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Circe de clásicos y modernos

versión On-line ISSN 1851-1724

Circe clás. mod.  n.11 Santa Rosa ene./dic. 2007

 

Agricultura familiar y paisajes rurales en la Grecia antigua 1

Julián Gallego

Universidad de Buenos Aires, CONICET

Resumen: El artículo analiza las condiciones de la producción campesina tomando en cuenta las investigaciones recientes sobre los paisajes agrarios y las pautas de residencia así como los elementos que en las fuentes literarias permiten identificar patrones de conducta compatibles con el modelo de la economía campesina. Se estudian asimismo los debates acerca del despegue en el mundo griego de una agricultura familiar intensiva y el rol de los modelos explicativos "demográficos". Finalmente, se plantea la relación entre los campesinos y el mercado considerando la presencia de esclavos en el marco de las economías domésticas. La conclusión central hace hincapié en la incidencia de la noción de autarquía en la organización de las unidades campesinas y los límites que éstas encontraban para cumplir con ella.

Palabras clave: Agricultura; Campesino; Esclavitud; Mercado; Autarquía

Household agriculture and rural landscapes in ancient Greece

Abstract: The article analyzes the conditions of peasant production taking into account recent researches on agrarian landscapes and residence patterns as well as the elements that in the literary sources allow identifying patrons of behaviour compatible with the model of the peasant economy. It is also studied the debates about the development of an intensive family agriculture in the Greek world and the role of "demographic" explanatory models. Finally, it is considered the relation between peasants and the market considering the presence of slaves within the domestic economies. The central conclusion insists on the incidence of the notion of autarky in the concrete organization of peasant units and on the limits that these found to fulfill with it.

Keywords: Agriculture; Peasant; Slavery; Market; Autarky

Introducción: la base aldeana de la pólis

El surgimiento de la pólis, liderado en principio por la aristocracia de los basileîs -esa que Hesíodo denostaba en los Trabajos y días-, se caracterizaría sin embargo como un proceso de agregación de comunas aldeanas (sinecismo) cuyas pautas se convertirían en soportes básicos de la nueva estructura estatal. Esta integración de la aldea hizo de la pólis una organización segmentaria en la que los aldeanos se incorporaron en un marco de cierta igualdad institucional (Gallego 2005: 22-34; 2006). En este contexto, los labradores adquirieron un gran protagonismo socioeconómico a partir del desarrollo de una agricultura familiar intensiva que ha sido interpretada o bien según un modelo centrado en la minimización del riesgo de hambre siguiendo estrategias diversas de producción, almacenamiento y consumo, o bien según un modelo centrado en la capacidad de acumulación y maximización de excedentes vendibles incorporando a algunos esclavos como parte de la fuerza laboral familiar (Gallego 2001c; 2003a). A partir de esto, uno de los ejes de discusión ha girado en torno a la caracterización de los labradores, a los cuales se ha visto o bien como campesinos, según un modelo sociológico clásico pero advirtiendo su situación excepcional debido a la inexistencia de explotación por parte de los terratenientes o el estado, o bien como farmers o granjeros, justamente debido a esa misma excepcionalidad (Gallego 2001b). Todo esto generó diversas repercusiones en la organización de los paisajes agrarios, cuestión que no ha escapado a los análisis recientes.

