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Ciencia, docencia y tecnología

On-line version ISSN 1851-1716

Cienc. docencia tecnol.  no.32 Concepción del Uruguay May 2006

 

HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES: INVESTIGACIÓN

Líneas quebradas. Una reflexión sobre la comunicación ciudadanía/gobierno*

Broken lines. A reflection on citizenship/governmet communication*

Sergio Caletti**

*) Este artículo surge de textos escritos entre 1998 y 2000, como parte del Informe Final del PID Nº 3114, Fa-cultad de Ciencias de la Educación, financiado por SICTFRH, UNER. Participaron (particularmente en el trabajo de campo) Juan Manuel Jiménez, Aurora Ruiu, Alejandro Ramírez y Patricia Fasano, junto a las becarias de Iniciación en la Investigación Fabiola Claret y Andrea Valsagna. Asimismo, estos avances integran parcialmente los resultados del Proyecto Cód. 42715, financiado conjuntamente por el CONACYT e instituciones participan-tes: UAM-X, UBA, UNC y UdeG. Recibido para publicación en octubre 2005 y aceptado en marzo 2006.
**) Profesor titular ordinario de  Investigación en Comunicación, Fac. de Cs. de la Educación, UNER, Director del referido PID; Profesor titular regular de  Teorías de la Comunicación III, Fac. de Cs. Sociales, UBA. E-mail: scaletti@datamarkets.com.ar

Resumen

La llamada democracia se ha hecho parte sobreentendida de la escena política argentina, pero el pacto que la hace posible y que le da sentido viene siendo puesto en entredicho por la propia ciudadanía. Aunque el texto se aboca al caso argentino, la problemática señalada es, en rigor, propia de la política contemporánea: mientras el régimen de gobierno que llamamos hoy democracia se encuentra (en el planeta) más extendido y menos cuestionado que nunca, parece alejarse también crecientemente de la antigua aspiración de ser efectivamente el gobierno del pueblo que lo caracterizó programática y políticamente durante casi dos siglos. En este marco, aquí se vuelcan dos fragmentos de un trabajo de investigación que resumen lo avanzado sobre este punto. En el primero, el acento está puesto en el registro empírico de algunos rostros de esta debilidad; en el otro, la carga se inclina hacia una elaboración conceptual posible de lo que se supone que estos registros visibilizan.

Palabras clave:  Vida política; Calidad de la democracia; Medios masivos; Representación.

Abstract

The so-called democracy has become an aspect taken for granted in the Argentine political setting, but the pact that makes it possible and provides sense to it has been questioned by the citizens themselves. Although the text is devoted to the Argentine case, the problem indicated is, strictly speaking, proper of contemporary politics: while the government regime we call democracy today is more spread (in the planet) and less questioned than ever before, it seems to be getting away increasingly from the old goal of effectively being the government of the people, which characterized it programmatically and politically during almost two centuries. Within this framework, two fragments of a recent research study are included here, which summarize the extent to which we have advanced on this issue. In the first one, the emphasis is on the empirical record of some aspects of this weakness while in the second one a possible conceptual production of what these records are supposed to evidence is strenghtened.

Key words: Political life; Quality of democracy; Mass media; Representation.

I. La política nuestra de cada día

I.1. Introducción
Desde la finalización de la dictadura militar, una presunta paradoja signa el proceso político argentino. Tal vez, ella podría resumirse del siguiente modo: mientras desde 1984 y a lo largo de estos años se ha venido afianzando paulatinamente, y aun con altibajos, el carácter democrático del régimen que nos gobierna, la calidad de la relación que mantiene la ciudadanía con los miembros y con las actividades de la clase política da señales de deteriorarse en progresión inversa. La faz más evidente de este deterioro se condensa en el enorme desprestigio en el que ha caído la política, en su acepción más amplia.
Es tal la naturalización de la que se inviste este desprestigio que su sola mención invita a asociar inmediatamente con una cadena de lugares comunes (corrupción, crisis de representatividad, etc.), al punto tal que un tratamiento sistemático del tema enfrenta la dificultad de estos falsos sobreentendidos que campean sobre ella, y que hacen suponer un engañoso dejà vu cuando, en rigor, la cuestión es apenas como el síntoma en el que cobra forma visible un arco de problemas de cierta densidad y que, según parece, no han sido conveniente o adecuadamente analizados.
Las tonalidades extremas que asume el fenómeno aludido en el momento de escribir estas páginas pueden observar, como ya lo han hecho más de una vez en este período, variaciones, altibajos, cambios de humor relativamente bruscos. El reciente caso de entusiasmos y desencantos en torno de la Alianza así lo ilustra(1). Valdrá entonces aclarar que la cuestión principal, a nuestro juicio, no es la de las mediciones del día de popularidad o impopularidad. Ése no sería más que, en definitiva, el aspecto llamativo y trivial del problema. En este contexto, la pregunta básica que el fenómeno debería tal vez propiciar está considerablemente ausente del debate. A saber: ¿de qué tipo es entonces este afianzamiento de lo democrático que puede prescindir de -o incluso resulta capaz de moverse en sentido contrario a- una consolidación correlativa de los lazos que vinculan a representantes y representados, lazos que se encuentran en la base misma del pacto constitucional? O, de otro modo: ¿es esta democracia efectivamente  la misma de la que hemos hablado tradicionalmente?
Hay elementos para pensar que no. Más: a nuestro juicio, hay
elementos que invitan a pensar si el ejemplo argentino no es uno entre otros, y si acaso no estamos en los umbrales de un cambio relevante y duradero en aquello que cabe denominar, con más propiedad, el régimen de gobierno del Estado. Un cambio, o mejor, un proceso de cambios, en los que se estaría forjando un espécimen nuevo en el género de las formas con que hemos conocido hasta ahora a las democracias liberales de Occidente.
En las páginas que siguen se exploran algunos de estos horizontes a partir de lo avanzado en un Proyecto de Investigación cuyos inicios se remontan a 1993 y concluido en 2000. El proyecto tenía por objetivos mayores indagar en las condiciones generales de posibilidad para la emergencia de nuevos actores políticos en sectores populares, a partir de las nuevas formas de pobreza que comenzaban a generalizarse en laépoca. Los resultados de un primer trabajo de campo, realizado en 1994, mediante técnicas cualitativas y cuantitativas, en barrios marginales de las ciudades de Santa Fe y de Paraná, orientaron a una reprogramación del trabajo en virtud de la relevancia alcanzada por algunos indicadores. Se planificó entonces una segunda toma de campo, realizada en 1997, para un universo mayor y con las más rigurosas técnicas de encuesta. Los datos que se vuelcan en cuadros más adelante(2) corresponden a uno de los aspectos sondeados, el que refiere directamente a los vínculos que el universo muestreado mantiene con la dirigencia política, esto es, el nudo problemático al que venimos aludiendo desde un principio.
Partimos del contexto argentino por una triple razón. Por una parte, como puede ima-ginarse, porque éste ha sido el espacio de referencia de nuestras interrogaciones primeras. Para una generación que se educó en la idea según la cual la política era el campo de los más intensos, creativos, universales y honorables juegos de interacción en el espacio social, y que se habituó asimismo a concebir la política como el primer y más abarcador prisma cotidiano para la inteligibilidad del mundo, de sus acontecimientos, y aun de la propia vida, la Argentina de hoy -con seguridad no sólo ella, pero en principio ella- resulta un escenario capaz de promover desconcertantes extrañamientos, como los que surgen cuando -al cabo de fragores y esperanzas, dictaduras, muertes y exiliosse advierte que la política ha ido deviniendo, para muy amplios sectores de la población, en una suerte de especialización profesional sospechada y ruin, de la que por fortuna se ocupan otros.
En segundo lugar, y como parte de un interés teórico, porque hipotetizamos precisamente (en relación con lo ya insinuado como no exclusivamente local) que a la Argentina le toca el raro privilegio de integrar una suerte de  destacamento avanzado de naciones donde la emergencia de nuevas formas de democracia al estilo de ésta, la nuestra y paradójica, ha comenzado a desplegarse con mayor velocidad y extensión que en otros países de Occidente.
No suponemos de modo alguno, claro está, que el ejemplo argentino guarde similitudes  inmediatas con otros contextos nacionales. Pero entendemos sí que pueden establecerse conexiones significativas de distintas características tanto con otros países de América Latina como con algunos de Europa Occidental y otros de Europa Oriental. De todos modos, las referencias que formulamos en estas primeras páginas omiten aquellas conexiones y se circunscriben a la Argentina.
Pero, tercero y sobre todo, partimos del caso argentino porque a él volveremos, literalmente, en función de los resultados de una indagación empírica bajo cuyo estímulo y requisitoria -ambas cosas, sin duda- se inspiraron y orientaron muchas de estas reflexiones, como una suerte de marco interpretativo para el procesamiento y análisis de los datos producidos.

I.2. Los rostros de la des-representación
Para dar cuenta de algunos de los principales resultados de campo obtenidos a través de encuestas, es inevitable referirnos en primer término a aspectos relativos a las técnicas de trabajo que se utilizaron. Nos limitaremos a aquellas referencias imprescindibles para facilitar la lectura de los números que se expondrán, así como de lo que es nuestra lectura de tablas.
Permítasenos entonces, en primer término, ubicar al lector respecto de la organización de los datos a desplegar. Dado que tanto en la construcción del cuestionario como en la codificación de las respuestas (todas abiertas) se siguieron algunos caminos no del todo convencionales, rogamos, en ese sentido, la paciencia de atravesar ahora la secuencia de estas aclaraciones introductorias.
En un primer corte, los datos recogidos refieren a las dos grandes instancias hacia las que, por hipótesis, hemos enfocado nuestro análisis, a saber, la que denominamos  espacio público-televisivo y la que
denominamos socialidad inmediata.
Para cada una de estas dos instancias, se formularon preguntas dirigidas a producir indicios acerca de cómo se distribuye (a) la asignación de confianza política, (b) la apreciación de virtudes, y (c) la identificación de tipo simpático entre las figuras que pueblan respectivamente ambos espacios desde la perspectiva del encuestado. De esta manera, el cuerpo central del cuestionario (a la vez, el tramo sistemáticamente reiterado en las distintas tomas de campo) se construyó con reactivos distribuidos de este modo:

