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Ciencia, docencia y tecnología

versión On-line ISSN 1851-1716

Cienc. docencia tecnol.  n.35 Concepción del Uruguay nov. 2007

 

NÚMERO TEMÁTICO GLOBAL 2007 EN POBREZA Y DESARROLLO HUMANO

Herramientas teórico-metodológicas de un análisis relacional para los estudios de la pobreza*

Theoretical and Methodological Tools for a Relational Analysis of Studies on Poverty*

Alicia B. Gutiérrez**

*) Artículo seleccionado en la Convocatoria sobre Pobreza y Desarrollo Humano, publicado anticipadamente online el 22 de octubre de 2007 como parte del 2007 Global Theme Issue on Poverty and Human Development, Council of Science Editors (CSE); producido sobre la base de discusiones teórico-metodológicas y de investigaciones realizadas en pobreza urbana desde hace casi veinte años. http://www.councilscienceeditors.org/globalthemeissue.cfm.
**) Dra. en Sociología (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Francia) y Dra. en Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires), Consejo Nacional de Investigaciones en Ciencia Técnica (Argentina), Centre de Sociologie Européenne (Francia), Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (Córdoba, Argentina). E-mail: aliciagutierrez@arnet.com.ar

Resumen

Como resultado de consideraciones teórico-metodológicas y de investigaciones empíricas, en este trabajo expongo las líneas generales de un análisis relacional para los estudios de la pobreza, que considero una perspectiva fructífera en la medida en que posibilita la construcción de herramientas de abordaje para analizarla en todas sus dimensiones, y, especialmente, en el contexto de la reproducción de la sociedad en su conjunto y de sus mecanismos de dominación. Partiendo del concepto de estrategias de reproducción social, sostengo el carácter relacional del mismo en todos sus aspectos, y haciendo hincapié en los recursos de la pobreza y, especialmente, en el capital social, señalo las potencialidades analíticas que cada una de estas categorías tiene para dar cuenta de la problemática.

Palabras clave: Investigación en sociología; Pobreza; Estrategias de reproducción social; Capital social.

Abstract

As a result of theoretical and methodological considerations and empirical research, I present in this paper the general outlines for a relational analysis of studies on poverty, which I consider a rich perspective as far as they make possible the construction of tools suitable to approach the problem from all its dimensions, and specially within the context of reproduction of the society as a whole and of its mechanisms of domination. From the concept of social reproduction strategies, I postulate its relational character in all its aspects, and while emphasizing the resources of poverty, in special the social capital, I point out the analytical potentialities of each one of the above mentioned categories in order to give account of the problem.

Key words: Sociological research; Poverty; Social reproduction strategies; Social capital.

