretenden ocupar, a la vez que buscan implícita o explícitamente excluir otros. Sostenemos que el discurso de intervención política directa no puede ser el único, la revisión debe ser siempre parte del tiempo para la acción y siempre es bueno recordar que las demandas para poner fin a la violencia no pueden ser un proyecto de estudio. Y demás está decir, si es necesario enunciarlo, que apuntamos a la defensa de los pobres, de las minorías sociales, de los que sufren la violencia policial, de las mujeres y los niños que son el blanco de la violencia, y afirmamos que los discursos denunciatorios tienen una tarea fundamental en la defensa de la ciudadanía y la construcción de la democracia en Brasil13.

Lo que está en el origen de este trabajo es problematizar la valorización negativa implícita en el discurso, científico o no, sobre la violencia. Lo que nos gustaría destacar es que la violencia, más allá del delito (crimen) y la pena (castigo), implica una visión del mundo, y esa posición tiene consecuencias significativas, sobre todo, para los estudios que se centran en la construcción de las subjetividades de quienes experimentan prácticas violentas. Es la perspectiva de un enfoque, digamos, más vivencial y más cercano a experiencias concretas la que nos posibilitará empezar a pensar en la pluralidad de la violencia y su significado.

Percibimos la pluralidad de la violencia cuando buscamos, por ejemplo, limitar su campo semántico. Nos encontramos inmediatamente ante un campo lingüístico donde diferentes tipos de fenómenos se aproximan enredándose en una tela discursiva cuya amplitud está siempre en crecimiento. En nuestra vida diaria, nos referimos a la violencia en el deporte, en el tránsito, en las calles, en las cárceles y/o también en relación con las precarias condiciones de vida, el hambre, y por supuesto siempre en relación con la criminalidad, aunque tampoco podemos soslayar la violencia contra las mujeres, contra los niños, contra la naturaleza, la violencia que se manifiesta en los rituales de sacrificio; física, psicológica, simbólica, cognitiva... Esta serie, cuya regla de formación es invisible, puede incluir además relaciones de fuerza, tensiones, jerarquías, desigualdades sociales y situaciones de conflicto en general. Se dice que todo está contaminado por esa "peste" y que es necesario eliminarla antes de que se salga de control y domine todo y a todos. Es el paroxismo de la imagen de la violencia. También se dice que, por supuesto, nunca ha sido así... los funks, las pandillas, los neonazis, la policía, los traficantes de drogas, los ladrones, los cínicamente llamados "niños de la calle", el asesinato en el seno de la familia. Los mismos "hechos" que nos permiten ver la violencia son los que también califican su dimensión. En otras palabras, es la creciente extensión de su campo semántico la que nos lleva a pensar que estamos frente a un aumento constante e inevitable de la violencia. La propia memoria actualizada, aunque sin relativizar el pasado, actúa como la portadora de referencias que valoran la realidad actual como una degradación. La memoria alimenta el miedo que se nutre de la fuerza del fantasma que ella representa14. En este sentido, si la violencia es un fantasma, diremos que no puede ser directamente interpelada; es mejor, entonces, dejarla hablar.

La violencia nos habla a través de un discurso catastrófico que se propaga dominando todo nuestro cotidiano. Todos los días, los medios de comunicación presentan un balance de la violencia que, aunque redundante y previsible, alimenta nuestro propio discurso. Su vocabulario y su sintaxis se acercan al discurso de la práctica médica: enfermedad, epidemia, peste, a la vez que, remedio, tratamiento, gravedad... La violencia es un "fantasma" sin tiempo ni lugar, presente en el extraño de la calle desconocida en la noche oscura. La violencia es el caos, una puerta abierta al caos; es la falta de límite, lo impredecible.

El crecimiento del campo semántico no suprime el otro fantasma que ronda el imaginario de la violencia: ella siempre está en otra parte, en el otro. Lo desconocido es una especie de catalizador de los miedos que se alimentan del discurso alarmista que la constituye. Es interesante señalar que, contrariamente a lo que se piensa generalmente, la violencia es "familiar", es decir, su aparición puede involucrar, no sólo, a un mismo grupo social en la denominada "violencia doméstica"15 -donde son explícitas las relaciones de afecto y conocimiento mutuos- sino también, al interior de las minorías sociales.

