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Avá

versión On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.30 Posadas jun. 2017

 

DOSSIER

El morir como bien patrimonial en las fuerzas de seguridad en Argentina

 

Sabrina Calandrón* y Santiago Galar**

* Doctora en Antropología Social (UNSAM). Investigadora del CONICET- IdIHCS (UNLP), docente del Departamento de Sociología de la UNLP. Email: sabrinacalandron@gmail.com.

** Doctor en Ciencias Sociales (UNLP). Becario posdoctoral del CONICET- IdIHCS (UNLP), docente del Departamento de Sociología y de la Maestría en Ciencias Sociales de la UNLP. Email: santiago_galar@hotmail.com.

Fecha de recepción del original: 01/10/2017.
Fecha de aprobación: 28/07/2018


RESUMEN

Este artículo analiza el morir en las fuerzas de seguridad en la Argentina contemporánea. El análisis etnográfico parte de los funerales, sepulturas, homenajes y recordatorios a raíz de dos acontecimientos trágicos que incluyeron muertes colectivas: uno de ellos protagonizado por miembros del Escalafón Bomberos de la Policía Federal Argentina y otro que involucró a miembros de la Gendarmería Nacional Argentina. La muerte, en esos contextos, es mucho más que una marca identitaria o institucional, un inconveniente o una eventualidad. El acto de muerte es un bien patrimonializable que se pone en valor, se asocia a poderes espirituales y permite formas de enunciación de la profesión de quienes siguen vivos. Los lazos de solidaridad, el compromiso con la protección de la sociedad y la excepcionalidad trazan el camino que une los sentidos de la muerte con los de la vida en estas particulares profesiones.

PALABRAS CLAVE: Muerte; Fuerzas de Seguridad; Patrimonio; Funerales.

ABSTRACT

This article analyzes the die in the security forces in contemporary Argentina. The ethnographic analysis starts with funerals, graves, tributes and reminders following two tragic events that included collective deaths: one of them carried out by members of the Fire Department of the Federal Police of Argentina and another that involved members of the National Gendarmerie. Death, in these contexts, is much more than an identity or institutional mark, a drawback or an eventuality. Death is a patrimonializable object that is valued, is associated with spiritual powers and allows forms of enunciation of the profession for those who are still alive. The bonds of solidarity, the commitment to the protection of society and the exceptionality trace the path that unites the senses of death with those of life in these particular professions.

KEY WORDS: Dead; Security Forces; Patrimony; Funeral.


INTRODUCCIÓN

El objetivo del trabajo es analizar procesos de patrimonialización del morir en las fuerzas de seguridad en la Argentina contemporánea. Con este fin, reparamos en eventos trágicos que involucran muertes biológicas colectivas a partir de las cuales se habilitaron emociones, prácticas y rituales tendientes a su interpretación y aceptación por parte de los integrantes de las fuerzas. A partir de la reconstrucción analítica de estas tragedias colectivas nos dedicamos a indagar sobre diversos modos significativos de recordar, simbolizar y materializar el acto de morir en fuerzas de seguridad de nuestro país.

Abordamos particularmente dos acontecimientos trágicos, uno de ellos protagonizado por miembros del Escalafón Bomberos de la Policía Federal Argentina (PFA) y otro que involucró a miembros de la Gendarmería Nacional Argentina (GNA). El primero, popularmente conocido como "la tragedia de Barracas", refiere al incendio y posterior derrumbe de un depósito de documentación bancaria sucedido en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) el 5 de febrero de 2014. En dicho evento murieron diez personas, entre bomberos y rescatistas1. El segundo, es el accidente ocurrido en la madrugada del 14 de diciembre de 2015, cerca de la ciudad salteña de Rosario de la Frontera en el cual perdieron la vida 43 gendarmes. Las víctimas habían partido desde el Móvil 5 de Gendarmería, con sede en Santiago del Estero, y se dirigían en comisión hasta Jujuy donde debían intervenir en un potencial conflicto político.

Los casos elegidos constituyen dos tragedias recientes que fueron configuradas como casos conmocionantes a partir de la activa intervención de actores políticos, mediáticos e institucionales del ámbito público nacional. El interés social en estos eventos radicó, en gran medida, en el carácter violento y colectivo de las muertes. Los casos, de hecho, refieren a las mayores tragedias en relación con la cantidad de víctimas pertenecientes a las fuerzas de seguridad involucradas. La PFA y la GNA, por su parte, son fuerzas abocadas a la seguridad interior, la segunda de ellas de naturaleza intermedia2, dependientes del Ministerio de Seguridad de la Nación. Frente a las tragedias en cuestión ambas instituciones quedaron fuertemente implicadas al punto que desarrollaron diferentes respuestas institucionales incluyendo la organización de velatorios y entierros, el otorgamiento de ascensos post mortem y la disposición de homenajes a los/as fallecidos/as.

La idea de patrimonialización que construimos y utilizamos en este texto refiere a la identificación de personas o monumentos que son considerados, por el conjunto de la sociedad o por algunos sectores sociales, como con un valor incorporado que debe, por ello, mantenerse en la memoria y los valores culturales. Aquello que constituye el objeto de la patrimonialización es aquello que se quiere preservar y, en la medida de lo posible, transmitir. En este sentido empleamos el término, para referirnos a acciones que apuntan a preservar, proteger y mantener en la memoria un significado específico de la muerte y el morir. El término patrimonio no refiere, en este escrito, al sentido estricto que orienta las políticas públicas de preservación y catalogación de obras, personajes y saberes. Sin embargo, se inspira en él y toma la idea de intangibilidad que ha sido incluida más recientemente en las políticas de patrimonialización a nivel internacional, con la UNESCO como un referente del campo. De esta forma lo memorable, preservable y transmisible puede ser algo intangible como un mito, una leyenda, un ritual o ceremonia. Es para notar, también, que la política cultural respecto del patrimonio no tiene por tarea rescatar sólo lo objetos "auténticos" de una sociedad, sino los que esa sociedad considera culturalmente relevantes.