Paisajes agrarios y patrones de residencia

El estudio de la dinámica histórica de los paisajes agrarios ha recibido en los últimos años un impulso que ha permitido replantear diversos aspectos de la historia rural de la antigua Grecia. Nuestra perspectiva sobre esta cuestión jamás podría ser la misma de no contar con la aportación fundamental de la prospección arqueológica intensiva, lo cual ha posibilitado a su vez una reconsideración de las fuentes literarias y epigráficas de acuerdo con los problemas suscitados por la arqueología2. Dentro de los múltiples y variados aspectos que confl uyen en este tipo de análisis, hay tres factores que resultan a nuestro entender esenciales para la investigación de las prácticas agrícolas de los antiguos griegos. En primer lugar, se ha verifi cado en diversas regiones del mundo helénico un reparto de la tierra en parcelas geométricamente regulares y de tamaño relativamente similar, lo cual se ha considerado como un síntoma de la relativa igualdad existente dentro de las póleis griegas3, ligada en cierta medida al funcionamiento de la granja familiar agropastoril. En segundo lugar, se ha postulado la viabilidad de una tenencia fragmentada del suelo que haría posible el control de diferentes nichos ecológicos a la vez que una mejor disposición para enfrentar los riesgos de subsistencia (Garnsey 1996: 83-84; Gallant 1991: 34-59). En tercer lugar, se ha formulado un modelo de granja agropastoril intensiva en el que la distribución de los cultivos según las necesidades derivadas de la tríada mediterránea (cereales, vid, olivo) se articularía con la cosecha de legumbres y la cría de ganado menor, buscando así una productividad más alta con el fi n de hacer frente a una mayor densidad de población4, en territorios muchas veces escarpados que requerían la construcción de terrazas o tabiques de contención (Foxhall 1996; Provansal 1990). Todo esto dio a los paisajes griegos unas características singulares, organizados por lo general a partir de parcelas relativamente regulares, muchas veces fragmentadas y con el añadido de terrazas, terrenos en los que los cultivos arables (cereales y legumbres) se entremezclaban con los arbóreos (vid y olivo), además del huerto, los frutales y la cría de ganado menor.
Esta breve y esquemática caracterización de la granja agro pastoril griega, que luego abordaremos con cierto detalle, parecería apuntar a la plena autonomía de la unidad económica familiar, lo cual podría, en ciertos contextos, relacionarse con determinadas pautas de residencia y asentamiento de los labradores helénicos. Se trata, efectivamente, de saber si las construcciones halladas por las expediciones arqueológicas aquí y allá en el campo griego eran sólo instalaciones agrícolas destinadas al almacenamiento u otros usos, o si servían asimismo como viviendas permanentes de los agricultores en sus propias granjas. En definitiva, se trata de establecer si los campesinos vivían diseminados por el campo, en granjas aisladas, o agrupados en comunas aldeanas -o en los propios centros urbanos si las ciudades eran pequeñas-, desde donde salían cada día hacia sus parcelas para realizar las faenas agrícolas.
La documentación disponible no se muestra concluyente al respecto, lo cual ha posibilitado que tanto una interpretación como la otra pudieran esgrimirse a partir del análisis de los mismos ejemplos. Tal es lo que ocurre con el estudio de las pautas de residencia en el Ática, que ha llevado a postular que los asentamientos nucleados serían una característica esencial, concediendo la existencia de ciertas situaciones excepcionales como la del demo de Atene cercano al cabo Sunio donde imperarían las granjas aisladas (Osborne 1985: 17-42, 190-95; 1992). Pero, justamente a partir de este caso, se ha señalado la inconsistencia de la hipótesis del asentamiento nucleado y la relevancia que adquiere entonces la residencia dispersa como forma de habitación en el campo (Lohmann 1992). Las pruebas epigráficas y literarias, referidas sobre todo a Atenas, tampoco han sido soslayadas de las discusiones, uno de cuyos ejes centrales ha girado en torno al sentido de términos como khoríon, oikía y agrós (Roy 1988; 1996; Langdon 1991). Por otra parte, la presencia de una torre (pýrgos), que en ocasiones se ha interpretado como una evidencia de granja aislada, sólo podría ser considerada en este sentido si se tiene en cuenta la función y la localización de la casa, donde la torre serviría para el resguardo de las provisiones agrícolas, el equipo de labranza e incluso la gente (Jameson 1990: 101- 3; Morris 2005). Últimamente, todas estas evidencias han sido revisadas por Jones (2004: 17-47), que llega a la conclusión de que la residencia en la granja, asociada con un patrón individualista, mayor productividad y producción para el mercado, fue la norma en el Ática5. A partir del análisis de las inscripciones de ventas públicas, rationes centesimarum, arrendamientos, mojones de deudas6, el autor también discute y establece un sentido específico para ciertos términos, tales como khoríon y oikía, tierra y edifi cio, o, desde un punto de vista social, granja y casa rural, que denotarían una pauta de habitación aislada. Este ejemplo no es el único, ya que gracias a las prospecciones arqueológicas de diferentes regiones la cuestión de los tipos de asentamiento rural se ha enriquecido con el análisis de diversos contextos espaciales y temporales. Pero también en estos casos los matices interpretativos indicados han modelado las visiones de los especialistas (Whitley 2001: 376-99).
Retomando las conclusiones alcanzadas en un estudio previo (Gallego 2005: 34-41), a nuestro entender el problema no radica en privilegiar un modo de poblamiento rural sobre otro, por más que haya ejemplos en los que por una u otra razón un modelo se encuentre más extendido que otro. Todo depende de los datos que se posean para cada caso; pero aun así no se puede dejar de reconocer el peso que tienen las interpretaciones e hipótesis que los autores han propuesto en la presentación de sus investigaciones. Como vimos, el caso del Ática se ha prestado a diferentes explicaciones. Algunos asentamientos eran los centros culturales, sociales y administrativos de los demos, que eran a menudo aldeas según la acepción general del término. Pero el demo era también el distrito en el cual las familias tenían sus tierras. Hay indicios de que en éstos podía existir más de un asentamiento sin que ello implicara la residencia en un punto focal, el cual podía consistir de un centro de culto, un lugar de encuentro, el mercado; los establecimientos de los artesanos podían estar en otra parte, con otras viviendas (Burford 1993: 56-62). Así pues, el modelo mixto es el que, en un cuadro general, parece corresponderse mejor con los testimonios y las diversas interpretaciones abordadas7. En definitiva, el problema de las formas de asentamiento y habitación en la Grecia antigua no resuelve un punto medular: la aldea en tanto marco de articulación de las relaciones sociales y agrícolas, tal como se observa en el caso ateniense, no tiene por qué significar que los labradores tuvieran que vivir necesariamente juntos. Si éste era o no era el caso, esto no cambia el funcionamiento que la aldea rural podía tener como ámbito de la vida campesina y como centro religioso y administrativo. El centro podía tener una existencia material independiente de los lazos subjetivos que los miembros de una aldea desplegaban entre sí; o la unidad comunitaria podía carecer de materialidad visible y depender enteramente de las interconexiones religiosas, políticas, culturales, etc., que los aldeanos desarrollaban. Pero esto no modifica para nada el hecho de que hubiera un nivel de pertenencia que, de un modo u otro, permitía identificar a un conjunto social, y eso es lo que hacía de ese conjunto una unidad hacia adentro y hacia afuera. Sin que fuera necesario que los labradores vivieran nucleados en aldeas, las costumbres compartidas constituyen una forma de percibir cómo se organizaba el sentido de pertenencia a una comunidad. En consecuencia, aunque aceptemos la preponderancia de las granjas aisladas, esto no implica que los campesinos no compartieran un mismo modo de vida, una cultura y una cosmovisión similares sobre el mundo y los dioses, todo lo cual se manifestaba en sus hábitos sociales y agrícolas concretos. La unidad de la comunidad aldeana no venía dada por la residencia nucleada sino por los vínculos de pertenencia que los integrantes de la misma construían respecto de aquello que ofi ciaba de polo identificatorio, esto es, la institución de una identidad colectiva que, como tal, se organizaba de manera imaginaria (Gallego 1997; 2003b). Este marco aldeano es el que permite vislumbrar el contexto necesario para entender el papel específi co de la unidad familiar en el desarrollo de una agricultura intensiva.