I. Acercamientos y rupturas: pobreza, marginalidad y estrategias

Plantear el análisis de la pobreza como un análisis relacional supone la adopción de una perspectiva teórico-metodológica específica, una mirada particular de la problemática, construida a partir de discusiones teóricas y de investigaciones empíricas.
En primer lugar, supone considerar la pobreza como un concepto fundamentalmente descriptivo, que alude a privación, a carencias (mensurables a partir de los ingresos de los hogares o de sus necesidades básicas insatisfechas, o de una combinación de ambos tipos de indicadores). Así, es posible describir una situación objetiva, pero no problematizar el origen de la misma, ni avanzar en la búsqueda de elementos explicativos y comprensivos que permitan dar cuenta de sus causas, ni de la manera como los pobres estructuran un conjunto de prácticas que les permiten reproducirse socialmente en tales condiciones, ni de los lazos estructurales que ligan a pobres y ricos de una determinada sociedad, es decir, de las relaciones que existen en todo espacio social, entre la reproducción de las condiciones de pobreza y la de las no-pobreza. (Gutiérrez, 2000, 2004a, 2004c).
En segundo lugar, implica asumir las críticas a las distintas aproximaciones del fenómeno en términos de marginalidad, perspectiva analítica ampliamente dominante en los estudios latinoamericanos desarrollados especialmente en las décadas de 1960 y 1970. El debate teórico giraba entonces en torno al contenido específico que se daba al propio concepto de "marginalidad", definiéndolo, sea desde el punto de vista ecológico-urbanístico (Quijano, 1966; Segal, 1981, etc.), o desde la "cultura de la pobreza" (Lewis, 1966, 1969a, 1969b, 1975) o desde una mirada económica (Oliven, 1981; Nun, 1969; Sunkel, 1971; Quijano, 1970; Singer, 1963, etc.) que centraba la atención en la inserción en el sistema productivo y en el proceso de desarrollo de la Región o, finalmente, considerándolo desde una perspectiva multidimensional en sus causas y en sus manifestaciones, mensurable a partir de la participación-no participación social (Germani, 1973). Más allá de las aproximaciones diferentes, ellas tienen en común el presupuesto mismo de la "marginalidad", es decir, un abordaje teórico en términos de "márgenes", que postula un defecto de integración de poblaciones que no están fuera de la sociedad global sino que están insertas en ella y ocupando la posición más desfavorable: la ambigüedad de la noción reside en el hecho mismo de saber si lo que está en cuestión es el estar al margen (defecto de integración) o el ocupar una cierta posición en el seno mismo del sistema social (Gutiérrez, 2000, 2004a, 2004c). En ambos casos, o por considerar a los pobres "al margen" de la sociedad o por no definir suficientemente la "manera de ser marginal", es decir, la posición ocupada en el sistema social, según las diferentes distribuciones desiguales de los distintos recursos en juego, no puede hacerse una verdadera construcción relacional de la problemática.
En tercer lugar, la mirada analítica que propongo supone también señalar acercamientos y rupturas con los diferentes abordajes de la pobreza que toman como eje la noción de estrategia, que nace en el debate latinoamericano a fines de la década de 1970 y, sobre todo en la de 1980: me refiero a las "estrategias de existencia" (Sáenz y Di Paula, 1981), a las "estrategias adaptativas" (Bartolomé, 1985 y 1990), a las "estrategias de sobrevivencia" (Argüello, 1981; Valdéz y Acuña, 1981; Rodríguez, 1981) y a las "estrategias familiares de vida" (Torrado, 1981, 1982; Borsotti, 1982). En otro lugar (Gutiérrez, 2004a, 2004c) me he referido en detalle a los aportes de estos abordajes del fenómeno, que aquí sólo me limito a enumerar, haciendo hincapié en aquellos que considero fundamentales para avanzar hacia la construcción del análisis relacional de la pobreza.
Además de la utilización de la propia noción de estrategia (que supone siempre preservar un margen de opción a los agentes sociales, con lo que sus estrategias no están completamente determinadas por factores estructurales ni son el mero resultado de una libre elección individual), del contenido específico de la racionalidad allí implicada (las estrategias no son elaboradas por las unidades familiares de manera necesariamente consciente, deliberada, planificada), es importante destacar la preocupación no ya por definir una situación en términos macro-sociales, sino por analizar de qué manera los pobres se reproducen socialmente en esas condiciones y, al menos en algunos casos, por construir un concepto que pueda articular tanto las estrategias de los sectores pobres cuanto de los que no lo son.
Y todo ello tiene implicancias importantes. Por un lado, se construyen categorías que permitan articular la interrelación entre las conductas individuales y los determinantes estructurales: aparecen así la unidad familiar o la unidad doméstica -frente al individuo- como instancia privilegiada para el análisis de esas estrategias y las redes sociales (simétricas y asimétricas) que, a la par de permitir visualizar intercambios de bienes y servicios entre familias pobres, como he demostrado en Gutiérrez, 2004c, se presenta como un concepto que habilita a construir modos de articulación entre los pobres y los sectores dominantes de la sociedad. Por otro lado, frente a la posición dualista de "marginalidad-integración", estos abordajes sostienen que los pobres no están al margen de la sociedad sino que forman parte de ella, ocupando las posiciones dominadas del sistema y, que, por lo tanto, no pueden estudiarse sus estrategias de manera aislada sino intentando analizar las relaciones que ellas mantienen con los sectores dominantes: por ello, es necesario partir de un concepto de estrategias de reproducción que sea susceptible de ser extendido a todos los grupos sociales y que no se limite a abarcar sólo las maneras de vivir de los "sectores populares". En este sentido, son importantes los aportes de Torrado (op. cit.) y de Borsotti (op. cit.) con el concepto de "estrategias familiares de vida" como superador del de "estrategias de sobrevivencia". Ahora bien, esa posición de las familias pobres, se construye en estos casos, a partir de los aspectos económicos de la misma y descuidando otros (culturales, sociales, simbólicos) que también definen la manera en que una persona -y una familia- se posiciona socialmente, a la vez que constituyen otras fuentes de recursos.