En esta investigación, tal como señala García Canclini (1999), nos importan más los procesos a través de los cuáles un bien se vuelve patrimonio, que el objeto en sí mismo. Por ello relevamos las acciones, símbolos e interpretaciones que los integrantes de la GNA y la PFA realizan en torno del morir y no, exclusivamente, la instancia del deceso físico. En este mismo sentido, nos detenemos en el morir, como fenómeno constitutivo y activo de la vida social, y no en la muerte en tanto elemento o sujeto cristalizado y fijo al que los vivos apelan. Lévi-Strauss, en Tristes Trópicos (1988), plantea la idea de que las sociedades no son estáticas ni ilegibles sobre sus propios conceptos de muerte sino, al contrario, la muerte es una forma de mantener viva la cultura.

El patrimonio aquí estudiado refiere al morir porque los agentes reconocen este acto como parte de la identidad de su labor, lo singularizan y experimentan frente a él sentimientos de pertenencia colectiva. En un campo temático diferente, el estudio de Carozzi (2003) resulta inspirador del presente artículo debido a que describe la narrativa emotiva y el valor que los "porteños" intentan resguardar alrededor de la figura de Gardel. De cara al estudio de Carozzi, elaboramos la idea de la patrimonialización del morir relevando y analizando las acciones destinadas a mantener en la memoria colectiva una figura intangible dispuesta a unificar y emocionar a los sujetos que se reconocen como parte de la comunidad.

El "riesgo", la "entrega" y el "sacrificio", "jugarse la vida" constituyen términos que recurrentemente aparecen en el discurso de integrantes de las fuerzas de seguridad. Reiteran la noción de que la pertenencia a la institución incluye la posibilidad concreta de la entrega de la vida. En otras palabras, la muerte como horizonte posible de la cotidianeidad laboral es una marca distintiva de la representación de los miembros de las fuerzas de seguridad (Garriga, 2017)3. El riesgo de morir es narrado por los miembros de las fuerzas de seguridad como una experiencia posible, inminente y cercana. Es un aprendizaje en un proceso que eleva y sacraliza la actividad profesional cotidiana. Además de la dimensión trascendental y emotiva del registro de la muerte, en las fuerzas de seguridad el deceso también moviliza disputas políticas, administrativas y de reconocimiento social. Maglia (2017), en su reflexión sobre los usos sociales de la muerte en policías, repara en la disputa de actores institucionales y familiares por el encuadre administrativo otorgado a la muerte de agentes de la PFA. En esta línea, al analizar prácticas públicas de activistas vinculados a instituciones policiales, Galar (2016) da cuenta de la apelación a la muerte en el reclamo de agentes como evidencia indiscutida de las adversas condiciones laborales del colectivo policial. Los policías subalternos, de esta manera, apelan a la muerte como un mecanismo de canalización de reclamos laborales.

En una perspectiva histórica, Galeano (2011) destaca la fórmula del "caído" en tanto construcción que condensa la heroicidad policial instalada durante el siglo XX, como una práctica institucional que fomenta valores policiales y pretende incitar empatía entre los vecinos. En otra línea de análisis, Sirimarco (2016) desentraña el heroísmo policial en las representaciones vivientes a partir de la cosa muerta como lo es el esqueleto de Chonino, un perro policía. En estos trabajos, la heroicidad policial está enlazada de forma compleja no sólo con la muerte sino, sobre todo, con el material cadavérico.

En este trabajo nos proponemos abordar las formas de presentación, procesamiento y revitalización del morir en fuerzas de seguridad desde una perspectiva etnográfica. El análisis se desplaza en dos niveles interrelacionados. Por un lado, la significación cultural del morir trágicamente –en la que participan actores con capacidad de enunciación en el espacio público–, incluyendo las acciones políticas, los homenajes y las interpretaciones en disputa. Por otro lado, en un registro público pero en sentido restringido, analizamos los rituales, narraciones emotivas, demandas de reparación y actividades colectivas de memoria promovidas por los sujetos que forman parte de las fuerzas de seguridad. El análisis se encuentra organizado en tres partes; una primera parte referida a la construcción pública de las tragedias, una segunda parte que focaliza en los rituales velatorios y una tercera parte en la cual abordamos homenajes y recordatorios materiales realizados a los/as fallecidos/as.

Atendiendo a las características del objeto empírico, con miras a explorar sentidos que circulan y se dinamizan en el marco de la experiencia pública, consideramos pertinente el uso privilegiado de materiales de prensa como fuentes. Apelaremos al archivo audiovisual de las cadenas televisivas Todo Noticias y C5N y al registro de los diarios Clarín, La Nación y Página/12, un archivo que incluye los días de ocurrencia de las tragedias y las ceremonias de despedida de los muertos4. A este corpus inicial y exploratorio incorporamos entrevistas y observaciones realizadas durante 2015 en el Cuartel 1 de Bomberos de la PFA y en el lugar del incendio que desató la tragedia, ubicados en la CABA; y durante 2017 en el Móvil 5 de GNA en la ciudad de Santiago del Estero, y en el lugar del accidente de los gendarmes, en la ciudad salteña de Rosario de la Frontera.

Como punto de llegada, damos cuenta de que el morir es mucho más que una marca identitaria o institucional, un problema o una eventualidad en las fuerzas de seguridad. El acto de morir es un bien patrimonializable que se pone en valor, se asocia a poderes espirituales y permite formas de enunciación de la profesión. Como todo patrimonio, no tiene un sentido único o auténtico y el proceso de patrimonialización no se orienta a mantenerlo puro. Las diferencias e innovaciones en el significado de la muerte abren una contienda que vuelve a cerrarse en el acuerdo generalizado de la muerte como experiencia límite que debe ser venerada por los vivos para mantener la protección de los muertos. También como todo patrimonio, aquí la muerte representa ciertos modos de concebir y vivir el mundo que mantienen y actualizan los sujetos pertenecientes a la comunidad estudiada, en este caso, bomberos y gendarmes.  

LA MUERTE TRÁGICA COMO ACONTECIMIENTO

Diferentes procesos ocurridos en el registro de la acción pública posibilitan, en su confluencia, que un evento se constituya públicamente como un acontecimiento. En este sentido, siguiendo a França y Almeida (2008), entendemos al acontecimiento en tanto fenómeno que instaura discontinuidades, desorganiza y reorganiza la experiencia social colectiva. El acontecimiento consta de un poder de afectación sobre los sujetos que participan de tal experiencia y de un poder hermenéutico habilitando cambios sobre el mundo y quienes lo vivencian.

