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Avá

versão On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.31 Posadas dez. 2017

 

DOSSIER

Dimensiones políticas de las tecnologías corporales en personas trans

 

María Alejandra Dellacasa*

* Becaria posdoctoral CONICET, Instituto  de Geografía, Historia y Ciencias Sociales (IGEHCS/ UNCPBA), Instituto de Ciencias Antropológicas (FFyL, UBA). E-mail: maledellacasa@yahoo.com.ar

Fecha de recepción del original: 06/03/2018.
Fecha de aprobación: 08/06/2018.


RESUMEN

El cuerpo biopolítico foucaultiano se presenta como un espacio ambivalente, como el locus en el que se encarna el disciplinamiento y la opresión, y a la vez como un posible horizonte sobre el que desarrollar la capacidad de agencia y la autonomía. En este sentido sostenemos que, si bien las tecnologías de intervención corporal para las personas trans se presentan inicialmente como instancias “correctivas” y “normalizadoras”, pueden devenir en versiones actualizadas, más placenteras y mejoradas de su corporalidad. Así (re)apropiadas y (re)significadas por los sujetos en base a su capacidad de agencia, pueden convertirse en herramientas de subversión y espacios disruptivos tendientes a dar forma a un proyecto corporal autónomo, en que ellxs puedan reconocerse. Nos focalizamos en visibilizar y analizar algunas de las dimensiones políticas de las intervenciones corporales en relación a: las lógicas de acceso y democratización de tecnologías; la responsabilidad individual sobre un proyecto corporal subjetivo que implica un desplazamiento del territorio biopolítico al privado (Rose, 2012) y el surgimiento de nuevas identidades mediadas biotecnológicamente. Todo ello, a la luz del nuevo escenario inaugurado por sanción de la Ley de Identidad de Género en Argentina.

PALABRAS CLAVE: Tecnologías Corporales; Personas Trans; Normalización; Subversión.

ABSTRACT

The foucauldian’s biopolitical body is presented as an ambivalent place, as the locus in which discipline and oppression are embodied, and at the same time, as a possible horizon on which to develop the capacity of agency and autonomy. We argue that although the body intervention technologies for trans people are initially presented as instances of “correction” and “normalization”, they can become updated, more pleasant and improved versions of their corporeality. Thus, (re) appropriate and (re) signified by the subjects based on their capacity for agency, they can become tools of subversion and disruptive places tending to shape an autonomous body project, in which they can recognize themselves. We focus on visualizing and analyzing some of the political dimensions of bodily interventions, based on the access and democratization of technologies; individual responsibility for a subjective body project involving a displacement from biopolitical to private territory (Rose, 2012) and the emergence of new identities mediated by biotechnology. All of this, in light to the new background inaugurated by the approval of Gender Identity law in Argentina.

KEY WORDS: Body Technologies; Trans People; Normalization; Subversion.


INTRODUCCIÓN

En la primera parte de este trabajo analizamos parte del dispositivo médico de la transexualidad y las diferentes intervenciones corporales de que son objeto los cuerpos trans. Seguidamente, consideramos los sentidos que la biomedicina ha construido respecto de dichas intervenciones y los cuestionamientos a las ideas de readecuación y normalización, que plantean las nociones de enhancement o upgrade vinculados a las tecnologías del cuerpo y la vida.

Sostenemos que el nuevo escenario inaugurado por la Ley N° 26.743, conocida como Ley de Identidad de Género, propició un proceso de politización de las demandas y las subjetividades de las personas trans. Al tiempo que ha habilitado una instancia de democratización de las tecnologías de intervención corporal, tanto en lo que respecta al acceso, como a la direccionalidad y los fines con que son utilizadas. En ese sentido, evidenciamos una serie de aristas políticas asociadas a dichas intervenciones tecnológicas que invitan a repensar, por un lado, el papel de lxs usuarixs y, por otro, los efectos sociales que se desprenden de la actualización de los sentidos y los propósitos con que fueron idealmente concebidos los artefactos1.

En Vigilar y Castigar (1998) Foucault relata cómo han cambiado las formas de castigo, pasando de una regulación del cuerpo más cruenta y represiva, a una forma más sofisticada e indirecta en manos de la institución médica. El cuerpo sexuado es sometido a la vigilancia de los mecanismos visuales de poder incluso antes del nacimiento (mediante las nuevas tecnologías de diagnóstico prenatal) y el proceso que separa lo normal y lo anormal, y lo patológico ya se pone en marcha. El panóptico sigue funcionando al momento del nacimiento (primera sexuación)2 y detectará cualquier tipo de problema o anomalía3 que pueda aparecer de ahora en más, en las sucesivas revisiones y controles a los que será sometido el organismo (peso y talla, análisis clínicos, estudios visuales, entre otros). “Nadie es capaz de burlar la vigilancia institucional sobre el cuerpo en nuestra sociedad” (Foucault, 1998:104).

El foco de la producción de conocimiento médico está ubicado en aquellas manifestaciones de la ‘anormalidad’, en identificar lo que se desvía de la norma, más que en la formulación de regularidades. La posibilidad de establecer generalidades, tanto respecto de la sintomatología y desarrollo de un malestar como de una serie de estrategias terapéuticas, sólo fue posible a partir de soslayar los casos individuales observados y estudiados. En la teoría empirista del conocimiento médico, las enfermedades son entendidas como entidades biológicas o psico-fisiológicas universales, que son el resultado de lesiones somáticas o disfunciones. De este modo la medicina se orienta a crear significación (Friedson, 1978), allí donde dicha significación o interpretación no existían antes, y sólo había un puñado de experiencias.

