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Avá

versión On-line ISSN 1851-1694

Avá  no.33 Posadas dic. 2018

 

DOSSIER: “INTELECTUALES INDÍGENAS Y CIENCIAS SOCIALES EN AMÉRICA LATINA”

El lenguaje comunal como aproximación metodológica decolonial

 

Edgar Pérez Ríos*

* Comunero mena di´zhke´ de Las Palmas, San Jerónimo Coatlán, Oaxaca. Estudiante de Doctorado en Ciencias, con Especialidad en Investigaciones Educativas del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (DIE-CINVESTAV) del Instituto Politécnico Nacional, México. E-mail: edgar.perez.r@cinvestav.mx

Fecha de recepción del original: 17/08/2018.
Fecha de aprobación: 18/09/18.


RESUMEN

En este artículo se plantea una aproximación metodológica de investigación académica decolonial con base en el lenguaje comunal, como una forma de co-construcción y compartencia de conocimientos en, con y desde las comunidades indígenas. Lo anterior, como una opción metodológica dirigida principalmente a investigadores miembros de pueblos originarios, intenta superar el carácter extractivista asociado a las investigaciones académicas tradicionales.

PALABRAS CLAVE: Intelectuales Indígenas; Lenguaje Comunal; Metodologías Decoloniales.

ABSTRACT

This paper presents a proposal for decolonizing academic research by favoring community-based forms of expression as a means of co-constructing and sharing knowledge in, with, and from within indigenous communities. The present proposal is designed for researchers who are members of indigenous communities. Additionally, it is intended to overcome certain extractive practices associated with academic research.

KEY WORDS: Indigenous Intellectuals; Communal Language; Decoloniality Metodology.


INTRODUCCIÓN

Las investigaciones que versan sobre nuestros pueblos originarios históricamente se han restringido al ámbito académico, dejando al margen de los debates a los propios pueblos. En México, desde mediados del siglo XX se configura lo que Rebolledo (2018) ha señalado como campo indigenista, es decir, investigadores de distintas disciplinas –sobre todo antropólogos– que han centrado su objeto de estudio en contextos indígenas. Particularmente en Oaxaca, al sur de México, no es sino hacia el último tercio de ese siglo que en el medio académico comienzan a surgir intelectuales indígenas enfocados al estudio de sus propias comunidades (Bartolomé, 2003), entre ellos los teóricos pioneros de la comunalidad: Floriberto Díaz de origen mixe y Jaime Martínez Luna, zapoteco de la Sierra Norte, quienes comprenden la comunalidad como el ethos de las comunidades indígenas oaxaqueñas, es decir, como “la forma en que viven nuestros pueblos oaxaqueños” (Jaime Luna, comunicación personal).

No obstante la presencia de intelectuales indígenas en el medio académico, el cual se ha nutrido en los últimos lustros, las reflexiones y debates sobre pueblos originarios han seguido al margen de estas sociedades. En Oaxaca hasta muy recientemente se han visto algunos esfuerzos por superar esta situación; el II Congreso Internacional de Comunalidad celebrado en marzo de 2018 en cuatro distintas comunidades del estado es una muestra de ello, pues en el evento convergieron tanto académicos como miembros de las comunidades.

Potenciar estos acercamientos entre academia y comunidad es posible mediante un enfoque metodológico decolonial que posibilite el diálogo de saberes (Castro-Gómez, 2007) entre los conocimientos académicos y los llamados conocimientos comunitarios. En ese sentido pondré en discusión mi propia experiencia de trabajo de campo realizado entre julio de 2017 y septiembre de 2018 en el Municipio de San Jerónimo Coatlán (SJC), Oaxaca, México, un pueblo mena di´zhke´ (zapoteco del Sur) del cual soy comunero1, en donde he podido experimentar la pertinencia de descolonizar las metodologías en aras de conformar posibilidades de co construcción y compartencia2 de conocimientos entre ambos espacios3.

Particularmente llamo ‘lenguaje comunal’ a este acercamiento metodológico decolonial enfocado en la construcción y compartencia de conocimientos con los miembros de la comunidad, término que leí por primera vez en letra de Jaime Martínez Luna, quien en respuesta a una publicación de Yásnaya Elena Aguilar Gil, intelectual mixe, comentó: “… me he empeñado en ejercitar un lenguaje comunal, más social e históricamente determinado. Esto me identifica con los que sienten lo que yo” (Martínez, 2012: s/p).

El lenguaje comunal que propone Martínez Luna ha sido poco desarrollado4, por lo que en este espacio intentaré describirlo, haciendo énfasis en la pertinencia de ejercitar un lenguaje comunal relacionado con las actividades de investigación que los intelectuales indígenas realizamos en nuestras propias comunidades o en otras comunidades indígenas. Con esto pretendo dar respuesta a la siguiente pregunta ¿cuál es la pertinencia del lenguaje comunal como una aproximación metodológica decolonial en investigaciones académicas en contextos indígenas?

Bajo este orden de ideas, en las siguientes páginas comenzaré contextualizando a SJC como escenario de investigación y como espacio donde se practica un lenguaje comunal; posteriormente me detendré en caracterizar a los intelectuales indígenas no académicos de SJC en relación con el lenguaje comunal que ellos utilizan y de donde se deriva mi propio acercamiento metodológico en el marco de mi tesis doctoral. En tercer lugar reflexionaré cómo hasta ahora, en general, las metodologías de investigación siguen subordinadas a una colonialidad del saber, reflexión que desarrollaré en contraste con el lenguaje comunal, practicado entre los intelectuales indígenas de SJC. Finalmente, se ofrecen algunas reflexiones finales derivadas de los retos que enfrentamos quienes hacemos investigación académica en el contexto de nuestras comunidades.

