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Circe de clásicos y modernos

versão On-line ISSN 1851-1724

Circe clás. mod.  n.10 Santa Rosa 2005- 2006

 

Estudios clásicos y estudios culturales: investigación, problemas y perspectivas

Raquel Miranda

Universidad Nacional de La Pampa
Argentina

Resumen: El tema de este trabajo enfoca el estado de conjunción posible entre los estudios clásicos y los estudios culturales, que implicaría aprovechar el material de la cultura contemporánea y la propia ubicación histórica y cultural del investigador para iluminar los textos antiguos. La posibilidad de generar una renovada propuesta académica dentro de los límites del ya tradicional y secular ámbito de los estudios clásicos significaría una manera de ampliar el campo de trabajo y promover un espacio de producción y formación cultural.

Palabras Clave: Estudios clásicos; Estudios culturales; Investigación; Problemas; Perspectivas

Classical Studies and Cultural Studies: Investigation, Problems and Perspectives

Abstract: This article focuses on the possible links between Classical Studies and Cultural Studies, that implies to profit from the contemporary cultural material and the scholar's own historical and cultural position to illuminate the ancient texts. The possibility to generate a new academic proposal inside the traditional and secular field of Classical Studies would be a way to extend the field of work and promote a space of cultural production and formation.

Keywords: Classical studies; Cultural studies; Investigation; Problems; Perspectives

En el trabajo intelectual serio no hay 'comienzos absolutos', y se dan pocas continuidades sin fracturas. […] Es posible advertir, en cambio, una desaliñada pero característica irregularidad de desarrollo. Lo importante son las rupturas significativas, donde las viejas líneas de pensamiento son desarticuladas, las constelaciones más antiguas son desplazadas y los elementos —viejos y nuevos— reagrupados en torno a un esquema distinto de premisas y de temas.
Stuart Hall, "Estudios Culturales: Dos Paradigmas", 1994: 1.

Proponer una definición de estudios clásicos resulta una tarea muy difícil pues su concepción está ligada al campo de acción de la filología, cuya larga historia impide distinguir un método y unos objetivos generales o comunes. El objeto propio de la filología se ha ido precisando y en la actualidad es bastante restringido,1 aunque a finales del siglo XVIII y principios del XIX se concebía dicha disciplina como una macrociencia de la antigüedad, a partir de la visión historicista y totalizadora de Friedrich A. Wolf, para quien la filología era el estudio de cuanto es necesario para conocer la recta interpretación de un texto literario: las costumbres de la época de su producción, las ideas, la mitología, la geografía a la que alude, los sistemas filosóficos implicados, las características gramaticales, la vida social y política, las condiciones particulares del autor, etc.2
En el siglo XVIII, los estudios filológicos comprendían la totalidad de la vida y de la producción intelectual del mundo clásico, que se veía reflejada en dos campos principales: por un lado, las artes, las ciencias y la vida pública de griegos y romanos y, por otro, la lengua y sus auxiliares. Los estudios alineados en esta corriente subrayan la importancia del contexto histórico, como base y finalidad de la interpretación de los textos, amplia concepción que nos permitiría definir la incumbencia de los estudios clásicos como el estudio de la cultura greco-romana en sus fundamentos y en todas las manifestaciones de su vida.
En la actualidad, en el marco de los estudios clásicos es posible ubicar la búsqueda de las conexiones entre los distintos aspectos culturales y la visión total del mundo y de la vida en la antigüedad clásica; la descripción de ese conjunto de la cultura antigua y la exploración de líneas de continuidad entre el espíritu moderno y la concepción de la vida y el pensamiento del mundo antiguo clásico.
Sin embargo, la tradición occidental de una teoría crítica de la cultura parece haber entrado en crisis en las últimas décadas del siglo XX y su reemplazo académico ha dado como resultado los llamados estudios sociales y culturales,3 que proponen un retorno a la crítica de la ciencia y de la sociedad y, en relación con los planteos antropológicos, no suponen la reducción de la diversidad como condición necesaria para el progreso del conocimiento. Desde la óptica de los estudios culturales, el análisis de la cultura está vinculado con la problematización de las categorías que las ciencias sociales tradicionales concebían como preconstituidas y sólidas (nación, clase, adscripción político-ideológica, etc.) y que hoy suelen reemplazarse por otras que se encuentran en permanente proceso de redefinición (el multiculturalismo, el género, la elección sexual, la etnia, etc.). Esta revisión de estrategias identitarias se asienta sobre la noción de límite, que implica tanto la articulación como la separación entre ámbitos materiales y simbólicos. Por otra parte, estas líneas de pensamiento también se refieren a lo real como una textualidad, es decir que conciben la realidad como un vínculo complejo entre las prácticas sociales, políticas e ideológicas, por un lado, y los "juegos del lenguaje" por otro (Grüner 1998: 47).
La idea de cultura, entonces, representa una de las cuestiones centrales en el campo de la teoría crítica y de los estudios culturales en la actualidad y constituye un concepto cuya complejidad y riqueza implican la consideración de varios aspectos desde diversos enfoques.
La noción de límite a la que hemos aludido antes nos permite introducirnos en el tema sobre el que nos interesa particularmente reflexionar en este trabajo, es decir cuál es el estado de conjunción posible entre los estudios culturales y los estudios clásicos, ya que, tal como proponen Bassi y Euben (2003: 1), los estudios clásicos pueden ser considerados como un área de estudio cultural muy fructífera. Para estos autores, tanto los estudios culturales como los estudios clásicos, juntos y/o desde diversas perspectivas, constituyen recíprocamente productivas áreas de investigación.
El citado texto de Bassi y Euben parte de la necesidad de examinar la disciplinarización, la institucionalización y la profesionalización del conocimiento y el modo en que la clase y el status estructuran todos los aspectos del ámbito académico. En este sentido, sus reflexiones giran en torno a cómo y por qué estas dos disciplinas —estudios clásicos y estudios culturales— han sido dominantes, aunque no al mismo tiempo, y a la emergencia de los procesos mediante los cuales ellas mantienen su preponderancia e influencia.

