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Ciencia, docencia y tecnología
On-line version ISSN 1851-1716
Cienc. docencia tecnol. no.40 Concepción del Uruguay May 2010
HUMANIDADES - CIENCIAS SOCIALES - INVESTIGACIÓN
Modos de visibilidad pública del abuso sexual infantil*
Modes of Public Visibility of Child Sexual Abuse*
Ledesma, María**; Rozados, Laura***; Cattaneo, Juliana***; Rosa, Claudia***; De Zan, María Eugenia***; Dagatti, Mariano***
*) Articulo producido en el marco del informe Final del PID Cód.3103, 2005-2007, Facultad de Ciencias de la
educación, Universidad Nacional de Entre Ríos -UNER-, financiado por la SICTFRH, UNER; Informe Final aprobado
por Res. CS Nº 283/09; remitido en diciembre 2009; admitido en febrero 2010.
**) Facultad de Ciencias de la Educación, UNER (Paraná, Argentina) y Universidad de Buenos Aires -UBA- (Buenos Aires, Argentina).
***) Facultad de Ciencias de la Educación, UNER (Paraná, Argentina). E-mail: marialedesma@fibertel.com.ar
Resumen: En el artículo se presentan los resultados de una investigación sociosemiótica que interrogó la temática del abuso sexual infantil desde un aspecto poco explorado: la fuerte presencia mediática. Se tomó como eje central el grado de visibilidad pública entendido en términos de iconicidad e imagen ya que se consideró, a modo de hipótesis preliminar, que en los modos de velar/ocultar/espectacularizar a las víctimas y a los victimarios es donde puede rastrearse la supervivencia del tabú que adscribe a las víctimas del abuso al terreno de lo prohibido y vergonzante. Entre otras consideraciones, se observó que la notoriedad mediática del tema instaura una equivalencia recurrente entre el cuidado-exhibición de la identidad de las víctimas del abuso sexual infantil y el cuidado-exhibición de los protagonistas de la violencia juvenil.
Palabras clave: Sociosemiótica; Producción mediática; Prácticas discursivas; Abuso sexual infantil
Abstract: This paper presents the results of a research study in the field of Social Semiotics that questioned the topic of child sexual abuse from a scarcely explored aspect: strong media presence. The focus was placed on the degree of public visibility understood in terms of iconicity and image since it was assumed, as a preliminary hypothesis, that it is in the ways of veiling/hiding/spectacularizing the victims and their perpetrators where we can trace the survival of the taboo that situates the victims of abuse in the field of the forbidden and shameful. Among other considerations, it was observed that media relevance of the issue establishes recurrent equivalence between care/exhibition of the identity of the victims of child sexual abuse and care/exhibition of protagonists of youth violence.
Key words: Social-semiotics; Media production; Discursive practices; Child sexual abuse
I. Introducción
Este artículo condensa algunos aspectos de un trabajo de investigación1 desarrollado durante los años 2005-2008 sobre los modos mediante
los cuales la prensa gráfica hace visible la problemática del abuso
sexual infantil (ASI de aquí en más) en un corpus de noticias de los
diarios Clarín y La Nación en el período comprendido entre julio de
2002 y julio de 2003.
Como hipótesis preliminar, conjeturamos que en los modos de exhibición
mediática de la temática del ASI se encuentran inscriptos tabúes
no sólo del orden de lo lingüístico -lo no dicho-, sino también del
orden de lo iconográfico -lo que no puede verse-. Se partió de considerar
el abuso como un modo de práctica sexual que, como toda práctica
social, tiene valoración simbólica en el interior de la sociedad en que
se desarrolla. En ese marco, la investigación, a fin de rastrear la supervivencia
de tabúes, estuvo orientada a analizar e interpretar las valoraciones
simbólicas que los medios -como productores de sentidos sociales- construyen tanto de las víctimas como de los victimarios en la
trama de las noticias. Observábamos que el tema del abuso sexual
había adquirido notoriedad pública en los últimos años, ocupando espacios
cada vez más importantes en la agenda mediática. Parecía que
se habían derribado las barreras que lo colocaban en la esfera de los
temas tabuados. Sin embargo, una mirada más atenta sobre los modos
de aparición del tema en la prensa abrió una cuestión contradictoria
que consideramos que no podía ser soslayada: por un lado, la ley prohíbe
la exposición de la imagen del rostro de las víctimas en resguardo de
su identidad, mientras que por otro, son sometidas a un proceso de
espectacularización que "convierte a cada cuerpo en un efecto de iluminación" (Ferrer: 2002:19) borrando las huellas de la historia de violencia
propia el abuso.
Esta situación ciertamente paradojal abrió la posibilidad de una hipótesis
de trabajo: el supuesto cuidado a la exhibición fotográfica de
los niños abusados es una operación que contribuye a culpabilizarlos
antes que a desculpabilizarlos. Establecemos esta conjetura a partir de
la transformación de la dupla ‘ocultamiento-cuidado' -que apunta a pensar que la prohibición de dar a conocer la identidad de las víctimas está basada en su protección-, en la tríada ocultamiento-cuidado-prohibido- según la cual la protección esconde un objeto tabuado que, en tanto tal,
está socialmente prohibido-. Consideramos en este punto que aquello
prohibido (lo que no puede decirse ni mostrarse) es la sexualidad infantil.
Tal conjetura se mantuvo sólo a nivel teórico dado que su comprobación
excedía las posibilidades y los límites del trabajo de investigación.
En primer lugar desarrollaremos, desde un punto de vista teórico, la
relación entre interdicción y tabú, categorías que resultaron nodales a
la hora de interpretar el corpus por cuanto consideramos que fundamentan
la comprensión de las modalidades de visibilidad del abuso
sexual en la prensa gráfica. En relación a esas categorías, el trabajo se
explayará, en un segundo momento, respecto de las condiciones de
construcción del corpus de investigación, que dieron lugar a la descripción
de los modos de instalación del tema en la agenda mediática local.
