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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.31 Posadas dez. 2017

 

PRESENTACIÓN

Presentación al dossier: Cuerpo, tecnología y placer

 

Coordinadores: Ana Gabriela Alvarez* y Bruno V. Cardoso**

* Profesora Visitante de la New York University. E-mail: anitagalvarez2@gmail.com

** Professor do Programa de Pós-graduação em Sociologia e Antropologia e do Departamento de Sociologia do Instituto de Filosofia e Ciências Sociais da Universidade Federal do Rio de Janeiro (IFCS/UFRJ). E-mail: brunovcardoso@hotmail.com 


En las últimas décadas, las cada vez más variadas relaciones e interfaces entre cuerpo, tecnología y placer, han ido cobrando una relevancia cada vez mayor en las discusiones teóricas de las ciencias sociales y humanísticas. Desde diversas propuestas teórico-metodológicas y disciplinarias –entre ellas la antropología médica, la etnografía y la psiquiatría– estas articulaciones han sido interrogadas partiendo de aspectos que incluyen el desarrollo de tecnologías de comunicación y transporte que han alterado este campo de relaciones, así como las formas de resistencia que se ensamblan a partir de cuerpos y placeres al dispositivo sexual que intenta amarrar el deseo al sexo como una de las estrategias de ejercicio del biopoder. En las miradas más interesadas en el soporte tecnológico en sí, relacionadas frecuentemente con paradigmas nuevos como el “mobility turn” en las ciencias sociales (Faist, 2013) o el estudio de lo que Shaw y Sender (2016) llaman “tecnologías queer”, la inquietud se enfoca sobre todo en los efectos agenciales y afectivos de la genderización de nuevos ensamblajes entre tecnologías comunicacionales, esferas mediáticas, comunidades y circuitos de producción y recepción. Internet ha propiciado como uno de sus efectos masivos y perdurables la rápida expansión de la pornografía, contribuyendo a un crecimiento de la industria del sexo que incluye un amplio espectro, desde cuerpos no hegemónicos hasta universos marcados por el crimen y la violencia, y formas mercantilizadas de afecto, tales como novixs por correspondencia. El transporte, a su vez, ha creado una movilidad global no sólo de trabajadorxs sexuales sino también de turismo sexual, que contribuye a la complejización de las relaciones biológicas, objetuales y virtuales.

En cambio, los enfoques que centran su preocupación más bien en los nuevos modos de subjetivación que surgen de tales configuraciones han retomado como un punto de partida ineludible, la obra de Michel Foucault sobre la biopolítica, por un lado, y las (est)éticas del “cuidado de sí”, por el otro. Desde esta última perspectiva, las tecnologías pueden ser utilizadas para disciplinar así como para articular estrategias subversivas contra las normativas genérico-sexuales, permitiendo la constitución de prácticas e identidades que desafían modelos hegemónicos de normalidad. Los textos reunidos en este dossier transitan entre ambos ejes de abordaje, algunos poniendo el énfasis más en las modalidades de uso social de la tecnología –representaciones, apropiaciones, prohibiciones–, otros en las propias corporalidades, goces y pasiones habilitadas por tecnologías biomédicas y comunicacionales.

Como es sabido, en Historia de la Sexualidad, Foucault propone que desde el siglo XVII el “sexo” se transforma en el centro de las prácticas de regulación, disciplinamiento y vigilancia por parte del Estado. “Entre el Estado y el individuo, el sexo ha llegado a ser el pozo de una apuesta, y un pozo público, invadido por una trama de discursos, saberes, análisis y conminaciones” (Foucault, 1986: 36). Un elemento central aquí será que el placer, pensado hasta entonces como estando en relación directa con el instinto y lo natural, es en cambio develado en su problematicidad compleja y atravesada por políticas del sujeto y la comunidad que son específicas al lugar geográfico-social y momento histórico.1 Entretanto, lo que propondrá Foucault como tesis central tanto en La Voluntad de saber (1976) como en Defender la Sociedad (su curso público del mismo año en el Collège de France) es que el desarrollo del “poder sobre la vida” representa una de las transformaciones determinantes de las sociedades europeas modernas: justamente, ese “bio-poder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo: éste no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos” (Foucault, 1977: 170).