El abordaje médico de la experiencia trans se ha conformado como un pequeño subcampo dentro de la biomedicina, a partir de que dicha experiencia lograra configurarse como un fenómeno con características particulares; a la vez que se erigía como un ‘trastorno’ y una experiencia medicalizable diferente de otras, como la homosexualidad o el travestismo. En este sentido, fue tomando forma un espacio de saber e intervención específico acerca de los cuerpos, los deseos y las sexualidades; delimitando y constituyendo en un mismo movimiento aquellas ‘desviaciones’ plausibles de ‘tratamiento’, y por ende de ‘normalización’ y ‘reencauce’, y aquellas que no lo eran.

Las personas trans ponen en cuestión dos de los principales postulados y ‘asunciones ontológicas’ de la biomedicina (Gordon, 1988) acerca de la sexualidad: por un lado que el género –como la expresión de la identidad que las personas autoperciben y manifiestan– se halla en concordancia con el sexo ‘biológico’; por otro, que ‘la verdad’ respecto de la identidad del sujeto está dada por su genitalidad.

Durante la segunda mitad del siglo XX, comenzó a conformarse a nivel mundial un dispositivo médico-jurídico de la transexualidad, en base a un protocolo estandarizado de atención. El endocrinólogo neozelandés Harry Benjamin (1966), trazó la individualización moderna del síndrome, postulando una serie de criterios diagnósticos y una modalidad particular de abordaje biomédico: terapias hormonales e intervenciones quirúrgicas. Posteriormente, en 1980 la experiencia fue incorporada en el Diagnostic of Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) en su  tercera versión (APA, 1980), y en este sentido se estableció una delimitación entre dos campos de saber: el proceso diagnóstico (encuadrado dentro del campo psi4) y el abordaje terapéutico (vinculado a una serie de tecnologías de intervención corporal en las que participan endocrinólogos, cirujanos urólogos, plásticos, etc).

El hecho de que aún persista una acalorada controversia en torno a la ‘etiología de la disforia’ (Dellacasa, 2017) –en el campo de la salud prevalecen tanto las teorías innatistas (neuroendocrinología y genética), como las provenientes del campo psi (respecto de la conformación de la identidad y la sexualidad en la infancia)– confronta con la postura despatologizante que sostienen las personas trans organizadas en diferentes colectivos en varios países del mundo5. Actualmente, desde el campo biomédico la experiencia trans está categorizada como un disturbio de la identidad y figura en la DSM 5 (APA, 2013) bajo la denominación “disforia de género”.


Afiche del Movimiento por la despatologización trans. Bruselas, 2009.

REASIGNANDO EL SEXO, INTERVINIENDO LOS CUERPOS

Al iniciar el tránsito por el dispositivo, los cuerpos trans son narrados y percibidos por la mirada médica como ‘cuerpos erróneos’, ‘cuerpos equivocados’ que es necesario normalizar e intervenir. La función ‘medicalizadora’ será entonces de ‘reencauce’, a través de la ‘readecuación’ y ‘reasignación’; mediada en este caso por un conjunto de intervenciones tecnológicas, tendientes a homogeneizar los cuerpos y los deseos en base a dos categorías posibles, eliminando de este modo la verdadera variabilidad sexual humana (Fausto-Sterling, 2006).

Tanto en los Standards of Care de referencia internacional como en otros protocolos similares que se aplican en diferentes países del mundo, existe una coincidencia en implementar una serie de intervenciones que se organiza en tres fases (conducta, hormonas, genitales y caracteres secundarios), también denominada terapia tríadica. Dicha modalidad suele iniciarse con la experiencia de vida real (también llamado ‘test’ o ‘prueba’ de vida real), el tratamiento hormonal de reemplazo (THR) y como último paso las cirugías de reasignación sexual (CRS). Aunque hace algunos años se ha comenzado a revisar la obligatoriedad de que todas las personas deban atravesar las tres fases y que tengan que hacerlo en ese orden.

TERAPIA HORMONAL DE REEMPLAZO

La terapia hormonal encuentra su argumento en un modelo químico del sexo y del cuerpo. A principios del siglo XX la ‘esencia’ de la feminidad y la masculinidad fue localizada en una sustancia química: las hormonas sexuales. Nelly Oudshroom (1994) narra la historia de la introducción de las hormonas en los discursos científicos y visibiliza el poder que tiene la ciencia y la tecnología en la comprensión de nuestra cotidianeidad. Planteamos que interpretar el cuerpo en términos de hormonas sexuales, contribuye a una redefinición del mismo en términos de experiencias corporales, a la vez que habilita a ejercer un ‘control’ sobre ciertos caracteres físicos. “Muchas de las diferencias en el comportamiento, funciones, papeles y características consideradas típicamente masculinas o femeninas han sido atribuidas a las hormonas” (Oudshroom, 1994:88).

A las personas trans femeninas se les provee una terapia estrogénica y anti-androgénica, en algunos casos también se les administra progesterona. Los estrógenos facilitan la aparición paulatina de ciertos caracteres sexuales secundarios, como el crecimiento de los pechos, la acumulación de grasa en la cadera, la disminución del bello corporal y la obtención de un cutis más fino.

Las personas trans masculinas, hacen una terapia androgénica a base de testosterona que puede suministrarse mediante inyecciones intramusculares, gel o parches. Los cambios que pueden obtenerse con la testosterona son aún mayores: el clítoris puede alargarse, el bello corporal aparece por todo el cuerpo, la voz se hace más grave, se gana masa muscular y la grasa corporal se reestructura, abandonando las caderas para acumularse en la zona abdominal.

Los tratamientos hormonales que se aplican en los consultorios a personas trans se denominan de ‘reemplazo’, reflejando en el plano químico un (re)cambio de hormonas ‘masculinas’ por hormonas ‘femeninas’, o viceversa; un proceso químico de ‘normalización’ de la masculinidad y la feminidad. “Las hormonas no son otra cosa que drogas. Drogas políticas, como todas las drogas. En este caso, la sustancia no sólo modifica el filtro a través del que descodificamos y recodificamos la realidad, sino que modifica radicalmente el cuerpo y, por lo tanto, el modo en el que somos descodificados por los otros” (Preciado, 2008: 283). Sin negar la posibilidad de cambios de humor y del estado emocional producidos, en parte, por el tratamiento hormonal; la percepción de ciertos cambios ‘del carácter’ obtenidos con las hormonas está parcialmente condicionada por una visión estereotipada de la masculinidad y la feminidad, que es preexistente al tratamiento. Hay una especie de determinismo hormonal de la personalidad, si bien las hormonas producen una situación fisiológica, siempre subyace una interpretación consciente o inconscientemente y una serie de creencias acerca de esos resultados.