Acompañará este desarrollo un análisis de los casos mediáticos denominados
en adelante Hoyos y Grassi. En relación a estos casos, se
presentarán los resultados de una lectura semiótica de las noticias y de
las imágenes que las acompañaron, con el objeto de mostrar las representaciones
que realiza la prensa tanto de las víctimas como de los
victimarios. Finalmente se expondrá, en tanto resultados de la investigación,
lo que consideramos la contracara del proceso de protección
de las víctimas del abuso sexual: la equivalencia, en el plano de las
representaciones sociales, entre una infancia amenazada por el abuso
y la violencia doméstica y una infancia amenazante y peligrosa
integrada por los niños y jóvenes que delinquen. En síntesis, una misma
población infanto-juvenil cumple el doble papel de víctima -del abuso- y victimaria de la violencia, y actúa tanto como figura a la que hay que
proteger y cuidar como de la que hay que protegerse y cuidarse.
II. Interdicción y tabú
II.1. Visibilidad pública y tabú iconográfico
Las interdicciones pueden ser jurídicas, morales o técnicas. La hipótesis
de la investigación sostenía que la interdicción jurídica -la de no mostrar los rostros de los niños abusados- se sostenía en una interdicción
moral -tabú-. El desarrollo del estudio incluyó un elemento no
tenido en cuenta inicialmente: la interdicción técnica o lo que podríamos
llamar el contrato de lectura mediático.
La interdicción iconográfica respecto de las identidades de las víctimas,
que es del orden jurídico, se corresponde con el tabú que crea la
prohibición, que hipotetizamos como del orden de lo sexual. Hay, entonces,
dos planos del tabú: uno es el de la interdicción respecto de la
exhibición de las imágenes referidas a la pedofilia, en tanto que el otro
es donde se inscribe el tabú de la sexualidad infantil, cuya contracara
es la abstinencia sexual obligatoria de los niños.
De este modo, en el trabajo de reflexión teórica se introdujo una
primera distinción entre interdicción y tabú, que se basa en el reconocimiento
de una relación asimétrica que aparece en los diferentes sistemas
sociales. Esta relación es la que se da entre las prohibiciones que
surgen del Estado y que se expresan a través del derecho y el conjunto
de prohibiciones que no surgen del Estado y que vienen de la sociedad.
No son dos sistemas que estén yuxtapuestos, y tampoco son complementarios,
sino que se encuentran en permanente tensión, generando
situaciones de ambigüedad en la interpretación.
La segunda distinción a establecer entre tabú e interdicción es una
diferencia de origen. El tabú se origina en alguna concepción que es
previa. La ley tiene un origen único, que es el Estado. El tabú es diferente,
tiene su origen en las mores, en las costumbres. No son unitarios en
nuestra sociedad, no son homogéneos para todas las sociedades. Estas mores diferentes generan cada una sus tabúes: estas diferencias
son las diferencias sexuales y las etáreas en el caso del abuso sexual
infantil. Hay mores sociales que prescriben las costumbres para los
individuos y dentro de las mismas hay diferencias de tabúes. Las consecuencias
de la infracción son diferentes: en el caso de la interdicción, la
sanción es obligatoria, es sistemática y es ejecutada por un órgano del
Estado. En el caso del tabú, la infracción tiene que implicar algún tipo
de sanción aflictiva para quien lo infringe.
Es difícil caracterizar la enorme complejidad y variedad de las prácticas
del ver que se incluyen en las prácticas sociales. Quizás la primera y casi obvia delimitación a hacer es la que diferencia las prácticas del ver "naturales" de las que se realizan a través de algún dispositivo técnico.
Nuestro trabajo se orientó en ese segundo sentido: se trata del ver
representaciones que, como tales, son constructos artificiales. "Lo visible
no existe en ninguna parte: No sabemos de ningún reino de lo visible
que mantenga por sí mismo el dominio de su soberanía. Tal vez, la
realidad, tantas veces confundida con lo visible, exista en forma autónoma,
aunque este ha sido siempre un tema muy controvertido. Lo
visible no es más que el conjunto de imágenes que el ojo crea al mirar.
La realidad se hace visible al ser percibida. Y una vez atrapada, tal vez
no puede renunciar jamás a esa forma de existencia que adquiere en
la conciencia de aquel que ha reparado en ella. Lo visible puede permanecer
alternativamente iluminado u oculto pero una vez aprehendido
forma parte sustancial de nuestro modo de vida. Lo visible es un invento.
Sin duda, uno de los inventos más formidables de los humanos. De
ahí su afán por multiplicar los instrumentos de visión y ensanchar así,
sus límites" (Bosh cit. en Berger, 1984: 7). La pasión de mirar que nos
caracteriza reconoce muchos orígenes históricos en consonancia con
el lugar de los demás sentidos. Desde la "absolución de la vista" hecha
por los padres de la Iglesia hasta su lugar en el desarrollo del conocimiento
moderno, se enhebran los hitos que colocan a la visión en un
lugar privilegiado y, por ende, impulsan la pasión escópica que llevó,
entre otras cosas, a partir de la modernidad, al desarrollo de los instrumentos
de visión.
El tabú iconográfico es uno de los contrapuntos más importantes
pero a la vez más silenciados de la pasión escópica del ser humano. La
preocupación que guiará la lectura de las imágenes del corpus -para
concluir, como anticipáramos, que nunca se trata sólo de lectura de
imágenes- se sitúa en ese punto: el tabú iconográfico, lo que puede y
no puede verse, lo que puede y no puede mostrarse, lo que puede ser exhibido por la representación.