SAN JERÓNIMO COATLÁN Y SU LENGUAJE COMUNAL

San Jerónimo Coatlán es un Municipio zapoteco situado en la región de la Sierra Sur del estado de Oaxaca, en el sur de México (Mapa 1), cuya lengua originaria es el di´zhke´, la cual, a diferencia de otras lenguas con alta vitalidad en Oaxaca, se encuentra en alto riesgo de desaparición (INALI, 2012), pues de sus 5499 habitantes (INEGI, 2010) en trabajo de campo identifiqué que solo unas 10 personas tienen un buen dominio de la misma, mientras que aproximadamente otras 20 solo recuerdan algunas palabras o frases cortas en di´zhke´. Pese a esta situación lingüística, el castellano ha heredado prácticamente todos los usos del di´zhke´ más otros usos como la lectura y la escritura, por lo tanto la lengua con la que se enuncia el lenguaje comunal en SJC es a través del castellano.


Mapa 1. Ubicación de Oaxaca (color guindo) con énfasis en el Municipio de San Jerónimo Coatlán (resaltado en el óvalo ne­gro). Modificado de Wikipedia.

Por su parte, las escuelas (de los distintos niveles educativos) en este Municipio no pertenecen al subsistema de educación indígena o alguna modalidad de educación intercultural, por lo que asuntos como el idioma originario o los llamados ‘saberes comunitarios’ no están contemplados dentro de los planes y programas de estudio. Incluso algunos comuneros señalan que la escuela y los maestros contribuyeron en el desplazamiento lingüístico, como comenta un señor de SJC, refiriéndose a la década de 1940: “Venían maestros federales, pero no duraban… por lo lejos, yo creo. Entonces sí hablábamos la idioma [sic], pero más después los maestros nos quitaron la idioma, pues. Los maestros mismos nos lo quitaron. ¿Sabe por qué? Por lo que se turbe la lengua para hablar”.

Esta situación lingüística fue la que motivó mi tema de investigación doctoral, pues mi interés radica en comprender los procesos que han llevado al desplazamiento del di´zhke´ en favor del castellano, a la vez que indagar sobre las perspectivas de los hablantes y habitantes de SJC con respecto a la posibilidad de revitalización del idioma. Aunque en diciembre de 2016 se realizó una asamblea de comuneros para exponer mi intención de llevar a cabo la investigación, en un principio me orienté desde una perspectiva etnográfica que seguía los cánones académicos de investigación, un tanto distantes de las comunidades donde se investiga (Restrepo, 2007; Trouilliot, 2003).

Cuando en julio de 2017 tuve mi primera estancia en la comunidad no había oído hablar del lenguaje comunal y estaba más familiarizado con un lenguaje académico. Desde luego, sí poseía dicho lenguaje comunal aunque no era consciente de ello y solo lo utilizaba en asuntos de la comunidad, pero cuando se trataba de un asunto de mi proyecto doctoral inmediatamente me invadía ese lenguaje académico. Trataré de ilustrar esta situación relatando que cierta tarde, cuando se me acercó una señora para preguntarme acerca de mi trabajo en la comunidad, no tuve éxito al intentar explicar en qué consistía mi proyecto de doctorado. No podía explicarlo más allá de mi lenguaje académico; necesitaba otro lenguaje pero no lo hallé. Después se fue repitiendo la misma situación: niños, jóvenes y adultos me preguntaban qué era lo que hacía en la comunidad, en qué consistía mi investigación. Fracasé tantas veces como intenté dar respuesta a esa misma pregunta. Comencé a cuestionarme entonces acerca del tipo de lenguaje que estaba utilizando y lo limitado que me resultaba en el contexto de mi propia comunidad. Con agobio me di cuenta que estaba perdiendo mi competencia comunicativa pues esta “…está obviamente alimentada por la experiencia social, las necesidades y las motivaciones, y la acción, que es a su vez una fuente renovada de motivaciones, necesidades y experiencias” (Hymes, 1996: 22). Me faltaba acción.

A sabiendas de esto, me dediqué a ejercitar más el lenguaje de la comunidad. Estuve presente en tantos actos de habla me fueran posibles y recordé que “… ser un etnógrafo significa, antes que nada, aprender a mirar y a escuchar” (Duranti, 2000: 135). Hay que recordar que mi caso es diferente al de los otros intelectuales de mi comunidad –a los que me referiré más adelante–, por el hecho de estar adscrito a una institución académica donde se produce y se usa un lenguaje específico. Ese fue entonces el principal reto, cómo hacer dialogar estos dos lenguajes. Las respuestas habría que buscarlas y, precisamente, desde el lenguaje académico hallé una pista:

Participando en los diversos aspectos de la vida social de una comunidad, el antropólogo lingüista puede documentar las conductas comunicativas que tienen lugar en una serie de interacciones (la conversación casual, los acontecimientos políticos y ceremoniales, las representaciones teatrales, el canto, el duelo), y entre grupos determinados de individuos (mujeres, hombres, niños, jefes, sacerdotes, diputados, oradores, etc.). Por medio de la selección y clasificación de las actividades sociales sobre la base del uso lingüístico los antropólogos lingüistas son capaces de producir relatos más precisos de la estructura lingüística y del uso [de la lengua]” (Duranti, 2000: 140-141).

Esta tarea no es demasiado complicada cuando se pertenece a la comunidad, pero se necesita estar muy atentos y sobre todo volver a ejercitar nuestra competencia comunicativa. De ahí que resulta fundamental observar cómo se comparten los conocimientos o las ideas entre los diferentes miembros de la comunidad, de qué manera aprenden los niños de las comunidades o cuál es el lenguaje de los jóvenes indígenas pues no es necesario explicar que los idiomas son cambiantes, pero sí que “cada comunidad, como espacio de interacción lingüística, garantiza la existencia de un mismo sistema lingüístico único que se crea y recrea en la vida comunitaria” (Aguilar, 2013: 80).

Con lo anterior pude darme cuenta que en mi pueblo, como en otros, existe un lenguaje comunal que tiene que ver no solamente con los usos de la lengua en situaciones específicas como los rituales, las asambleas o la fiestas, sino también que dicho lenguaje necesita practicarse, pues éste se está reconfigurando todo el tiempo, sobre todo en la contemporaneidad, cuando diversas dinámicas socioculturales más globales impactan de alguna u otra forma en los pueblos originarios.