II. Las estrategias de reproducción social: concepto, factores y consecuencias metodológicas

En este marco, el concepto central de la perspectiva que propongo, inspirado especialmente en los trabajos de Pierre Bourdieu, es el de estrategias de reproducción social, consideradas, como "conjunto de prácticas fenomenalmente muy diferentes, por medio de las cuales los individuos y las familias tienden, de manera consciente o inconsciente, a conservar o a aumentar su patrimonio, y correlativamente a mantener o mejorar su posición en la estructura de las relaciones de clase" (Bourdieu, 1988: 122). Dichas estrategias dependen de un conjunto de factores: 1) del volumen y la estructura del capital que hay que reproducir (capital económico, capital cultural, capital social, capital simbólico) y de su trayectoria histórica; 2) del estado del sistema de los instrumentos de reproducción; 3) del estado de la relación de fuerzas entre las clases; y 4) de los habitus incorporados por los agentes sociales.
Antes de precisar las implicancias teóricas y metodológicas que la conceptualización de cada uno de estos factores tiene en la construcción de la problemática de pobreza que propongo, señalemos que el propio concepto de "estrategias de reproducción social" constituye una herramienta fundamental para analizar la dinámica de las clases en su conjunto, y, con ello, los mecanismos de perpetuación del orden social. En efecto, a partir de lo que las diferentes familias ponen en marcha para reproducirse socialmente, este concepto muestra claramente una dimensión teórica central: la concepción relacional de lo social, herencia estructuralista que queda demostrada en la manera como se construyen los conceptos claves y en el modo como se articulan. Así, las diferentes estrategias de reproducción social se explican sólo relacionalmente, en un doble sentido: en el contexto del sistema que constituyen (en una familia o en un grupo de familias pertenecientes a una clase o fracción de clase) y en el marco más amplio del espacio social global, donde las prácticas que forman parte de ese sistema se relacionan con las prácticas que son constitutivas de los otros, articulando de esa manera modos de reproducción sociales diferenciales(1).
Señalar como uno de los factores explicativos de las estrategias de reproducción social en la pobreza al volumen y estructura del capital (y su trayectoria) implica, en primer lugar, que las estrategias desplegadas por las familias pobres se definen, fundamentalmente, a partir de los capitales que poseen y no tanto de sus "necesidades básicas insatisfechas", de lo que "tienen" y no sólo de "lo que carecen". El punto de partida son siempre "los recursos": ello permite conducir un estudio integral de las condiciones de vida en la pobreza y asegura mayor potencial de explicación y comprensión de la complejidad del fenómeno. No pueden negarse las carencias de los pobres, pero tampoco puede eludirse la cuestión de que las familias (tanto las que viven en la pobreza cuanto las que ocupan otras posiciones en el espacio social) generan estrategias a partir de lo que poseen y no de lo que les falta. Quedarse sólo con las carencias de los pobres puede llevar a análisis miserabilísticos del fenómeno (sea de signo positivo o negativo) que alimentan discursos y representaciones no sólo falsos desde el punto de vista científico, sino también injustos desde una mirada ético-política. Como bien señalan Eguía y Ortale (2005), partir de los recursos que se poseen permite, por un lado, dar cuenta de la heterogeneidad de las situaciones en los sectores definidos como pobres estructurales o por ingreso, haciendo posible detectar los aspectos más críticos y aquéllos que denotan una situación de vulnerabilidad, y, por otro, en la medida en que el enfoque se aplique no solamente a aquellas familias que viven en condiciones de pobreza (delimitada por las formas tradicionales de medición), permitiría detectar otras situaciones de vulnerabilidad social.
Ahora bien, aquí se contemplan no sólo el capital económico, sino que se incluyen toda otra gama de capitales: culturales, sociales y simbólicos. Innegablemente los recursos económicos (y, más bien, la ausencia de ellos) son los que tienen mayor peso, pero también es cierto que, desde los trabajos de Larissa Lomnitz (1978, 1979), diversos investigadores han mostrado la relevancia de los recursos sociales para desplegar estrategias en la pobreza, recursos que, reforzados por instituciones tradicionales tales como el parentesco, el compadrazgo y la amistad masculina, fundamentan las redes de intercambio recíproco de bienes y de servicios. Por mi parte, he mostrado cómo especialmente esos recursos sociales (capital social) adquieren diferentes formas (colectiva, doméstica y familiar) y, siendo susceptibles de ser reconvertidos en otras especies de capital (especialmente político, en sentido restringido, y en sentido amplio, que incluye también lo que en apariencia es "a-político"), permiten explicar la construcción de redes que enlazan a los pobres con quienes ocupan otras posiciones en el espacio social (Gutiérrez, 2004c). De la gama de recursos posibles, pues, el capital social aparece como uno de los más importantes a la hora de analizar situaciones de pobreza; claro que, como veremos más abajo, desde una perspectiva relacional y no sustancialista.
El concepto de instrumentos de reproducción social es también relacional. Se trata de los distintos mecanismos institucionalizados o no (como el mercado de trabajo, el mercado escolar, etc.) que constituyen las formas que cobran las condiciones estructurales a través del tiempo, como posibilidades e imposibilidades objetivas para las familias. Es importante recordar que el universo de los posibles no es igualmente posible para todos: nada dice el mercado laboral por sí mismo, si no lo ponemos en relación con volumen y estructura del capital, es decir, con los recursos (objetivos e incorporados) de quienes pretenden acceder a él. Lo mismo puede decirse del mercado escolar y de todos los demás instrumentos de reproducción social. Por ello, en esta dimensión es fundamental considerar no sólo la distancia geográfica (hacen falta escuelas para educarse, centros oferentes de salud para curarse, etc.), sino también la distancia social real: las políticas del estado en general, las políticas contra la pobreza, los planes y los programas focalizados o no, etc., que actuarían como una suerte de intermediarios entre las familias pobres y las condiciones objetivas teóricamente posibles para todos. En otras palabras, los capitales existen y tienen importancia en un contexto estructural determinado; es decir, los recursos (tanto los de las familias pobres cuantos los de las que no lo son) tienen un valor que no puede tomarse como esencia, sino como relación: valen o dejan de valer en situaciones históricas concretas. Y ello es susceptible de ser analizado relacionalmente a partir del concepto de instrumentos de reproducción social, como herramienta analítica que permite articular volumen y estructura de los capitales (objetivos e incorporados) con las condiciones estructurales. De esta manera, así como la noción de unidad doméstica permitía achicar la brecha existente en los análisis macrosociales de la pobreza, entre las "condiciones estructurales" y los "individuos", así este nuevo concepto posibilita generar una nueva articulación: aquélla que une esas condiciones con la "familia" o unidad doméstica.