El incendio de un depósito de información bancaria, el operativo para controlar este siniestro, las muertes de bomberos y rescatistas producto del derrumbe parcial de la edificación y los velatorios de los fallecidos ocurridos en febrero de 2014 en CABA fueron públicamente nominados como "la tragedia de Barracas". Entendemos que la trama dramática de la tragedia, en buena parte alentada por la presencia de la muerte colectiva y por la oportunidad mediática y política, colaboró en su configuración particular volviéndose central en su constitución como acontecimiento. Del análisis se evidencia una marcada periodización en tres etapas que a continuación reconstruimos en términos sintéticos.

Una primera etapa estuvo marcada por la crisis y el suspenso en torno al incendio del depósito. Comenzó por la mañana, con el desencadenamiento del siniestro, incluyó el derrumbe que afectó a los bomberos que trabajaban en el lugar y finalizó al mediodía con el anuncio de los nombres de las víctimas. Algunos de los fallecidos eran parte del escalafón Bomberos de la PFA, otros eran bomberos voluntarios del sur de la ciudad. Fue un período de incertidumbre y ritmo vertiginoso en el cual se destacaron los aportes audiovisuales del periodismo ciudadano y las escenas aportadas por el helicóptero de un canal de noticias que mostraba tanto el depósito en llamas como los cuerpos muertos de las víctimas en el piso, cubiertos con sábanas. Esa imagen de los cuerpos es, en la narrativa literaria y periodística, propia de la muerte trágica y, de hecho, evoca a la intervención policial. Por último, adquirió centralidad la recopilación de imágenes de bomberos quebrados emocionalmente, llorando, abrazados.

En una segunda etapa, delimitable alrededor de la tarde, una vez conocidas las identidades de las víctimas, varios actores confluyeron en la construcción pública de la heroicidad de los bomberos. Por esas horas la prensa se inclinó por narrar las historias de vida de las víctimas apelando al testimonio de familiares y compañeros. Se conocieron, además, los rostros de los fallecidos a partir del acceso a sus perfiles personales de Facebook, imágenes que ilustraban tanto la esfera "civil" como "profesional" de sus vidas, frontera clave en la construcción pública de la heroicidad. Asimismo se difundieron caracterizaciones sobre el "sacrificado" trabajo rutinario de los bomberos, más allá y a partir de la tragedia ocurrida aquella jornada. Un trabajo sacrificado que se evidenciaba en términos concretos en la tarea que los bomberos continuaban desarrollando en Barracas, pues, aunque controlado, el fuego se mantuvo activo durante días. A partir de estas imágenes se apelaba tanto al costado emotivo de los lazos personales de los bomberos como a su costado profesional, en tanto continuaban con las tareas operativas a pesar del dolor ocasionado por la muerte de sus compañeros.

Una tercera etapa es la del recogimiento, el luto y la despedida. Se trata del momento del velatorio –al cual nos referiremos más adelante–, al que la prensa y la institución policial dedicaron tiempo y recursos. El cortejo fúnebre cambió el ritmo de la tragedia al circular por el espacio urbano desde el Cuartel 1 de Bomberos, ubicado en el barrio de Monserrat, hacia el panteón de la PFA del cementerio de Chacarita. El final ya no contenía misterio ni suspenso, como al comienzo del siniestro, sino que los medios de comunicación apelaron a la emoción de sus audiencias. En coincidencia con el segundo momento, esta etapa se centró en el recogimiento frente a la muerte, diferenciándose del primer momento, donde predominó el devenir impredecible y tenso de sucesos.

El caso protagonizado por integrantes de la GNA, por su parte, se desencadenó en la madrugada del 14 de diciembre de 2015 cuando un colectivo que trasladaba 51 gendarmes en dirección a Jujuy por la Ruta 34, perdió el control hasta caer desde un puente hacia el barranco del río Balboa, en la provincia de Salta. La caída, según estimaciones de los periodistas que transmitían desde el sitio del accidente, fue de aproximadamente veinte metros, tras la cual fallecieron de forma inmediata 43 gendarmes. El hecho resultó digno de ser mediatizado, o "noticiable", por una doble vía. Por un lado, como adelantamos, se trató de la mayor tragedia de la historia de la GNA en relación a la cantidad de víctimas. Los muertos superaban ampliamente a las seis personas que en 1999 fallecieron producto de la caída de un helicóptero durante una misión de paz en Haití, y a los nueve muertos producto del accidente de tránsito que un Móvil de la fuerza protagonizó en julio de 2012 en Cerro Dragón, en las inmediaciones de la ciudad de Puerto Madryn. Por otro lado, el de los gendarmes fue uno de los accidentes de tránsito que más víctimas se cobró en toda la historia nacional5.

En la temporalidad mediática es posible delimitar una primera etapa enfocada en el accidente, en la cual se apeló a los recursos periodísticos aportados por medios provinciales. En este momento se destacan elementos similares a los de "la tragedia de Barracas", cuando no se conocía aún la lista definitiva de heridos y fallecidos. Concretamente, el dato se difundió en términos oficiales pasado el mediodía. Pero más allá de la espera, a diferencia del caso de los bomberos de la PFA, una vez conocido el listado de fallecidos los medios de comunicación no enfatizaron las historias personales de las víctimas. La imagen que ganó centralidad en la trama dramática del caso fue la inerte masa de hierros retorcidos que yacían bajo el puente, en la ruta de Salta, en forma de fotos primero y de imágenes audiovisuales después. En esta etapa, además, se habilitaron debates públicos acerca del estado de las rutas nacionales y provinciales, sobre la situación de los vehículos de la GNA e incluso sobre la coyuntura política del país, en tanto los gendarmes acudían a contener un potencial conflicto social derivado de las medidas del gobierno de la alianza Cambiemos que había asumido en la provincia de Jujuy solo cinco días antes del accidente. En este contexto, aunque en términos marginales, también adquirieron visibilidad mediática voces que cuestionaban las "nuevas funciones" de la GNA, en particular las actividades policiales y/o de seguridad urbana a las que diferenciaban de una supuesta "verdadera función" de la fuerza asociada al control de las fronteras6.