CIRUGÍA DE REASIGNACIÓN DE SEXO

Las cirugías de reasignación revisten marcadas diferencias para construir genitales femeninos o masculinos. En el primer caso, se realiza una orquidectomía en la que se extraen los testículos y el pene es parcialmente invertido para formar la neovagina. Se preserva el glande, por ser una zona de mucha sensibilidad, que será reformado y convertido en clítoris. Con las coberturas cutáneas del pene y el escroto que se preservaron, se forma un canal entre la vejiga y el recto; por último se reconstruyen los labios mayores y menores y las estructuras clitorideas. La nueva cavidad debe permanecer dilatada, evitando el movimiento ‘natural’ de los tejidos que tienden a cerrarse, para ello en algunos casos se recurre al uso de Tallos de Hegar6.

En el caso de una reasignación ‘F-M’7 se plantea construir genitales de apariencia masculina, que posean función urinaria ‘normal’8 y una estimulación erógena ‘satisfactoria’; a la vez se considera la inclusión de una prótesis peneana para facilitar las erecciones. En este proceso, las intervenciones son mucho más complicadas y se realizan en tres tiempos quirúrgicos. Finalmente, se coloca la prótesis que de acuerdo al caso puede ser semi-rígida o inflable (las más utilizadas), la intención es siempre tender a la creación de un órgano eréctil y funcional.

A los procedimientos quirúrgicos mencionados se suma la operación del tórax. En la ‘feminización del tórax masculino’ se busca aumentar el aspecto de los senos, a través de implantes de silicona que presentan distintas características. Por el contrario, en la  ‘masculinización del tórax femenino’ (adenomastectomía) se extirpan parte de las glándulas mamarias, se reposiciona la areola y el pezón y se construyen estéticamente ciertos surcos pectorales. Las mencionadas intervenciones se pueden realizar en el hospital y se complementan generalmente, con otras que se realizan en forma privada: retoques faciales (pómulos, frente, nariz, mandíbula), cirugía de laringe para eliminar la ‘nuez de Adán’ (que no puede ser la de Eva), liposucciones localizadas, abdominoplastía, etc. En muchos casos también se recurre a técnicas de foniatría para lograr una voz  más ‘femenina’, o también puede practicarse una cirugía crico-tiroidea, en la que se estrechan las cuerdas vocales provocando una agudización en el tono. De este modo, la voz también puede constituirse en un signo de diferenciación sexual, íntimamente relacionado a la ‘presentación’ de la persona.

Las tecnologías de intervención corporal que se administran en los hospitales, imprimen una corporalidad signada por una serie de ideas previas respecto de lo ‘apropiado’, lo ‘adecuado’ y lo ‘saludable’, en el terreno de la sexualidad. Cada una de esas intervenciones se orienta a borrar aquellas marcas corporales visibles en las personas trans, que pudieran remitir al sexo biológico del cual ‘provienen’ y,por ende, al género asociado a éste, del cual quieren ‘separarse’.

CONSTRUYENDO HOMBRE Y MUJERES ‘FUNCIONALES’

La ecuación sexo-género-deseo-prácticas sexuales se dota de sentido con el planteamiento coitocéntrico. Pues como afirman Ortega, Romero y García Dauder (2006), desde la biomedicina se considera que una identidad de género ‘saludable’ es aquella que se corresponde con una anatomía externa –independientemente de que haya sido conseguida mediante cirugía y hormonas– y con una sexualidad heterosexual, que en el caso de varones implica poder penetrar y en las mujeres desear ser penetradas. Cuando la fórmula no reproduce esta esperada ‘coherencia’, aparece en boca de muchos profesionales de la salud la afirmación de que “ha habido un error”. Cualquier combinación posible debe darse dentro de un modelo sexual normativo que presupone una ‘coherencia con el hecho sexual’; es decir, la necesidad de poseer un sólo sexo que sea coherente con una identidad de género, con un rol de género, y que a su vez dé lugar a un deseo heterosexual. Como ya mencionamos, las intervenciones médicas de ‘transformación’, tanto químicas como quirúrgicas, han tendido generalmente a reproducir el orden dimórfico y los ideales pre-establecidos de lo que es ‘ser hombre’ o ‘ser mujer’.

Entendemos que el tradicional paradigma biomédico que aborda la experiencia trans como una ‘disforia’ y propone una intervención terapéutica en determinada dirección, limita parte de la autonomía y la libre decisión de las personas ciñéndola a un modelo dimórfico de cuerpos y sexos. En este sentido, pareciera que las tecnologías biomédicas tendientes a ‘mejorar’ o ‘corregir’, lo ‘natural’, trabajan con reajustes pero siempre dentro de las normas ‘aceptables’.

Una serie de trabajos (Holmes, 2002; Sullivan, 2008) en torno a diferentes instancias de intervenciones corporales de ‘normalización sexual’, proponen que lo que finalmente se produce mediante las tecnologías médicas son híbridos. Es decir, cuerpos ambiguos que no terminan correspondiéndose con ninguna de las (dos) categorizaciones sexuales médicamente reconocidas. Así, nuevas formas de ser y de estar en el mundo mediadas por la tecnología, se materializan en cuerpos que se construyen más allá de la naturaleza y exceden su lectura moderna. Dan lugar a entidades cyborgs –parcialmente organismo ‘natural’, parcialmente artificio–, en términos de Haraway, cuya ambigüedad no hace más que evidenciar las contradicciones y transgresiones que las tecnologías biomédicas han impuesto y continúan imponiendo a los dualismos modernos: mente/cuerpo, vivo/muerto, masculino/femenino, etc. “¿Qué prometedoras mutaciones entre ‘mujeres’ y ‘hombres’ podrían ocurrir si la distribución dualista del género de los sujetos humanos y de la sexualidad cediera su lugar a otras configuraciones eróticas del deseo?” (Haraway, 1995: 49).