Estos aspectos permiten entender en qué sentido las estrategias de reproducción social dependen también del estado de la relación de fuerzas entre las clases: es decir, precisamente, del rendimiento diferencial que los distintos instrumentos de reproducción pueden ofrecer a las inversiones de cada clase o fracción de clase. En efecto, cuando se modifica esta relación, por ejemplo, cuando cambian las posibilidades de acceso y de permanencia de cada grupo en el sistema de enseñanza, las clases o fracciones de clase pueden apelar a diferentes estrategias de reconversión de sus capitales, que apuntan objetivamente -es decir, sin ser los agentes necesariamente conscientes de ello- a evitar el desclasamiento o a buscar el reenclasamiento(2).
Este concepto permite así iluminar ciertos aspectos del problema: la pobreza no es un fenómeno aislado (o "marginal") sino que se reproduce simultáneamente con la riqueza, en el marco global de la reproducción de las relaciones sociales. Y por ello, habilita a un análisis acerca de qué manera se articulan las estrategias de las familias pobres con otras estrategias desplegadas por agentes y/o instituciones que ocupan otras posiciones en el espacio social, como se ha observado en un estudio anterior (Gutiérrez, 2004c). En definitiva, abriendo posibilidades analíticas fructíferas también para dar cuenta de las formas de articulación entre pobres y no-pobres, entre modos de reproducción en la pobreza y modos de reproducción en la no-pobreza, echa luz sobre la cuestión de la reproducción de la sociedad en su conjunto y de sus mecanismos de dominación-dependencia.
Señalar como otro factor explicativo de las estrategias a los habitus incorporados es recordar la importancia de los esquemas de percepción, de apreciación y de acción interiorizados, del sistema de disposiciones a actuar, a pensar, a percibir más de cierta manera que de otra, ligado a definiciones de tipo "lo posible y lo no posible", "lo pensable y lo no pensable", "lo que es para nosotros y lo que no es para nosotros". Es a partir de ello como se pueden percibir las posibilidades objetivas, pensarlas o no pensarlas, y obrar en consecuencia.
Se trata de la dimensión incorporada de las relaciones objetivas: el habitus no implica la interiorización de las condiciones objetivas así sin más; ello supone también relaciones incorporadas, fundamentalmente relaciones de poder que se han hecho cuerpo a lo largo de una existencia social, a lo largo de una trayectoria, que puede ser reconstruida en términos individuales, familiares o de otro tipo de grupo, pero siempre en el marco relacional de la trayectoria de la clase y del conjunto de las clases(3).
Con estas consideraciones, estamos implicando en el análisis otras condiciones que permiten comprender y explicar las estrategias de reproducción de las familias pobres: no basta con describir las condiciones materiales de la pobreza; se impone también rescatar a quienes viven en esas condiciones y el modo en que las perciben, las sienten, las evalúan, las viven y actúan en ellas.
En otras palabras, tan importantes como las estrategias que generan son las representaciones que de esas estrategias y de su situación se hacen quienes viven en la pobreza. Evidentemente, es fundamental analizar los diferentes modos de inserción en el mercado de trabajo, las formas de organización doméstica, la participación en programas sociales (estatales o ligados a organizaciones no gubernamentales), etc., pero también es indispensable, como señala Eguía (2004), el abordaje de los aspectos simbólicos, es decir, de las significaciones y valoraciones de los informantes acerca de esos mismos fenómenos.
Finalmente, todos los aspectos aquí mencionados constituyen sistemas relacionales: tanto el conjunto de prácticas y de representaciones como el de los factores que permiten explicarlas y comprenderlas, constituyen estructuras sistematizadas: ello significa que cualquier modificación en alguna o alguno de ellos supone siempre la reestructuración del sistema y, desde luego, que no pueden analizarse de manera aislada sino como partes de dicha estructura. Así, por ejemplo, no pueden estudiarse de modo separado las estrategias de inversión escolar de las familias pobres, o sus estrategias alimentarias o las ligadas al cuidado de la salud o a la organización doméstica: cada sub-conjunto forma parte del sistema global y sólo se puede dar cuenta de ellos en ese marco, donde encuentran su razón de ser, su principio y el origen de sus potencialidades y de sus límites.
Una construcción de este tipo supone también, metodológicamente, un abordaje relacional que tiene en cuenta cuatro dimensiones: una sincrónica (que apunta a identificar las posiciones concretas de las familias pobres que se analizan, y la de otros agentes o instituciones que ocupan posiciones diferentes -e incluso opuestas- del espacio social, con las cuales entran en relación), otra diacrónica (que reconstruye trayectorias individuales, familiares, institucionales y estructurales como medio para explicar y comprender las situaciones presentes)(4), una material u objetiva, que reconstruye relacionalmente posiciones y estructuras independientes de los agentes, definidas especialmente a partir de volumen y estructura del capital, y de su puesta en relación (diferencial) respecto de los instrumentos de reproducción social disponibles, y una simbólica, que aborda percepciones y representaciones, prácticas e interacciones concretas que son a la vez, resultado y constituyentes de esas estructuras.