De esta manera comencé a involucrarme con mayor reflexividad en las actividades comunales de mi pueblo, como en las asambleas, los tequios5 y las fiestas. También me involucré más activamente en la ritualidad zapoteca, yendo al Encanto6 para participar en la petición de las lluvias, y visitando los guem sant7 para pedir permiso para cazar. Asistí a las dinámicas en el interior de la escuela telesecundaria, busqué comprender el papel que juega la escuela primaria. Observé con detenimiento los actos de habla entre las distintas generaciones del pueblo. Me colgué el machete8 y me fui con mi abuelo a quemar el rozo9 para la siembra del maíz; sembré maíz y lo vi crecer. Me tercié el mecapal10 y me fui a traer leña al cerro. En suma, me involucré en la cotidianidad de la comunidad; en su comunalidad. Esto no solo fue importante para reintegrarme a la vida comunitaria, sino que como explicaré más adelante también se convirtió en el principal eje para desarrollar mi trabajo de campo.

Finalmente, es necesario situar a SJC como un pueblo que centra su organización y vida comunitaria con base en la comunalidad (Díaz, 2004; Maldonado, 2002; Martínez, 2010). Esto significa que los diversos elementos culturales que lo configuran (territorio, fiestas, poder, trabajo, ritualidades, etc.) son de carácter comunal, es decir, constituyen un bien común para todos. En este sentido los conocimientos también son comunales, pues han sido construidos históricamente entre los diversos miembros del pueblo, de ahí que los comuneros intelectuales indígenas no se apropian de los mismos, ni los privatizan y mucho menos los mercantilizan, sino que los comparten abiertamente con otros miembros, usando un lenguaje comunal. En el siguiente apartado abundaré más sobre estos intelectuales indígenas.

LOS INTELECTUALES INDÍGENAS Y EL LENGUAJE COMUNAL

Bartolomé (2003) identifica dos tipos de intelectuales indígenas: aquellos que desarrollan sus reflexiones y propuestas sin la intervención de alguna institución académica y aquellos adscritos a alguna de estas instituciones. Me referiré en primer término a aquéllos, mientras que en el siguiente apartado hablaré de éstos últimos. Así, Juárez, Sosa y Toto (2012) se enfocan específicamente en el estudio de intelectuales indígenas zapotecos oaxaqueños (no académicos) de la Sierra Sur, quienes: “…no responden al paradigma académico o letrado, sino que desempeñan a partir de una conciencia colectiva y comunitaria, la función, no de entender ampliamente al mundo y sus circunstancias, que voluntariamente desconocen, sino su ethos, su cultura y perpetuarla en el tiempo para sus iguales” (Juárez, Sosa y Toto, 2012: 147).

En SJC –Municipio de la Sierra Sur– existen intelectuales no académicos como los mencionados por los autores referidos, quienes en otras palabras son “personas curiosas que buscan aprender más de lo que les enseñaron o que se sienten orientadas a reflexionar sobre su realidad social” (Bartolomé, 2003: 24). Incluso se sabe de cierto señor que, pese a no tener ningún grado de escolarización, en algún momento fue invitado a formar parte del Congreso del estado de Oaxaca precisamente por su nivel de conocimientos, sin embargo se rehusó, mostrando así que efectivamente era una persona muy sabia.

En otros rincones del Municipio de San Jerónimo Coatlán también hay intelectuales. En Las Palmas está uno de ellos, quien logró concluir sus estudios primarios a través del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA), a la edad de 50 años. Hasta entonces guardó una serie de conocimientos comunitarios en su memoria y en las memorias de otras personas con quién ha compartido el saber. Una vez que aprendió a leer y escribir decidió plasmar en un texto estos conocimientos acerca de la historia fundacional del pueblo11.

La mayoría de los intelectuales de SJC y sus comunidades siguen conservando y transmitiendo los conocimientos comunitarios a través de la oralidad y en espacios no consagrados a la enseñanza, como pudieran ser los colegios o las universidades en la sociedad occidental. De hecho, uno de los espacios donde se suele compartir conocimiento en nuestras comunidades resulta hasta antagónico a la escuela, puesto que se trata de las propias cantinas donde animados con un mezcal12 se conversa acerca de la comunidad, la tierra, la siembra, las autoridades, el servicio, etc. Desde luego no se desdeñan las escuelas pues estas son especialmente útiles para aprender esa noble tarea de leer y escribir, aptitudes primordiales para nuestras autoridades a fin de poder llevar por buen camino el futuro de nuestra comunidad.

Como señalan Juárez, Sosa y Toto (2012) cada uno de los intelectuales zapotecos del sur se abocan a cierto tipo de conocimientos, de modo que hay quienes han reflexionado y ahondando en las historias fundacionales, otros conocen más todo lo referente a plantas medicinales, hay quienes son especialistas en caza, actividad que se realiza en nuestras comunidades desde tiempos prehispánicos. También existen aquellos que se han interesado por asuntos políticos desde una perspectiva comunal, es decir para comprender los procesos que implica la gestión del gobierno municipal y la oficina de bienes comunales, las cuales se rigen a través de los denominados ‘sistemas normativos internos’ conocidos también como ‘usos y costumbres’13.

Mencioné tan solo algunos ejemplos de las especialidades que se manejan en nuestras comunidades; desde luego hay muchas más como en cualquier otra sociedad. Pero todos estos especialistas convergen en algo: utilizan un lenguaje comunal. No solo utilizan este lenguaje para profundizar en sus conocimientos sino también para compartirlos. Por ejemplo, en el mes de agosto de 2018, un señor de nombre Isidro Cruz, intelectual indígena interesado en temas fundacionales tomó la palabra en una Asamblea comunal para hablar de un episodio de la etapa fundacional de San Jerónimo con el objetivo de aclarar cierto punto tratado en esa Asamblea. En tal sentido, usó sus conocimientos en un espacio designado para tratar asuntos comunales, es decir, mediante un lenguaje comunal.