Tabla 1:
Esquema de reactivos utilizados

En otras palabras, se trata de una secuencia de 17 reactivos que de manera del todo homogénea explora los tipos de vínculo entre la ciudadanía y quienes se supone la representan, tanto en el pequeño espacio público construido en términos de las relaciones con el mundo inmediato (familia, vecinos, barrio, etc.) como en el ámbito del gran espacio público, básicamente delimitado por la oferta massmediática. En la presente sinopsis, nos limitaremos a volcar referencias únicamente de este"espacio público televisivo", en sus aspectos generales.
No se preguntó, sin embargo, "que opinión le merece" o "como calificaría", ni muchos menos "cuál de los siguientes 5 atributos mejor le corresponde a Fulano de Tal", sino que se ofrecía el atributo preguntando a quién se lo aplicaría. Así, en vez de someter al entrevistado a la mecánica de definirse respecto de una "realidad" que viene implícitamente construida desde el cuestionario, se propició que, en cambio, el entrevistado construyera él una "realidad" en los términos que más le cuadrasen, sobre
la base de un grupo de significantes relativamente libres de referencialidad.
De este modo, y reteniendo el eje de lo político como organizador conceptual del conjunto de categorías, optamos por agrupar los nombres ofrecidos de manera abierta por los entrevistados en los siguientes tres grupos:
• el de los integrantes de una representación propiamente "política", en adelante RP (básicamente dirigentes partidarios y funcionarios de cualquier nivel y/o rama de gobierno);
• el de los integrantes de una representación "sustituta" (de la propiamente política), es decir aquellos que sin ser propiamente "políticos" aparecen vinculando su propio decir a asuntos convencionalizados como 'políticos', u ostentando características que permitirían ubicarlos en ese rol: periodistas de programas informativos y de opinión, pero también figuras de programas humorísticos que "dicen cosas", caricaturizan, etc., en adelante RS, nombres que subdividimos en "informadores" y "opinadores", y
• el de los integrantes de una representación "desplazada" (respecto de la política), esto es, el de las figuras que lejos de desarrollar actividades concomitantes con los asuntos de la vida política, resultan empero depositarios potenciales o efectivos de una "representatividad": conductores con escaso o nulo ejercicio del comentario político como los de programas de entretenimientos, o bien artistas, figuras del espectáculo, personajes de ficción, arquetipos (en adelante RD, subdivididos en "presentadores", "figuras con arte propio" y "figuras de ficción/arquetipos").
Podrá entenderse que "sustituta" y "desplazada" son denominaciones convencionales e internas a los mismos presupuestos de investigación que precisamente intentan facilitar la visibilidad de los desarreglos que sufre hoy el canon republicano de la representación política, al tiempo que permiten esbozar algunas hipótesis de lectura.
A estas tres categorías, tuvimos que añadir una cuarta, que llamaremos de "representación cero" (en adelante RC), dado el alto número de respuestas del orden de la negatividad (del tipo: "nadie", "ninguno", etc.) y dada, también, una fluctuación de rango llamativamente amplio en las respuestas del tipo "no sabe / no contesta", lo que habla a todas luces de algo más que de la típica ausencia de opinión propiamente dicha que, sea por error de aplicación o por falencia del encuestado, tiene
siempre su cuota en cualquier sondeo, si bien en proporciones raramente superiores a un dígito(3). RC abarca entonces ambas respuestas -tanto negativas como elusivas- aunque, de todos modos, y por razones de transparencia, las mantenemos discriminadas.
Hechas estas aclaraciones mínimas, creemos que la manera más directa de anticipar la organización de los datos que se expondrán es presentar el diseño total de las categorías y sus intersecciones, a través de un cuadro (ver Tabla 2), donde puede apreciarse el modo en el que funcionaron los distintos reactivos y códigos de agrupamiento de respuestas con los que trabajaremos. Vayan entonces, estos cuadros vacíos, a los fines de una más rápida visualización.

Tabla 2
Espacio Público Televisivo - Diseño TOTAL

Los tres primeros reactivos que analizaremos son los que buscaron explorar el estado de las relaciones propias de una delegación política implícita, vinculada a un ejercicio de confianza, con todo el peso que este término arrastra desde la teoría política de la democracia(4). Es sabido que de las tres formas bajo las cuales se ensayó resolver los problemas de la representación en la historia política de las repúblicas modernas -el mandato, la afinidad, la fiducia-, ha sido esta última, vale decir, el depósito de confianza junto al otorgamiento de una amplia autonomía para usar de ella ejerciendo la representación, la modalidad que prevaleció en las repúblicas representativas de hoy. Es por ello que indagar por ese vínculo de confianza se vuelve, a nuestro juicio, decisivo.
Lo primero que salta a la vista en los datos que estos reactivos producen son, sin duda, las proporciones en las que se confirma una condición que se entiende por demás sabida respecto de la vida social contemporánea: la población no cree en los políticos ni los visualiza como aquéllos que se supone que son, esto es, sus representantes. Condición sabida, hemos dicho, pero respecto de la cual es muy poco lo que aún hoy puede decirse "a ciencia cierta"(5).
La más elemental, la más clásica, la más abierta de las formas de la representación de talante político -la capacidad de expresar en público lo que otros piensan- coloca a los políticos, de acuerdo a estos datos, en un lugar misérrimo. Veamos el Cuadro 1.

Cuadro 1.
Datos '97¿Quién dice cosas que usted piensa? ¿Cuáles? En %

Si se trata de explorar la medida en que el segmento de los políticos "dice" lo que la ciudadanía piensa o, mejor, la medida en la que ésta se siente presente en lo que los políticos dicen, este reactivo funcionó, en un sentido, de manera óptima. Esto es, en relación con la apertura que el propio instrumento buscaba posibilitar, de modo que los entrevistados expresasen con la mayor espontaneidad posible los lugares de depósito de la fiducia, sin resultar excesivamente constreñidos por los cánones de la representación propiamente política.
Así ocurrió. Los respondientes no necesariamente percibieron el interrogante como de carácter "político", por lo que las respuestas pueden considerarse ampliamente fidedignas respecto de la medida en que cada"grupo de roles" captura la representación espontánea de la ciudadanía. No se nos escapa que, a la vez, a la mencionada ventaja puede señalársele su punto negativo: podría contraargumentarse que indicar que, precisamente, la ausencia de una específica delimitación al carácter político de "las cosas que usted piensa" facilita excesivamente las respuestas"descentradas". Pero, ¿no sería este argumento acaso el resultado del hábito instalado respecto de lo político como una "especialización", en la acepción negativa que lo distancia de lo que constituye el desarrollo mismo de la vida en común?
Valga señalar -porque en cualquier caso resultará extremadamente útil a la hora situar de qué estamos hablando- una casi obviedad en este cambio de siglo en que vivimos, obviedad que sin embargo es, o debería ser, motivo de escándalo. La perspectiva que nos interesa obliga a recordar que, de acuerdo a cánones, correspondería que prácticamente la totalidad de la respuestas fuese del tipo que aquí hemos denominado RP, salvo el porcentaje de Ns/Nc.
Pero no es éste el resultado. Cabe formular los siguientes señalamientos en relación con los datos:
a) El grupo de respuestas que espontáneamente señaló a políticos como aquellos que dicen lo que uno piensa es el más bajo de todos los agrupamientos posibles: 5.6% del total.
b) De ningún modo cabe pensar que la pregunta desvió a asuntos del "decir" y del "pensar" ajenos a la vida en común: los que se llevaron las palmas en esta pregunta fueron precisamente aquellos que, a través de programas periodísticos, hablan de la actualidad y dicen cosas (comentan o incluso hacen bromas), exactamente sobre esas cosas sobre las que también hablan los políticos; y muchas veces lo hacen con ellos o  en referencia  a ellos; este grupo obtuvo el 32.8% del total, y si el agrupamiento se extiende a los periodistas-locutores-conductores de programas periodísticos en general, asciende al 41.2%, lo que significa una relación de casi 8 a 1 respecto de los políticos.
c) Hay más. En definitiva, entre periodistas y políticos, se acumula el 46.8% de las respuestas. ¿Qué ocurre con el resto, holgadamente la mitad
más uno de la población muestreada? Como se ve en el Cuadro 1, son dos las grandes vías de dispersión. Por una parte, las figuras del espectáculo (presentadores y con arte propio), que suman el 24.2% de las respuestas. Por el otro, el 29% que, por una u otra vía, se resiste a designar el nombre de quien lo "representa".
d) Vale la pena detenerse en este 29%. Son tres las modalidades de respuesta que lo integran. La mayor numéricamente y también la más directa, clara y tajante, la de aquellos que lisa y llanamente respondennadie, ninguno, etc.: 14.6%. En segundo lugar, la de quienes optan por el elusivo "no sé", "no tengo idea": 9.6%. En tercer lugar, pero de ninguna manera menos significativa que los anteriores, la modalidad adoptada por quienes responden lo imposible (figuras de ficción / arquetipos): Chuck Norris, La Biblia, Atahualpa Yupanqui (6), etc., y que suman 4.7%.
La medida de esta desacreditación general de la llamada "clase" política había sido uno de los aspectos más llamativos de los resultados obtenidos en los sondeos preliminares (Datos '94). Como se verá enseguida, en algunos casos, las dos tomas presentan diferencias (aunque nunca sustantivas). Pero si hay un caso de consistencia de los datos, eséste. Véase el detalle comparativo en el Cuadro 2 y, en particular, la coincidencia de los totales asignados a cada una de las cuatro grandes categorías (en negrita).

Cuadro 2.
Comparativo Datos '94 /Datos '97. ¿Quién dice cosas que usted piensa? En %

El total de los tres reactivos utilizados en relación con la confianza política entrañan una progresión en varios sentidos, aunque es posible que los intervalos semánticos que las separan -en caso de poder establecerse su magnitud- no sean homogéneos (algo que intentó compensarse con la ubicación de los respectivos reactivos en la secuencia del cuestionario). Se trata, claro está, de tres reactivos que apuntan por igual, bajo distintas modalidades, a la sindicación de los atributos propios de una confianza política, que es a su vez base de la representación en el sentido clásico del término.
Esta progresión es la que se plantea entre "expresar" al otro haciendo presente sus formas de ver, "dirigir" al otro en tanto se lo orienta en general respecto de las cuestiones de interés común (incluidas eventualmente las posiciones frente al poder establecido), y "gobernar" al otro, esto es, tomar las decisiones que habrán de afectarnos, en el marco del sistema que nos rige colectivamente. Me expresa, me orienta, me gobierna, pueden pensarse así, esquemáticamente, como tres niveles sucesivos de focalización en la política convencionalizada como tal, y también, por lo tanto, tres niveles sucesivos de sujeción implícita del entrevistado a lógicas establecidas para la formulación de sus respuestas.
Este último aspecto tiene su importancia: es considerablemente más difícil responder Chuck Norris o Susana Giménez si lo que se pregunta es por quién merecería ser gobernante que simplemente por quién dice lo que diríamos nosotros. Veamos entonces, en el Cuadro 3, la serie de datos de los tres reactivos.

Cuadro 3. Datos '97.
Respuestas indicativas de una relación de confianza política. En %