Dialéctica entre estudios clásicos y estudios culturales

Es sabido que, en tanto investigaciones sobre la antigüedad, los estudios clásicos se enfrentan permanentemente con la tarea de 'negociar' la relación entre pasado y presente. Tradicionalmente, se han usado dos modelos para hacer frente a esta labor. Uno de ellos es el positivista, semejante al desarrollado en las ciencias naturales, que estudia la antigüedad del mismo modo que los estudios 'físicos' del mundo material: su argumento es el creciente dominio del sujeto, puesto que los investigadores 'descubren' más y más acerca del pasado. En la base de este paradigma resulta natural para el estudioso en clásicas usar técnicas modernas de investigación.4
Para el modelo positivista, la antigüedad es 'inerte' en tanto sujeto de investigación. El historicista, en cambio, enfatiza que los griegos y los romanos fueron agentes conscientes de su propia historia y delinea el objetivo de la interpretación como el de una recuperación de los modos de pensamiento y los horizontes de expectativas de aquellos hombres. En esta perspectiva, resulta menos claro que el uso de las modernas técnicas de interpretación sea apropiado. El peligro estriba, como frecuentemente se ha dicho, en el anacronismo o en la imposibilidad de ver la diferencia entre antiguas y nuevas formas de pensamiento. Sin embargo, es necesario enfatizar que la oposición entre estos dos modelos no es tan taxativa como parece sino que refleja, de algún modo, las diferencias que existen entre las diferentes disciplinas que se agrupan bajo el rótulo de estudios clásicos y, en muchos casos también, el perfil del mismo investigador: la arqueología y la lingüística, por ejemplo, pueden ser más 'positivistas', mientras que los estudios literarios o la historia más 'historicistas'.
Tanto el positivismo como el historicismo, al menos en sus versiones más sencillas, descuidan los aspectos sociológicos y políticos de la academia puesto que dan por supuesto que los estudios clásicos tienen un seguro y obvio lugar en la esfera intelectual y que el propósito y la función de la disciplina se asumirán del mismo modo. Resulta necesario, entonces, conceptualizar la actividad de los investigadores en estudios clásicos en relación con su rol en la sociedad, que es en parte determinado por las incumbencias y la metodología de su práctica intelectual. Es inevitable, entonces, empezar a reflexionar a partir de la posición en la que los estudiosos están ubicados y teorizar su práctica desde ese punto de comienzo: 'contar' y 'recontar' la historia acerca del pasado y, por lo tanto, ofrecer a la sociedad caminos de estructuración del pensamiento sobre el presente y el futuro. En este sentido, la tarea del estudioso en clásicas sería simultáneamente la de entregar y criticar los mitos y las historias antiguas: mostrar tanto su inadecuación o insuficiencia como su indispensabilidad para la vida moderna.
Desde este punto de vista, el rol del intelectual que se dedica a estudios clásicos trasciende —o debería trascender— tanto un positivismo como un historicismo ingenuos:

Our stories must be simultaneously of our time and about the past, since it is that pastness that distinguishes our tales from those of other mythographers, but to talk to our contemporaries we must speak the language of today. We must use modern theories and methods, not necessarily because they are better, but precisely because, as some critics of modern theory allege, because they are new: because they allow us to engage in that dialogue with our contemporaries which is our raison d'être. We should not be afraid of the charge of anachronism. (Fowler).5

En lo que respecta a los estudios culturales, según las aproximaciones teóricas esbozadas por Hall (1994), se caracterizan por la presencia en su seno de opciones diversas entre sí, que privilegian, por un lado, la investigación sobre el texto o los 'modelos comunicativos' y, por otro, la investigación sobre el contexto.