3. El capital social: recurso y relaciones, desde una perspectiva relacional

Al plantear el análisis relacional en los estudios de la pobreza, se mencionan siempre dos conceptos en primera instancia: redes y capital social, conceptos que ya tienen una cierta tradición en el debate de las ciencias sociales, aunque sus diferentes construcciones remiten a perspectivas también diferentes de la acción social. Quiero referirme brevemente a ellos para mostrar en qué sentido es relacional la propuesta analítica que explicito aquí.
Baranger (1997, 2000) observa cómo el análisis de las redes sociales (ARS) remite en primer lugar a la escuela británica de antropología social, especialmente a Radcliffe Brown y su conocida definición de 1940, según la cual la red, entendida como metáfora, quedaba situada en el nivel de las relaciones existentes y observables, y la estructura social se concebía como completamente identificada a la red. Sin embargo, el mismo autor introducía luego una distinción entre la estructura como realidad concreta directamente observable ("la serie de relaciones realmente existente en un momento dado") y "la forma general o normal de esta relación, abstraída de las variaciones de los casos particulares y proponía que la estructura social se describiera por los modelos de conducta a los que los individuos y los grupos se ajustaban en las relaciones mutuas" (Baranger, 1997: 4).
Así, dentro del funcionalismo, la red fue, originalmente, otro nombre para describir la estructura social, al menos cuando de trataba de sociedades simples, y cuando la antropología se volcó al estudio de las sociedades complejas, la aplicación del ARS se desplazó, pasando por Barnes y Mitchell, desde el dominio de los comportamientos prescriptos, hacia un ámbito de relaciones que, por no estar culturalmente normadas, constituían una suerte de conjunto residual.
Mitchell (1969) sugiere que pueden distinguirse los usos metafóricos y los usos analíticos del concepto de red, es decir, aquellos usos que no tienen gran valor heurístico y aquellos que constituyen herramientas para investigar y descubrir las propiedades formales de las redes en diversos contextos, como se reconoce en la literatura antropológica el caso del estudio de Barnes (1954) sobre la pequeña comunidad noruega de pescadores y granjeros de Bremnes o el de Bott (1957) sobre roles conyugales y relaciones extrafamiliares en familias londinenses.
Ahora bien, Mitchell (1974) señala que el análisis de red supone un tipo particular de abstracción más que un tipo particular de relación, con lo que los usos de esa abstracción pueden variar, lo que lleva a Hannerz (1986) a decir que no hay, entonces, una "teoría de la red" "en el sentido de un conjunto de proposiciones lógicamente interrelacionadas y comprobables" (Hannerz, 1986: 200).
Siguiendo a Baranger (1997, 2000), frente a quienes suponen actualmente que el ARS constituye una teoría y que contiene los principales rasgos definitorios de un "paradigma" en el sentido de Kuhn, coincido en que el ARS(5) "no pasa a ser una metodología, entendida como un conjunto de instrumentos susceptible de ser utilizado en contextos teóricos muy variados y para propósitos prácticos de muy diversa índole" (Baranger, 1997: 2).
Con relación al concepto de capital social(6), Woolcock y Narayan (2000) reconstruyen su larga historia intelectual en las ciencias sociales y, desconociendo completamente la conceptualización de Bourdieu, concluyen que "las investigaciones fundacionales de Coleman (1987, 1988 y 1990) en el campo de la educación y de Putnam (1993 y 1995) sobre la participación cívica y el comportamiento de las instituciones son la fuente de inspiración de la mayor parte de los estudios actuales" (Woolcock y Narayan, op. cit.: 226), trabajos que son agrupados según cuatro "visiones" diferentes del problema: la visión comunitaria, la visión de redes, la visión institucional y la visión sinérgica (Ibíd.).
Millán y Gordon reconstruyen también los aspectos fundamentales del problema, haciendo hincapié en las tres perspectivas que, a su juicio, realizaron los principales aportes a la problemática: "James Coleman, porque es el clásico de la formulación del concepto; Robert Putnam por la indiscutible influencia de su propuesta sobre capital social y compromiso cívico; y Nan Lin por sus aportaciones a la perspectiva de redes, enmarcadas en el capital social, que se ha constituido en una fuerte corriente de análisis empírico" (Millán y Gordon, 2004: 713).