Tal como se señaló, dos de las tres preguntas de este grupo se dirigían explícitamente a la zona convencionalizada de lo político, en la acepción casi profesionalista del término. De acuerdo al sentido común, los reactivos parecían en este caso correr el riesgo de recortar a priori el universo de las respuestas posibles al mundo de la clase dirigente. Pero no ocurrió así. La pregunta por el buen dirigente, por ejemplo, llevó a que sólo uno de cada cuatro entrevistados se sintiera compelido a -o eligiera- mencionar políticos.
Nos interesaba aquí indagar también en las diferencias que pudieran establecerse entre estos dos matices (gobernar, dirigir) en la organización de las cosas que los entrevistados hicieran a través de sus propios registros de lo político. El registro respectivo fue capturado doblemente: a través de las preguntas mismas, y a través de la codificación. Los resultados ratificaron una conjetura de la investigación, pero probablemente en una medida menor a la esperada. Entre otras cosas, influyó el hecho de que por el propio sistema de notación adoptado, figuras como la de Ramón Palito Ortega y, en algunos casos, el propio Duhalde o Graciela Fernández Meijide, fueron considerados dirigentes (7).
En este marco cabe señalar un aspecto que puede resultar de particular interés. De acuerdo a lo visto hasta aquí, podría decirse en principio que la ciudadanía aparece "des-representada" -desde su propia percepción- en relación con el conjunto de la clase dirigente que, ocupando posiciones de relieve en el sistema institucional, no refrenda sus títulos. Y, sin embargo, no existe el llano, esto es, el espacio político donde la confianza de la ciudadanía supuestamente se recrea en nuevas o terceras figuras que se preparan para disputar lo que ha sido vaciado o expropiado. Por el contrario, la "des-representación" ciudadana no tiene que ver con  unos políticos, con  unos partidos, con  unas específicas instituciones incluso. Tiene que ver, antes bien, con la política.
En el conjunto de datos volcados hay otros elementos de juicio que se plantean rápidamente ante la lectura en el sentido señalado. ¿Qué implica que 6 de cada 10 entrevistados no mencionen a ningún político ante una pregunta tan sesgada en esa dirección como ¿Quién diría usted que merecería ser gobernante?, de los cuales a su vez casi la mitad responden explícitamente nadie u optan por designar lo imposible?
Es necesario pensar el problema en toda su magnitud: el conjunto de las respuestas agrupadas como RS, RD y RC/Neg para cada uno de los tres reactivos -es decir, en el orden de su presentación, 84.8%, 63.7% y 50.4% condensa el orden de las proporciones con que la representación política fracasa como tal, la magnitud en la que puede pensarse que los supuestos cánones han dejado de ser precisamente tales. Estas proporciones crecerían considerablemente si, como parece lógico,
asumiésemos que entre los que no contestan hay también una importante dosis de "des-representación": el orden de los que se resisten a ofrecer un nombre en estas preguntas es, en promedio, el mayor de toda la serie de respuestas del tipo Ns/Nc.
Detenerse en el análisis de este grupo de respuestas (Ns/Nc) lleva a ratificar la sospecha. No sabe, no contesta es, sin duda, una clasificación empobrecedora, aplanadora de respuestas que, como las siguientes, quedaron bajo esa gris denominación:
- Ay! me mataste con esa pregunta....
- No sé, porque el presidente que nos hace cagar a todos de hambre, él ni dice nada...
- La verdad que a esto no sé qué decirte..
- No sé, si todos dicen y no cumplen las cosas, qué voy a decir!
(8)
La contracara de este presunto fracaso casi gigantesco de la representación política del sistema es que ya ni siquiera se lo protesta, sino que es asumido con la naturalidad del paisaje, y el escándalo se acalla. La suma de quienes no encuentran (entre quienes se supone que deberían) a aquel que merezca gobernar, ni a quien pueda ser buen dirigente, ni a quien diga lo que uno piensa -esto es, respectivamente, 60%, 75% y 95%- constituye la cifra de la distancia que mantiene (y reproduce) la organización institucional del Estado con la propia ciudadanía que le da sustento. Al menos, en el espacio del universo muestreado.
No es nuestro propósito fundamentar con estos números conjeturas apocalípticas. Hasta cierto punto, se sabe propia de las democracias contemporáneas la tendencia a separar precisamente el andamiaje legislativo y tecnoburocrático de gobierno de la sociedad civil y sus intereses cotidianos (la generalización del lobby, por la inversa, denuncia el fenómeno). Esta tendencia descansa a su vez en la delegación que la ciudadanía hace de su soberanía a unos funcionarios que cumplen, como diría Kelsen, con la ficción de la representación. Pero esta ficción tiene un requisito  sine quae non: ambos términos sociales de la ecuación (representantes y representados) deben creer en ella, y no precisamente como ficción. De qué manera puede sostenerse la representación cuando los representados no la reconocen, es una pregunta que no merece apocalipsis, pero sí reflexión.
Decíamos presunto fracaso: también cabe la posibilidad -es la hipótesis que sostenemos- de avizorar en estos datos los indicios de un
nuevo régimen de gobierno, democrático en el sentido de Robert Dahl(9) pero ya no más republicano, que parece capaz de sostenerse sobre las bases de la relativa prescindencia ciudadana. Precisemos aún la cuestión. La lógica de cualquier sistema político de tipo democrático supone, de manera inexcusable, la existencia de un espacio en el que pueda cumplirse con la representación ciudadana bajo alguna modalidad, sea ésta -tal y como suele estipularse, y ya recordamos- por afinidad, por mandato o, como es lo arquetípicamente republicano, fiduciaria por selección periódica. Cuando es fiduciaria, como en nuestro caso, la falta de la llamada "credibilidad" se torna en una grave paradoja.
Permítasenos ahora un comentario casi técnico que hace absolutamente a la lectura de los datos. En alguna medida imposible de cuantificar, estos resultados generales adquieren mayor peso si se considera lo que podríamos denominar como ciertas condiciones sociales de producción de los datos por encuesta. Veamos. Por más cuidadosas que sean las técnicas aplicadas y por más "espontánea" que sea la respuesta del entrevistado, esta "espontaneidad" no es abstracta sino que se inscribe -y debe entenderse- en el marco de lo que él supone que son las condiciones bajo las cuales es interrogado, condiciones que a su vez infiere de los indicios de la situación que se le presenta, a la luz de sus propias competencias culturales.
De aquí se sigue que desde la perspectiva del entrevistado resulta considerablemente más fácil y presumiblemente más adecuado contestar el nombre de un político conocido y no el de un héroe de película cuando se le pregunta quien es o sería un buen dirigente. Para responder algo que el entrevistado puede suponer en ruptura con las reglas implícitas de la situación que en ese instante sostiene frente a y con el entrevistador son necesarias una cierta convicción y una decisión de enunciarla para nada desdeñables. Con frecuencia, las respuestas elusivas (no sé, no tengo idea, etc.) ponen de manifiesto la disonancia entre lo que el encuestado cree o siente y las reglas implícitas bajo las cuales se supone interrogado, disonancia que zanja eludiendo el punto. En nuestro caso, las instrucciones de campo apuntaron especialmente a aligerar todo lo posible el peso de estas reglas, intentando controlar la invocatoria implícita a cualquier requisito de "racionalidad" en las respuestas, racionalidad que suele no ser otra cosa que un efecto de hegemonía, vale decir, de subordinación al código de las legitimidades presuntas.
Salvo mediante la aplicación -más compleja- de algunas escalas actitudinales, las técnicas habituales de encuesta de opinión omiten ese elemento decisivo de juicio que no es la frecuencia de una respuesta sino la intensidad(10) con que es formulada. Los porcentuales que aquí comentamos deberían pues leerse asumiendo que quien profiere el nombre de un héroe de película para señalar a su dirigente ideal lo hace con alguna cuota de desafío hacia los políticos consagrados, cuota que es mayor que la de quien evita la respuesta y probablemente mayor aún que la de quien propone un periodista.
En este contexto de lectura, los datos expuestos añaden ribetes de mayor relieve a la inconsistencia que se deja ver entre lo que suponemos habitualmente que es nuestra democracia política, incluso con sus reconocidas debilidades, y, por el otro lado, la manera en que esta supuesta democracia se procesa, se significa y al mismo tiempo ¿se completa? en y desde la subjetividad de la ciudadanía. Es por todo ello que, a nuestro entender, este conjunto de datos grafica con crudeza la magnitud de los procesos que, relativamente carentes de una expresión política "objetivada" (porque no hay votaciones ni encuestas de opinión que se publiquen al respecto) están sin embargo modificando de modo profundo el sentido de las instituciones sobre las que se soporta la vida política del país.
Mientras tanto, cabe advertir hasta qué punto una técnica de investigación, la encuesta, que suele darse como expresión misma de la verdad, depende, también ella, de los encuadres previos de la investigación. La observación resulta pertinente en un tiempo como el actual, en el que se ha vuelto casi cotidiana la medición por sondeo de las inclinaciones políticas de lo que ahora se llama "la gente", mediciones que los medios publican con notable efecto de cientificidad e impacto de opinión. Por lo común, en estos estudios se incluyen nombres entre los cuales el encuestado marca sus preferencias. Es difícil que figure en el contexto teórico de estas indagaciones, realizadas a pedido y con fines inmediatos y restringidos, la posibilidad de que el hecho mismo de tener que elegir entre cualquiera de ellos constituya, por ejemplo, una opción poco halagüeña.
Si asumimos que los tres reactivos cubren, a nuestros fines y tentativamente, un cierto campo de significaciones (respectivamente: el de la confianza depositada para decidir el rumbo general, el de la
confianza para orientar la posición de los más afines, o bien la confianza como para asumirse expresado por), y construimos sobre esa base una media teórica, veremos que la percepción de una "representación cero" constituye el resultado de mayor frecuencia relativa. (Ver, al respecto, Cuadro 4)

Cuadro 4. Datos '97.
Media teórica para el campo de conceptos vinculados. En %

A la vez, la suma de quienes optan por mencionar una figura absolutamente ajena al quehacer específico (desde el conductor del programa de chistes, juegos y música Marcelo Tinelli hasta Bruce Willis) más aquellos que no quieren o no pueden dar nombre alguno cuando lo que se pregunta, en tres ocasiones distintas y bajo distintos aspectos, es en quién depositaría usted su confianza política, supera la mitad de la muestra (!!), frente a un magro 24% que decide nombrar -porque de verdad lo siente o porque le parece adecuado decirlo- a figuras del campo de la actividad política reconocida como tal.
Vale la pena comparar estos resultados con los que se habían obtenido preliminarmente en el sondeo realizado en dos barrios marginales de Santa Fe y Paraná, tres años antes. Es lo que se pone en evidencia en el Cuadro 5.

Cuadro 5
Datos'94. Media teórica equivalente. En %

¿Qué es lo que en rigor está en juego en estos números? La respuesta supone otra pregunta: ¿qué implica para un cuerpo social, o para un segmento de él, que una cada dos personas rehúsen sentirse parte de la institucionalidad política en la que sin embargo están inscriptas en la condición de meros ciudadanos? Aunque no apresuremos ninguna conjetura, queremos sí señalar que interrogarse por estas implicaciones incluye, cuando menos, tres asuntos de distinta índole, a saber:
a).¿Qué implica para el que se rehúsa, esto es, qué consecuencias tiene su rechazo en sus propias disposiciones hacia lo político?
b).¿Qué implica para el que no se rehúsa, vale decir, de qué calidad es su adscripción de confianza a políticos, asumiendo que unos y otros entrevistados conviven e intercambian experiencias cotidianamente, que no constituyen universos estancos, que, en definitiva construyen en común el sentido de las cosas?
c).¿Qué implica para el sistema político cuya legitimidad supone a ambos por igual y por igual requiere de ellos?
Los dispositivos de la representación constitucionalmente prescriptos se cumplen, pero la relación de representación que surge de este cumplimiento parece ahuecada de sentidos.
Durante décadas y más, los debates teóricos en torno al problema de la representación estuvieron abocados al polo del representante, en cuyas manos yacía la decisión de interpretar de un modo u otro las obligaciones de su condición. Tal vez no sea ya éste el problema a debatir sino, por el contrario, la manera en que la relación representacional se tensa o se diluye cuando es el elector quien, luego de votar, mira para otro lado.
Pero este carácter hueco de la representación política propiamente dicha bien podría no entrañar de modo necesario el desarrollo de una conflictiva inmanejable para el sistema político, en tanto aparato especializado, en la medida en que la ciudadanía cumple con su obligación como cuerpo electoral y, en lo básico, se ajusta al orden. Y tampoco sería necesariamente insoportable para la ciudadanía, en la medida en que el régimen de libertades individuales tiende a preservarse, al tiempo que no existen en el cuerpo social otras condiciones a la vista para emergencias de tipo utópico que entren en colisión con las instituciones. En otras palabras: son muy pocas las patologías que conducen inevitablemente y con rapidez a la muerte. Esta, más bien, puede
producir una convalescencia prolongada y degradante.
Podríamos pensar que el tratamiento dado a los números en los que nos apoyamos para semejantes reflexiones es, por resumir, demasiado grosero. Pongamos entonces a prueba nuestros propios números. Así, cabría por ejemplo desprender del cálculo a aquéllos que, influidos por la incorporación ya experimentada de estrellas a la política (Palito Ortega, Lole Reutemann, etc.), no habría que interpretar como autoexcluyéndose de la dinámica republicana por el simple hecho de señalar al conductor de programa de entretenimientos Marcelo Tinelli o al futbolista Diego Maradona a título de depositarios eventuales de la propia confianza política. Y también podría retirarse del cálculo a todos aquéllos que se niegan a contestar (ns/nc) ya que -supondremos por un instante- los reactivos desconciertan a tal punto a los entrevistados que efectivamente sus palabras elusivas configuran ausencia de opinión.
Lo que nos resta de este modo es un porcentual por supuesto menor, pero sobre cuya intensidad y significado caben, ahora sí, muy pocas dudas: uno de cada cuatro entrevistados (23.4%) lisa y llanamente desafía la lógica republicana de la representación recurriendo a figuras de ficción (3.2%) o señalando Nadie (20.2%). Léase esta suma en contraposición a la del segmento que asocia los atributos de la confianza política con sus titulares naturales (24%), así como en relación con la del amplio grupo que oscila entre ambos (52.6%), vale decir, que "sustituye" a estos titulares naturales por figuras vinculadas al acontecer, o bien "desplaza" el problema buscando referencias que pueda sentir o imaginar equivalentes en rostros que le suscitan algún tipo de confianza.