Esta pluralidad de opciones presentes dentro de una misma aproximación teórica constituye, por así decirlo, la forma de la sustancia de los Estudios culturalesdiscursos múltiples, historias numerosas y diferentes, un conjunto amplio de opciones, varios tipos de actividades, personas que tenían y tienen distintas trayectorias, un gran número de metodologías y de posiciones teóricas diferentes" (Hall 1992: 278) que se han puesto en marcha a partir de los distintos significados atribuidos a la palabra cultura, definida por Raymond Williams como "una de las dos o tres palabras más complicadas de la lengua inglesa". (Grandi 1995: 1).6

Lo que coliga esta pluralidad de opciones teórico-metodológicas, que en ocasiones entran en contradicción, es la concepción de la investigación como actividad crítica: el desarrollo teórico debe ir acompañado de un compromiso de índole política, convicción que se alcanzó dentro de los estudios culturales en la década de 1970 a través de la apropiación de la categoría gramsciana del intelectual orgánico.
Grandi transcribe la explicación que Grossberg, Nelson y Treichler (1992) proponen como definición de los estudios culturales, que resulta aceptable y que expone con bastante claridad sus características:

Los Estudios culturales son un campo interdisciplinar, transdisciplinar y a veces contradisciplinar, que actúa en medio de la tensión de sus mismas tendencias para acoger un concepto de cultura que sea amplio y antropológico y, a la vez, restringido y humanista. A diferencia de la antropología tradicional, se han desarrollado, sin embargo, a partir de los análisis de las sociedades industriales modernas. Están constituidos por metodologías declaradamente interpretativas y valorativas, pero a diferencia de lo que ocurre en el campo humanista tradicional, rechazan la coincidencia de la cultura con la alta cultura, sosteniendo que todas las formas de producción cultural necesitan un estudio que avance en relación con otras actividades culturales y con estructuras históricas y sociales. De ese modo, los Estudios culturales se han comprometido con el estudio del inventario completo de las artes, creencias e instituciones de la sociedad, al igual que de sus actividades culturales. (Grossberg, Nelson y Treichler 1992: 4)

