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Ciencia, docencia y tecnología

versión On-line ISSN 1851-1716

Cienc. docencia tecnol.  n.38 Concepción del Uruguay mayo 2009

 

HUMANIDADES - CIENCIAS SOCIALES: INVESTIGACIÓN

Discursos homeopáticos. Hacia la legalización de la disciplina en Buenos Aires (1933-1940)*

Homeopathic Discourses. Towards the Legalization of the Discipline in Buenos Aires (1933-1940)*

González Korzeniewski, Manuel A.**

*) Artículo derivado de su Tesis de Maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad, Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), financiada con beca de Posgrado del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET); recibido en agosto 2008, admitido en abril 2009.
**) Becario doctoral CONICET (2005-2010). Programa de Estudios Socio-históricos de la Ciencia y la Tecnología, Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (IEC), UNQ. mangonzalez@unq.edu.ar

Resumen: En este artículo se da cuenta de los argumentos publicados en las páginas de la revista Homeopatía durante los debates con distintos actores, detractores de la homeopatía, con los que se discutía el carácter legítimo de esta disciplina antes del reconocimiento jurídico de la institución que los nucleaba en Argentina. En la primera parte se presentan, descriptiva y cronológicamente, tres casos: la expulsión de un homeópata de la Universidad Nacional de La Plata, la prohibición de medicamentos homeopáticos y la pelea con el Departamento de Higiene previa a la obtención de personería jurídica. En la segunda parte, se contraponen los discursos utilizados en dichas discusiones con su contexto histórico, y se analizan a partir de dos ejes: la puesta en discusión de la dicotomía entre lo moderno y lo arcaico, y los argumentos de validez y cientificidad como categorías de legitimidad.

Palabras clave: Historia de la Medicina; Homeopatía; Estatus científico; Discursos; Legitimación

Abstract: This paper takes under consideration the arguments published in the pages of the Journal Homeopatia during the debates with different actors, detractors of the homeopathy, with whom took place the discussion about the legitimacy of the discipline before the juridical recognition of the homeopathic institution in Argentina. In the first part three cases are descriptively and chronologically presented: the expulsion of a homeopath doctor from the National University of La Plata, the prohibition of homeopathic medicines and the confrontation with the Departamento de Higiene before obtaining the legal status. In the second part, the discourses used in the mentioned discussions are contrasted with their historical context and they are analyzed according to the setting in discussion of the dichotomy between the modern and the archaic concepts, and the arguments about validity and scientificity as categories of legitimacy.

Key words: History of medicine; Homeopathy; Scientific status; Discourses; Legitimacy

I. Introducción

Los primeros intentos de institucionalización homeopática en Argentina, ya signados por el enfrentamiento con la medicina oficial, datan de la segunda mitad del siglo XIX: primero en la década de 1860 y luego en la de 1870 (Jonás, 1934c: 343). El primer avance se vio debilitado al intentar crear una facultad homeopática elevando una petición al gobierno, que llegó a tratarse por las cámaras legislativas y fue derrotado "por el escaso margen de dos votos tras serios incidentes verbales" (González Leandri, 1997:113). El segundo derivó en un enfrentamiento cuando intentaron "solicitar ante la Corte Suprema de Justicia la inconstitucionalidad de la ley del Consejo de Higiene (…) que regulaba la práctica médica y farmacéutica", poco después de que la norma fuera dictada (González Leandri, 1997: 114).
Por entonces existían "sólo dos instituciones capacitadas oficialmente para enseñar la medicina en todo el territorio nacional (Universidades Nacionales de Buenos Aires y de Córdoba)" (Buch, 2000:) que junto con la Academia de Medicina y el Consejo de Higiene generaron un monopolio que hizo fracasar el intento por crear una Escuela Libre de Medicina e imposibilitaron "la apertura de una Escuela de Medicina Homeopática [Esta situación] permitiría crear a través de sucesivas crisis la consolidación de una estructura profesional crecientemente compleja dentro de la cual los esfuerzos renovadores eran, de un modo o de otro, reincorporados dentro el sistema" (Buch, 2000: 7). Estas instituciones pretendían ejercer un control policial sobre las prácticas alternativas, fundamentalmente la frecuente utilización popular del "curanderismo" (Buch, 2000: 10, González Leandri, 1997: 114).
El siguiente intento de institucionalización de la homeopatía es el de la actual Asociación Médica Homeopática Argentina (AMHA)(1), que es la más antigua e importante de las vigentes y fue fundada a mediados de 1933 por un grupo de médicos que habían incorporado la terapéutica de manera autodidacta y la ejercían en sus consultorios particulares de manera aislada. El nexo lo habría establecido un farmacéutico francés instalado en Buenos Aires que les proporcionaba los medicamentos y quien favoreció la unión en una época convulsionada para la sociedad y la medicina, tanto local como internacional.
Ese período crítico se expresaba en amplias tensiones respecto a cuestiones políticas, militares y económicas, en pujas constantes entre distintos sectores por detentar el poder, y el quiebre con el orden establecido en las décadas precedentes. En Buenos Aires, el lapso comprendido entre las décadas de 1920 y 1930 se caracteriza, además, por un cosmopolitismo propiciado por el aumento considerable de la población gracias a la llegada de inmigrantes (de 677.000 habitantes en 1895, a 1.576.000 en 1914, y 2.415.000 en 1936), y coincide con un período de "modernización" de la ciudad (por ejemplo, implementación de luz eléctrica, utilización de medios colectivos de transporte, asfaltado, aumento en la tirada de las publicaciones, llegada e implementación de novedosos artefactos técnicos) y de la producción intelectual (Romero, 2004; Sarlo, 1988 y 1992). Sumado a ello, "la élite local miraba hacia Europa, en especial a Francia como un faro de la civilización, al tiempo que sólo aquellos profesionales que lograban demostrar éxito en Europa eran reconocidos por el establishment médico de nuestro país. 'Desde el punto de vista intelectual, somos franceses', declaraba Horacio Piñero" (Plotkin, 2003:31). En la medicina francesa se estaba dando un período de crisis y reconfiguraciones: por un lado, "las nuevas perspectivas de la patología funcional parecían echar agua al molino de la tendencia holista. La endocrinología y la inmunología, por ejemplo, insistían en un enfoque sistémico: no se hacía hincapié en el agente causal de las enfermedades sino en las capacidades del cuerpo para responder a estos agentes", por el otro, el fuerte aumento del número de médicos (de 15.000 en 1890 a 25.000 en 1936) los indujo a "desarrollar unas prácticas originales atractivas para los pacientes" (Weisz, 1998: 42).
En Argentina, ocurría algo similar con el nacimiento de nuevas especialidades y corporaciones, y la sensación de "plétora" que percibían los médicos sobre su propio ámbito profesional (Belmartino et. al., 1988), junto con la búsqueda popular de terapias alternativas (Belmartino et. al., 1988; Armus, 2007) que agudizaba los problemas económicos de los médicos. Todas estas cuestiones afectaron la definición de un área específica de eficacia técnica: el vínculo entre las necesidades de la población y la capacidad de intervención de los profesionales; el reconocimiento social de la eficacia de la práctica y el necesario contralor de aquellas acciones; la búsqueda de formas organizativas que permitan defender los intereses profesionales ante el estado u otras instituciones; las relaciones con el Estado, en tanto garante del derecho de la profesión a reclamar un ámbito exclusivo de práctica poseedor de la capacidad jurídica para definir los límites de dicho campo; su capacidad para intervenir como regulador de los mecanismos del mercado; y el núcleo crecientemente visible de una red más o menos estable de relaciones de poder en la cual la profesión procuraba insertarse (Belmartino et. al., 1988).
Ese ámbito requirió que los médicos construyeran miradas sobre el pasado, presente y futuro, y convocasen a la unidad, a la organización y al gremialismo como forma de lucha o defensa, frente a una vida social compleja que influía sobre el desarrollo, hasta entonces rutinario, de su profesión. Se vivió por entonces lo que se ha llamado el "surgimiento de la corporación médica" (Belmartino et. al., 1988) que se tradujo en la creación de gremios, sindicatos, pequeñas asociaciones y surgimiento de especialidades médicas. Por un lado, se daba el resquebrajamiento de la profesión y del modelo médico y, por otro, se generaron una serie de alternativas de fortalecimiento para superar la crisis.
En ese contexto, el "nuevo" rol de médico homeópata se iba constituyendo como tal, definiéndose, es decir, marcando los límites con respecto del otro (el alópata, oficial), buscando identidades en el pasado y en el exterior, presentándose ante la sociedad como legítimamente válido. Ahora bien, el sólo acto de marcar el límite entre una terapéutica y la otra implicaba diferenciarse de una identidad a la que también se caracterizaba o caricaturizaba, imponiéndole definiciones entre lo imaginario y lo "real". Sólo esta acción implicaba una disrupción, un enfrentamiento: desde una posición marginal (y subordinada) se empezaba a configurar un contexto pleno de conflictividades para la profesión médica (durante el cual se percibían cuestionamientos sociales). En ese marco, un grupo de médicos expresaba que el sistema de curación que sostiene el Estado no sólo no era efectivo, sino que era producto de una lógica absurda y que se traducía en una práctica nociva para los pacientes.
A continuación se presentarán, somera y cronológicamente, tres episodios de enfrentamiento directo entre la Sociedad Médica Homeopática Argentina -SMHA- y distintos representantes de la medicina oficial, el último de los cuales deriva en la obtención de reconocimiento jurídico por parte de la institución homeopática. En ellos (la expulsión de un médico homeópata de la Universidad Nacional de La Plata -UNLP-, la prohibición de venta de medicamentos homeopáticos y el pedido de reconocimiento jurídico para la Sociedad) aparece constantemente la cuestión de la delimitación de un nuevo rol médico o de configuración institucional, entramando lo que sería una disputa con una cuestión más amplia de controversia cognitiva. Luego se presentan dos ejes para analizar con mayor detalle los argumentos esgrimidos en estos enfrentamientos: la estructurante dicotomía entre moderno y arcaico y, en segundo lugar, los argumentos de validez y cientificidad (carácter científico de las terapéuticas) como delimitación de lo válido. Si bien aparecen imbricados, difusos y ambiguos, la separación de los ejes permite, en el caso de la dicotomía señalada, encontrar mayores marcas de época más allá de una base estructurada de razonamientos, en tanto que en la discusión sobre lo válido y lo científico, determinar una estructura que bien puede
identificarse con los argumentos actuales de los defensores de la Homeopatía.