Este biopoder se habría desarrollado según Foucault entre dos polos: una anatomopolítica del cuerpo humano, centrada en el individuo y sus capacidades productivas y reproductivas, y una biopolítica de la población, tendiente al cuerpo-especie y la administración de su “bienestar” en un balance económico de potenciales y riesgos. Sin embargo, en su obra más tardía Foucault se alejará de esta mirada panóptica del poder para pensar en cambio las “técnicas del sí (…) por las que los hombres no sólo se fijan reglas de conducta, sino que buscan transformarse a sí mismos, modificarse en su ser singular” (Foucault 1986: 14). Es en este contexto, precisamente, que surgirá como un nuevo eje central de su pensamiento la figura clásica del “uso de placeres” –chresisaphrodision–, en función de indagar en “los modos de subjetivación a los que se refiere: sustancia ética, tipos de sujeción, formas de elaboración del sí y de teología moral” (Foucault 1986: 32). Se observa entonces que, si bien la no-naturalidad problemática del placer sigue siendo para Foucault uno de sus aspectos centrales, hay ahora también una mirada sobre los procesos de subjetivación ya no simplemente como efectos de poder sino desde un “sí mismo” relacionado consigo a través del cuidado y la ética.

Si la biopolítica hasta el siglo diecinueve se centrará en políticas de salud (tasas de natalidad y mortalidad, de enfermedades y epidemias, etc.), en el siglo veinte el foco se trasladará a las crecientes potencialidades de controlar y diseñar las capacidades vitales de los seres humanos como criaturas vivientes: como las denomina Nikolas Rose (2007), las “políticas de la vida en sí misma”. Las transformaciones del capitalismo tardío, particularmente en lo concerniente a las biotecnologías así como a los sistemas de gobernabilidad y administración de éstas últimas, tienen un impacto también en los estudios sociales.

La molecularización del cuerpo humano y la extensión de la comprensión de sus fenómenos en términos somáticos, en especial en el campo de la psiquiatría biológica, hacen que comportamientos, humores, deseos y placeres, anteriormente mapeados en un espacio psicológico, pasen a ser localizados en el propio cuerpo, más específicamente en el cerebro en tanto órgano. Este es pensado entonces como una entidad cuya composición química puede ser registrada, medida, comparada y analizada a partir de la presencia, ausencia o actividad de una serie de entidades como las hormonas, particularmente centrales en discusiones acerca de la sexualidad. Además de propiciar nuevas formas de comprender cuerpos, deseos y emociones, el conocimiento cada vez más profundizado de estas entidades ofrece a la medicina una serie de posibilidades de intervención sobre los individuos, especialmente a través de desarrollos de la industria farmacéutica y de intervenciones terapéuticas, como la transición hormonal. Si este punto se vuelve ineludible en debates acerca de los cuerpos trans, también tiene importancia en lo que se refiere a formas de optimización de los placeres a partir de tecnologías farmacéuticas, como en el caso de medicamentos contra la disfunción eréctil. En la política de la propia vida de la que habla Nikolas Rose, la búsqueda por formas más optimizadas de existencia y de construcción constante de un sí mismo (self) neuroquímico se convierte en una obligación moral y un objetivo racionalizado. Cerebros, hormonas, sinapsis, cuerpos, fármacos y prótesis se combinan y recombinan en ensamblajes que deben ser a cada momento objetivo de autoreflexión individual, para propiciar un más eficiente autogobierno de los selves autónomos y libres constituyentes de la subjetivación neoliberal de las últimas décadas del siglo XX y primeras del siglo XXI.

Por otro lado, los activismos políticos genéricos, sexuales y raciales también han venido enfatizando en las capacidades contingentes, plurales e intersubjetivas de habitar los cuerpos y transformarlos. Como proponen Lock y Farquhar (2007: 2), si bien los estudios del cuerpo en antropología, historia y otras disciplinas no giran en torno a un objeto único sino más bien de una gran diversidad de disciplinas y puntos de vistas, su inquietud compartida no obstante es “preguntar cómo puede y ha sido construida, imaginada, subjetivamente conocida la vida humana, en síntesis, cómo ha sido vivida”.

Desde el contexto de la militancia feminista norteamericana de los noventa, más proclive a lo que Esposito (2007) llamaría una “biopolítica afirmativa”, la figura del/la cyborg, propuesta por Donna Haraway (1985, 1991), como un cuerpo que transgrede las distinciones entre humanxs y máquinas, objetos y sujetos, abre otro campo de debates más relacionado a las apropiaciones y usos disidentes de la tecnología. Un “híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social así como una criatura de ficción” (Haraway 1991: 149), el cyborg gracias a esta autora ha dejado el espacio restringido de la ciencia ficción para encarnarse en una multiplicidad vivible/vivida de realidades corporales habitables.