En auxilio de esta definición, se pueden mencionar las categorías más utilizadas en la actividad actual de los estudios culturales: la identidad y la historia semántica de la otredad, la nacionalidad, el colonialismo y el poscolonialismo, el cosmopolitismo y las diásporas, el género, la sexualidad, la etnicidad,7 la articulación entre culturas dominantes y subculturas, la historia de las instituciones y la institucionalización, el poder legitimado del pasado, el fin (en su doble acepción) de las disciplinas académicas, entre otras. A ellas se suman ciertas nociones fundamentales de los estudios culturales, como la de centro y periferia acuñadas por Edward Said, que es posible situar históricamente en los contextos coloniales del Helenismo y el Orientalismo.
No es coincidencia que muchas de dichas categorías resulten hoy temas relevantes para los estudios clásicos, tal como lo demuestran, por un lado, las actividades de los ámbitos académicos hacia ellos orientados (cursos, seminarios, proyectos de investigación) y, por otro, la atención reflexiva que merecen en las publicaciones del área de la especialidad de nuestro país y también del mundo.
La "Introducción" de Bassi y Euben, al igual que todos los artículos reunidos en Parallax 29. Declassifying Hellenism, deja en claro que la cultura es una categoría dependiente del tiempo y que la cultura 'antigua' aclara y complica a la vez los límites de esta afirmación.
La pregunta acerca de por qué se vuelve a los estudios clásicos encuentra explicación en la exigencia de 'desclasificar' (declassify) el helenismo, justificada en varias razones:
1) la necesidad de evaluar en forma crítica los estudios clásicos como una práctica disciplinaria y educacional que ha sido (y continúa siendo en muchos casos) un signo de privilegio de clase y una premisa para el discurso acerca de la civilización;8 y
2) la necesidad de hacer público, y por lo tanto debatible, lo que ha sido mantenido oculto por el llamado discurso del poder. Este punto9 tiene dos interesantes consecuencias: por un lado, afecta la alianza tácita entre las lecturas conservadoras de los textos clásicos y las críticas radicales que aceptan estas lecturas fundamentales y desestiman los textos a causa de ellas; y por el otro, flexibiliza la oposición entre alta y baja cultura, ya que aparentemente los géneros se desplazan 'de arriba abajo' en la escala cultural. El modo y las causas de esta movilidad deberían ser cuestiones en posición de ser elucidadas y profundizadas desde la yuxtaposición entre estudios clásicos y estudios culturales.
A partir de una referencia a la opinión de Nietzsche acerca de los estudios clásicos y su importancia para 'nuestro tiempo' si es que pudieran ser considerados 'anacrónicos',10 los autores mencionados introducen el tema de la dependencia entre cultura y tiempo y el de las tensiones en el campo académico. Si distinguimos en la actualidad entre disciplinas como profesiones y disciplinas como campos de conocimiento —por ejemplo un conjunto de prácticas históricamente validadas y un conjunto de objetos y artefactos que son limitados y contenidos por esas prácticas— entonces la conjunción entre estudios clásicos y estudios culturales plantea una serie de cuestiones que iluminan ambos campos. Mientras los estudios clásicos constituyen una disciplina definida por su historia, sus prácticas y su objeto, no está claro que los estudios culturales sean una disciplina en el mismo sentido. Esta afirmación de Bassi y Euben no intenta negar lo obvio, es decir la profusión de volúmenes dedicados a describir precisamente sus prácticas y sus objetos, sino sugerir que los estudios culturales fueron fundados a despecho de las disciplinas académicas tal como estaban convencionalmente entendidas. Asimismo, podemos ver los estudios clásicos y los estudios culturales como dos puntos diferentes en el tiempo, de modo tal que las tensiones entre ellos crearían la mutua interrogación y renovarían la cuestión sobre la intemporalidad. Los estudios culturales se manifiestan como una caracterización y manifestación de 'nuestro tiempo' y por ello sus diversas preocupaciones y estrategias interpretativas de las prácticas cotidianas, la materialidad de los artefactos culturales y la pragmática del análisis de la cultura podrían vigorizar los estudios clásicos. En tal sentido, la dialéctica entre estudios clásicos y estudios culturales debería interrogar acerca de sus respectivas convenciones y propósitos, como es el caso del énfasis puesto por los estudios culturales en el presentismo y por los estudios clásicos en el pasado.
La propuesta de Bassi y Euben, que concibe que una conjunción entre estudios clásicos 'y' estudios culturales es posible,11 resulta un interesante tema de reflexión. En efecto, el conjunto de herramientas teóricas y metodológicas propio de los estudios culturales constituye una contribución innovadora para el estudio de la cultura grecolatina y un complemento necesario para el estudio filológico. Las elaboraciones conceptuales surgidas de fecundas lecturas 'actualizadas' y críticas de los textos dramáticos, historiográficos, filosóficos y forenses antiguos, en tanto expresiones politizadas, abren, sin duda, la posibilidad a la consideración de los estudios clásicos como un campo de investigación cultural útil y fructífero.
La temática de Parallax 29 plantea las perspectivas de diálogo entre estudios clásicos y estudios culturales, un diálogo que iría en auxilio de ambas áreas con el fin de revisar la política de producción de sus objetos culturales propios así como sus emprendimientos disciplinares tanto en el pasado como en el futuro (Kovala 2003: 179-188). Una síntesis y reflexión acerca de algunos de los artículos reunidos en dicho volumen permiten ver los alcances de esta interacción.