II. Los conflictos

II.1. Primer conflicto: expulsión de un médico de la Facultad de Medicina de la UNLP
En este conflicto intervinieron Ernesto González Ávila, un médico profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNLP (que en forma particular ejerce la homeopatía), el Consejo Académico de dicha universidad (consejeros médicos y delegados estudiantiles) y la Sociedad Médica Homeopática Argentina -SMHA- (el presidente Godofredo Jonás y el secretario Rodolfo Semich). A raíz de que González Ávila publicó un aviso promocionándose como médico homeópata, el Consejo Académico decidió suspenderlo, lo cual provocó las protestas airadas tanto del médico como de la SMHA.
En el segundo número de Homeopatía del año 1935, se publicó una nota titulada "Los primeros conflictos", en la que Rodolfo Semich explicaba que "La SMHA intervino en el conflicto planteado en la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata […] porque lo juzgó su deber" (Semich, 1935:33), ante la suspensión de un profesor por promocionar la atención homeopática en su consultorio privado, en diciembre de 1934. Según consta en el acta del Consejo Académico(2), a instancias del "Delegado Estudiantil", Enrique Benedetti, se leyó el aviso publicado en "los diarios locales" en los que González Ávila era promocionado como "Médico Homeópata" y "Profesor libre de la Facultad de Medicina". Benedetti argumentaba que "un profesional que emplee métodos curativos reñidos con las enseñanzas que se vierten en la Facultad, no puede seguir siendo profesor de la misma" y aun más, mocionó "para que se solicite del Ministerio de Guerra las razones por las cuales el doctor González Ávila fue separado de su puesto de Médico del ejército nacional" (Acta de la VIII Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 1934:35). Dos Consejeros médicos apoyaron la moción y consideraron oportuna "la suspensión [de González Ávila] hasta tanto una Comisión nombrada por el señor Decano estudie el asunto, y que en caso de comprobarse la falta denunciada debe aplicar sanción al citado profesor". Se votó por unanimidad y se otorgó la autorización pedida por el Decano Héctor Dasso a "suspender al doctor González Ávila en sus funciones" y a designar (considerando la opinión de Montenegro) una "comisión que investigue los cargos formulados por la Delegación Estudiantil". Los representantes estudiantiles pidieron "que se haga constar su aplauso por la resolución" (Acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 1934:36).
González Ávila denunció que, incluso habiendo sido noticia del diario "El Día" el 3 de enero, no había recibido "hasta el presente, una comunicación oficial por escrito, como es correcto y de práctica" (González Ávila, 1935a:37) sobre la resolución. Según él mismo narraba, "llevado por la explicable curiosidad de conocer los motivos de tan extraña resolución" tuvo que asistir a la Secretaría para leer el acta de la Asamblea. A la que respondió que "las razones aducidas por el delegado estudiantil carecen de valor lógico, cosa explicable en un alumno […] y debo ser tolerante. Pero tal tolerancia no puede ser extendida hacia quienes deben tener mayor responsabilidad intelectual y científica" (González Ávila, 1935a:37). Confirmando las pocas expectativas de ser reincorporado a la Facultad, concluyó que todo aquello era un "triste espectáculo" para el que sería "inútil toda tentativa ulterior de rectificación". Se declaró homeópata "a mucha honra" a fin de "evitar un trabajo a la Comisión que intervenga, por cuanto no tiene nada que averiguar acerca del aviso que, como profesional, tengo derecho a insertar en los diarios" sugiriendo que, "antes de emitir opinión" se dirijan a la "Sociedad Médica Homeopática Argentina" (González Ávila, 1935a:39).
Jonás y Semich, elevaron "una protesta al Consejo Directivo", manifestando "su extrañeza por el desconocimiento absoluto […] respecto de la Homeopatía", y solidarizándose con el profesor suspendido (Semich y Jonás, 1935:40). Además, se organizó una "fiesta en homenaje y desagravio" para González Ávila durante la cual Jonás hizo un llamamiento a la "resistencia" de los homeópatas, basándose en la tradición homeopática de "lucha" y en la unión en torno a la SMHA; así, los amigos que cada médico perdiera entre los "alópatas" los ganaría entre los homeópatas con "amistad y compañerismo verdadero".