Este tipo de lenguaje es, entonces, una forma de co-construcción y compartencia de saberes comunitarios entre el intelectual indígena no académico y otros miembros de la comunidad, el cual es pertinente para que trascienda al plano de los intelectuales indígenas académicos, pues su ejercicio podría contribuir no solo a descolonizar el saber y las metodologías de investigación, sino que también abriría la posibilidad de hacer dialogar los conocimientos construidos en la comunidad con aquellos conocimientos académicos.

En otras palabras, el lenguaje comunal es la forma de comunicación que existe en distintos pueblos originarios, como SJC, independientemente del idioma en que se enuncie; es una forma de comunicar conocimientos, acuerdos, alegría, etc., e implica a todos los miembros de la comunidad en tanto miembros de una comunidad de habla (Hymes, 1974), capaces de comprender dicho lenguaje. Siguiendo esta lógica, es pertinente, además de recomendable, ampliar el debate sobre pueblos originarios, hasta ahora académico, a un público más amplio pero con igual legitimidad en su participación, tanto más cuanto que se trata de un tema de carácter comunal, que tiene que ver con nuestras formas de vida, conocimientos y el modo en que éstos se han compartido más allá del territorio comunal.

Como comunero de SJC interesado en sus aspectos socio-lingüísticos, históricos y educativos, y como investigador académico en formación, he intentado articular mi experiencia académica con el lenguaje comunal que poseo como miembro de la comunidad mediante una perspectiva metodológica con enfoque decolonial. Esta aproximación con la comunidad desde un lenguaje comunal me ha permitido justamente experimentar la pertinencia de dirigir mi proyecto de investigación en dos sentidos: como contribución al campo de la investigación educativa y como contribución al propio desarrollo de conocimientos comunitarios de SJC.

En cuanto al segundo objetivo, durante el trabajo de campo diseñé en compañía de mi esposa y colega, Erica Cárdenas, dos talleres temáticos bajo el nombre “Voces de Nuestros Cerros”, uno desarrollado en la comunidad de Las Palmas y otro en la cabecera municipal, San Jerónimo Coatlán. El primero de ellos se denominó “Conociendo nuestra historia, fortaleciendo nuestra identidad”, y el otro “El lienzo de San Jerónimo Coatlán”, donde se trabajó en la interpretación de un lienzo colonial elaborado posiblemente a finales del siglo XVI.

Tomando en cuenta que la construcción y compartencia de conocimientos a través del lenguaje comunal es una actividad colegiada entre diversos miembros de la comunidad –y de la academia– el contenido de los talleres, aunque fueron diseñados por nosotros en el marco de mi proyecto doctoral, fue discutido, ampliado y construido entre todos los participantes, esto es, entre jóvenes y comuneros (mujeres y hombres) de la localidad así como un investigador invitado, siendo un total de 25 participantes, número que variaba entre las distintas sesiones, incrementando a 150 en la etapa final.

Por ejemplo, en una de las sesiones del taller donde se discutió la fundación de la comunidad de Las Palmas tuvimos como invitados a dos abuelos que conocen mejor que nadie su historia fundacional, comenzada en 1976 y concretada en 1984 mediante Decreto Estatal14. En esta actividad los integrantes del taller formulamos una guía de entrevista con los temas de nuestro interés, de modo que tuvimos la oportunidad de conocer la historia en voces de sus protagonistas, pues uno de ellos, el señor Francisco Reyes, fungió como dirigente para realizar las gestiones necesarias frente al gobierno del estado, además de desempeñarse como representante municipal en los primeros años de la fundación. Empleamos la entrevista, la cual hace parte de un lenguaje académico y los hicimos dialogar con el lenguaje comunal mediante la transmisión oral de saberes entre dos generaciones: los abuelos y los jóvenes asistentes al taller, quienes tenían entre 15 y 25 años de edad, momento en que tradicionalmente se considera que los miembros de la comunidad están aptos para involucrarse en asuntos de carácter comunal.

La voz de los abuelos es un elemento que particularmente distingue a nuestro lenguaje comunal. La voz de ellos es respetada en tanto continuidad de las voces de nuestros antecesores. Como mencioné antes, los intelectuales indígenas de San Jerónimo Coatlán construyen y comparten sus conocimientos sobre todo a través de la oralidad, lo heredan a las nuevas generaciones y de esa forma han pervivido por siglos. Por eso, escuchar sus voces es fundamental para comprender el lenguaje comunal.


Figura 1. Los señores Francisco Reyes y Julio Pérez compartiendo sus conocimientos comunitarios con los alumnos del taller. Fotografía: Edgar Pérez, 2018.

El lenguaje comunal que aquí propongo también se sitúa en espacios diferenciados a los salones de clases o auditorios, y también se expresa más allá de la lengua oral o escrita. Parte de este lenguaje se manifiesta a través de la miniatura, la cual no es exclusiva de nuestra comunidad, sino que se trabaja en diversas comunidades zapotecas del Sur (Elvia González, 2018, comunicación personal). El arte en miniatura es una práctica ancestral utilizada con frecuencia en rituales fúnebres, pues de acuerdo con la cosmovisión zapoteca, los muertos emprenden un camino durante nueve días hasta llegar al cielo, por lo que deben llevar algunos utensilios de uso cotidiano, así como comida, dinero y un mbèktěgăn (perro del difunto, simbolizado por una avispa metida dentro de un carrizo). Todo ello de manera simbólica, de manera que el dinero se simboliza en granos de cacao; como comida se meten nueve tortillas así como huaraches, machete y sombrero en miniatura.

Actualmente la miniatura también se utiliza en celebraciones católicas cuando se acude a realizar pedidos a la virgen o algún santo. En estos eventos las personas llevan diversas figuras de carros, caballos, casas o de aquello que los feligreses piden devotamente a sus santos. De ahí que en nuestras comunidades la fabricación de diversos objetos en miniatura es una práctica recurrente entre niños, jóvenes o adultos. Por eso tomar en cuenta esta forma de compartir saberes responde a una estrategia didáctica comunitaria.