Una lectura Queer9 de este conjunto de intervenciones tecnológicas plantearía que el esquema dimórfico es en realidad una fantasía médica, que nunca puede ser completamente concretada. En tanto la biomedicina, que pareciera empeñarse en (re)producir una aparente sexualidad normativa sobre la base de dicho binarismo sexo/genérico, estaría inevitablemente produciendo ‘otros’ cuerpos y ‘otras’ subjetividades. La paradoja se presenta entonces, en relación a que todos los intentos de intervenir que tienen como finalidad la eliminación de los ‘errores’ y las ‘ambigüedades’, terminarían creando en definitiva aquellas ‘anormalidades’ que pretende suprimir.

TRATAR PARA ‘NORMALIZAR’ O INTERVENIR PARA ‘MEJORAR’

Uno de los rasgos fundamentales y característicos de la racionalidad médica moderna es la perspectiva dual normalidad/patología (Canguilhem, 1986), que se inscribe en los cuerpos, en los comportamientos, en los deseos y en la vida misma. Esta modalidad cada vez más abarcativa de clasificación y monitoreo, no es más que la continuación por otros medios de los controles morales que hasta el siglo XVIII y XIX fueron propios de las instituciones religiosas y jurídicas (Conrad y Schneider, 1992; Foucault, 2010).

Sin embargo, existen enormes variaciones en tiempo y espacio, incluso dentro de una misma cultura, respecto de aquello que califica como normal/anormal y de las modalidades de abordaje y tratamiento que se prescriben. Hasta mediados del siglo XX en las sociedades modernas occidentales existía un corpus normativo y de conocimientos bastante estandarizado, y en evidente aumento respecto de aquello que calificaba como normal y patológico; a la vez que el Estado solía detentar el control político, jurídico e institucional respecto de las modalidades de reencause, tratamiento y de las intervenciones (Davis, 2002).

Los avances en el campo de la biomedicina, los descubrimientos en el campo de la genética y un arsenal cada vez más creciente de desarrollos tecnológicos vinculados al campo de la salud y la vida han dado lugar a una ampliación de las posibilidades de intervención corporal, así como a un amplio mercado de recursos disponibles. En este sentido, dicha tendencia ha favorecido a la vez la difusión del conocimiento, la comercialización y los usos de tecnologías biomédicas, borrando cada vez más la delimitación, ya un tanto imprecisa, entre ‘tratamiento’ y enhancement (Russo, Rohden y Giami, 2014). Los términos enhancemento upgrade –se podrían traducir como perfeccionamiento o mejora– incorporan una dimensión estética y/o un ‘plus’ en el desempeño, el deseo, la percepción, etc.; que va más allá de la idea de ‘tratamiento’, al menos en la concepción biomédica tradicional que lo vinculan a la cura, la corrección y la normalización. Dichos conceptos instalan una noción de bienestar, cuyo parámetro es la propia subjetividad10, en términos de un ‘ideal’ de cuerpo, de persona, de deseo y modo de vida. Además, contemplan un alto grado de autonomía de los sujetos para decidir respecto de qué prácticas o alternativas seguir y qué tecnologías o artefactos incorporar para alcanzar dicho ‘ideal’.

Así, se invisibiliza cada vez más la frontera entre las nociones terapéuticas asociadas a la ‘reparación’ o el ‘equilibrio’ del cuerpo y las ideas que proponen ‘trascenderlo’ y ‘perfeccionarlo’. De hecho la misma tecnología de intervención puede ser las dos cosas al mismo tiempo, usada en circunstancias y por sujetos diferentes (Hole, 2005). En ella se mezclan cuestiones relacionadas con el discurso bioético y lo qué es médicamente necesario, junto al constante avance de la medicalización, la farmacologización en diferentes esferas de la vida cotidiana y los desarrollos tecnológicos vinculados al cuerpo y la salud; a lo que se suman también los ideales democráticos de justicia e igualdad de oportunidades (Davis, 1995; Shapiro, 2002).

DEMOCRATIZACIÓN DE TECNOLOGÍAS DE INTERVENCIÓN CORPORAL

En Argentina hasta hace algunos años, las personas trans que solicitaban cambio de nombre o sexo en los registros documentales y/o intervenciones corporales lo hacían mediante la presentación de un recurso de amparo. En esos casos, se iniciaba un largo proceso judicial (que podía llevar entre 2 y 8 años) que incluía entre otras cosas pericias médicas, psiquiátricas, psicológicas y ambientales. Considerando las opiniones de distintos especialistas, e incluso de un comité de bioética, el juez emitía un fallo en el que autorizaba o denegaba dichas modificaciones; recién a partir de ese momento se podían iniciar los tratamientos en el hospital (generalmente se comenzaba con terapias hormonales, para luego pasar a las intervenciones quirúrgicas) y finalmente se corregían los registros en la documentación.

En nuestro país, el proceso de organización y debate previo a la sanción de la Ley de Identidad de Género, así como todas las dinámicas vinculadas a su reglamentación y efectiva implementación en hospitales públicos, movilizó enormemente a las personas trans y a las distintas organizaciones de lucha por los derechos LGBTI11. En este sentido, hacemos referencia a un proceso de colectivización de las experiencias y de politización de las identidades sexuales. Si bien inicialmente el lenguaje biomédico y la emergencia de nuevas categorías diagnósticas promovieron un abordaje individualista y patológico de la experiencia trans. No es menos cierto que la paulatina y creciente conformación de espacios colectivos de intercambio, organización y lucha, aportó a las personas trans –y lo sigue haciendo– un marco de pertenencia grupal; brindándoles innumerables y valiosas herramientas para la participación y el empoderamiento en la lucha por sus derechos, modelando y politizando su subjetividad.

