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Ciencia, docencia y tecnología

versão On-line ISSN 1851-1716

Cienc. docencia tecnol.  no.49 Concepción del Uruguay dez. 2014

 

HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES; COMUNICACIONES

La construcción social del género desde la perspectiva de la Teoría de la Identidad Social

 

Etchezahar, Edgardo

Autor: docente de la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología (Buenos Aires, Argentina) - Becario Tipo II del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Contacto: edgardoetchezahar@psi.uba.ar

Artículo derivado de la investigación de maestría realizada por el autor en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y la Universidad Autónoma de Madrid (UAM);
recibido el 25/09/2013,
admitido el 28/08/2014.


Resumen

El objetivo principal de este trabajo fue analizar los diferentes procesos psicológicos involucrados en la construcción de género a partir de la Teoría de la Identidad Social. En primer lugar, se analiza cómo los individuos mantienen su autoestima a partir de la identificación con diferentes grupos sociales, a la vez que opera el pensamiento categorial en el plano cognitivo para el análisis del mundo social. Posteriormente, se examinan los diferentes procesos de atribución causal, representados por los sesgos de homogeneidad del exogrupo y favoritismo endogrupal, para el análisis de la construcción de la identidad social de género. Finalmente, se presentan las limitaciones de la teoría y su posible complementariedad con la teoría del rol de género.

Palabras clave: Psicología social; Identidad social de género; Autoestima.

The social construction of gender from the perspective of the Social Identity Theory

Abstract

The aim of this paper was to analyze the different psychological processes involved in the construction of gender from the Social Identity Theory. First, we analyze how individuals maintain their self-esteem through their identification with different social groups, as well as by means of categorical thinking for the analysis of the social world. Then we discuss the different processes of causal attribution, represented by the outgroup homogeneity bias and ingroup bias, for the analysis of the social construction of gender identity. Finally, we present the limitations of the theory and their possible complementarity with gender role theory.

Keys Words: Social psychology; Social identity of gender; Self-esteem

A construção social de gênero desde a perspectiva da Teoria da Identidade Social

Resumo

O objetivo principal deste trabalho foi analisar os diferentes processos psicológicos envolvidos na construção da identidade de gênero a partir da Teoria da Identidade Social. Em primeiro lugar, analisa-se como os indivíduos mantêm sua autoestima a partir da identificação com diferentes grupos sociais, enquanto o pensamento categorial opera no plano cognitivo para analisar o mundo social. Posteriormente, são examinados os diferentes processos de atribuição de causalidade, representados pelos traços de homogeneidade do exogrupo e favoritismo endogrupal, para a análise da construção da identidade social de gênero. Finalmente, apresentam-se as limitações da teoria e como ela pode complementar a teoria do papel social de gênero.

Palavras chave: Psicologia social; Identidade social de gênero; Autoestima


 

I. Introducción

A partir de los desarrollos de la Teoría de la Identidad Social (en adelante TIS; Tajfel, 1981; Tajfel y Turner, 1986), se consolidó una teoría psicológica explicativa de las relaciones intergrupales que intenta dar cuenta de cómo y por qué surge el prejuicio sexista. Tajfel y Turner (1986) conciben la identidad como "aquellos aspectos de la propia imagen del individuo que se derivan de las categorías sociales a las que percibe pertenecer" (p. 16). Así, al definirse como mujer u hombre las personas apelan a su identidad social de género. Este proceso complejo, se construye por las interacciones entre individuos en un contexto determinado e involucra dos subprocesos que, si bien tienen relevancia en sí mismos, en su conjunto dan cuenta de la construcción de la identidad: en el plano afectivo el nivel de autoestima y en el plano cognitivo el pensamiento categorial que ordena al mundo, dando lugar a la construcción de estereotipos. Ambos subprocesos se ponen de manifiesto en un tercero: la atribución, referido a la tendencia humana a inferir las causas de las conductas de los individuos y sus consecuencias directas: el favoritismo endogrupal y la homogeneidad del exogrupo. A continuación se desarrollarán cada uno de estos procesos constitutivos de la identidad social.