II.2. La pelea por el reconocimiento jurídico
En el conflicto que se relatará intervinieron, además de la SMHA, la Academia Nacional de Medicina(3) y el Ministerio de Instrucción Pública, con su organismo dependiente, el Departamento Nacional de Higiene (DNH de aquí en más)(4) (a su vez con la intervención de la Inspección General de Farmacias).
El 27 de octubre de 1936, Jonás (presidente) y Semich (secretario) iniciaron el trámite de reconocimiento jurídico ante la Inspección Nacional de Justicia (Ministerio de Instrucción Pública). Unos meses antes, un artículo editorial explicitaba los motivos por los cuales se buscó luego el reconocimiento del Estado: si, por un lado, diversas profesiones (como la enseñanza, la abogacía y la propia medicina) eran "consagradas solamente cuando el Estado las distingue y recompensa", por el contrario "todo lo que el Estado no toma en cuenta ya no tiene ningún valor y quien siente o habla fuera de la tutela del Estado y en contra de las Academias que se dicen científicas, comete una herejía y debe ser despreciado". Para los homeópatas, esa situación era una burla a la pretendida "libertad de enseñanza", particularmente ejercida por la "Ciencia Médica oficial" que mantenía "a la Medicina en un estado como jamás se ha visto desde que el mundo tiene historia" (Editorial, 1936:118). Según esas palabras, existía una "frontera mágica" entre lo que era protegido por el Estado y lo que permanecía fuera. Siguiendo ese razonamiento, no sólo se premiaba a lo que ya poseía una legitimidad legal, sino que se segregaba socialmente y se perseguía a lo que estaba por fuera, lo cual afectaba al "gran público", los potenciales clientes.
El Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Dr. Jorge de la Torre(5), para poder expedirse sobre el pedido de la SMHA, pidió "opinión" al DNH, que emitió un dictamen (7 de junio de 1937, basado en un informe de la dependencia de Inspección General de Farmacias) mediante el cual aconsejaba "no acceder a lo solicitado" por las autoridades de la Sociedad Homeopática (DNH, 1937:273). Los argumentos fueron variados y apuntaban a que la homeopatía no se enseñaba "en las facultades", a un supuesto trasfondo "místico", a que operaba "cambios invisibles", se basaba en una "potencia morbífica natural", las curaciones que se le atribuían formaban parte de "fenómenos naturales de la enfermedad", los medicamentos no estaban "aprobados" por la farmacopea argentina, que si se autorizaba a la homeopatía resultaría difícil "desautorizar al curanderismo", la SMHA promovería "la instalación conjunta de dispensarios y farmacias" con claros "fines comerciales", todo esto sumado a la "predisposición de los enfermos a curarse por fuera de lo científico" (DNH, 1937:266/273). En resumen, el Departamento Nacional de Higiene se basó en un informe de su dependencia de "Inspección General de Farmacias" para aconsejar "no acceder" al reconocimiento jurídico de la SMHA, a partir de la puesta en duda de la eficacia del medicamento homeopático y la denuncia de "falta de pruebas científicas", con el consiguiente "gran peligro, en que enfermos portadores de cuadros clínicos perfectamente curables, pierdan tiempo en ensayos de medicaciones y dosis que no son las oficialmente enseñadas y aconsejadas" (DNH, 1937:272-273). Es decir, lo que pudiera haber sido un informe más bien técnico, aludía a cuestiones de relación médicopaciente, proliferación del curanderismo y aceptación de la homeopatía en círculos médicos.
En septiembre de 1937, tres meses después, Semich y Jonás presentaron una respuesta al "ataque desconsiderado e injusto que el Departamento Nacional de Higiene" llevaba "contra la homeopatía, a la que desconoce su carácter científico". Consideraban a la Facultad de Medicina "exclusivista", criticaban que se pida opinión a la dirección de Farmacia y afirmaban que la farmacopea argentina estaba "atrasada", a la vez que hicieron una extensa explicación sobre de qué manera funcionaba la ley de la similitud y de los infinitesimales (aun en la alopatía) así como un extenso racconto de los lugares donde la homeopatía era reconocida (Jonás y Semich, 1937: 274 y 275). Afirmaban, además, que habían "invitado al presidente del Departamento Nacional de Higiene en varias oportunidades" para demostrar su forma de atención, que contaban "con varios miles de historias clínicas" con "curaciones exitosas", que el proyecto de "creación de centros de atención" no era con "fines de lucro", sino para "contribuir al estudio, progreso y difusión de la homeopatía", que su disciplina tendía a beneficiar a la "clase pobre", que no existía "propósito alguno de crear farmacias y consultorios con fines comerciales", a pesar de lo cual estaban "dispuestos a considerar cualquier sugestión o indicación por parte del Gobierno sobre reforma de los Estatutos proyectados" (Jonás y Semich, 1937: 288-290)(6).
Los médicos homeópatas no recibieron respuesta hasta un año después de que enviaran la misiva, luego del cambio de cúpula del Poder Ejecutivo, con el nuevo Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Dr. Jorge E. Coll(7), quien recibió a los homeópatas y pidió nuevos informes (atendiendo a las objeciones del DNH) a la Academia de Medicina y a las embajadas argentinas en EE.UU. y Alemania (Coll, 1938). Las embajadas remitieron informes favorables a la Homeopatía (Informe de la Embajada Argentina en Washington, febrero de 1939; Informe del Ministerio de Relaciones de Alemania a la Embajada Argentina, marzo de 1939), ya que indicaban en ellos formación y atención legal en Estados Unidos y Alemania, así como legislación específica para los fármacos en este último.
Por su parte, la Academia Nacional de Medicina (el 6 de junio de 1939) emitió un dictamen explicitando que no la consideraba "científica", que sus escuelas en otras partes del mundo "existen" -"aunque cada vez menos numerosas"-, y que "esta Academia piensa que a los médicos diplomados en Universidades nacionales no puede prohibírseles su aplicación" (Academia de Medicina, 1939:293)(8). Con el aval de la Academia y los informes favorables de las embajadas de EE.UU. y Alemania, el camino parecía despejado. Sin embargo, poco después de que la Academia se expidiera, el DNH intentó una última jugada: prohibir la venta de medicamentos homeopáticos.

II.3. La prohibición de los fármacos homeopáticos y la obtención de la personería jurídica
El DNH emitió a mediados de 1939 un "dictamen en contra de la venta de productos homeopáticos" (Semich, 1939a:217). Ante tal acción, los médicos de la SMHA desplegaron por primera vez diversos recursos mediáticos y a su vez apelaron a la colaboración de entidades homólogas de otros países y asociaciones continentales, consiguiendo que se movilizaran a través de cartas al presidente de la Nación, Roberto Ortiz, y en medios de comunicación de sus respectivos países. Luego de destacar lo "arbitrario" de la medida, Semich hizo notar lo curioso que resultaba que el Dr. Jacobo Spangemberg(9) firmara el dictamen del DNH (en calidad de presidente) prohibiendo la venta de medicamentos, cuando días atrás, como miembro de la Academia de Medicina, había firmado el pronunciamiento citado anteriormente que abría una posibilidad de reconocimiento legal a la terapéutica homeopática.
Ahora bien, si el fallo de la Academia apuntaba al reconocimiento de una forma de atención médica, la jugada del DNH lo hacía respecto a la venta de fármacos, dos actividades relacionadas estrechamente en la práctica pero con marcos diferentes. Los fallos de las instituciones firmantes pudieron estar representando dos grupos corporativos distintos: farmacia y medicina. Es así que "hacia 1932 los farmacéuticos parecen tomar la iniciativa […] Se solicita la creación de la División Farmacia en el Departamento Nacional de Higiene, 'integrada única y exclusivamente por farmacéuticos'" (Belmartino et. al., 1988:47).
Por un lado, el informe de la Academia de Medicina resaltaba que "el valor de científico de la Homeopatía" era "muy discutido" y "hasta ahora, no aceptado por esta Institución", además de considerar que sus representantes eran "cada vez menos numerosos" (Academia de Medicina, 1939:293), lo cual concordaba con las ideas de la Inspección General de Farmacias. La diferencia parecía estar en el hincapié que habían hecho en su momento Jonás y Semich sobre la idea de que un farmacéutico pudiera inmiscuirse en cuestiones de terapéutica médica. Lo que resulta indudable es que la prohibición que pretende el Departamento se realizó dos meses después del referido Informe de la Academia de Medicina, como una forma de respuesta táctica a esa suerte de "visto bueno" a la legalización de la homeopatía. Según la SMHA, el DNH buscaba normas en desuso, sancionadas "décadas atrás" al sólo efecto de interponer un recurso legal que poco tenía que ver con un "debate científico", opinión refrendada por instituciones homólogas foráneas. El apoyo llegó desde EE.UU. (de la presidencia del Congreso Homeopático Panamericano), México, Colombia y con sorprendente fuerza, del Brasil, donde una institución carioca fue la primera en difundir la noticia logrando la primera plana de O Globo y Jornal Da Noite (incluso antes que los porteños La Razón y La Prensa, que luego publicarían editoriales al respecto).
Posteriormente, el 29 de diciembre de 1939, la Inspección General de Justicia, "ante la contradicción de los diversos informes acumulados"(10) resolvió realizar "una visita de inspección en la Asociación destinada a constatar las condiciones de funcionamiento de la misma y establecer así, si sus finalidades encuadraban dentro del concepto de bien común". Como "el inspector, Sr. Lamarca […] puntualizó la situación de encontrarse confundidos en la entidad, los móviles culturales y científicos, con actividades de ejercicio de la profesión, lo que a su entender podría desvirtuar el principio de bien común prescripto en la disposición legal pertinente", los miembros de la asociación de homeópatas no dudaron en adaptar "la fisonomía de sus estatutos a modalidades exclusivamente científicas y culturales"(11). Dicha repartición confió en que iban a "ahondar estudios, con el objeto de establecer el verdadero carácter de la homeopatía" y que: "Esos estudios, efectuados por personas capacitadas y con título de médico, a los que la Academia de Medicina reconoce (informe de fs. 132), que pueden ejercer la homeopatía, incidirán, seguramente, en forma ventajosa en la completa dilucidación del problema controvertido con la repartición pública -Departamento Nacional de Higiene-. Por ello, esta Inspección General es de opinión que puede accederse al pedido de concesión de personalidad jurídica solicitada" (Inspección General de Justicia, 1939: 294).
El 15 de noviembre de 1940 se le otorgó la personería jurídica a la AMHA por decreto del vicepresidente Ramón S. Castillo, en ejercicio de la presidencia por enfermedad del presidente Roberto Ortiz: "visto […] el dictamen favorable de la Inspección General de Justicia" (Decreto el PE 1086, 1940:295). Se cerraba así el ciclo en el que las instituciones representantes de la homeopatía en el país conseguían lo que, probablemente, constituya el logro más importante y trascendental para que la terapéutica pueda ejercerse aun a pesar del hostil entorno que la circunda hasta la actualidad.