Por otro lado, cabe señalar que la complejidad del tema nos posiciona como si viviéramos en una dimensión paralela, puesto que el mundo que nos rodea se nos aparece cada vez más predecible y previsor, y quizás por esta razón, estamos cada vez más preocupados por cualquier índice de incertidumbre, en tanto es tomado como una amenaza. Contrariamente a lo que se suele destacar, y a pesar de las dificultades de la democratización en Brasil, nuestra sociedad ha venido desarrollando una amplia participación social, donde la lucha por el respeto de los Derechos Humanos constituye un mayor control sobre las instituciones de seguridad, lo que implica al mismo tiempo, una relativización del fantasma de la violencia, tanto como el fortalecimiento, en términos expectativos, de la reducción de los márgenes de dicho fenómeno social.

El fantasma habla del aumento de la violencia, de sus números "alarmantes", del miedo al otro, etc., pero después de todo, ¿qué entendemos por "violencia"?, ¿cuál es ese objeto del que siempre tratamos de escapar y que se presenta como una fuerza que apunta siempre hacia el exterior?, ¿hay otra manera de pensar acerca de la violencia más allá del círculo de su negatividad y del ámbito de la criminalidad? Estas preguntas no están aisladas como se podría pensar ni son sólo retóricas, son puertas entreabiertas que requieren de la asistencia de investigadores de diferentes áreas de conocimiento y estudios en distintos niveles; una tarea colectiva para quienes se dedican al estudio de la violencia. De hecho, los problemas específicos del campo en el que situamos el debate podrían resumirse en tres órdenes de cuestiones:

a) negatividad/positividad de la violencia

b) complicidad/victimización

c) violencia y grupos minoritarios

Para los que esperaban de esta producción un estudio sistemático, una tipología o una periodización, puede resultar frustrante. No obstante, ese no es el propósito de este ensayo. De hecho, es posible que el cuadro diseñado no sea representativo de la producción en el área, sobre todo, porque no todos los investigadores que constituyen una referencia en los estudios sobre la violencia han participado de las discusiones a las que hemos hecho referencia anteriormente.

En resumen, a partir de las experiencias relatadas constatamos que, a pesar del número creciente de investigaciones y de los conocimientos ya acumulados, existe una demanda por una sistematización del campo conceptual. Fue con este espíritu que, en lugar de proponer un Grupo de Trabajo para la "Reunião Brasileira de Antropologia" (RBA), consideramos que sería más productivo realizar una mesa redonda capaz de producir una sección sobre la investigación actual donde poder situar los cuestionamientos más generales16.

DIFERENCIA Y POSITIVIDAD

Las preguntas que nos proponemos son las siguientes: ¿los estudios específicos sobre la "positividad" de la violencia, esto es, los que colocan el problema más allá del círculo de la criminalidad y de la fantasmagoría a ésta asociada, podrán contribuir al desarrollo de este campo de estudio? Al permitir el rescate de un elemento fundamental como la percepción de los sujetos involucrados en una situación de violencia, ¿no se contribuirá solamente al establecimiento de otro relativismo más? Entendemos que sólo los estudios concretos podrán responder a estas preguntas acerca de la violencia y contribuir a un debate ético.

El discurso sobre la violencia no incluye sólo el lenguaje ni lo que es consciente para quien lo enuncia; es también lo no dicho o silenciado, es un conjunto de enunciados, prácticas y alocuciones que garantizan la circulación de las imágenes de la propia violencia. El discurso sobre la violencia es el lecho de un gran río cuyos ambiguos límites están presentes en su estudio.

De hecho, aún tomando la antropología como referencia, podemos afirmar que las constantes y recurrentes observaciones etnográficas que muestran la importancia de la violencia en las sociedades tradicionales no fueron suficientes para superar la condición de fantasma de la violencia. En los estudios etnológicos, la violencia ha sido expulsada: la imagen creada en su reemplazo es la de sociedades donde la violencia está controlada, codificada, ritualizada, cuando no proscrita (Clastres, 1980: 171). Sin embargo, esta imagen coincide más precisamente con las sociedades que están bajo el signo de la llamada paz blanca, en la consagrada expresión de Robert Jaulin. Parece que proyectamos sobre esas sociedades "pacificadas" un imaginario que procuraría negar nuestra propia violencia; se evidencia aquí una cierta renuncia generalizada hacia la violencia, donde la antropología le niega toda positividad que no venga de su estricto control.