Durante el proceso de discusión de los diferentes proyectos y la efectiva sanción de la Ley, se inició también una mediatización del fenómeno trans; el tema de la atención de la salud se instaló en la sociedad y en la agenda política del gobierno y de las organizaciones LGBTI del país. Entendemos que los derechos se transforman porque “un impulso de insatisfacción crítica los moviliza” (Fonseca y Cardello, 2005), así el proceso de discusión y la formulación de distintos proyectos de ley son producto de negociaciones que ubican al Estado como interlocutor, respecto de las demandas y estrategias de los colectivos y organizaciones. La Ley de Identidad de Género debe analizarse como resultado de la conquista de un espacio de visibilización y escucha para las voces de los sujetos-colectivos que reclaman participación en los procesos de producción de categorías y en la toma de decisiones.

En el mes de mayo del año 2012 se logró la efectiva sanción de la Ley de Identidad de Género, en base al proyecto 8126-D-2010. En ella el Estado se presenta como garante del derecho a una identidad, cuya ‘verdad’ ya no está anclada en el sexo genital y en el plano biológico, sino que se encuentra anclada en lo más profundo de la intimidad de las personas. El concepto de autopercepción que menciona el texto de la Ley, se vincula con la idea de realización personal, en este sentido, el reconocimiento que se expresa de la diversidad, se refleja en la capacidad de autonomía de los sujetos para la toma de decisiones respecto de las intervenciones corporales. Algunos de los enfoques deconstructivistas y desnaturalizadores en torno al sexo/género (Butler, 1993, 2001, 2006; Witting, 2006; De Laurentis, 1987; Preciado, 2002, 2008; entre otros) que circulan desde hace años en la academia como parte de los estudios de género y la Teoría Queer, fueron parcialmente reapropiados por parte de los proyectos de reforma legislativa y por algunos colectivos militantes. Además, fueron usados para discutir y contrarrestar ciertos argumentos ‘biologicistas’ propios del discurso jurídico y biomédico.

La paradoja despatologización/ desmedicalización ha atravesado el proceso previo de debate de los proyectos12. Y la efectiva sanción y reglamentación de la Ley, se ha presentado atravesada por las nociones de ‘tratamiento’ y ‘normalización’ por un lado; y por las ideas de ‘estética’, ‘autonomía’ y ‘libre determinación’ sobre el propio cuerpo y los deseos, por otro. El hecho de que el acceso a algunas tecnologías de intervención corporal requiera de la mediación técnica de los profesionales de la salud y de las instalaciones y los recursos de las instituciones hospitalarias, trajo aparejado otro debate en torno a la democratización y gratuidad de dichas tecnologías en relación a lo “médicamente necesario”.

La ley 26.743 constituye un precedente único en el mundo, en tanto se trata de una propuesta despatologizante, que habilita cambios de nombre y sexo en los registros documentales y acceso a intervenciones corporales –totales o parciales– así como atención de la salud para las personas trans que lo soliciten, tomando como único criterio la identidad de género autopercibida. La efectiva reglamentación del artículo 11° de la Ley de Identidad de género (Decreto 903/2015) introdujo una serie de cambios en las rutinas de atención y las dinámicas institucionales. Actualmente, en la mayoría de los hospitales ya no se solicita a las personas trans un diagnóstico de disforia de género, ni se requiere atravesar la “prueba o test de vida real” que antes implicaba un proceso de varios años. Por otro lado, las personas trans que lo soliciten pueden someterse a tratamientos hormonales y combinarlos o no, con intervenciones quirúrgicas ‘de reasignación’. Muchas personas trans recurren al hospital sólo para las recetas y/o para obtener la medicación hormonal. A la vez, la Ley autoriza la realización de intervenciones quirúrgicas totales o parciales, de modo que una persona puede colocarse implantes o extirparse las glándulas mamarias, sin necesidad de someterse a una intervención quirúrgica genital. En el contexto hospitalario el escenario es marcadamente heterogéneo y se conjugan en las prácticas cotidianas, incluso contradictoriamente, la perspectiva institucional, la de los profesionales de la salud, con la normativa despatologizante y las elecciones de las personas trans en pos de la construcción de un proyecto corporal autónomo y subjetivo.


Plaza de los dos Congresos, mayo de 2012. Fuente: https://100porciento.wordpress.com

Analizamos la experiencia trans como parte de un complejo proceso social. En él, la dimensión temporal es fundamental, pero también las relaciones sociales que se articulan de modo específico: la producción de un rol social, una subjetividad y un modo particular de relacionarse con el cuerpo. En muchos casos, el rol social, la subjetividad y las relación con el cuerpo son, a la vez, producto de prácticas cotidianas de interacción con los profesionales de la salud, con el conocimiento biomédico, las instituciones sanitarias, con otras personas trans y colectivos militantes; a la vez que producto de la incorporación/resistencia de discursos científicos, particularmente del discurso patologizante.

Sostenemos que alrededor de los procesos de atención se expresa también el modo en que se constituye la agencialidad del sujeto, su capacidad de integrar, en el despliegue de estrategias, diferentes expectativas y prioridades, o de gestionar los conflictos entre diferentes economías morales (Thompson, 2000). Los procesos de atención y las opciones terapéuticas se insertan de forma compleja en las estrategias sociales del sujeto, en su vida, y se capilarizan en el modo en que se constituye su self,en el seno de sus relaciones sociales y en la relación con los profesionales. En este sentido, las personas trans que intervienen sus cuerpos representan sujetos que, mediados biotecnológicamente, establecen un cierto tipo de relación consigo mismas; recurren al lenguaje biomédico para describir aspectos de sus experiencias o de su identidad, a la vez que su cuerpo, su vida y su cotidianeidad se presentan atravesados por intervenciones (quirúrgicas, hormonales, estéticas, etc.) que los posicionan particularmente, respecto de cómo podrían/deberían actuar.