I.3. El resto es desierto
Ahora bien, nos importa también, en particular, tener algunos elementos de juicio respecto del lugar que ocupan los políticos, la política convencionalizada y las preocupaciones que al margen de ella pueden merecer el nombre, en el marco general de la heterogeneidad de asuntos y figuras que ocupan el espacio de lo público, cuando no están de por medio las cuestiones que más "naturalmente" se vinculan a lo político. Por caso: ¿es la actividad política fuente de referencias en algún otro sentido?; ¿hasta dónde llega el rechazo que parece impregnar a sus figuras?
En el mismo segmento de la encuesta donde se formularon las preguntas correspondientes a los datos comentados hasta aquí, y con
los mismos procedimientos, se incluyeron tres reactivos que permiten aproximarnos a otra instancia de valoración de las figuras de la esfera pública, más vinculada a la distribución de atributos habitualmente considerados positivos y que cubren tres diferentes facetas de los desempeños sociales. Se trata de aquello que al principio de este texto anticipamos como "apreciación de virtudes".
Uno de estos reactivos (¿De todos ellos, quién le parece más inteligente?) alude al rasgo que quizá, en el orden de los talentos personales, más comúnmente resulta objeto de valoraciones sociales. Otro de los reactivos (¿De quién diría que tiene realmente éxito?) apunta directamente a la relación entre los esfuerzos y los logros en el sentido más amplio de la expresión, aunque frecuentemente medido en términos materiales. El tercero (¿De quién diría que aprendió alguna cosa?) es elúnico que indaga explícitamente por un vínculo entre el respondiente y la figura que nombre, vínculo en particular asentado en una zona lindante con lo moral en el triple sentido de:

• resultado de una sabiduría sobre la vida,
• que se reconoce relevante más allá de las circunstancias, y
• que existe para ser entregado de unos a otros en el espacio social.
En conjunto, los tres reactivos bocetan un cierto perfil acerca del valor social del que inviste la actividad política, en la carnadura de quienes la realizan, y a los ojos de los entrevistados.
En la serie de datos relativos a estos reactivos, tres fenómenos llaman inicialmente la atención (Ver Cuadro 6):

Cuadro 6. Datos '97.
Respuestas indicativas de una apreciación de "virtudes". En %

• los políticos existen menos todavía que en la serie anterior,
• no hay ninguna correlación directa entre las tres "virtudes" y, por último,
• el requerimiento de "alguien de quien hayamos aprendido algo en la vida" concentra una frecuencia abrumadora de respuestas del tipo "nadie".

Los datos del Cuadro 6 son contundentes en las tres direcciones señaladas más arriba. Y no sólo en ellas. En conjunto, las respuestas grafican una sociedad de apreciaciones inmediatistas y lastimada en su capacidad de balance. Inmediatismo: (relativamente) más inteligentes son los que opinan algo (opinadores, 32.4%); éxito es lo que lograron (relativamente) las caras evidentes de la tevé (presentadores tipo Susana Giménez y Marcelo Tinelli: 59,1%). Pero calidades morales que admirar, de las cuales aprender, no es lo que signa ni a los inteligentes ni a los exitosos, sino que es (relativamente) lo que no tiene nadie (nadie/ninguno, 41.9%): sociedad lastimada.
Regresemos a nuestro eje principal. Si en la serie de respuestas indicativas de una confianza de corte político, los porcentajes correspondientes a las figuras de la política oscilaban entre un 40 y un 6, en esta nueva serie el techo es lo que allá era el piso. La inteligencia -el atributo dentro de todo más reconocido a los políticos- no es lo que precisamente caracteriza a los titulares de la representación ciudadana, en la percepción de los entrevistados. Cualquiera de la subcategorías abiertas por fuera de la actividad política concentra más frecuencias que todos los políticos juntos.
Pero semejante pobreza de presuntas inteligencias es lo de menos. Más fuerte es otra evidencia: virtualmente a nadie se le ocurre mencionar a un político cuando se trata de pensar de quién aprendimos algo a lo largo de la vida.
Nótese precisamente en el Cuadro 6 la manera en que se distribuye la atribución de un saber, de un decir o de un hacer que resulte ejemplar, esto es, al que se le reconozca entidad como para que merezca o haya merecido extraer de él alguna enseñanza, moral o práctica: la mayor frecuencia (41.9 %) fue la abiertamente negativa, la segunda a figuras del
espectáculo, reales o ficcionales, con 37.9%, la tercera, a comunicadores (11.1%) y en particular a aquellos que dan opinión (8.8%), y la última a políticos (1.0%).
Nótese igualmente que, entre tener algo que valga la pena ser aprendido y el éxito atribuido, la correlación es escasa. Más aún: allí donde verdaderamente se da el éxito, entre las figuras del espectáculo, el otro de los reactivos mencionados produce sólo una mitad de asociaciones (de 74.8% a 37.9%). Pero en esta relación entre ambos reactivos, es todavía más llamativa la forma en que allí donde el éxito es más nítido y contundente (RD/presentadores: 59.1%) lo que vale ser aprendido sigue una curva inversa hasta separarse en razón de casi 6 a 1 (10.4%).
Nótese, por último, y contra lo que podría pensarse, que inteligencia y éxito no tienen una correlación significativa. El éxito se asigna a lo que podríamos considerar como mundo del espectáculo [la frecuencia más alta de toda la serie, 74.8%, en general, y casi 4 de cada 5 de ese porcentaje, para presentadores: 59.1%] mientras que la inteligencia se asigna a la palabra y al comentario, vinculados a los fenómenos del acontecer (¿al hecho de conocer y/o dilucidar ese acontecer?), a la interlocución, encarnada ahora sí en los comunicadores y en particular, claro está, en aquellos que hacen de la opinión su oficio [42.8% en conjunto y 32.4% la categoría específica]. Pero la inteligencia, que se ha visto que no es productora de éxito, tampoco es fuente de ejemplos que valga aprender: así lo testimonian tanto políticos como periodistas. En otras palabras, la inteligencia es patrimonio predominante de losopinadores, mientras que el éxito, que evidentemente no está vinculado ni a la inteligencia ni a la capacidad de entregar nada recordable al prójimo, se concentra en las figuras del espectáculo y particularmente en los denominados presentadores, figuras por excelencia de la farándula y entre las que ocupan lugares muy destacados los conductores de programas televisivos de éxito.
Podrían invertirse los términos del análisis y decirse que lo que aquí encontramos es la definición por parte de nuestros entrevistados de qué cosa es éxito (lo que asiste a Susana Giménez y a Marcelo Tinelli, de manera prototípica) y qué cosa es inteligencia (la que ostentan Guinzburg o Mariano Grondona). Ni una ni otra corona la actividad política. En rigor, nada positivo la corona, como se verá después. Y si, en todo caso, unos pocos pudieron reconocer inteligencia en algún funcionario (algunas
menciones previsibles al presidente Menem o al ex ministro Cavallo o al gobernador Duhalde), lo que no pasa por la cabeza de la población muestreada es que a lo de ellos se lo pueda llamar éxito.
Tal vez por eso -como se ve más adelante, en los Cuadros 7 y 8- sólo a 27 personas entre 650 (Datos '97) o a 7 personas entre 200 (Datos '94) le gustaría desarrollar alguna actividad que asocia a la política, mientras que un 50 ó 60%, según los casos, encuentra sus modelos de referencia en el mundo del espectáculo, y un 10 ó 15%, aproximadamente, en actividades que se vinculan a lo periodístico. Para estos últimos, es posible presumir que el rasgo de inteligencia es responsable de volver atrayentes sus figuras ("manera de ser"), aunque este efecto de atracción sea indudablemente menor que el provocado por el éxito en el mundo del espectáculo.

Cuadro 7. Datos '97
Respuestas indicativas de relaciones de identificación. En %

Cuadro 8. Comparación Datos '94/Datos '97
Respuestas indicativas de una apreciación de "virtudes". En %

Pero este atributo forma parte de la última batería de reactivos. Se trata de otros tres que operaron sobre resortes análogos pero planteados con vistas a sondear posibles vínculos identificatorios con esas figuras. Ellos fueron:
- ¿Quién diría que es más atrayente...que le gusta más por su forma de ser?;
- ¿A quién elegiría como padrino de su hijo?; y
- ¿Quién hizo o hace cosas que a usted le gustaría hacer?

Los datos resultantes -ver Cuadro 7- vuelven a colocar en general a los políticos en el lugar de lo no deseado.

A veces todo ocurre como si los datos hablaran y, más aún, como si hablaran con una lógica apabullante. En el contexto que se viene describiendo, resulta previsible que el reactivo menos favorecedor para los políticos haya sido el que pregunta por quién agrada por su manera de ser, y que los mismos políticos alcancen aproximadamente los mismos rangos ya vistos para dice cosas que usted piensa o le parece inteligente (en torno al 5%) cuando se pregunta por quién hace cosas que a usted le gustaría hacer. La opción por las figuras políticas se eleva hasta el rango del 10% cuando lo que se pone en juego implica, amén del vínculo empático, la posibilidad de un trueque de beneficios materiales. Nótese que la propuesta del padrinazgo es, de las tres de esta serie, la que más distribuye sus frecuencias, en tanto que las otras dos -manera de ser; hace/ hizo cosas que a usted le gustaría hacer- concentran respuestas en las figuras del espectáculo, mientras dejan por el suelo a los políticos y colocan en un lejano segundo lugar en un caso a los opinadores -manera de ser: 14.8%- y en otro a las respuestas tipo negativas -hace cosas:14.7%- que ascienden respectivamente al 27% y al 24% para los totales de su
categoría (RS/T; RC/T).
Resultados de este tipo habían aparecido ya durante los sondeos preliminares realizados en los dos barrios inicialmente seleccionados. Como ya se señaló, fue su llamativa rotundez lo que aconsejaba realizar otra medición, con mayor representatividad estadística, el mayor de los rigores muestrales posibles y un cuidado criterio de aplicación.
Vale la pena detenerse un instante en el panorama general comparativo, expuesto en los Cuadros 8 y 9 para preguntarse cuál es el lugar genérico que esos datos construyen en relación al sentido que los entrevistados asignan a los políticos y sus características percibidas.