La matriz básica para el desarrollo de nuestra propuesta de investigación sobre la "positividad" de la violencia está en el trabajo Pierre Clastres (1980). Nos referimos, en particular, a la noción de "sociedades contra el Estado" utilizada en el análisis de la guerra en las sociedades indígenas. Según el autor, el Estado funciona como una máquina unificadora, mientras que la violencia y, en particular, la guerra actuarían en sentido inverso. La violencia puede actuar como una especie de fuerza de dispersión volcada al mantenimiento de las diferencias en oposición a la homogeneización que la centralidad de los poderes busca instaurar. En términos de un posible modelo teórico, entendemos que la violencia también podría ser pensada en los aspectos que hacen de ella un elemento instaurador de las identidades locales (étnicas, culturales, etc.) y de la construcción de subjetividades, a través de los procesos de socialización.

Si la generalización propuesta más arriba fuera válida, al menos como una metáfora, se podría pensar que la sociedad más amplia estaría compuesta de una multiplicidad de comunidades indivisas obedeciendo a una lógica centrífuga como en el caso de los pueblos indígenas (Clastres, 1980: 206). Cada minoría, grupo o segmento social podría, bajo ciertas circunstancias concretas, poner en práctica formas específicas de violencia para asegurar su identidad. En el límite lógico de homologar las "sociedades primitivas" a las minorías sociales, hay consecuencias muy complejas desde el punto de vista ético que deben ser tenidas en cuenta: ¿cuáles son las consecuencias de considerar que los sujetos involucrados en situaciones de violencia estarían haciendo uso de un instrumento o garantía para construir el mantenimiento de su subjetividad, esto es, marcando la frontera con lo que consideran exterior?17.

En nuestra opinión, estas cuestiones son preliminares al desarrollo de la investigación en el campo de la violencia y no pretendemos, en modo alguno, reducir el crimen y la llamada "delincuencia organizada" a un simple juego de identidades y territorios. Por otro lado, no se trata de poner en cuestión la lucha por los Derechos Humanos18 que a partir de la participación de los ciudadanos, equivalente general que trasciende las diferencias de la existencia cotidiana, implica límites a las identidades locales. En un sentido amplio, nos gustaría hacer hincapié en que no se puede excluir de la investigación sobre la violencia la posibilidad de considerar que, en condiciones específicas, esta puede actuar como un elemento instaurador, positivo, negador de los procesos de control y homogeneización. Además creemos que este tipo de investigación puede sumarse a otros y producir una moderación, una modulación de la violencia que también contribuiría a protegernos de ésta (Maffesoli, 1987).

Esta perspectiva requiere dejar de lado las razones funcionales de la violencia y la asignación natural de su origen a los desequilibrios sociales o a los esfuerzos de adaptación de los sistemas económicos, pues lo que buscamos identificar son sus formas vivenciales. Es por esta razón por la que destacamos, en primer lugar, la necesidad de desviar nuestra atención a la singularidad contenida en la noción de "la" violencia para problematizar las formas particulares en que ésta se manifiesta; lo que requiere de estudios específicos para que la práctica concreta no se vea ensombrecida por la fuerza de los objetos cosificados.

La violencia es una objetivación, una especie de significante siempre abierto para recibir significados, y no un invariante, un objeto natural. En lugar de acreditar que existe algo así como "la violencia" donde "victimarios" y "víctimas" se comportan en relación a ella, deberíamos mirar cómo suceden las cosas en concreto. Sería interesante identificar que prácticas y discursos están siendo puestos en juego porque es a partir de dichas prácticas y discursos que se construye nuestra propia imagen del campo de la violencia.

La mejor descripción de este enfoque metodológico fue dada por Paul Veyne (1982) cuando analiza la contribución de la obra de Michel Foucault y ofrece a los investigadores una actitud de "densificación", sentido próximo al de la "descripción densa" de la antropología interpretativa. El autor sugiere una descripción positiva de los objetos, libre de los fantasmas del lenguaje y siempre teniendo en cuenta que cada objeto se correlaciona con una práctica, por lo tanto, nunca puede ser traducido a "ideologías" o "grandes nociones".

De hecho, nuestro problema inicial será el de describir positivamente situaciones de violencia tratando de identificar las formas en que son vividas según los diferentes agentes involucrados en dichas situaciones. Así, deshaciéndonos de los fantasmas que nos suscita el lenguaje, podremos volcarnos a las acciones y percepciones de los sujetos evitando el camino de las grandes nociones, tales como "la" violencia, "la" libertad, conceptos que trivializan y tornan anacrónica la percepción de los sujetos. En otras palabras, nuestro objetivo con respecto a la violencia no está en la definición de los límites de la temática, sino en lo que Paul Veyne llama "operadores de individualización" (1983: 30), esto es, reconstruir el conjunto de las prácticas generadas en un determinado entorno social en una época determinada, buscando identificar su "rostro natural" proyectado hacia la sociedad como un todo.