Cabe considerar el tema del tabú iconográfico desde conceptos
semióticos que se apliquen a la interpretación de las operaciones de
lectura posibles para las imágenes. Los primeros conceptos provienen
de Christian Metz y se complementan entre sí: lo verosímil y los regímenes escópicos. Dice Metz (1973) que lo verosímil es aquello que no
está sometido a prohibición, es aquello que resulta razonable. Verosímil
y verdadero son conceptos opuestos, ya que algo es verosímil en
relación con lo que el sentido común aprueba como tal. Lo verosímil se
convierte así en una poderosa censura respecto de aquello que puede
ser dicho o puede ser mostrado. Desde este punto de vista, se considerará verosímil a la coincidencia entre lo que se ve y lo que la época
considera normal que se vea, y serán consideradas ‘tabuadas' aquellas
imágenes que, como la virgen embarazada, escapan a la "normalidad",
a la doxa de la época. Aquello que cada época considera verosímil en
relación a lo visible conforma un régimen escópico determinado. Este
concepto, desarrollado más tarde por Jay (2003), alude a la existencia
de un cierto modo de ver corriente en cada époc a y determinado por un
conjunto de aspectos históricos, culturales y epistémicos. Un régimen
escópico supone, entonces, un cierto modo "normal" de mirar, corriente
en cada formación histórica. Con el concepto de "régimen escópico
dominante" profundizamos el punto de vista de Jay, quien ha sostenido
la hipótesis de la existencia, en cada formación histórica, de regímenes
escópicos diferentes que constituyen verdaderos campos de fuerzas.
La dominancia de determinadas operaciones visuales por sobre otras
depende de las relaciones sociales en las que se encuentren. En función
de estas fuerzas contrapuestas históricas e historiables, lo visible
no forma un todo indiferenciado y estable sino que se modifica y transforma
en cada época. Sin embargo, la transformación no implica desaparición
del modo anterior sino inclusión en un nuevo sistema de
relaciones. Por lo tanto, las prohibiciones y los permisos atraviesan lasépocas históricas instalándose en el presente de diversas maneras:
como supervivencias "naturalizadas" o apareciendo en determinados
campos y quedando fuera de otros.
Varios estudios dedicados a esta problemática destacan que las
condiciones de visibilidad pública de los casos de abuso sexual estarían
dadas fundamentalmente por las recientes campañas de ONGs
que denuncian específicamente acciones contra la mujer y el niño y por
la fuerte presencia mediática del abuso mismo. Sin embargo, tratando
de no relativizar estas consideraciones, nuestra conjetura -por el contrario- estuvo guiada por la idea de que en la aparición mediática contemporánea
persisten rasgos de aquellas fuerzas sociales encontradas,
y que al lado de la defensa de la víctima del abuso aparece -de
manera velada pero no por eso, menos operante- la sanción moral de
la comunidad sobre la propia víctima.
La dinámica de la mostración y ocultamiento de los niños confirma
un pacto de lectura de los medios con sus lectores. De esta manera, el
indicador de la sospecha que guía nuestro análisis es la prohibición de
revelar la identidad de los niños abusados y, por consiguiente, de exhibir
sus fotografías. Obviamente, sabemos que esta prohibición es de
carácter legal ya que, con diferentes variantes, la encontramos en las
leyes o las costumbres del mundo occidental. Por nuestra parte, sostuvimos
que debajo de la declaración de privacidad o cuidado con que la
justifican hay, sin embargo, otros sentidos, algunos de índole jurídica,
otros de índole moral, que permanecen escondidos. Intentaremos mostrar
cómo esos sentidos ocultos son los verdaderos garantes de la prohibición.
Concretamente advertimos que en el juego que se abre entre
la interdicción de mostrar los rostros de los niños abusados y el modo
en que los medios resuelven esa interdicción se incluyen tanto la voluntad
de excluir a la víctima de la "vergüenza social" como la voluntad del
Estado de protegerse de reclamos de particulares. A estas consideraciones
generales se agrega, en cada caso, el pacto de lectura específico
que cada medio gráfico plantea con sus lectores. Los tres aspectos
constituyen distintas "capas" de sentido entre las cuales se escurre,
casi imperceptiblemente, el abuso sexual mismo, conformando así un
horizonte de visibilidad ambiguo.
De acuerdo a lo postulado por Debord (2002), los medios gráficos se
ajustan a la lógica espectacular en la que la selección de una noticia y
la consideración de noticiabilidad pasan por la existencia de las imágenes.Ésta se construye a partir de un fuerte soporte de la imagen, ya que
es en primer lugar la televisión y en segundo lugar la versión digital de
los diarios capitalinos, las que imprimen el modo en que dan a conocer
los acontecimientos. De esta manera, la producción de las noticias en
la prensa en papel, reconoce y satisface la pasión escópica de sus
lectores, a los que no solamente les muestra imágenes en las noticias sino que también promueve su participación a través del mecanismo
de la encuesta. Imágenes, diagramas y metáforas visuales impregnan
las páginas, inaugurando un nuevo régimen de visibilidad en el que
conviven la sobreexposición de figuras y personajes, junto con la reserva
de identidad y el secreto.
El periodismo está sujeto a la ley pero, a su vez, considera el tema
desde sus códigos de ética. En el mundo existen numerosos ejemplos
de códigos que defienden de manera explícita tanto el derecho a mantener
la identidad de los abusados como los derechos de los niños. La
Argentina carece de código de ética periodística. Una de las iniciativas
al respecto es el Compromiso de la Boca, redactado y suscripto en junio
del 2003 por un grupo de periodistas argentinos, y en cuyos puntos 6 y
7 se alude al respeto al derecho a la intimidad y a priorizar la vida de las
personas a cualquier primicia (Mendelevich: 2005). Como se ve, son
consideraciones sumamente generales que encuentran su expresión
concreta en un cierto modo de referirse al abuso y a sus protagonistas,
al abusado y al abusador.