En el contexto argentino, Hintze (2004) realiza una interesante reconstrucción en torno a los aspectos fundamentales del concepto de capital social según distintas vertientes teóricas (y sobre todo en relación con sus límites y debilidades) y de sus vínculos con el concepto de estrategias de supervivencia y, con ello, con los análisis de la pobreza. La autora expresa que Bourdieu y Coleman "(con las diferencias que existen entre ambos) sostienen una perspectiva 'estructural' del capital social en contraposición de la 'disposicional o cultural', tal como lo conciben Putman o Fukuyama" (Hintze, 2004: 150).
En efecto, tanto Coleman (1990) como Bourdieu (1980) asocian las nociones de red y de capital social, y con ello, quedan ligadas más bien a la "estructura" que a la "subjetividad". Ahora bien, me interesa señalar también, siguiendo a Baranger (2000), profundas diferencias entre ambos enfoques.
En primer lugar, Coleman se refiere a un enfoque interaccionista del problema (las redes se explican a través de las interacciones concretas y reales entre individuos) frente al enfoque de Bourdieu, que privilegia el análisis de las estructuras que dan fundamento a las interacciones, aunque, por su misma postura de que los agentes no son meros autómatas totalmente determinados por las estructuras, dicho análisis tiene en cuenta también, el nivel de las prácticas concretas y de las interacciones. En segundo lugar, Coleman le da un contenido sustancialista a la noción de capital en general: "se trata en definitiva de una 'cosa', en el sentido de algo que se crea y está allí, independientemente de cuál pueda ser la modalidad de su utilización. Y agrega que, mientras el capital físico es totalmente tangible, y el humano ya lo es menos por estar incorporado en las habilidades y el conocimiento adquiridos por un individuo, el capital social es aún menos tangible, al estar incorporado en las relaciones entre las personas" (Baranger, 2000: 11), frente a una noción de capital que claramente remite a Marx y que sostiene que el capital, antes que una cosa, es una relación social, como hemos pretendido subrayar varias veces más arriba. Finalmente, en el concepto estrechamente económico de Coleman no está en absoluto presente la idea de dominación, frente a la concepción de Bourdieu, que, remitiendo a la visión marxiana, define a las distintas especies de capital como diferentes especies de poder que se distribuyen desigualmente en los distintos campos, generando con ello estructuras de posiciones de dominación-dependencia.
En definitiva, en oposición al concepto sustancialista de capital que plantea Coleman (1988), Bourdieu mantiene una concepción del capital que es fundamentalmente relacional en todas sus especies y sus subespecies, incluyendo, por supuesto, el capital social. Ahora bien, coincido con Baranger en el sentido en que este capital social no deja de ser relacional en otro aspecto, en la medida en que aparece basándose primariamente en otro tipo de relaciones, que son justamente las que toma en cuenta el ARS: el capital social viene, así, a ser relacional por partida doble, al estar referido a relaciones sociales entre agentes que interactúan (Baranger, 2000)(7).
En la perspectiva analítica que propongo para el estudio de la pobreza, sugiero entonces tomar el capital social (en relación con la noción de red social) como "conjunto de recursos actuales o potenciales que están ligados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de interconocimiento y de inter-reconocimiento; o, en otros términos, a la pertenencia a un grupo, como conjunto de agentes que no están solamente dotados de propiedades comunes (susceptibles de ser percibidas por el observador, por los otros o por ellos mismos) sino que están también unidos por lazos permanentes y útiles" (Bourdieu, 1980: 2 -resaltado del autor-).
El capital social está ligado a un círculo de relaciones estables que son el producto de "estrategias de inversión social consciente o inconscientemente orientadas hacia la institución o reproducción de relaciones sociales directamente utilizables, a corto o a largo plazo" (Ibídem). En otras palabras, sería el conjunto de relaciones sociales que un agente puede movilizar en un momento determinado, que le pueden proporcionar un mayor rendimiento del resto de su patrimonio (los demás capitales, económico y cultural especialmente). Además, es también una fuente de poder, y por ello constituye "algo que está en juego" (enjeu), que se intenta acumular y por lo cual se está dispuesto a luchar.