III. Los ejes de la discusión

III.1. Lo moderno y lo arcaico
La abrumadora inserción de implementos técnicos novedosos, la irrupción de nuevas corrientes intelectuales y el crecimiento poblacional transformaron la cultura de Buenos Aires en las décadas de 1920 y 1930 y abrieron toda una nueva dimensión imaginaria que reconfiguraba relaciones simbólicas con mitos y objetos del pasado. Se daba la coexistencia de lógicas y prácticas tradicionales con otras nuevas e implementos técnicos impulsores de "modernidad" que marcaban un período de "incertidumbres pero también de seguridades muy fuertes, de relecturas del pasado y de utopías, donde la representación del futuro y de la historia chocaban en los textos y las polémicas" (Sarlo, 1988: 29). Por ejemplo, Sarlo destaca dos oposiciones "epistemológicas" acerca de la ciencia, a partir de un editorial de El Mundo, a principios de la década de 1930: la primera, "ciencia positivista y nueva ciencia sensible a los fenómenos que el positivismo hubiera descartado de su campo de estudio. Hay más en el mundo físico que lo que captan nuestros sentidos, y los fenómenos mentales, la vida en el más allá, las resurrecciones pueden ser un objeto de estudio tan legítimo como cualquier otro"; la segunda hace referencia a "la ciencia viva y desprejuiciada que se enfrenta con la ciencia de las academias, donde se ha refugiado el positivismo decimonónico. Ser moderno, en ciencia, es aceptar la naturaleza a veces intangible, a veces extraña, de fenómenos que se producen aunque todavía no pueda explicarse su origen, en los tradicionales términos causales", concluyendo que "la ciencia que se desarrolla fuera de las academias experimenta de modo desprejuiciado y dinámico con los efectos de sus intervenciones: produce curas, aunque no pueda, del todo, explicarlas" (Sarlo, 1992: 149).
En este contexto de "tensión" alrededor de la modernidad y de ruptura con el positivismo (una ruptura parcial y ambigua, en tanto permanecen lógicas positivistas en algunos argumentos), en los enfrentamientos entre la SMHA y los representantes de la alopatía se observa como un eje articulador de los argumentos una muy fuerte distinción entre lo "moderno" y lo "arcaico". Los aspectos conceptuales que ilustran esta distinción son reflejados en los argumentos como: una confrontación entre lo nacional y lo internacional (un grupo cerrado de una Facultad local particular respecto a "otras" del resto del mundo), la contraposición de un grupo cerrado (cuasi religioso) respecto a otro abierto a los debates y nuevas ideas (cientificista), y una cultura nacional avanzada, de vanguardia, respecto a tradiciones nacionales recalcitrantes.
A principios de 1935, el propio Ernesto González Ávila, una vez suspendido de la Facultad de Medicina de la UNLP, hablaba de distintos "avances" de la homeopatía "en todos los países civilizados del mundo", citando como fuente el tercer número de Homeopatía(12) y el artículo de Gregorio Marañón en El día médico(13), por lo que "pareciera que los señores consejeros no sólo permanecen desconociendo el movimiento homeopático mundial, sino que tampoco se enteran de lo que dicen las revistas médicas más difundidas en nuestro país" (González Ávila, 1935a: 39). Aquella fascinación por la cultura francesa, como ideal de civilidad aparece en la contraposición que hacía González Ávila a su situación respecto al hecho de que en París: "[…] El ministro de Salud Pública concurre oficialmente a inaugurar una Clínica Homeopática y hace el merecido elogio de esta ciencia [mientras que] aquí, los consejeros de la Facultad de Medicina, a quienes debiera suponerse poseedores de un acervo científico completo, pretenden excomulgar a un médico que desempeña cargo docente y que ejerce su profesión poniendo en práctica los métodos que conceptúa mejores […] Si tal excomunión es un acto injusto, peor aún es la razón que intenta fundamentarlo: se me impone una suspensión porque empleo 'métodos curativos reñidos con las enseñanzas que se vierten en la Facultad'…" (González Ávila, 1935a: 38).
La utilización de términos religiosos para explicar la lógica de funcionamiento de la Facultad oponía claramente la idea de Francia como "moderna" frente a una institución que se "equivoca reiteradamente usando métodos que han demostrado su pobreza terapéutica" y que "raras veces curan y a menudo empeoran" al enfermo. Para el médico homeópata, era la propia institución la que debería no sólo tener la "iniciativa" de "cambiar el rumbo" sino que estaba "en la obligación de hacerlo", lo cual refuerza la idea de conocimiento de vanguardia versus conocimiento arcaico. En este sentido vaticinaba que, de seguir "reincidiendo", la Facultad "perderá autoridad y, además, defraudará las legítimas esperanzas que la sociedad entera, el Estado, han depositado en ella" (González Ávila, 1935a:38). Evidentemente, González Ávila se veía irremediablemente fuera de la Facultad, ya que el tono dista de ser conciliador, y siguió arremetiendo con afirmaciones como que la institución se oponía al "progreso de la Ciencia", que "está en retardo" y que el Consejo "se abroga de considerar intangibles e inmodificables los principios que supone científicos", criterio "inaceptable" por "dogmático" y "exclusivista". Muy al contrario, para el profesor cuestionado: "Toda escuela universitaria, en efecto, debe conceptuarse como centro de emisión y discusión de ideas, y de ningún modo puede permitirse que sea transformada en tribunal inquisitorial, que niega el libre examen, y, además, en forma de sentencia, reproduce el acto más típicamente medieval: la excomunión" (González Ávila, 1935a:38).
También Rodolfo Semich y Godofredo Jonás reforzaron la idea con una carta al Decano de la Facultad de Medicina de la UNLP, donde recreaban la contraposición entre un grupo arcaico que toma una decisión "injusta" y "una rama terapéutica que goza de un merecido prestigio universal". Calificaron al consejo de "no estar habilitados para juzgar al respecto" por "ignorar" la terapéutica estando "obligados a no desconocer" a una "disciplina científica trascendental". Al contrario, se presentaron como "la única institución de reconocida autoridad técnica en nuestro medio". Expresaron que: "les llama profundamente la atención que una sugestión formulada por un joven que inicia sus balbuceos científicos haya tenido el eco auspicioso de que da cuenta la resolución adoptada por hombres que suponíamos dotados de capacidad reflexiva y serenidad intelectual", aclarando finalmente que el "señor Decano y los señores Consejeros nos merecen individualmente el más alto concepto; de modo, pues, que nuestra crítica al lamentable hecho producido es de índole puramente objetiva" (Semich y Jonás, 1935:40-41). Sin duda, la nota "institucional" de la SMHA era de un tono de agresividad marcadamente menor a la de González Ávila o las que desde la SMHA produjeran contra médicos particulares, como las de Semich y Jonás (1935) o el editorial citado de Semich (1935a) para el mismo caso de la Facultad de Medicina de la Plata: "Por una ficción teórica, la Universidad pretende ser el centro único y máximo del saber y de la cultura. Esto, sin embargo, precisamente por ser ficción, no ocurre en la realidad. Es evidente que, extramuros de la Facultad, se desarrollan doctrinas y métodos que deben ser respetados porque tienen alguna significación intelectual y científica. La Facultad de Ciencias Médicas de La Plata no ha hecho lo que otras más evolucionadas: en lugar de disponer sus antenas receptoras en aptitud de que no escapara ninguna onda mental útil, prefiere no sintonizar. En cuanto a sus dirigentes, los consejeros, se encuentran tan convencidos de que son representantes de una sabiduría exclusiva e intangible, que tienen arrestos de absolutismo que parecen un gracioso remedo del espíritu del Rey Sol […] parecieran decir: 'La Ciencia soy Yo'. Y juzgan delito -y lo castigan- la circulación y ejercicio de ideas opuestas a las que germinan en sus cerebros, que no hay ninguna obligación de suponer sean, por su calidad y rendimiento, vísceras privilegiadas" (Semich, 1935a: 33).