II.2. Visibilidad mediática
II.2.1. Condiciones de producción del corpus de la investigación
La justificación de un corpus periodístico según ciertas tradiciones
metodológicas del campo de análisis del discurso estaría centrada en la
emergencia del tema, su permanencia y desaparición en los medios.
Sin embargo, estos mecanismos discursivos mediáticos, centrados en
una linealidad tanto cronológica como metodológica, postergan otras problemáticas: ¿qué lugar le cabe al corpus en la construcción de la escena
pública? Y, por otro lado ¿qué lugar le cupo a lo social en la promoción de
dicha operatoria mediática? Es en este entramado de textos en producción,
su modo de circulación y sus modos de reconocimiento, donde el corpus alcanza su punto de justificación, mientras va perdiendo el carácter
de objeto de estudio la problemática social en sí.
Dado que nuestro objeto de análisis fue la visibilidad/visualidad del
abuso sexual infantil, nos preguntamos si la agenda periodística puede
lograr instalar las condiciones de emergencia de un nuevo "tema", y si
una agenda internacional puede lograr establecer las condiciones de regulación de una discursividad local. Por último, cuál sería el alcance
que esta agenda internacional podría tener en una agenda mediática
local. Estos interrogantes operaron a la hora de recortar del archivo un corpus de textos.
Las líneas que ofrece el corpus para pensar esto provienen de diferentes
perspectivas analíticas. Por un lado, la teoría de la lectura nos
habilita a pensar los modos de construcción del "lector modelo" de los
géneros periodísticos y cómo los formatos periodísticos operaron en la
construcción de un nuevo mundo posible mediático, en donde podría"hacerse legible-visible" el abuso sexual infantil. Por otra parte, las concepciones
teóricas que sostienen una semiosis de lo ideológico y del
poder (Verón, 1985) permiten describir las condiciones de producción
y de circulación del tema en las instituciones que lo regulan: en este
caso, la "institución" periodismo frente a la institución religiosa, por un
lado, y judicial, por otro. De otro modo: la instalación del abuso sexual
infantil en la prensa argentina viene dada en formatos textuales propios
del trasvasamiento de los géneros periodísticos televisivos a la
noticia en la prensa escrita.
Podría pensarse que, justamente, las enciclopedias del público lector
ya estaban preparadas para poder leer que los escándalos de abuso
sexual en la iglesia norteamericana podrían ser factibles en nuestra
propia comunidad. Esta enciclopedia venía siendo alimentada por diferentes
textualidades y géneros discursivos que estaban ganando los
medios provenientes de diferentes esferas de la vida social: organismos
en defensa de la mujer, los derechos del niño, organizaciones no
gubernamentales, organizaciones educativas, programas de formación
e investigación académicas, organismos de salud, etc., que venían denunciando
el abuso sexual infantil tanto como la violencia doméstica.
El tema del abuso sexual infantil, si bien no había tenido hacia 2002
notoriedad pública relevante, ya poseía cierta verosimilitud y estaba
construyendo su propio público lector modelo con sus lenguajes, sus
diccionarios y sus modos interpretativos. El abuso sexual era sinónimo
de violación, y el acoso significaba manoseo o insinuación.
Es decir que, cuando el escándalo de EEUU estalla en la prensa local,
el mundo mediático posible no se ve profundamente sorprendido y cuenta con reglas de verosimilitud que actúan como soporte para sostener
la credibilidad del tema. Esos soportes enciclopédicos, textuales
y genéricos, fueron construidos durante procesos de mayor tiempo que
no pueden ser fácilmente descriptos. Sin embargo, podemos rastrear
en los talk-shows y en los programas televisivos de investigación periodística
algunas de sus fuentes. El contrato de lectura de los medios
televisivos en la Argentina ya había incorporado los talk-shows y el formato
de programa de investigación periodística había logrado alzarse
con cierta credibilidad, no sólo por su estilo sino sobre todo porque
acarreaba a la agenda periodística temas que los "poderosos" no querían
tratar. Este supuesto lugar "independiente" de estos tipos textuales
periodísticos llevó a nuevas escenificaciones de lo privado y, con
ellos, la sexualidad, la violencia y las inmoralidades de familia tomaron
un "estado de publicidad", más no estado público.
En cuanto a las condiciones de circulación o de emergencia del tema,
el 2002 fue un año de fuertes embestidas mediáticas. Los medios habían
dejado de informar para pasar a ser un fuerte elemento de intervención
en las acciones y decisiones políticas. Cuando el 18 de diciembre
del 2001 comienzan los disturbios en distintas ciudades argentinas, es
la prensa la que actúa como altavoz de las primeras cacerolas en los
balcones de barrio norte. De ahí en más, los medios actúan con más
fuerza en la expansión del fenómeno y, mediando en las comunicaciones
entre vecinos, son los que operan en la esfera de la acción política.
Hacia el 2002, la tematización reinante en los medios es la crisis
política presidencial, y, como clima de época, la sensación del fracaso
de un modelo de país se instala con fuerza. Esos climas de época
inundan las estructuras de la sensibilidad. La sensación de catástrofe,
de crisis moral y política, de vivir en una sociedad viciada en donde las
instituciones no dan garantías invade la prensa y la sociedad. Son los
meses de la caída del presidente De la Rúa, de los cinco presidentes en
un mes, del corralito, la inseguridad financiera, los secuestros express.
Durante todo el año el tema de los secuestros está en primera plana de
los periódicos. Las clases altas y medias de la Argentina se sienten
inseguras. Es el año del secuestro del padre del actor Pablo Echarri y de
la muerte de María Marta García Belsunce. En el 2002 y también durante el 2003, los medios destacan la inseguridad hasta desembocar en el
caso Blumberg en marzo del 2004. Aparecen como los justicieros, los
que dan la palabra, los que ayudan a resolver los secuestros dando
información y los que "destapan" la corrupción encarnada en las estructuras
institucionales.