Dougherty (2003: 8-17) aborda la idea de centro cultural aplicada a Atenas clásica y explica que la fuerza naturalizadora de esta metáfora remueve todo rastro de agency (¿quién produce cultura?, ¿cuál es la relación entre pueblo y cultura?) así como también minimiza la complejidad de la producción cultural y la interacción intercultural. Euben (2003: 18-28), por su parte, se concentra en la desterritorialización y las experiencias de desplazamiento en zonas de contacto, lugares que articulan las precondiciones e implicaciones de los encuentros interculturales, a partir de conceptos desarrollados por Mary Louise Pratt (1992).
Todas las cuestiones referidas a los espacios y a su percepción por parte de los agentes involucrados focalizan importantes aspectos de la vida social y cultural en su gran complejidad. Las posturas de las autoras antes mencionadas ponen de relieve la necesidad de conjugar en el análisis del mundo antiguo las perspectivas sociológicas, semióticas, antropológicas y geoculturales que superen las aproximaciones descriptivas, puesto que los lugares o los espacios son encrucijadas multifuncionales que, en su especificidad, definen y estructuran no sólo los marcos objetivos de la vida humana y sus manifestaciones sino que también trazan las particularidades subjetivas de los hombres y las comunidades, es decir sus rasgos identitarios (Miranda 2004: 92-103).
Porter se explaya en un interesante artículo (2003: 64-74) que complementa lo expuesto por Bassi y Euben. Considera que los estudios clásicos son una ciencia, o tal vez un arte, 'forense', no en sentido peyorativo sino concebido desde la convicción de que constituyen una parte de nuestro autoconocimiento del presente.12 Destaca la necesidad de los estudios clásicos para el mundo moderno porque, como área de trabajo histórico, son un agente activo en la construcción de las modernas ideologías, lo que implica decir de las "ilusiones constitutivas de la vida cultural moderna" (64-65).13 El autor se detiene en una clara explicación del tipo de relación que existe entre el estudio de los objetos materiales (realia) y de las formas intangibles de la cultura (entre las que se destaca la literatura) por parte de las disciplinas que conforman los estudios clásicos. En ese sentido, y a partir de una crítica a la 'visión arqueológica' que en el siglo XIX había desprovisto de toda acción humana la materialidad estudiada, insiste en la necesidad de considerar dos aspectos: los estudios clásicos en su totalidad y las disciplinas clásicas en forma individual, lo que afecta las relaciones con sus respectivos objetos de estudio.14
Al preguntarse cuál es el trabajo cultural que efectúan los estudios clásicos, Porter remite a la importancia de la dimensión histórica de la disciplina y a los elementos intangibles e invisibles (repeticiones históricas, hábitos, sedimentación de las prácticas, valores, actitudes) que revelan algunos aspectos de su lógica interna. Luego menciona posibles áreas de investigación pasibles de ser desarrolladas 'entre' campos de estudio: una de ellas es la cuestión de qué cuenta como 'evidencia' en un momento y en un campo de estudio dados; otra es la relación entre disciplinas y sus objetos materiales o entre sus pretensiones formalizadas y sus varias materializaciones.
A partir de las explicaciones de Porter, es imposible no arribar a la conclusión de que los estudios clásicos han evolucionado como formalización de una disciplina que se define por su acotado objeto de estudio y por el desarrollo de ciertas prácticas características. El desafío consistiría en repensar dicha evolución en relación con esa serie de prácticas específicas y concretas, pero también en tensión con las nuevas perspectivas que se construyen en el seno de las mismas. Sin dudas, los aspectos formales de la disciplina son su marca identitaria pero una problematización de sus modos de trabajo no conduciría a una 'pérdida de identidad' sino a la restitución de un lugar destacado para los estudios clásicos dentro del campo intelectual actual.
Vasunia (2003: 88-97), por su parte, estima que, aunque los trabajos de Edward Said, Gayatri Spivak y Homi Bhabha, entre otros, han tenido influencia en los estudios clásicos en las pasadas dos décadas, las implicancias de sus escritos para el estudio de la antigüedad en general y del helenismo en particular no han sido bien entendidas o valoradas. En este sentido, asegura que los estudios poscoloniales tienen que ver con las políticas del conocimiento y ese aspecto puede resultar enriquecedor para los estudios clásicos. Por otro lado, la puntualización de que el capítulo 1 de Orientalismo de Said sitúa las antiguas representaciones de Oriente como precursoras del fenómeno de orientalismo de la época de la postilustración, vincula explícitamente los campos de interés de los estudios clásicos y los estudios culturales.
El artículo de Wohl (2003: 98-106) cuestiona si puede haber estudios culturales del pasado,15 ya que se asocian generalmente con el presentismo: el presente se encuentra tanto en los temas de estudio como en la metodología empleada. La autora advierte que el asilamiento de un momento presente de su pasado y su futuro puede conducir a una fragmentación del tiempo en una serie de presentes perpetuos que tiene como riesgo la posibilidad de reducción de la potencial alteridad de la historia —el desafío dialéctico de diferencia que el pasado puede formular al presente— y la transformación del pasado en una mera antesala del presente. Al mismo tiempo, con el énfasis puesto en la discontinuidad entre pasado y presente, los estudios culturales corren el riesgo de cegarse acerca de su propio rol histórico en la construcción del presente que estudian.