El desarrollo de las tecnologías biomédicas que hasta entrado el siglo XX eran administradas centralmente por los Estados y remitían a construir una ‘normalidad’, admite así una serie de abordajes nuevos, centrados en los usos y ensamblajes disidentes de aparatos y procedimientos. Tales usos de las nuevas biotecnologías cruzan varios de los textos del dossier: tanto Dellacasa como Alvarez, en relación con personas travestis y trans en el uso de hormonas, cirugías y siliconas, como también de Souza Barreto con respecto a personas gays en el uso de drogas PEP (Profilaxia pos-Exposición) y PreP (Profilaxia pre-exposición), preventivas de contagio de HIV, o como Jarrín en relación con el uso de cirugías estéticas y otras técnicas de embellecimiento dedicadas a “emblanquecer”, enfocan a la tecnología como ámbito de convergencias y tensiones entre biopolíticas estatales, apropiaciones disidentes, nuevos mercados de mercancías vivientes y simbólicas y luchas políticas por el acceso a éstos últimos. En este sentido, se pueden observar diversos elementos: la provisión por parte del Estado de acceso público y gratuito a diversas biotecnologías se relaciona con una expansión de las políticas públicas de los gobiernos post-neoliberales que hasta hace pocos años, dominaban la región. Si bien es el texto de Dellacasa el que, a través de su etnografía en hospitales, discute específicamente cómo negocian las personas trans y lxs médicxs los usos y valores de las biotecnologías, esta problemática también aparece en la etnografía de Victor de Souza Barreto a través de los consejos de cuidado que se dan los participantes de las fiestas bareback así como por medio de la ingesta de medicamentos PEP y PrEP. Si bien no explicitada, ambos textos citan y juegan con el concepto de “ciudadanía biológica”, como una forma de ciudadanía que tiene una base biológica y que desde esta pertenencia demanda derechos y acceso a tecnologías y cuidados (Rose y Novas 2004). El término es pertinente para este contexto de discusión ya que enlaza construcciones de subjetividades políticas (y públicas) con procesos de (bio)medicalización, mostrando el uso de biotecnologías “como un fenómeno abierto a lo contingente y objeto de luchas sociales de grupos y usuarixs” (Dellacasa).

Otro eje de discusión que aparece en varias de las contribuciones es el uso de tecnologías mediatizadas, particularmente las de comunicación, en tanto éstas, como propone Nicolás Cuello invocando a Haraway, “forman parte de una compleja trama de aparatos macropolíticos de producción, control y consumo que alteran las posibles relaciones sociales entre cuerpo, placer y procesos de subjetivación”. La arena mediática se tensa así, como propone D’Antonio, entre la “expresión de la liberación de las costumbres”, por un lado, para convertirse por el otro también “en caja de resonancia de la necesidad de contener estas transformaciones”. Lejos de ser solo un área de negociación simbólica, los medios de comunicación son así parte del ensamblaje que, a partir de la producción y distribución de modelos corporales, habilita y contiene los usos de la biotecnología, como también los va diversificando en la medida en que (a través de internet y los nuevos medios sociales) surgen nuevas comunidades y formas de compartir saberes y aspiraciones.