Son éstas las condiciones mediáticas y sociales de producción de los
casos de abuso sexual que impactan en la opinión pública hacia febrero
del 2002. El tema se teje con editoriales, películas, talk shows, programas
periodísticos que están hablando sobre niños más allá de su
clase social: en numerosas páginas se habla del abandono de niños, la
desnutrición infantil, los niños secuestrados, como la cara más visible
de la crisis económica, moral y política del Estado.
Por otra parte, la televisión y el cine nacional muestran la nueva cara de
la marginalidad: la violencia y la sexualidad. Producciones cinematográficas
como Historias mínimas, El oso rojo, Bolivia, Matanza, Kamchatka;
programas de TV como Kaos, Ser urbano, Telenoche Investiga, Edición
Chiche, OKupas, Tumberos, encarnan el estilo pulp fiction y escenifican
lo oculto, la violencia, lo tabuado como el lugar en donde se cumple
finalmente la mayor crueldad. El 2002 es un año de estéticas que
pretenden romper el tabú y desmantelar mitos, y que dejan a la intemperie
una moral del ocultamiento. Denunciar, decir, mostrar, fotografiar
y desocultar la corrupción en cada uno de los pliegues mínimos de
lo social. Esta estructura de sensibilidad es la que lee hacia febrero del
2002 el caso de las denuncias de abuso sexual en la iglesia católica
norteamericana. Y con esta sensibilidad comienzan a circular los primeros
casos de abuso sexual durante el primer semestre de ese año.
Las informaciones se dan parcialmente. Sea cual fuere la importancia
del caso, se publica sólo una vez y al otro día se cae la información del
medio. A lo sumo, si hay algún tipo de repercusión televisiva, el delito
está dos días en el medio. Este no sostener la noticia en la sección Información general o Policiales, este modo de no problematizar sino
simplemente informar sobre abusos sexuales infantiles es, sin duda, la
estrategia más habitual de los medios gráficos.
De julio a septiembre de 2002, el corpus va registrando abusos sexuales
en diferentes instituciones, además de correr el velo respecto de la figura de ciertos abusadores de clase media: la escuela y la iglesia por
un lado, y jueces, policías y empresarios por otro. Pero las compulsivas
apariciones de estos "casos aislados", que nunca son narrados ni explicados,
ni encuentran protagonismo en el medio, parecieran más
bien ser el producto de una reproducción de lo que está aconteciendo
en la televisión y en la radio. Es como si, de alguna manera, la prensa
gráfica hubiera tenido que registrar la información producida en radio o
en televisión invirtiendo la clásica forma de producción de la noticia en
el periodismo argentino, en donde históricamente fue el periodismo
gráfico el que generó las noticias y marcó el tema de la agenda.
Es frecuente en los medios argentinos la presencia de un fuerte
sistema de reenvíos (Escudero, 1996) entre prensa y medios audiovisuales,
lo que implica que hay que pensar en la construcción de un
lector modelo que ya no es el lector modelo del texto en cuestión -Clarín,
por ejemplo- sino que pueda pensarse en términos de un público lector
multimedial.
El corpus, como ya ha sido dicho, es un texto que escribe y sobre el
cuál se escriben los procesos semióticos. Palabras dichas y no dichas,
fotos que muestran lo que ocultan y ocultan lo que muestran, la obviedad
que se vuelve obtusa y lo obtuso que no pide permiso para ser visto en
un puctum macabro (Barthes,1997) en una vidriera mediática que nunca
esperó tener, perfiles sin líneas y volúmenes en primer plano, rostros que
tapan al culpable para inscribirle la culpa en el velo, cuerpos violados
ausentes y cuerpos del violador sin violencia, biografías que no se escriben,
relatos de vidas privadas que no se dicen.
El abuso sexual está tabuizado en un proceso de semiosis que atravesó todos los géneros y todos los medios. Porque una cosa es que
haya habido casos de abuso sexual anteriormente citados en la prensa,
pero otra es la instalación del tema. Cuando la prensa instala un tema
de agenda, desgarra un velo de lo real, convierte lo indecible en emergente
y, a partir de ahí, ciertas oscuridades comienzan a iluminarse,
ciertos silencios comienzan a susurrar. El tabú es, justamente, una estrategia
propia de la cultura no para acallar sino para que no sea dicho,
para sepultar en una maraña simbólica en donde se pierda para siempre
la desgarradura fatal. El abuso sexual infantil nos enfrenta con esta maraña y, a partir de allí, no resulta simple poder establecer la semiosis
en que se lee, ya no el caso de abuso sexual, sino las estrategias de
inscripción cultural.
A la inversa que el cuerpo del delito, este cuerpo de textos oculta
más de lo que dice. El cuerpo de la víctima en el dispositivo semiótico
policial es el lugar en donde se escribe el delito, donde el autor del
hecho habla y la justicia escribe sus mejores argumentos de condena.
Sin embargo, en este cuerpo textual pareciera que el proceso de
tabuización alcanza mayor experticia. En la tematización del abuso,
la construcción de la víctima, la del victimario y las modalizaciones
del discurso informativo parecen indicar que el abuso sexual infantil
sólo está marcado en lo "no dicho". La figura del denunciante del
abuso -los medios- emerge como el gran protagonista, opacando el
estrellato mediático que deberían ocupar la víctima y el victimario. De
este modo, la denuncia mediática desplaza el foco del abuso sobre el
acto enunciativo mismo, y deja a la práctica sexual abusiva en el
campo del tabú.