Una segunda etapa del procesamiento público de la tragedia se centró en el momento del velatorio colectivo realizado en Santiago del Estero. En esta instancia las voces de las autoridades enfatizaron los valores, la entrega y la dedicación de los gendarmes aludidos en términos genéricos. En este caso, la idealización del oficio de gendarme se asoció a la patria, la salvaguarda de las fronteras (y con ellas del espíritu nacional) y su identidad en tanto "centinelas".

El velorio fue también el escenario de la demostración de emociones objetivadas en llantos, abrazos de familiares y otras expresiones de dolor por parte de colegas gendarmes. "Hoy partieron en el cumplimiento del servicio", afirmó un usuario de la red social Facebook al homenajear a las víctimas en un escrito. En esta etapa se desaceleró la discusión política sobre las condiciones de trabajo, el estado de las rutas y de los vehículos para desplazar la atención hacia el sentimiento que unía con la institución tanto a los gendarmes accidentados como al gendarme genérico. Además, los medios en sus relatos y los camaradas de las víctimas entrevistados destacaron el "compañerismo" como la expresión más acabada de los valores sentimentales que unen a los gendarmes entre sí. Esa misma cualidad es la que en reiteradas ocasiones los gendarmes entrevistados eligieron para describir la actividad operativa propia del Móvil (diferenciándola de las tareas en otros sectores de la GNA). Para ellos el Móvil fomenta el compañerismo en las comisiones que se extienden por semanas o meses, en las que conviven, comparten las comidas y se apoyan en las añoranzas a las familias. Es por esto que destacar el compañerismo en la transmisión y procesamiento de la muerte no es casual ni está desarticulado de la actividad cotidiana del Móvil de GNA.

Algunos elementos son transversales a los dos acontecimientos y, en nuestra lectura, imprimen fuerza dramática a las tragedias. El primero de ellos es el lugar que los compañeros y compañeras de trabajo adquieren dentro del drama. En ambas ocasiones son quienes provén la asistencia primaria, quienes hacen de socorristas en una situación difícil para este ejercicio. Esta acción resulta patente tanto en el registro mediático como en las entrevistas a policías y gendarmes, subrayando la continuidad del drama. El otro elemento destacable que constituye el acontecimiento como drama es la territorialidad. El primer acontecimiento ocurrió en la CABA, ciudad que junto con su conurbano constituye el lugar de procedencia de los fallecidos, donde además fueron enterrados los muertos. El segundo acontecimiento sucedió en Salta y las personas fallecidas pertenecen a doce provincias diferentes, razón por la cual los cuerpos muertos fueron trasladados a diferentes sitios para su sepultura. Esta particularidad estimuló la federalización de la tragedia al tiempo que difuminó por el territorio los reclamos y homenajes realizados posteriormente por los familiares de las víctimas.

LLANTOS INSTITUCIONALES, DOLORES PRIVADOS Y VELATORIOS COLECTIVOS

Los ritos mortuorios, inmersos en una trama cultural específica, colaboran con los deudos en la aceptación de la muerte de sus seres queridos. Estos ritos conjugan gestos improvisados y rituales codificados, prácticas añejas y gestos novedosos, elementos del ámbito público y del privado. Como señalan Gayol y Kessler (2015), los deudos y el Estado buscan formas de honrar a los muertos y, particularmente desde la esfera estatal, de distinguir a aquellos que ofrendaron sus vidas por el bien público. Las ceremonias de despedida de bomberos y gendarmes muertos trágica y colectivamente en "actos de servicio"7 constituyen instancias en las cuales se combinan estos elementos diversos.

Reparemos primero en el velatorio de los bomberos de la PFA, momento saliente de la tercera etapa de "la tragedia de Barracas", aquella caracterizada por el recogimiento y el luto. Los velatorios de las víctimas se produjeron desde la hora cero del jueves 6 de febrero, horario en el cual los bomberos hubieran terminado su turno de guardia. He aquí un primer e importante simbolismo en un ritual que aparece atravesado por la actividad profesional. La atención pública se desplazó desde el depósito consumido por el fuego en Barracas hacia el Departamento Central de la PFA, más precisamente hacia el Salón Dorado, la sala más lujosa y honorable del edificio. Este reconocido espacio, donde suelen llevarse a cabo actos institucionales con el correspondiente respeto del ceremonial y protocolo, fue el elegido para velar a los seis miembros de la institución8.

Entrada la tarde los coches fúnebres transitaron en cortejo por las calles de la ciudad hacia el cementerio de Chacarita, en una despedida que combinó a las fuerzas de seguridad, sus ritos y símbolos, con los vecinos de Buenos Aires, quienes apostados a los lados del recorrido aplaudieron sostenidamente. El cortejo fue precedido por una sirena, sonido que los bomberos suelen utilizar para anunciar una emergencia, y fue encabezado por una autobomba. Detrás de ella se alinearon los coches fúnebres, oscuros y alargados, que llevaban en su interior a los féretros cubiertos con banderas argentinas. Por la ventanilla del lúgubre automóvil se podían observar las letras que conformaban el nombre de la persona cuyo cuerpo llevaba en su interior.

Al llegar al cementerio de Chacarita, en el que la PFA posee un panteón propio, el cortejo fue recibido por un acto institucional. El cementerio es reconocido por las personalidades que alberga y el estilo artístico con que monumentaliza a las muertes, por lo que ser sepultado en este lugar, particularmente en algunos de sus panteones, implica una distinción. En un sector de sus jardines se demarcó un espacio con equipo de sonido, sillas y ubicaciones para los participantes con miras a realizar el recibimiento de los cuerpos. Desde el micrófono se expresaron algunas autoridades políticas e institucionales de primer rango e, incluso, se dio lectura de una carta enviada por el Papa Francisco. En las imágenes tomadas por canales televisivos notamos seriedad, organización y control de cada paso previsto en el evento. Los horarios estaban prefijados y cada acto ocurrió de acuerdo al esquema pautado. En las entrevistas los bomberos destacaron la organización de la ceremonia a partir de una marcada estructuración dispuesta por la PFA.