Cuadro 9. Comparación Datos '94/Datos '97
Respuestas indicativas de relaciones de identificación. En %

En ambos cuadros, y para ambas mediciones, resulta evidente que la relación imaginaria que la población consultada parecería tener con los políticos, en su conjunto, es considerablemente menos significativa para sus propias vidas que la mantenida, en cambio, con una importante variedad de fenómenos y asuntos no políticos que ocupan crecientemente el espacio público.
¿Es posible trasladar este mapa de rasgos atribuidos a las figuras del amplio arco de lo público a las respectivas zonas de actividades que ellos desempeñan y encarnan? Con más claridad y en el caso que nos importa directamente: es posible interpretar que lo que se atribuye a los políticos se atribuye a la política misma, o cabe la posibilidad de pensar que es a "estos" políticos a los que se descalifica, salvando la actividad. Nos inclinamos decididamente por la primera alternativa, y amén de supuestos teóricos en ese sentido, el total de los datos así lo señalaría.
Cabrían, empero, sólo dos aclaraciones. Una: en el caso de las figuras de la ficción que, como veremos enseguida, ocupan un lugar relativamente relevante dentro de las opciones del tipo RD, su "zona de actividades" es la vida misma, y el detalle no carece de interés. Dos: los rasgos atribuidos -permítase el juego- a nadie, son también respuestas que ameritan una consideración específica. No provienen de un bloque de respondientes que insistió sistemáticamente en su negativa ante todas las preguntas. De ningún modo. A nuestro entender, es precisamente la fluidez con que estas"negatividades" circulan aquí y allá en el discurso social lo que les da un valor particular. Teniendo en cuenta los tonos predominantes de protesta sorda de las respuestas registradas, hipotetizamos que esta atribución "al vacío" señala los puntos móviles de una disconformidad que satura la
percepción.
Estas nuevas aproximaciones enriquecen y contextualizan el análisis. Los datos reunidos en relación con una cierta apreciación de "virtudes" y con atributos propios de una relación simpática no ofrecen ya razón para el escándalo: en muchos casos, las preguntas formuladas escapan abiertamente a la política y no habría por qué reclamar por el carácter lateral con que aparecen funcionarios y dirigentes en materias tan propias del "mundo de la vida" como de quién aprendió uno algo que valga recordarse o quién hace lo que uno quisiera hacer.
Y sin embargo, ante los números, un cierto asombro persiste. Tal vez mencionamos ya su fuente: el carácter notoriamente lateral con que aparece lo que se enuncia a sí mismo como político (y que el común de los mortales reconoce como tal) en el marco específico de la percepción de la esfera de lo público. Veamos esta lateralización en un resumen de las medias teóricas para las tres dimensiones, en ambas mediciones.
El Cuadro 10 permite apreciar con una sola mirada el valor de los indicadores que intentan dar cuenta de los valores que cimentan la relación de la ciudadanía muestreada con las figuras que hemos denominado de la representación política, de la representación sustituta y de la representación desplazada, junto a las respuestas que reniegan de toda representación. Y ello, comparando la medición de 1997 con la de 1994,

Cuadro 10. Comparación Datos '94 - Datos '97
Resumen de medias teóricas en los tres campos semánticos. En %

¿Cuál es, a juzgar por estos números, el lugar que ocupan los protagonistas del acontecer político en la configuración que los entrevistados se hacen del espacio de lo público? No es ignorancia de sus nombres ni, mucho menos, ignorancia de su existencia lo que puede dar cuenta de esta posición en la que son colocados, posición de referencia prescindible hasta para lo que les es más específico. ¿Es posible no pensar que existe alguna vinculación significativa entre los dos resultados más abrumadores -en el doble sentido, aritmético y conceptual- de esta tabla, a saber, la existencia virtualmente omitida de los políticos y la magnitud de las respuestas negativas/elusivas? ¿Es posible no suponer la presencia de un deterioro grave en los términos de la vida política y social cuando la convocatoria a pensar en las figuras públicas produce, en general, resultados de tanta dificultad para el propio reconocimiento en aquellos que ocupan supuestamente posiciones de dirección?
Supongamos por un instante que en la propia construcción del problema nos hemos tendido una celada conceptual y que, dada la impregnación de la popularidad televisiva en los más distintos niveles de las relaciones imaginarias que entablan los públicos de una sociedad fuertemente mássmediatizada, las figuras que encarnan este tipo de popularidades polivalentes, difusas y omnipresentes, emergen en un automatismo de respuesta ante cualquier reactivo. Esto explicaría los altosíndices que, en general, han obtenido los que se categorizaron como RD/ p, esto es, los "presentadores", los rostros de la tevé por excelencia, los significantes capaces de incluirse en cualquier cadena sintagmática, los Marcelo Tinelli y las Susana Giménez, etc.
Pues bien, de tener pertinencia una conjetura de esta índole, cabría, claro está, una reflexión específica y para nada liviana: supondría algunos interesantes rasgos respecto de la relación de este Olimpo de la fama con la sociedad que lo concibe. Por nuestra parte, tendemos a pensar que, sin mengua de una cierta pertinencia de esta perspectiva de análisis, ella habilita para avanzar en la índole de algunas de las "representaciones" predominantes pero no bastan en absoluto para dar razón del desplazamiento general que observan los liderazgos de origen político.
De todas maneras, cabe el juego aritmético de restar las frecuencias obtenidas por los "presentadores" y redistribuir los porcentuales respectivos entre las demás opciones: como si cada vez que un entrevistado hubiese depositado los sentidos propuestos en una de estas figuras encandilantes, se le hubiese avisado que estaban descartadas, que debía arreglárselas sin ellas, aceptando que entonces su respuesta se hubiese dirigido proporcionalmente hacia las otras alternativas. El ensayo
vale, particularmente, en aquellas series de reactivos donde los "presentadores" alcanzan los rangos más altos. Veamos pues, en el Cuadro 11, cómo quedarían los números.

Cuadro 11. Datos'97
Redistribución de las medias teóricas, sin "presentadores". En %

Como se ve, suspendido el posible efecto encandilante de los rostros típicos de la tevé, hay una escena que permanece.

