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Circe de clásicos y modernos

versión On-line ISSN 1851-1724

Circe clás. mod.  n.11 Santa Rosa ene./dic. 2007

 

NAUROY, Gérard
Ambroise de Milan. Écruture et estéthique d'une exégèse pastorale. Quatorze études,
Recherches en littérature et spiritualité, vol. 3, Bern, 2003, Peter Lang.

José Pablo Martín

Gérard Nauroy, profesor emérito de la Universidad de Metz, edita catorce estudios sobre Ambrosio de Milán, publicados entre 1974 y 2002. En algunos casos se añaden valiosos apéndices de actualización. Esta reseña se refiere a todos los capítulos pero solamente algunos estudios se mencionarán en sus aspectos específicos. Los estudios se ordenan en tres campos: Ambrosio en su historia, la hermenéutica en sus escritos, la recepción en la cultura posterior. El autor pertenece a un grupo selecto de investigadores franceses, junto con Hervé Savon, Yves-Marie Duval y otros, que lideran los estudios ambrosianos en la patrística contemporánea y nos prometen novedades importantes en el campo de las ediciones de textos de Ambrosio en un futuro inmediato.
Si bien los estudios analizan aspectos particulares de un escritor del s. IV, no dejan de iluminar los temas generales que emergen de la figura de Ambrosio: la historia de un patricio romano que se vio empujado por un hecho fortuito a bautizarse para poder ser nombrado obispo católico de Milán, que en ese momento era la capital del imperio; la historia de un hombre educado para ser funcionario imperial que termina siendo escritor eclesiástico con un inmenso conocimiento de la biblioteca religiosa, filosófica y literaria de su época y de la antigüedad; la historia de un teólogo político que en sus escritos entrelazados con la práctica de sus funciones episcopales piensa e impone en su forma definitiva el traspaso del imperio desde la religión romana hacia el cristianismo, donde el emperador no está arriba de la Iglesia sino adentro de la misma, y donde el obispo católico ocupa el lugar de la conciencia del poder imperial.
Estas cuestiones generales se discuten en el primero de los estudios, Ambroise de Milan (9-28) para dar paso a los restantes estudios de una fundada estructura filológica, analítica y hermenéutica. Desde el punto de vista de la crítica literaria, el autor deja ver el estado en que están las ediciones y las discusiones sobre el corpus ambrosianum, por ejemplo cuando acepta la autenticidad de la Apologia David altera (p. 243) o cuando sostiene la autenticidad de un poema en honor del mártir Lau-rencio, atribuido a Ambrosio, que lleva por título Appostolorum supparem (pp. 559-615). En este caso, sin embargo, al lector puede parecerle que la prudencia con que el autor resume sus propios argumentos (p. 611) llevaría mejor a la conclusión de que la obra es de dudosa autenticidad. Encontramos un excelente estudio sobre los acontecimientos del año 386 cuando las luchas internas de católicos y arrianos involucran a la corte imperial y la comunidad de Milán con su obispo Ambrosio (pp. 33- 189). Aunque todavía el autor no haya podido tener en consideración ciertos aportes posteriores de Y-M. Duval, la interpretación y cronología de los textos ambrosianos que propone Nauroy convence al que lee la obra. Este estudio tiene 8 apéndices de gran valor que no pueden ser ignorados por las investigaciones futuras, y no solamente por cuestiones de detalles filológicos o codicológicos, sino por la importancia que encierran para el desarrollo de la doctrina tardorromana y medieval referida a la superioridad del poder espiritual sobre el temporal (cfr. 148s).
El estudio sobre "la cuestión judía en Milán" (pp. 217-244) analiza la famosa intervención de Ambrosio contra el emperador que había ordenado reconstruir la sinagoga de Callinicum, en la frontera oriental, destruida por cristianos. El autor sabe que la mayoría de los historiadores eclesiásticos, que cita cuidadosamente, dejan mal parado al obispo de Milán por esta intervención, y quiere suavizar el juicio histórico apelando al estudio del contexto de las luchas religiosas en el seno del imperio y en la ciudad de Milán en particular. La conclusión parece aceptable en el sentido de que Nauroy no descubre antisemitismo de carácter étnico o social aunque acepta que existía una enemistad hacia el judaísmo por una "preocupación pastoral" (p. 244) en un contexto de disputas teológicas. De cualquier manera, y desde el punto de vista conceptual, es ésta una plataforma débil para ensayar la defensa de Ambrosio.