Aquí lo arcaico aparecía encarnado en el supuesto "absolutismo" pero también en el establecimiento del saber legítimo: si el "Rey Sol" era parte del pasado en una Francia que dio lugar a facultades "más evolucionadas", en la Facultad de Medicina de la Plata ocurría lo contrario. En el discurso del presidente de la SMHA, Godofredo Jonás, durante la "fiesta en homenaje y desagravio", del 23 de febrero de 1935, se volvía a la carga: "A quien hay que desagraviar es a la cultura y a la ciencia argentinas, ofendidas por el hecho insólito de suspender en su cátedra a un profesor por ejercer una forma del arte de curar, que no es conocida por los sicarios de la ciencia que se han adueñado de las poltronas en los consejos directivos de una Facultad. Si el ignorar puede en algún momento tener disculpas, el no querer aprender, el encerrarse dentro de prejuicios, no lo podrá tener jamás" (Jonás, 1935: 60).
Se hizo un esfuerzo también por demostrar que esta persecución es de "otros tiempos" y que la mirada "absolutista" no tiene nada que ver con la "ciencia" y lo "moderno": "[…] La homeopatía ha sido excomulgada de los centros y academias científicas en otros tiempos [porque] las ciencias físico-químicas demostraban que con sus diluciones los médicos no daban remedio sino agua pura. Pero es que sus procedimientos que creían completos y llegados a la última expresión, no eran tales, y los modernos descubrimientos en sus respectivos campos de acción han demostrado que estaban, como estamos actualmente, muy lejos de la última palabra. En 1923, el doctor Boyd, de Glasgow, demostró ante comisiones especiales del Real Colegio de Médicos de Londres, que las más altas diluciones homeopáticas estaban animadas de un dinamismo que era susceptible de ponerse en evidencia y que este dinamismo variaba según la dilución y el medicamento" (Jonás, 1935b: 61-62).
Es necesario aclarar que, si por un lado, habían cargado las tintas contra la "excomunión" de un grupo de "sicarios" que "creían completos" sus conocimientos que incluso "actualmente" están "muy lejos" de ser definitivos, por otro lado, afirmaban que "ninguna persona con cierto grado de cultura pone en duda el poder de lo infinitesimal en terapéutica, bioquímica, física, etc." (Jonás, 1935b:62) "en una tendencia clara, cierta, honesta, científica e indiscutida" (González Ávila, 1935b: 63).
Por su parte, el Departamento Nacional de Higiene puso en cuestión la idea del consenso que sustenta a la homeopatía "a pesar del largo tiempo que llevan emitidas, sólo son aceptadas por escasa cantidad de médicos" (DNH, 1937:273). En respuesta a ello, los homeópatas afirmaban que su terapéutica representaba "una ciencia conocida universalmente y de amplia divulgación y aplicación en países que marchan a la cabeza de la civilización, como Inglaterra, Francia, Estados Unidos de Norteamérica, Alemania, Italia, España, etc." (Jonás y Semich, 1937:274).
Por otra parte, enumeraron distintas personalidades de la realeza Europea y del gobierno de EE.UU. que se tratan con homeopatía y que, más allá de que en su dispensario trataban a "enfermos pobres, sin percibir nosotros honorarios de ninguna índole, no implica que a nuestros consultorios privados no concurran personas de alta cultura (universitarios, industriales, políticos, hombres de ciencia)". Además de hacer esta distinción elitista de sus pacientes, aclaraban también que en Alemania la homeopatía se institucionalizó recién desde 1929, por lo cual, que la "cantidad de médicos homeópatas sea relativamente menor […] no dice nada del valor de la Homeopatía" (Jonás y Semich, 1937: 288).
Si el Departamento de Higiene sugirió que la máxima autoridad científica estaba representada por la Facultad de Medicina y que "lo que la Facultad no enseña es ilegal y debe ser perseguido por los poderes públicos", uno de los contra argumentos apuntaba al supuesto arcaísmo de tal postura: "¿Qué papel harían, según eso, ante los ojos de nuestra Facultad, los Pasteur, Koch, Roentgen que enseñaron y practicaron lo que las facultades de aquellos tiempos no conocían ni enseñaban? ¿Qué dirán nuestros Roffo, Robertson Lavalle, Vitón, Caride que practican y enseñan algo que nuestra Facultad no sabía ni practicaba? ¿Qué esperanza les queda a los investigadores? Es tan grande el absurdo de esa afirmación que no nos queda más que lamentarla y avergonzarnos de ella, aunque no sea más que por el ridículo con que de rechazo nos cubre a todos los argentinos. El dogmatismo en la ciencia es absurdo. Tanto más en la ciencia médica que es la más cambiante y la más insegura de las ciencias" (Semich, 1939b: 260).
El DNH establecía una distinción entre el consenso "científico" y el de los pacientes ya que destacaban una cuestión que derivaba de la creencia (justificada o no) de que la homeopatía no era científica y de que el público en general así lo percibía pero aun así recurría a ella, llevando el arcaísmo al público. Según afirmaban: "Dada la tendencia cada vez más exagerada en muchos enfermos de esperar sus curas con hechos fuera de lo científico, cosa que es agraviante para la cultura alcanzada por las escuelas médicas y agraviante también como un índice inferior de cultura general, es necesario no dar carácter oficial a todo aquello que pueda favorecer esta mala predisposición de los hombres" (DNH, 1937:273). De este considerando se observa que las prácticas alternativas eran percibidas como "amenaza" significativa y creciente para la medicina oficial, y que el DNH atribuía su ineficacia policíaca a los pacientes que, se supone, buscaban deliberadamente opciones por "fuera de lo científico". Si, por un lado, sostenían que Argentina es un país "cuyo adelanto científico es indiscutible" (DNH, 1937: 269), incluyendo al Departamento y toda la órbita del Estado, por otro lado se marcaba que existían amenazas a ese estatus alcanzado, en definitiva, a su carácter "indiscutible". La respuesta de la SMHA sostenía que lo que más colaboraba con formas no médicas de curación eran "las posibilidades de automedicación [a las que la] Homeopatía no contribuye tanto como la Alopatía" pues "¿quién impide que un profano se dirija a la farmacia cercana y compre un jarabe para la tos o una aspirina para el dolor de cabeza, etc.?" y que estos productos "manejados arbitrariamente, pueden producir daño a la salud; en cambio, el único riesgo de ingerir un medicamento homeopático no apropiado al caso clínico es que éste no cure" y que "es hecho bien conocido que el gran contingente de charlatanes se ha constatado entre los alópatas, por una razón de número" (Jonás y Semich, 1937: 283).