Evidentemente, la dificultad de los estudios culturales en teorizar continuamente entre pasado y presente está personificada en sus tensas relaciones con los estudios clásicos. Y el sentimiento es aparentemente recíproco ya que, mientras los estudios culturales buscan aislar el presente de su pasado y, por lo tanto, se exponen a enfatizar el valor del presente, los clásicos a menudo sueñan con un pasado incontaminado por el presente y con ello se arriesgan a convertirse en una mera actividad de anticuario. Una interacción entre ambos campos disciplinares redundaría sin duda, como hemos dicho antes, en una superación de las limitaciones que cada uno se impone desde sus propias metodologías de trabajo y desde su posición 'oficial' en el campo intelectual.
La mutua 'antipatía' entre estudios culturales y estudios clásicos, que de algún modo registra la bibliografía que hemos examinado, parece surgir de una disputa sobre el significado y, especialmente, la temporalidad de la cultura, de su ubicación en relación con el tiempo y de su relación con su propio pasado. Poniendo las dos disciplinas en diálogo, entonces, se podría probar lo productivo de ambas, permitiendo a cada una interrogarse sobre las políticas de producción de sus propios objetos culturales y su transformación disciplinar (positiva o negativa) tanto en el pasado como en el presente.
En general, existe en la actualidad una favorable tendencia a desarrollar estudios literarios sobre Grecia y Roma en forma mancomunada con otras disciplinas, lo que favorece la familiarización con otras metodologías y aproximaciones más allá de las propias de la filología y la crítica literaria.16 La moderna teoría literaria y cultural, desde Lévi-Strauss a Lacan y Foucault, ha sido utilizada en la interpretación de la poesía y la tragedia griegas, y la combinación de semiótica y filología tradicional, practicada por Gian Biagio Conte (1994), ha encontrado muchos seguidores. Los estudios culturales siempre han sido un fuerte componente del estudio clásico y existen hoy lazos muy cercanos con la antropología; por otro lado, el llamado nuevo historicismo de las literaturas modernas es una suerte de retorno a la insistencia en el estudio histórico correspondiente al aplicado a la literatura griega y romana. En síntesis, ya se están dando los primeros pasos en el campo de los estudios clásicos en pos de un trabajo que los vincule con el de los estudios sociales y culturales y es posible que el futuro de la tradicional disciplina humanística estribe, precisamente, en no quedarse aislada y permanecer atenta a las necesidad de una sociedad multicultural, tarea facilitada para sus estudiosos por la característica multicultural de las sociedades helenística y romana de las que se ocupan.
Sirven como ejemplo del planteo anterior las observaciones generales de Fowler (1995), que se presentan como un esbozo de ciertos desarrollos en la crítica de la poesía latina en el mundo angloparlante desde el New Crisicism, en un intento de ayudar a los clasicistas, europeos en particular, a orientar su trabajo, y de servir como un punto de partida desde el cual sea posible considerar, entre las propias tradiciones intelectuales nativas,17 las direcciones que se puedan imprimir al objeto de estudio y al rol que pueda jugar en las propias sociedades.18
El primer y principal interés del movimiento que Fowler denomina New Latin es un compromiso con la moderna teoría literaria y un gusto por la utilización de terminología y conceptos asociados con ella.19 Explica que lo que es común a todos los investigadores enrolados en New Latin es un conocimiento de las características de la interpretación literaria y, consecuentemente, de la crítica de la propia ideología como determinante del proceso de lectura, lo cual representa el corte más radical con la filología tradicional, en la que los métodos de interpretación son vistos como ahistóricos y objetivos y el propósito es el establecimiento del sentido 'presente' en el texto. Si bien no es posible negar que la filología tradicional haya estado siempre comprometida con una metodología de interpretación, Fowler entiende que ha dado por supuesto el acto de leer. New Latin comienza por la premisa de que leer es problemático y no fácil o natural. El grado de claridad teórica —y por lo tanto también la dificultad del tratamiento del texto— obviamente varía en los distintos planteos de la crítica contemporánea, pero este autoconocimiento marca un contraste distintivo con la discusión filológica tradicional: dado que lo que hace el crítico con un texto no es, en ningún caso, obvio o natural sino determinado por los presupuestos teóricos y preconcepciones culturales, la figura del investigador opera en el texto para producir significado y no para 'recobrar' la intención autorial ni retraerse en el refugio de la autoridad y la tradición.
Según Fowler, dicho conocimiento del rol de la propia posición de crítico es parte de un énfasis más general puesto en la convicción de la insuficiencia del texto en sí mismo para producir significado, que va contra la idea de autonomía del texto. En cierto sentido, la herencia del estructuralismo se une con la importancia dada por la filología tradicional al rol del contexto: para interpretar un texto, se necesita leerlo en relación con un sistema de otros textos y otros códigos. No debe sorprender, por lo tanto, que el análisis de la intertextualidad sea una herramienta central de las nuevas corrientes críticas, en la que la influencia de Conte y la escuela italiana es más evidente. Pero la acumulación de paralelos textuales —que ha sido siempre un rasgo propio de la filología clásica, motivado de diferente manera a lo largo de su historia— se centra en el caso de las nuevas escuelas críticas