II. Autoestima e Identidad Social

La autoestima, definida como la percepción del sí mismo en términos positivos o negativos, es uno de los procesos centrales para pensar la TIS (Deaux & Martin, 2003). Según Tajfel (1981), los individuos mantienen su autoestima a partir de la identificación con diferentes grupos sociales, considerando a los de pertenencia como mejores que otros. La identidad social está conformada, entonces, por el autoconcepto general, que se desglosa en la valoración que un individuo realiza de los distintos roles que ocupa en un determinado contexto.
Específicamente, con respecto a las relaciones entre autoestima e identidad de género en diferentes dominios, Gentile et al. (2009) realizaron un meta análisis tomando como fuente 115 estudios sobre la temática. Los autores observaron diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la autoestima en relación a la apariencia física, el comportamiento social, el desempeño académico y la influencia de las relaciones familiares. Según sus hallazgos, pertenecer a un grupo social cuyos integrantes son considerados como "delgados", "estudiantes", "hijos", o simplemente formar parte de los que "se portan bien", posee una estrecha relación con la autoestima
de acuerdo al sexo de los individuos. A continuación se desarrollan las relaciones entre el género y la autoestima en los dominios considerados:
Apariencia física: la imagen corporal ha sido considerada como uno de los predictores por excelencia de la autoestima global de la mujer en comparación con los hombres (Allgood-Merten et al., 1990). En este sentido Tiggemann y Rothblum (1997) observaron que la mayoría de las mujeres consideran que poseen exceso de peso, mientras que los hombres suelen percibir estar en su peso promedio. Una de las causas de este fenómeno, según señalan Forbes et al. (2001), sería que las mujeres sobreestiman las preferencias masculinas acerca del cuerpo de la mujer (ej. el peso), aunque la figura ideal de la mujer para los hombres sería más gorda.
Comportamiento social: los individuos que poseen altos niveles de autoestima suelen percibir que su comportamiento social es apropiado (Haynes, 1990). Este tipo de comportamiento es particularmente importante para el orden institucional, por ejemplo en la escuela, ya que la autoestima es un importante predictor de la conducta en el aula, la participación en el grupo, y las actitudes hacia la autoridad (Haynes, 1990). En este sentido, las niñas generalmente son percibidas como poseedoras de un mejor comportamiento social en relación a los niños (Bosacki, 2003; Cole et al., 2001; Wu y Smith, 1997). Como consecuencia, según Wicks-Nelson e Israel (2003), los niños son más proclives a ser castigados por su mala conducta. El comportamiento social y su consecuente evaluación, refleja una ventaja de la mujer, debido a que poseen menos reprimendas que los varones por un lado, mientras que por otro, el comportamiento social aceptable suele ser reforzado por el entorno social y, en particular, por las instituciones.
Desempeño académico: generalmente se observa que las mujeres poseen un mejor desempeño académico que los hombres y tienden a obtener mejores calificaciones (Pomerantz et al., 2002; Stetsenko et al., 2000). Sin embargo, esto no implica necesariamente que las mujeres tengan una mayor autoestima académica. Un fenómeno singular sucede en la comparación del desempeño académico entre hombres y mujeres: diversos estudios (Eccles et al. 1993; Hyde et al., 1990; Jacobs et al., 2002; Stetsenko et al., 2000; Weiss et al., 2003) señalan que cuando los varones superan a las mujeres en el desempeño académico, disminuye la autoestima de la mujer, pero sin embargo, cuando la situación se revierte y las mujeres poseen un mejor desempeño que el de los hombres, la autoestima de la mujer no aumenta.
Influencia de las relaciones familiares: la familia puede actuar como una fuente de apoyo y ayuda para reafirmar la autoestima de los niños. Las relaciones familiares tienen un impacto significativo en la autoestima de la
mujer, ya que las niñas con fuertes vínculos afectivos intrafamiliares tienen un mayor nivel de autoestima general (Lundgren y Rudawsky, 1998). Sin embargo, los padres suelen realizar con mayor frecuencia comentarios negativos hacia las niñas que hacia los niños, aún cuando sus comportamientos sean los mismos (Lewis et al., 1992). Cuando se considera en su conjunto, este fenómeno crea una combinación perjudicial para la autoestima de las niñas, ya que al mismo tiempo que se observan estrechas relaciones entre padres e hijas, se acompañan de altos niveles de exigencia. Teniendo en cuenta este panorama, es posible predecir un bajo nivel de la autoestima en las niñas en comparación con los niños dentro del ámbito familiar (Lewis et al., 1992).