Agricultura familiar intensiva: ¿cómo?, ¿cuándo?

Una parte importante de los estudios sobre la Edad Oscura (siglos XI-VIII a.C.) ha hecho hincapié en que la economía de las pequeñas comunidades de esta época estaría basada en una producción ganadero-pastoril (Finley 1978: 71; Hanson 1995: 27-33). Ahora bien, si se encuadra esta situación en un proceso de larga duración, esto supondría esquemáticamente lo siguiente: hasta la caída de los palacios micénicos, la base económica sería la agricultura; posteriormente, durante la Edad Oscura lo que se desarrollaría sería una economía fundamentalmente ganadero- pastoril; en torno al siglo VIII volvería a verifi carse el desarrollo de la agricultura que desplazaría de su lugar central a la economía ganaderopastoril y se constituiría fi nalmente en la base económica de la pólis (Cherry 1988: 26-30).
Sin embargo, hay otras visiones que, desde el punto de vista económico, y más allá de la importancia fundamental que tiene la caída de los palacios micénicos, plantean que hay elementos de continuidad material entre la época micénica y la que va desde el siglo XI al VIII a.C. Si bien es verdad que con la caída de los reinos micénicos se desarticularía el sistema redistributivo centrado en el palacio, de todos modos, habría continuidad en estructuras de menor escala o en planos productivos ubicados en un nivel inferior respecto de esa organización palaciega: las comunidades aldeanas y las economías domésticas. Algunos autores han planteado que esta continuidad se daría de modo que ciertos rasgos de la organización agrícola familiar, que muchos suponen que surge a partir del siglo VIII como base fundamental de la pólis8, ya estarían presentes antes de esta fecha (Foxhall 1995; Palmer 2001). ¿Qué datos han servido a estas interpretaciones arqueológicas? Entre otros, el hallazgo de pequeños graneros que han sido datados para fechas anteriores al siglo VIII y que demostrarían que la agricultura ocupaba entonces un lugar importante, a punto tal que se habrían desarrollado estrategias para la conservación de los granos, que es lo que la presencia de los pequeños graneros vendría a indicarnos (Osborne 1998: 82). Por otra parte, el hecho que se trate de graneros de dimensiones reducidas haría pensar en una economía agrícola en pequeña escala ligada a la granja familiar, es decir, una agricultura centrada en el núcleo doméstico que apuntaría, fundamentalmente, a lograr la subsistencia del grupo familiar.
Volviendo a las visiones que plantean un predominio extendido de la economía ganadero-pastoril y que señalan, por ende, una ruptura de esa economía con el desarrollo de la agricultura, éstas han estado asociadas a un fenómeno que ha llamado la atención de arqueólogos e historiadores: el aumento poblacional ocurrido alrededor del siglo VIII, que Snodgrass (1986: 20-23) había interpretado como una multiplicación geométrica de la población. Hoy en día esto se sigue sosteniendo pero con ciertas atenuaciones (Morris 1987: 23, 57-109, 156-67): el aumento poblacional habría ocurrido pero no con la magnitud supuesta por Snodgrass9.
Un interrogante fundamental que se abre a partir de asumir que en diversas regiones de la Grecia antigua hubo un aumento demográfi co es el problema de con qué recursos se alimentó a esa población que tendía a multiplicarse. Las discusiones sobre el paso de una economía ganadero-pastoril a una economía agrícola han sido esenciales. Y los debates contemporáneos sobre los sistemas agrícolas también han resultado fundamentales para orientar las interpretaciones. En efecto, así como ha ocurrido con la interpretación de desarrollos demográficos en otros períodos o regiones10, así también, respecto de la Grecia antigua, los análisis maltusianos o neo-maltusianos ocuparon un importante lugar. Pero, en la medida en que este tipo de análisis ha sido discutido y criticado, también ha estado a la orden del día el uso de modelos alternativos, derivados justamente de aquellos análisis críticos como los de Boserup, quien se había planteado el problema de las condiciones del desarrollo agrícola pensando especialmente en situaciones contemporáneas.
Ambos modelos proponían una articulación entre aumento poblacional y desarrollo agrícola partiendo de la evidencia del crecimiento demográfico (Netting 1993: 261-95). El tema en discusión consistió en si ese aumento de población obedeció a transformaciones técnicas y tecnológicas, o si, a la inversa, dicho crecimiento impulsó posteriores adaptaciones técnicas y tecnológicas, justamente en función de que la producción pudiera abastecer a una población que había aumentado. La primera es en líneas generales la posición de los análisis maltusianos que ponen como motor el cambio tecnológico. En este sentido, la conclusión sería que el cambio agrario viene después del cambio tecnológico y que, por ende, el aumento poblacional se suscita tras el cambio tecnológico. La posición de Boserup parte de una crítica de las concepciones maltusianas y plantea la ecuación inversa: el cambio tecnológico sigue al aumento poblacional. Pero, ¿qué es lo que para Boserup hace que la población aumente? Se trata de una variable independiente, observada a partir de diversos estudios de caso de poblaciones contemporáneas que permitirían comprobar que el aumento poblacional impulsa los cambios tecnológicos y no a la inversa. Boserup, en efecto, considera que la población puede crecer con independencia de otros factores a punto tal que, en un primer momento, dicho aumento, que genera una mayor demanda de recursos, puede seguir dándose dentro del marco tecnológico y técnico existente. La población aumenta y el abastecimiento para esa población se realiza con la base económica recibida, sin grandes transformaciones, es decir, extendiendo los métodos, las técnicas y el uso de la tecnología, tratando de poner en cultivo mayor cantidad de territorio, porque lo que esa población en aumento impulsaría sería la ocupación de nuevas tierras pero con la tecnología existente. La demanda de recursos se satisface a partir de las técnicas disponibles, aunque, en un determinado punto, ese aumento poblacional sólo sería sostenible a partir de un cambio tecnológico que permitiría articular nuevas formas de producción de alimentos para abastecer a una población que continuaría aumentando.
Evidentemente, según el tipo de respuesta que se adopte, así va a ser la interpretación acerca del problema del aumento poblacional en la Grecia antigua, y esto va a orientar los análisis en torno a qué ocurría antes y qué ocurrió después del siglo VIII a.C. Si se adopta una posición maltusiana, se va a hacer hincapié en una transformación de orden tecnológico que permitiría que la población aumente a partir de la posibilidad de producir más cantidad de alimentos. Y de alguna manera esto coincidiría con la idea de que el cambio se habría dado gracias al paso de una economía ganadero-pastoril a una economía agrícola, porque esto significaría un cambio tecnológico significativo. En efecto, el desarrollo mismo de la agricultura implicaría técnicas y tecnologías muy diferentes de las empleadas en la producción ganadero-pastoril. Y esa transformación permitiría no sólo el desarrollo de la agricultura sino, sobre todo, la posibilidad de obtener mayores recursos y, por ende, de sostener un potencial aumento poblacional. Quienes han adoptado la idea de una persistencia de la agricultura tras la caída de los reinos micénicos y un aumento paulatino de las áreas bajo cultivo, justamente a medida que la población se iba expandiendo, podrían ligarse a la interpretación de Boserup en el sentido de que hay una tecnología agrícola ya disponible. La población puede aumentar; las demandas que esa población en aumento genera pueden satisfacerse, dentro de ciertos límites, con las técnicas y tecnologías agrícolas disponibles; y, eventualmente, luego puede producirse un cambio en la producción de alimentos11.
Por ende, el problema fundamental que se estaría planteando en el contexto de la historia griega es cuándo se desarrolla el tipo de agricultura y de organización productiva ligadas a la granja familiar intensiva. Así pues, los que plantean una ruptura en el origen de este tipo de agricultura sitúan dicha ruptura a finales de la Edad Oscura, lo cual se relaciona con el surgimiento de la pólis. Una interpretación importante en este sentido es la de Hanson ya citada, que parte decididamente de la idea de un paso de una economía ganaderopastoril a otra basada en la agricultura, al punto de que considera que esto constituye una de las mutaciones fundamentales ocurridas en torno al siglo VIII a.C. De modo que esa economía ganadero-pastoril sufriría un significativo retroceso a partir de la aparición y posterior expansión de un modelo de granja familiar de agricultura intensiva, es decir, una unidad productiva que busca intensificar la producción agrícola de manera de conseguir una producción de alimentos adecuada al contexto de aumento poblacional que hemos analizado.