El artículo de Débora D’Antonio y Ariel Eidelman que abre el dossier es un estudio histórico de las políticas de censura del cine erótico y pornográfico por la dictadura militar chilena entre los años 1973 y 1990. El texto muestra que, durante ese período, en primer lugar “se destruyeron las industrias culturales que prosperaron con la Unidad Popular” y desde allí la producción nacional de cine será casi inexistente por largo tiempo. Otro elemento que es particular del contexto chileno será no solo la extendida duración del gobierno militar en comparación con varios de los países vecinos, sino también lo abarcativo del aparato de censura estatal que se mantiene en pie hasta el final del régimen. D’Antonio y Eidelman apuntan así hacia una diferencia central entre la dictadura pinochetista y las vecinas de Brasil y Argentina: mientras éstas últimas combinaban una brutal represión social, política y económica que se extendía también al cine-arte y al cine militante, con un estímulo a la producción de cine erótico (pornochanchadas en Brasil y películas de Olmedo y Porcel en Argentina), la dictadura chilena mantiene en términos de políticas de censura una represión casi absoluta a cualquier forma de erotismo en pantalla. “La masiva represión y el disciplinamiento de la sociedad se mantiene hasta el final del régimen en 1990”. Las vías de escape, señalan los autores, se reducen así al “humor picante” en la televisión, a los “cafés con piernas” que surgen en el centro santiaguino, e incluso a las operaciones de cambio de sexo, al mismo tiempo que todas estas “válvulas de escape” son altamente controladas por el poder estatal. Será recién con la llegada del video como tecnología casera que películas prohibidas comenzarán a circular en el país. El modelo de video home system (VHS), aunque ofreciendo imágenes de baja calidad, permitió que se establecieran nuevas formas de producir y, principalmente, de hacer circular imágenes. Con eso, se debilitaron las iniciativas estatales y justificaciones morales que, a través de la censura, limitaban o dificultaban el consumo de películas pornográficas. Además de hacer mucho más simple y barata la producción y filmación de escenas de sexo, los intermediarios envueltos en la circulación de esas películas también son otros, posibilitando circuitos de consumo que escapan de la censura estatal y también de los estándares estéticos vigentes hasta entonces en la industria cinematográfica. El costo mucho menor de las producciones en video liberó el surgimiento de nuevas posibilidades de explotación estética, diversificando mucho la producción porno. Además del aumento significativo de las producciones caseras (homemade), el surgimiento de películas dirigidas a nichos específicos abrió la posibilidad para que la industria pornográfica explorara e hiciera circular imágenes de cuerpos fuera de los estándares vigentes, además de prácticas e identidades sexuales no hegemónicas. Con el surgimiento de Internet y de la tecnología digital, ese proceso fue sobre todo radicalizado.

Es interesante observar cómo el texto de D’Antonio y Eidelman puede ser puesto en diálogo con el de Nicolás Cuello quien, analizando la producción del artista “disidente sexual” chileno Felipe Rivas San Martín, muestra una continuidad en la producción de video, y posteriormente, el uso de plataformas online, para cuestionar construcciones globales, en este caso de las identidades sexo genéricas disidentes como serían lo gay y lo queer. Rivas San Martín, participante del Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS), “colectivo transfeminista (que) recurre a la performatividad de una estética del simulacro” (Flores, 2018: 171), puede incluirse así en una genealogía de expresión artística y disidencia sexual de Chile que ha tenido una radicalidad única en el contexto latinoamericano: las fotografías de travestis, prostitutas y pobres de Paz Errázuriz, las performances de las Yeguas del Apocalipsis que pueden ser incluidas en lo que Rodrigo Casanovas denominó “un pensamiento satírico”, que critica “de un modo desenfadado los órdenes culturales” (cit. en Nelly Richard, 1994: 24).

La contribución de Ana Gabriela Alvarez propone construir una historia de las identidades y corporalidades travesti-trans desde los años ’60 en la ciudad de Buenos Aires. Utilizando diversos registros como artículos periodísticos y académicos, películas y trabajo de campo, ella observa cómo una identidad marica particular se irá separando de otras manifestaciones de homosexualidad alejándose de una idea de deseo hacia el mismo sexo (homo-sexual) y comenzando a adscribir a una subjetividad femenina. El texto mostrará la singularización de esta población en diálogo por un lado, con industrias crecientes y en mayor o menor medida globales del capitalismo tardío como son el mercado del sexo, las biotecnologías médicas y las tecnologías comunicacionales, y por el otro, con el Estado que se caracteriza tanto en tiempos de dictadura como de democracia, por mantener una política extorsionadora y represiva con las travestis-trans. Será esta política estatal, que utilizando a la policía como fuerza de control y represión para perseguirlas en los espacios públicos (aunque también privados), la que las impulsará a la prostitución como único espacio de supervivencia así como incentivará la aparición de las primeras activistas travestis a comienzos de los ’90. Si bien las activistas no lograrán levantar que se puna el trabajo sexual en el espacio público, sus logros serán muchos, culminando con la aprobación de la Ley de Identidad de Género en el 2013.

El texto de María Alejandra Dellacasa analiza las intervenciones corporales de la población trans (incluyendo todo el espectro trans) en hospitales públicos, particularmente en diálogo con los profesionales de la salud que las realizan. Así, tomando la idea de cuerpo biopolítico en el doble sentido antes mencionado, Dellacasa observa que los profesionales de salud perciben en su mayoría a los cuerpos trans como “cuerpos erróneos” que hay que normalizar, poniendo en concordancia el género (carácter psicosocial de la identidad) con el sexo biológico. Por su parte, el artículo muestra cómo, a través de las “lógicas de elección, acceso y democratización de tecnologías” las poblaciones trans intentan construir un “proyecto corporal subjetivo”. Y aquí radicaría una “instancia emancipatoria que permite a los individuos reapropiarse de su cuerpo”. Sin embargo, esta disputa de sentidos y usos tecnológicos se produce dentro de un marco donde hay sentidos dominantes, por ejemplo en qué es “lo femenino” y “lo masculino”.