II.2. Escenas de visibilidad: las narrativas de Grassi y Hoyos
Como se dijo en el punto anterior, los casos de ASI comienzan a aparecer
en la prensa de manera constante pero no sostenida: los hechos no
llegan a constituirse en historias. La característica de estas primeras
noticias es que aparecen como subtipo de texto noticia, con lenguaje
descriptivo explicativo, con mínima estructura narrativa; sólo algunas
logran cierto grado de crónica y la mayoría contiene lo que se denomina
fragmentos narrativos (van Dijk, 1983), a través de los cuales se informa
sobre las denuncias de abuso o sobre escenas de la detención de
los acusados. Con este tipo de textualidades comienza a emerger lo
que denominamos visibilidad, más en diálogo con la denuncia que con
los formatos clásicos de la prensa gráfica (editoriales, crónicas, casos,
etc.). En esta red de textos, el día jueves 24 de octubre de 2002 sale en
tapa, en el cuadrante superior derecho de Clarín, una denuncia periodística
llevada adelante por el programa televisivo Telenoche Investiga, en el que un joven denuncia los abusos sexuales perpetrados por el
sacerdote Julio César Grassi en la Fundación Felices los Niños.
La construcción mediática que realiza la prensa gráfica en el momento
de la denuncia del abuso sexual no logra cuajar como caso, no
sólo porque no adquiere la estructura narrativa necesaria sino porque,
fundamentalmente, se plantea en una textualidad de denuncia.
El análisis de la producción noticiosa del período mencionado demostró que, en la escena iconográfica del relato del caso Grassi, se
actualiza un viejo método de defensa del sospechoso al que se ve
convocado el lector: consiste en la ordalía o juicio de dios, que fuera
usado en las sociedades medievales cuando el autor del delito comenzó a transformarse en una figura social relevante. La ordalía tiene que
ver con determinadas pruebas de carácter. Así, el llanto ante las cámaras
sustituye en la escena actual a las viejas pruebas de carácter, en las
que mediaba muchas veces el tormento. Funciona un veredicto
mediático, por eso es precisamente la escena mediática aquélla que el
abusador elige para realizar pruebas de carácter que lo hagan más
creíble en su inculpabilidad. Es en el medio donde el culpable prueba
su inocencia y en un mismo acto expía su pena.
La pena tiene una finalidad retributiva y una finalidad de expiación,
por lo que el medio establece un contrato de lectura que se articula en
esta doble dimensión: por un lado, los titulares y pies de foto informan
sobre las alternativas del caso judicial: la denuncia, la búsqueda, el
apresamiento, las pruebas. La información noticiosa no colisiona en su
discursividad con la ley que deviene del contrato social. Respeta sus
reglas y culpabiliza a Grassi por abuso sexual, poniendo en marcha los
aspectos retributivos de la pena. Por otro, la serie iconográfica se encarga
de exponer la cara piadosa e inocente del acusado, a través de
una sucesión de planos que interpelan desde la emoción. De este modo,
las imágenes que acompañan a las noticias presentan a Grassi acongojado,
preocupado, triste ante su detención; sonriente y satisfecho ante
la interrupción de las pericias psiquiátricas; rodeado de niños, llevado
en andas por los fieles, abrazando a la virgen, a la manera de un padre
bueno que cumple con la ley de Dios y con la ley de la moral comunitaria
(Verón; 1985).
Es de destacar, entonces, que en la serie iconográfica el medio se
instituye en cómplice de la comunidad y mantiene el secreto del abuso. Éste queda oculto tras el juego de las diversas expresiones del rostro
del sacerdote, que actúan como mascarada de su inocencia. La imagen
que ha sido arrancada al personaje cuando manifiesta una emoción
o un estado del espíritu, expresa un concepto abstracto, es signo
de una situación global, de una coyuntura, y traduce la actividad interpretativa
del enunciador. Traduce, como ya dijimos, la alianza que el
medio desea mantener con la comunidad. Y la comunidad no está dispuesta a aceptar el horror, no está dispuesta a aceptar que el abuso
tiene una doble cara: la cara del poder seductor del abusador, que se
muestra benévolo, sonriente, apacible, como un ciudadano más, como
un igual, y la cara del mismo ciudadano, padre protector y pastor, que en
las noches abusa del rebaño (Verón:1985).
En el conjunto de imágenes del caso Grassi publicadas por Clarín en
el período analizado hay una que podría encuadrarse en las llamadas
imágenes de contexto o ambientales, y que por su condición ilustrativa
de la noticia pareciera no cobrar importancia. Sin embargo, una lectura
más atenta estaría dando cuenta de algunos de los signos que van a ser
claves en el proceso de semiosis que el medio realizará del caso. La
primera, editada el 24 de Octubre de 2002, al día siguiente de que
Grassi fuera acusado en Telenoche Investiga, muestra el momento en
que efectivos policiales recorren la Fundación Felices los Niños en búsqueda
del sacerdote. La imagen pareciera inaugurar una tensión en el
orden de la ley: por una parte la ley de Dios, representada en un segundo
plano por la figura de la virgen, y por otra, la ley del Estado, representada
por un móvil policial y un grupo de uniformados en primer plano.
El día 22 de noviembre el medio Clarín publica tres fotografías en las
que se ve a Grassi llevado en andas por algunos fieles, abrazando una
estatuilla de la virgen, y palmeado por los niños y personal de la Fundación.
El interés de las cuatro fotografías reside no tanto en su iconicidad-aquello que están representando- sino en su condición indicial respecto
a los sentidos que ese diario construye del caso. Este aspecto
indicial de las fotografías da cuenta de la semiosis en la que se dirimen
dos sentidos respecto de la resolución del caso: uno, que indica que no
es la justicia del Estado la que debe juzgar a Grassi, sino la justicia
divina, y otro que otorga el poder de su juzgamiento a la justicia popular. Las imágenes darán cuenta así de una doble inversión: por un lado,
la foto de Grassi llevado en a ndas sustituye la escena de la confesión
como instancia privada por la celebración de la resurrección en la plaza
pública; por otro, reemplaza la escena del proceso judicial, por el dictamen
de su exculpación en la escena mediática.