III. 2. Las pruebas de eficacia y de cientificidad: la frontera de la validez
Los argumentos alrededor del carácter "científico" de la homeopatía, conformaron el segundo eje destacable en los enfrentamientos entre homeópatas y alópatas. En este aspecto, el acercamiento hacia una lógica positivista de lo científico como lo veraz o lo real contrastaba nuevamente con la crítica hacia lo instituido, lo inmutable, desde una posición de algo novedoso y revolucionario que no respondía a los cánones.
Al mismo tiempo, las lógicas respecto al eje analítico anterior eran, a menudo, yuxtapuestas: de forma evidente, lo moderno era científico; tal vez de manera menos obvia, lo científico era moderno (por más que llevara doscientos o dos mil años de enunciado)(14), lo arcaico era anticientífico y lo anticientífico era arcaico (por más novedoso que fuera). De modo que, si había un esfuerzo por definir qué es moderno y qué es arcaico, también lo había por probar qué era lo científico.
Si el consejero de la Facultad de Medicina de la Plata, Dr. Argüello consideraba que el hecho de que un médico homeópata se contara entre sus pares podría significar un "desprestigio" para el cuerpo docente, el acusado Dr. González Ávila negaba "rotundamente" ser responsable de ello y creía que "el prestigio de los señores profesores de la Facultad, sufrirá grave mella si se empecinan en seguir desconociendo el valor científico de la Homeopatía" y recordaba las palabras de Hahnemann: "cuando se trata de curar, la negligencia en no aprender es un crimen" (González Ávila, 1935a: 40). Dicho carácter vendría otorgado, como se vio páginas atrás, en el reconocimiento social en Europa y Estados Unidos de la homeopatía como "científica". Por ejemplo, en el marco de esta discusión, en el tercer número de Homeopatía, de 1935, Semich reforzó el carácter de "inmutable" de su ciencia al relatar "la conversión" del médico alemán Augusto Bier, de quien destacaba la "imparcialidad de sus opiniones" ya que se trataba "de un sabio que conquistó su prestigio como alópata y que luego de una labor intensa, de una vida científica gloriosa, no ha trepidado en confesar sus errores y aconsejar el estudio y aplicación de las innegables verdades de la Homeopatía" (Semich, 1935b:77)(15). Ya en 1936, Semich argumentaba que, a pesar de estar "comprobada universalmente" hace más de cien años la ley de los infinitesimales, "algunos homeópatas que poseen el dominio de la alta matemática y de la fisicoquímica no se contentan con el admirable conocimiento de la materia médica y de la terapéutica clínica: investigan el mecanismo de los fenómenos en su esencia íntima". Y citó como prueba, muy sucintamente, trabajos de Marage ("efectos en la fermentación del kefir, de la 11 dilución decimal del bicarbonato de sodio"), Jarricot, Nebel y Chavanon (Semich, 1936:87). Todas estas cuestiones, toda esta complejidad, consideraba Semich, eran producto de la "personalidad humana", que llevaban necesariamente a considerar la "individuación del enfermo, labor sutil 'que no está al alcance de cualquiera', es uno de los pilares de la Clínica Homeopática, tal cual la concibió Hahnemann, con una intuición que asombra, ya que no pudo servirse de los datos relativamente recientes de la fisiopatología" (Semich, 1936:88). No obstante, destacó tres recursos "poderosos": el medicamento homeopático actúa en la "esfera psíquica […] sobre todo a alta dilución", el interrogatorio "prolijo y completo […] agente provocador de catarsis", y la "sugestión de los múltiples casos curados" como "propicio ambiente intelectoafectivo" (Semich, 1936:90). Lo científico, lo eficaz de la terapéutica, pasaba entonces de ser atribuido por una serie de teorías y experimentos puntuales sobre el valor de la dosis infinitesimal, a estar determinados por una mirada holística sobre el paciente.
La asociación entre los experimentos de física y química con la homeopatía nunca terminó de estar clara en esta instancia, y parecía más un compendio de nombres que una explicación coherente que pudiera convencer a quien no lo estaba. Estaba claro que esta relación de las "investigaciones modernas" como prueba de cientificidad de la homeopatía sólo la veían claramente los homeópatas, en tanto que el DNH, con el objeto de rechazar el pedido de personería jurídica de la SMHA, sostuvo en 1937 que: "Nuestras Facultades de Medicina no incluyen en el plan de enseñanza de las carreras médicas y farmacéuticas el estudio del tratamiento de las enfermedades por el sistema homeopático y tampoco la Farmacopea Argentina lo contempla, ni hace indicaciones sobre la forma de preparar y despachar las recetas de ese carácter" (DNH, 1937: 266).
La brecha que procuraba zanjar Semich volvía a ser abierta: los límites de lo científico eran impuestos por el saber oficializado, consensuado en un paradigma para el cual la explicación vitalista de la homeopatía no tenía sentido: "Cada enfermedad […] resulta de un cambio invisible producido en el cuerpo humano por una potencia morbífica natural […] Es por eso y por su lado místico que la Homeopatía se presta para los ilusos que creen de buena fe poder practicar eficazmente la medicina, prescindiendo de todo conocimiento de la economía humana" (DNH, 1937:266). Esta lógica, en algún punto, escondía la fe en las pruebas bioquímicas que sí podían "ver" aquello que sin "ayuda técnica" no resultaba "visible". Esto se salvaba mediante la alusión a un problema técnico: "Los medicamentos se emplean a dosis infinitesimales, de imposible identificación, porque no responde a los reactivos más sensibles, siendo imposible por consiguiente, comprobar en cada caso si se administra sustancia medicamentosa o simplemente agua y azúcar" (DNH, 1937: 266).
Pero al mismo tiempo, mientras se ponía en cuestión la cientificidad del medicamento homeopático también se cuestionaba la lógica vitalista: tanto medicamento como energía vital eran categorizados como inexistentes. El énfasis en el ataque al medicamento despertaba recelos en los representantes de la SMHA: "Remitido el expediente al Departamento Nacional de Higiene, éste se asesora por vía de la Inspección de Farmacias, hecho sorprendente, por cuanto la preparación técnica del farmacéutico es limitada y no alcanza a cubrir el vasto círculo de las doctrinas médicas. Por ello mismo, tal opinión es forzosamente parcial" (Jonás y Semich, 1937: 275). Aquí lo que se buscaba era delimitar la base disciplinaria de la discusión: la formación farmacéutica era "técnica", frente a una formación más global ("científica") del médico, sobre todo del homeópata que poseía un conocimiento más "profundo". No era otra cosa que una estrategia de invalidar al interlocutor poniendo en duda el carácter científico de sus argumentos.
Volviendo al razonamiento del DNH, si se había determinado que la terapéutica homeopática era ineficaz, debía desarrollarse alguna explicación que diera cuenta de la supuesta "eficacia" homeopática: "Las pretendidas acciones de este sistema curativo no son más que los fenómenos naturales de la enfermedad, interpretados por los que no los conocen […] a la supuesta acción dinámica del medicamento. Las dosis administradas no tienen acción alguna sobre el organismo del enfermo. Es así que la Homeopatía se reduce solamente al hacer medicina expectante y sugestiva" (DNH, 1937:267). Los homeópatas eran "ilusos" que "creían" en una práctica, y que "ignoraban" las propiedades del organismo y las relaciones causales entre éste y las sustancias químicas. La explicación curativa se reducía a un fenómeno simbólico de "sugestión", lo cual acercaba a los médicos homeópatas a los curanderos y los alejaba de la "ciencia".
Jonás y Semich dieron respuesta también a la utilización del término "ilusos" que utilizó el Departamento de Higiene para los homeópatas: "¿Con qué derecho, el farmacéutico que informa se permite decir que los médicos son ilusos y no tienen conocimiento de la economía humana? Entraña esta afirmación una falta de respeto hacia nosotros y hacia nuestras universidades" (Jonás y Semich, 1937:276). Aquí, se acercaban a las Facultades de las que se habían distanciado, excluyendo del campo a los farmacéuticos, lo cual no es un dato menor, ya que durante el período de alta conflictividad por el que se estaba pasando se hacía difusa la delitimitación del espacio médico: si en principio, según denuncian los farmacéuticos, el control policial de la salud estaba en manos exclusivamente de los médicos, los representantes de Farmacia se agruparon a principios de la década de 1930 en un ente autónomo, la Dirección General de Farmacia, dentro del DNH. La distinción se hace explícita: "pretender que nosotros, médicos, no conozcamos los fenómenos de la enfermedad, es reincidir en la falta de respeto" (Jonás y Semich, 1937: 277).
La delimitación volvía a marcarse entre lo consensuado como científico y la propuesta homeopática que lo desdeña: "No interesa tanto la entidad mórbida como el síntoma, no interesa la causa, no interesa la anatomía patológica, no interesa la fisiopatología, no interesa la bacteriología; en suma, se prescinde de las conquistas inconmovibles de la medicina. No es, pues, una ciencia, es una simple hipótesis que no tiene razón de ser, puesto que las hipótesis sirven mientras los hechos no han sido demostrados […] la analogía entre los síntomas medicamentosos y los consecutivos a lesiones de órganos, no existe en patología" (DNH, 1937:267). Lo que se aprecia aquí es la argumentación aludiendo a un grupo de especialidades médicas que habían obtenido legitimación posterior a los planteos de Hahnemann y que no eran comprendidas por la lógica homeopática, cuyas "leyes" serían en realidad "hipótesis no demostradas" y que incluso no eran comprendidas por el saber "legitimado" (en patología "no existe la analogía" que plantean con el principio de similitud). Esta idea fue reforzada cuando agregaron que la homeopatía "no ha evolucionado de por sí, nada, toma lo que le acomoda de la ciencia" (DNH, 1937: 267), lo cual, en alguna medida contrastaba con su propia aseveración de que la ciencia tenía "conquistas inconmovibles", ya que si lo "científico" fuese per se inconmovible, no se le podría criticar la falta de evolución.