La granja campesina

En la Grecia antigua el oîkos aparece claramente como una economía doméstica, es decir, una unidad de producción y consumo, aunque con atribuciones y funciones más amplias que las meramente económicas. Para Aristóteles (Política, 1252b 12-14) el oîkos es una "comunidad constituida naturalmente para la satisfacción de las necesidades cotidianas", cuyos miembros se definen como los que han sido criados con un mismo alimento.
En este contexto, y con una significativa autonomía en lo atinente a la gestión del oîkos, desarrollaban sus actividades los labriegos griegos, quienes en función de asegurar la subsistencia debían hacer frente a diversos requerimientos. Una de las exigencias principales era el balance adecuado entre producción y mano de obra. En tal sentido, haciendo suya una sentencia de Hesíodo (Trabajos y días, 405), Aristóteles (Política, 1252b 10-12) enfatiza que lo primero que hay que procurarse es "«un oîkos, una mujer y un buey de labranza», pues el buey es el criado del pobre". Y citando a Homero (Odisea, 9.114), el filósofo (Política, 1252a 24-1252b 23) también indica que el hombre "tiene el mando tanto sobre los hijos como sobre las mujeres", reconociendo que el hombre es, por naturaleza, el que debe regir sobre mujeres, hijos y esclavos. La unidad productiva familiar era pues una propiedad del titular del oîkos, que disponía sobre los bienes, la familia y la parcela.
Ahora bien, un aspecto fundamental que condicionaba la reproducción del campesinado era la alienabilidad del suelo. Aquí nos limitaremos a destacar dos situaciones signifi cativas advertidas por Hesíodo (Trabajos y días, 336-41): la primera, que toca directamente su situación, señala la necesidad de trabajar la tierra en la forma debida antes de embarcarse en disputas y reyertas sobre posesiones ajenas; en la otra aconseja tratar de ganarse el favor de los dioses "de modo que compres la parcela de otros, y no otro la tuya". Esto nos habla de la posibilidad cierta de que el tamaño de las unidades campesinas pudiera ampliarse o reducirse según el destino que les tocara en suerte (Millett 1984: 94-96).
En el mundo griego, estas circunstancias deben ponerse en conexión con un dato regular: la partición de la herencia, que era la fuente principal de los pleitos consignados. Hesíodo (Trabajos y días, 37-39) deja constancia de cómo él mismo se vio envuelto en esta situación a raíz de una disputa con su hermano por la herencia recibida. Es por esto que pone de relieve la conveniencia de tener un solo hijo para mantener el oîkos paterno, aunque esto quizá se quedara al nivel del deseo (376-78). Si se tenía más de un hijo, entonces era menester dividir la herencia. Pero ciertos mecanismos de regulación demográfica podían ser útiles a la hora de decidir a quiénes alimentar así como el futuro de la unidad doméstica, y nos ayudan a pensar cómo una población podía adaptarse a los recursos.
La exposición de niños era algo común en la Antigüedad, afectando sobre todo a las niñas más que a los niños, y en este segundo caso el primogénito quedaría exceptuado. Este abandono no significaba la muerte de los infantes sino una forma de abastecer la demanda de esclavos o dependientes, hecho que en ciertas circunstancias podía dar lugar a transacciones directas entre el jefe de familia y el interesado en adquirir a los infantes, como se desprende de una escena de las comedias de Aristófanes (Acarnienses, 731-37).
Partiendo de Hesíodo, Finley (1974: 146) ha indicado este asunto poniendo en relación las divisiones de la herencia con los inconvenientes que ocasionaba al campesinado autosufi ciente el exceso de mano de obra familiar con respecto a las tierras disponibles. Podemos concluir junto con él que "las elevadas tasas de mortalidad infantil eran útiles; cuando la naturaleza fallaba, se recurría al infanticidio y al abandono de niños". Estos elementos nos llevan a hablar de una destrucción biológica de los pobres (Shanin 1983: 97-101), y suponen, además, una correspondencia entre tamaño de la unidad agraria y número de integrantes de la familia.
El tamaño de las granjas y las posibilidades de acceso a la tierra son, por ende, dos factores que determinan las medidas de adaptación y las decisiones a tomar por parte de los agricultores. Para la Grecia antigua, las evidencias disponibles han llevado a considerar que las granjas de los labradores autosuficientes, que formarían el grueso de las póleis, oscilarían entre 3,6 y 5,4 hectáreas, aunque obviamente había propietarios por encima y por debajo de este nivel12. Este sector era el capacitado para poseer una yunta de bueyes, algunos esclavos y el armamento hoplita, y, según las circunstancias, podía producir excedentes para ser vendidos. Por otra parte, si tomamos en cuenta quiénes eran los que se defi nían como integrantes del oîkos -los que se alimentan de la misma comida-, es evidente que las familias más ricas tenían un número mayor de miembros (entre descendientes y dependientes), y tal vez no tuvieran necesidad de abandonar o exponer a alguno de sus hijos. De todos modos, así como la práctica de la unigenitura podía quedarse en el mero deseo, así también las regulaciones demográficas de la unidad podían resultar estériles, porque dentro del ámbito doméstico, donde la ley de los bajos números no permite la regularidad estadística sino que el azar se impone, las altas tasas de mortalidad podían llevar al fracaso los intentos por adecuar el número de miembros, el tamaño de la parcela y la división de la herencia. En tal caso, las granjas se encontrarían sin herederos, además de haber perdido su propia mano de obra.