4. A modo de cierre: relaciones en las relaciones

Es precisamente esta asociación de la noción de capital social con la de red, la que permite la construcción de herramientas analíticas claves para el análisis relacional de la pobreza.
En efecto, sobre la base de estudios empíricos propios y de otros colegas, sostengo que en el sistema de las estrategias de reproducción social, las familias pobres generan prácticas -sin ser necesariamente conscientes de los mecanismos- que toman como apuesta principal su disponibilidad de capital social, movilizado en intercambios a través de diferentes tipos de redes, que pueden incidir, tanto en la superación como en la reproducción de sus condiciones de pobreza.
Así, dicho capital social puede cobrar diferentes formas (individual, familiar o colectivo), cada una de las cuales podrá dar lugar a la conformación de esas diferentes redes. El estado del arte respecto de esta cuestión presenta al menos cuatro construcciones típicas:
1. Red de intercambio de reciprocidad indirecta especializada: son redes que se instituyen entre pobres y no-pobres, quienes intercambian bienes y servicios asociados a distintas especies de capital, en las que las familias pobres apuestan su capital social colectivo y los no-pobres (agentes o instituciones) aportan otras especies de capital (Gutiérrez, 2004c).
2. Red de intercambio diferido intergeneracional: son redes familiares entre familias pobres, que comprometen a la madre como principal productora y/o distribuidora y a los hijos e hijas y sus familias como principales receptores de diferentes circuitos de bienes y de servicios (Gutiérrez, 2004c).
3. Redes de resolución de problemas: son redes en las que circulan recursos en el marco de políticas sociales que compiten o se articulan con redes clientelares. (Auyero, 2001).
4. Redes de reciprocidad generalizada: son redes que sustentan parte de las prácticas que llevan a cabo los nuevos pobres para asegurarse recursos de parientes, amigos o conocidos. En ellas son importantes no solamente los recursos y servicios, sino también los significados y los juicios atribuidos. (Kessler, 1998).
Ahora bien, especialmente en la conformación de redes que unen a pobres con no-pobres, hay que tener en cuenta que una de las formas fundamentales es el capital social colectivo, y, más concretamente, sus posibilidades de reconversión en otras especies de capital (capital político, capital militante -Matonti y Poupeau, 2005-, etc.), formas reconvertidas que no pueden definirse a priori, sino que están en relación con condiciones estructurales históricamente situadas, y, por ello, observables en problemáticas empíricas concretas.
Además, pensar en capital social colectivo supone también la hipótesis de la existencia de una lucha por su apropiación (o monopolización) entre los distintos componentes de las redes, lo que implica tener presente la existencia de tensiones y de conflictos, y, con ello, la estructuración y reestructuración de relaciones de poder, no sólo entre pobres y no-pobres, sino también entre quienes viven y comparten situaciones de pobreza. Por otra parte, recordando las relaciones planteadas entre "lo objetivo" y "lo incorporado", sugiero tener presente la dimensión analítica de la "interiorización de la exterioridad", y, por ello, analizar los capitales tanto en su existencia objetivada como hecha cuerpo en los agentes involucrados.
Finalmente, debemos recordar que estos dos conceptos relacionales como el de red y el de capital social, lo son en la medida en que aluden a relaciones (vínculos) que se establecen entre agentes e instituciones, pero también, lo son en los otros sentidos que he mencionado a lo largo de este trabajo: el de las estructuras objetivas, que son independientes de esos agentes e instituciones y que constituyen los límites y las potencialidades de esos vínculos.