Al mismo tiempo, si por un lado se legitimó su posición contraria a la homeopatía justificándose con los planes de estudio de la Facultad de Medicina, por otro se hizo mención a las "prescripciones legales en vigencia, a los intereses de salud pública y ética profesional", agregando: "La ley nº 4687 y su reglamentación(16) no se ocupan, bajo ningún rubro especial, de los 'productos homeopáticos'" (DNH, 1937:268). Entonces la cuestión jurídica (no ya un consenso académico-científico) aparecía como parámetro de validez: paradójicamente, lo que estaba en discusión -una normativa legal- aparecía como legalizadora de su propia continuidad.
Ahora bien, si la normativa legal aparecía como parámetro de validez, e inclusive se reconocía desde el Estado el valor de la aceptación y el consenso académico, desde el DNH se rebatía un argumento análogo de los homeópatas según el cual su terapéutica era válida porque se la había incorporado a la legalidad y a la academia en Alemania: "No se trata de una trascripción de disposiciones legales […] llama mucho la atención que apenas un año ha que la farmacopea homeopática esté en vigencia [en Alemania], a pesar de ser ésta la patria del creador de la homeopatía y donde, por cuyo motivo, pueden gravitar más los sentimientos nacionalistas que las razones científicas" (DNH, 1937: 274).
Luego de haber quitado carácter científico a la homeopatía, apelando a cuestiones claramente debatibles, se encargaron de equiparar a esta práctica con otras ajenas a toda institución: "si se autorizan preparaciones homeopáticas […] ¿con qué argumento podrá ponerse dique a las innumerables especialidades que a diario se presentan plagadas de charlatanismo, o aquellas otras que se fundan en concepciones descabelladas?". Los tratamientos no científicos representaban un riesgo para la salud pública porque "entretenían" al enfermo con "medicamentos indiferentes" aplazando la oportunidad de ser "curado con un tratamiento adecuado" (DNH, 1937:269). Si por un lado se le había quitado validez a la terapéutica homeopática por no ser enseñada en las Facultades (poniendo de relieve el carácter legitimador de tales instituciones), por otro lado, se relativizaba su carácter legitimador con un interrogante: "¿habilita el título de médico a emplear cualquier procedimiento o método a su antojo, que no sea el consagrado por la ciencia?" (DNH, 1937: 270). Si, en algún sentido el Departamento de Higiene sostenía que la Facultad de Medicina contaba con autoridad para "instituir" a ciertas personas como las "aptas" para ejercer la medicina, también se cuestionaba la posibilidad de que pudieran ejercerse desvíos. Es decir, no bastaba ser médico (poseer el diploma) sino también "actuar como tal", lo cual exigía una doble legitimación por el sujeto (ya validado por la academia) y por las prácticas (no validadas).
La posterior respuesta de la SMHA estaba orientada al carácter "exclusivista" de las Facultades de Medicina ya que enseñaban "sólo una parte de la terapéutica […] la alopática" y agregaban que "la circunstancia de que la escuela oficial se encuentre en evidente retardo […] de ningún modo significa que deba trabarse el progreso de la cultura médica del país" (Jonás y Semich, 1937:274).
Otra objeción importante fue realizada contra el artículo 17 de los Estatutos de la SMHA, donde se indicaba que "se determinará la creación e instalación de dispensarios médicos homeopáticos, hospitales, sanatorios o dependencias afines (las farmacias son dependencias afines), y la tarifa a regir en ellos" haciendo notar que "es una sociedad netamente comercial […] en contravención a lo que establece el artículo 55, reglamentario de la ley n° 4687" por el cual "queda prohibida la asociación del médico y del farmacéutico para explotar ambas profesiones, así como el establecimiento de consultorios médicos en las farmacias y en los locales que tengan comunicación entre ellos" (DNH, 1937:272). Para el DNH esto probaba que la sociedad homeópata no tenía fines "científicos" sino "comerciales": aquí la noción de ciencia se alejaba de cuestiones materiales y se orientaba hacia la idea tácita de un bien común. La operación, además, escondía una lógica según la cual el asociacionismo entre médicos y farmacéuticos al que aludía el referido Departamento respecto de los homeópatas no era ajeno a las prácticas institucionalizadas, que no lo hacían, tal vez, en la escala de atención y venta al público pero sí en las esferas más altas, con dos prácticas, alopatía y medicalización, que protegían a dos sectores económicos asociados. Como se ha visto, el Departamento contaba con dos líneas de influencia bien marcadas a partir de la década de 1930, la clásica (y a la vez en vías de resignificación) corporación médica y la naciente autonomía de farmacia.
Aludiendo nuevamente a lo moderno como prueba de cientificidad, Jonás y Semich reiteraban que el concepto de "atraso" que se había dado a la Facultad de Medicina también era atribuible a la "farmacopea argentina": se indicaba que por esta situación en las farmacias se debía
recurrir a manuales auxiliares que sí contenían capítulos sobre Homeopatía, lo cual indicaría una mayor complejidad de los fármacos homeopáticos. Aunque el saber homeopático era previo a la mayoría de los desarrollos farmacológicos que figuraban en la farmacopea, el hecho de que quienes quieran fabricar remedios homeopáticos debieran recurrir a manuales auxiliares denotaba una carencia en la farmacopea, atribuida a un arcaísmo anticientífico. En esta línea argumental, referían que el "farmacéutico" (del DNH) ignoraba que la ley de similitud era conocida "desde Hipócrates" por médicos "aún los que no eran homeópatas" y hacían una extensa enumeración de casos en los que este principio se ha utilizado (Jonás y Semich, 1937:277). También explicaban que "la mayoría de los enfermos vienen a solicitar nuestro auxilio técnico, precisamente porque ya han estado en manos de médicos que practican la medicina oficial y luego de enormes sufrimientos sólo han observado una agravación de sus males" (Jonás y Semich, 1937:288) quitándole a los pacientes la responsabilidad en busca de prácticas alternativas que el Consejo de Higiene les había otorgado y colocándola en la "ineficacia" de la práctica alopática. En caso de prohibir la atención en consultorios, el DNH le estaría quitando una fuerte de legitimación, por ello remarcaban los médicos de la SMHA que persiguían el "bien común", con lo cual cumplían el requisito que la ley exige para la personería jurídica(17), contrastándolo claramente con la acusación de fines de lucro.
Si la crítica hacia los argumentos del DNH aludía a un carácter general de la ciencia ("el informante pretende borrar de un plumazo todo lo que la física, la físico-química, la bacteriología, la fisiopatología experimental, han ido atesorando mediante prolijas investigaciones"), luego se citaban algunas experiencias de "eminentes homeópatas" cuyo rasgo científico venía dado por la institución en que han sido presentadas: "en el anfiteatro de medicina de la Sorbona" (en 1926), aclarando que "sería inoficioso traer más datos a colación porque la acción de las dosis infinitesimales es uno de los hechos más resaltantes y conocidos por todos, aunque a veces se hace notar la disidencia aislada de algún funcionario técnico del D. N. de Higiene" (Jonás y Semich, 1937: 278). De esta manera, se buscaba invertir la correlación de fuerzas que expresaba el Departamento al afirmar que es "escasa la cantidad de médicos" que profesa la homeopatía. Así, ese grupo de investigaciones, y sobre todo los lugares de origen de quienes habían hecho las experiencias (no citadas bibliográficamente, por lo demás) venían a conformar una multitud frente al solitario firmante del Informe del DNH. En este sentido, presentaron un compendio de "opiniones de hombres de completa y probada ilustración científica" favorables a la homeopatía, realizadas por Salvador de Madariaga (un "ilustre no médico") y los mentados Gregorio Marañón (un "alópata") y Augusto Bier ("titular de clínica quirúrgica en la Facultad de Medicina de Berlín y a quien ningún médico tiene derecho a desconocer"), para concluir que "creemos innecesario agregar la cita de otras opiniones que indudablemente serían numerosas y categóricas en nuestro favor" (Jonás y Semich, 1937:280-281).
Aunque la vacunación no era ni remotamente una técnica homeopática, Semich y Jonás citaron a Marañón cuando afirmaba que "el método curativo de las vacunas es la realización más perfecta del dogma fundamental homeopático" y que "para lograrlo diluimos, además, la materia curativa, los microbios, en proporciones altísimas, netamente homeopáticas". El mecanismo era citar estas frases oportunas para concluir que "en una palabra, la ciencia moderna recién viene a comprobar, no a descubrir, lo que la Homeopatía ya sabía y utilizaba clínicamente" (Jonás y Semich, 1937:282).