En el caso de los gendarmes muertos en el accidente ocurrido en Salta, el velatorio se llevó a cabo por la noche del 14 de diciembre en el Forum, un centro de convenciones ubicado en el corazón de la ciudad de Santiago del Estero, a metros del Móvil de GNA donde cumplían funciones los fallecidos. Este moderno edificio cedió paso al rito católico de la capilla ardiente dispuesta para la veneración, la manifestación de respeto y la realización de oraciones religiosas. En el lugar se hicieron presentes las máximas autoridades de la fuerza, pero también importantes referentes de la política como la vicepresidenta de la nación y la gobernadora de la provincia. En conversaciones con los medios, sin pronunciar discursos durante el velatorio, ambas hicieron referencia a la figura genérica del gendarme, a su patriotismo, al acto de entrega a la patria que representaban las muertes y al dolor reinante en las familias afectadas.

Durante ese día se sucedieron escenas de desborde derivadas de la escala del accidente y de la falta de previsiones para una tragedia de esta envergadura. Los medios de comunicación referían a que no alcanzaban los ataúdes disponibles en la ciudad ni las banderas argentinas que, según marca el protocolo, debían envolverlos. Tampoco eran suficientes los soportes para los cajones y, de hecho, utilizaron pies de diferentes estilos para mantenerlos en altura. Además hubo dificultades para identificar a los muertos y no eran suficientes las bolsas para cadáveres, ni los vehículos para trasladarlos. Un gendarme nos comentó, por ejemplo, el enojo de una viuda al notar que su esposo estaba envuelto en una mortaja de menor calidad que, a sus ojos, se asemejaba a un mantel. Estas dificultades prácticas obstaculizaron la realización del ritual mortuorio al tiempo que dejaron entrever la voluntad y actividad de las personas detrás de una liturgia que se pretende sobrehumana.

La institución dispuso de profesionales de distintas especialidades para brindar asistencia física y psicológica a los familiares de los accidentados, así como un móvil sanitario para atender a quienes padecieran algún tipo de descompensación. Además, la institución habilitó un transporte aéreo para mover los cuerpos de los fallecidos, ya colocados en sus respectivos féretros, hacia los lugares de sepultura. En ocasiones posibilitó el traslado de familiares de los fallecidos desde y hasta Santiago del Estero, según la necesidad. De esta manera, si bien el velorio se configuró como un acto multitudinario y público, los entierros fueron ceremonias individuales que volvieron a fragmentar a ese colectivo conformado como víctima.

Se trataron de velatorios colectivos, televisados "en vivo y en directo", con participación de actores externos al círculo familiar. Es destacable en esta dirección la participación de los vecinos de las respectivas ciudades, agolpados a los lados del cortejo en Buenos Aires y en las inmediaciones del centro de convenciones de Santiago del Estero. Alrededor de las tragedias se configuraron públicos en el doble sentido que dan al término Cefaï y Pasquier (2003), como una audiencia mediática y como un colectivo de ciudadanos movilizados por un tema. Asimismo fueron notorias las presencias de las más altas autoridades institucionales, rindiendo homenaje a sus subalternos, es decir a aquellos a quienes en términos normales demandan entrega, sacrificio y valor. Se encontraron además las autoridades políticas nacionales y locales, pertenecientes en ambos casos a sectores políticos enfrentados que no solían compartir actos públicos. En los estudios de televisión, particularmente en la cobertura de "la tragedia de Barracas", periodistas e invitados enaltecieron la tarea cotidiana de los profesionales fallecidos. En definitiva, a colación de las tragedias, un conjunto de actores intervino de diversas maneras reconociendo a la tarea policial, una valoración poco común en otras circunstancias.

En nuestras actuales sociedades occidentales la escena que usualmente se monta para despedir a una persona que acaba de morir es protagonizada por sus familiares, amigos y allegados. Es la persona y su corporalidad la que adquiere centralidad tanto en términos espaciales como en las conversaciones que los actores sostienen a su alrededor. Es común, por ejemplo, que se repasen historias que involucran a los fallecidos, recordar sus gustos, narrar sus preocupaciones. En las escenas que repusimos los velorios están comandados por actores institucionales fuertes que imponen sus marcas y símbolos. Las banderas argentinas referenciando al patriotismo, el lugar destacado que asumen las autoridades y la presencia de un sinnúmero de uniformados colaboran en la configuración de un actor de carácter colectivo e institucional. Los ritos adquirieron el carácter de despedida de una pieza relevante que pertenece a una institución mayor, mientras los discursos en circulación referían a la profesión, a la fuerza y, en ocasiones, a las negligencias que confluyeron en el desenlace fatal.

Los velatorios son también instancias donde, en medio del dolor, los deudos imaginan el derrotero del alma más allá del cuerpo muerto. La esperanza de un alma recogida por un ser superior o integrada a un sitio sagrado suele construirse en la interacción de los participantes que se implican en la despedida. Esta forma de elaborar el luto también estuvo presente en estos velorios colectivos. Algunos gendarmes utilizaron una interesante figura para denominar ese paso hacia otra forma de vida asociada profundamente a su auto-reconocimiento como "centinelas de la patria": "centinelas en el cielo". En esta fórmula condensaban el compromiso de su tarea de "centinelas" con la pérdida de la vida como un acto más dentro del servicio de gendarmes, al mismo tiempo que otorgaban trascendentalidad a la vida y un destino superior a sus camaradas que continuarían brindando protección desde "el cielo".

HERMANDAD Y HEROÍSMO: LA MUERTE EN CENOTAFIOS, PLACAS Y SANTUARIOS

Los velorios constituyen ceremonias habituales dentro de nuestra sociedad en las cuales se dispone de una serie de prácticas y discursos que resultan más o menos esperables. En sus estudios clásicos, Durkheim (1912) señala a los rituales sobre la muerte como una instancia para intensificar las emociones compartidas y establecer lazos de unión. De modo que, para el autor, esos rituales cumplen una función social reconocible que apunta a incrementar la solidaridad de los individuos. En diálogo con esta idea, Marcel Mauss (1921) avanza sobre el estudio de los rituales funerarios atendiendo a la expresión obligatoria de los sentimientos que, en el marco de estas prácticas, lejos de ser expresiones individuales, aisladas o irracionales, se adaptan a la justa medida que demuestra la proximidad de los sujetos entre sí y de los sujetos con el muerto. Partiendo de este marco sobre la ritualidad y la rutinización de los funerales, entendemos que la muerte colectiva constituida como un caso conmocionante constituye un fenómeno que en nuestra actualidad se configura esporádicamente. La improbabilidad de esta escala de muerte y la conmoción con la que fue recibida por la sociedad produjeron que, en ambos acontecimientos, las expresiones de solidaridad, cortesía y tributo hacia los fallecidos se asemejen a un núcleo común de representación pero que posteriormente se dispersen en múltiples expresiones, habilitando una interesante heterogeneidad en las marcas de veneración.