Los campesinos, la esclavitud y el mercado

Ante las constricciones consignadas en el apartado previo, el hogar campesino debía solucionar un inconveniente íntimamente vinculado a ellas. En efecto, dado que la correlación entre riqueza y tamaño de la familia se daba en un contexto en que podían combinarse diferenciación social y excedente poblacional en relación con las tierras disponibles, en su intento por subsistir, la unidad campesina debía buscar un equilibrio entre mano de obra y necesidades de subsistencia. Si la pretensión de Hesíodo se cumplía y la herencia paterna no era subdividida, es evidente que las familias campesinas tenían que lograr un adecuado balance entre número de miembros, requerimientos de fuerza de trabajo y necesidades de consumo.
Hesíodo (Trabajos y días, 405, 436-38) nos presenta las exigencias de mano de obra de la unidad campesina, una familia que en este caso es capaz de poseer una yunta de bueyes: un robusto varón que siga a los bueyes -tarea que incluso podía ser desempeñada por una mujer comprada (405-6, 441- 47)-, aunque el propio campesino es el que debe realizar la labranza junto con sus dependientes (458-61). Volvemos a hallar referencias a estos servidores en varios pasajes relacionados con los distintos tipos de trabajo según el momento del ciclo agrícola13, y Hesíodo también recomienda que se incorpore en determinado período del año a un jornalero sin hogar y sin propiedad y a una sirvienta sin hijos (602-3).
A comienzos del siglo IV, Aristófanes concibe una situación que se vincula con la que muestra Hesíodo en cuanto a la mano de obra de las granjas familiares. En Asambleístas (243-44) Praxágora imagina que los encargados de cultivar la tierra deberían ser los esclavos, de modo que para los campesinos el trabajo de los campos tendría que dejarse en manos de trabajadores dependientes (650-51). Y a similar conclusión conduce la situación imaginada por Praxágora de una distribución equilibrada de la tierra y los esclavos entre los ciudadanos (591-93). El comediógrafo también presenta a Demo de Pnyx, protagonista de los Caballeros (40-44), como un rústico que posee al menos un par de criados y que puede incluso comprar un esclavo. También Trigeo, protagonista de la Paz (44-80), aparece como un campesino que tiene dos criados. Y lo mismo se deduce a partir de la relación entre Crémilo y su esclavo en Riqueza (26-29, 254, 510-21, 1105). La ocupación agraria de estos esclavos y dependientes queda testimoniada por el propio Aristófanes cuando en la Paz (1146-48) el corifeo fantasea con que hace volver al esclavo del huerto porque la lluvia hace imposible trabajarlo. El uso de dependientes también es señalado por Teofrasto (Caracteres, IV.6) que dice que el rústico "hace partícipe a sus criados de los asuntos más importantes y les cuenta a los jornaleros que trabajan su tierra las deliberaciones de la asamblea". Todos estos textos ponen de relieve que, si podía, el campesino griego trataba de utilizar esclavos o servidores así como trabajadores temporales que se sumaban a la mano de obra familiar de las unidades domésticas rurales.
Los esclavos incorporados a las granjas campesinas tenían por función completar la cantidad de miembros que conformaban la mano de obra familiar. En tanto productores, los esclavos que se insertaban en el ciclo productivo campesino se asimilaban a los miembros de la familia14, excepto en relación con el jefe de la unidad, que además de trabajar se encargaba también de programar y dirigir las actividades. De este modo, no obstante continuar realizando directamente la labranza de la tierra, el pequeño productor se procuraba una fuerza de trabajo adicional para su granja bajo un régimen de dependencia que podía manifestarse de distintas maneras, pero que en general tendía a aparecer bajo la forma del esclavo-mercancía. La incorporación de dependientes permitiría al campesino griego obtener una fuerza de trabajo que complementaba la mano de obra familiar pero sin los inconvenientes de las particiones de la herencia, aunque ocasionando erogaciones monetarias a la unidad productiva doméstica.
Ahora bien, esta presencia de esclavos en el oîkos campesino ponía en entredicho el ideal de autarquía que guiaba la organización laboral de la economía familiar, puesto que suponía tener que abastecerse de un elemento productivo que, por principio, era externo a la unidad agraria. Cabe preguntarse entonces qué sucede con el principio que indica que la economía campesina se basa en la energía laboral de la familia, de acuerdo con un criterio de autarquía que implica una correspondencia entre producción y consumo en el interior de la unidad doméstica rural. Esta vinculación con el exterior adquirió bastante tempranamente una forma mercantil. En efecto, según lo que puede deducirse del testimonio de Solón (fr. 4, 23-25; fr. 36, 8-10 [West]; Rihll 1996: 90-101; Valdés 2002), el mercado de esclavos estaría bastante difundido a comienzos del siglo VI, y es probable que en época de Hesíodo (Trabajos y días, 405-6) la compra fuera un mecanismo usado para introducir fuerza de trabajo dependiente en la granja campesina. La esclavitud entraña pues la existencia de un mercado de esclavos. En la medida en que los campesinos recurrieran a dicho mercado, esto podía llegar a significar una reducción de los márgenes de autarquía real de la unidad doméstica rural.