on the role not of difference from a model but of traces of it […] During the history of a language and a culture, the texts produced become more and more complex in the way in which these overlaying traces interact and affect reading (Fowler).

Otro aspecto que destaca el autor es una nueva valorización de la idea de unidad, que permite revelar las fisuras y resquicios del texto, lo que impide su captación en un acto hermenéutico totalizador. Una tercera característica importante es el constante conocimiento de las políticas de interpretación por parte de las nuevas corrientes, ya que los textos literarios no son estudiados en forma aislada del contexto social y cultural, lo cual implica que se enfocan las complejidades de la textualidad así como también se considera seriamente la observación de Derrida acerca de que nada está fuera del texto, sino que todos los aspectos de la sociedad y la cultura en algún nivel están representados en los textos y remiten a otros como textos: "[…] poetics and politics are inescapably linked" (Fowler). Lo que es particularmente distintivo sobre la politización de la poética es que incluye en su esfera la posición política del mismo crítico. Es decir que la crítica no puede simplemente aceptar la antigüedad y la tradición clásica como un ideal estético fuera del tiempo, sino que constantemente debe confrontar sus ideologías: la lectura no puede ser inocente y el crítico debe aceptar la responsabilidad de confrontar las políticas de la interpretación.20

Conclusiones

Las consideraciones vertidas en los párrafos precedentes acerca de la investigación, los problemas y las perspectivas que vinculan los ámbitos de interés de los estudios clásicos y los estudios culturales sin duda no agotan las reflexiones que podrían efectuarse sobre el tema. Sólo tienen la modesta finalidad de llamar la atención sobre una serie de herramientas teóricas y metodológicas cuyo uso aportaría un renovado enfoque al estudio de la literatura y también de la cultura clásicas.
Los especialistas en la antigüedad clásica son a menudo considerados en los diferentes países en función de su status social, que a lo largo de la historia les ha asignado un lugar más o menos 'oficial' en el campo intelectual. Las tareas que asumen y las actividades que ejercen —como pensadores, investigadores y profesores— delinean la identidad de un sujeto ubicado en la particular posición de erudito, de mediador o incluso de 'creador'.
Sin embargo, sabemos que en el espacio discursivo privilegiado de la obra literaria las tensiones del campo social se expresan en un circuito de mediaciones entre ideología y subjetividad, marcas que no sólo pueden ser atribuidas al contenido (fábula y personajes) y a la forma (género y aspectos lingüísticos) de los textos sino que también 'deben' ser considerados en la figura del investigador, intelectual simultáneamente comprometido con la ideología antigua y con la contemporánea.
Poner en diálogo los estudios clásicos y los estudios culturales implicaría aprovechar el material de la cultura contemporánea y la propia ubicación histórica y cultural del investigador para iluminar los textos antiguos. Éste es, si se quiere, el desafío para los estudiosos clásicos en el tercer milenio: mantener el objeto de estudio, centrado en la cultura grecolatina, pero sin perder de vista que nos dirigimos a nuestros contemporáneos y, por lo tanto, desempeñamos un rol en la vida intelectual de nuestras propias sociedades y culturas. La posibilidad de generar una renovada propuesta académica dentro de los límites del ya tradicional y secularámbito de los estudios clásicos significaría una manera de ampliar el campo de trabajo y promover un espacio de producción y formación cultural. La aplicación de viejos y nuevos instrumentos nos daría la posibilidad de hallar un modo diferente de comprender —de volver a comprender— nuestro objeto de estudio. Representaría la oportunidad de darle una disposición nueva a la tarea de lectura, reflexión y producción del conocimiento sobre el mundo antiguo en el marco de nuestros intereses culturales y sociales contemporáneos: "pedes in terra ad sidera visus".

Notas

1 Se suele definir la filología desde diversas maneras: como ciencia histórica que procura el conocimiento de las civilizaciones del pasado mediante los documentos escritos conservados; como el estudio de una lengua fundamentado en el análisis crítico de los textos escritos en ella; como la fijación o estudio crítico de los textos y de su transmisión a través de la comparación sistemática de los manuscritos o de las ediciones y a través de la historia. Más ampliamente, suele concebirse como el estudio de la producción escrita y la cultura de una época como medio para comprender e interpretar su literatura. En este sentido más amplio, la filología comprende estudios de retórica, historia, lingüística evolutiva y humanidades además de lo específicamente literario.

2 Wolf entendía la filología como la "interpretación de todas las manifestaciones del espíritu de un pueblo" (González Fernández 2003: 1).

3 Los estudios sociales y culturales constituyen la expresión de una 'alianza' entre varias disciplinas que intentan superar la insatisfacción académica de las disciplinas tradicionales en el ámbito político (Jameson 1998: 69-72). Esta corriente de pensamiento se despliega a partir de las décadas de 1960 y 1970 en universidades de Gran Bretaña (Cambridge y Birmingham) y luego se enriquece con el interaccionismo social de la escuela de Chicago y con la renovación de la tradición etnográfica británica.

4 Si bien es obvio que la mayoría de esas técnicas no estaban disponibles para los griegos y los romanos, esa no sería una razón por la cual no deberían ser usadas para ayudarnos a comprender el mundo antiguo.