En síntesis, Clarín construye una doble visibilidad del caso Grassi: por
un lado, el discurso verbal no puede más que culpabilizarlo; todas las
pruebas parecen estar en su contra. Por el otro, las imágenes que alimentan
el deseo escópico de sus lectores ex-ponen el juego del poder
que mantiene la moral comunitaria que pone en dudas su culpabilidad.
Como plantea Valdettaro (1997), el poder "real" es, por naturaleza,
anti-visivo. Todo poder se diluye si se halla atravesado por la mirada
pública. El "secreto" sigue siendo su lógica esencial, ya que cuando las
cámaras, micrófonos y grabaciones ocultas hacen aparecer la cara más
oscura del poder, el mito se transforma en clisé.
El otro caso analizado corresponde al llamado caso Hoyos, apellido
de un abogado y empresario salteño. Ya hemos señalado que "un caso
mediático siempre trata de un "suceso" individual o microsocial, construido
narrativamente" (Ford y Longo: 1997:17). El modo de narrar un
suceso está mediado por el conjunto de interpretaciones culturales,
que corresponden a códigos, costumbres, técnicas de prescripciones y
prohibiciones sociales más amplias que no sólo lo captan sino que lo
modelizan según esos presupuestos meta-narrativos.
El caso del abogado y empresario de Salta Simón Hoyos fue puesto
en página mediática cuando este abusador fue detenido en febrero de
2003, en circunstancias en que se encontraba en un motel junto a una
niña de 8 años, a causa de una denuncia del personal que trabajaba en
ese lugar, la que luego fue ratificada por la madre y la hermana de la
niña, quienes efectivamente denunciaron la situación de estupro y de
abuso que Hoyos venía protagonizando hacía años con sus empleadas.
De ese modo, la emergencia de este caso en la narrativa mediática
fue sustraída a la regla del "derecho de pernada" que aún persiste
como sentido social trascendente; sentido en el cual este caso se
inscribió junto a otra marca mucho más definida: la condición social de
la niña abusada en contraste con aquella del abusador. Mientras que la figura del abusador fue construida narrativamente en un registro de
identificaciones socialmente valoradas -abogado, empresario, empleador,
perteneciente a una familia reconocida- la representación identitaria
de la niña fue configurada como víctima abusada en condición de pobreza.
Así, la desigualdad marcada por clases sociales entre vínculos
de relación directa -ya sea laboral, educativa, religiosa o familiar- hizo
que la narrativa mediática quede ordenada desde la figura dominante
del abusador como protagonista, a favor de la figura de la niña que, en
una misma escena narrativa, quedó indiferenciadamente asociada a
su exclusiva condición de víctima. Las fotografías de entorno que ilustraron
y construyeron la noticia en el diario Clarín en febrero de 2003
fueron muy significativas: una de Hoyos sonriente y cómodamente sentado
en el living de su vivienda; otra que mostraba, en un plano definido,
el barrio pobre en el que se encontraba la casa de la niña y, en un
plano difuso, con los ojos velados -por interdicción técnica mediática y
por interés informativo- el propio rostro de la niña que estaba siendo
acompañada por la policía y sus familiares.
Ya hemos observado anteriormente que el abuso se hace visible desde una construcción discursiva y desde una construcción de la
visualidad, o sea desde las imágenes que vamos a mirar. Si ser visible
es una propiedad de los hechos para ser tomados en consideración, en
la secuencia de fotografías del caso Hoyos lo que se pone en juego es
el espectáculo del abuso: todos los elementos están dispuestos en la
narrativa visual: el satisfecho abogado, la casa solariega, el auto en que
se trasladaba a la víctima, el escenario de pobreza que motiva (¿y
justifica?) el abuso y, finalmente, el presunto final, la cárcel a la que es
llevado respetuosamente por los policías acompañantes. Ante nuestros
ojos desfila la construcción narrativa realizada por Clarín. En esta
construcción hay, además, en bambalinas, un personaje casi tan importante
como los propios actores de la noticia: el lector.
El periódico que proyecta y produce la imagen gráfica del abuso construye
anticipadamente el proceso de reconocimiento y lectura que realizará el público modelo configurado a través de estrategias de anticipación de
variado tipo. La escena enunciativa que se construye resulta de la articulación
de los rasgos seleccionados que se ponen en función de las figuras del enunciador y el enunciatario. El primero se propone como instancia
de objetividad, compromiso con la información, con la democracia y
respeto a las leyes; el segundo, está propuesto como alguien capaz de
reconocer los rasgos que componen ese pacto. Observemos las figuras
y los textos que las acompañan: las imágenes del abogado sospechado
muestran su carácter de inocente cumpliendo con un requisito fundamental
de nuestro sistema jurídico: nadie es culpable mientras no se
demuestre lo contrario. Hoyos "presuntamente culpable", "sospechado",
aparece en fotos de archivo tomadas en momentos en que la
sospecha estaba alejada de él y que subrayan su presunta inocencia.
Pero, en beneficio de la "objetividad" también aparecen en el seguimiento
del caso fotos en las que se subraya la "sospecha". De esta
manera, las fotos del abogado Simón Hoyos cubren todo el nivel de
expectativa del caso: su presunta inocencia y la sospecha real, creando
una argumentación en la que el diario dice de sí mismo: hacemos todo
lo que hay que hacer para mantenerlo informado y mantenemos contra
viento y marea nuestra objetividad de periodistas.