Varios estudios de la segunda parte se ocupan, con agudeza y solidez, de aspectos específicos de Ambrosio como intérprete de las Escrituras, así los dos estudios sobre la lectura cristiana de los libros judeohelenistas de los Macabeos (pp. 355-383 y 385-412) y una bella indagación sobre la tensión entre palabra y secreto con respecto a la liturgia del bautismo (pp. 451-481). El estudio más importante en este campo es probablemente el que lleva por título "L'Écriture dans la pastorale d'Ambroise de Milan" (pp. 247-300), publicado originalmente en 1985. En él se trazan las configuraciones del método y el contenido de los textos exegéticos ambrosianos: el atesoramiento de las tradiciones alejandrinas de Filón judío o de Orígenes cristiano y las proyecciones hacia posteriores lectores de la Biblia sin olvidar a Pascal; los juegos de pluralidad y unidad del sentido, especialmente entre el sentido moral y el místico; la fusión en el concepto de "alegoría" de lo que se suele distinguir como alegoría y tipología; la interferencia de los discursos diacrónico y sincrónico, en un horizonte dominado por la función pastoral. En verdad este estudio consiste en una brillante presentación del lugar que ocupa Ambrosio en la historia de la exégesis del catolicismo y de la exégesis de la Biblia en general, especialmente por su referencia a lo que Nauroy llama "pastoral", es decir, a la función que cumplió Ambrosio, en no menor medida que su gran discípulo Agustín de Hipona, de colocar la comunidad católica que se consolidaba en el seno del imperio romano como punto focal de la profecía hebrea, de la fe evangélica y paulina, de la alegoría alejandrina y de la teología patrística griega. En este sentido, bien lo marca Nauroy, Ambrosio es un paladín del argumento del"progreso de la historia" (p. 20) a favor del catolicismo romano.
La tercera parte del libro contiene estudios sobre la recepción de la obra de Ambrosio. Allí encontramos un sutil artículo cuyo subtítulo es un interrogante: "¿Ambrosio, mediador cultural entre Eurípides y Anatole France?" (pp. 617-636). Se trata de la novela Th ais, escrita por France en 1890, en la que explícitamente se remonta a la tragedia Hécuba de Eurípides pero se inspira también en el modelo cristiano de la muerte de Cristo y en el ideal monacal de la fuga al desierto. Nauroy se pregunta si Ambrosio no influyó directa o indirectamente en esta dimensión cristiana de la historia de Th ais, la prostituta alejandrina convertida en asceta del desierto. La respuesta es matizada y se coloca en el terreno de lo posible sin querer demostrar influencias directas. La ocasión es utilizada para ofrecer un penetrante análisis de la himnodia ambrosiana y una contribución para la historia del encuentro literario de dos modelos diferentes, el modelo trágico griego y el modelo cristiano del sacri ficio en la cruz.
Existe una cuestión clásica sobre los escritos de Ambrosio de Milán: ¿ha sido Ambrosio un escritor original o más bien un predicador amante del plagio? El concepto sobre la capacidad literaria de Ambrosio había quedado manchada desde el s. V por la famosa subestimación de San Jerónimo, nada menos, que lo considera un escritor que colorea sus escritos con plumajes de "otros pájaros". Nauroy dedica a este asunto uno de los estudios (pp. 521-558), y se propone desde el inicio del libro (p. 3) anular esta sentencia despectiva. Puede decirse en general que todo el libro, directa o indirectamente, apunta a mostrar la capacidad personal de este obispo que debió estudiar teología mientras ejercía su episcopado y aprender la historia de la exégesis mientras discutía con uno de los emperadores romanos más tenaces, Teodocio, y mientras tomaba sobre sus hombros la tarea de luchar contra otros obispos adictos al movimiento heterodoxo más influyente de la historia del cristianismo antiguo, los arrianos. Todo el libro de Nauroy puede valer como una refutación justa del desprecio de Jerónimo. Pero quizás en la refutación el autor comete algún exceso, es decir, justifica plenamente el hábito que tenía Ambrosio de copiar páginas enteras de otros autores, aunque lo hiciera con inteligencia y resguardando su propio punto de vista. G. Nauroy no ignora que este era un hábito de Ambrosio, sea respecto de Filón por ejemplo en De paradiso (p. 248), sea Nº 11 / 2007 / ISSN 1514-3333 (impresa) / ISSN 1851-1724 (en línea), Reseñas, pp. 235-256 238 respecto de Orígenes en el Comentario al Evangelio de Lucas, sea con respecto al filósofo neoplatónico Plotino en De Jacob (p. 262). En este último caso la defensa que hace el autor es la siguiente: como Ambrosio, siguiendo a Filón y a muchos cristianos, creía que los filósofos griegos habían plagiado a Moisés, entonces era lógico que se sintieran autorizados al plagio de los plagiarios, porque entendían sacar agua de su propio pozo. Según esta lógica, Ambrosio se sentía inspirado solamente por los autores bíblicos. "Eux seuls donc, en toute logique, doivent être désignés comme étant la source véritable et unique de l'inspiration d'Ambroise" (p. 262). Quizás sea el gran amor que produce un gigante como Ambrosio en el hombre que lo estudia la fuerza que lleva a ver "en toda lógica" una justificación tan débil como esta. Es cierto que entre el juicio de Jerónimo sobre Ambrosio y el de Nauroy haya que inclinarse decididamente por el de este último, pero sin necesidad de acompañarlo en la justificación absoluta.
Si Eusebio de Cesarea fue el teólogo de la época de Constantino, tanta o mayor importancia tiene el que fue teólogo de Teodocio, el que llevó a cabo el programa de adopción del cristianismo por parte del imperio romano según una razón profundamente romana: porque el estado debe mantener la propiciación de la divinidad. Y los hechos históricos, las batallas ganadas en nombre de Cristo, afirmaban cuál era el verdadero concepto de divinidad. Un libro que estudie los textos del teólogo de Teodocio (cfr. 26-28) con el rigor y la penetración de Nauroy debe ser recibido con beneplácito en nuestras bibliotecas.

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