Fig. 2. Dos niños realizan corrales de ganado en miniatura en un pedido católico. Fotografía: Edgar Pérez, 2018


Fig. 3. Dos niños realizan casas tradicionales en miniatura en el taller. Fotografía: Edgar Pérez, 2018

Como cierre del taller se propuso una actividad que reuniera la participación de toda la comunidad de Las Palmas, pintando un mural comunitario en una barda dentro del espacio que ocupa la Oficina Municipal. Esa barda guardaría una memoria de este taller y tocaría un tema emergente en la comunidad: ‘salvemos nuestro maíz’. No teníamos pintura pero un integrante del taller, Juriel Cruz, propuso que se realizara una colecta en la comunidad. Se hizo la colecta y se reunieron los fondos necesarios para la pintura y las brochas.

Al cabo de dos días de trabajo tuvimos nuestro mural listo. Solo era cuestión de hacerle una debida inauguración, a la vez que nuestra fiesta de clausura. Como toda fiesta en Las Palmas no podían faltar los tamales, así que los participantes se encargaron de ello. Como la finalidad era hacer dialogar el lenguaje comunal con el académico, se decidió invitar a un investigador que se ha ocupado de la etnohistoria de Coatlán, nuestra región. De tal manera en nuestro cierre se contó con la participación de Rodolfo Rosas Salinas, quien brindó una Conferencia titulada “Historia de Coatlán”, donde asistieron cerca de cincuenta miembros de la comunidad quienes dialogaron con el conferencista y se involucraron en la discusión del tema15.

Por su parte, el taller temático sobre “El lienzo de San Jerónimo Coatlán”, realizado en SJC en septiembre de 2018, es relevante para los propósitos de este artículo ya que en dicho espacio tuvimos la posibilidad de hacer dialogar el lenguaje comunal con el académico. ¿De qué manera? Rodolfo Rosas, investigador académico que realizó en 2016 una paleografía del lienzo (documentada en Rosas, 2016), fue invitado junto a sus colaboradores a SJC para una asamblea con autoridades municipales y comuneros en donde se discutieron los resultados de su investigación.


Fig. 4. Mural comunitario “salvemos nuestro maíz”. Fotografía: Edgar Pérez, 2018


Fig. 5 Rodolfo Rosas impartiendo la conferencia “Historia de Coatlán”. Fotografía: Edgar Pérez, 2018

El evento fue relevante porque la referida investigación brindó algunos elementos históricos y lingüísticos asociados al lienzo, mientras que los comuneros se centraron en aspectos territoriales y políticos del mismo documento, por lo que el resultado de dicho debate fue enriquecedor tanto en términos académicos como comunitarios. Esta actividad nos ha permitido enriquecer los conocimientos sobre el lienzo desde una doble perspectiva epistémica, rompiendo de alguna manera, el carácter colonial del saber.



Figs. 6 y 7. Investigadores y comuneros analizando y discutiendo el contenido del Lienzo de San Jerónimo Coatlán. Fotografía: Edgar Pérez, 2018.

INTELECTUALIDAD Y COLONIALIDAD

Frente a los intelectuales indígenas y sus prácticas de co-construcción y compartencia de conocimientos que enuncié en el apartado anterior, están otros intelectuales indígenas y no indígenas cuyo trabajo de producción o de divulgación de conocimientos sobre pueblos originarios gira en otra dirección. Esto radica en un problema de tipo estructural que nos incumbe a todos cuanto pertenecemos a una institución académica de producción de conocimiento científico. Ya Castro-Gómez (2007) realizó un llamado a descolonizar estos espacios (universidades) en aras de sobreponerse a esta realidad que nos invade. No son entonces los intelectuales indígenas insertos en las instituciones sino las propias instituciones las que generan un tipo de lenguaje que no encaja en la comunidad, pero es menester reconfigurarlo y el lenguaje comunal se muestra como una posibilidad.

Bien sabemos que el lenguaje académico la mayoría de las veces se plasma en tesis, libros, capítulos de libro, artículos, etc. Este lenguaje se comparte en espacios especializados como conferencias, paneles, seminarios o charlas en espacios universitarios. Lo anterior se convierte ya en un tipo de lenguaje/saber privilegiado que solo unos cuantos tienen acceso a él; se trata de una colonialidad del saber no solo por su forma de divulgación sino también por el mismo manejo que se hace de dicho saber que consiste básicamente en su privatización.

La privatización de los saberes o conocimientos se hace palpable a través de los derechos de propiedad intelectual, donde el conocimiento deja de ser comunal y se convierte en individual bajo el amparo de las leyes occidentales. De esta manera tenemos ante nosotros dos tipos de conocimientos: los denominados conocimientos científicos y los conocimientos comunales. Ambos tienen naturalezas distintas como señala Lander (2001: 79):

Las nociones hoy hegemónicas sobre la propiedad intelectual articulan estrechamente, por un lado, la concepción de la superioridad del saber científico/tecnológico occidental sobre toda otra forma de saber y, por el otro, las concepciones liberales del individualismo y de la propiedad privada. En forma consistente con lo que ha sido el orden colonial del sistema-mundo moderno, se define una modalidad de conocimiento (el conocimiento científico/empresarial occidental) como sujeto a la protección de un régimen nacional e internacional de propiedad intelectual, a la vez que se define al conocimiento de los otros como de libre disposición y apropiación”.

Las consecuencias de este orden colonial son mayúsculas, para ejemplo veamos un caso muy sonado en México en 2015, documentado en el periódico La Jornada, donde un conocimiento comunal se vio amenazado por la privatización del saber:

La empresa francesa Isabel Marant incluyó en su línea Etoile primavera-verano 2015 los patrones gráficos tomados indiscutiblemente de la Blusa de Tlahuitoltepec. No dio los créditos correspondientes, privatizando de esta manera la propiedad colectiva, lo cual consideramos como plagio del diseño.