Más aún: esta "voluntad de información y objetividad" se traduce en
situaciones paradojales: a pesar del respeto a la ley y al código ético de
resguardo a la identidad, la foto de la niña y su madre acompañan el
relato. El esfumad o que vela el rostro de la niña refuerza el pacto que Clarín propone a los lectores: cumplir a rajatablas con el código ético del
periodismo occidental, es decir, informar objetivamente pero también
subordinar la noticia a la integridad de la persona. El diario muestra dos
viviendas: la del abogado Hoyos y la de la niña. La vivienda de Hoyos no
necesita actores, está en el centro de la ciudad, cualquiera puede mostrarla,
habla por sí misma; por el contrario, es la niña quien muestra la
casilla, cual anfitriona que despliega a los ojos de los lectores la pobreza en la que vive. En ese gesto de mostrar la casa se subraya la afirmación
de la apariencia y la afirmación de toda vida humana y, por tanto,
social como simple apariencia. Es la negación de la vida que se ha
hecho visible (Debord: 2002). La espectacularidad contribuye a mostrar
el compromiso de Clarín que "estuvo allí" acompañando a la niña y
su familia. Doble operación: en principio, aprovecha el caso para
espectacularizar el abuso pero, sobre todo, para espectacularizar su propia posición ante el tema. En efecto, el ejemplo ha mostrado cómo
el "pacto de lectura" que propone a sus lectores organiza la selección
fotográfica para que, en la lectura, algo le sea "devuelto" como adhesión
identitaria.
Finalmente, podemos dar cuenta de la ambigüedad en la que se funda
la prohibición/ espectacularización de las escenas de abuso: por un lado,
el fundamento de la prohibición reside en la "vergüenza social". La ley
intenta proteger al abusado de una "segunda condena" dejando al desnudo
la valoración social que las mores o costumbres hacen de los abusados,
y por otro, la espectacularización reside en la necesidad de cada medio de
respetar el contrato de lectura propuesto hacia sus lectores.
II.3. La niñez amenazada y amenazante
El abuso sexual infantil -sosteníamos más arriba- ganó la prensa en el
mismo momento en que la inseguridad social ocupó las primeras planas,
desatando una serie de conductas sociales de control: los corredores
escolares que aseguraban el regreso de la escuela protegían a los
niños de los secuestros y los robos, los padres compraban celulares a
sus hijos y hacían cadenas para asegurar sus salidas. Muchos adolescentes
dejaron de salir a boliches o discotecas y se refugiaron en las
casas a mirar videos. El shopping se convirtió en el lugar de encuentro,
alejado de la "barbarie" ciudadana.
Pero junto a esa infancia amenazada aparecía otra infancia delictiva.
Jóvenes de 13 o 14 años integraban pandillas dedicadas al robo,
baleaban a los ciudadanos por las calles, tajeaban a sus compañeros
en las escuelas. Un informe de Periodismo Social sobre infancia en los
medios, para el año 2004 da una cifra testigo: sobre 850 notas en
relación al abuso sexual, hay 758 en las que un niño o adolescente es
agente de violencia2 .
Estos datos hacen que la visibilidad del abuso deba contextualizarse
en la ola de violencia presentada como delito, en la inseguridad como
constante social y en el riesgo como variable y al mismo tiempo, nos
ponen en camino de nuevas reflexiones. El 25 de septiembre del 2002,
Clarín publica el editorial titulado: "Los menores, víctimas de la instituciones".
El artículo comienza diciendo "La Argentina alberga a más de ocho millones de chicos pobres, y la mitad de ellos son indigentes...",
hace referencia a la cantidad de denuncias de torturas, maltrato y fusilamiento
de chicos en la provincia de Buenos Aires, recibidas por el
Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas y denuncia "la
violencia en las instituciones encargadas de tutelarlos o reeducarlos".
Estos menores-víctimas de los que habla el artículo son los mismos
victimarios de las noticias policiales del mismo diario. Esta ambigüedad
textual recuerda por su equivalencia, la situación, ejemplificada
con el caso Hoyos según la cual se muestra a los menores, aunque no
puedan ser mostrados. Dicho de otra manera, hay un juego mediático
en el que el mismo sujeto social es concebido de dos maneras en el
cuerpo textual: víctima/victimario en un caso; cuidado/exhibido en otro.
No puede pasar inadvertido que ese ‘cuidado-exhibición' que hemos
puesto en evidencia en relación al abuso, se reduplica en el ‘cuidado' (las instituciones no cuidan a los niños y son culpables de maltrato) y ‘exhibición' (de los menores delincuentes) que los medios realizan acerca
de la violencia ejercida por niños y jóvenes.
De la misma manera que las significaciones sociales parecen vacilar a
la hora de evaluar el abuso sexual, se vacila a la hora de evaluar los
comportamientos de los niños y jóvenes. Por un lado, los medios presentan
una sociedad que ‘condena' las conductas ya sea a través de la
vergüenza social o del pedido de aumento de las penas para los menores
y, por el otro, ‘protege' a los niños, condenando a los abusadores sean
individuos o instituciones, y mediante esta protección los criminaliza.
El límite es sumamente impreciso: en las representaciones mediáticas
una delgada línea separa al ‘pobre menor abusado' del ‘niño/
adolescente asesino ‘; al pobre menor drogadicto' del ‘asesino drogado'.
Nuestro interés ha sido mostrar que, mal que nos pese, esa misma
delgada línea separa al menor abusado del menor ‘culpable' de haber
sido abusado. Esta consideración nos plantea otro escenario: la imposibilidad
de analizar los sentidos mediáticos en torno al abuso sexual
infantil por fuera de las consideraciones de la infancia. Un segundo
aspecto, se torna más evidente: el tratamiento que realizan los medios
de estos temas no es coherente sino que muestra fisuras, divergencias,
contradicciones, ambigüedades.
1 Proyecto: "Modos de visibilidad pública del abuso sexual infantil: tabúes iconográficos en la prensa gráfica argentina", desarrollado en el marco de la cátedra de Semiótica de la carrera de Comunicación Social, en la Facultad de Ciencias de la educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Paraná, Argentina).
2 Informe Niñez y adolescencia en la prensa argentina. Periodismo Social. www.periodismosocial. org.ar. [Consulta agosto 2006]
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