Por último, nos gustaría recordar que las reflexiones contenidas en este texto apenas buscan señalar los aspectos que nos preocupan en relación al estudio de la violencia, en particular, la falta de un marco teórico. La violencia como un fantasma y su característica de "fuerza centrífuga" en relación con los procesos de homogeneización son los dos frentes de trabajo vislumbrados en nuestra investigación sobre la violencia.

Esperamos que el esfuerzo conjunto de las diferentes investigaciones en curso permita un salto hacia la crítica de la noción de "fuerzas centrífugas" y apunte hacia un principio más amplio, como se hizo en la Física. En síntesis, entendemos que estamos frente a un objeto en transformación cuya órbita nos es desconocida y por lo tanto, su único camino posible es la observación sistemática y la descripción positiva.

NOTAS

1 Una primera versión de este texto fue publicada en 1997 en História em Revista (UFPel), Pelotas, Vol. 3, p. 127-135, bajo el título "O Fantasma da violência. Reflexões sobre 'forças centrífugas' e um objeto em revolução".

2 La obra de Jean-Claude Chesnais titulada "Histoire de la violence en Occident de 1800 à nos jours" (Chesnais, 1981) muestra esta contradicción flagrante, específicamente en Francia, entre los discursos estadísticos y políticos, y los de la prensa.

3 En torno a la noción de violencia nos llamó la atención la exposición de Luis Eduardo Soares cuando refiere a la misma como una "palabra-valise" (Entrevista en el Boletín de la Asociación Brasileña de Antropología, Nº 24; 1995). La idea del fantasma de la violencia presentada en este ensayo comprende también el sentido de la "tendencia a homogeneizar las observaciones relativas a los fenómenos asociados con la violencia" y que Soares señaló correctamente, aunque al designarla con el término "cultura del miedo" es, a nuestro entender, demasiado amplia para dar cuenta de la especificidad de nuestro objeto. Sin el deseo de abrir aquí un debate sobre lo señalado, entendemos que sería interesante considerar la posibilidad de que esta "cultura" puede ser una consecuencia de un régimen de prácticas sociales circunscritas por la impunidad (Dahrendorf, 1987).

4 Volviendo a los principales supuestos del análisis de la violencia, A. Zaluar, J.C. de Noronha y C. Albuquerque (1994) muestran que estamos en un campo sembrado de equívocos, en relación con los cuales se ha observado una dificultad significativa para su superación. Esta lectura nos estimuló a escribir el presente texto a través de poner las dificultades que observamos por delante de los referidos presupuestos.

5 En el campo de la cultura, el trabajo de Roberto Da-Matta, "As raízes da violência no Brasil" (En Paoli et al., 1982) constituye una iniciativa interesante para enfrentar este problema. El ensayo de Da-Matta es sugerente y ofrece pistas productivas para la investigación tales como, la idea de que la violencia en Brasil opera tanto para jerarquizar en la igualdad como para igualar en las diferencias. Entendida como un modelo operativo, esta idea, puede convertirse en una matriz productiva para la comprensión de los fenómenos vinculados a la violencia en Brasil, como afirma el título de la obra en cuestión.

6 Nos referimos en particular a los debates celebrados en los siguientes eventos: IV Reunião da ABA-SUL (Florianópolis, 1993), XIX Reunião Brasileira de Antropologia (Niterói, 1994), V Reunião da ABA-(Merco)SUL (Tramandaí, 1995), Encuentro "Tendências Atuais no Estudo da Violência" (Florianópolis, 1996) y XX Reunião Brasileira de Antropologia (Salvador, 1996). A estos se suman varias reuniones paralelas como la celebrada en João Pessoa durante la realización del VII Encontro de Ciências Sociais y de la IV Reunião de Antropologia do Norte e Nordeste (1995).

7 En el año 2000, la RAIVA fue desactivada.

8 El evento contó con la presencia de los participantes del Proyecto integrado: "Violencia, Comunicación y Cultura en Brasil" (Universidad Federal de Río de Janeiro), del equipo de Antropología Política y Jurídica (Universidad de Buenos Aires) y del Grupo "Violencia, Cultura y Sociedad" del Programa de Postgrado en Antropología Social de la Universidad Federal de Santa Catarina, que coordina las actividades de la RAIVA.