La denuncia pública fue dada por las autoridades municipales y agrarias de Tlahuitoltepec el 3 de junio de este año, misma que puso en evidencia que Isabel Marant no era la única empresa de diseño de moda que estaba plagiando esta blusa; según el diario The Guardian, la firma Antik Batik estaba litigando en contra de Isabel Marant, porque reclamaba los derechos de autor sobre el diseño de sus productos de la línea Etoile primavera-verano 2015, de hecho, Antik Batik es también una empresa francesa de Gabriela Cortese que en su línea Barta comercializó, desde el año 2014 prendas con los patrones gráficos de la blusa de Tlahuitoltepec” (Pérez, 2015: s/p).

El anterior caso es tan solo una muestra de cuan frágiles resultan nuestros conocimientos comunales ante el sistema colonial del saber. En el orden que aquí nos ocupa, es decir, la producción de conocimientos por parte de intelectuales que trabajan en o con pueblos originarios, el problema de los derechos de propiedad intelectual persiste en el sentido de que muchas veces los conocimientos comunales son literalmente apropiados por parte del investigador, de tal forma que un conocimiento que fue comunal por siglos e incluso milenios de pronto se individualiza, pese a ello hay quienes arguyen diciendo que “los datos son de quienes lo trabajan”. Entonces, el conocimiento comunal legalmente pertenece a alguien, se mercantiliza.

Hoy en día las propias comunidades intentan frenar este ‘contrabando epistémico’. Un caso muy reciente se dio en la comunidad de San Jerónimo Coatlán cuando en compañía de mi esposa y una lingüista norteamericana nos dirigimos a la comunidad para documentar el número de hablantes de la lengua di´zhke´, para lo cual, obviamente, se necesitaba saber en qué grado dominan la lengua. Pues bien, estábamos justamente entrevistando a una señora (que es mi tía) y pidiendo algunas palabras en di´zhke´ cuando nos interrumpió su hijo, alegando que lo que estábamos haciendo (particularmente la norteamericana) era robarnos las palabras de la señora. Después de no poco diálogo logramos explicar los fines reales de la entrevista, los cuales están orientados a comenzar un programa de revitalización lingüística en coordinación con el Cabildo Municipal de la comunidad.

Esta experiencia en San Jerónimo nos deja muchas reflexiones. En primer lugar, que hasta ahora prevalece un trabajo académico que no ha podido dialogar con las comunidades. Este hecho se evidencia particularmente en el trabajo de campo en comunidades indígenas mediante la etnografía, que tampoco ha logrado desprenderse de los cánones académicos de ‘recogida de información’. El etnógrafo parece contentarse con los datos que ha construido en campo, los traduce en un lenguaje académico y los comparte con sus colegas. En su estancia en la comunidad no se esfuerza por comprender, ya no digo aprender, el lenguaje comunal ni tampoco se ve muy interesado en compartir sus hallazgos siquiera con ‘sus informantes’. Esto ha provocado la mala reputación de la investigación en los pueblos originarios, tal como señala esta intelectual maorí:

Desde el punto de vista del colonizado, posición desde la cual escribo y por la que opto, la ‘palabra investigación’ está intrínsecamente ligado al imperialismo y colonialismo europeos. La palabra misma, ‘investigación’, probablemente es una de las más sucias en el vocabulario del mundo indígena. En muchos contextos indígenas, cuando se menciona esta palabra, incita silencio y malos recuerdos, provoca una sonrisa que proviene del conocimiento y de la desconfianza” (Tuhiwai, 1999: 1. Traducción propia).

En segundo término, los intelectuales indígenas miembros del pueblo en donde se insertan académicamente tenemos aún más responsabilidad de reconfigurar los procesos metodológicos que hasta ahora han imperado dentro de la investigación académica. Tanto más cuanto que en muchas ocasiones por el hecho de estar estudiando en alguna universidad no se nos obliga a cumplir con el sistema de cargos que regulan nuestras comunidades. En este sentido vale la pena traer a colación las palabras de un antropólogo haitiano, autor identificado como subalterno:

De esos sujetos [los subalternos] puede esperarse la mayor impugnación y el trabajo más importante de re-edificación de la antropología; no de los antropólogos metropolitanos, tan lejos de las realidades que investigan como cerca de su condición de miembros de una minoría cognitiva privilegiada; tampoco de los pro-subalternos, muchos de ellos herederos de una tradición que se complace en la cercanía mientras mantiene la distancia” (Trouillot, 2003: 10).

Las severas palabras de Trouillot no son más que el reflejo del actual sistema colonial del saber que abarca a las instituciones académicas de producción de conocimiento científico. Son a su vez una invitación para repensar la relación academia-comunidad. Incluso diversos intelectuales tanto indígenas como no indígenas, desde hace unas décadas, han comenzado a cuestionarse los parámetros colonizadores de la investigación académica actual, sin embargo la mayoría de las veces lo hacen mediante un lenguaje académico que no termina por hacer eco en el lenguaje comunal.

Con lo anterior me refiero, particularmente, al discurso decolonial latinoamericano, el cual se ha convertido en un tema de debate en el seno de la propia Academia, pero que no ha logrado transitar al interior de las comunidades, si no es mediante la adopción de dicho discurso por parte de algunos intelectuales indígenas académicos. Metodológicamente no se perciben cambios en la forma en cómo se construyen y presentan los conocimientos, por el contrario, algunos utilizan el idioma inglés como medio de difusión, idioma prácticamente desconocido entre muchos pueblos originarios como el caso de Oaxaca

Por otra parte, el hecho de ver a las metodologías como procesos rigurosos y colonizantes tiene que ver con lo que Haber (2011) llama metodologías disciplinadas, las cuales son secuencias protocolizadas de acciones para alcanzar un conocimiento o trazar el camino que se ha de seguir. Esta lógica, además de implicar una visión positivista de las metodologías, tiene escasa flexibilidad y capacidad de inventiva, restringiendo así a quien investiga a una serie de pasos establecidos de antemano. Ante ello, necesitamos indisciplinar las metodologías (Haber, 2011; Suárez-Krabbe, 2011). Y con indisciplinar las metodologías se abren las puertas a la flexibilidad metodológica, a una ‘nometodología’ que significa “seguir todas aquellas posibilidades que el camino olvida, que el protocolo obstruye, que el método reprime. Es conocimiento en mudanza” (Haber, 2011: 29).