SUBJETIVIDADES MEDIADAS BIOTECNOLÓGICAMENTE

Sostenemos que si bien la concepción de los humanos como sujetos totalmente pasivos y ‘víctimas’ de la tecnología es inadecuada; la idea muy sobrevalorada de que todos los individuos son capaces de intervenir activamente en el sistema y construir significados que contradigan aquellos que enarbola la ideología sexual dominante (binaria y heteronormativa), puede ser poco realista. Mientras los sujetos reinterpretan a menudo las prácticas culturales en sentidos coincidentes con las significaciones dominantes, la realidad muestra que algunos significados continúan predominando sobre otros, porque no todas las personas tienen igualdad en el acceso o control sobre los recursos que necesitan para dar cuenta de sus interpretaciones. En las sociedades occidentales contemporáneas las construcciones de ‘lo femenino’ y ‘lo masculino’ que son dominantes –así como las de ‘belleza’–, son también fuertemente ‘normatizadas’. Para construir argumentos y prácticas efectivos contra la coercitividad de estas formas, sostenemos que es primeramente necesario reconocer que ellas son dominantes y no recurrir a una celebración superficial y abstracta de la ‘heterogeneidad’ y las ‘diferencias’ (Bordo, 1993).


Manifestación ‘Octubretrans Barcelona’. Fuente: http://www.laindependent.cat

Las nuevas formas de subjetividad atravesadas por los discursos de intervención biológicos, médicos y sociales sitúan al individuo en una posición que lo habilitaría a ‘administrar’ su cuerpo y ‘gestionar’ su propia salud. En términos de Rose (2012), este tipo de subjetividad implica el conocimiento y la responsabilidad del sujeto por su propia “individualidad somática”. Sin embargo, entendemos que las versiones del paciente emancipado en un (bio)ciudadano celebrando un contrato implícito con los profesionales de la salud, redefinen los roles tradicionales de médico/paciente (Parsons, 1984); a la vez que se ciñen a nociones liberales de ciudadanía y libertad que refieren a sujetos abstractos. En el mismo sentido, la idea de un “paciente-consumidor”, lo presenta optando libre e informadamente por prácticas, intervenciones y tecnologías disponibles en el mercado para dar forma a un proyecto corporal del que se vuelve responsable y por el que debe velar y decidir. Ambas versiones se erigen sobre una “lógica de la elección” (Mol, 2008) y muchas veces sobre nociones ideales de libertad, igualdad y racionalidad que soslayan una controversia, ya planteada por los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS), a los principios económico-liberales de autonomía y libre elección del individuo.

Coincidimos con el planteo de Foucault (1998) acerca de que la tecnología no es una simple técnica, sino que se conforma como un dispositivo complejo de saber, poder y verdad en el que se imbrican instrumentos, textos, discursos, regímenes del cuerpo, que atraviesan y modelan el placer y la subjetividad. Las posibilidades que habilitan las (bio)tecnologías en relación a la transformación de “sí mismo”, de la manipulación y reproducción de la naturaleza y el control sobre la vida, no hacen más que reformular la clásica afirmación de que “la biología no es destino”.

Las subjetividades mediadas biotecnológicamente son parte de una construcción, un proceso más bien dinámico, dialéctico e incluso conflictivo, que monolítico. La idea de subjetividad remite a la compleja combinación de naturaleza y cultura, anunciando a la vez el fin de esos conceptos concebidos separadamente; dinamitando la visión estructuralista de que existe una ley, estructura-estructurante, para pensar la psiquis y la cultura humana (Derrida, 1989). En este sentido, nuestra propuesta para pensar las subjetividades queda dislocada de los binomios modernos fundantes: naturaleza/cultura, sujeto/objeto, individuo/sociedad.

DIRECCIONALIDAD Y SENTIDOS POLÍTICOS DE LAS TECNOLOGÍAS

Lagdon Winner (2008) ha reflexionado en torno a la direccionalidad y compatibilidad entre los diseños tecnológicos y las relaciones sociales; sin embargo, son cuestionables las propuestas que sostienen el hecho de que las tecnologías –en este caso aplicadas al cuerpo– generen relaciones sociales específicas, unidireccionales y contingentes como plantea el determinismo tecnológico. La evolución de los diseños (bio)tecnológicos debería dejar de pensarse como una trayectoria unidireccional que depende únicamente de la búsqueda de mayor eficacia y eficiencia, y tendría que contemplarse como un fenómeno abierto a lo contingente y objeto de luchas sociales de grupos y usuarixs. Esta manera de pensar los artefactos permite dar cuenta de la importancia que tiene la movilización de la población cuando se involucra en la interpretación y disputa la direccionalidad de la tecnología. En este caso, por ejemplo, las prótesis peneanas inicialmente se desarrollaron y comenzaron a comercializarse para el caso de hombres amputados o con disfunciones eréctiles. Del mismo modo, las hormonas fueron fármacos inicialmente sintetizados y comercializados para un uso clínico ‘sexualmente específico’: testosterona para hombres y progesterona para mujeres; tendiendo de este modo a reproducir el binarismo sexo/genérico. Siguiendo ese razonamiento y desde un prisma de género normativo cumplen la función de exaltar, contrarrestar o equilibrar los caracteres y condiciones identificadas como ‘femeninas’ y ‘masculinas’ (Oudshroom, 1994). Tanto en el caso de la ingesta ‘cruzada’ de hormonas en personas trans –ya sea a través de un uso auto-administrado13, o mediante una terapia de reemplazo monitoreada por un profesional–, como en el caso de las prótesis peneanas que se utilizan en las cirugías de reasignación; las tecnologías corporales se resignifican. El diseño, la finalidad, la efectividad y los resultados adquieren nuevos sentidos, a la vez que se disputan los efectos políticos de dichos artefactos.