No obstante, dentro de ciertos límites, el comercio no iba necesariamente en contra de la autarquía. Según Millett (2000: 29), "con diferentes énfasis, todos los cultivadores habrán aspirado a la autosuficiencia (autárkeia), que paradójicamente implicaba la producción de un excedente para ser cambiado por dinero". El comercio no era una práctica excepcional en el mundo agrario helénico. En la Beocia de Hesíodo o en la Atenas de Aristófanes15, esta actividad resultaba habitual para el campesino, que mantenía algunos tratos con el fi n de vender excedentes de producción y, a la vez, comprar ciertos productos para completar sus medios de subsistencia, o dinero para comprar esclavos, o tal vez para arrendar tierras, o para adquirir herramientas. Tal es la imagen que se obtiene del cuadro delineado por Aristófanes (Asambleístas, 817-19): el campesino que había ido a la ciudad para vender sus uvas se iría posteriormente del ágora habiendo comprado harina. Y lo mismo se deduce de una escena de la Paz (1198-1210) en que se contrapone al fabricante de hoces con el vendedor de armas. Un comercio que tal vez no tuviera lugar en el marco de las aldeas, tal como señala Osborne (1987: 96) a partir de su lectura de la evidencia arqueológica y de los versos de Aristófanes, pero que incorporaba al labrador en la medida en que por diversos motivos su presencia en la ciudad se hacía más frecuente. La finalidad de los intercambios residiría en la satisfacción de las necesidades de consumo y no en la búsqueda de una ganancia16. Tal es el sentido que parece necesario dar a la queja de Diceópolis, el labrador de Acarnienses de Aristófanes (32-36): "Miro hacia el campo, enamorado de la paz, denostando la ciudad (ásty), y añorando mi aldea (dêmos), que jamás me dijo: «compra carbón», o vinagre, o aceite; que ni siquiera conoce eso de «compra», sino que era él quien me llevaba todo y lo de «compra» no existía". La idea de compra que origina el descontento del labrador aristofánico tal vez entrañe una primacía del valor de cambio sobre el valor de uso, ligada a una de las características del comercio en las sociedades precapitalistas que implica una subordinación de los productores directos a los precios del mercado. En tal contexto, las expresiones de Diceópolis parecen mostrar que los valores campesinos se ubicarían no del lado del mercado sino del de la autosuficiencia, según el precepto señalado por Hesíodo (Trabajos y días, 364-65): "no le preocupa al hombre lo que está en el oîkos guardado; mejor que esté en el oîkos, pues lo de afuera es dañino".
En efecto, las necesidades que no podían satisfacerse dentro del oîkos no se resolvían a través del mercado sino mediante la reciprocidad entre vecinos de la aldea, tal como lo señala el propio Hesíodo (Trabajos y días, 346-51). Aunque de manera más escueta, también Teofrasto (Caracteres, IV.14) señala el hecho habitual del préstamo en el ámbito campesino. Así, en caso de necesidad se recurría a los aldeanos, que en general respondían adecuadamente, sabiendo que en un futuro la situación podía presentarse de manera inversa (siempre que existieran las relaciones de buena vecindad ya indicadas). En este punto se percibe claramente que la unidad doméstica no dependía sólo de sí misma para la subsistencia y que, en tales circunstancias, las relaciones con la aldea resultaban esenciales. El mecanismo puesto en práctica era el intercambio recíproco, la obligatoriedad del don y el contra-don en el ámbito de la comunidad campesina. Apelar a parientes, amigos y vecinos era una manera de hacer frente a situaciones de riesgo con el compromiso de devolver lo recibido y estar dispuesto a ayudar cuando otro atravesaba una situación de necesidad similar. Se trata de los lazos de amistad y ayuda mutua propios de la sociabilidad campesina. Algunos autores han argumentado que este tipo de intercambios era complementario del almacenamiento dentro de la unidad campesina, y si bien aceptan que algún trato mercantil era inevitable, destacan que para los labradores resultaba deseable el intercambio recíproco fuera del mercado, con otros de su misma aldea, porque exponerse a las vicisitudes del mercado podía socavar la base de la subsistencia. Pero otros estudiosos han destacado más bien lo contrario, pues sostienen que la granja familiar de agricultura intensiva que utilizaba algunos esclavos tendía a producir excedentes para ser vendidos en el mercado, una producción que ya no sería una organización económica para la subsistencia sino "un sistema empresarial de agricultura" (sic)17.