II. La precarización de la ciudadanía

La constitución del lugar de la ciudadanía como objeto de reflexión posible y pertinente se entiende a partir de la distancia que es dable e inevitable establecer entre, por una parte, los iguales que han sido elegidos para gobernar a todos y, por el otro lado, los muchos que han intervenido en esa designación. A su vez, la distancia mencionada (al margen de si poca o mucha) es una consecuencia directa de la autonomía que se ha resuelto conceder a esos iguales en tanto que representantes en las tomas de decisión, otro elemento del cuadro que parece inevitable.
La cuestión de la calidad de las relaciones, distancias y cercanías, entre los iguales-representantes y los muchos, está inevitablemente referido a la definición del lugar que ocupa el demos -bajo su moderna forma ciudadana- en el desempeño concreto de los institutos especializados del poder político. Plantearse el lugar de la ciudadanía supone así aludir a dos aspectos que nos interesa asociar:
• el más obvio, el de la problematización en general de la condición de ciudadanía, y, a la vez,
• las relaciones de la ciudadanía con su propia inscripción
Dicho en otros términos: hay un lugar -objetivo- que define la inscripción de la ciudadanía en el sistema político, básicamente estipulado
en el cuerpo jurídico del Estado, y hay un lugar, no escrito ni regulado, subjetivo, que la ciudadanía se da a sí misma.
La mayor parte de los problemas políticos concretos que se suscitan en lo que puede entenderse como cuestiones vinculadas al tema de las fuentes y de los fines en el desempeño habitual de los regímenes denominados poliárquicos(11) (situaciones de crisis de legitimidad; cumplimientos o no de las promesas electorales; generalización de prácticas económicas ilegales, tales como el contrabando o la evasión impositiva, etc.) tiene que ver con las formas y características de ese lugar, en su doble definición.
A nuestro modo de ver, en un régimen democrático, cuando la ciudadanía cambia los términos de su consideración y de sus relaciones con la esfera de lo político -y, por tanto de su consideración y sus relaciones de y con su propia condición- termina siendo la propia lógica que gobierna esa esfera la que se modifica. A menos que -e ingresaríamos en el terreno de una contradicción  ab initio- supongamos un régimen democrático de gobierno cuyo sistema institucional pueda comprenderse en total desvinculación de la sociedad cuyos destinos rige.
En las tradiciones clásicas de conceptualización de la ciudadanía, esta dimensión de las relaciones de sentido con la propia condición y las consecuencias que de ellas se derivan es antes una ausencia que una zona de trabajo frecuente, en el marco general más amplio de la desatención creciente de la ciencia política a las instancias de la subjetividad. La cuestión se hace más notoria hoy cuando las problematizaciones sobre la subjetividad en general resultan a la orden del día. El lugar de la ciudadanía es, antes bien, un lugar concebido en su objetividad, tan fijo como estables son las regulaciones jurídicas que lo encuadran. Veámoslo rápidamente.
Junto a una serie de usos diversos y poco estrictos del concepto (que lo extienden con cierto facilismo a regiones que cabría suponer que le serían ajenas), las tradiciones del debate clásico han otorgado un cierto privilegio a dos de las dimensiones definicionales de la ciudadanía, a las que podremos referirnos -más allá de algunas diferencias terminológicas con que aparecen- como las dimensiones vinculadas, por un lado, a la pertenencia al demos (y, por ende, a las cuestiones de igualdad que esta pertenencia funda) y, por el otro, a la cuestión de los derechos de los que son titulares sus miembros, esto es, los ciudadanos (y, por ende, a
las cuestiones de libertad individual frente al Estado en el ejercicio de estos derechos).
La cuestión de los derechos individuales es de obvia raigambre. Corazón de la teoría liberal y verdadero meollo en el nacimiento de la ciudadanía moderna, no es necesario volver aquí sobre sus alcances. Sus ecos recorren por entero este corto siglo XX -que al decir de Hobsbawm se despliega desde la Gran Guerra hasta el Muro- en las luchas que van desde los entonces nacientes derechos laborales hasta las más recientes batallas por los derechos reproductivos de la mujer.
Por su parte, la instancia definicional de la pertenencia, que en rigor antecede a la cuestión de los derechos individuales en la misma medida en que se asocia a la delimitación del demos y por tanto al pacto mismo que da lugar a la organización política, no dejó nunca de constituir una zona de discusión, y su peso se advierte hoy de plena relevancia.
Para decirlo con Robert Dahl, la discusión clásica se vincula a la contraposición entre los principios catégorico y de contingencia(12), esto es, entre el principio que exige que todo el que se encuentre bajo el imperio de unas leyes sea miembro pleno del demos (categórico), versus el principio de contingencia, que califica a los miembros del demos como aquellos que están en condiciones de gobernarse a sí mismos y, por tanto, de gobernar a secas, instalando implícitas o explícitas restricciones a la universalidad.
Ahora bien, ocurre que en el marco de estas dos grandes líneas de análisis y definición queda en las sombras una serie de aspectos concomitantes vinculados a las condiciones de formación de los sujetos en tanto que ciudadanos de un Estado de derecho y de los ciudadanos en tanto que sujetos de toda intervención en la esfera de lo común, así como, eventualmente, los requisitos que esta doble constitución reclama, y el papel especifico que sus modalizaciones cumplen en la esfera política. El punto es relevante si, pese a los olvidos corrientes, retenemos que la ciudadanía es parte constitutiva de la organización jurídico-política de la vida social (el Estado) y sustento de las instituciones que la regulan a través de su gobierno.
Para decirlo con tres referencias veloces, entre otras posibles:
• si las democracias liberales contemporáneas descansan en sistemas de representación bajo el criterio de fiducia, ¿de qué tipo es este "depósito de confianza" que los ciudadanos realizan en las personas de sus
representantes?, ¿cómo se forma y que alcance tiene?;
• si el consenso suele ser concebido por algunas tradiciones como la base para la legitimidad del  imperium que un régimen de gobierno supone y requiere, ¿cuáles son las "disposiciones culturales" de los agentes que intervienen en su formación?, ¿de qué manera se tramitan las marcas sociales generales en su otorgamiento y preservación o mutación?;
• si a lo largo de más de un siglo, la literatura política marxista subrayó que para producir una situación que  revolucionara el orden jurídico-político del Estado se requería de la convergencia de una doble serie de "condiciones", objetivas y subjetivas (aunque por cierto fue siempre precario el tratamiento teórico de las segundas, más allá de las consabidas estipulaciones en torno de lo ideológico), ¿qué luz puede hoy echar la teoría política sobre esta componente de aquellos procesos generales de  cambio en el orden de lo político en los que de toda evidencia intervienen hombres y mujeres del común?
Todo ocurre como si la corriente principal de la ciencia política diese por supuesto:
a) una deshistorización de los términos del pacto constitucional, como si efectivamente se tratase de un mito de origen que inmutablemente todo lo abarca, de modo de establecer la condición de los ciudadanos que lo suscriben como
b)  objetos de un orden cuyo problemas nodales de equilibrio se restringen a una administración especializada y se resuelven en y con la consulta periódica, donde recuperan instantáneamente una delgada condición de sujetos -pero a la manera de los ideales del Siglo XVII- conscientes, racionales, libres y de voluntad "automática" a los que poco o nada cabe agregar una vez suscripto el pacto original y proferidos sus refrendos periódicos.
El campo de problemas vinculado a la cuestión de la pertenencia nos acerca considerablemente más a nuestros interrogantes que el de los derechos. Mientras este último configura su ratio en una relación defensiva de los ciudadanos ante el Estado, esto es, preservando sobre todo su condición de particulares, la cuestión de la pertenencia establece su centro en la consideración positiva de estas relaciones, vale decir, reteniendo el carácter decisivamente político de la condición ciudadana, en tanto miembros de esa comunidad de hombres libres que fundan la
organización estatal.
El lento establecimiento del sufragio universal, desde las luchas cartistas del siglo XIX hasta el voto de la mujer bien entrado el XX, grafican con claridad el peso de la cuestión. Buena parte de los debates contemporáneos más directamente ligados a los procesos y conflictos políticos reactualizan y prolongan la discusión de esta instancia de la ciudadanía alrededor de, por ejemplo, los problemas que avanzan sobre el par inclusión/exclusión. También muchos de los conflictos políticos que hoy tienen lugar sobre la base de los fenómenos de multiculturalismo pueden entenderse como una irresolución en este punto. Típicamente, las consecuencias de las migraciones africanas y asiáticas hacia Europa Occidental, pero también el problema de las minorías étnicas en los Estados Unidos, etc. En horizontes infinitamente más cercanos, vale aquí hacer referencia a los problemas que derivan de lo que Guillermo O'Donnell ha llamado ciudadanía de baja intensidad para referirse a la situación que revisten vastos sectores pobres o empobrecidos de América Latina y que constituyen otro capítulo acuciante de la misma historia(13).
En una importante medida, las formulaciones acerca de una radicalización de las condiciones democráticas de la vida social se vinculan legítimamente a sus densas derivaciones, sea respecto del necesario carácter  inclusivo de la democracia de la universalidad en la pertenencia al demos (restringido con frecuencia hoy por aspectos ya socio-económicos, ya étnico-culturales, etc.), sea respecto del alcance y efectiva vigencia de los derechos humanos, civiles, de información y políticos, la expansión de los derechos de los que sus miembros sean titulares.
Ahora bien, las condiciones de formación de los sujetos en tanto ciudadanos y, eventualmente, los requisitos que esta constitución reclama, así como el papel especifico que sus modalizaciones posibles cumplen en la esfera política, se han hecho presentes en las tradiciones clásicas o bien de manera muy extendida pero poco específica, a través de las consabidos comentarios del liberalismo respecto de la "responsabilidad ciudadana", de los "deberes cívicos", etc., o bien de manera implícita a través del meneado concepto de "participación", o bien -en el campo de la filosofía política- a través de las discusiones de vieja data pero reactualizadas con gran vigencia hoy entre liberales y comunitaristas (v.gr.: Rawls, Walzer, MacIntyre, etc.) (14).
Estas tres vías de tratamiento sintetizan el estado de vacío en el que se encuentra la cuestión. Los aludidos comentarios clásicos del liberalismo no se separan de las tradiciones instituídas por el Derecho -desde Hobbes en adelante- como una regulación de la vida social de personas físicas, vistas desde "lo alto" (al decir de Foucault(15)) que la administración de la ley supone. En contrapartida, el concepto de participación buscó actualizar la relevancia de lazo entre demos y kratia. Los debates entre liberales y comunitaristas, por su parte, enseñan cuál es el lugar preferente (eminentemente filosófico) en el que la época puede reasumir y repensar los dilemas asociados.
De acuerdo a este enfoque, los antecedentes que más importa discutir aquí tal vez sean los relativos a la controvertida idea de "participación", más que a los debates filosóficos en curso, en la medida en que no se trata tanto ahora de elucidar la relación última al bien común o a la sociedad de individuos como fundamentos de lo político, sino más bien de preguntarnos hasta qué punto y de cuál modo la democracia que los ciudadanos constituyen necesita de las propias disposiciones que ellos pueden poner en el juego de la Historia. O, lo que es lo mismo pero a la inversa, hasta qué punto y de cuál modo la definición de ciudadanía debe incluir una instancia que aluda a la condición también subjetiva de la sociedad política en la que esa ciudadanía se inscribe, y que es esa ciudadanía quien hace posible.
La defensa de la idea de "participación" como condición de una auténtica democracia y de la noción misma de ciudadanía tuvo un momento fértil en los años '60 y '70, no casualmente al calor de los propios movimientos políticos y sociales independentistas y/o revolucionarios en las colonias británicas (particularmente la resonante campaña de Gandhi en la India, luego Egipto, Kenya) y francesas (Indochina, Argelia), que implicaban por entonces un incremento de hecho en la participación política del demos, así como también probablemente como una consecuencia de las ideas que fueron hacién-dose dominantes luego de la posguerra acerca de las posibilidades de desarrollo y bienestar indefinidos y como una prolongación de las experiencias acumuladas durante la ocupación alemana en Europa y luego de la derrota nazi.
Sin embargo, y pese a haberse intentado formular incluso una "teoría participativa de la democracia", el debate fue apagándose. Los vectores
que incidieron en ello fueron de distinto orden. En primerísimo término, deben consignarse los callejones teóricos para los que no se encontró salida. ¿Qué cosa es, en definitiva, participación? ¿Cómo discriminarla?¿Cuándo requerirla? ¿Es posible hacer compatibles sus formas conjeturales con la democracia liberal existente? ¿Hasta qué punto sus planteamientos no remedaron la mucho más antigua y casi ya bizantina discusión entre democracia representativa y democracia directa? Uno de los mayores exponentes de su defensa, C.B. Macpherson, fue crudo al plantear las dificultades para el desarrollo del modelo que él mismo propugnaba(16). Por otra parte, tampoco puede ignorarse que en el abandono de estos debates incidieron fuertemente las derrotas políticas sufridas por las fuerzas que, precisamente a través de distintas formas de desarrollo de la participación ciudadana, habían buscado torcer los destinos de la democracia liberal.
Señalar este antecedente no aspira a ninguna actualización de sus términos. No es ése el horizonte problemático al que nos dirigimos, ni la democracia llamada a veces participativa constituiría la contrafigura de nuestra poliarquía "neodemocrática". Más bien, en cambio, se trata de poner de relieve lo que tal vez haya sido el último capítulo escrito en una historia de interrogantes y dilemas de ancha base e intrincados itinerarios a lo largo de estos últimos dos siglos y medio. Y poner de relieve, al mismo tiempo, la secundarización general en la que se ha sumido el debate en torno de las cuestiones implicadas, y en el marco del desplazamiento general de las orientaciones dominantes de la teoría política de los clásicos problemas de la voluntad popular como origen y el bien común como destino, hacia las vertientes para las cuales la discusión decisiva versa sobre procedimientos y sobre la ingeniería de las instituciones de gobierno.
Pero al margen de las formas que asumió en los años '60 y '70, y de las connotaciones con que el término se cargó en ese marco, el problema de la "participación" es, sin embargo y en rigor, todo el asunto al que buscamos referirnos: mucha o poca, real o imaginaria, argumentativa o humoral, continua o esporádica, masiva o de élites, heterogénea u homogénea, por la vía de la acción o de la información, etc., sus formas concretas son las formas que asume la relación de la ciudadanía con sus institutos y éste es el problema por excelencia de la calidad democrática que los siete requisitos poliárquicos no mencionan pero que sin embargo
suponen cumpliéndose para, a su vez, poder hablar de ellos con sentido.
¿Es posible retomar la tarea teórica en torno de esta dimensión definicional de la ciudadanía? A nuestro juicio, más que posible es necesario. En el complejo haz de fenómenos que indican la presencia de significativas mutaciones en las reglas del juego de la vida política contemporánea, hay uno que resulta difícil obviar y que se encuentra en la médula de los desafíos que se ciernen sobre la vida democrática. Nos referimos a la tendencia generalizada en las ciudadanías, tanto de América Latina como de otras latitudes de Occidente, a sustraerse de la dimensión política de la propia vida social: una tendencia que, bajo términos tan livianos como "descreimiento" o "apatía", opaca la presencia de una suerte de llamativo contrasentido, el de una ciudadanía que parece "retirarse" del pacto, desconocerse a sí misma como ciudadanía.
Lejos, pues, de las nociones de una democracia "participativa" en la acepción que la bibliografía ha definido, nos interesa apuntar el contrasentido señalado aun en la dirección de aquello que la propia teoría liberal de la democracia supone como base que da vida al régimen republicano, esto es, sustento y garantía de su naturaleza. En palabras de un exponente ya citado de las tradiciones teóricas liberales y procedimentalistas, Robert Dahl, la posibilidad de la democracia en las organizaciones estatales contemporáneas está íntimamente asociada a la posibilidad de que el demos ejerza el control último sobre el programa de acción que, por delegación, llevan a cabo sus élites. Y ello, subraya, supone una "masa crítica" de ciudadanos bien informados, lo bastante numerosa y activa(17). Cuando el demos -remata- no resulta en condiciones de desempeñar este papel -y la reflexión de Dahl al respecto nos resulta del todo relevante- la democracia se desliza hacia el tutelaje. Si bien este autor rastrea los orígenes del tutelaje en Platón y persigue sus huellas en la historia de la teoría, estas últimas referencias vienen dichas a raíz de los horizontes y desafíos que enfrentan hoy las poliarquías avanzadas (18).