III. El pensamiento categorial y los estereotipos de género

En la década de 1950, Allport (1954:20) plantea que "La mente humana debe pensar con la ayuda de categorías [...] Una vez formadas, las categorías son la base para el prejuzgar normal. Nosotros no podemos evadir este proceso. La vida ordenada depende de ello". El pensamiento categorial es constitutivo del modo en el que las personas comprenden su entorno social. En este sentido, el género puede considerarse como una categoría social extensa dado que cada individuo necesariamente pertenece a uno de los grupos existentes: hombres o mujeres (Athenstaedt et al., 2008).
De esta manera, puede explicarse la construcción de diferentes estereotipos (Dovidio et al, 2003) acerca de lo masculino y lo femenino, a partir de las categorías de hombre y mujer, proporcionando expectativas sobre las interacciones sociales. Específicamente, los estereotipos de género, funcionan como subagrupamientos o subcategorizaciones, que se definen como los procesos a través de los cuales se "organiza la información en diversos grupos a partir de similitudes entre sí y diferentes de los restantes miembros del grupo" (Dovidio et al., 2003:813). Por ejemplo, uno de los estereotipos más extendido acerca de la mujer es que son sumisas (Fiske et al., 2002); sin embargo, muchas mujeres no se ajustan a este estereotipo (ej. aquellas que se desarrollan profesionalmente), entonces se construyen subagrupamientos estereotípicos que penalizan la desviación del comportamiento esperado (ej. descuidan a su familia). Tales subagrupamientos son funcionales ya que permiten explicar los casos que no se ajustan a la categorización previa acerca de un grupo social.
En este sentido, los trabajos de Eckes (1994, 1996) identificaron una serie de estereotipos similares en individuos austríacos y alemanes para los hombres y las mujeres (Tabla 1).

Tabla 1. Agrupamientos de las subcategorías observadas por Eckes (1994, 1996).

Eckes (1994, 1996) señala que esta clasificación no es exhaustiva, ya que si bien las categorías sociales son construcciones intergrupales, las diferencias individuales explican las variaciones en las categorías construidas por cada individuo. Sin embargo, sus resultados son similares a los hallados en los EE.UU. (Coats y Smith, 1999; Deaux et al., 1985) y en los Países Bajos (Vonk y Olde-Monnikhof, 1998). De acuerdo con Coats y Smith (1999) existiría un consenso general en las sociedades occidentales con respecto a los subgrupos de género más importantes.