Simultáneamente al momento del cortejo fúnebre y el comienzo de la inhumación de los cadáveres de los bomberos fallecidos en "la tragedia de Barracas", los cuarteles de bomberos de diferentes puntos del país hicieron sonar sus sirenas de alarma. La emisión del mismo sonido, tan distintivo de la actividad de bomberos, generaba un lazo de solidaridad, encuentro e identificación con el oficio profesional. Más de 700 cuarteles se unieron a esta expresión pública de dolor y lamento transmitidos en el registro sonoro. Fue entonces cuando un jefe del área de seguridad siniestral de la PFA, según reconstruimos en un trabajo previo (Calandrón y Galar, 2017), dijo sentir que las sirenas antes que cantar, como en el cuento mitológico protagonizado por Ulises, sonaban como un llanto.

El 5 de mayo de 2014, a escasos meses del incendio, autoridades nacionales y municipales colocaron una placa metálica en el Puente de la Mujer situado en el barrio de Puerto Madero. La placa recordaba a Anahí Garnica a quien reconocía como la primera bombero mujer "caída en cumplimiento del deber". Además de referenciar al género de la fallecida el lugar elegido se enmarcaba en una historia de amor que, desde la mirada de las autoridades que impulsaron este homenaje, era propia de las mujeres. Más concretamente, la entonces ministra de seguridad de la Nación, Cecilia Rodríguez, narró que el escenario también era alegórico a la "historia de amor" de Garnica, en tanto allí su esposo le había pedido casamiento. De esta forma, más allá de la veracidad de la historia, la muerte era transmitida y materializada junto al sentimiento esperanzador del nacimiento del amor. A través del acto las autoridades reconocían al Puente de la Mujer como un lugar donde ella "encontró el amor" y donde ahora, esperaban, pudiera encontrar "la paz eterna". Simultáneamente, la institución brindaba a Garnica un reconocimiento especial al identificarla como "la primera" mujer en abrir un camino que luego continuarían otras. Por esto el acto contaba con una abultada guardia de bomberos mujeres de impecables uniformes de gala. Finalmente, reconocían a Garnica como "la única" mujer, la única bombero caída en cumplimiento del deber que, por ese carácter, merecía un reconocimiento también único.

Días después del incendio en Barracas, en marzo de 2014, la presidenta Cristina Fernández firmó un decreto que estableció para las víctimas un ascenso post mortem al grado inmediato superior atendiendo a su "alto grado de profesionalismo, valor y vocación de servicio", al considerar que "entregaron su vida en resguardo de la sociedad, sirviendo a la comunidad y protegiendo a personas y bienes"9. Por su parte, en diciembre de 2016, al conmemorarse un año del accidente, la ministra de seguridad Patricia Bullrich entregó en un acto conmemorativo los diplomas de honor que contenían los ascensos post mortem al grado superior para los 43 gendarmes fallecidos. Este acto administrativo y simbólico forma parte de los modos de reconocer y valorar la muerte en las fuerzas policiales. Retomando los planteos de Mauss acerca de la expresión de las emociones en actos funerarios, las autoridades institucionales ofrecen solemnemente, sin llantos ni gritos, un reconocimiento administrativo al valor, coraje y profesionalismo de los muertos que, según registramos, es recibido por familiares y compañeros con llantos y abrazos. Se establece entonces, siguiendo a Mauss, una relación desigual en la que una parte, la institución, da un valor desinteresadamente en virtud del buen desempeño del fallecido durante su vida profesional. Del otro lado, en el contexto familiar del fallecido, este obsequio se recibe con gratitud y emoción. Sin embargo, la magnitud de la 'obligatoriedad' de este reconocimiento solo adquiere visibilidad cuando se ausenta o retarda.

Es importante notar que la vida administrativa post mortem es significativa en el caso de las fuerzas de seguridad. Algunos familiares de gendarmes fallecidos en el accidente nos comentaron sus expectativas de que los ascensos continuaran "como si estuvieran vivos". Es decir, esperaban que cada cuatro años se otorgara un nuevo ascenso, equiparando los plazos de sus familiares fallecidos con los de los gendarmes vivos. El grado jerárquico determina el salario de cada gendarme y, en caso de fallecimiento, se transforma en una pensión que recibe la esposa, ya viuda. Ese grado incide además en la liquidación de los seguros de vida que los familiares directos de los muertos recibieron luego de las tragedias. Finalmente, el reconocimiento económico aportado por las Aseguradoras de Riesgo de Trabajo (ART) no diferencia según jerarquías pero, por ejemplo, se amplía según las personas a cargo del fallecido. De esta manera, se producen por la vía administrativa constantes fragmentaciones que diferencian aquel muerto colectivo simbolizado en la tragedia10.

Durante nuestro trabajo de campo, en el año 2015, realizamos visitas al sitio donde funcionó el depósito de documentos bancarios incendiado en Barracas. Los hierros retorcidos y una masa carbonizada de lo que alguna vez fueron papeles de empresas financieras eran acompañados por una patrulla de la Prefectura, compuesta por siete agentes que conversaban, tomaban mate y se reían en una de las esquinas. Nada de esto les impidió mirar de reojo y abalanzarse precipitadamente sobre cualquier paseante curioso. "No se pueden tomar fotos… por la causa judicial, ¿vieron?", nos advirtió entonces uno de los agentes. Entre la masa ferrosa y carbonizaba del galpón se levantaba un pequeño santuario en el que, aún desde lejos, se distinguían caras y nombres propios, como los de José, Sebastián y Anahí. Un cartel de chapa con la inscripción "héroes de Barracas ¡presentes!" se ubicaba en un lugar central del homenaje.