9 El paso de los estudios de la violencia como un elemento inteligible en el contexto de las contradicciones estructurales de las sociedades de clase en el campo de la microfísica, aparece bien caracterizado en: "A Violência Brasileira" (Paoli et al., 1982), donde hemos encontrado una apertura al enfoque antropológico como es el caso del ensayo de Roberto Da-Matta antes mencionado: "As raízes da violência no Brasil".

10 Entendemos al territorio en un sentido más amplio que el de un espacio al que se articula parte de la vida o una sociedad determinada. El territorio es un espacio vivido pero también un sistema representado en el que el sujeto percibe la "familiaridad". Por tanto, es sinónimo de propiedad, un espacio del imaginario donde fluye toda una serie de comportamientos, inversiones semióticas, ya sean cognitivos o estéticos. Según Félix Guattari (1986), vivimos en un constante proceso de desterritorialización, es decir, nuestros territorios se deshacen ininterrumpidamente. En este sentido, la empresa capitalista es una máquina de reterritorialización, de domesticación, de disciplinamiento, pues es la vuelta de todo lo que se pierde, de todas las ovejas perdidas del orden de la producción y las relaciones sociales. La noción de reterritorialización, como veremos más adelante, es más útil para la definición del campo de los estudios de la violencia.

11 "Poco más o menos, un concepto de experiencia próxima es aquel que alguien -un paciente, un sujeto cualquiera, en nuestro caso un informante- puede emplear naturalmente y sin esfuerzo alguno para definir lo que sus prójimos ven, piensan, sienten, imaginan, y que podría comprender con rapidez en el caso de que fuera aplicado de forma similar por otras personas. Un concepto de experiencia distante es, en cambio, aquel que los especialistas de un género u otro -un analista, un experimentalista, un etnógrafo, incluso un sacerdote o un ideólogo- emplean para impulsar sus propósitos científicos, filosóficos o prácticos" (Geertz, 1986: 73).

12 La invisibilidad a la que nos referimos es la misma que existe en la gramática para el hablante de una lengua: hablar implica poner en movimiento las reglas que no son conscientes para el sujeto enunciador. En general, creemos que nuestra percepción del mundo está irremediablemente permeada por nuestra experiencia personal. Esa historia construido a partir de experiencias concretas es, al mismo tiempo, única y compartida por nuestros contemporáneos. Es que la percepción y el objeto percibido son constituyentes de una misma realidad. Esta es una razón fundamental para que el conocimiento de la dimensión imaginaria de las prácticas sociales sea considerado una prioridad en este campo de estudio.

13 Al momento en que hemos completado la revisión de este texto junto a los colegas del Grupo "Violencia, Cultura y Sociedad" del Postgrado en Antropología Social de la UFSC, nos sumamos a la Asamblea Legislativa de Santa Catarina para la realización de un mapeo de la violencia en el Estado.

14 Tomamos el concepto de fantasma inspirados en la noción de fantasía discutido por Renato Mezan en "Freud: Pensador da Cultura", quien cita una carta de Sigmund Freud en la que se afirma que: "Las fantasías son construcciones defensivas, sublimaciones y ornamentaciones de los hechos que sirven simultáneamente a propósitos de auto-exoneración" (Mezan, 1986: 187).

15 Informes detallados sobre los homicidios en los Estados Unidos e Inglaterra muestran que los números de la violencia doméstica son tan significativos como el silencio que surge alrededor de ellos (Chesnais, 1981: 100-124).

16 Fueron invitados a participar de la mesa redonda: "Violência e Cultura no Brasil Contemporâneo", los Professores Alba Zaluar (UERJ), Ruben George Oliven (UFRS), Sérgio Adorno (USP), Luiz Eduardo Soares (ISER) e Carlos Alberto Messeder Pereira (UFRJ).

17 Ver: Rifiotis, Theophilos "Entre dois amores... Apontamentos sobre um dilema ético no estudo da violencia". Florianópolis, 1996 (Mimeo.) Posteriormente publicado en la Revista Comunicaçao e Educaçao de la USP, Nº 13, 1998.

18 Recordamos aquí las palabras de M. Godelier (1993: 21): "Iré más allá, y los senores habrán de permitirme afirmar que tal vez existan formas de utilizar la Declaración de los Derechos Humanos que pueden de manera perversa denigrar a otras culturas y subordinarlas antes de aniquilarlas".

BIBLIOGRAFÍA CITADA

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