IV. Atribuciones causales

Ante los distintos hechos del mundo social, los seres humanos tienden a explicar sus causas (Fisher, 1986). De esta manera, las conductas de los otros y la propia se explican realizando inferencias a partir de los estereotipos y del autoconcepto. Esta tendencia humana conlleva generalmente dos sesgos comunes: el error fundamental de atribución (Ross, 1977) y el máximo error de atribución (Pettigrew, 1979).
Las investigaciones sobre el error fundamental de atribución tienen su origen en el trabajo de Heider (1958), quien demostró cómo generalmente los seres humanos tienden a subestimar la probabilidad de que el comportamiento de una persona se deba a factores externos o situacionales,
siendo más propensos a explicarlos apelando a factores internos (rasgos de personalidad o atributos físicos). Por ejemplo, ante hechos aberrantes como la violación o el ultraje de una mujer, distintos estudios muestran que se tiende a culpabilizarla, responsabilizándola por lo sucedido, es decir, se piensa que "por algo habrá sido" (Heider, 1958). En este sentido, Fisher (1986), informa que dos terceras partes de una muestra de estudiantes universitarios de los EE.UU. consideran aceptable la violación de una mujer bajo ciertas circunstancias (ej. que el hombre haya gastado mucho dinero en ella).
Por su parte Pettigrew (1979) va más allá de la propuesta de Heider (1958) al señalar que existe un máximo error de atribución. Este último ocurre cuando miembros del endogrupo atribuyen el comportamiento negativo de los miembros del exogrupo a causas disposicionales (más de lo que lo harían para un comportamiento idéntico en personas del grupo interno). Complementariamente, explican el comportamiento positivo de los miembros del exogrupo considerándolo como: a) un caso excepcional; b) azar o a una ventaja especial, c) una alta motivación y esfuerzo; d) factores situacionales. En otras palabras, las acciones positivas de los miembros del exogrupo no son valoradas como tales, mientras que sus fracasos y defectos son sobrevalorados (Hewstone, 1990).
Este doble estándar de atributos positivos y negativos hacia los comportamientos de miembros del exogrupo vuelve imposible que se liberen del prejuicio en su contra una vez que se ha instalado (Fisher, 1986). En este sentido, Swin y Sanna (1996) observaron que, en 58 experimentos diferentes, al realizar tareas tradicionalmente masculinas, los logros de los hombres fueron mayores a los de las mujeres, y se los atribuyó a su habilidad. Por el contrario, los fracasos de los hombres eran atribuidos mayormente a la mala suerte o simplemente a que no se habían esforzado lo suficiente.

V. Homogeneidad del exogrupo y favoritismo endogrupal

Como ya se ha mencionado, a partir del proceso de categorización y el desarrollo de la autoestima, el ser humano intenta comprender su entorno atribuyendo significado a las causas del comportamiento. Así, cuando los individuos categorizan a personas u objetos en grupos, pasan por alto las diferencias entre los miembros de una misma categoría (Tajfel, 1969), tratando a los miembros de ese grupo como iguales, mientras que las diferencias intergrupales son exageradas (Turner, 1985; 1989). De esta manera, como resultado de las estrechas relaciones entre la autoestima, el pensamiento categorial y
los procesos atribucionales, las personas desarrollan otros dos sesgos cognitivos básicos inescindibles: el favoritismo endogrupal y la homogeneidad del exogrupo (Tajfel, 1981; Tajfel y Turner, 1986).

V.1 Homogeneidad del exogrupo
Distintos estudios han puesto de manifiesto que, cuando se trata de actitudes, valores o rasgos de la personalidad, la gente tiende a ver a miembros del grupo externo más parecidos entre sí que a los miembros del grupo interno (Dovidio y Gaertner, 1999), esto es lo que se ha denominado como sesgo de homogeneidad del exogrupo. Así, quienes son considerados miembros del grupo externo corren el riesgo de ser considerados como iguales entre sí y, por lo tanto, existe una mayor probabilidad de que sean estereotipados (Fiske et al., 2002). De acuerdo a la revisión de estudios empíricos realizados sobre la temática por Linville (1998), esta homogeneización se produce generalmente al categorizar a un grupo social basándose en su raza, religión, nacionalidad, especialización universitaria, edad o sexo.
Con respecto al género, este fenómeno fue estudiado por Kolster (2011) mediante el relevamiento de 216 páginas web en español (incluidos foros de discusión, blogs personales, temas creados en facebook, etc.) cuyo título era "los hombres son todos iguales", señalando que 1.200.000 páginas web afirman esta sentencia. El autor indica que el 93% de quienes firmaron el contenido (tomando como totalidad a todas aquellas páginas en las que se brindaba esta información) eran mujeres. Asimismo, la frase "las mujeres son todas histéricas" arroja 3.130.000 de páginas web en español que tratan este tema, firmadas en un 88% por hombres.
Una de las explicaciones más desarrollada acerca de por qué se produce el sesgo de homogeneidad del exogrupo ha sido la tesis del contacto propuesta inicialmente por Allport (1954): las personas tienen usualmente menos contacto con los miembros del grupo externo que con miembros del grupo interno, y por ello tienden a generalizar sus atributos negativos (Islam y Hewstone, 1993; Linville y Fischer, 1993). Sin embargo, se ha señalado que la tesis del contacto por sí misma no explica el efecto de homogeneidad del grupo externo en los estereotipos de género, debido a que hombres y mujeres tienen un fuerte contacto entre sí (Jones, Wood y Quattrone, 1981; Park y Judd, 1990; Park y Rothbart, 1982). Kolster (2011) señala que, cuando los hombres alegan que "las mujeres son todas histéricas" o las mujeres indican que "los hombres son todos iguales", tales atribuciones raramente se producen por falta de contacto entre los grupos. De este modo, el fenómeno de la homogeneidad del exogrupo para el estudio de las relaciones de género ha
sido reconceptualizado, a partir de los desarrollos de la teoría del sexismo ambivalente (Glick y Fiske, 1996).