Notas:

(1) El origen del concepto se sitúa en los comienzos de la década de 1960, a propósito de los análisis de Bourdieu en Kabilia y en el Béarn, ligados a la lógica de los intercambios matrimoniales y a las prácticas sucesorias: es allí cuando este autor inicia su ruptura más profunda con la visión estructuralista, rescatando al agente social que produce la práctica y señalando sus principios de explicación y comprensión como resultado dialéctico de las condiciones objetivas de vida externas e incorporadas (Gutiérrez, 2006). En Bourdieu (2006), pueden encontrarse un conjunto de artículos compilados precisamente con la intención de mostrar las diferentes dimensiones que conlleva el análisis de la reproducción social y de sus mecanismos de dominación.
(2) Un análisis de este tipo, puede verse en Bourdieu, 1978.
(3) La propia idea de trayectoria remite a relaciones, por oposición a la reconstrucción biográfica (Bourdieu, 1997).
(4) En este sentido, la estructura es relacional respecto a la dimensión histórica: las posiciones de las familias o de las instituciones en un momento dado del tiempo, sufren siempre los efectos de su trayectoria, y más específicamente, de la pendiente -ascendente o descendente- de la misma.
(5) El ARS conoce actualmente una amplia y creciente difusión en España y en algunos países latinoamericanos (especialmente en México y en Argentina), como lo muestran Molina, Teves y Maya Jariego (2004) e incluye trabajos que lo relacionan con situaciones de pobreza, construyendo nociones tales como las de "vulnerabilidad relacional" (Bonet i Martí, 2006).
(6) Son numerosos los trabajos que reconstruyen los diferentes aspectos de su historia, y el debate que ha generado desde distintas perspectivas analíticas. En Gutiérrez (2007), tomo la noción de "capital social" , teniendo en cuenta la importancia que ha cobrado particularmente en los análisis de situaciones de pobreza, mostrando que sus diferentes conceptualizaciones remiten a teorías de la acción diferentes (y, en algunos casos opuestas) y por ello, proponen construcciones diferentes del problema y, con ello, posibilidades de generar estrategias de abordaje (en el plano analítico y en el político) también diferentes.
(7) En Gutiérrez, 2005, retomo en detalle estos aspectos, pretendiendo demostrar las capacidades heurísticas del concepto de capital social en Bourdieu. Inspirada en esta idea de Baranger y sobre la base de un estudio empírico, explicito diferentes dimensiones que dan cuenta de lo "relacional" del capital social (es un recurso, que puede tomar diferentes formas, que posiciona a los agentes sociales en estructuras de poder, que permite relacionar a los pobres entre sí y a los pobres con no-pobres, que es también relacional en función de la estructura en un doble sentido y que constituye una apuesta -enjeu- en un doble sentido).

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