De este modo, se vuelve posible rediseñar y actualizar los fines y sentidos iniciales con que fueron creados; surgen nuevas configuraciones socio-técnicas en la medida en que se modifican las relaciones entre artefactos, tecnología y sociedad (Bijker y Pinch, 1984). Esta perspectiva trasciende en cierta medida la tradicional disyuntiva entre normalización y subversión, e implica un proceso de democratización, signado por la participación activa de lxs usuarixs en las discusiones y los procesos de toma de decisiones en torno a las ventajas, riesgos y valores que aportan distintos procesos de tecnificación y mejora de la existencia humana. Así, un sinnúmero de sujetos y grupos disputantes van configurando su identidad mientras confrontan con nuevas formas de bioartefactualidad.

REFLEXIONES FINALES

En Las tecnologías del yo, Foucault reflexiona acerca de “ocuparse de uno mismo” (Foucault, 1991:48) a partir de una serie de técnicas que habilitan a las personas a administrar e intervenir su cuerpo, su alma, sus pensamientos, su conducta, su manera de ser, con la intención de transformarse y alcanzar un estado de felicidad, de pureza, de sabiduría, de perfección. En ese mismo sentido, podríamos pensar que las intervenciones de todo tipo –los implantes, las hormonas y las prótesis– no son sólo anexos, o agregados del cuerpo; sino que lo configuran dando forma a un proyecto subjetivo que habilita todo un abanico de posibilidades de ser y de una vida que merezca ser vivida. En este sentido, el placer, la autopercepción y la subjetividad se constituyen en los auténticos parámetros de las intervenciones corporales; en detrimento de las nociones de ‘normalización’ y ‘readecuación’.

En las sociedades contemporáneas la expresión de la persona se identifica con el cuerpo, transformándolo en un ámbito de intervenciones, que requiere de inversión y disciplina. “Las cirugías no tienen que ver con la estética, sino con la identidad”, afirma Davis (en Negrin, 2002:24). De este modo, para aquellas personas que se sienten  ‘atrapadas’ en un cuerpo que no refleja el real sentido de lo que ellas son, las intervenciones corporales se presentan como instancias abiertas de renegociación de la subjetividad, a través del propio cuerpo.

Donna Haraway (1995) argumenta que las posibilidades de intervenciones corporales que habilitan las nuevas tecnologías, disputan las rígidas oposiciones modernas: masculino/femenino, natural/ artificial, etc. Ella cree que las personas deberían hacer libre uso de estas tecnologías y aprender a encaminarlas de acuerdo a sus propios fines. Las tecnologías adquieren protagonismo en la construcción de identidades, en tanto brindan soporte material y deslizan el parámetro de normalidad hacia dimensiones subjetivas; articulando una reescritura de la naturaleza a partir del mercado y el consumo. Las identidades se conforman a partir de un juego de confrontaciones, el proceso es dinámico y da lugar a identidades contingentes, en tanto los actores participan en el proceso al mismo tiempo en que llegan a ‘ser’ a través de él.

A lo largo de este trabajo mostramos un tránsito desde el abordaje inicial del dispositivo médico-legal respecto de las solicitudes de las personas trans, como “portadorxs de una patología”, víctimas ‘aisladas’ de injusticias –lo que se vincula con una política de compensación y reparación de daños entendida en términos individuales (Pecheny, 2000)– hacia un paulatino proceso de reconocimiento, respecto de lo que implica considerarlas como parte de un colectivo y como efectivos “sujetos de derecho”. En este sentido, a partir de la sanción de la Ley de identidad de género identificamos un pasaje de una situación individual y despolitizada, a una instancia posterior de creciente politización y empoderamiento, en el marco de una experiencia colectiva más amplia.

A la vez, sostenemos que el nuevo escenario inaugurado por la Ley, ha implicado una instancia de democratización de las tecnologías, facilitando el acceso a las intervenciones, junto a la posibilidad de direccionar un proyecto corporal autónomo, no necesariamente coincidente con los estándares establecidos de lo femenino y lo masculino ni con el orden heteronormativo. Al mismo tiempo, se ha generado un espacio de apertura en lo que concierne a la producción de conocimiento y al control socio-cognitivo de los desarrollos (bio)tecnológicos, materializado en la participación de las personas trans y los colectivos organizados en las discusiones y los procesos de toma de decisiones en lo que concierne a los proyectos de ley y su reglamentación, así como en el diseño de manuales y protocolos de atención de la salud14. En este sentido, se destaca la propuesta de Sheila Jasanoff (2004) en torno al análisis de los procesos de democratización tanto de la producción de conocimiento, como de la regulación y normativa que controla los desarrollos tecnológicos y los fines para los que se utilizan.

Las intervenciones corporales pueden contribuir o ser utilizadas para ‘desestabilizar’ las nociones de sujeto fijo e inmutable, al celebrar la disrupción de los contornos estables del cuerpo como una precondición importante para cuestionar y desestabilizar las construcciones de género represivas (Butler, 2001). Consideramos que las intervenciones corporales mediadas tecnológicamente, representan oportunidades abiertas para iluminar la naturaleza construida artificial y culturalmente de lo ‘femenino’ y ‘masculino’; deconstruyendo las concepciones modernas de cuerpo y naturaleza.

NOTAS

1 Este artículo de reflexión teórica se desprende de una investigación antropológica desarrollada entre los años 2010 y 2017, con diferentes equipos de profesionales de la salud que brindan atención a personas trans en hospitales públicos de Argentina.