III. Una tesis: la poliarquía tutelar

A nuestro juicio, un cierto  tutelaje -claro que no el de los sabios, pregonado por Platón- es un componente que comienza a tornarse decisivo en las poliarquías contemporáneas y que -sostendremos- constituye la perfecta correspondencia en términos del sistema político de lo que cabría denominar democracias deshabitadas y que con tanta claridad asomaba en los datos empíricos revisados páginas atrás. A tal punto que sería pertinente abandonar ya esa denominación cuasi literaria para referirse a los fenómenos que busca capturar introduciendo la categoría de poliarquías tutelares.
Con este nombre establecemos una especie dentro del género, sin renunciar a sus aportes. Trataremos de dar algunos pasos en su tratamiento, aunque desde ya cabe aclarar que la tarea excede previsiblemente estas páginas.
Introduciremos ahora dos conceptos complementarios que seránútiles al desarrollo de nuestra tesis sobre la poliarquía tutelar. El primero de ellos, es que la ciudadanía del régimen poliárquico tutelar contemporáneo es una ciudadanía precarizada. Entendemos por ella la ciudadanía de un régimen que ha quebrado, desvirtuado o llevado a su mínima expresión, la regla del  concernimiento recíproco (segundo concepto) que vincula, desde el pacto constitucional, a los institutos especializados del poder político y a los miembros del demos que les dan sustento.
Puede cerrarse el círculo. El detrimento de la regla del concernimiento recíproco no puede sino precarizar -volver a la vez pobre de recursos y débil para su ejercicio- la condición ciudadana: el peso propiamente político de la ciudadanía está en relación directa con su capacidad, de la que por definición es titular, para controlar y/o evaluar la simétrica relación de concernimiento que los institutos del gobierno mantienen con ella. Y para llevar a cabo esa evaluación y/o control en plenitud de influencias, debe pagar el precio de su propio compromiso. No hace falta acudir a Hegel para sostener que, en última instancia, la posibilidad de la libertad política de la ciudadanía, la posibilidad misma de su ejercicio, radica en su atadura a este compromiso con las instituciones a las que ha dado vida.
Entendemos asimismo a la regla del concernimiento recíproco (en adelante RCR) como la que es capaz de dar cuenta, por lo mismo, de la configuración de los ciudadanos como  sujetos del mencionado pacto constitucional, base de las democracias repu-blicanas modernas. La RCR es aquella que debe cumplirse para que la representación fiduciaria que enlaza a titulares de la soberanía y élites elegibles y elegidas en las democracias liberales contemporáneas sea efectivamente un depósito de
confianza y conlleve la expectativa y la esperanza que son consustanciales a la política.
En otras palabras: si los institutos especializados del poder político en una democracia republicana tienen por razón y horizonte (la versión que se quiera de...) el bien común, aun ilusorio o falaz, la ciudadanía se funda y vuelve cada vez a fundarse -delimitado el demos al que pertenece y asegurados los derechos civiles que protegen a cada uno de sus miembros- en la relación de concernimiento (ratio y horizonte) con el desempeño de esos institutos. Una ciudadanía que se sustrae al concernimiento que a su vez entraña el pacto constitucional que la funda, es una ciudadanía mocha, que se desconoce a sí misma, que demerita sus propios títulos, que por tanto sólo sostendrá relaciones precarias, porque es precaria la delegación misma de su titularidad.
La ciudadanía precarizada del régimen tutelar contemporáneo se constituye al margen o en los umbrales de la RCR. Por lo que la condición fiduciaria de la representación se torna abstracta. Y ello es posible, cuando menos, bajo dos condiciones complementarias. A saber:
• desde el punto de vista del régimen, la complejidad e hiper-profesionalización crecientes que requieren e imponen los procesos de decisión, parcialmente convertidos en procesos altamente técnicos de gestión y administración;
• desde el punto de vista de la ciudadanía, la despolitización en el sentido preciso de una definición de sí  en ajenidad (producida bajo condiciones de ajenidad y vivida como ajena) a estos procesos técnicos de gestión y administración que, sin embargo, continúan afectando los marcos generales de la vida social y a la propia ciudadanía.
Nuestra paradoja inicial de un proceso democrático que a la vez se consolida y se desprestigia ya no es tal. La representación cabe -pese a todo- ser llamada fiduciaria en la medida en que cumple con las condiciones formales que, para su producción, le están prescriptas: al cumplir con la obligación del voto (o votando sin la obligación respectiva) y consagrar funcionarios de un gobierno que gozarán de notabilísima autonomía respecto del demos, los ciudadanos pueden satisfacer o bien las previsiones de un ritual administrativo o bien llevar a cabo un acto político. Cuando los ciudadanos cumplen con el ritual administrativo y no con el acto político, pero hacen como si se tratase un acto político, lo que adviene es la ficción fiduciaria y el debilitamiento grave de la RCR.
Lo que se trastoca entonces allí son las condiciones subjetivas que están presupuestas en la suscripción del pacto constitucional que a su vez habilita y justifica la regla de la representación.
Los factores que en los últimos años suelen resumirse bajo el paraguas de la llamada "globalización" tienden a acentuar el despliegue de ambas condiciones. En el caso de la primera, por dispositivos que resultan obvios. En el de la segunda, en tanto la autodefinición en ajenidad guarda una correspondencia lógica y -cabe decirlo- casi material con la fuga de los dispositivos de decisión de los ámbitos no sólo económicos sino territoriales/jurídicios/políticos -nacionales por petición de principios- en los que la ciudadanía está en posibilidad de establecer los alcances prácticos de su concernimiento.
Valga aquí una brevísima digresión acerca de la mentada ciudadanía global, u otro contrasentido que busca empero referirse a este desfase entre los institutos involucrados en procesos de decisión -ahora supranacionales o económicos transnacionales no-estatales- y los miembros de la societas afectada por esas decisiones. Nuestra digresión es pesimista: los episodios del tipo Seattle o Washington o Praga podrán multiplicarse y extenderse, y probablemente así ocurra. Pero hasta que las fuerzas de la llamada "sociedad global" no se configuren a través de una regulatoria precisa del tipo Unión Europea u otra -cosa que si bien puede ocurrir en ciertos aspectos o regiones, de ningún modo resulta un futuro necesario en el marco de los procesos aludidos-, carecerá de algún sentido más que periodístico hablar de "ciudadanía global": la ciudadanía es una contraparte, una configuración relacional, no una sustancia abstracta.
La despolitización propia de la ciudadanía precarizada no debe interpretarse como resultado ni de un estado de ánimo ni de uno de conciencia. Bajo distintos matices, ambas interpretaciones contribuyen a expulsar la explicación posible del terreno de la política: despolitizan la despolitización. Y las definiciones de "apatía" o "desinterés" resultan, en este sentido, tan idealistas en sentido estricto como, por su parte, propias de un materialismo vulgar -por seguir con un lenguaje del siglo XIX- aquéllas que la atribuyen a la industria del entretenimiento y los mass media. A nuestro modo de ver, la ciudadanía se constituye como tal en el espacio de lo público, la instancia por excelencia de articulación, disputa y controles mutuos entre el Estado y la sociedad de particulares.
Es en relación con esta instancia que adquiere todo su sentido la regla del concernimiento recíproco. Y es en esta constitución donde debe indagarse por el abandono que la ciudadanía parece hacer de la política(19).
La despolitización de la ciudadanía (que torna precaria su propia condición) ocurre en un contexto en el que:
• el acople que la modernidad republicana había canonizado entre lo político y lo público se desarticula paulatinamente;
• la política no sólo retorna en medidas significativas a las sombras del Palacio sino que, además, el sentido común supone lógico que así sea;
• lo político pierde su centralidad en el espacio de lo público, y éste -tradicionalmente metaforizado en la mitológica idea del ágora- se recompone en condiciones de ser más bien metaforizable por la feria renacentista, donde payasos, artistas, vendedores ambulantes y echadores de suertes discurren en el regocijo de su autorreconocimiento, bajo rasgos de lejanía, ajenidad y disgusto por la política del Palacio y por el Palacio mismo -ni monolítico ni siquiera homogéneo en su composición interior- del cual se mofan y por el cual blasfeman, aunque de él, entre otras muchas cosas, dependan los impuestos que pagan, con ignorancia de su administración y destino.
Esta modificación sustantiva de las relaciones entre lo público y lo político no pone en riesgo inmediato la libertad de los particulares ni sus derechos individuales, pero deteriora seriamente la posibilidad misma deldemos y somete a muerte lenta la  res publica: instituye y cimenta ante los propios ojos de sus integrantes una definición de la vida en común radicalmente ajena al horizonte de la  polis. Y la afirmación que se preocupe por sostener que las mofas y blasfemias proferidas en la feria (o la propia exterioridad con la que la feria se configura respecto de la estructura jurídica que sin embargo la regula) conforman una construcción eminentemente política, aparecerá ella misma como si fuese una afirmación investida de irrealidad, pese a lo exacto de su aserto. El investimiento de irrealidad -efecto de sentido- consigue, por lo demás, banalizar las cargas de los términos en juego: política, ciudadanía, gobierno.
Interesa ahora aclarar otro aspecto de nuestra tesis. La RCR no presupone  automáticamente la forma del voto por alternativas que compiten libremente, esto es, el llamado pluralismo. Nuestra elaboración
del concepto está dirigida a enriquecer el análisis de los regímenes poliárquicos porque es allí donde este concernimiento alcanza el estatuto de punto de partida del pacto constitucional, porque es allí donde con frecuencia se incorpora de algún modo al edificio jurídico, porque es allí donde se vuelve de interés para reponer las discusiones olvidadas sobre la democracia. Porque es allí, por fin, donde su infracción es capaz de poner en tela de juicio la validez de más de uno de sus siete requisitos. Aunque, en principio, la RCR puede hacerse presente o ausente con o sin pluralismo.
Lo que denominamos RCR nace más bien de la definición que el propio régimen haga de sí en vinculación -ni más ni menos- con la voluntad popular como origen y el bien común como propósito, y se despliega en las formas en que estas autodefiniciones del régimen se cultiven y se prolonguen. En este sentido es que la RCR resulta una herramienta teórica que adquiere valor al ser cruzada con los criterios procedimentalistas de la democracia. Pero no está de más aclarar que los efectos de un régimen que ha infringido la RCR no constituyen patrimonio excluyente de las poliarquías. De manera arquetípica, la tiranía puede ofrecer ejemplos de la misma misma ausencia de concernimientos, aunque -otra vez- tampoco necesariamente.
De manera inversa, algunas formas contemporáneas de dictadura -e incluso las formas constitucionales de partido único- si las analizamos desde el punto de vista del cumplimiento de una cierta RCR, pueden alertarnos respecto de la especificidad de ciertos componentes perdidos en los laberintos de la ingeniería: valgan los ejemplos, diferentes entre sí, de Cuba y de México para pensar la posibilidad de regímenes de gobierno que durante décadas han dado lugar al cumplimiento de una regla que de algún modo ha sido de concernimiento recíproco, con escasa o nula atención a otros presupuestos poliárquicos(20).
Se trata, en ambos casos, de regímenes no pluralistas pero que han satisfecho uno de los presupuestos más antiguos de una teoría de la democracia: definirse a sí mismos como resultado de la voluntad popular y, en diferentes medidas y por diferentes caminos, cultivar este origen y resguardar ese estatuto, al menos durante un cierto período.
Estas puntualizaciones son de significativa importancia. La tiranía desconoce cualquier regla de concernimiento con sus súbditos (valga Idi Amin, Pol Pot, etc.) sin que ello implique infracción alguna a su propia
ley. Las dictaduras modernas con fuertes cargas de legitimidad popular (desde Napoleón a Fidel Castro) plantean el para nada menudo desafío de la conceptualización posible para los cambios de régimen. El caso de las poliarquías frente a lo que hemos llamado la RCR, tiene de específico el hecho de que su infracción -cuando ocurre- se realiza suponiendo que en realidad se la cultiva. Ese es el caso de las poliarquías tutelares: que suelen construir apenas un simulacro de concernimiento recíproco(21). Por eso se desenvuelven en el culto de los derechos y garantías individuales junto a la tutela política.
En la poliarquía tutelar, la precariedad que habrá de caracterizar así a las relaciones políticas de la ciudadanía (únicas que puede en rigor tener) se opaca considerablemente. Conviene detenerse en este punto. Se trata del régimen que enaltece la opinión de los ciudadanos, al tiempo que la banaliza: esta operación doble y perversa es la que ha convertido a los sondeos de opinión en una de las piezas claves de las poliarquías tutelares contemporáneas y muy probablemente uno de sus mejores emblemas. La "opinión" se instituye como un objeto naturalmente volátil y cambiante, pasible de ser aglomerado o desagregado, perseguido, observado y adorado, pero a la vez reducido a términos siempre elementales, y producidos por lo general en el marco de una oferta (otra vez) de opciones previas.
No se trata, creemos, de insistir de modo principal en la exclusión que las encuestas, por definición, operan sobre toda estructura argumentativa. Ni siquiera esto es tan cierto, en la medida en que la argumentación es el papel que sustitutivamente cumple el "encuestólogo" o "analista político" que forma parte del mismo paquete y, por lo común, presupuestado también él en sus marcos. Los expertos de la agencia de sondeos, encargados de "leer" los resultados obtenidos suelen construir en términos más o menos argumentales la propia decodificación de estas señales que produce ese extraño oráculo que es la voz de la muestra.
En realidad, es el proceso social y no la estructura argumentativa lo que es cancelado/expropiado en los sondeos estadísticos. Se trata sobre todo de advertir que esta "opinión" ha partido por lo general de reducir todos los atributos de una secuencia de formación de posiciones a una microingeniría de operaciones tuteladas donde los titulares de la soberanía resultan ellos mismos reducidos a la condición kantiana de la minoridad, a la que, con tintes posmodernos, se le trata de dar los gustos pero
cuidando de evitar toda travesura.
Robert Dahl formuló sus advertencias respecto del tutelaje en una obra publicada originalmente en 1989. Parece obvio que el proceso de deslizamiento al que se refiere -con las características que nosotros le hemos atribuido ahora, por nuestra entera cuenta y riesgo- no se inició recién, pero tampoco hunde sus raíces demasiado lejos en el tiempo. Quizá quepa conjeturar que en los últimos 25 años se recorrió en esta dirección un significativo tramo del camino. La derrota planetaria de los movimientos sociales y políticos que animaron el siglo, rematados en el fin de bipolaridad -de cuyas consecuencias desestabilizadoras parecemos aún no hacernos cargo- han cumplido seguramente un papel destacado en este trayecto, junto con el gigantesco proceso de recomposición, rediseño, concentración y expansión de las organizaciones industriales, comerciales y financieras. Es en este contexto al que suele aludirse con la palabra globalización, donde se hace visible que una dimensión de las ciudadanías, aquella que apunta a los derechos y garantías individuales, gana espacio y se consolida, pese incluso a las numerosas contramarchas que puedan registrarse aquí y allá. Hay, en cambio, otra dimensión que no ha hecho sino debilitarse: la dimensión de la reflexividad que hace del ciudadano un sujeto de las cosas públicas, y por ende, de las cosas comunes. La posibilidad de que la ciudadanía sea sujeto de la cosa pública es, para ella, la posibilidad misma de intervenir/participar en los procesos políticos, aun en la democracia representativa, deliberando, controlando a sus representantes, reconociéndolos. El punto tiene relevancia. Si la política como opresión se hace presente hasta en la vida privada de los particulares, la política como autonomía sólo puede tener lugar en el espacio público (entendemos que las logias, mafias, o cualquier desempeño clandestino, son ajenos a este concepto de lo político democrático).
Si acordamos que no hay política sin sujeto, el problema, en este sentido, es entonces el de un escenario en el que la ciudadanía diluye su condición de tal. Y la debilidad aludida deja crecientemente la política en manos de nuevas formas oligárquicas (o, si se quiere, tutelares), aunque el  demos haya sido definido por la regla de la universalidad. Una paradójica herencia de Locke + Bentham parece haber terminado por imponerse por sobre la herencia de Rousseau. Analizar la ciudadanía -dice Held (1997)- consiste, entre otras cosas, en examinar los distintos tipos
de lucha emprendidas por los diversos grupos, clases y movimientos, para obtener mayores grados de autonomía sobre sus vidas ante las distintas formas de estratificación, jerarquía y obstáculos políticos(22). Pero ocurre, si se nos permite la expresión, que la ciudadanía  agonista ha venido cediendo el paso a favor de una ciudadanía feriante, en el doble, irónico, sentido del giro. Si democracia es -según muchos procedimentalistas- la garantía de elecciones periódicas bajo condiciones de libertades civiles, cabe que nos preguntemos qué votos se depositan entonces cada dos o cuatro años. Mejor dicho: ¿cuáles sujetos de qué política los depositan?
Puede discutirse si las poliarquías tutelares promueven una ciudadanía despolitizada -en el sentido que le hemos dado- o si la ciudadanía que se ha vuelto precaria reclama de facto una poliarquía tutelar. Tal vez no quepa sino comprender ambos aspectos como anvés y revés de un mismo proceso. Pero si de recuperaciones democráticas se trata, no cabe duda de que no será por el lado de los tutores por donde se pueda esperar el cambio deseable.