Nos encontrábamos frente a una forma particular de recordar el morir de los bomberos, que se patrimonializa en tanto superación de la vida terrenal y el paso a un estado diferente. Los héroes son, en la mitología, aquellos hombres que se acercan a los dioses y cuyos grandes actos personales cambian la historia, son quienes vienen a servir de ejemplo al resto de la humanidad. De ese modo, como "héroes", sus familiares y colegas bomberos los mantienen en la memoria. No obstante, si bien para sus familiares y amigos podían ser llamados "héroes", a nivel institucional esta expectativa quedaba trunca a causa de que el acto más heroico se concentraba en la acción de morir y no en proezas que, realizadas en vida, le permitieran superar esa muerte. Las muertes nacieron en fallas de la institución, en los términos de Sirimarco (2017), y no en una hazaña cargada de valor, coraje y entrega en pos de cuidar y salvar otras vidas. Resulta de esto que las estrategias de recuerdo y veneración se asocian más a las circunstancias de muerte que a la figura heroica de cada fallecido individual.

Reparemos finalmente en la construcción del cenotafio en memoria de los gendarmes muertos en Salta. Un cenotafio es un monumento funerario, por lo tanto una forma de materialización del recuerdo, que posee una particularidad: está vacío. A diferencia de las tumbas que albergan en su interior el cuerpo de la persona a quien se homenajea, el cenotafio no contiene cajones, cadáveres ni cenizas. No hay en él ningún rastro de la corporalidad del fallecido, objeto de tal reconocimiento. La obra en cuestión se construyó durante 2016 y el lugar de emplazamiento fue la primera lucha que dio quien estuvo a cargo de concretarla, el jefe del Móvil 5 de GNA. Era importante que el monumento se emplazara en el lugar exacto del accidente. Al relatar el proceso, el jefe recordaba otro evento trágico en el que participó, el accidente en Cerro Dragón al que referimos más arriba en el cual murieron nueve gendarmes. Allí, contaba, el cenotafio debió construirse en la mano de enfrente porque el sitio mismo del accidente era una zona inundable. Esta disposición enojó a las viudas de los gendarmes que, como forma de protesta, se mantuvieron de espaldas durante el acto de inauguración. Por eso, recordando esa triste experiencia, se lanzó a una enrevesada negociación con la Dirección Nacional de Vialidad para que autorizara la obra en el sitio exacto del siniestro, a la vera de la Ruta 34. Con este fin entubaron un canal y edificaron una explanada con estacionamiento para autos. El cenotafio fue bosquejado por el jefe del Móvil con ayuda profesional en lo referente al diseño arquitectónico. El monumento pretende representar la forma de un autobús que, en su devenir, se va desarmando y luego se eleva al cielo. Este efecto se logra con paredes discontinuas colocadas en un rectángulo, mientras que la elevación se plasma en una obra sobre-relieve donde un ómnibus se dirige hacia las nubes.

La estatua central representa a un gendarme que lleva en brazos a otro gendarme, identificados por el uniforme y las boinas, un símbolo del personal que ejerce tareas en el Móvil de la GNA. Quien va en alzas está herido y ambos salen, justamente, del ómnibus accidentado. En otra placa sobre-relieve se observa otra imagen de socorro, pero esta vez el gendarme auxiliado yace muerto, su boina está en el piso. La compañía frente al peligro y el auxilio de los camaradas son ideas medulares en esta forma de recordar la muerte. El compañerismo en tanto cualidad colectiva es el valor impreso en este cenotafio. Estas imágenes, según el oficial que imaginó el monumento, se encuentran además inspiradas en una historia real:

"En ese despliegue viajaban dos hermanos, el menor estaba originalmente destinado a ocupar un lugar en el micro que luego se accidentó, pero antes de salir, un poco en chiste, el hermano mayor le cambió de lugar. Diciéndole algo así como 'vos pibe, andá en el de atrás'. Así, cuando sucedió el accidente, el menor fue a socorrer a la gente del micro caído y con lo primero que se encontró fue con el hermano, lo sacó, pero ya estaba muerto" (Nota de campo, 30/08/2017).

El lazo entre colegas constituye un significado particular en el procesamiento de la muerte trágica en las fuerzas de seguridad y, por lo tanto, cobra un lugar destacado en la patrimonialización de la muerte. La noción de muerte que se transmite, venera y conmemora está íntimamente asociada a la hermandad, socorro y camaradería. Es para destacar que, en ningún caso, se veneran a los muertos porque sus acciones en vida les permitan trascender la muerte, sino que se veneran por el acto mismo en el que murieron.

Diferentes mitos y rumores rodean al cenotafio, según los relatos de gendarmes del Móvil 5. Por ejemplo, los albañiles abocados a su construcción aseguraron escuchar recurrentemente silbidos que corresponderían a los gendarmes fallecidos. También nos contaron que en ese lugar se produjo otro accidente protagonizado por una mujer que relató haber sido rescatada por una figura masculina, a quien identificó con uno de los gendarmes fallecidos. Por este motivo la mujer suele concurrir al cenotafio a agradecer a quienes "le salvaron la vida". Los gendarmes mencionaron asimismo que un camionero que transitaba un día de muchísima lluvia y tormenta por la Ruta 34 notó cómo al llegar al cenotafio las inclemencias del clima cedían "milagrosamente". Este tipo de historias, reiteradas por los compañeros de los fallecidos, alimentan la idea de la supervivencia de las almas más allá de la muerte del cuerpo, pero arraigada especialmente a ese instante de la muerte física. Las almas sobreviven allí, en el mismo espacio geográfico donde encontraron la muerte.

REFLEXIONES FINALES

El morir es, indudable y contundentemente, significativo en las fuerzas de seguridad de nuestro país. Esta relevancia se manifiesta en la inversión, disposición y esfuerzo destinados para su veneración así como en la presencia continua en las palabras que los agentes utilizan para explicar su oficio, profesión o actividad. En el despliegue de este escrito analizamos las acciones orientadas a preservar, transmitir y mantener en la memoria el hecho de morir como un símbolo de valor. Es por ello que acuñamos el término, construido a la luz de nuestros hallazgos empíricos, de patrimonializar el morir. Esto responde a que en los actos valorativos y conmemorativos la heroicidad colectiva de las fuerzas de seguridad se erige sobre las situaciones del morir. Este proceso deja de lado las cualidades individuales de quienes fueran esos bomberos y gendarmes en vida para la elaboración de los héroes.