Nicolás Cuello trabajará sobre un factor tecnológico central que son los dispositivos informáticos como son el Internet y los social media así como los instrumentos de uso como computadoras y celulares. Estas “tecnologías de contacto” que “producen la intensificación de ciertos modos de ser, ciertas formas corporales, tanto como nuevas formas de lazo social” se presentan como un nuevo modelo de control de la vida íntima. Pero si bien este control por parte del capitalismo global es incuestionable, también se puede observar una potencialidad de las imágenes electrónicas con “capacidad de construir comunidades online y transformar el espacio virtual en una esfera participativa”. Cuello analizará la obra del artista visual y activista de la disidencia sexual Felipe Rivas San Martín como Vendo mi homosexualidad (2009) realizada en plataformas privadas como Mercado Libre, poniéndose como objeto con el uso de una fotografía y utilizando una descripción del producto a la venta, la homosexualidad, y Tutorial para chat gay (2010), un video pedagogizante sobre el tema, que juega otra vez, con la ironía y las imágenes opacas. Finalmente el video performance Diga queer con la lengua afuera (2010) juega con las identidades sexogenéricas del Norte, limpiadas de su contenido contestatario y establecidas con un glamour normativizante. El uso de la ironía en estas obras, sugiere Cuello, tuerce “la capacidad regulatoria de los imaginarios heterocentrados… (manteniendo) vivas las potencias de las identificaciones móviles”. El soporte digital de producción y circulación de imágenes abre nuevas posibilidades para el artista, que pasa a jugar de varias formas diferentes con el ambiente de Internet, apoyándose en sitios privados de comercio, en el proceso colaborativo de enseñanza y aprendizaje informal (tutoriales) y con la inversión de discursos amateurs de jerarquización (disfrazada) de la sexualidad (“Tengo un amigo heterosexual y lo apoyo”). Sutiles desplazamientos provocados en discursos y actitudes ampliamente encontradas en la web provocan la reflexión sobre los juegos de poder que marcan la definición de posiciones y jerarquías sexuales en internet.

El texto de Victor Hugo de Souza Barreto analiza cómo se presentan las nociones y prácticas sexuales de “riesgo”, “cuidado” y “placer” en participantes de la práctica de sexo colectivo/grupal en fiestas organizadas exclusivamente para varones en Rio de Janeiro. Estas fiestas o “puterias” de sexo bareback (sin preservativo) y del llamado sexo pig (o “sexo sucio”, que incluye prácticas sexuales con elementos escatológicos) son los espacios centrales de este estudio etnográfico. Victor de Souza Barreto observa que en las prácticas sexuales sin preservativos no hay desconocimiento de los riesgos a contraer enfermedades sino que “mucho del deseo y el placer de las prácticas analizadas aquí vienen justamente de una cierta erotización de los riesgos y peligros y no de un desconocimiento de éstos”. Estas prácticas son analizadas como “acciones de riesgo voluntario” permiten explorar los límites que juegan con la vida y la muerte, y que encuentran en el riesgo una potencia, un catalizador de intensidades. Pero también esta construcción del riesgo es leída desde un modelo particular de masculinidad, de emociones generizadas. Diversas descripciones de los participantes a lo largo del texto como exclusión de personas trans en las fiestas, uso de WhatsApp y otros medios de comunicación, uso de biotecnologías PreP y PEP y usos de productos de higiene y embellecimiento antes de las fiestas, dan cuenta de una pertenencia a una clase media (aunque el autor discute la imposibilidad de clasificar a los participantes) y otra característica, el “gerenciamiento” de estas experiencias que si bien no se mezclan con la vida cotidiana, no funcionan en una lógica disyuntiva sino que dan intensidad a ese cotidiano, también dan cuenta de identidades homo y hetero-normativas. Así, el texto permite pensar cómo son producidas estas técnicas del sí, de cuidado del sí mismo y de otros entre los participantes de estas fiestas. La producción colectiva y la circulación de un saber especializado laico en comunidades que se reúnen presencialmente y también a través de aplicaciones de mensajes, permiten que se desarrollen o estimulen modelos de masculinidad homosexual fundados en la tensión entre riesgo y placer, entre goce y muerte, aunque de modo controlado.