2 El proceso de sexuación es una de las primeras intervenciones biomédicas que se practica sobre los seres humanos. Allí, los profesionales de la salud traducen signos –en este caso genitales– en marcadores, otorgándoles una significación y con ello una identidad al sujeto, a través de adscribirlo a una de dos condiciones posibles. Los efectos materiales de dicha lectura científica se plasman luego en los documentos registrales que organiza el Estado para el control de la población, tanto en la partida de nacimiento como en el documento de identidad se categoriza a los sujetos en base a dos opciones posibles y mutuamente excluyentes: femenino o masculino.

3 La presencia de órganos sexuales mixturados y/o la combinación de caracteres sexuales categorizados como ‘masculinos’ y ‘femeninos’ en recién nacidos son identificados por los profesionales como síntomas de estados intersexuales o DDS (Desórdenes del Desarrollo Sexual).

4 No obstante las grandes diferencias interpretativas y terapéuticas de los profesionales de la psicología, de la psiquiatría y el psicoanálisis, en Francia comenzó a utilizarse el prefijo ‘psi’ para aludirlos indiferenciadamente.

5 El antecedente más importante en este sentido es el movimiento Stop Trans Pathologization (STP) que viene organizando diferentes actividades con el objetivo de impulsar acciones de despatologización trans. Inicialmente, las primeras campañas surgieron de activistas españoles y a partir del año 2009 la plataforma virtual cobró relevancia internacional incorporando progresivamente más de 370 redes y organizaciones de los cinco continentes. Particularmente en la Campaña SPT-2012, en coincidencia con el proceso de discusión y producción de la 5° versión del DSM, se han planteado marchas simultáneas en distintas partes del mundo con la consigna de eliminar definitivamente cualquier categorización biomédica para la transexualidad; proponiendo a la vez, un nuevo modelo relacional entre profesionales, tecnologías y personas trans.

6 Los tallos de Hegar son un juego de catorce dilatadores metálicos con forma cilíndrica y punta redondeada de diferentes medidas, que van desde 1 a 25 mm, que imitan la forma de un falo.

7 Las siglas F-M se utilizan en el lenguaje médico para referir al proceso de reasignación y tránsito en personas trans de femenino a masculino, y las siglas M-F refieren al proceso inverso de masculino a femenino.

8 En el lenguaje médico la función urinaria masculina ‘normal’ implica inherentemente la micción en posición vertical.

9 Los Estudios Queer se inician en Estados Unidos a fines de los años ’80 y son producto de la elaboración teórica de la disidencia sexual y la de-construcción de las identidades estigmatizadas. Se apunta a visibilizar las sexualidades periféricas, es decir, todas aquellas que se alejan del círculo imaginario de la sexualidad “normal”, heteronormativa, monógama y estable a lo largo de la vida; a la vez que se cuestionan los estereotipos y estándares aceptados de lo ‘femenino’ y lo ‘masculino’. La perspectiva Queer propone la hibridación y la transgresión de los límites como formas de resistencia contra las ideologías sexuales homogeneizadoras.

10 Para profundizar esta perspectiva se vuelve necesario indagar de qué modo los conceptos de enhancement o upgrade reformulan, desplazan e incrementan los parámetros y estándares biomédicos de normalidad. En el mismo sentido, se hace imprescindible incorporar un análisis que contemple los factores políticoideológicos y económicos que moldean las nociones de ‘bienestar’, ‘buena salud’ y ‘cuerpo perfectible’.

11 Las principales organizaciones impulsoras de la Ley fueron: el Frente Nacional por la Ley de Identidad de género (conformado por A.L.I.T.T., Cooperativa “Nadia Echazú”, Hombres Trans Argentinos, Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación, Futuro Trans, Encuentro por la Diversidad de Córdoba, MISER, Antroposex, Viudas de Perlongher, Jóvenes por la Diversidad, Escénika Arte y Diversidad, Cero en Conducta de Santiago del Estero, ADISTAR-Salta, Comunidad Homosexual Argentina, Apid, Crisálida de Tucumán, AMMAR Córdoba, junto a activistas independientes) y la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FAGBLT).

12 En el debate parlamentario se planteó, por un lado, si la identidad debía ser entendida como una enfermedad o como expresión de las múltiples posibilidades de experimentar el género, el deseo y la corporalidad. Por otro lado, si se aducía que las intervenciones no eran médicamente necesarias, en tanto no consistían en una respuesta terapéutica a una patología, el Estado no tenía por qué ‘cargar’ con los costos de las mismas. Los contra argumentos esgrimidos en torno a esta cuestión se basaron en comparar la experiencia con las de otros colectivos ‘sufrientes’ que habían logrado reconocimiento y cobertura de salud, como los obesos o los celíacos.

13 El uso auto-administrado y/o recreativo de hormonas ‘cruzadas’ se presenta diferenciado del uso ‘legítimo’ de la testosterona o de los estrógenos, como en los casos que se suministran dentro de un protocolo de hormonización, o de una persona admitida para un progresivo proceso de ‘readecuación’. Esos usos ‘ilegítimos’ y esos cuerpos, con su autonomía y poca docilidad, constituyen una amenaza a la autoridad médica, eluden controles y singularizan la experiencia con estas tecnologías, resistiendo incluso el epíteto de ‘pacientes’. Generalmente han sido las personas trans más experimentadas (que durante su juventud iniciaron las intervenciones corporales por su propia cuenta) o aquellas que no quieren someterse a una cirugía genital (y que, muchas veces no acuden al hospital), las que tienden a hormonarse sin supervisión médica.

14 Atención de la Salud integral para personas trans – Guía para equipos de salud (Ministerio de Salud, 2015); Aportes para la atención de la salud integral de personas trans desde una perspectiva local – Experiencia Rosario 2006-2011 (Secretaría de Salud Pública de la Municipalidad de Rosario, 2012) y Aportes para pensar la salud de personas trans – Actualizando el paradigma de Derechos Humanos en Salud (elaborada por el colectivo Capicua Diversidad, 2015).

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