Para indagar sobre este fenómeno seleccionamos dos acontecimientos trágicos y conmocionantes, uno protagonizado por la PFA y otro por la GNA, a partir de los cuales revisamos la emergencia del morir en el espacio público. La particularidad de estos fenómenos radica en que en el mismo movimiento en que la muerte es considerada una instancia que homogeniza y une a la institución con su personal y a éste con el conjunto con la sociedad, también se trata de un momento de distinción y fragmentación. Estas situaciones del morir son plausibles de ser patrimonializables por la conmoción generada socialmente, lo cual responde a la magnitud de la muerte (accidentes que involucran a decenas de personas) y a la oportunidad política. Esta última, a veces producto de una conjunción azarosa de condiciones, provoca que en ese momento y en ese lugar estos acontecimientos colonicen la escena mediática y exijan respuestas políticas visibles.

Los velatorios y la materialización de esas muertes muestran un morir distintivo de los agentes policiales respecto del de sujetos que no integran las fuerzas de seguridad. Detalles como los velatorios coordinados con los horarios de comienzo y fin de los turnos de guardia, el recurso de las sirenas, la presencia de una autobomba histórica encabezando el cortejo fúnebre, la reiteración de uniformes y boinas distintivas, las guardias de honor y los reconocimientos institucionales post mortem hablan de un proceso ceremonial particular. En esta misma dirección, también se destacó la muerte original o la muerte extraordinaria reposicionando la excepcionalidad del suceso. Argumentaciones como "la única mujer caída en cumplimiento del deber" revalorizan esta combinación entre lo genérico y lo especial del deceso.

Las ceremonias funerarias de los miembros de las fuerzas estuvieron centradas en la trascendencia de los muertos para quienes se espera la continuidad del alma. Para esto, entre las estrategias de generación de significados encontramos la apelación a la heroicidad colectiva (los bomberos difuntos devinieron "héroes") y a la prolongación de su responsabilidad de proteger la sociedad (los "centinelas de la patria" se convirtieron en "centinelas en el cielo") que, más que cualificar a los muertos, describe y califica a las instituciones. Finalmente, la muerte se asocia a la solidaridad y a la igualdad entre agentes de diferentes lugares, con distintas historias personales y jerarquías. Es claro que todos estos sentidos no están atribuidos a la muerte de forma estática y acabada sino que se dinamizan en los procesos posteriores a la finalización trágica de las vidas y se expresan a la hora de realizar un funeral, construir un monumento, diseñar una placa o decir un discurso. En este sentido la muerte se patrimonializa como un símbolo de la profesión que, en su reconocimiento y confluencia, construye identidad. Insistimos con esta idea debido a que las obras monumentales, los litigios judiciales, los programas televisivos y las placas conmemorativas relevadas en el marco de este trabajo no recuerdan a las personas devenidas héroes sino a la situación de muerte experimentada por el conjunto de la organización policial. De manera que aquí ofrecemos una mirada complementaria a aquellos trabajos concentrados en el proceso de transformación de los sujetos policiales en héroes (Galeano, 2011).

Recuperando el análisis de Marcel Mauss, que asocia las expresiones de los sentimientos con la proximidad de los deudos respecto del muerto, en este artículo damos cuenta del protagonismo en ese juego de cercanías que tienen las instituciones policiales. En las ceremonias y homenajes las fuerzas se vuelven centrales no únicamente por la potencial responsabilidad que tienen en esas tragedias sino, principalmente, por el sitio que la actividad profesional tuvo en la vida de los fallecidos y tiene hoy en día en los agentes que permanecen vivos. Las familias cercanas y la colectividad profesional cobran el mayor protagonismo a la hora de concretar el velorio, decidir el entierro, crear la capilla ardiente, elegir los féretros y disponerlos en espacios o trasladarlos. En la dirección opuesta, pero subrayando esta misma idea, la muerte se erige como consecuencia de las (malas) decisiones operativas y profesionales. Así las cosas, la disputa abierta para darle sentido al morir es también una disputa para darle sentido a la vida profesional.

NOTAS

1 A los seis muertos que se desempeñaban como bomberos de la PFA se suman dos rescatistas pertenecientes a Defensa Civil y dos bomberos voluntarios de destacamentos del sur de la ciudad.

2 La GNA es una fuerza intermedia porque tiene carácter civil, con disciplina militar y constituye una fuerza de reserva del ejército.

3 En otros trabajos, por ejemplo, identificamos que la muerte de bomberos durante prácticas laborales no es común en términos estadísticos, sin embargo la presencia simbólica de la muerte en los cuarteles con placas, fotos, poemas y obras monumentales evidencia la importancia de la muerte en la cotidianeidad de los miembros de esta institución (Calandrón y Galar, 2017).

4 El archivo está centrado en los días 5, 6 y 7 de febrero de 2014, momento en el cual se produjo el incendio y los rituales de despedida de los bomberos fallecidos, y en los días 14 y 15 de diciembre de 2015, cuando se produjo el accidente de los miembros de la GNA, el velorio colectivo y el traslado de los cuerpos a las ciudades de procedencia de los muertos. El corpus consta de 193 ítems en prensa y 856 minutos de material audiovisual.

5 Superado por las 54 víctimas fatales que se cobró la caída de un colectivo a un arroyo santafecino en 1970 y por las 56 víctimas ocasionadas por el choque de tres micros en Corrientes en 1993.

6 Esto fue, por ejemplo, lo que remarcó el flamante Secretario de Seguridad del gobierno nacional, Eugenio Burzaco, replicadas por La Nación (15/12/2015).

7 Ésta es una categoría formal de las instituciones policiales que refiere a morir durante una actividad vinculada al trabajo, tanto en el cumplimiento de un turno como en el traslado desde o hacia el lugar donde se desarrollan las tareas laborales. Dentro de esta categoría general aparecen distinciones que en cada fuerza apuntan a diferenciar la muerte durante una actividad asociada al trabajo del fallecimiento en medio de una actividad operativa específica policial.

8 Luego del rito velatorio los cuerpos de dos de los agentes fueron trasladados a cementerios del gran Buenos Aires por lo que no formaron parte del cortejo hacia el cementerio de Chacarita.

9 Decreto 241/2014, Boletín Oficial de la República Argentina, 05/03/2014.

10 Sobre esta relación entre reconocimientos simbólicos y materiales en el caso de policías fallecidos de la PFA ver Maglia, 2016.

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