Entretanto, el texto de Alvaro Jarrín analiza las biopolíticas de la fealdad en Brasil. Su estudio se centra en dos registros distintos. En primer lugar, basado en su etnografía en clínicas de cirugías estéticas en Rio de Janeiro, analiza prácticas y discursos allí observados. Tanto en los discursos médicos, en los que hablan de intervenir cuerpos para producir “rasgos finos”, eufemismo para decir blancos, como en la descripción de esos cuerpos –achicar un “culote”, “raza brasileña con orejas falladas” y “nariz negroide”– se observa la taxonomía corporal ‘caucásica’ como modelo normativo corporal. El otro registro analizado será justamente el del blackface en tanto caricatura de la negritud. En los blocos de rua durante el carnaval hay un personaje de la nega maluca, que son personas con caras pintadas de negro así como pelucas afro, a veces con dientes amarillos falsos y ropas femeninas fuera de moda. Este personaje salió del Carnaval y aparece también en la televisión y en las redes sociales. La burla –que no solo construye una figura de raza negra sino que también incluye características de clase como la pobreza, la falta de respetabilidad social y malos modales– “transforma la mezcla racial y la insurrección en una inocua diversión (…) desplazando y condensando aquellos miedos, imaginados en el cuerpo negro” (Lott 1992 en Jarrín). En una clásica –y muy controvertida– lectura sociológica de la identidad nacional, desarrollada en la década de 1930, Gilberto Freyre señala como especificidad brasileña una supuesta “democracia racial”, que surge del mestizaje sexual / cultural entre portugueses, indios y negros, a diferencia de los países de colonización española o inglesa, marcados por la ausencia o por un grado menor de mestizaje y por las relaciones racialmente jerarquizadas. Así, la mezcla racial y la ausencia de racismo serían marcas características de la identidad brasileña. Reforzando argumentos contrarios a la interpretación freyreana, en el texto de Jarrín dos registros se presentan con tensiones: mientras que la biopolítica de la cirugía estética intenta “reparar” los rasgos mestizos y negros e instaurar una normalidad blanca en los cuerpos, el humor racista del blackface intenta reforzar las jerarquías raciales, particularmente en un momento en que se produce una incorporación de sectores populares negros a las clases medias.

Finalmente, en lugar de ofrecer un cierre a las preguntas desplegadas en el dossier, el artículo de Roberto Marques lleva la articulación entre cuerpos, tecnologías y placeres del ambiente de la sexualidad a otro marco relacionando al erotismo con el ritmo y la movilidad de los cuerpos en el espacio-tiempo de la fiesta. El texto estudia la construcción de un espacio urbano tecnologizado y erotizado en ciudades pequeñas del interior rural brasileño, por parte de grupos de forró electrónico que viajan de fiesta en fiesta, instalando con sus sistemas de sonido, luces y pantallas gigantescas un ambiente que busca asemejarse al de las discotecas metropolitanas. Las letras que marcan el forró electrónico se cargan de mensajes sexuales, directos o por medio de dobles sentidos, facilitan –argumenta el autor– una cierta liberación de los modos de interacción sensual entre cuerpos que encuentran en el ritmo intensificado por el ensamblaje electrónico unas tecnologías novedosas de “producción de selves[que] articulan el espacio de los shows en forma creativa, en identificación con la posibilidad de ser y de poseer aquello que extrapola los límites de los lugares de origen”. De ahí, concluye, en el cronotopo fiestero también emerge una posibilidad de reconfiguración de corporalidades femeninas y masculinas que remiten a la movilidad del propio ensamblaje técnico transmitido por el ritmo.

Esperamos contribuir con este dossier a fomentar el debate sobre la compleja articulación entre sexo, tecnología y placer, y estimular con ello también el desarrollo de estudios novedosos sobre este universo diverso de expresiones contemporáneas.

NOTAS

1 “La noción de deseo o la de sujeto deseante constituía pues, sino una teoría, por lo menos un tema teórico aceptado. (…) Sea lo que fuere, parecía difícil analizar la formación y la evolución de la experiencia de la sexualidad a partir del siglo XVIII sin hacer, por lo que toca al deseo y al sujeto deseante, un trabajo histórico y crítico. Sin emprender, pues, una genealogía.” (Foucault, 1986: 9)

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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