IV. Conclusiones: La eficacia, la validez y la cientificidad de las terapéuticas

La yuxtaposición de lo arcaico y lo moderno, con la delimitación de lo científico, lo válido y lo eficaz, como se ha visto, no parecen responder a una presentación de evidencia y argumentos ordenada y de tipo lógica (tal el ideal cientificista) sino a una confrontación local, histórica y espacialmente situada. Durante el período trabajado, no se observa la construcción de una unívoca "prueba" científica concreta que pudiera entenderse como determinante de la aceptación legal de la homeopatía tanto en Argentina como en el contexto internacional.
Podría existir la tentación de reducir la explicación del reconocimiento legal de la homeopatía a la pertenencia de sus impulsores al grupo social legítimo para el ejercicio de la medicina (en tanto médicos recibidos en universidades nacionales), pero este carácter lo poseían ya desde antiguo, inclusive durante los intentos fallidos del siglo XIX, por lo cual el interrogante se extiende a múltiples resignificaciones del pasado y presente de la medicina y la homeopatía de la época. Esas resignificaciones se nutrieron de un contexto específico que a posteriori parece haber sido favorable a las condiciones y potencialidades que tenía el grupo de homeópatas en la década de 1930: duda permanente acerca de la validez y alcance del conocimiento en general y del médico en particular, y vehiculización de la problemática particular de la disciplina en aquella tematización más general. Así, las distintas implicaciones de los actores intervinientes, las lógicas discursivas orientadas a distintos espacios sociales, las alusiones ambiguas que parecen rozar lo contradictorio: todo fue susceptible de ser constituido como prueba de validez, de eficacia y de cientificidad.

Notas

(1) Inicialmente fue fundada como "Sociedad" (SMHA). El cambio a "Asociación" fue una exigencia formal para la obtención de personería jurídica.
(2) Del diecinueve de diciembre de 1934. Acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19 de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2: 35-36.
(3) Luego de una efímera vida entre 1822 y 1824, la Academia Nacional de Medicina fue refundada "recién durante el gobierno del general Manuel Pinto y su ministro Valentín Alsina que por decreto del 29 de octubre de 1852 [divide al cuerpo médico] en tres secciones a saber: Facultad de Medicina, Consejo de Higiene Pública, Academia de Medicina". Siendo "su objeto en general […] el adelantamiento de la medicina y de sus ciencias auxiliares" y quedando inicialmente compuesta por "todos los facultativos que compongan hoy la Facultad y el Consejo de Higiene". En el último cuarto de siglo, "La Academia cesa en sus funciones directivas, aunque permanece, desde 1908, anexada a la Facultad de Medicina como ente asesor de la misma, hasta 1925" a partir de allí hasta 1952 pasa por un período de autonomía en el que se "separa de la Universidad a las Academias y procede a organizarlas como entidades autónomas" (Quiroga, 1972, sin foliar).
(4) En 1852 se crea el "Consejo de Higiene" a nivel bonaerense. Ya en diciembre de 1880, con la creación del Departamento Nacional de Higiene, "Argentina se convierte en el primer país de Latinoamérica que organiza burocráticamente una unidad estatal para tratar asuntos de salud. Sus objetivos eran: organización del cuerpo médico de las fuerzas armadas, elaboración y aplicación de medidas sanitarias y profilácticas generales y específicas contra enfermedades a nivel nacional, control del ejercicio de la medicina y farmacia, inspección de la vacunación, de la industria y mejoramiento de la higiene pública de la Capital Federal" (Estébanez, 1996: 431).
(5) Este Ministro fue cuestionado por entonces por firmar un decreto de normativa educativo institucional con inspiraciones filofascistas y contra la militancia política de grupos estudiantiles, en el contexto de un gobierno conservador y autoritario, que conllevó la expulsión de alumnos de varios centros de enseñanza.
(6) Mencionan anexar informes de la legislación en varios países (Alemania, Italia, Francia, Inglaterra, EE.UU., México, Brasil, Chile, China e India).
(7) Jorge Eduardo Coll, conocido por redactar una reforma al Código Penal en 1937, por acciones ejecutivas como financiar lo que luego sería la Feria del Libro y conseguir la aprobación en el Congreso de un millonario presupuesto para la construcción de una sede para la Facultad de Ingeniería, en cinco minutos, casi a las seis de la madrugada, en medio de acaloradas protestas (ver Huertas, 2005).
(8) El visto bueno de la Academia Nacional de Medicina fue firmado por los doctores Alberto Peralta Ramos, Gregorio Aráoz Alfaro, Rafael A. Bullrich, Mariano R. Castex, Jacobo Spangemberg y Carlos Bonorino Udaondo.
(9) El Dr. Spangemberg había presidido la Asociación Médica Argentina entre 1928 y 1930, era un reconocido médico que ejercía la docencia y la clínica médica en numerosos hospitales, miembro de la Academia de Medicina, que asumió la presidencia del Departamento Nacional de Higiene en 1934. Su labor en esta institución estuvo ligada principalmente al combate de la fiebre amarilla en zonas limítrofes.
(10) Citan los informes del Departamento de Higiene, de la Academia de Medicina y "elementos de juicio sobre opiniones y desarrollo de los principios homeopáticos en diversos países de Europa y América" presentados por "los interesados" (Nota de la Inspección General de Justicia, 1939:293-294)
(11) Principalmente exigen que sea eliminada la categoría de socios adjuntos (es decir, no médicos), con lo cual deben ser todos "médicos con título expedido por Universidad Nacional".
(12) En el que aparece el artículo de Semich (1934b) "El desarrollo mundial de la Homeopatía. Su progreso y su porvenir":70-75.
(13) Citado reiteradamente en Homeopatía, siendo el primero Semich (1934).
(14) En una nota al pie, Rodolfo Semich recuerda "que un colega alópata que se dignó a leer uno de mis trabajos, como única objeción me reprochó que yo hubiera citado un aforismo de Hipócrates y un comentario de Paracelso acerca del drenaje de las toxinas. Agregó que 'eso era de mal gusto, por tratarse de cosas viejas'" (Semich, 1935b:78).
(15) Sin embargo, en la lectura del artículo de Bier se destaca que Hahnemann puede generar con su obra la imagen de "la sabiduría más grande o la más grande extravagancia", ya que "como muchos de los modernos que alcanzan una edad madura, [Hahnemann] gradualmente altera su opinión a medida que pasa el tiempo y con frecuencia se contradice" (Bier, 1935: 104). Denuncia que "la medicina científica […] con fines de discusión, ha sido muy gravemente insultada y deprimida por la homeopatía" (tradición, afirma, iniciada por el propio Hahnemann y seguido por "cierto número de sus seguidores", Bier, 1935: 102). Como cierre, exhorta a los homeópatas a que "no traspasen sus límites […] que no pregonen que lo realizan todo [ya que] promesas extravagantes siempre han resultado en perjuicio; pretensiones exageradas siempre dañan; excesiva estimación de sí mismo siempre ha ofendido, o bien ha hecho de sí mismo un hazme reír" (Bier, 1935:05).
(16) Agregan, confundiendo ex profeso cuestiones técnicas y legales, que "el artículo 76, último apartado del inc. a), al referirse a las solicitudes, dice: 'se agregará además una exposición sumaria del principio fisiológico y terapéutico en que se base el producto y la razón de ser o la ventaja higiénica o farmacológica que el mismo satisface'. Tales preparaciones carecen del principio fisiológico y carácter farmacológico. Obvia, pues, todo comentario" (DNH, 1937:269).
(17) Invocan el artículo 33, inc. 5 del Código Civil, en tanto la asociación "necesita tener vida y patrimonio propios, adquirir los derechos y ejercer los actos que la ley le permite, esto es, tener capacidad de derecho" (Jonás y Semich, 1937:274).

Referencias bibliográficas

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