Reflexiones finales

La noción de autosuficiencia o autarquía que hemos abordado en esta última parte del artículo era medular en el funcionamiento del oîkos griego, aun cuando actuara más como un anhelo que como una pauta real. Si el debate acerca de los patrones de residencia en la Grecia antigua, y sus consiguientes efectos sobre los paisajes agrarios, ha adquirido tanto relieve, ello se debe sin duda a la autonomía manifestada por los hogares rurales griegos en su propio funcionamiento social, económico, cultural, etc. Podría parecer evidente entonces que la residencia aislada sería más compatible con esta centralidad de la noción de autosufi ciencia que la residencia nucleada. Pero esta última pauta no le quitaba autonomía al oîkos sino que establecía otras condiciones para el desarrollo de su autarquía. Las discusiones sobre el despegue de la agricultura familiar también deben vincularse con el problema de la autarquía, puesto que en verdad lo que estos debates han permitido afirmar es el rol autónomo del hogar rural en la organización de un proceso productivo que en muchos casos no sólo debía atender las demandas de la propia familia sino que tenía que dar respuesta a las necesidades de una población en crecimiento que excedía las condiciones demográfi cas inherentes a las unidades domésticas agrarias. Entre los granjeros este problema se presentaba en el marco concreto de la búsqueda de un balance entre los factores propios de la organización familiar. En este contexto, una condición ineludible para la reproducción del campesinado helénico era la alienabilidad del suelo, que podía suscitar cambios en el tamaño de las fincas así como desequilibrios entre producción y consumo, entre mano de obra disponible y necesidades de subsistencia. En función de ello, los labradores echaban mano a variadas estrategias de producción, de distribución del producto y de funcionamiento familiar, condicionados en sus elecciones por dos cuestiones centrales para la conformación de la mano de obra: la expulsión de integrantes de la unidad familiar (abandono o exposición de infantes, etc.) y la compra-venta de esclavos. Esto estuvo, a su vez, condicionado por las pautas de residencia rural, puesto que, como ya dijimos, los modos de conseguir la autosuficiencia variaban según si los granjeros vivían en granjas compactas y aisladas o en asentamientos nucleados y con granjas que se organizaban a partir de una posesión fragmentada del suelo. Así, de uno u otro modo, los labradores griegos desarrollaron una serie de estrategias adaptativas que les permitió protagonizar un despegue agrícola que terminó siendo fundamental como base de sustento de la pólis.