V.2. Favoritismo endogrupal
Generalmente, al pensar en cualquier tipo de prejuicio, los individuos imaginan un grupo que tiene sentimientos negativos hacia otro (Dovidio y Gaertner, 1999). Sin embargo, aunque esta dinámica está presente, muchas veces el prejuicio se produce en función del favoritismo endogrupal, quedando en un lugar secundario los sentimientos negativos hacia otros grupos. En este sentido, Brewer (1999:438) postula que "muchas formas de discriminación y preferencias pueden desarrollarse no porque los grupos externos son odiados, sino porque emociones positivas como la admiración, simpatía, y la confianza son reservadas para el grupo interno".
De acuerdo con los hallazgos de Tajfel (1970, 1981), uno de los aspectos más relevantes de esta tendencia de los individuos a favorecer a su propio grupo es la facilidad con la que surge. Este autor llevó a cabo una serie de experimentos en los cuales personas que nunca se habían conocido fueron divididas en grupos formados en base a información mínima, como por ejemplo preferencias por un pintor, primera letra de su nombre o incluso echándolo a la suerte con una moneda. Mediante esta situación experimental denominada "paradigma de grupo mínimo", Tajfel (1981) puso de manifiesto que los individuos integrantes de un grupo conformado sobre la base de casi cualquier distinción, tienen inclinaciones o preferencias hacia éste en tanto lo consideran su grupo interno. Asimismo, en cuestión de minutos, luego de haber sido divididas en grupos, las personas tienden a ver al propio grupo como superior a los otros y, frecuentemente, buscan mantener una ventaja sobre ellos.
Estos resultados pioneros son consistentes con investigaciones que revelan que las uniones sociales pueden formarse sobre las bases de características aparentemente mínimas. Por ejemplo, el trabajo de Miller et al. (1998) puso de manifiesto que las personas tienen más probabilidad de cooperar entre sí cuando comparten la misma fecha de cumpleaños. Incluso decisiones muy importantes en la vida, como a quién amar, dónde vivir y qué ocupación seguir, pueden verse influenciadas por similitudes relativamente mínimas.