Hasta aquí se puede evidenciar la pertinencia de reconfigurar el lenguaje académico, haciéndolo dialogar con el lenguaje comunal. No hacerlo tiene muchas implicaciones, algunas de ellas las he podido identificar en el contexto de San Jerónimo Coatlán y sus comunidades, donde una serie de conocimientos comunales, sobre todo históricos, gestados hace siglos se han olvidado o al menos se han dejado de transmitir en la oralidad. Me refiero particularmente al origen de los pueblos zapotecos del Sur, al cual pertenece San Jerónimo. Este origen se encuentra en la antigua ciudad de Monte Albán abandonada hace más de mil años (Gay, 1881). Hoy día, los estudiosos han podido acceder a este conocimiento y no así los miembros de las comunidades, lo cual abre la posibilidad de que los estudiosos se propongan ejercitar el lenguaje comunal a través de la compartencia de saberes a la que me referí en el apartado anterior.

La co-construcción y compartencia de saberes que propongo no es otra cosa más que construir y compartir los conocimientos entre los diferentes públicos involucrados: la academia y los pueblos originarios, cada uno desde su propio lenguaje pero en diálogo. Para nosotros, los miembros de los pueblos, el lenguaje comunal se traduce en comunalidad (Martínez, 2015), lo que a su vez significa uso común: de la tierra, de las fiestas, del poder… y del conocimiento. En ese entendido estamos receptivos a compartir; a dar y recibir, porque al fin y al cabo de eso se trata la compartencia, la fiesta, la calenda o la guelaguetza, como dicen los zapotecos del Valle.

Los intelectuales indígenas no desconocemos este lenguaje como tampoco desconocemos el lenguaje académico, por ello se trata de una tarea posible. Es necesario entonces practicar nuestro primer lenguaje, el comunal. Pero se necesita que la academia también flexibilice su lenguaje, pues a pesar de las iniciativas de los intelectuales por documentar sus comunidades, aún nos seguimos ciñendo a una estructura un tanto rígida, donde la forma de escritura y producción documental sigue obedeciendo a los cánones académicos tradicionales, como lo observa Mariana Paladino entre la producción académica de intelectuales indígenas del Brasil, cuyos textos “… siguen el patrón convencional en cuanto formato y estructura de otros textos académicos. No se percibe una innovación, tal vez a causa de las propias exigencias de programas de posgrado y agencias de apoyo a la investigación” (Paladino, 2015: 248-249).

REFLEXIONES FINALES

Los intelectuales indígenas zapotecos de la Sierra Sur no académicos, como la médico tradicional Margarita Pérez, la gestora Asunción Zavaleta, el músico Cándido Gallardo y la partera Catalina Romero, de cuyos casos nos hablan Juárez, Sosa y Toto (2012), además de los intelectuales de San Jerónimo Coatlán nos enseñan una forma de co-construir y compartir conocimientos comunitarios desde una perspectiva más social y culturalmente relevante, perspectiva que se muestra pertinente para descolonizar las formas académicas actuales de construcción y divulgación del conocimiento.

Sin embargo, el reto no solamente estriba en términos metodológicos, sino también en términos epistemológicos, pues aún se tiene la tarea de romper la asimetría entre los conocimientos científicos y los conocimientos comunitarios, pues mientras que éstos sirvan solo como vía para la construcción de aquéllos y no como una misma construcción, se seguirán pensando a las comunidades y sus miembros solamente como informantes o en el mejor de los casos como público a quien compartir algo. Esta asimetría deriva entonces en un no-diálogo, porque “la comunidad universitaria se asume como los ‘poseedores del saber’ y la comunidad campesina como los ‘necesitados del saber’ (Vásquez, 2015: 150).

Así, en este artículo intenté mostrar la pertinencia de reconfigurar las metodologías de investigación académica, aproximándonos a un enfoque decolonial a través del lenguaje comunal. Intenté mostrar mediante mi propia experiencia que es posible realizar una investigación académica que responda tanto al campo académico como al comunitario en donde se sitúan nuestras investigaciones, de manera que este diálogo de saberes contribuyan a enriquecer los procesos de co-construcción de conocimientos sobre nuestros pueblos originarios.

Los intelectuales indígenas insertos en espacios académicos tenemos la tarea de cambiar la actual relación academia-comunidad, y creo que ya lo estamos haciendo. Es necesario construir nuevas metodologías; una más comunal. Nuestros pueblos originarios son poseedores de una tradición oral por la que ha transitado el conocimiento desde hace muchas generaciones, ahora es posible documentarlas, aunque para ello se requiere ser muy cuidadosos, pues existe el riesgo siempre latente de caer en la privatización de los saberes. Se requiere también buscar otras formas de divulgación, discusión y construcción del conocimiento, una que incluya a nuestros pueblos.

Desde luego que la academia tiene ciertos parámetros que rigen la investigación, lo cual es válido tomando en cuenta que la misma es parte de la llamada cultura occidental. Nadie nos obligó a los intelectuales indígenas a ingresar a este medio, a sus instituciones y universidades. Conocemos el lenguaje de estos sitios y debido a ello logramos ingresar, ahora, en nuestros pueblos también entendemos su lenguaje, solo es cuestión de practicarlo, de reflexionarlo, de vivirlo. De este modo somos compatibles en estos dos escenarios, pero necesitamos dejar de privilegiar a uno en detrimento del otro. Hagamos dialogar estos lenguajes, estos saberes.

Cabe aclarar que aunque ambos lenguajes tienen naturaleza distinta no son antagónicos; por el contrario, también se intentó mostrar cómo éstos cuando encuentran un objeto de estudio común –como el Lienzo de San Jerónimo Coatlán– se pueden nutrir mutuamente. Por ahora el diálogo de saberes puede ser el primer paso para poder arribar a un escenario donde lenguaje comunal y lenguaje académico dejen de tener fronteras nítidamente identificables, para convertirse en una suerte de lenguaje común entre investigadores académicos que hacen su trabajo en el contexto de pueblos originarios.