Notas

1 Este trabajo adelanta algunos argumentos que se desarrollan con más detalle en J. Gallego, El campesinado en la Grecia antigua. Una historia de la igualdad (en prensa). Mención en el Concurso Nacional de Ciencia (Premio de Edición), organizado por Eudeba, Universidad de Buenos Aires y Ministerio de Educación de la Nación.

2 Ver el balance de Corvisier (2004).

3 Hanson (1995: 39, 194-95) señala el igualitarismo en el reparto de tierras en las colonias.

4 Sobre la granja mixta intensiva, ver Jameson (1977/78); Halstead (1987); Halstead y Jones (1989); Burford (1993); Hanson (1995); etc.

5 Cfr. Osborne (1987: 68-70), que indica que habitar en granjas aisladas supone la explotación de extensiones compactas de terreno usando una fuerza de trabajo más variada pero con mayores riesgos, mientras que vivir en aldeas entraña una posesión fragmentada en la que el paisaje es trabajado menos eficazmente, dado que los lotes cercanos reciben más atención que los lejanos, pero con un rendimiento más parejo a lo largo de los años. Ver, recientemente, Nevett (2005) y Nagle (2006: 68 n. 97, 71-72 y nn. 112-113).

6 Sobre las rationes centesimarum, Lewis (1973) y, en especial, la edición comentada de Lambert (1997). Sobre el problema de los arrendamientos, ver la síntesis elaborada por Brunet, Rougemont y Rousset (1998), con ejemplos y comentarios. Sobre los mojones, Finley (1985), con una introducción de Millett (1985).

7 Sobre la coexistencia de diferentes pautas de asentamiento, van Andel y Runnels (1987: 164-68); Jameson (1990: 93-95, 103; 1994:61 n. 33); Isager y Skydsgaard (1992: 67-82).

8 Starr (1977: 156-61) argumenta en favor de un cambio agrícola a partir de un aumento de la productividad de las áreas cultivadas y de la mano de obra rural. La visión de Hanson (1995: 25-45) sobre una Edad Oscura pastoril tiene antecedentes significativos en los análisis de Snodgrass (1986: 32-34; 1990: 210-26).

9 Ver el balance y las críticas que al respecto ha planteado Scheidel (2003: 126-31).

10 Por ejemplo, el aumento de la población europea en la época medieval durante el despegue agrícola del siglo XI, o la posterior crisis demográfica del siglo XIV.

11 En cuanto al uso de los modelos de Boserup en el análisis de los sistemas agrarios griegos, ver Gallant (1982: 113; 1991: 52-53) e Isager y Skydsgaard (1992: 109-12), que presentan sin embargo posturas enteramente divergentes respecto de la vigencia o no de un sistema de agricultura intensiva en el ámbito de la Grecia antigua.

12 Finley (1985: 58-59); Lewis (1973: 187-99); Andreyev (1974: 14-16); Burford (1977/78: 168-72; 1993: 67-72); cfr. Ober (1985: 22-23); Garnsey (1996: 80); Gallant (1991: 82-87); Isager y Skydsgaard (1992: 78-79); Osborne (1992: 24-25); Foxhall (1992: 156-58); Jameson (1994); Hanson (1995: 181-201).

13 Cfr. Hesíodo. Trabajos y días, 430, 470, 502, 573, 597, 608, 766; Homero. Odisea, 24.208-10.

14 Filocoro. FGrHist, 328 F 97: el esclavo del labrador se sumaba a la familia tanto en lo relativo a las tareas de cultivo como en lo concerniente a la alimentación en la misma mesa.

15 Cfr. Hesíodo. Trabajos y días, 618-32, 643-94; Aristófanes. Asambleístas, 817-21; Avispas, 170; Caballeros, 316-18; Acarnienses, 723-25, 836-41, 909-25.

16 En este sentido, Gallant (1991: 98-101) aduce que los campesinos griegos no movilizaban regularmente los excedentes de producción a través del mercado y que en caso de tener que realizar intercambios comerciales su función era conseguir valores de uso.

17 Sobre la primera postura, Garnsey (1996: 92-94); sobre la segunda, Jameson (1994: 58) y Hanson (1995: 107, 400), quien ha hablado de un sistema empresarial de agricultura, comparando a los labradores griegos de la Antigüedad con los farmers norteamericanos contemporáneos. Cfr. Gallego (2001a).

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Recibido: 10/04/2007
Evaluado: 09/05/2007
Aceptado: 12/05/2007

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