5 No se indican números de páginas respecto de las referencias a Fowler 1995 puesto que el texto fue consultado en la versión on line que se indica en la bibliografía.

6 Según Williams, la acepción de la palabra 'cultura' es uno de los cinco términos que, entre las últimas décadas del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, dan testimonio de un cambio general en los modos de pensar la vida social a través de sus instituciones sociales, políticas y económicas: "[cultura] Antes había significado, primordialmente, el 'cuidado de crecimiento natural' y luego, por analogía, un proceso de formación humana. Pero este último uso, que había sido habitualmente una cultura de algo, se modificó en el siglo XIX para hablar de la cultura como tal, una cosa en sí. En un primer momento llegó a significar 'un estado general o hábito de la mente', con estrechas relaciones con la idea de perfección humana. En segundo lugar, significaba 'el estado general del desarrollo intelectual, en el conjunto de una sociedad'. En tercer lugar, aludía al 'cuerpo general de las artes'. En cuarto lugar, ya más avanzado el siglo, llegó a significar 'todo un modo de vida material, intelectual y espiritual'" (Williams 1987: 15).

7 Las implicaciones políticas de estudiar las variables fisonómicas y biológicas en los seres humanos —la cuestión de la 'raza'—, categoría elidida en los antiguos textos de los estudiosos clásicos, son puntualmente consideradas por Bassi y Euben (2003).

8 Esta misma postura evidencian Pociña y López en la siguiente afirmación: "Una de las labores fundamentales que deberíamos fijar como meta quienes nos dedicamos al apasionante campo de la Filología clásica, tan cuestionado en estos tiempos, es el de la revitalización de las literaturas clásicas. Sin embargo, hemos de confesar que, con excesiva frecuencia, la sombra de la alta erudición filológica, tan necesaria, sí, pero también difícilmente accesible, oculta el bosque, reduciéndonos a ser esa minoría culta que dice tan poco al común de los mortales." (2000: 301).

9 Los autores sugieren este análisis en relación, fundamentalmente, con el modo en que la polis griega se apropió de la conducta, el conocimiento y los procedimientos que habían sido prerrogativas del rey o del clan (Vernant 1965), lo que supone una democratización del poder y el conocimiento.

10 Nietzsche, Consideraciones intempestivas.

11 Los autores afirman que tal conjunción implica: 1) diálogo: porque es un proceso de mutua elucidación; 2) problemática: porque genera una distancia tanto del discurso del presente como de las idealizaciones del pasado; y 3) polémica: porque niega los orígenes trascendentes de 'verdad y 'conocimiento'. Estos tres criterios han sido formulados siguiendo los propuestos por Foucault en Historia de la sexualidad.

12 "La explicación del pasado nunca deja de marcar la distinción entre el aparato explicativo, que es presente, y el material explicado: los documentos que se refieren a curiosidades de los muertos" (De Certaeu 1993: 23).

13 La traducción es mía.

14 Este punto refiere, sin duda, a la influencia del pensamiento decimonónico en cuanto a la diferenciación de campos epistemológicos.

15 La pregunta tiene su punto de partida en la supuesta idea de que cuando se estudian las culturas del pasado el estudio cultural adopta como método historiográfico la genealogía de Foucault, la que estudia lo que está cerrado, desde una mirada distante. Esta historiografía se vincula con el fragmentarismo del pensamiento posmoderno, según Jameson: una mirada nostálgica que no ilumina el presente (Wohl: 98).

16 Por ejemplo, Galinsky 1997 registra estas tendencias en el ámbito americano.

17 Se refiere a las británicas y americanas.

18 El corpus académico que considera no se restringe, sin embargo, al de los investigadores hablantes de inglés, sino que toma también las influencias del estructuralismo francés y de la escuela de Pisan con los trabajos de Conte y otros intelectuales vinculados con la publicación Materiali e Discussioni.

19 La idea de 'teoría' no debe entenderse como algo monolítico sino que diferentes líneas teóricas pueden encontrarse en los trabajos de los investigadores alineados en este movimiento: la deconstrucción de Derrida, la crítica psicoanalítica de Lacan , el historicismo de Foucault, el nuevo historicismo de Greenblatt, etc.

20 Un área en la cual esta problemática se ha hecho más y más importante es la de las políticas sexuales. Esto va más allá de la cuestión explícita de la representación de la vida de la mujer en los textos o la crítica de mujeres escritoras como Safo o Sulpicia: el feminismo es tan relevante como material épico como la elegía amorosa, y los estudios clásicos tienen que confrontar la cuestión de cuán lejos la misma filología y su desarrollo es genérico (gendered).

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Recibido: 22 de noviembre de 2005
Evaluado: 4 de febrero de 2006
Aceptado: 12 de febrero de 2006

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