Al menos en el contexto del Municipio de San Jerónimo Coatlán y sus comunidades esta forma de trabajo basado en la co-construcción y compartencia de saberes ha sido bien recibida, lo cual podría indicarnos que efectivamente se trata de un enfoque con implicaciones sociales a nivel de las comunidades. Muestra de ello es que varios comuneros de Las Palmas han comentado que las universidades alejan al hombre de su tierra, pero luego de esta experiencia un comunero comentó que “sería bueno que todos los que estudian la universidad se metieran más en los asuntos del pueblo”. Sin embargo, la relación universidad – comunidad necesita fortalecerse pues:

“Si algo le falta a nuestra comunidad son personas preparadas, con pensamiento crítico, que faciliten la construcción de un nuevo paradigma social; es verdad que en los últimos años otros más han logrado graduarse en alguna profesión, pero desafortunadamente por comportamientos envidiosos de la propia comunidad, no se han podido integrar de manera satisfactoria en los asuntos inherentes al desarrollo de nuestro pueblo, donde por extraño que parezca los profesionistas son poco valorados y hasta relegados, un tanto por la desidia personal de no querer participar en asuntos públicos, y también porque no existen condiciones para hacerlo” (testimonio de un comunero).

Finalmente, el lenguaje comunal, como podemos ver, es un lenguaje complejo al que los miembros de los pueblos originarios hemos podido acceder en tanto miembros de esos pueblos, pero también se trata de un lenguaje cuya permanencia no está garantizada, no solo por la presencia cada vez más fuerte de nuevas formas de ver el mundo y de relacionarse con él, particularmente desde un pensamiento mercantilista-individualista que poco a poco ha cambiado la relación entre los hombres y la tierra, sino también porque las relaciones intergeneracionales son cada vez más reducidas, de tal suerte que pareciera que existe un espacio destinado para los viejos y otro para los jóvenes, lo que provoca una discontinuidad incluso en la transmisión de saberes comunitarios básicos como la siembra del sistema milpa. De esta forma, el lenguaje comunal no es el mismo en todas las comunidades, incluso varía entre los propios miembros de una misma comunidad.

Bajo estas líneas, es notoria la existencia de una colonialidad no solo del saber, sino también del ser, del poder y de la naturaleza, como acertadamente describen los autores del llamado giro decolonial (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007), situación que nos invita –si es que no nos obliga– a los investigadores miembros de pueblos originarios a contribuir en la pretendida descolonización del saber, del ser, del poder. Fortalecer, entonces, el lenguaje comunal como una ‘estrategia indígena’ de preservar formas de construir y compartir conocimientos es ya una acción encaminada hacia dicho objetivo, el cual también contribuye a ver otras formas de hacer investigación en el seno de los pueblos originarios.

En otras palabras a interculturalizar la academia, sus metodologías y sus soportes teóricos (Dietz, 2011). Realmente somos poseedores de un lenguaje privilegiado, entonces hagamos valer ese lenguaje como legítima vía de producción y compartencia de conocimientos.

NOTAS

1 Categoría política otorgada por la comunidad a cuyos miembros han cumplido la mayoría de edad (17 años como mínimo), con el cual asumen responsabilidades y gozan de derechos comunales. En Oaxaca cada comunidad establece los criterios para otorgar, suspender o derogar la condición de comunero, el cual tiene que ver la mayoría de las veces con la conducta mostrada en la vida comunitaria.  

2 Martínez (2010) propone el concepto de compartencia en contraste con competencia, entendiendo ésta como una lógica económica capitalista, mientras aquélla responde a una naturaleza colectiva. Para nuestro tema, los saberes son colectivos y la compartencia es la forma en cómo se socializan.

3 Este artículo deriva de mi tesis doctoral en curso en el DIE-CINVESTAV asesorada por la Dra. Ruth Paradise, para la cual se cuenta con una beca otorgada por el CONACYT.

4 Este término también se encuentra, aunque un tanto implícito, en Martínez (2015).

5 El tequio es una forma de trabajo que involucra a todos los comuneros para la realización de alguna obra común como la limpieza de las calles, la construcción de alguna escuela o para alguna actividad de beneficio para toda la comunidad.

6 Se trata de un cerro sagrado asociado a una ritualidad agrícola prehispánica.

7 ‘Guem sant’ en di´zhke´, se traduce como ‘piedra santa’. Se trata de piedras prehispánicas asociadas al rayo, la deidad principal entre los zapotecos del Sur al cual se le encomiendan actividades de caza y agricultura. Para una explicación más detallada sobre los guardamontes ver: Pérez Ríos, Edgar (en prensa). “Guem Sant: Continuidad religiosa prehispánica entre los zapotecos del Sur”. En: Itinerarios, Nº 29, Polonia: Universidad de Varsovia.

8 Apero de labranza utilizado para cortar yerbas y árboles pequeños.

9 Se llama “rozo” al espacio que se dispone para la siembra de maíz.

10 Se trata de una cuerda utilizada para transportar distintos materiales; tiene un espacio blando en medio que ayuda a evitar rasgaduras en la piel.

11 Se trata de un manuscrito en propiedad del autor cuya cita es la siguiente: Ríos Pérez, Modesto (2015). Un relato del principio de la fundación del pueblo de Las Palmas San Jerónimo Coatlán Miahuatlán Oaxaca. Manuscrito inédito.

12 Bebida tradicional alcohólica entre diversos pueblos originarios de Oaxaca.

13 Opto por la denominación de sistemas normativos internos, porque implica un reconocimiento de las comunidades como agentes políticos, contrarios a los ´usos y costumbres´ que más bien se asocian a formas de organización simples.

14 Decreto 139 de la Quincuagésima Primera Legislatura del Estado, publicado en el Periódico Oficial del Gobierno Constitucional del Estado Libre y Soberano de Oaxaca, Tomo LXVI, Alcance al núm. 12. 22 de Marzo de 1984, pp. 43.

15 El video de la conferencia completa puede verse en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=bqz9l7gEpDc&t=4s

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