VI. Críticas a la TIS y reflexiones finales

Si bien la TIS continúa siendo una de las teorías explicativas con mayor vigencia en la actualidad para el estudio de las relaciones intergrupales (Deaux
y Martín, 2003), ha recibido una serie de críticas (Brown, 1995; Hewstone y Brown, 1986). Según Eagly (1987), la principal objeción que se ha esgrimido contra ella refiere a su carácter psicologicista. En este sentido, a pesar de considerar el contexto en el que se desarrollan las categorías sociales, la TIS desestima el papel de los roles sociales de género, sobre el cual éstas se asientan (Hogg et al., 1995). Se ha señalado que la TIS simplifica las concepciones sociales del hombre y de la mujer, así como sus relaciones, dejando de lado la construcción socio histórica de los roles de género (Skevington y Baker, 1989). A partir de esta crítica, la propuesta de Eagly (1987) referida a los roles sociales de género como marco complementario de la TIS adquirió consenso entre los cientistas sociales (Deaux y Martín, 2003).
La organización social de una comunidad es necesaria para garantizar los recursos económicos y los medios de subsistencia de sus miembros (Geis, 1993). Con esta finalidad, se dividen las tareas y actividades relativas a la producción, las que a su vez son reguladas legalmente (Eagly y Steffen, 1984). Sobre la base de esas leyes, se monta un complejo sistema de normas sociales, que incluye reglas que asignan responsabilidades y roles a los miembros de la comunidad (Eagly y Wood, 1982). Una vez realizada, esta segmentación funciona como uno de los pilares básicos de la estructura social, ya que establece y regula las diversas relaciones intergrupales. Tales relaciones generan desigualdades sociales, dado que prescriben las diferentes posiciones que cada individuo debe ocupar en la sociedad, tanto en el ámbito público como en el privado. Según Mead (1934,1999), cada miembro de una comunidad, al adoptar un rol en esta estructura, asume funciones sociales e ingresa en una dinámica social en consonancia con los otros. Aunque las normas que rigen este proceso de interacción generan expectativas acerca de las acciones de los demás, ninguna sociedad posee un consenso total sobre las mismas (Eagly y Wood, 1982). Por consiguiente, los roles sociales son creados gracias a la interacción dinámica entre los ejecutores y el resto de la comunidad.
Los roles sociales, junto con sus expectativas de logro, forman parte de los valores culturales e influyen en el comportamiento de las personas (Geis, 1993). De esta manera, cuanto mayor es la fortaleza de la estructura social y la aceptación de dichas expectativas, la ideología que mantiene el sistema adquiere mayor consistencia. Así, se perpetúan los roles y, en consecuencia, las desigualdades que conllevan. La separación por roles, que adquiere carácter de norma, es constitutiva de la identidad de género, debido a que definen la mayoría de las actividades de las personas, así como sus formas de participación en la sociedad (Escartí et al., 1988).
La teoría del rol social de género plantea que los mismos son asignados en función del trabajo (Deaux y Martin, 2003). Cada puesto laboral lleva asociada una serie de demandas necesarias para su desempeño, por ejemplo, si un trabajo es habitualmente desarrollado por hombres se considera que el ser hombre implica esa serie de características, a su vez estas inferencias se plasman en diferencias reales a través de dinámicas de asignación de roles y expectativas con respecto a los mismos. Por ejemplo, de acuerdo con los estudios realizados por Eagly y Steffen (1984), la concepción que tradicionalmente las personas tienen de la mujer (más amable, cariñosa y comprensiva que el hombre) no es la misma si se describe a una mujer trabajadora en lugar de a un ama de casa. Asimismo, si se piensa en mujeres que ocupan un puesto de alta responsabilidad en el mundo laboral, se las describe tan independientes como sus compañeros varones, mientras que cuando su puesto es de menor jerarquía se las considera más sumisas (Eagly y Wood, 1982). En este sentido, a los hombres que desempeñan tareas del hogar se los percibe como sensibles en las relaciones interpersonales, al igual que a las mujeres (Eagly y Steffen, 1984).
No obstante las críticas realizadas a la TIS, actualmente existen intentos de construir un corpus teórico que tenga en cuenta sus lineamientos complementariamente a las propuestas de la teoría del rol de género. Por ejemplo, Deaux y Martin (2003) analizan las relaciones entre ambos enfoques, proponiendo un marco integrador que articula los aportes individuales y sociales para la construcción de la identidad de género. Los autores definen a la identidad como el conjunto de significados compartidos por los integrantes de una estructura social y su función es mantener el orden establecido. La estructura social, entonces, potencia las interacciones dentro de los límites que define e inhibe las restantes, propiciando el mantenimiento del status quo de los roles (Stryker, 1997). Por su parte, los individuos interiorizan esos significados a través de los roles que desempeñan a la vez que construyen su autoestima y organizan el mundo social mediante le pensamiento categorial a nivel individual (Dovidio y Gaertner, 1999). De esta manera, ambos enfoques pueden ser complementarios al estudiar el prejuicio de género.

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