Notas

1) A raíz de las elecciones legislativas de 1997 y con vistas a las presidenciales de 1999, los partidos políticos que en comicios anteriores habían venido ocupando el segundo y el tercer lugar en el favor de las urnas (Frente País Solidario, FREPASO; Unión Cívica Radical, UCR), decidieron coaligarse (agosto de 1997) en lo que se de-nominó oficialmente  Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación. Triunfante en 1999, condensó fugazmente unos aires de renovación y esperanza de parte de la ciudadanía que, sin embargo, con sorprendente rapidez trocaron en nueva decepción y hartazgo multiplicado. Vale señalar que, a nuestro juicio, la crisis 2001/02 puede leerse como expresión máxima de las 'líneas quebradas' a las que aquí se alude, y que los fenómenos posteriores a esa crisis -que parecen suturar algunos de los resquebrajamientos producidos- no modifican la tendencia general que aquí trata de caracterizarse.

2) Los datos referirán a las dos distintas tomas de campo mencionadas. La primera, realizada en 1994, con técnicas casi artesanales, en dos barrios marginales. La muestra se integró con 200 casos por cuotas. La segunda se realizó en 1997, con una muestra de 650 casos, levantados domiciliariamente, y con una técnica mixta (por cuota/aleatoria) destinada a representar el 40% ciento inferior de la pirámide sociodemográfica de ambas ciudades. Se estableció un margen de error de 3,5% y una confianza de 95%.

3) El 'ideal' de encuesta -el canon preferente- supone indagar por alternativas respecto de las cuales los miembros del universo considerado ya tienen una opinión formada y cuya legitimidad social es equivalente. Por dar unos ejemplos cualesquiera: "¿qué bebida gaseosa prefiere usted consumir habitualmente?", o "en caso de tomar una semana de vacaciones en contacto con la naturaleza, ¿prefiere usted el mar o la montaña?". Aquí, la ausencia de respuesta suele ser virtualmente inexistente, pero crece en la medida en que los reactivos se alejan de las opiniones constituidas o generan dificultades de legitimidad.

4) El pacto de confianza entre los actores sociales e institucionales es precisamente la base de posibilidad de cualquier régimen político de gobierno ni despótico ni autocrático. Ver, entre otros, de Giovanni Sartori, Teoría de la democracia, Alianza; vol. II: "Los problemas clásicos".

5) Cabe señalar que el descrédito de los políticos ocupa tres niveles distintos del debate contemporáneo, a saber: 1) el del sobreentendido que se comparte ampliamente en el marco del propio discurso político y que otros sectores han hecho suyo; 2) el de los datos que arrojan los sondeos de opinión encargados por las mismas fuerzas políticas y, en general, sometidos a las lógicas de lo inmediato; 3) el de una cierta tematización de la teoría política a la manera de la "antipolítica". Sin embargo, y de acuerdo a lo que conocemos, no existe un análisis y conceptualización concretas sobre este descrédito que, así, parece simplemente en condiciones de integrarse al paisaje de los hechos de fin de siglo.

6) Estas respuestas, entre otras del mismo tipo, se encuentran respectivamente en los cuestionarios Nº 255, 357 y 536.

7) Decimos "en algunos casos" porque la notación se subordinó deliberadamente a la modalidad expresiva del respondiente. Es el caso, por ejemplo, si Duhalde o Reutemann eran claramente mencionados como dirigentes justicialistas y no como miembros de una constelación de figuras que, por sus cargos, se encuentran en capacidad de tomar decisiones. En cualquier caso se trata de zonas borrosas respecto de las cuales todo lo que es posible es intentar controlar la distinción. En el momento de levantamiento de campo, Ramón Ortega se vislumbraba como precandidato presidencial del PJ para las elecciones de 1999, Eduardo Duhalde era gobernador de la provincia de Buenos Aires, y Graciela Fernández Meijide legisladora de la ciudad de Buenos Aires. Cuando la enunciación de las respuestas (producidas por ciudadanos de otros distritos electorales, Entre Ríos y Santa Fe) habilitaban a interpretar que la referencia a esas figuras aludían principalmente a su condición de referencia de posiciones específicas en el campo de las luchas políticas antes que al ejercicio de sus funciones en el "sistema" político, es que se optó por codificar"dirigentes" y no "funcionarios". De todos modos, inevitablemente, la frontera sigue siendo borrosa.

8) Cuestionarios Nº 091, 202, 383, 431.

9) Nos referimos al concepto de  poliarquía, que Dahl expone en sus obras, y en particular a los siete requisitos definicionales del concepto. Con detalle, ver  La democracia y sus críticos, Op. Cit.

10) Ver Dahl, Op. cit., la Introducción del autor.

11) Aludimos a la noción de poliarquía acuñada por Robert Dahl, en línea on los criterios procedimentalistas de Joseph Schumpeter. El concepto de poliarquía caracteriza a las democracias liberales representativas "realmente existentes" (permite su discriminación empírica) sobre la base del cumplimiento de siete requisitos observables, los principales de los cuales giran en torno de las condiciones que permiten a distintas élites competir libremente entre sí por el voto libre -e informado- de la ciudadanía, de modo periódico. Una denominación menos técnica y más extendida (también quizá más engañosa) de este tipo de régimen es el de "democracia pluralista".

12) Dahl, R., Op. cit., pp. 149 y ss.

13) O'Donnell, G., Contrapuntos, Paidós, 1997, Buenos Aires; p. 259 y ss.

14) Es a través de ellas, precisamente, que la cuestión del bien común ha tenido una significativa reaparición en la filosofía política.

15) Foucault, M., Microfísica del poder, La Piqueta, Barcelona, pág 143.

16) Macpherson, C.B.,  La democracia liberal y su época, Alianza, 1982, Madrid. En particular, pág 119 y ss.

17) Dahl, R., La democracia y sus críticos, Paidós, Barcelona, 1993, pp. 139-41 y 405-7 [el subrayado es nuestro].

18) Para una consideración en detalle de la idea de tutelaje en la obra de Dahl, ver en particular los capítulos 4 y 5 de la obra citada, así como las numerosas referencias en otras secciones.

19) Es necesario hacer aquí una aclaración respecto de este espacio de lo público. Proponemos en otro lugar una revisión del concepto (sobre la base de la noción habermasiana, aunque liberada de la restricción raciocinante) como la instancia no sólo de la visibilidad sino también, y a partir de ella, de la autorrepresentación de la vida social y, por ende, de la modalización de la subjetividad de los particulares qua ciudadanos. Dicho de otro modo, allí donde los particulares reclaman la visibilidad de los actos de gobierno, allí donde se vuelven visibles a sí mismos, allí donde en la modernidad pugnan por instalar la actividad política en general, sustrayéndola del Palacio, allí es pues donde la reflexividad que va implícita permite la constitución de quienes sean sujetos de esta dialéctica con el Estado. Las formas que son universalmente visibles -en el más amplio sentido del término- de la socialidad de los particulares no sólo tendrán lugar en el espacio de lo público sino que lo configurarán, y lo harán siempre a través de una mediación técnica que presta su arquitectura a estas relaciones de visibilidad, sea dicha mediación la de la prensa, o bien la de la televisión, o aún antes que de la prensa la del teatro, o bien después de la televisión, tal vez, la de internet. Es así posible pensar lo público desde una óptica que se desprenda radicalmente de la partición juridicista público/privado en tanto objetos de derecho, partición que recorre la teoría del Estado de Hobbes a Kelsen y que está en la base de la tendencia a superponer y confundir lo público y lo político, obturando el análisis de las relaciones entre ambas instancias, que abarcan una porción importante de las relaciones generales sociedad/Estado.

20) Es obvio que, en el caso de México, hacemos alusión al régimen del PRI que concluyó oficialmente en las elecciones generales de julio de 2000. No nos referimos empero a las formas que asumió este régimen durante los últimos años y, de modo, más que notorio desde el fraude electoral de 1988, si bien tal vez cabría decir que incluso desde los sangrientos episodios de 1968, sino a las que le fueron características hasta entonces. En el caso de Cuba, es posible que nuestra observación tampoco guarde validez para la totalidad del período que arranca en 1959. No estamos en condiciones de fijar una periodización, pero es razonable pensar que, cuando menos, la afirmación guarda validez para no menos de sus primeros 20 años, hasta la toma de la embajada de Perú en 1980 y el subsiguientes flujo de balseros a Florida.
21) Usamos aquí el término en el sentido trabajado ya casi clásicamente por Jean Baudrillard en. "La precesión de los simulacros", incluido en Cultura y simulacro", Kairós, Barcelona, 1978.

22) Held, D.,  La democracia y el orden global, Paidós, Barcelona, 1997; pág 91.

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